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Haruki Murakami / “El trabajo de un novelista es soñar despierto”

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Haruki Murakami
Ilustración de Sam Kalda


Haruki Murakami: “El trabajo de un novelista es soñar despierto”




Escritor superventas y favorito en las quinielas del Nobel, a sus 69 años el japonés Haruki Murakami calcula que su literatura le permitirá seguir persiguiendo “vidas distintas” durante una década más. Reacio a las entrevistas, recibe en exclusiva a El País Semanal en Ecuador para hablar del poder de la imaginación, los miedos, los maratones, el matrimonio y las ganas de probar cosas nuevas. Desde agosto conduce en Tokio un programa radiofónico en el que cultiva otra de sus pasiones: la música


Raquel Garzón
25 de enero de 2019



TODOS VIVIMOS en una especie de jaula. Puede ser de oro y hermosa, pero es la jaula que supone ser solo uno mismo”, dirá él, que vende libros por millones y cuyo nombre suena infaltablemente como candidato al Nobel desde hace una década. Haruki Murakami, autor de novelas como Tokio bluesBaila, baila, baila y 1Q84, y el escritor japonés que ha sido traducido a 50 idiomas, hizo de la literatura un salvoconducto para burlar ese encierro. Y de no conceder entrevistas, parte de su leyenda.
¿Murakami, el que corre un maratón por año desde hace 37, escribe improvisando como un jazzman y tiene una colección de 10.000 vinilos? ¿El que tachona sus historias de personajes sin nombre, canciones, túneles, gatos, soledades, espectros, sueños, crueldades y vuelve al amor y al desamor —una y otra vez— como si en verdad pudiéramos entenderlos?
Ese mismo Murakami (Kioto, 1949), fanático de los Beatles y casado a lo Lennon desde hace 47 años con una mujer llamada Yoko, acaba de entrar al salón del cuarto piso del hotel que ocupa hoy el solar de la primera casa construida en el casco colonial de Quito, fundada por Francisco Pizarro en el siglo XVI. El narrador que imagina novelas por entregas con libros iniciales de 600 páginas y tiene a los lectores colgados como yonquis esperando las siguientes 400 visita por primera vez ­Sudamérica a raíz de los festejos de un siglo de relaciones entre Ecuador y Japón. “La altitud hace peligroso correr aquí, pero visité Galápagos, que es muy hermoso. Hablé también en un teatro donde unas 2.000 personas me hicieron sentir como Bruce Springsteen”, bromea.
Lleva una barba entrecana de varios días y calza deportivas negras con cordones color naranja rabioso que hacen temer que se dará a la carrera si las preguntas lo incomodan. Confirma en la charla algo leído: tiempo atrás compró en Hawái la casa donde se filmó Perdidos. “Fue casualidad, no conocía la serie; cuando la vi me gustó, pero eran otros los que decían: ‘¡Esa es tu casa!’. Yo no fui capaz de reconocerla”.
Cortés, al hablar en inglés cultiva un tic: antes de responder estira los silencios como si los catara y desvía la vista hacia la derecha buscando palabras que lo expliquen en ese idioma ajeno. Su decimocuarta novela es la excusa de este encuentro: La muerte del comendador refiere a una escena de la ópera Don Giovanni, de Mozart, y a una pintura que encuentra el protagonista, un retratista en plena crisis existencial. Se publica en dos volúmenes (Tusquets lanzó el segundo el 15 de enero) y solo en Japón ha vendido 1.800.000 ejemplares.
Eso alcanza y sobra para imaginar a toda la ciudad de Barcelona (bebés incluidos) leyendo al mismo tiempo al hombre que ahora sonríe, mientras recuerda su visita a Santiago de Compostela en 2009. “Los alumnos de un instituto [el IES Rosalía de Castro] eligieron Kafka en la orilla como libro del año y viajé a recibir el premio. Siempre lo recuerdo: eran chicos muy inteligentes. Me gustó Galicia; los mariscos y el vino son estupendos”.
La muerte del comendador empieza con un sueño inquietante: un artista debe pintar el retrato de un hombre sin rostro. ¿Llegó así la idea del libro? No, agregué ese prólogo. Lo primero que apareció fue el paisaje. Una casa cerca del mar, en lo alto de una montaña y en el límite: hacia delante se ve despejado, y hacia atrás, siempre nubarrones. Escribí esos párrafos iniciales y me pregunté qué pasaría porque no tenía idea. El protagonista cuenta la historia de su esposa, de quien se separa cuando le dice que no puede seguir viviendo con él. Recorre Japón en coche, solo, aturdido, sin entender qué sucede, hasta que varios meses después un amigo le presta esa casa.
Muchas de sus ficciones presentan protagonistas en crisis que atraviesan la treintena. ¿Qué significado tiene esa década para usted? En Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, una novela larga de los noventa, narré la vida de un treintañero cuya cotidianidad cambia cuando desaparecen primero su gato y luego su mujer. Empecé en tercera persona, pero volví a la primera porque sentía que lo que quería contar requería mayor intimidad. No sé por qué elijo esos protagonistas. Tal vez sea ese sesgo personal, esa búsqueda de sentido en medio de la vacilación, lo que me interesa. Es como si a esa edad nos diéramos cuenta de que esa vida es la nuestra. Ese proceso de apropiación me intriga. Uno no es tan joven ya, pero tampoco viejo. Es libre y vulnerable a la vez.
Este personaje, sin embargo, no se siente tan libre, ¿no? Su crisis es radical: pinta retratos, vive de eso, pero no sabe cuál es su obra. Lucha para entender lo que quiere expresar; es una búsqueda definitoria. La novela cuenta también eso: su descubrimiento como artista, su estado mental como creador.

