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Léa Seydoux / Las risas de la bella Seydoux

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Léa Seydoux

Las risas de la ‘bella’ Seydoux


La actriz interpreta al personaje del clásico cuento de hadas en una versión de Christophe Gans con Vincent Cassel como Bestia



Léa Seydoux en un cartel de 'La bella y la bestia' de Christophe Gans.
Léa Seydoux no puede parar de reír. Se ríe al descolgar el teléfono por primera vez, disculpándose por la hora de retraso. Se ríe la segunda vez que lo descuelga, 20 minutos después, pidiendo de nuevo perdón por "no saber usar bien mi teléfono". Se ríe si se le pregunta por Vincent Cassel como Bestia, por el cambio tan radical de registro de La vida de Adèle y hasta por las malas críticas de su última película, la adaptación de este cuento que vuelve a sus raíces cinematográficas francesas tras la inolvidable versión de Jean Cocteau con Josette Day y Jean Marais de 1946.
Seydoux es consciente de que esta no es la película que esperaban los que se fascinaron con su interpretación de la artista de cabellos azules en La vida de Adèle. Pero no le importa, porque está convencida de querer llevar una doble vida frente a la cámara: "Me encanta hacer blockbusters. Y me encantan también hacer películas más intimistas. Creo que no tengo por qué elegir". La razón de encariñarse con el cine más comercial, muy de actor: "Te ve mucha más gente. Llegas a todo tipo de público. Y además son muy divertidas de hacer, ¡Correr de aquí para allá!". Cómo no, se ríe al decirlo.

Léa Seydoux
Claro que los blockbusters también tienen su contrapartida. Que con un director como Christophe Gans (El pacto de lobos, Silent Hill) ya se sabe lo que toca: grúa por aquí, grúa por allá, y una omnipresente pantalla verde. Esta última era el verdadero enemigo de Seydoux durante el rodaje. "¡Es que todo era verde! La mayoría del rodaje tuvimos que imaginárnoslo todo". Claro que tanta dependencia de lo digital también daban oportunidades para el pasatiempo favorito de esta Bella, las carcajadas. Muchas de ellas fueron a costa de su monstruosa pareja de baile, Vincent Cassel, que apenas sale como tal en la película porque se pasa la mayoría del metraje como un Bestia CGI (creado por ordenador), lo que le obligaba a vestir el aparatoso traje de captura de movimiento: "¡Se suponía que me tenía que dar miedo, y lo único que podía hacer era reírme de él! Verlo allí, con ese pijama negro y los puntitos en la cara... No daba ningún miedo. Daba risa. Tuvimos que parar muchas veces porque no podía mantenerme seria".
Sobre la presencia de Eduardo Noriega, villano de la función con cicatriz incluida, no tiene mucho que contar: "Apenas compartimos una secuencia. Pero lo pasamos bien, que luchamos contra gigantes". Tanto le ha gustado la experiencia con la acción que tiene claro un objetivo a corto plazo: Hollywood, aunque reconozca que el inglés aún le cueste. "Me encantaría hacer una película enorme allí. Es una experiencia que quiero tener". Eso sí, la chanza no le abandona cuando se le pide que nombre a su director ideal para esa megasuperproducción en la que ansía enrolarse. ¿Será Spielberg? ¿Scorsese? ¿Nolan? "Woody Allen. ¡Que sí, que sí, Woody Allen!".


Léa Seydoux


Me encantaría hacer una película enorme en Hollywood
Algo más seria se pone Seydoux si se le recuerdan los pitos de Berlín, que capturó con especial mala leche Jessica King en su crítica para The Playlist: "La reacción del público en el pase de prensa resumió perfectamente la estúpida grandilocuencia del proyecto por entero: en los momentos que debían resultar de silenciosa tragedia, la dramática revelación vino acompañada de una banda sonora compuesta por un par de cientos de silbidos y no pocos ronquidos". Seydoux no se despeina en el contraataque. "Es que me importa poco lo que digan los críticos. No es una película ni para ellos ni para los cinéfilos. Es un cuento de hadas para disfrutar en familia". Los números de momento le dan la razón. Casi dos millones de espectadores y 10 millones de euros en el bolsillo en su periplo francés, que aún continúa, y la pasada semana se estrenó con el número uno en Italia. Eso sí, como su presupuesto ronda los 35 millones de euros (y la regla no escrita para las películas grandes es de que hay que doblar para entrar en beneficio), no le llegará con haber goleado en casa.
En España, su debut ha sido tibio. Ante el (teóricamente) mejor público posible, los fans del fantástico de la semana Syfy, La bella y la bestia de Seydoux fue recibida con algún "¡Menuda merde!" durante la proyección y unos tibios aplausos en el final. También hubo quien se levantó de la sala y hasta el propio Noriega, que asumió con paciencia la caótica interacción entre Leticia Dolera y el público pasado de rosca y fiestero de la muestra, soltó una broma que sonó a profecía: "Ya me habían dicho que erais un público intenso, pero vamos, no esperéis ni de coña que me quede durante la proyección. Así que podéis darle palos a gusto". Seydoux no entra el trapo del mal boca a boca del filme. En lugar de eso, hace un chiste: "Pero La vida de Adèle sí tuvo buenas críticas, ¿no?". Y se ríe.



Jean-Baptiste Mondino / Charlotte Gainsbourg

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Jean-Baptiste Mondino
CHARLOTTE GAINSBOURG


Ajolote / El monstruo acuático mexicano condenado a desaparecer

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EL AJOLOTE

El ‘monstruo acuático’ mexicano, 

condenado a desaparecer

El ajolote es un animal prehispánico que habitaba las aguas del lago Xochimilco, al sur del DF

La contaminación pone en peligro la especie



    Un ejemplar en el ajolotario de Xochimilco. / SAÚL RUIZ
    "Los ojos del axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar", escribe Julio Cortázar en un cuento sobre esta especie prehispánica, originaria de México y condenada ahora a desaparecer en las aguas del lago Xochimilco, al sur del Distrito Federal. El ajolote (del náhuatl axolotl) es en realidad una salamandra que nunca llega a convertirse en adulta y que tiene la fascinante capacidad de regenerar partes del cuerpo perdidas, como una pata. Los últimos estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México vaticinan que su extinción podría llegar antes de 2020. Una terrible noticia, además, porque  el ajolote "no es un animal", decía el escritor argentino. Según la mitología, los mexicas consideraban a este la reencarnación del dios Xólotl, quien fue castigado a vivir como un monstruo acuático tras haberse negado a sacrificar su vida en el fuego para que el sol y la luna giraran. Su presencia en los murales de Diego Rivera y en los escritos de Octavio Paz, ha hecho de ellos un símbolo de México.
    El escritor Francisco Goldman lo define en una de sus novelas como un animal de “alegre cara extraterrestre y brazos y manos de mono albino”. Por su rostro, bien podría ser también el protagonista de una serie de dibujos animados, pero más allá de lo curioso de su aspecto, el ajolote vive una triste realidad: tiene los días contados. En el primer censo realizado en 1998 se encontraron en los canales 6.000 ejemplares por kilómetro cuadrado; en el 2003 la población bajó a 1.000 ejemplares por kilómetro cuadrado, y en el 2008 solo 100 ejemplares en el mismo perímetro, de acuerdo con la Academia Mexicana de Ciencias.
    Con la intención de contribuir a la conservación del entorno, la Unesco proclamó las chinampas de Xochimilco (pequeños terrenos, antiguamente flotantes, donde se cultivan flores y verduras) Patrimonio de la Humanidad en 1987. El reconocimiento ha estado en peligro debido al deterioro provocado por el avance de la urbanización. La zona de los canales, además, es un área recreativa recorrida de forma masiva por trajineras turísticas.
    Existen alrededor de 17 especies distintas y la disminución en la población se debe a la descarga de aguas residuales a los canales, la construcción de casas y la introducción de especies como la carpa y la tilapia que se comen a los ajolotes. “Las especies depredadoras fueron introducidas por el ser humano para pesca deportiva. Metiendo dos parejas es suficiente porque pueden poner unos 300 huevos aproximadamente. Los pobladores de la zona saben que no deben hacerlo, pero eso les permite que vayan turistas, lo que representa entrada de dinero”, asegura el biólogo Raúl Rivera Velázquez, de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM. El experto lleva seis años trabajando con estos animales. “Su piel es muy permeable, por lo que cualquier tóxico puede afectarles. Es por eso que ya no hay ejemplares en el lago de Xochimilco, porque las aguas han sido contaminadas”. En este sentido los ajolotes son muy delicados y cualquiera que trabaje con ellos debe guardar estrictas medidas de higiene: “Nuestra grasa, crema o residuos de comida en las manos pueden tapar sus poros y matarlos”, dice Jesús Correa, un joven de menos de 30 años que dirige el ajolotario La casita del axolotl, uno de los 20 centros dedicados a la reproducción del animal en el entorno de Xochimilco.
    Además de la pérdida del ecosistema, con el agua contaminada, y de la introducción de especies depredadoras en las aguas, Correa considera que el cambio de actividad productiva en la zona ha contribuido al deterioro en Xochimilco. “Antes se cultivaban solo hortalizas con el lodo de los lagos. Ahora se siembran plantas ornamentales, pero con tierra de cerros, por lo que el lodo va aumentando. A la vez, se aplican químicos y pesticidas y estos se derraman a los canales matando a los animales”.


    erwin stephan otto/ taller de animación/ ©patronato del parque ecológico de xochimilco, a.c.
    “Hay una contradicción entre el turismo, el crecimiento de habitantes en los alrededores de Xochimilco y el daño que todo esto provoca al medio”, afirma el director del parque ecológico, Erwin Stephan Otton, quien admite que no pueden dar una cifra exacta del número de ajolotes que quedan porque es difícil contabilizarlos.
    “Hay muchos centros que se dedican a la reproducción del ajolote. La mayoría se encuentra en óptimas condiciones y retienen una cantidad grande”, explica Jesús Correa. “Se está implementando la creación de refugios dentro de las chinamperías. La solución pasa por recuperar los canales y crear mientras un hábitat seminatural para los ajolotes, que no vivan más en tanques encerrados. Ahora se busca sacar a la especie del peligro de extinción. Después ya se podrán autorizar los usos”.
    Antiguamente el ajolote se empleaba en medicina para problemas respiratorios y desnutrición infantil, y también como alimento en algunos platos típicos de la gastronomía mexicana. “Ahora el comercio de ajolotes con estos fines está prohibido, por lo que su precio en el mercado negro ha aumentado: una pareja de dos años puede costar entre 2.000 y 2.500 pesos (entre 108 y 135 euros)”, afirma Correa.
    El cuidador reconoce que una vez, cuando era niño, probó la carne del ajolote. Hoy comenta que no podría: “Uno les agarra cariño con el tiempo”. Como el hombre del cuento de Cortázar, que vive obsesionado tratando de averiguar qué sufrimiento acompañará a esta especie, Jesús Correa mira las peceras: “La verdad, no sé qué crean. Tal vez sí sean conscientes de que los tenemos aquí para preservarlos, porque son los últimos, o quizás piensen que solamente los retenemos por gusto”, reflexiona antes de terminar la entrevista. Ya lo decía Cortázar, los ajolotes no son animales.




    LO QUE NO SABÍAS 
    DE LOS AJOLOTES

    Una curiosa especie que habita únicamente en las aguas de Xochimilco

    Los ajolotes son una especie de salamandras que vive exclusivamente en los lagos y canales de Xochimilco, en México.
    Además de su curioso aspecto, que incluye agallas externas color rosa en los especímenes albinos, tienen otra característica que las separa de las demás salamandras: viven exclusivamente en el agua. Aunque tienen la capacidad de vivir tanto dentro como fuera de ella, prefieren el fondo de los lagos para pasar los días.


    El tamaño regular de estos animalitos es de 15 centímetros pero pueden llegar a medir hasta 30. Son animales longevos, pudiendo vivir hasta 20 años en condiciones normales y su dieta consta principalmente de moluscos e insectos pequeños que encuentra en las aguas. Su color varía, existen ejemplares negros, cafés y los especímenes albinos son muy comunes sobre todo entre los criados en cautiverio.
    En la época del Imperio Azteca, el ajolote era utilizado como medicamento, alimento y objeto de ceremonias rituales por ser considerado la encarnación del Dios Xolotl, hermano mellizo de Quetzalcóatl. Según la leyenda, Xolotl huyó cambiando de forma hasta que llegó a las profundidades del agua para salvarse de la muerte.
    Axolotl (ajolote) en español significa Perro de agua y desde que se declaró como una especie en peligro de extinción por el deterioro de su hábitat y creciente demanda para fines gastronómicos, se imparten cursos y talleres para informar a la gente de cómo ayudar a conservar el hogar de este símbolo importante de la fauna mexicana.

    Fuentes: 
    - Animal Facts: Amphibians: Axolotl (National Geographic)
    Ajolote (Gobierno de la Ciudad de México, Delegación Xochimilco)



    Lea, además



    Julio Cortázar / Axolotl

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    Julio Cortázar
    BIOGRAFÍA
    AXOLOTL

    Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
    El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.
    En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.
    No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrecencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
    Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.
    Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
    Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
    Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.
    Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.
    Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
    Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.






    Mikael Jansson / Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos

    Léa Seydoux / Podría enamorarme de cualquiera, aunque no de una bestia

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    Léa Seydoux: 

    «Podría enamorarme de cualquiera, 

    aunque no de una bestia»

    La actriz pasa página tras «La vida de Adèle» 

    con una nueva adaptación de «La Bella y la Bestia»
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    Día 17/03/2014 - 10.34h
    De «La vida de Adele» a «La Bella y la Bestia». Un cambio de registro radical para Léa Seydoux, que olvida el ruido que generó la película de Abdellatif Kechiche con la última adaptación del clásico de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. «Una bella historia de amor y magia, un mundo fascinante», describe Seydoux por teléfono.
    La pregunta es obligada: ¿qué aporta este filme frente a la famosísima cinta de Disney «Esta versión es más feminista, Bella sabe lo que quiere, lucha y va a por ello, es más dura», aclara la actriz. Y aporta más diferencias: «Se centra más en una historia sobre la aristocracia. Los protagonistas eran ricos pero ahora son pobres y tienen que vivir en el campo. Están avergonzados porque ya no tienen dinero». A partir de ahí, lo ya sabido: el padre de Bella cae en las garras de la Bestia y su hija se sacrifica ocupando su lugar.
    A pesar del rechazo inicial que le provoca la desagradable y autoritaria Bestia, Bella acaba cogiéndole cariño hasta sentir el amor. ¿Podría ocurirle algo así a Seydoux, enamorarse de alguien que no le gustara en absoluto en un primer momento «Sí, aunque no de una bestia, sería difícil», confiesa entre risas.
    Para Seydoux, esta adaptación «es casi un videojuego». Es el sello de Christophe Gans, que regresa tras ocho años de ausencia. «Es una película cara, tardó más de dos años en lograr desarrollarla», explica la intérprete. Pero ha valido la pena: la cinta ha sido un fenómeno absoluto en Francia, donde 500.000 espectadores la vieron en su estreno y lleva recaudados más de 10 millones de euros.