“Yo no sueño. O no recuerdo los sueños, pero mi literatura está llena de ellos; los imagino. Un amigo psiquiatra me decía: ‘Escribes, no tienes que soñar”

¿Qué colores usaría para pintar su propio retrato?¿Colores? Cuando escribo pienso en música, no veo ningún color. Quizá sea una forma de poder usarlos todos. Me pasa algo similar con los sueños. Yo no sueño. O no los recuerdo, pero mi literatura está llena de ellos; los imagino. Un amigo mío, psiquiatra, solía decirme: “Escribes, no tienes que soñar”.
¿Se ha psicoanalizado alguna vez? No, el psicoanálisis no me interesa, pero sí debería haberle preguntado por qué no creía necesario que yo soñara. Lo lamento; murió hace algunos años.
¿Extraña algo de su vida anterior a la literatura, la época en que su mujer y usted regentaban un club de jazz? Extraño el mundillo, los músicos. Pero desde agosto conduzco un programa de radio en Tokio. Soy pinchadiscos y recuperé lo más divertido de aquel tiempo. Elijo la música —rock, pop, jazz— y hablo sobre ella y sobre literatura. Tenía mis dudas, pero Yoko me alentó: “Puedes hacerlo. Serías un buen DJ”, me dijo. Y estoy disfrutándolo. El sentimiento es de puro placer.
Publicó su primera novela en 1979 y cambió su rutina: dejó de trasnochar, comenzó a correr diariamente… ¿Le gustaría que sus lectores lo leyeran también con todo el cuerpo? [Se ríe] No, escribir novelas largas como las mías requiere un esfuerzo sostenido y metódico. No es un trabajo liviano; escribo con la sensación física de darlo todo; administro mi energía como el aire en los maratones e intento ofrecer siempre algo nuevo. Solo espero que el lector disfrute del libro. Esa es su parte.
Lo preguntaba por el modo en que sus relatos convocan todos los sentidos. Hay música, sexo, comida… Me gustan las cosas físicas. Si escribo sobre alguien que bebe una cerveza, espero que los lectores quieran una. Busco imprimirle a mi literatura esa dimensión porque confío en la reacción corporal como algo ­auténtico, inmanejable, y si aparece, creo que la historia está funcionando. Si alguien en el libro enferma, me gustaría que el lector viviera sus síntomas. Ese es el propósito del relato.
Escribir sobre la soledad, la violencia, la locura, ¿qué es lo más desafiante? Lograr que los lectores rían. No sonreír; hablo de reír a carcajadas. Muchos japoneses leen mis libros de pie en el metro o en el tren, cuando van al trabajo; la gente alrededor los mira, puede resultar hasta vergonzoso para ellos. Pero yo siento que logré lo que buscaba.
¿Por qué es tan importante para usted? Reír y llorar son las emociones más transparentes. Pero hacer llorar es más sencillo. Cuando ríes es porque tu atención se ha relajado; estás allí, hay entre lo que el libro cuenta y lo que sientes un punto de encuentro, una humanidad corpórea. Me gusta llegar a ese espacio común. Soy escritor y, por supuesto, tengo opiniones e ideas que expresar, pero sin ese nivel físico esencial, risa y llanto, creo que sería muy difícil transmitir lo que quiero contar.


Haruki Murakami, retratado a finales del año pasado en Nueva York.
Haruki Murakami, retratado a finales del año pasado en Nueva York.  CONTACTO


Menshiki, el millonario solitario que homenajea a Gatsby en esta novela, no piensa en la paternidad hasta que sabe que Marie puede ser su hija. ¿Cómo fue su vivencia de ese tema? ¿Perdone?
Usted no tiene hijos… No.
¿Se arrepiente? [Se toma 30 segundos antes de contestar]. No, no me arrepiento mucho de eso. Pero cuando escribí la novela pensaba en la posibilidad de haber tenido un hijo. Quise imaginar qué hubiera pasado si, como le sucede al personaje, mi última novia hubiera tenido una niña y yo no hubiera sabido nada durante años. Hay una posibilidad muy remota, pero existe. Escribir novelas es perseguir posibilidades. Elegiste algo cuando tenías, digamos, 31 años y te trajo hasta aquí. Es lo que eres. Pero si hubieras tomado otra vía, tendrías una distinta. Tirar de esa probabilidad es el juego de la ficción. Veo mi literatura como la persecución de esas vidas diferentes. Todos vivimos en una especie de jaula, la que supone ser solo uno mismo. Como escritor de ficción, puedes salir y ser diferente. Eso es lo que estoy haciendo la mayoría de las veces.
¿Escapar? Vivir mis yos alternativos. ¿Soy yo mi protagonista o ese otro personaje, Menshiki? Podría haber sido yo; uso cosas mías para componerlo, pero es apenas una posibilidad de mí. El trabajo de un novelista es soñar despierto. Es maravilloso; lo disfruto hace 40 años y creo que voy a poder hacerlo otra década. Cuando no escribo relatos, escribo ensayos o hago traducciones. De alguna forma, escribo todos los días. Si no escribo, no es un buen día.
¿Tiene un sentido especial para usted cumplir 70 años? No siento nada especial, pero tampoco me arrepiento. Cometí errores, como todos, pero lo que pasó, pasó. La inocencia es inevitable; en eso soy una especie de fatalista. Me ha preguntado si lamento no haber tenido hijos. Simplemente sucedió. No puedo hacer nada. Acepto lo que sucede. Quizás en esto sea diferente de otras personas. Vivo y escribo mis novelas desde esa aceptación. Es importante para mí.
¿Acepta también sus miedos? ¿A qué le teme? Me estoy haciendo viejo. No sé cómo es ni qué se siente porque es mi primera experiencia [se ríe]. Pero tengo curiosidad y es más fuerte que el miedo. Me gustaría ver qué me va a pasar. He corrido maratones durante 36 o 37 años. Pero como estoy envejeciendo, empeoro; soy más lento cada vez. No importa. Quiero saber durante cuánto tiempo más podré correr y disfrutarlo. Muchos amigos lo dejaron porque les deprime. A mí no. Es la vida y quiero saber cómo sigue, qué va a pasar conmigo. Me entusiasma.
Algunas ficciones suyas se han llevado al cine. ¿Qué piensa cuando otros le cuentan historias que usted imaginó? Ya no son mías y me hacen sentir incómodo. Me gusta el cine, pero trato de mantenerme al margen de lo que se hace a partir de mis relatos.
Sobre la más reciente, Burning, de Lee Chang-dong, se ha dicho que transmite cierta “rabia millennial”. ¿Lo comparte? No vi la película. Cuando escribí el cuento, Quemar graneros, lo que surgió en mi cabeza fue el título. Imaginé qué clase de historia podía escribir para ese título que me perseguía, y apareció un joven con coche importado que cada dos meses quema un granero ajeno y se lo cuenta a un escritor mientras fuman un porro. Inventé una historia capaz de llenar esa imagen. No me propuse interpretar rabia ni violencia. Para mí fueron solo palabras. Siempre es así.
Ese cuento integra El elefante desaparece, un libro pródigo en desconciertos. ¿Lo raro fascina? La vida es misteriosa y quizá ciertas cosas que cuento resulten extrañas para otros, pero son naturales para mí. Que un espíritu tome la forma de la figura de un cuadro o que haya personajes cuyas sombras se desdoblen son ideas habituales en mi vida, metafóricamente hablando. Como narrador pienso a nivel del relato; todo puede pasar. Los niños lo viven con más sencillez. Cuando eres niño y en un libro alguien atraviesa la pared, es natural. Los adultos dicen: “Es extraño”. Soy casi un viejo, pero todavía creo que puedes atravesar la pared y espero que el lector también lo crea.