    «Se está perdiendo la magia»
    Los videojuegos, precisamente, han venido a sustituir a los libros, como el que inspira esta película, en las habitaciones de los niños. «Cuando era pequeña me contaban muchos cuentos. Ahora tienen juegos interactivos. Es una pena, se está perdiendo la magia», reflexiona Seydoux.
    La actriz, que optó al Bafta a la mejor estrella emergente, comparte cartel con Vincent Cassel como la Bestia («me impresionó mucho, es uno de los mejores actores de Francia») y el español Eduardo Noriega como el rufián Perducas. «Fue muy agradable. Hizo una escena conmigo, en la que intenta matarme, y yo tenía que gritar. Es algo que no me gusta, me resulta duro. Me dijo que me sintiera cómoda y me ayudó mucho», relata.
    Apenas un momento incómodo en un rodaje agradable, el de una película familiar con la que cambia el chip tras la transgresora «La vida de Adèle».




    Lea, además


    Léa Seydoux / La bella y la bestia

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    Léa Seydoux
    LA BELLA Y LA BESTIA
     "Estuvimos tres meses y medio sin ver la luz del día"

    El misterio, la parte oculta, el enigma que esconde un comportamiento tan reservado, o simplemente el ser distinto al resto hacen que muchas mujeres emprendan una imprudente gesta para demostrar que tras una armadura de tipo duro se encuentra el príncipe azul con el que toda niña sueña. Esta teoría vuelve a irrumpir en la gran pantalla de la mano de Christophe Gans.
    El directot estrena 'La Bella y la Bestia', una novedosa adaptación de la novela de Madame de Villeneuve. Sus caras visibles, Vincent Cassel, Léa Seydoux y Eduardo Noriega. Hablamos con la actriz francesa sobre su papel como Bella en el filme.



    ¿Cómo reaccionó cuando le ofrecieron el papel de Bella?

    Me sentí muy halagada y enseguida pensé que quería participar en la película.
    ¿Tuvo alguna corazonada sobre la película?
    Tuve una especie de premonición mientras rodaba 'Sister' de Ursula Meier. Me imaginé lo genial que sería trabajar en una adaptación cinematográfica de un cuento de hadas, me veía haciendo 'La bella durmiente', por ejemplo. La idea fue cogiendo fuerza en mi cabeza, todavía no había empezado la película de Kechiche, y entonces me propusieron 'La Bella y la Bestia'. Acepté nada más leer el guión, a sabiendas de que además de una historia maravillosa, estaría compartiendo cartel con Vincent.
    ¿Le ayudó imaginarse a Vincent en el papel de Bestia?
    Sin duda, pero lo que más me motivó fue que este cuento de hadas siempre me ha inspirado mucho. De niña vi un montón de veces la versión de Cocteau. Leía cuentos de hadas, veía clásicos de Disney como 'Cenicienta' y 'La bella durmiente', y me sentía muy identificada.
    ¿Con algún personaje en particular?
    Sentía gran afinidad con la Bella Durmiente y con Cenicienta. No voy a entrar en detalles, pero hay bastantes parecidos. El caso de Bella es diferente: ha perdido a su madre y vive con su padre. Me parece un personaje muy mágico. A día de hoy me sigue impresionando la belleza y riqueza de la película de Cocteau y la espectacularidad de unos efectos especiales hechos con tan pocos recursos.
    Dicen que no le ha costado nada adaptarse a este mundo...
    Me he sentido muy cómoda porque todavía lo siento muy cercano. De niña, los cuentos de hadas ya me tocaban la fibra sensible al hablar de cambiar tu destino, coger las riendas de tu vida y tomar tus propias decisiones. Ahora disfruto contándoles esos cuentos a mis sobrinos. A los niños les encantan, pero los adultos también disfrutan de estas historias porque entendemos las metáforas y la mentalidad de los personajes.
    ¿Se refiere a cómo cambia Bella al conocer a la Bestia?
    Por supuesto, es la historia de una joven que abandona su hogar en busca del amor.
    Cuando leyó el guión, ¿se imaginaba a André Dussollier como su padre?
    No, pero cuando nos conocimos fue todo muy natural y establecimos una relación paterno-filial enseguida. He de decir que nos llevamos muy bien nada más conocernos. Además, admiro su dicción, su forma de elegir las palabras, su tono de voz. Se ha formado en el mundo del teatro, por lo que su parlamento siempre tiene una cualidad muy nítida y transmite sus intenciones de una forma muy clara. Ese estilo interpretativo se ha perdido un tanto últimamente, pero me intriga mucho y me anima a probar suerte sobre las tablas.
    ¿Cómo ha sido trabajar con Vincent ?
    Ha sido genial, aunque llegué con un poco de miedo. Vincent impone bastante. Al principio tenía que esforzarme por no soltar una carcajada. Me costaba mucho no reírme al verle porque iba caracterizado, pero había que imaginarse la cabeza de Bestia porque durante el rodaje Vincent llevaba la cara llena de marcas y un casco verde. Tenía que imaginarme que estaba interactuando con una bestia terrorífica, sabía cómo era porque la máscara ya estaba fabricada y la había visto. Se le veía sudar un montón con el traje, pasaba mucho calor. Me dijo que perdió 10 kilos durante el rodaje.
    ¿Cómo ha sido llevar esos vestidos?
    Son impresionantes. Creo que contribuí un poco al diseño porque hablaba mucho con Christophe, estábamos en la misma onda, nos emocionaban las mismas cosas. En cuanto a los vestidos, él quería ceñirse al estilo imperio, que me parece precioso, pero le comenté que era una pena limitarnos a una época y que deberíamos aproximarnos más al concepto de los vestidos de las princesas, con cinturitas de avispa y faldas que fluyen hasta el suelo con mucho vuelo. Creo que tuvo en cuenta mi opinión.
    ¿Llevar esos trajes ayuda a meterse en el papel y en la película?
    Desde luego, pero no solo en esta película sino en todas. El vestuario es una parte fundamental de la actuación porque encierra las claves del contexto, del personaje y de lo que expresa ese personaje. En 'Adios a la reina' casi se me olvida que llevaba un traje de época, porque siempre llevaba el mismo. En cambio en esta película me he podido poner varios vestidos de princesa maravillosos. Me hizo pensar en lo mucho que van a disfrutar todas las niñas que vean el filme.
    ¿Cómo ha sido recorrer esos decorados?
    Algunos son impresionantes por su belleza, como el comedor o la habitación de Bella, pero muchas veces hemos rodado con croma, así que había que echarle mucha imaginación. Me he quedado muy sorprendida al ver posteriormente los efectos especiales, porque casi se me había olvidado que tenían que añadirlos.
    A toro pasado, ¿qué ha sacado de esta experiencia?
    Ha sido bastante complejo, porque llegados a un punto se impone la tecnología y eso limita la libertad de expresión de los actores. Pero lo más difícil fue pasarnos tres meses y medio sin ver la luz del día. Rodamos en Babelsberg cerca de Berlín en pleno invierno, y solo teníamos unas cuatro horas de luz al día. Rodábamos siempre en el estudio, con un vestuario impresionante, grúas y equipo por todas partes, todo muy técnico y con las escenas desordenadas. Físicamente fue duro, pero mentalmente ha sido un reto genial. Nos hemos llevado todos genial. He congeniado especialmente con Christophe, hemos formado un equipo genial. A los dos nos tiran mucho las cosas mágicas. La experiencia ha sido muy agradable. Si tuviera que repetirlo, lo haría encantada. En el fondo me ha gustado esto de trabajar en una superproducción.

    EL MUNDO



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    Vincent Cassel / Todos los actores somos actrices

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    Vincent Cassel

    "Todos los actores somos actrices"


    El feo más guapo del cine europeo actual estrena nueva versión de ‘La bella y la bestia' y protagoniza la portada de ICON, que se entrega este jueves con EL PAÍS

    Aunque tenga pinta de bruto, confiesa sentirse como una bella de hermosos pechos



    La portada del nuevo número de ICON, por los fotógrafos Belloso y Estévez
    Más hombres, más estilos y más tendencias. ICON, la revista masculina de EL PAÍS, vuelve a los quioscos el próximo 6 de marzo (2014) con el actor francés Vincent Cassel en su portada. En una entrevista realizada en París, el protagonista de El odio, de Mathieu Kassovitz, explica cómo consiguió distanciarse del epíteto de icono generacional que se le colgó después de aquel estreno. Y quien ha sido llamado el feo más guapo del cine europeo, se sincera además sobre su inconfundible rostro (“No me considero guapo”, se sincera. “Siempre he creído que tengo una cara extraña”) mientras, por último, se desprende de los tópicos sobre su notable masculinidad: “Todos los actores somos actrices”, asegura. "Dicen que soy un tipo femenino porque sé usar mi instinto".
    En el número, que estará disponible el primer jueves del mes con EL PAÍS sin coste adicional y que luego se podrá adquirir en quioscos por tres euros como es habitual, también se incluye una entrevista al venerado escritor y periodista Tom Wolfe. Cumpidos los 82 años y después de haber reinventado la literatura y el periodismo, Wolfe comparte con ICON, sus recuerdos cubriendo las turbulencias sociales del años sesenta (“Hubo gente que me metió drogas en la comida, pero no LSD gracias a Dios”) y unas enemistades que todavía tiene energía para alimentar: “Lamento no haber sido más mezquino con Norman Mailer. Lo intenté, pero no fue posible”, cuenta.

    El número también incluye una entrevista con el escritor Tom Wolfe
    En la revista se explora además el valor de la excentridad dentro de una cultura. En un reportaje titulado Descaro, genialidad y otras rarezas, se estudian grandes excéntricos del extranjero como Albert Einstein, que solo rellenaba su pipa con el tabaco sacado de colillas que recogía por el suelo, Oscar Wilde, que sacaba su langosta a pasear, o John Mytton, que llegaba a las cenas a lomos de su oso. Se estudia el vínculo entre ser raro y ser creativo ("Los individuos que son creativos tienen pensamientos extraños", asevera una psicóloga en estas páginas) y se busca un motivo a la falta de excéntricos en la cultura española: "Es la tierra en la que para triunfar es menester no molestar a nadie", sopesa Carlos Primo, coautor del estudio sobre el dandismo Prodigiosos mirmidores.
    El cuarto número de ICON –en febrero no hubo número porque el de enero era doble, algo que sucederá también en julio-agosto– contiene otro reportaje en el que se cuestionan las verdaderas intenciones deSilicon Valley: ¿cómo puede un lugar que todavía vive de su imagen de icono de progreso y el interés por la ciencia haber fomentado tanto la sociedad desigual que hay en Estados Unidos? Titulado ¿Recuerdan cuando Silicon Valley iba a cambiar el mundo?, el reportaje estudia también las poco conocidas relaciones entre la meca de la tecnología y la política estadounidense.
    Hay también, complementando el número, un reportaje de moda de la mano del mítico fotógrafo Michelangelo Di Battista. Se describe asimismo cómo es un vuelo en el Airbus 380 (el avión comercial más grande del mundo) y se entrevista al escritor Mark Z. Danielewski (autor de La casa de hojas), a los dueños del imperio DSquared2 y a la it girl del momento, Poppy Delevigne. El primer gran relaciones públicas de España, Javier Escobar, comparte también sus recuerdos y confiesa cómo afronta el futuro.




    Emmanuelle Béart / Bella desnuda

    Emmanuelle Béart / El pintor y la modelo

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    Emmanuelle Béart

    La Belle Noiseuse

    EL PINTOR Y LA MODELO

    Entrevista realizada por Antoine de Baecque
    Cahiers du Cinéma número 447.




    La Belle Noiseuse no es tu primer encuentro con Jacques Rivette
    No. El primer encuentro fue para Hurlevent. Quedaron dos parejas posibles para la película tras los ensayos, es extraño: por un lado estábamos David Bursztein, que es Nicolas en La Belle Noiseuse, y yo, por otra parte Lucas Belvaux y Fabienne Babe. Creo que a Rivette le parecimos demasiado “románticos” y eligió a los otros. Luego nos rondamos el uno al otro, varias veces. Me propuso hacer un proyecto, con Jeanne Moreau, sobre el teatro, que no se hizo. Finalmente mientras rodaba con Scola en Italia recibí las veinte páginas que presentaban La Belle Noiseuse y me parecieron magníficas.

    Luego el rodaje comenzó en julio de 1990…
    Primero hubo un largo acercamiento, lo cual me soprendió porque no estoy acostumbrada a trabajar así. Pero me gustó mucho ese momento. No me sentía arrojada brutalmente dentro de la película. Me pareció formidable que alguien como Rivette viniese poco a poco a verme, que cenásemos juntos, hablando de todo. Aprendimos a conocernos, nos pusimos en confianza. Recuerdo particularmente una vez en que me dijo: -“háblame del pasado de Marianne”… No sabía si tenía que hablar de mí misma o inventar. Me dijo que inventase. E inventé. No guardó nada de eso, pero con todos los pedacitos de conversación construyó un personaje.

    ¿No tenías miedo de entrar en la “familia Rivette” o entre “sus mujeres”?
    Jacques está rodeado de mujeres. Es sorprendente. Es bello y conmovedor. Pero la “familia” Rivette no era un problema para mí. Lo que me interesaba era el papel que me proponía y su manera de trabajar. Él y sólo él. No tuve miedo de un colectivo en que no podría integrarme. Me da más miedo hablar con los Cahiers du Cinéma que ir a ver a Rivette… Es verdad que existen ciertas relaciones de celos entre las actrices respecto a Jacques. Porque cuando se interesa por ti quieres guardarlo para ti sola. Cuando trabajamos es de una precisión tal, de una atención tal, que una tiene miedo de que el trabajo se relaje cuando nos dirige en grupo, junto a los otros. Por ejemplo cuando salí de las tres semanas de rodaje en el taller y volvieron los otros personajes, cuando Jacques se interesó de nuevo por ellos, por Jane, sufrí como un niño abandonado. ¿Dónde se había metido mi director, el mío?





    El rodaje de La Belle Noiseuse comenzó por dos semanas de puesta en situación, donde Rivetterodó la llegada de los personajes, la cena, la visita del taller. ¿Era eso necesario, como una especie de calentamiento?
    Era una presentación. Cada uno se mostraba. Jacques quería absolutamente rodar en orden cronológico. Yo estaba en la espera de lo que iba a suceder en el taller, en la desnudez del personaje. Eso me angustiaba mucho.

    Para ti el taller era ante todo la prueba de la desnudez. ¿Cómo la afrontaste?
    Sabía por supuesto antes de hacer la película que el tema era ese cuerpo desnudo. Recuerdo el día en el que le dije que sí a Jacques. Enseguida me habló del desnudo. Es muy púdico y yo también. Siempre había pensado que rechazaría las películas con desnudo porque son ante todo películas de sexo. Y a mí me fastidia. Pero cuando Rivette me dijo: -“¿El desnudo es un problema?”, yo le respondí: -“no, no es un problema”. Porque me parecía apasionante abordar de verdad el desnudo, sin falsa estética. En la película el desnudo es el estado bruto, es una arcilla que es amasada, de la que se saca un brazo, una pierna. Quería mostrar eso, el cuerpo desnudo más allá de las poses de la estética convencional, los brazos que cuelgan, en la primera escena de desnudo, por ejemplo, o el pecho encogido, o las piernas abiertas. Esa idea, para ser sincera, me asustaba un poco. Pero me parecía bien abordar el desnudo de esa manera. El desnudo como un bloque en bruto que poco a poco iba a tomar unas formas, y luego otras. Me decía para tranquilizarme que era un poco como ir al médico, sobre todo al principio del rodaje de esas secuencias. Mostrarse desnuda sin emoción sexual, para desanimar al voyeurismo, pero siendo mirada, escrutada. Cuanto más avanzaba el rodaje más se tenía que acercar mi desnudez al estado de abandono total que permitiría al pintor y a Jacques mirar los músculos, la carne, una anatomía de modelo.



    Pero la historia de tu desnudez es también una rebelión: tomas en mano tu cuerpo y lo ofreces tú misma a Frenhofer….
    Sí. Al cabo de un momento la actividad pasa del lado del modelo. Al principio Jacques no lo veía del todo así, pero sentí tal violencia ante ese estado de abandono del modelo que me rebelé instintivamente. Hice del personaje alguien que decide tomar en mano el cuadro, provocar al pintor, removerlo. Mi relación con la desnudez cambia entonces. Es cierto que también viví este rodaje como una aceptación progresiva de mi propio cuerpo, tras un primer momento de reticencia, un segundo de abandono, un tercero de rebeldía y luego un cuarto de creación. Estar desnuda en el taller se convertía en un placer natural y creativo: todo lo contrario de algo malsano.

    Sin embargo en la dramatización de las secuencias del taller las poses parecen cada vez más dolorosas.
    Es realmente la actriz quién soporta en primer lugar, ella sola, ese aspecto dolorista. Hubo auténticos momentos de tensión, que de hecho en la película pueden terminar con un ataque de risa o con lágrimas, con llanto. En ciertos momentos ya no sentía nada, ya no me podía mover.

    ¿Que le decías a Rivette entonces?
    Tuve, por supuesto momentos de rebeldía.

    Está integrado en la tensión dramática de la película misma…
    No lo sé. No nos dijimos directamente esas cosas. Eso se ve en el cuerpo, pero permanece a pesar de todo en el campo del secreto. Rivette me dijo un día: “creo que no hemos hecho la película que estaba prevista”… Mi actitud frente a él, con él, mi rebeldía tanto como mi placer, han hecho que las cosas no sucediesen exactamente tal y como él las imaginaba. En ciertos momentos yo retomaba mi personaje, su cuerpo, y lo relanzaba en una dirección que no se esperaban ni Rivette ni Piccoli. Llevaba un diario y todas las noches escribía en él palabras dirigidas a Rivette, que no le mostraba, por supuesto, pero con las que podía decirle todo. Eso me ayudaba a sentirme mejor a y a ver mejor hacia dónde iba.

    ¿Llevar un diario durante un rodaje es algo habitual en ti?
    No. Esta vez sentí una necesidad real. No podía hablar. Eran cosas que debía guardar para mí misma. A partir del momento en el que acepté el papel, cono todo conocimiento de causa, no podía parar o minar el rodaje con conversaciones demasiado largas o demasiado delicadas con Rivette. Tenía simplemente la necesidad de liberarme, de desahogarme, de decirle mierda a Jacques, pero también de reflexionar y de dominarme. Era eso mi diario de La Belle Noiseuse. Es muy violento. Pero Jacques siempre sintió esos momentos, los más difíciles para mí. Siempre vino hacia mí cuando tenía que hacerlo. La primera vez que me desnudé, tras la toma, me fui a un rincón para aislarme, para tener un poco de soledad. Me sentía muy mal, realmente al borde del desmayo. Estaba humillada. Él vino. Me encontró en mi escondite y me dijo: “Eres bella, eres muy bella.“… Eso me ayudó mucho. Era una manera de decirme que habíamos tenido razón de hacer todo esto juntos. Teníamos los dos el mismo miedo del desnudo, por pudor, por timidez, pero a partir de ese momento sabíamos que iríamos hasta el final de la película.

    Con Michel Piccoli, que miraba tu cuerpo, más que con otros sin duda, las relaciones debieron de ser…
    …formidables. Michel me dijo en seguida que si había la más mínima mirada o gesto, le más mínimo detalle de su parte que pudiese molestar, tenía que decírselo inmediatamente. Jacquesse acostumbró a mi desnudez, tenía que darme indicaciones de interpretación, venía a verme mientras estaba desnuda. Michel, él, una vez que se terminaba la toma, desviaba sistemáticamente la mirada. Esas dos actitudes en seguida me pusieron en confianza. No había ninguna “habladuría” en este rodaje, todas las relaciones pasaron a la película. Todo está en ella.







    Otro personaje estaba presente: el pintor, Bernard Dufour.
    Durante el rodaje hizo fotos. Nos encerramos y yo posé desnuda para él, en poses cercanas a las de la película, pero al mismo tiempo bastante diferentes, poses de pintura.

    ¿Nunca habías posado para un pintor?
    No. Incluso lo habría rechazado. De hecho las poses eran bastante perturbadoras para mí, bastante violentas. Un poco como si hubiese vivido dos veces la película. Bernard Dufour me ayudó mucho a sentir la evolución de las poses que yo debía llevar a la película. También me hizo comprender la fatiga del modelo y su necesidad para el pintor, para su mirada. Ese estado de transpiración, de febrilidad, que es al mismo tiempo aterrador y exaltante porque una acaba por sentir la más mínima parcela de su cuerpo. Por ejemplo el momento en la película en que antes de la pose me quedo dormida es una experiencia que me había sucedido después de la sesión de fotos con Bernard Dufour. Con él tuve por lo tanto una relación un poco particular. Me pintaba “de verdad”, tenía más una relación de seducción, para que hiciese un cuadro que me gustase, para que mi cuerpo le inspirase algo.

    En los esbozos, los cuadros de Dufour hechos en el rodaje, ¿te reconoces?
    No, la verdad es que no. Pero pienso que es normal. Tengo la sensación de tener nalgas como toneles, pechos tres veces más grandes. Provoqué su imaginario.

    En la película, sin embargo, se ve que tu cuerpo es realmente el de un modelo, que sus formas se organizan, o se desorganizan, en función de la mirada del pintor, que no es para nada un cuerpo de maniquí posando en una revista, que no está conforme a lo cánones de la moda.
    Hace años que me dicen que no estoy a la moda, que no tengo una gran boca lo suficientemente pulposa, ni nalgas de tal manera, ni pechos de tal otra… Mi cuerpo no corresponde al de una maniquí. Pero en la película toma una verdadera vida que no tienen las maniquís que posan en las revistas. Me parece que, en esta película, tengo un cuerpo pleno, un cuerpo de modelo, efectivamente, con formas que inspiran a la mirada.

    ¿A la mirada del pintor como a la mirada del cineasta?
    Sí, aunque de manera diferente. A decir verdad no hay más que una mirada en la cual no quise pensar nunca el rodaje, sino no habría aguantado, y es la del espectador. Es esa la que temo.

    De hecho no asististe a las proyecciones de la película, ni en Cannes ni en la Cinemathèque.
    Cuando vi la película, tapándome los ojos, espera que le sucediese lo mismo que al primer cuadro de Frenhofer: que lo emparedasen para que las personas exteriores no la viesen. Tuve bastante miedo, lo confieso, del estreno de la película, de las fotos en la prensa, de la reacción de la gente.

    Y tú, personalemente, ¿cual fue tu reacción al ver tu cuerpo en La Belle Noiseuse?
    Me sentí muy perturbada. Era muy extraño. Quería que la película fuese emparedada, negada a la vista de los otros, y que me fuese dada a mí, como el más bello testimonio de mis veinticinco años. Pensé inmediatamente, es raro, que cuando fuese más mayor sería maravilloso para mí verme a los veinticinco, así, desnuda, sin superficialidad, con muchos fragmentos de lo que soy, con muchas de mis palabras. Es Emmanuel a los veinticinco.

    Pero Rivette ha captado con la misma justeza una mujer joven de veinticinco años, una mujer de cuarenta y un hombre más mayor, de sesenta…
    Jacques ha contado muchas historia. El miedo a la edad y a la impotencia que la acompaña, la muerte de la pareja. Es una película sobre el envejecimiento donde encarno el principio de una cadena que llega hasta Frenhofer. No me daba realmente cuenta de todo eso al llegar al rodaje, vino más bien durante, y sobre todo al ver la película. Pero ese miedo a envejecer, ese miedo a no gustar ya, a ser remplazada, creo que a lo veinticinco ya lo tengo.










    Rivette utiliza planos muy largos. ¿Cómo reaccionaste a eso?
    Creo que es algo que sentí por primera vez: tener tiempo. Tener el tiempo real de actuar, el tiempo de escuchar, el tiempo de estar desnuda, el tiempo de sufrir. Hasta ahora tenía más bien la impresión de que había que precipitar las cosas, que había que responder al instante, en una toma. Jacques ralentizó todo eso. Me ha enseñado a escuchar los silencios o la voz del otro. Pero, por mi parte, también he provocado primeros planos sobre mí…

    Es cierto que la película está muy fragmentada para una película de Rivetteel plano contraplano es casi una figura dominante.
    Pensaba que era muy importante que se viesen las miradas, ver los ojos de Marianne y luego ver los ojos del pintor. A menudo tenía ganas de atraer la cámara hacia mí, de aspirarla hacia mi rostro, sin duda para protegerme un poco, sin duda también para participar mejor en la película. Eso Jacques debió de sentirlo. Nunca le pregunté nada directamente, de todas maneras Rivettehace a menudo lo contrario de lo que se le pide y es mejor así, pero entré en la película a mi manera.

    Los planos largos son también momentos de azares posibles, de momentos robados. Para un actor son cosas difíciles de controlar.
    No tuve esa sensación en el rodaje de La bella mentirosa. No hubo nunca necesidad de improvisar, por ejemplo, cuando eso era algo de lo que tenía un poco de miedo. Al contrario, el marco de Rivette es muy riguroso. La secuencia del estallido de risa también fue rodada dos veces, una primera vez la noche, una segunda por la mañana. Jacques Rivette siempre se negó a robarnos algo. Tomó lo que le dimos y que él por supuesto había pedido, eso es todo. La noción de riesgo y de salto al vacío la sentimos, sí, puesto que recibíamos el texto por la noche o la mañana misma del rodaje, sin conocerlo antes, lo que exige una gran concentración, pero improvisación no hubo. El rodaje era más bien concentrado, habitado por tensiones, no siempre se sabía a donde se iba, pero íbamos con rigor y concentración. En la primera toma “probábamos”, como decía Jacques, pero luego llegaba, como un ratoncito, y de manera sorprendente decía cuatro o cinco cosas, muy precisas, que hacían en la segunda toma todo funcionaba. Nunca me puso totalmente en peligro para luego robarme una mirada o un plano. Al revés, estaba muy presente. Jacques, en el taller, por el hecho de la desnudez, no podía para nada permitirse el dejarme en la imprecisión. Si hubiese estado desnuda sin saber qué hacer habría sido insoportable. De hecho quizás Rivette no trabajó como suele por el tema de la película y el comportamiento de los actores.

    ¿Esta noción de trabajo era muy importante en la película?
    Sí. Mucho. Cada uno tenía su espacio en esa gran casa. Una habitación para la escritura, por ejemplo, en la que no me atrevía a entrar, al igual que los escritores no podían venir al taller en el que y rodaba. Creo que hay que tomarse la palabra “taller” al pie de la letra, como si por toda la casa estuviesen funcionando pequeños talleres, como una colmena. A partir de las nueve de la mañana cada uno estaba muy concentrado, absorbido por su tarea y eso es muy inhabitual en un rodaje. La verdadera relación entre los talleres se establecía por la noche: nos contábamos nuestras experiencias del día. Y luego nosotros, los actores, nos íbamos a descansar y los otros preparaban el rodaje para el día siguiente. Pienso que Jacques debió de dormir muy poco…

    Vayamos a la última parte de la película, la salida del taller y la comedia final. Después de tres semanas de encierro en el taller debió de ser muy perturbador.
    Estábamos completamente perdidos. Y yo un poco abandonada, pero la película lo quería así. Durante uno o dos días todo el equipo, Michel, yo, Jacques, los guionistas, el sonido y la luz, todo era evanescente.