“No me interesan los vínculos familiares, pero sí explorar todo lo que pasa entre un hombre y una mujer. Es una relación especial, quizá la más importante”

Vuelve al amor y al matrimonio en sus historias. ¿Qué los hace inextinguibles? No me interesan los vínculos familiares, pero sí explorar todo lo que pasa entre un hombre y una mujer. Es una relación especial; quizá la más importante. No puedes elegir a tus padres o a tus hijos, pero puedes elegir a tu pareja y tienes que ser responsable con la elección. Llevo casado 47 años con Yoko; es además la primera lectora de mis libros. ¿Por qué la elegí? No lo sé. Pienso en ello a menudo y no tengo una respuesta todavía.
La cultura estadounidense fue decisiva para su generación. ¿Qué opina del proyecto que lidera Trump? Fui adolescente en los sesenta. La cultura estadounidense era excitante, salvaje: en esa década pasó de todo; jazz, rock, literatura, pop. Absorbí eso y le estoy agradecido. Pero la cultura de Estados Unidos ya no es tan estimulante. Me interesa la política, pero escribo ficción. No hago declaraciones de otro tipo.
¿Le sorprende su éxito global? ¡Me gustaría que me lo explicaran! Sucedió en los últimos 20 años. Gratifica, pero es algo que pasó en los demás. Yo sigo igual: escribo por la mañana, cuatro o cinco horas, la misma cantidad de páginas, y cuando me levanto de la silla, solo quiero saber adónde me llevará la historia. Por eso vuelvo al día siguiente.


Haruki Murakami.
Haruki Murakami. 


Un amigo japonés dice que en su país lo consideran una “leyenda viva”. ¿Cómo se siente eso? [Se ríe] Bueno, no soy tan viejo. Cuando me convertí en escritor, durante décadas no hice nada más. No suelo aparecer en público; no doy entrevistas ni salgo en la televisión o en la radio. Solo escribo. Dejé mi país durante muchos años; viví en Estados Unidos y Europa. La gente casi no me conoce en Japón. A los 69 años sentí que era una buena edad para empezar algo nuevo y decidí ser pinchadiscos. Supongo que todo eso debe resultar curioso. Enigmático, incluso. Pero legendario me parece demasiado.
¿Sabe que aparece cada año en las loterías del Nobel? La Academia no publica finalistas. Son especulaciones de los editores y no me interesan. Pero me alegraron los premios a Dylan e Ishiguro porque valoro sus obras. Escribir es como el aire para mí. Disfruto del puro placer y la alegría de escribir; ese es el propósito de mi vida. Soy feliz con eso. Lo demás no es tan importante. 


Karen Murray / Haruki Murakami en imágenes

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Karen Murray
HARUKI MURAKAMI EN IMÁGENES

















Haruki Murakami / El guardian entre los árboles como fenómeno

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Haruki Murakami

Haruki Murakami

El guardián entre los árboles 

como fenómeno

Rodrigo Fresán
18 de junio de 2005

EN Haruki Murakami and the Music of Words (Harvill, 2002), el especialista y traductor al inglés Jay Rubin describe los efectos casi radiactivos que provocó, en el Japón de 1987, la publicación de Tokio blues. Algo muy parecido a lo que sucedió -y continúa sucediendo- en Estados Unidos con El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger: el libro como sagrada escritura. A saber: cuatro millones de ejemplares vendidos -tres y medio de ellos durante el primer año- convirtieron al hasta entonces cult Murakami en un fenómeno de masas. Los estudios concluyeron que los lectores abarcaban tanto a chicas adolescentes como mujeres de sesenta años y hombres de cuarenta. A unos los acompañaba en su juventud, a otros se las recordaba como si se tratara de una virtual máquina del tiempo, y todos declaraban que la novela les "producía una irrefrenable necesidad de hacer el amor". Presentado en dos pequeños volúmenes -uno rojo y otro verde- inspiró a sus fans, conocidos como "La Tribu Noruega", a vestirse de uno u otro color para así "comunicar" a sus "hermanos" en qué parte del libro estaban. Se pusieron de moda los pósters de bosques. Se lanzaron un vino, chocolates y un té: todos llamados Madera Noruega. Una versión muzak de la canción beatle ascendió al primer puesto. Mientras tanto, claro, los primeros seguidores de Murakami -los que añoraban en este libro las atmósferas alucinógenas de sus inicios- lo acusaban de haber sucumbido a la tentación de una sencilla love-story. Murakami, por su parte, se negó a aparecer en comerciales, rechazó ofertas para el cine, se cansó de ser perseguido por lolitas convencidas de que él era Toru, y huyó al autoexilio (no volvería a Tokio hasta el terremoto de Kobe y los atentados con gas sarín) para, lejos, escribir Dance Dance Dance: secuela de La caza del carnero salvaje. Otra novela -como Al sur... y Kafka...- con canción en su título y retorno a sus tramas más extremas y metafísicas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de junio de 2005


Haruki Murakami / Tokio blues / Todo lo que necesitas es dolor

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Todo lo que necesitas es dolor

Algún octubre -si queda algo de justicia en este mundo- nos llegará la buena nueva de que le han dado el Nobel.

Rodrigo Fresán
18 de junio de 2005

Una canción de los Beatles devuelve al protagonista de Tokio blues a sus amores de juventud. La novela más realista de Haruki Murakami convirtió al escritor japonés en un fenómeno de masas en 1987.

"La obra es memoria", explicó alguna vez Tennessee Williams. Y pocas veces la observación resulta tan certera como en esta fascinante, magistral y eufóricamente triste novela de Haruki Murakami. Un libro cuyo verdadero tema -más allá de los amores cruzados, el sexo en línea recta, las perturbaciones del corazón y del cerebro, o ese hobby tan japonés: el suicidio como una de las bellas artes- es el de la agónica mecánica de los recuerdos.
Murakami entiende al pasado como un fantasma doliente y verdadero y -como en esa reescritura "con adultos" que es Al sur de la frontera, al oeste del Sol- de lo que aquí se trata es de su invocación. Porque, para bien o para mal, todos somos médiums de nuestro ayer y "lo verdaderamente importante ha tenido lugar en los bordes de nuestra memoria".
En Tokio blues -caprichosa traducción del original "Madera Noruega"- la magdalena proustiana a depositar sobre una mesa de tres patas para llamar a los espíritus de lo que fue y sigue siendo es aquella canción de los Beatles. Una canción melancólica que describe un brevísimo affaire, comienza romántica con ese "una vez tuve a una muchacha...", y concluye con Lennon cantándonos y contándonos, con juguetona ambigüedad, que terminó "encendiendo un fuego".
Ésta es la canción que escucha Toru Watanabe en el hilo musical de un aeropuerto extranjero y ésta es la epifanía musical que lo devuelve a una encarnación anterior: su juventud y amores a finales de los años sesenta. Un epifánico viaje marcha atrás a "ese limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo". Todo esto para decir que Tokio blues -a diferencia de Hard-Boiled Wonderland at the End of the World,Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o la reciente Kafka on the Shore- no está muy lejos de la realista y retrospectiva novela "del yo" practicada por Tanizaki (ver la fundante y ya extranjerizada Naomi, de 1924) o de Kawabata. Un minué emocional obedeciendo a las intenciones de un hasta entonces transgresor quien se propuso desafiarse a sí mismo creando algo más cercano a cierta tradición literaria: "Nunca había escrito algo así, en plan chico-conoce-chica, y me atrajo la oportunidad de reinventar mi propia juventud que, me apresuro a aclararlo, fue mucho menos interesante y no ocuparía más de quince páginas".
Lo que sí distingue a Tokio Blues de tantas otras -lo que la hace inequívocamente murakamiana- son las numerosas alusiones al pop occidental pasadas por el tamiz de lo oriental (aquí el eslogan beatle "todo lo que necesitas es amor" muta a un casi samurái "todo lo que necesitas es dolor" porque, sí, recordar duele); el guiño a Fitzgerald (la dedicatoria parafrasea a la de Suave es la noche, varias menciones a El gran Gatsby) y al Mann de La montaña mágica (con sus sanatorios/hoteles existenciales); sus tan adorables como aterrorizantes nenas fatales (aquí vienen la perturbada y perturbadora Naoko y la erótica y erotizante Midori seguidas por la madura y sabia Reiko); la mención entre psicótica y zen a otras dimensiones dentro de ésta; y, por encima de todo, su prosa. Porque leer a Murakami es una experiencia única. No puede decirse que sea un gran estilista; pero sí que es algo todavía más extraño y valioso. Advertencia: Murakami -al igual que los Beatles- produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo que recuerda al cine de Wong Kar-Wai. Uno no lee a Murakami sino que es poseído por el ritmo de su mirada hasta que, a las pocas páginas, sus ojos son los nuestros y nosotros somos Toru Watanabe. Y, como él, sentimos "que no se acaban de comprender las cosas hasta que se las pone por escrito". Digámoslo: Murakami nos transforma en Murakami. Supongo que esto -este espejismo real- es lo que diferencia a los clásicos de los, apenas, grandes escritores.
Algún octubre -si queda algo de justicia en este mundo- nos llegará la buena nueva de que le han dado el Nobel.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de junio de 2005