    Todo eso está en la película, se ve.
    Es cierto. La película cuenta todo eso, los momentos muy rápidos, donde todo avanzaba paralelamente, en todos los talleres, y los momentos de duda, en los que todo se ralentizaba, en los que daba un poco de miedo. ¿Y mañana? ¿Qué vamos a hacer mañana? Pero hacía falta parar las secuencias de pose en el taller. Era inagotable, pero había que parar. Menos mal que teníamos poco tiempo, porque sino pienso que nunca habríamos salido de allí. Marianne  es un personaje que realmente se formó ahí. Era bastante bello, de hecho, porque normalmente, con un guión escrito, se tiene la vida muy dirigida, llena de imposibilidades. Aquí lo que estaba bien era la impresión de estar realmente integrada en la película, como un guionista o un director, de poder cambiarla, acelerarla o ralentizarla. Me convertí un poco en directora. Nunca antes había tenido esa sensación de que nada estaba escrito, nada decidido, nada cerrado. Eso me había hecho sufrir en otras películas. En Manon des sources en una escena no tenía ganas de llorar, o no tenía ganas de acabar con el institutor, y Berri me dijo –“¿Quieres reescribir a Pagnol?” Tenía diecinueve años y sí, quería reescribir a Pagnol. Mientras que con  Rivette tuve una verdadera sensación de libertad, una sensación muy bella. Por eso siempre le estaré agradecida a Jacques. Es su integridad lo que me sorprendió. En el mundo del cine se habla de dinero, de taquilla, de “actores-kleenex” que se toman y se tiran, y cuando llegas a él, al rodaje, él confía en ti, te implica y te da libertad. Es terriblemente sano. Para mí fue algo muy bello el descubrir a alguien como él.




    Stéphane Audran / Desde Francia con amor

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    Stéphane Audran
    La mujer infiel, de Claude Chabrol 

    Stéphane Audran

    DESDE FRANCIA CON AMOR
    GALERÍA





















































    Claude Chabrol / La mujer infiel

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    Claude Chabrol
    La mujer infiel 
    1969


    Claude Chabrol, uno de los más ilustres representantes del cine francés, del cine europeo, durante la década de los 50s (finales) y 60s nos brindó, película tras película, genialidad tras genialidad, fueron décadas repletas de obras maestras, un auténtico apogeo del cine francés, personificado en una agrupación de prodigiosos realizadores que maduraban y cuajaban cada vez más su refinado estilo, haciéndolo referencia del séptimo arte mundial, eran los años de la Nouevlle Vague, la Nueva Ola francesa. Es Chabrol uno de los más brillantes exponentes de esa generación, y es esta una de sus películas mayores, uno de sus máximos trabajos. Este filme es Chabrol en estado puro, Chabrol a su máxima potencia, todas las directrices, obsesiones, especialidades y recursos del realizador son plasmados en esta cinta, que forma parte de su primera etapa, probablemente la más hermosa visualmente y una de las más profundas en cuanto a tratamiento de personajes se refiere. Esta cinta también es un bellísimo homenaje a la mujer que volvió loco al maestro, la no menos bella Stéphane Audran, una mujer imperial, hermosa, de la realeza del cine francés, tantas veces utilizada por los más prestigiosos cineastas europeos, pero que encontró en su esposo, Claude Chabrol, al artista que sería capaz de sacar lo mejor de ella, y la mutua colaboración de estas figuras produciría muchas de las piedras angulares del cine de este país.





    El filme, desde el inicio, empieza de manera excelente, con una clara advertencia del director, al mostrarnos una entrañable imagen de familia perfectamente feliz, pero esa imagen se desvanece, mientras la música también nos advierte de que lo que ven nuestros ojos no es todo lo que hay ahí, nos advierte de que algo trágico, siempre latente, está a punto de estallar. Hélène Desvallées (hermosa la Audran) yCharles Desvallées (Michel Bouquet) son un matrimonio burgués francés, tienen un pequeño y brillante hijo, que prefiere leer libros en vez de mirar la estupidizante televisión. Los esposos se encuentran en una pequeña crisis, que se encargan de esconder muy bien, él sospecha tibiamente de que ella lo está engañando. Pero, teniendo una más que atractiva y elegante mujer en su cama, Charles se muestra indiferente con ella, la ignora casi, mientras su mujer se muestra aparentemente no tan distante. Pero él parece querer enmendar la situación, querer acercarse a ella, le propone una salida a un night club con unos amigos, y pasan un buen rato ahí, pero en realidad sus dudas no hacen más que acrecentarse. No soportando la desconfianza e incertidumbre, pide a un amigo detective que siga a su mujer, y que averigüe la identidad del amante, cuya existencia ya casi no duda. Inicia su misión el clandestino sujeto, y averigua queciertamente tiene un amante, un escritor llamado Victor Pegala (Maurice Ronet), poseedor de considerable fortuna con el que ella se cita frecuentemente, y le da a Charles una fotografía de él con su dirección.







    Hélène sigue frecuentando a su amante, sigue manejando su doble vida, mientras sorpresivamente, Charles va a visitar a Victor, afirmando que sabe de su existencia pues la misma Hélène se lo contó, con lo que, pasada la sorpresa, logra cierta confianza y obtiene datos de parte del amante. Es una secuencia maestra, el engañado esposo habla con el amante que ignora la verdad, charlan como dos camaradas, beben whisky, pero al saber más detalles, la presión y humillación abruman a Charles, que elimina a Victor de un golpe en la cabeza, limpia la escena del crimen, la casa del propio muerto, envuelve el cadáver en unas sábanas, y lo saca en auto, frío, ensimismado. En su huida, tiene un pequeño accidente de tránsito, lo que aumenta la tensión al acercarse la policía, y él con su fatal carga, pero sale de ello y arroja el cadáver en una laguna pantanosa. El matrimonio prosigue con su vida, mientras la policía va a interrogarla, uno de ellos es el oficial Duval (Michel Duchaussoy, que ese mismo año sería protagonista de Que La Bête Meure), por encontrar su dirección en la agenda del presuntamente desaparecido escritor. Hélène se ve obligada a narrarle a Charles, solo hasta cierto punto, por supuesto, que conoce a Victor, mientras él escucha lo que le cuenta, atento, inquisidor, conocedor silencioso de todo, son secuencias de tensión. El matrimonio se va desmoronando, y ese deterioro se hace notar en el trato a su hijo, que siente cómo se va descomponiendo el núcleo familiar. La policía parece no encontrar nada, pero la que sí encuentra algo es ella, la foto de Victor que el detective le dio a Charles, ahora ella lo sabe todo, quema la imagen y en una secuencia memorable, ella camina, va pensando en todo lo sucedido, y a su inicial expresión de sorpresa e incredulidad, le sigue una extremadamente fría y distante sonrisa, ella lo sabe todo y lo acepta, mientras ve en silencio que la policía se está llevando a Charles, todo está consumado. 






    Chabrol nos da una de las muestras más puras de todo su talento, donde plasma gran cantidad de los recursos y obsesiones que pondrá en escena el resto de su carrera. Empiezan a tomar forma ya los integrantes de su célebre trío, Charles, Hélène y Paul, integrantes perennes del triángulo amoroso siempre presente en las obras del francés, que muchas veces ni siquiera cambiarán de nombre pues simplemente variarán matices de sus personajes, el engañado, el amante y la mujer adúltera. Esta trilogía empieza a tomar forma definitiva por estos años, y nos entregará más memorables películas en los próximos. Es muy remarcable que en esta cinta Chabrol utiliza, como en muy pocas otras, la música de manera magistral, para generar un ambiente que sirve de providencial apoyo a la narración, pues se convierte la bella y clásica música en un elemento narrativo, a la vez que expresivo. Ese acompañamiento musical nos puede transmitir la sensación de que, aunque no esté pasando nada malo, parece que sí sucederá, sobre todo en la parte inicial, cuando el hermoso cello y el piano crean un ambiente de tensión, de que definitivamente algo está mal, de que hay mucho más entre los protagonistas de lo que vemos. En otros momentos, la música es utilizada para retratar un momento demencial, de desquicio, como lo es el momento post asesinato de Victor, la huida de Charles, es representada como el punto de no retorno, una música demencial y desquiciante nos ilustra el viaje del asesino, y es que la música siempre persigue un propósito: reforzar determinado momento, y vaya que lo logra.





    Otro punto alto de la cinta es la impresionante interpretación de la bella Stéphane Audran, que nos entrega una de sus mejores actuaciones, y todo esto potenciado de magistral manera por su esposo. Chabrol realiza un casi endiosamiento de su mujer, ella es la dueña total de sus escenas, se pinta las uñas, muestra sus largas piernas, por momentos se siente que no actúa para nosotros, sino actúa para Chabrol, la genuina pasión entre ellos se siente. La cinta es un homenaje a ese bello monumento de actriz, tan hermosa, el director hace una magnificación de su presencia, de su belleza, ella es el motor de todo, con su piel muchas veces al descubierto, es la dueña indiscutible de la pantalla. Asimismo, mencioné que Chabrol utiliza a su máxima expresión muchos de sus recursos omnipresentes en su carrera, como el estudio abrumador de la psicología de sus personajes, esto se retratará en la soberbia e inverosímil secuencia de ambos hombres conversando en la casa del amante, el rostro de Charles es un poema, interacción con el amante de su mujer, situación tan inverosímil pero a la vez que se siente como algo mundano, de la vida real, durmiendo con el enemigo. Chabrol lo retrata con mano maestra, y finaliza esta impresionante secuencia con algo a la altura, el rápido asesinato, con un busto, que, por cierto tiene cierto parecido a la Audran. Plasma también tópicos que se quedan para siempre con el francés, como la admiración por la vida en el campo, alejada del mundanal ruido de la ciudad, y la consideración de la televisión como una caja idiotizante, inútil. Y claro, en el fondo de todo, al retrato de una familia burguesa francesa, a la que Chabrol durante las décadas no se cansó de desmenuzar, de analizar, y en esta oportunidad es un estupendo retrato de las relaciones matrimoniales burguesas, el adulterio, y la preocupación de esta clase por mantener la imagen, pues Chabrol presenta la doble vida de ambos, pero se cuida de no romper la delicada foto familiar; por el contrario, nos la muestra excelentemente encuadrada por la silla mecedora del jardín, se mantiene la mentira de cristal. El segmento final muestra cómo la gradual descomposición, el desmoronamiento y ruina de esa burguesía es total, hasta el extremo de arruinarle la vida al hijo, que es testigo de esa descomposición, afectado por la explosión de todo. Como dije, el filme es Chabrol en estado puro, Chabrol a su máxima potencia, y tiene a una diosa en su reparto. ¡Imperdible!













    Lea, además
    BIOGRAFÍA DE STÉPHANE AUDRAN
    BIOGRAFÍA DE CLAUDE CHABROL


    Cabrera Infante / Los Primos, de Chabrol, o la fuerza del mal

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    Guillermo Cabrera Infante
    LOS PRIMOS, DE CHABROL,
    O LA FUERZA DEL MAL

    7 DE FEBRERO DE 1960

    Los Primos (Cofram). Decía Néstor Almendros (Almendros es un joven cineasta cubano que puede dar mucho que hablar: de hecho su corto  1958-1959 es la mejor película experimental realizada hasta ahora por un cubano: lo que no deja de ser gracioso, si se aclara que se hizo en Nueva York), decía que era curioso que varios críticos diferentes mencionaran la palabra fábula al hablar de Los Primos. Decía: “Jordán habló de la cigarra y la hormiga. Este muchacho de Time hablaba del ratón del campo  y el de la ciudad. Y tú” dijo y señalaba al cronista, dijo: “hablaste de Caín y Abel”. Almendros había leído la crónica del periódicoRevolución, en que se  hablaba de los términos estrictamente morales del director Claude Chabrol. Por supuesto que Almendros no es católico, ni pertenece a una de las 666 sectas protestantes, ni mucho menos lector del Talmud. Si no, no habría hablado de Caín y Abel como una fábula. Tampoco Almendros había leído a George Sadoul, el crítico francés (decía, “Quisiera leer Cahiers du Cinema o cualquier otra revista francesa”, decía: “Creo que hay más claves de las aparentes en esta película), Sadoul que hablaba del “lastimoso Mefistófeles que dirige estadanse macabre… sus sentimientos de odio racial que se recalcan repetidamente”. Sadoul se refería a Paul -Caín, la cigarra, el ratón: Caín prognato, la inconstante cigarra, el ratón urbano- que siente una fementida pasión por Wagner, que habla alemán a diestro y siniestro y que en el medio del camino de la cinta, se pierde en un largo parlamento que es el viaje de un Sigfrido nazi por un Rin lleno de dementes meandros bélicos. Sadoul es un crítico stalinista con tanta visión como Mr. Magoo y casi la misma molesta senilidad: por fue incapaz de ver (Sadoul es incapaz de ver muchas cosas: una de ellas, que el Technicolor, americano y todo, es un maravilloso sistema de color) el despreciativo humor que hay en todos los actos –acciones para un tercero- de Paul, que es una personalidad trastrocada y el verdadero héroe de Los primos.
    Y como se ha llegado al punto ecuánime, es tiempo de hablar del filme. O hablar, más bien de su antecedente.
    “Confrontar, en el cuadro minuciosamente descrito… dos tipos de jóvenes fuertemente opuestos y sin embargo amigos”, esto lo dijo Chabrol al describir lo que era exactamente su primer filme, El bello Sergio. Es evidente que Chabrol está muy interesado en lo que él mismo ha llamado “la travesía de las apariencias”. Dice Chabrol también: “En efecto, más allá de las apariencias una verdad debe ser separada por el espectador: el inestable, el complejo, el loco no es Sergio, sino Francisco. Sergio se conoce… Francisco, al contrario, no se conoce más que al nivel de las apariencias”. Si se restituye el nombre de Sergio por el de Paul, el primo de la ciudad, y Francisco por Charles, el primo del campo, se tendrá un análisis preciso de lo que ocurre en Los primos. Es lástima que en Cuba se haya estrenado Los primos antes que El bello Sergio, como es una lata que el cronista haya visto A doble vuelta antes que ningún otro film de Chabrol, y con este brillante ejercicio de dirección en la mente (A doble vuelta es una de las películas más hermosas, más perfectas y más heladas que haya producido el cine francés, en la última década: la visión que arroja de la clase de talento que tiene Chabrol es bien diferente a la de Los primos; Chabrol aparece en A doble vuelta como un lúcido discípulo de Hitchcock, con mucho más gusto que su maestro para el color, pero mucho menos sentido del entretenimiento) tener que enfrentarse con un  film en que las instancias son radicalmente morales y en que la belleza, el humor, el aura romántica están en función de la voluntad psicoanalítica del autor: “En suma, en El bello Sergio se yuxtaponen dos films: uno en que Francisco es el objeto y Sergio el sujeto, otro en que Francisco es el sujeto y Sergio el objeto. Por definición es el primer film el que aparece en principio. Mi ideal es que sea sensible al otro”. El primer film El bello Sergio es el del regreso de Francisco a su pueblo y el choque que le produce encontrar a su buen amigo del pasado, famoso por su belleza, convertido en una ruina alcohólica, Francisco trata de traer al buen camino a la oveja perdida con un éxito comprometido. El segundo film refleja la bondad intrínseca de Sergio, el conocimiento que tiene de su alma torturada y la rotunda hipocresía de Francisco, mucho menos merecedor que Sergio de su actual destino.


    En Los primos Sergio se llama Paul y Francisco Charles, sólo que en la segunda parte de la fábula el hombre del campo, supuestamente sano y perfecto (honesto, trabajador, serio), intenta reformar con el ejemplo a su primo de la ciudad (cínico, borracho, estafador) y no consigue más que dejarse destruir por el azar, cuando descubre que toda su vida está asentada sobre el fiasco. Charles padece un evidente complejo de Edipo, asfixiado por una madre enredadora, que desde lejos tiende sus lianas umbilicales en cartas, consejos, referencias. Jaime Soriano, en Revolución, ha apodado a Los primos así: “Los buenos van al infierno”. Es evidente que se ha dejado llevar por el hilo que no conduce a Ariadna, sino al laberinto de Dante: Charles es inocente, simple; se enamora de Florencia sin advertir que es una ninfómana con todas las connotaciones lesbianas de las ninfómanas: la peor mujer para su moral primitiva; Paul es un cínico y se presta a ser el gran canalla para que su primo olvide a esa mujer; Charles debe sufrir el triángulo en su propia cara y además pasar por la prueba de ver a su primo triunfar en todo. Incluso en los exámenes para los que tanto se preparó y en los que él mismo fracasa; cuando intenta matar al primo ayudándose con la suerte, resulta muerto a su vez, porque la suerte es un arma que, como todas las armas mortales, hay que saber jugar con ella. Este es el primer film: Paul es el sujeto, Charles el objeto. Pero hay otro film por debajo, menos aparente, pero más real.
    Chabrol tiene a Hitchock por maestro y no es el suspense lo que más le interesa –de hecho, considera que el gran film de Hitchcock es ese viejo fracaso admitido, Bajo el signo de Capricornio. ¿Por qué? Aquí Hitchcock ha usado su mundo de gestos banales que encierran una realidad siempre atroz y comprometedora, no para distraer al espectador con el leve misterio de quién echó arsénico en el té de Lady Agatha, sino para precisar una relación compleja y cubierta con falsas apariencias como en El hombre equivocado, como en Intriga internacional, como en El hombre que sabía demasiado (En manos del destino), como en Vértigo (y el cronista quisiera insistir en la importancia de comprender Vértigo para comprender todo el cine de ahora y de mañana: el cine que regresará a un neorromanticismo en franca oposición al neorrealismo, un cine que se servirá de la magia del subconsciente, del ruido y el frenesí de la pasión, más que de los conflictos entre la miseria y la riqueza y más que de la peripecia que parece interesada en el destino social del hombre y es casi siempre condescendiente y cuyo gran paso falso –porque suponía arrojar una careta hipócrita- es, por ejemplo, El oro de Nápoles o Dos centavos de esperanza y con oponentes tan diferentes como Las noches blancas, de Visconti, la Nueva Ola francesa y Alfred Hitchcock, en Vértigo: no que se trate de un cine ideal, sino de un cine real: del cine que está ahí frente a los ojos y el que no lo ve es simplemente porque no ve –o no va- al cine). Chabrol ha querido plantear el conflicto de la falsa identidad, de la abrumadora presencia de las apariencias, de la verdadera cara bajo cualquier disfraz: el impuesto por la sociedad, la clase o un nido de espías naives. En una escena del film –la ya famosa escena del monólogo de Francisco que tiene como fondo desesperado la música de Wagner-, Paul llega con su cháchara idiota que pretende ser trascendental, hasta donde están Charles y Florencia en el trajín del amor. Dice: Im Liebe y cuando comprende que ha hablado del amor en falsete frente al verdadero amor, palidece y baja la cabeza. El movimiento es leve, pero es suficiente. Ahora bien: ¿quiere decir esto exactamente o es otra cosa bien diferente, el otro film que va por debajo y al que hace alusión Chabrol? Cuando bajo los auspicios de La cabalgata de las Walkirias, Paul intenta regresar a Florencia y solo consigue empujarla al cuarto donde Charles estudia desesperadamente, hay en Paul otra mirada culpable o inocente que deja al espectador decidir qué es exactamente. Si el espectador es inteligente o mejor todavía, si ha atendido al film no como simple entretenimiento, sino como un ajedrez de pasiones referidas en términos casi teológicos- sabrá descifrar esta mirada de Paul, que exteriormente y separada del contexto podría pertenecer a Para atrapar al ladrón, pero que intrínsecamente quiere significar algo muy distinto. En otra ocasión es Florencia la que después de ser rechazada por Charles, tropieza con su mirada clavada en el cristal del café como una acusación y a la que responde –al tiempo que responde a una pregunta cínica de su viejo amigo: “¿Tienes otro amante ahora?”– con una mirada que puede ser de desazón, de aprobación a la pregunta respuesta de Clovis de inútil adiós al amor y a la vida nueva, y de total identificación con la condena que la muerte de Charles impondrá a Paul.


    Es posible que todo esto suene complicado pero Los primos es un film complejo. Decía Chabrol, burlándose de los grandes temas del cine: “La fraternidad viril: soy el guardián de mi hermano y lo salvo de la caída”. Se burlaba, pero igualmente cuando dice más abajo: “Dios: yo me desotano, tú te desotanas, él se desotana. ¿Por qué nos desotanamos?, uno sabe que esa burla de Dios no viene más que de un espíritu religioso y que contrariamente a sus asuntos (y cuando se hablaba de  fábula en los films de Chabrol era para advertir que la fábula es una verdad sujeta a interpretaciones) en que abunda la corrupción, el cinismo, la falsía, su espíritu se reconoce de inmediato como profundamente religioso. Y sí se adjunta la prueba de que alguien ha dicho que la Nouvelle Vague toma al cine como una nueva religión, se tendrá la clave del último Chabrol, A doble vuelta, en que el tema del film es el asesinato de la belleza y toda la trama no es más que buscar al criminal.
    En algún lado Chabrol ha dico que él compara a una película con una sinfonía. En Los primos la interrelación de la música con el argumento es demasiado evidente para no notarla. Wagner no está por gusto y los que han visto connotaciones homosexuales entre Charles y Paul, por el simple hecho de que la música que se oye en el instante en que Paul mata a Charles es La muerte de amor de Tristán e Isolda, no han hecho más que dejarse conducir por lo evidente. La Cinta está en su crisálida y ya Paul no es el objeto, sino el sujeto: si Wagner suena por azar en el momento de la muerte es como una burla a su propia burla de Wagner y de realidades tan pavorosas como el nazismo y la persecución de los judíos: su revólver de juguete porque estaba desarmado, es un arma mortal con una simple cápsula dentro y el azar por medio; su cinismo que encubre una sensibilidad despellejada ha resultado un cinismo verdadero; la protección excesiva que tendió hacia Charles (no podrá decir como Caín: “Yo no soy el guardián de mi hermano”, sino que tendrá que ha sido guardia de su primo) ha terminado por aniquilar a este precioso objeto de pureza primitiva entre la corrupción civilizada: el mal es también una fuerza de la naturaleza y no se puede jugar impunemente con él.
    Pero hay una última ambivalencia, en este film lleno de contrasentidos que le confieren una riqueza superior a su realización (que es excelente) y a su fuerza como entretenimiento (que es considerable) y que hay que anotar: con su muerte Charles los ha destruido a todos: Paul no volverá ser jamás el mismo: su sed de vivir, su filosofía del peligro no es ya más una broma, su nazismo de pacotilla ha resultado cierto. Florencia tampoco será la misma: el amor que le entraba por los poros y que en definitiva la alejó del verdadero amor, será ahora cualquier otra cosa y no quedará más que la piel de la ninfómana, que envejece cada día y que mañana será reclamada por la muerte. La madre lejana, si tiene la inteligencia para ver sobre su egoísmo, sabrá por la muerte de Charles hasta qué punto es culpable –aunque lo más probable es que jamás se entere de ello. Pero Charles –Abel, el inocente, el muerto: Abel intruso, el inocente culpable, el muerto bueno- queda señalado como el definitivo culpable. No han querido más que salvarle y él con su inocencia depravada, con su ingenuidad que mata ha terminado por hundirlos a todos en el verdadero infierno, la realidad: no el infierno que son los otros, sino el infierno que soy yo.
    (Esta crónica de G.Caín fue publicada el 7 de febrero de 1960 y recopilada en el libro UN OFICO DEL SIGLO VEINTE de G.Caín (Guillermo Cabrera Infante) la cual hemos recuperado para la sección de crítica perdurable, como parte de recordar a Claude Chabrol, fallecido el 12 de septiembre de 2010. )



    Chabrol / Tres películas

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    Claude Chabrol
    TRES PELÍCULAS

    Claude Chabrol (París, 24 de junio de 1930 - París, 12 de septiembre de 2010) ha sido un cineasta prolífico -¡creo que son 56 sus películas!- y venerado por quienes amamos el cine con los sentidos y con la razón. Más allá de etiquetas, el suyo es un estilo que mima el detalle en la mirada y en la composición de sus personajes; su honestidad le ha llevado siempre a huir de arquetipos morales y de simplificaciones, aunque sea conocida su aversión a la clase alta -la bourgeoisie- que con tanta frecuencia diseccionó en sus intrigas en clave negra.


    Son tantas y tan buenas sus películas -no he visto todas, pero sí un buen puñado, en el cine y en televisión, cuando aún se emitían ciclos de calidad, años ha- que no sabía bien cuál elegir, pero repasando su filmografía he comprobado que entre 1992 y 1995 realizó tres películas seguidas que quizá sean mis favoritas.



    BETTY
    1992
    Marie Trintignant

    Marie Trintignant

    Marie Trintignant
    Marie Trintignant
    Marie Trintignant

    Marie Trintignant

    Basada en una vibrante novela de Georges Simenon, esta película nos brindó la que quizá sea mejor interpretación de Marie Trintignant, quien se metió en la piel de una joven descastada -en el sentido de clase del término-, abandonada a su suerte por su implacable familia política. Betty es una heroína invertida que surca los mares del placer sin retorno, el que duele y descompone por dentro, cara a cara, sin hipocresía. Una gozada de principio a fin, también estéticamente, que no se deleita en el morbo gratuito que tantos réditos le hubiera dado.



    L´ENFER 
    (El infierno)
    1993

    Emmanuelle Béart
    Emmanuelle Béart




    Emmanuelle Béart

    Emmanuelle Béart

    Muchas veces Chabrol se asomó a los abismos más siniestros que se conocen, los del alma humana -acordaros de Merci pour le chocolat, sin ir más lejos-. Quizá cuando dio el triple salto mortal en esta especialidad fue en 1993, con L´enfer, una película insoportable en el sentido de que no se puede resistir tanto dolor y tanta demencia sin solución como irradiaba este Otelo contemporáneo que encarnó François Cluzet. 

    Como curiosidad, la película era una idea de Henri-Georges Cluzot -el director de Las diabólicas-, que comenzó a ser rodada por Romy Schneider y Jean-Louis Trintignant; pero Cluzot sufrió un ataque al corazón...

    Por favor, no dejéis de ver la escena que he bajado, en la que el marido reconcomido por los celos persigue a su mujer sin que esta se dé cuenta, y sobre todo el momento en que dice para sí -Fait pas ça, fait pas ça, attention à toi / No lo hagas, no lo hagas, ten mucho cuidado...- rogando por que ella no entre en la casa de un supuesto amante. 

    ¿No es estremecedor?

    Ah, se me olvidaba: pocas veces estuvo tan radiante y bellísima Emmanuelle Béart.





    LA CÉRÉMONIE 

    (La ceremonia)

    1995








    Detesto la costumbre de ciertos críticos o aficionados a tildar de obra maestra sus películas favoritas. Pero ya tan acostumbrado estoy a oírlo o leerlo que a la hora de acometer la escritura de unas líneas sobre este trabajo lo primero que me viene a la cabeza es "obra maestra".. pero no lo voy a decir. Simplemente opino que es una de las películas más importantes, a todos los niveles, que se hicieron en los años 90. Que adapta extraordinariamente a la ya de por sí talentosa Ruth Rendell.

    Que te deja sin aliento, noqueado, sin capacidad de respuesta. Que quien visiona esta película ya nunca más la olvida. Que Sandrine Bonnaire, Isabelle Huppert y Jacqueline Bisset -¡ahí es nada!- están impresionantes. 

    ¿Algo más? Sí. Que no necesita forzar la tuerca ni introducir recursos espúreos tan en boga hoy entre los autores radicales -Haneke, Von Trier- para dar un verdadero recital de cine con un irresistible clima in crescendo y con el mérito innegable de haber actualizado en pantalla, en los años 90, la dialéctica de la lucha de clases.

    (Perdonadme, de verdad, si me he pasado de pomposo. Pero amo de veras el cine de Claude Chabrol y lo que representa. 

    ¡Muchas gracias, Claude, y no sólo por el chocolate!).



    Carles Gámez / El suicido de Jean Seberg

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    Jean Seberg
    ¿Por qué se suicidió Jean Seberg?

    El documental 'Eternelle Jean Seberg' indaga en la trágica muerte de la actriz que se transformó en icono en la película 'Al final de la escapada'.

    Jean Seberg À bout de souffle
    Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg
    Fotograma de la película 'À bout de souffle', de Jean-Luc Godard
    Una muchacha de aspecto andrógino, cabello corto, camiseta 'New York Herald Tribune' y pantalones pitillo camina por los Campos Elíseos con un fajo de periódicos bajo el brazo mientras va gritando el nombre del periódico: “¡New York Herald Tribune!”. Acaba de nacer uno de los iconos del cine y de estilo del siglo XX. La secuencia pertenece a la película À bout de souffle (Al final de la escapada, Jean-Luc Godard, 1959). La protagonista es una joven actriz americana llamada Jean Seberg. Tiene 21 años.
    Treinta cinco años después de su desaparición, el documental Jean Seberg Eternelle de la realizadora francesa Anne Andreu, profundiza en la figura de la actriz que acabó convirtiéndose en la imagen de la Nouvelle Vague y de la modernidad cinematográfica. Una estrella, rebelde y apasionada, que no quiso amoldarse a las servidumbres de la industria de Hollywood. Una historia de amor y tragedia señalada por una vida en combate sin tregua entre la realidad y el deseo, en la búsqueda de un equilibrio imposible.