Haruki Murakami / Tokio blues fue sólo un experimento

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Haruki Murakami


hARUKI MURAKAMI 

"Tokio blues' fue sólo un experimento"


VIRGINIA COLLERA
Madrid 26 FEB 2007

Haruki Murakami (Kioto, 1949) ha vendido cerca de cuatro millones de ejemplares de 'Tokio blues', novela convertida en 'best seller' y que difiere bastante del resto de sus obras. El escritor confiesa que le gusta crear historias que causen desconcierto en sus lectores y que se deja la piel cada vez que publica una de ellas. En 'Kafka en la orilla', la última novela publicada en España, rinde homenaje a Franz Kafka.


"Yo lo único que hago es perseguir las imágenes que acuden a mi mente y, siguiendo ese flujo, voy escribiendo"
"Soy incapaz de sentir interés en novelas que no causen desconcierto a los lectores"
"En principio me interesaba más hacer cine y teatro, pero no estoy hecho para el trabajo en equipo""
Tardo varios años en escribir una novela larga dejándome, literalmente, la piel en ello"

"El novelista Haruki Murakami celebra hoy su cumpleaños", escuchó decir a la voz que salía de la radio. Casi derrama el agua que estaba hirviendo para prepararse el primer café del día, el que se toma al alba, a eso de las cuatro de la madrugada, cuando se sienta a escribir frente a Ryoto, su Mac. Sintió una punzada: su cumpleaños ya no le pertenecía sólo a él, era de dominio público. Y es que se dio cuenta de que se acababa de convertir en un escritor reconocido, él que alguna vez ha dicho que cuando no escribe le gustaría, simplemente, dejar de existir.
En 1978, en el estadio japonés de Jingu, Haruki Murakami (Kioto, 1949) asistía a un partido de béisbol entre los Yakult Swallows y los Hiroshima Carp. David Hilton salió a batear y, en el instante en que golpeó la bola, se dio cuenta de que quizás él también podía escribir una novela. "En principio, me interesaba más hacer cine y teatro, pero ya en la universidad me di cuenta de que son tareas de creación en grupo, y yo, dado mi carácter, no puedo estar tranquilo si no puedo asumir la responsabilidad plena y controlar hasta el mínimo detalle. Tal vez se deba a que soy hijo único, pero no estoy hecho para el trabajo en equipo", explica. Quizás esta condición de hijo único también le haya legado un carácter un tanto huraño.