    Jean Seberg À bout de souffle
    Fotograma de la película 'À bout de souffle'.
    Descubierta por el realizador Otto Preminger, un director conocido por su tiranía con los actores, Jean Seberg con apenas 17 años es la elegida (en un casting de 18.000 aspirantes) para protagonizar la vida de Juana de Arco. Aunque las críticas a la película no son muy favorables, Preminger ha intuido el magnetismo y poder de seducción que proyecta el rostro angel face de la joven actriz y la compromete para su nueva producción, ni más ni menos que trasladar a la pantalla la primera novela de una precoz escritora francesa llamada Françoise Sagan. La obra, Bonjour Tristesse, se ha convertido en un gran éxito editorial, el relato en primera persona de una adolescente burguesa cuya actitud amoral escandaliza a los estamentos más conservadores.


    Seberg se mete en la piel de Cecile, la heroína literaria de Bonjour Tristesse, esa joven que pone al descubierto algunos de los infiernos existenciales del alma adolescente. Una generación de jóvenes se identifica con esta mezcla de cinismo y amoralidad de la que hace gala la protagonista de la novela. Con su transgresión, sin sentimiento de culpa, de las normas morales que rigen el mundo de los adultos. Patricia, la otra heroína interpretada por Jean Seberg en À bout de souffle, también forma parte de esta nueva generación post-existencialista que como la Cecile de Bonjour Tristesse pasea su dulzura y hastío a este lado del paraíso y por las calles de Paris.

    Jean Seberg Bonjour Tristesse
    Imagen de la película 'Bonjour Tristesse'.
    Una vida de pasiones y tragedia
    El documental Jean Seberg Eternelle recorre una buena parte de esta historia entre la ficción y la realidad a través de diversos testimonios, entre ellos, el del actor Clint Eastwood que viviría un breve romance con la actriz durante el rodaje de La leyenda de la ciudad sin nombre (Joshuan logan, 1969); el trayecto luminoso y sombrío de una vida quebrada cuyo aliento lírico nos sigue conmoviendo hoy. Después de varias tentativas de suicidio, la actriz ponía fin a su vida con una ingestión de barbitúricos. Su cuerpo aparece muerto en la parte trasera de un coche y envuelto en una manta la mañana del 30 de agosto de 1979 en una calle del barrio parisino de Passy. Una semana antes, había intentado suicidarse arrojándose a las vías del metro de París siendo salvada in extremis por un pasajero. Acababa de cumplir cuarenta años, pero su rostro mantenía esa dulzura angelical que había seducido a varias generaciones de espectadores.

    Su ex marido, el escritor Romain Gary acusará al FBI como inductor del suicidio a causa de la depresión y las crisis nerviosas que sufría la actriz. La agencia americana de espionaje, en una campaña de desprestigio contra la actriz por su apoyo a los movimientos anti-apartheid y pro derechos civiles, había hecho propagar a principios de los años setenta el rumor de que se encontraba embarazada de un líder negro del movimiento radical Black Panthers. El hijo que espera la actriz en realidad es fruto de una relación que ha mantenido con un amante mejicano y nace muerto en una clínica suiza. El suceso marcará trágicamente el último tramo de su vida.

    Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo
    Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo en 'À bout de souffle'.
    Foto: Cordon Press
    Como su personaje de la joven esquizofrénica de la película Lilith (Robert Rossen, 1964), uno de sus papeles más bellos interpretado junto a Warren Beatty, Jean Seberg caminará por el filo de la depresión y la locura a lo largo de una parte de su vida. Su encuentro con el diplomático y escritor Romain Gary - les separan más de treinta años- supone un choque amoroso fulminante. El escritor de origen ruso (novelista famoso, guionista y héroe de guerra) y la actriz, forman una pareja fascinante y extraña a caballo entre los dos continentes (entre los salones parisinos y las colinas de Beverly Hills). Gary queda atrapado por esa mujer-niña, por ese dulce rostro que como un escudo protector sirve de refugio para el espíritu inconformista de una joven criada en el puritanismo de la clase media americana. Una mujer que busca afirmarse en libertad, en la plenitud de una vida gozada sin barreras ni tabús. Un combate que finalmente acabará dejándole profundas heridas.

    Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo
    À bout de souffle


    Roman Gary realizará las funciones de amante y 'pigmalion'. Intentará protegerla mientras su relación sentimental se va deteriorando. Como declarará después de su separación, la historia había acabado, entre otras cosas, porque ya no podía satisfacerla. Las aventuras extramatrimoniales de la actriz cada vez eran más frecuentes. Con el escritor mejicano Carlos Fuentes vivirá otro de sus romances más apasionado, descrito por el novelista en su obra Diana o la cazadora solitaria en una escritura de elevada temperatura erótica. El propio Gary también reflejará de una manera autobiográfica esta historia de pasiones y descensos a los infiernos. En su relato Los pájaros van a morir al Perú el personaje de Jean Seberg se transforma en una misteriosa mujer ninfómana atrapada por sus deseos sexuales en fase terminal a las orillas del Atlántico.

    Jean Seberg

    Foto: Imagen vía www.listal.com/
    Después de su separación, la actriz y el novelista continuaran habitando en el mismo apartamento parisino, Gary, intentará ayudarla colaborando económicamente en la producción de algunas películas, pero para entonces (década de los setenta) la carrera de Seberg había perdido buena parte de su esplendor. Sólo un director visionario como Philippe Garrel sabrá extraer en este tramo final de su vida un retrato conmovedor y electrizante en su película Les hautes solitudes (1974). Romain Gary, por su parte, pondrá fin a su vida, un año después (1980) de la desaparición de la actriz, disparándose un tiro a la cabeza. En su elegante nota de despedida rogaba que su muerte no se asociara a la de Jean.
    Jean Seberg, con su jersey marinero y sus gafas de sol en À bout de souffle, impuso el cliché de la nueva ola juvenil. Su cabello corto de muchacho - copiado unos años después por Mia Farrow en La semilla del diablo- señalaba ese doble aspecto de modernidad y transgresión. La actriz y su personaje marcaban el fin de una era de la moda, encorsetada y dictada por los adultos, y el comienzo de otra, libre y urbana, de ese estilo “nueva ola” como el movimiento cinematográfico que tomaba las calles de Paris. Jean Seberg fijaba ese estilo y ese momento en que la juventud es la marca y la moda el proyector de ese espíritu de libertad. Un icono que después de medio siglo, sigue irradiando su belleza inmortal.
    Jean Seberg 1970
    Jean Seberg, 1970.
    Foto: Cordon Press



    Jean Seberg / El suicidio de Jean Seberg

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    Jean Seberg

    ¿Por qué se suicidió Jean Seberg?


    El documental 'Eternelle Jean Seberg' indaga en la trágica muerte de la actriz que se transformó en icono en la película 'Al final de la escapada'.

    Jean Seberg À bout de souffle
    Fotograma de la película 'À bout de souffle'.
    Una muchacha de aspecto andrógino, cabello corto, camiseta 'New York Herald Tribune' y pantalones pitillo camina por los Campos Elíseos con un fajo de periódicos bajo el brazo mientras va gritando el nombre del periódico: “¡New York Herald Tribune!”. Acaba de nacer uno de los iconos del cine y de estilo del siglo XX. La secuencia pertenece a la película À bout de souffle (Al final de la escapada, Jean-Luc Godard, 1959). La protagonista es una joven actriz americana llamada Jean Seberg. Tiene 21 años.
    Treinta cinco años después de su desaparición, el documental Jean Seberg Eternelle de la realizadora francesa Anne Andreu, profundiza en la figura de la actriz que acabó convirtiéndose en la imagen de la Nouvelle Vague y de la modernidad cinematográfica. Una estrella, rebelde y apasionada, que no quiso amoldarse a las servidumbres de la industria de Hollywood. Una historia de amor y tragedia señalada por una vida en combate sin tregua entre la realidad y el deseo, en la búsqueda de un equilibrio imposible.

    Jean Seberg À bout de souffle
    Fotograma de la película 'À bout de souffle'.
    Descubierta por el realizador Otto Preminger, un director conocido por su tiranía con los actores, Jean Seberg con apenas 17 años es la elegida (en un casting de 18.000 aspirantes) para protagonizar la vida de Juana de Arco. Aunque las críticas a la película no son muy favorables, Preminger ha intuido el magnetismo y poder de seducción que proyecta el rostro angel face de la joven actriz y la compromete para su nueva producción, ni más ni menos que trasladar a la pantalla la primera novela de una precoz escritora francesa llamada Françoise Sagan. La obra, Bonjour Tristesse, se ha convertido en un gran éxito editorial, el relato en primera persona de una adolescente burguesa cuya actitud amoral escandaliza a los estamentos más conservadores.

    Seberg se mete en la piel de Cecile, la heroína literaria de Bonjour Tristesse, esa joven que pone al descubierto algunos de los infiernos existenciales del alma adolescente. Una generación de jóvenes se identifica con esta mezcla de cinismo y amoralidad de la que hace gala la protagonista de la novela. Con su transgresión, sin sentimiento de culpa, de las normas morales que rigen el mundo de los adultos. Patricia, la otra heroína interpretada por Jean Seberg en À bout de souffle, también forma parte de esta nueva generación post-existencialista que como la Cecile de Bonjour Tristesse pasea su dulzura y hastío a este lado del paraíso y por las calles de Paris.

    Jean Seberg Bonjour Tristesse
    Imagen de la película 'Bonjour Tristesse'.
    Una vida de pasiones y tragedia
    El documental Jean Seberg Eternelle recorre una buena parte de esta historia entre la ficción y la realidad a través de diversos testimonios, entre ellos, el del actor Clint Eastwood que viviría un breve romance con la actriz durante el rodaje de La leyenda de la ciudad sin nombre (Joshuan logan, 1969); el trayecto luminoso y sombrío de una vida quebrada cuyo aliento lírico nos sigue conmoviendo hoy. Después de varias tentativas de suicidio, la actriz ponía fin a su vida con una ingestión de barbitúricos. Su cuerpo aparece muerto en la parte trasera de un coche y envuelto en una manta la mañana del 30 de agosto de 1979 en una calle del barrio parisino de Passy. Una semana antes, había intentado suicidarse arrojándose a las vías del metro de París siendo salvada in extremis por un pasajero. Acababa de cumplir cuarenta años, pero su rostro mantenía esa dulzura angelical que había seducido a varias generaciones de espectadores.

    Su ex marido, el escritor Romain Gary acusará al FBI como inductor del suicidio a causa de la depresión y las crisis nerviosas que sufría la actriz. La agencia americana de espionaje, en una campaña de desprestigio contra la actriz por su apoyo a los movimientos anti-apartheid y pro derechos civiles, había hecho propagar a principios de los años setenta el rumor de que se encontraba embarazada de un líder negro del movimiento radical Black Panthers. El hijo que espera la actriz en realidad es fruto de una relación que ha mantenido con un amante mejicano y nace muerto en una clínica suiza. El suceso marcará trágicamente el último tramo de su vida.

    Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo
    Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo en 'À bout de souffle'.
    Foto: Cordon Press
    Como su personaje de la joven esquizofrénica de la película Lilith (Robert Rossen, 1964), uno de sus papeles más bellos interpretado junto a Warren Beatty, Jean Seberg caminará por el filo de la depresión y la locura a lo largo de una parte de su vida. Su encuentro con el diplomático y escritor Romain Gary - les separan más de treinta años- supone un choque amoroso fulminante. El escritor de origen ruso (novelista famoso, guionista y héroe de guerra) y la actriz, forman una pareja fascinante y extraña a caballo entre los dos continentes (entre los salones parisinos y las colinas de Beverly Hills). Gary queda atrapado por esa mujer-niña, por ese dulce rostro que como un escudo protector sirve de refugio para el espíritu inconformista de una joven criada en el puritanismo de la clase media americana. Una mujer que busca afirmarse en libertad, en la plenitud de una vida gozada sin barreras ni tabús. Un combate que finalmente acabará dejándole profundas heridas.

    Roman Gary realizará las funciones de amante y 'pigmalion'. Intentará protegerla mientras su relación sentimental se va deteriorando. Como declarará después de su separación, la historia había acabado, entre otras cosas, porque ya no podía satisfacerla. Las aventuras extramatrimoniales de la actriz cada vez eran más frecuentes. Con el escritor mejicano Carlos Fuentes vivirá otro de sus romances más apasionado, descrito por el novelista en su obra Diana o la cazadora solitaria en una escritura de elevada temperatura erótica. El propio Gary también reflejará de una manera autobiográfica esta historia de pasiones y descensos a los infiernos. En su relato Los pájaros van a morir al Perú el personaje de Jean Seberg se transforma en una misteriosa mujer ninfómana atrapada por sus deseos sexuales en fase terminal a las orillas del Atlántico.

    Jean Seberg

    Foto: Imagen vía www.listal.com/
    Después de su separación, la actriz y el novelista continuaran habitando en el mismo apartamento parisino, Gary, intentará ayudarla colaborando económicamente en la producción de algunas películas, pero para entonces (década de los setenta) la carrera de Seberg había perdido buena parte de su esplendor. Sólo un director visionario como Philippe Garrel sabrá extraer en este tramo final de su vida un retrato conmovedor y electrizante en su película Les hautes solitudes (1974). Romain Gary, por su parte, pondrá fin a su vida, un año después (1980) de la desaparición de la actriz, disparándose un tiro a la cabeza. En su elegante nota de despedida rogaba que su muerte no se asociara a la de Jean.
    Jean Seberg, con su jersey marinero y sus gafas de sol en À bout de souffle, impuso el cliché de la nueva ola juvenil. Su cabello corto de muchacho - copiado unos años después por Mia Farrow en La semilla del diablo- señalaba ese doble aspecto de modernidad y transgresión. La actriz y su personaje marcaban el fin de una era de la moda, encorsetada y dictada por los adultos, y el comienzo de otra, libre y urbana, de ese estilo “nueva ola” como el movimiento cinematográfico que tomaba las calles de Paris. Jean Seberg fijaba ese estilo y ese momento en que la juventud es la marca y la moda el proyector de ese espíritu de libertad. Un icono que después de medio siglo, sigue irradiando su belleza inmortal.

    Jean Seberg 1970


    EL PAÍS




    Lea, además




    Jean Seberg / Lilith

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    Jean Seberg
    BIOGRAFÍA

    Lilith



    Algunos críticos de su tiempo, incluso uno tan afín políticamente a él como Bertrand Tavernier -que. fue durísimo con su primer cine-, no trataron con indulgencia las películas que hicieron célebre a Robert Rossen en los años cuarenta y cincuenta. No se dejaron convencer por su excelente oficio y su habilidad para escorar el thriller hacia elalegato político en Body and Soul, ni por los oscars que se llevó la brillante All the King's men, ni por la aureola de mártir a que le llevó ser una de las víctimas -y uno de los que acabó claudicando ante ella- de la caza de brujas del senador Mac Carthy. Sus detractores consideraron no sin fundamento que era un director concienzudo y solvente, pero esquemático e inclinado al mensajismo; y de ahí no se apearon, hasta que, al final de su vida, Rossen volvió al cine desde un semiexilio -profesional, se desprendió de lastres de partido y de género; y realizó, entre 1962 y 1964, posiblemente presintiendo -contrajo una grave dolencia cardiaca- la cercanía de la muerte, dos filmes unánimemente reconocidos como excepcionales, de corte fúnebre y trágico, enorme belleza y desconcertante estilo, pues apenas nada, en ellos recuerda -y en algunos aspectos -les contra dicen los de sus. años de triunfo en Hollywood.

    Estos dos filmes son El buscavidas y Lilith y en ellos hay dos mujeres que forman parte del manojo de personajes femeninos mayores que ha dado el cine. La primera fue oreada por Piper Laurie y la segunda por Jean Seberg, la muchacha de aspecto candoroso, pero gélida y cínica, que Godard encumbró, en A bout de souffle. En el filme de Rossen, Jean Seberg da la vuelta a aquella imagen de dureza y desvela el lado de la víctima con tanta delicadeza. y de forma perturbadora, que pocas vedes, tal vez nunca, se ha representado la descomposición de una conciencia, la muerte en vida de la demencia, con tan escasa sensación de esfuerzo. Pero en este ejercicio de plenitud hubo quien quiso ver un acceso al siempre indescifrable- enigma del punto final de su vida, que ella se quitó años después, mientras las conjeturas de si fue asesinada por agentes de la CIA o por mafiosos argelinos no pasen de novelerías amarillas.

    Leí que en Lilith, y no sólo en la ficción sino también en la composición del personaje, hay un rasgo difícil de decir, que proporciona verosimilitud al suicidio de la actriz o, como, se escribió a raíz de él, y si la hipótesis del homicidio es más que una hipótesis, de su suicidio por asesinato, que fue la misma basura que Oriana Fallaci aventuró para aclarar la muerte de Pier Paolo Pasolini. Y se añadió entonces que Lilith arroja luz en el destino personal de Jean Seberg y qué, fuera de crónicas negras igualmente obscenas, el. filme muestra que algo parecía corroer por detrás, su presencia serena o que algo hervía dentro de su placidez. Es decir, otras igualmente impúdicas conjeturas sobre una ausencia como todas irreparable y que, también como todas, pide que le dejemos irse.


    Antón Castro / Evocación de Jean Seberg

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    Jean Seberg, 1959
    Foto de Willy Rizzo

    EVOCACIÓN DE JEAN SEBERG
    BIOGRAFÍA

    Por ANTÓN CASTRO 

    Hace casi medio siglo, el mundo descubrió a una americana menuda y frágil, con el pelo cortado a lo garçonne, con los ojos entre azules y grises, que paseaba por los alrededores de París con Jean Paul Belmondo en Al final de la escapada (1959), de Jean-Luc Godard. Se llamaba Jean Seberg. Había sido descubierta unos años antes por Otto Preminger entre miles de aspirantes para encarnar a Santa Juana, la Juana de Arco soñada por George Bernard Shaw. Hasta entonces poco se sabía de ella: había nacido en Iowa en 1938, descendía de emigrantes suecos y era la chica mona a la que adoraban los integrantes del equipo de fútbol de su ciudad. Pronto se convirtió en una especie de mito: encarnaba a la mujer moderna como antes lo había hecho Katharine Hepburn y como en los 70--80 lo haría la fugaz Dominique Sanda de Noveccento y Más allá del bien y del mal



    Jean Seberg



    Rica y famosa, se casó con el novelista y diplomático de origen lituano Romain Gary (1914--1980), con quien mantuvo durante diez años una relación de amor y desamor. Era la vieja estampa del intelectual, sabio y maduro, y la joven diosa, la cazadora solitaria en que habría de convertirse pronto. Jean Seberg fue una mujer tempestuosa: vivía en el abismo de la pasión, en el límite de una enajenación inicialmente controlada, y poesía una lunática y poderosa personalidad. 



    Tuvo muchos amantes. El novelista mexicano Carlos Fuentes, casado a finales de los 60 con la actriz de Nazarín de Buñuel, Rita Macedo, sucumbió a sus encantos, y se quedó hechizado por ella. Le ha dedicado una novela, Diana o la cazadora solitaria (Alfaguara, 1994), donde le cambia el nombre por Diana Soren. La relación, que llegó a ser intensamente emocional y erótica (a veces el lector se sorprenderá con la sinceridad del autor al hablar de "la infinita capacidad sexual de Diana" y de sí mismo), contabilizó más de mes de convivencia a lo largo de casi un año. En la novela, sorprende el lado oscuro de Seberg, su rabiosa independencia y su compromiso con las causas perdidas de los Panteras Negras, del hippismo o de los derechos humanos. Era desconcertante y asumía sus traiciones: durante el rodaje de La leyenda de la ciudad sin nombre se enamoró de Clint Eastwood y vivió un romance con él; al volver al apartamento que compartía con Fuentes, colocó un retrato de Eastwood de vaquero en La muerte tenía un precio. Carlos Fuentes viene a decir que era una mujer desquiciada, con un enigmático lado oscuro, que perturbaba a cualquiera y podía llegar a ser muy cruel. Era la mujer fatal, quizá sin saberlo, aunque iba de aquí para allá seduciendo muchachos, buscándolos en las tabernas de Estados Unidos o París, y consumiendo alcohol y droga. Hubo un momento en que fue perseguida por el FBI, habida cuenta de que era una estrella contestataria de Hollywood. Hacia 1970, poco después de cambiar a Carlos Fuentes por otro amante y reprocharle, según dice en su novela, que "era menos culto que Iván Gravet (Romain Gary)", se quedó embarazada. Alguien hizo llegar a la prensa el rumor interesado de que esa criatura era de un integrante de Las Panteras Negras. La desgracia se cebó en ella, el niño murió a los tres días, pero antes Jean Seberg tomó al cadáver más de doscientas fotos. Estaba al borde de la destrucción.


    Jean Seberg



    Quizá por entonces, o a mediados de los 70, la conoció y la amó el realizador Ricardo Franco. Fue para él una experiencia increíble: Jean Seberg, que nunca fue una gran actriz, seguía siendo una criatura irresistible, una leyenda de carácter insondable y aniquilador. Subyugante, sin duda, tierna, díscola, rebelde. Era un doloroso misterio y quizá un naufragio continuo como ser humano. Ni Ricardo Franco ni Carlos Fuentes pudieron olvidarse de ella, ni siquiera Gary que se suicidó en París en 1980, un año después de la muerte en extrañas circunstancias de Seberg: hacía tiempo que estaba al borde de la locura. Lo mismo salía toda desnuda del baño de un aeropuerto que había decidido alimentarse tan sólo de comida para perros. O que intensificó su atracción por la defensa de los negros a través de su amistad con el escritor homosexual James Baldwin. Apareció muerta en un Renault, envuelta en un poncho (Fuentes dice que era exactamente igual al que él que le había regalado tiempo atrás), con el cuerpo abrasado por quemaduras de cigarrillo, una botella de agua y una nota de suicidio. 

    Fuentes no se olvidó jamás de ella. Y Ricardo Franco, muerto mientras le rendía su último homenaje, tampoco. En Lágrimas negras --la valiente e intensa película que terminó el finado Fernando Bauluz y un equipo entusiasta de colaboradores--, Ariadna Gil encarna en cierto modo el fantasma de Jean Seberg: aquel infierno y paraíso de pasión y de locura concentrado en un ser humano, signado por la enajenación, la mentira compulsiva, la autoaniquilación, la incertidumbre de vivir y la imposible felicidad. Y lo hace con una interpretación antológica y medida que reproduce a la perfección el frunce violento, la mueca torva, la ternura íntima y el amor oceánico de una loca que se sabe condenada al fuego en un coche frente al mar, aunque un hombre normal y romántico como Fele Martínez --fotógrafo y realizador de vídeos en el filme-- crea que pueda redimirla con amor de tanto sufrimiento en una historia en que ambos, Fele y Ariadna (¿o tal vez Ricardo Franco y Jean Seberg?), nos dejan perplejos y temblando. Y con ellos tiemblan también Elena Anaya y Ana Risueño en una actuación estupenda. Tiemblan y pierden porque Lágrimas negras es un testamento sobre la inútil pasión cuando sobreviene la locura. 






    Lea, además

    Carles Gámez / El suicidio de Jean Seberg
    Jean Seberg / Lilith
    Jean Seberg / Bienvenida, tristeza
    Biografía de Romain Gary
    Romain Gary / Los pájaros van a morir al Perú


    Jean Seberg / Bienvenida tristeza

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    Jean Seberg
    BIOGRAFÍA
    BIENVENIDA TRISTEZA
    Por Guillermo Arias

    Ella no me hacía caso, todo por culpa de su hermana. Había intentado besarla en la oscuridad del portal de su casa y acabó por contárselo a su hermana. Yo le decía que no era cierto, que le mentía, pero ella y yo sabíamos que el motivo era otro. Ella había notado el parecido con la chica de mi póster. Era como una obsesión. Era ella, Jean Seberg. Con sus dedos señalando el número de sus amantes. Una imagen robada del cine Goya unos años antes. Estaba a mis espaldas cuando dormía y cada noche soñaba con pelearme con ella en aquella cama.
    La conocí en aquella película, como todos, bajando Les Champs Elysées vendiendo periódicos, con el pelo corto y una camiseta del New York Herald Tribune. Era A bout de soufflé de Jean-Luc Godard. Y me enamoré de ella.
    Busqué y rebusqué, le pregunté a todo el mundo, lo quisé saber todo sobre ella y, al final, robé aquel póster y lo colgué en mi habitación. Se llamaba Jean Seberg y era americana. Sí, americana, no francesa. Hasta los diecisiete años fue una chica normal de algún pueblecito normal del medio de los Estados Unidos. Poco sé de ella hasta que Otto Preminger la escogió para protagonizar su versión de Santa Juana de Arco.


    Jean vive su vida

    La vida de Jean Seberg es un completo misterio, con hipótesis sobre sus inclinaciones políticas, sexuales, sus adicciones y su propia muerte. De ella se sabe que estudiaba en la universidad de Iowa hasta que fue elegida para hacer el papel de Juana de Arco. No existen muchos datos sobre su vida anterior. En ese momento, 1957, su vida da un giro y se convierte en un personaje odiado por los más fundamentalistas cristianos estadounidenses y admirado por los sectores más progresistas, debido al talante que le inquiere al personaje de Juana de Arco. Al año siguiente, Otto Preminger, que se ha quedado prendado del halo interpretativo que desprende, la elige para protagonizar la versión cinematográfica de la novela más de moda del momento, Bonjour tristesse, de la escritora francesa Françoise Sagan. El personaje de Cecille, pensado en principio para ser interpretado por Audrey Herpburn, lo encarna con tal convicción que hasta los franceses de la nouvelle vague piensan que la tal Jean Seberg es en realidad de origen francés. Sería Jean-Luc Godard quién, al año siguiente en 1959, la elige como protagonista de su opera prima, la inolvidable A bout de souffle, el nacimiento del cine moderno. Una película que cambiaría la vida de toda una generación de adolescentes, y no tanto, interpretada por un jovencisimo Jean Paul Belmondo y que también cambiará una vez más la vida de nuestra Jean.





    Es una estrella ahora. Todos los chicos se enamoran de ella y todas las revistas de moda quieren tenerla en su portada. Se convierte en el referente de todas las chicas, con su pelo a lo garçon y sus hipsters de pata de gallo. Inaugura lo que más tarde será explotado hasta la saciedad por toda la escena mod y sixties, el pop-art le debe mucho a esta mujer.
    A caballo entre Europa y los EEUU, la carrera cinematográfica de Jean Seberg tambalea con facilidad. Excepto su inclusión en Saint Joan, Bonjour Tristesse y A bout de souffle, los otros papeles que lleva a cabo son pequeños y en coproducciones de bajo presupuesto. Hasta que en 1964 protagoniza al lado de otro sex-simbol, Warren Beaty, la última película de Robert Rossen, Lilith. Una historia bastante oscura y de trama psicológica sobre un hospital de enfermos mentales. Su papel es bastante complicado y la película es ahora una joya no sólo por su presencia sino también por su fuerza visual y por las presiones políticas que sobrevolaban el rodaje; no en vano, el director era uno de los perseguidos por Mcarthy en su caza de brujas.
    Godard la vuelve a llamar ese mismo año para protagonizar un episodio de Les plus belles escroqueries, pero el resultado no será comparable al éxito de A bout de souffle. Jean siempre será la chica que vendía periódicos en les champs elysses.
    Para nuestra suerte Jean aceptará la oferta de Jean Becker de rodar en España una película con Belmondo títulada “A escape libre” y que a gusto de alguno de nosotros muestra una imagen mucho más erótica y sofisticada de Jean. El argumento es bastante malo pero la imagen ofrecida por nuestra admirada es suficiente para que engrose en la lista de esas películas que visionamos con frecuencia.


    Bonjour, tristesse


    Une femme marieé

    Jean estaba casada con Romain Gary y aunque su vida de casada era más o menos buena estaba frustrada por no tener hijos. Algo que la llevaba a mantener relaciones esporádicas con multiples amantes, en su mayoria jovenes que conocía en rodajes y en sus escapadas nocturnas a fiestas llenas de excesos alcohólicos y experimentacion con alucinógenos. En alguna de estas fiestas comenzó a relacionarsela con un lider de los “terroristas” Black Panthers comenzando uno de los capitulos más turbios de la biografía de Jean. El hecho es que Jean tenía unas ideas políticas cercanas a la ultra-izquierda norteamericana, es decir, un peligro para la moral, política y sociedad americana de la época. Entre esos sectores con los que se la relacionaba estaban los Black Panthers, un supuesto grupo terrorista que gozaba de mucho prestigio en Europa y sobre todo entre los intelectuales franceses con los que Jean también estaba relacionada. Motivo por el cual el FBI comenzó a investigar su vida llegando a creer que se trataba de una espía que, a modo de mata-hari, portaba información de una lado al otro del atlántico. Además, en un momento dado se barajó la idea de que el hijo que iba a tener era del lider de la banda. Un niño que nunca nació porque con todo el revuelo que se armó y su adición a los barbituricos provocó que naciese muerto. Hecho que al FBI le valió para abrir otra investigación ya que temían que ella se hubiese provocado el aborto.
    Todos estos motivos la llevaron de depresión en depresión durante el resto de su vida, deteriorando si cabe aún más la relación que mantenía con su marido. 
    Su carrera cinematográfica no levantaba el vuelo aunque mantenía su popularidad. Desde su papel en A escape libre solamente realizó otra serie de películas de bajo presupuesto y poco recomendables, intercaladas con pequeños papeles en dos películas de Claude Chabrol, otro de aquellos jovenes turcos de la nouvelle vague. 

     
      Es en 1969 cuando realiza otro de esos papeles a recordar. se trata de el western Paint your wagon ( La leyenda de la ciudad sin nombre ) de Joshua Logan, el director de la mítica película de Marilyn, Bus Stop. Junto a Lee Marvin, Jean Seberg se atreve incluso a cantar en la banda sonora, muy codiciada desde entonces. Una bella balada que nos descubre un nuevo talento en nuestra admirada. Y una oportunidad única, ya que nunca más se atrevería a cantar. 
    Entre sus amigos más cercanos se encontraba Nico, la cantante de la Velvet y actriz, modelo y mujer de Philippe Garrel, director de cine que la retratará en una película del año 74 titulada Les Hautes Solitudes, por desgracia inédita para nosotros, pero que por referencias sé que se trata de un filme en blanco y negro protagonizado por ellas dos y que recoge la vida cotidiana de una casa. Y además tiene como curiosidad que es muda. Pura vanguardia de la segunda generación de la nouvelle vague, ya duedora de la herencia del tan polémico mayo del 68, integrada por el propio Garrel y por mi admirado Jean Eustache, director de la polémica y fascinante La maman et la putain.
    Dos años antes, en 1972, Jean se embarcará en otro proyecto peleagudo, una película de carácter político realizada en Francia por Ives Boisset, El atentado. Película en la que Jean se involucrará bastante y que le reportará algún premio por su interpretación magistral. Aunque no se trate de una gran película, merece la pena por su breve pero intensa actuación.
    Ese mismo año es reclamada desde España por un Juan Antonio Bardem en horas bajas para interpretar a la madre de Marisol (sí habeis leido bien) en uno de esos pastiches pseudoeróticos que se estilaban por estos lares en los albores de la dictadura. La corrupción de Chris Miller, que así se llama el engendro, es la historia de una madre y una hija que se rifan e intercambian a los novios y mantienen una relación semi-incestuosa, que dará lugar a escenas bastante cutres y poco eróticas que llegaban hasta donde la, ya en horas bajas, censura permitía; es decir, muy poca cosa y risible vista en la actualidad. 
    En ese viaje a España sucede otro de los capítulos extraños dentro de la vida de Jean Seberg. Conoce a un joven meritorio, en aquellos entonces, Ricardo Franco, futuro director de cine de joyas tales como El desencanto de 1975. Comenzando una relación ocultada por ambos y secreta hasta hace unos años. Una relación de amor-odio que muchos años más tarde dará lugar al magistral guión y malograda última película de Ricardo, titulada Lágrimas negras y que protagonizó Ariadna Gil. Una película intensa sobre la relación que mantuvo durante algún tiempo con Jean. Una historia triste que habla de drogas, depresión, locura y amour fou. Una relación que estaba desde su comienzo maldita y que nunca ninguno de los dos quiso contar en primera persona. Aunque si habeis visto la película que se hizo hace unos años sabreis que fue muy dura y llena de inseguridades por las dos partes. Se trataba de dos personas acomplejadas y de un universo interior muy rico que se acercaron en un momento complicado en sus vidas, las cuales quedarán marcadas desde entonces hasta la muerte trágica de ambos.
    Cabe decir que el guión de la película no deja de ser ficción. No se trata de una trasposición literal de su vida juntos.

    vivir rodando
        Sí, también dirigió.
    En 1974, Jean se puso por primera y última vez detrás de las cámaras. Sería para rodar como directora una película que también pertenece inédita titulada The Ballad of the Kid y de la que apenas tengo información. Es una más de esas películas que se han quedado en el olvido como pueden serlo las películas que rodó Philippe Garrel a principios de los setenta o las de Eustache, Pialat, Rouch, Mekas, Anger, Zulueta o el propio Ricardo Franco. Pequeñas películas que sólo son visibles a veces en salas de las denominadas hace años, de arte y ensayo o en cine-clubs de los pocos que quedan esparcidos por nuestras tierras.
    mother´s little helper
    La última etapa de su vida transcurrió entre psiquiatricos y las casas de sus pocos amigos ( Nico y Garrel ). Jean se vio sumida en una gran depresión debida a los barbituricos y el alcohol. Algo demasiado típico para alguien que se ha convertido en un mito, pero cierto como su propia vida.
    Nunca repuesta de su persecución por el FBI se dedicó a vagar por las calles de su llorado Paris, igual que una clochard cualquiera, en busca de su dosis y en la huida de si misma. 



    Intentando olvidar el dolor de no haber conseguido sus pequeños propósitos. Tan sencillos como dificiles de conseguir para alguién como ella. Tener un hijo y ser feliz tránquila y sola, rodeada de los suyos. Algo que no consiguió, ya que una sobredosis se la llevó en otra de sus escapadas hasta el último suspiro. 
    Después de varios días desaparecida alguién encontró su cadaver, medio descompuesto ya, cerca de un basurero en las afueras de Paris. Era el 7 de diciembre de 1979.
    La foto que abajo veis es igual al poster que hay pegado en mi habitación, ese poster robado igual que los besos robados de Truffaut y que nos devuelve la imagen que más nos gusta de Jean. La juventud y casualidad de una mujer de vida triste que nos hace volar y sentir cuando nos acercamos a ella en esos trozos de cinta magnética que conservamos todavía y visionamos como adictos siempre que queremos recrearnos en la mirada y en la expresión de nuestra querida Jean Seberg.
    Un mito más a añadir a la lista, pero no uno cualquiera, sino una mujer que simpre supo transmitir con sus gestos y su mirada, la limpieza o la perversidad de las mujeres que soñamos que nos quisieran.
    Por cierto, aquella chica que se parecía tanto a ella desapareció de mi vida en algún momento, aunque a veces la veo entre las imágenes que se componen entre mi video y mi cabeza.
    Bienvenida, tristeza. Y adios.






    Romain Gary / El otro hombre

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    Romain Gary: el otro hombre
    BIOGRAFÍA

    Roman Kacew fue el verdadero nombre de Romain Gary y de Emile Ajar, heterónimos de un mismo autor francés que tuvo una de las vidas más apasionantes de la historia.

    Por Ernesto Mallo
    Revista Ñ, 29 de marzo de 2011




    Ser otro. Abandonar la identidad que tenemos para asumir otra completamente diferente. Quedar libre de todas las cargas y compromisos que contrajimos a lo largo de los años. Dejar para siempre la rutina y las obligaciones para vivir la vida como se debe: una aventura. Muchos escritores adoptan seudónimos más o menos secretos. Isak Dinesen era Karen Blixen; Silvina Bullrich firmaba Sir John Woolrich los cómics que escribía para “El Tony”; Antonio Machado firmó también Juan de Mairena y Abel Martín; Bustos Domecq era la dupla Borges y Bioy Casares; el reverendo Charles Lutwidge Dogson rubricaba como Lewis Carroll... y siguen las firmas. Pero quien llevó la impostura al extremo fue Roman Kacew.
    De familia judía, nació en Lituania en 1914 de Arieh, estrella del cine ruso de la época, y Mina Owczynska. A los 14 años, luego de la separación de sus padres y de peregrinar con su madre por distintas ciudades polacas, se fueron a vivir a Niza. Allí se le despertó la vocación por las letras. Mina lo aconsejó: “Un gran escritor francés no puede tener nombre ruso. Si fueses un virtuoso violinista estaría muy bien, pero para un titán de la literatura francesa no funciona”. Obediente, adoptó el seudónimo de Romain Gary que en ruso significa “arde novela”. La madre murió de cáncer en 1941, su padre y buena parte de su familia fueron asesinados en Auschwitz, hecho del que se enteró finalizada la guerra. Naturalizado francés, cumplió el servicio militar en la aviación. Con la invasión nazi se incorporó a las Fuerzas Aéreas Libres de Francia. De los doscientos franceses que se enlistaron en la RAF para combatir a las tropas alemanas sólo sobrevivieron cinco al terminar la guerra, Gary fue uno de ellos. Una cicatriz que le cruzaba el rostro fue el recordatorio que le quedaría de por vida. Todo un héroe, por sus acciones le concedieron la Cruz de Guerra, la Legión de Honor y lo hicieron Compañero de la Liberación.
    Basado en su experiencia bélica, en 1945 publicó su primera novela, Una educación europea . Su asombrosa carrera literaria lo convirtió en uno de los escritores de mayor reputación de Francia. Incansable, escribía tanto en francés como en inglés, ruso, polaco o alemán y utilizaba diversos seudónimos: Shetan Bogat, Fosco Sunibaldi y el más célebre de todos, Emile Ajar. Fue director, guionista, gaullista, vocero de Francia en la ONU y cónsul en Los Angeles (o sea embajador francés en Hollywood). Anaïs Nin lo describió así: “Frágil, con grandes ojos verdes azulados, piel bronceada de meridional y una boca aquejada de un rictus que estropeaba sus rasgos. Sin esa boca, que le daba aire de rufián, habría sido guapo”. Se dice que cuando lo conoció, Sartre le comentó con un dejo de envidia a Simone de Beauvoir que Gary era una “mina de experiencias”. El padre del existencialismo sabía que una vida intensa forja mejores escritores que la Sorbona. Con la Las raíces del cielo , considerada la primera novela ecologista de la historia, ganó en 1956 el Goncourt, el premio literario francés más importante. A los 60, con más de treinta libros publicados, películas e innumerables premios, harto de ser el famoso, Romain Gary decidió inventar a Emile Ajar. Dijo: “Quería ser espectador de mi segunda vida. Fue como volver a nacer. Todo me fue dado de nuevo”. Para ello recurrió a un amigo quien, desde Río de Janeiro envió a Gallimard el manuscrito de Gros-Câlin , que se convirtió rápidamente en best-séller. La segunda novela firmada por Ajar, La vida ante sí , tuvo aún mayor éxito. En 1975 se le concedió el Goncourt. Unico caso en la historia del premio que un escritor lo gana dos veces. Con el título de Madame Rosa fue llevada al cine por Moshe Mizrahi y obtuvo el Oscar de 1977 a la mejor película extranjera, con guión del propio Gary/Ajar. Ante la trascendencia de la obra, alguien debía dar la cara. Gary subió la apuesta, le pidió a su primo Paul Pavlowitch que asumiera la personalidad del autor y éste lo hizo encantado. Todo lo que se requería era presentarse ante la prensa simulando ser Ajar valiéndose para ello de guiones que escribía el propio Gary. Pero los periodistas comenzaron a acorralarlo y él nuevamente subió la apuesta. Escribió una carta firmada por Pavlowitch en la que decía estar internado en un asilo a causa de sus alucinaciones. Pero algunos críticos comenzaron a señalar a Quenau y otros a Aragón como los verdaderos Ajar, mientras denostaban a Gary acusándolo de copiar a Ajar.
    Su primera mujer, la escritora Lesley Blanch, toleró su agitada vida sentimental hasta que Gary se enamoró de la espléndida Jean Seberg, la actriz, 24 años menor que él. Lesley no se la hizo fácil, el divorcio lo llevó prácticamente a la ruina. Con Jean, nacida en una familia burguesa y puritana de Iowa, tuvo su único hijo, Diego. Tan bella como inestable se enredó, entre otros, con Carlos Fuentes y Clint Eastwood, a quien Gary retó a duelo. El actor prefirió pasar, el retador era hombre de armas de verdad. Además de sus aventuras eróticas, Jean se sintió atraída por el movimiento de los Panteras Negras, quienes la explotaron sin piedad, económica y sexualmente. El abstemio Gary, que detestaba “el alcohol, los alcohólicos... y al mariscal Petain”, tuvo que soportar la dipsomanía, la adicción a las drogas y las ideas políticas de su esposa.
    En agosto de 1979, la Seberg se arrojó a las vías del metro en la estación Montparnasse. Los reflejos del conductor la salvaron. Algunos días más tarde, su cuerpo atiborrado de bebida y barbitúricos fue encontrado en el asiento trasero de un Renault estacionado en la Rue Appert. Un año después, Gary se puso su pijama, colocó un toalla roja sobre la almohada y se disparó en la boca con su Smith & Wesson 38. De tal modo puso fin a una vida modelada por la guerra, el bombardeo a baja altura, la revolución, la emigración, el antisemitismo, el éxito y la derrota, el amor y el desamor.
    Pavlowitch apareció en “Apostrophes”, el famoso programa literario de la televisión. Reveló que Emile Ajar era un seudónimo de Romain Gary. Gallimard publicó 1981 L’homme que l’on croyait , en el que Pavlowitch contó todo levantando una enorme polvareda en el ambiente. Ninguno de los críticos que habían despreciado a Gary y ensalzado a Ajar tuvo el valor de reconocer su mezquindad y su ceguera. Pavlowitch comentó que Gary le había dicho: “¡Bravo Paul! Emile Ajar ha puesto en su sitio a todos esos charlatanes de mierda”. La burla póstuma de Gary fue la tercera novela de Ajar, Pseudo , en la que reivindicó su identidad.
    Sus novelas han despertado ahora un repetino interés y su publicación ya se anuncia en España. Es de esperar que tenga traductores a su altura y que no tarden en llegar a estas costas, para fortuna de los amantes de buenas historias.
    Con un solo disparo Romain liquidó a Gary, Ajar, Bogat y Sunibaldi. Queda por saber cuál de ellos fue quien apretó el gatillo. La nota suicida finaliza: “Me divertí muchísimo.Au revoir et merci .”

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