A Murakami no le gustan las entrevistas, ésta se realizó vía correo electrónico y hubo de traducirse al japonés -a pesar de que su manejo del inglés es excelente-, se niega a ir de promoción y, cuando lo hace, protagoniza situaciones como la siguiente: en una firma de libros en Londres, Murakami sólo accedió a firmar un libro por persona y advirtió que nada de dedicatorias, sólo autógrafos.
Un pequeño baile de números nos transporta hasta 1987, fecha de publicación de Tokio blues (Norwegian Wood) en Japón. Hasta entonces, Murakami no había rebasado el umbral de los 100.000 libros, pero con Tokio blues llegó a los cuatro millones. Entonces huyó. Dejó Japón y se instaló primero en Europa y luego en Estados Unidos.
En 2005, la editorial Tusquets publicó el best seller murakamiano, que repitió éxito en España: ya va por la undécima edición y sigue acaparando los mejores lugares en las librerías y logrando efectos como el siguiente: "Tokio blues dejó una huella imborrable en mi memoria y en mis sentidos... Estoy a punto de salir a comprar Kafka en la orilla", escribe un entusiasmado internauta en la web(www.tusquets-editores.es/murakami/) que la editorial Tusquets ha habilitado precisamente para ese libro, Kafka en la orilla, el último de Murakami en España, que ya va por las cuatro ediciones desde su publicación en noviembre de 2006.
La cronología de las obras de Haruki Murakami en España es la siguiente: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (2001), Sputnik, mi amor (2002), Al sur de la frontera, al oeste del sol (2003), Tokio blues (Norwegian Wood) (2005) y, finalmente, Kafka en la orilla, en 2006. La cronología de creación es bien distinta: escribió primero Tokio blues y luego todas las demás novelas, a las que gradualmente fue restando realismo y agregando las suficientes dosis de fantasía.
"No tengo interés en escribir novelas largas con estilo realista, pero decidí que, aunque sólo fuera una vez, iba a escribir una novela realista. Tokio blues fue un simple experimento. Personalmente, a mí me gusta esa novela, pero no he vuelto a leerla desde hace casi 20 años. De momento, no tengo ninguna intención de volver a escribir algo parecido. No tengo interés en el pasado. Ya no puedo sentir interés en el llamado estilo realista porque, si escribo una novela así, acabo aburriéndome", aclara.
El trabajo creativo de este peculiar escritor es cuando menos curioso. Trabajó sin pausa durante seis meses para escribir el primer borrador de Kafka en la orilla. Luego descansó durante un mes, reescribió durante otros dos, volvió a descansar y, por último, tomó impulso para emprender la reescritura durante otro mes más. En total, 11 meses hasta finalizar las 584 páginas de Kafka en la orilla. Aunque del cómputo final habría que descontar las horas que dedicó a la traducción del clásico El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. También ha realizado traducciones de obras de Scott Fitzgerald, Truman Capote, John Irving o Raymond Carver.
-¿Está en deuda Kafka Tamura, protagonista de Kafka en la orilla, con Holden Caulfield?
-No -tajante.
-¿Y con Franz Kafka [que es uno de sus autores favoritos]?
-Claro, toda la novela es un homenaje a Franz Kafka.
-Dicen que le gusta abrir el apetito de sus lectores.
-Me gusta escribir sobre comida. Quiero provocar una reacción física de los lectores al escribir sobre la comida o la bebida. Poder hacerlo con frases es uno de mis placeres como escritor. Tengo la convicción de que si puedo conseguir hacerlo bien, seré capaz de hablar con más claridad, con más fuerza, sobre el amor o la tristeza, o el sentido de vivir.
"Yo lo único que hago es perseguir las imágenes que acuden a mi mente y, siguiendo ese flujo, voy escribiendo la historia. No sabría explicar la trama, todo viene en un paquete llamado historia, que yo presento envuelto en un texto". Sin embargo, no le parecen mal los términos huida y búsqueda para esbozar esa trama en la que ni puede ni quiere profundizar: Kafka Tamura se va de casa el día de su decimoquinto cumpleaños; es una fuga meditada, ya no soporta más que su destino esté unido al de su siniestro padre. Y emprende un viaje que, espera, termine en su madre, que desapareció cuando él tenía cuatro años.
Aunque, en general, se resista a diseccionar las historias de sus novelas, Murakami ha tenido que claudicar y hacer una excepción con Kafka en la orilla: el libro ha causado tal desconcierto entre sus lectores que su editor japonés tuvo que crear una web para dar respuesta a los miles de preguntas que le enviaron. En sólo tres meses, Haruki Murakami ha dado respuesta a más de 1.200 cuestiones.
-¿Era su intención provocar un desconcierto tan general?
-Soy incapaz de sentir interés en novelas que no causen desconcierto a los lectores. Esto no quiere decir que intente desconcertarles o escribir algo difícil. Lo que quiero decir es que las novelas largas que no hagan cuestionarse a los lectores el sentido de la historia, el flujo de su conciencia o la firmeza de la base de su existencia, no deben escribirse ni leerse. Yo tardo varios años en escribir una novela larga dejándome, literalmente, la piel en ello. Si no fuera capaz de escribir una novela con una fuerza como esa, la escritura no sería más que una pérdida de tiempo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 26 de febrero de 2007

Christian Bale agradece a Satanás por la inspiración para interpretar a Dick Cheney

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Christian Bale


Christian Bale agradece a Satanás por la inspiración para interpretar a Dick Cheney; y la hija del vice responde


Christian Bale se alzó con el premio a Mejor Actor en Comedia/Musical en la 76 ceremonia de los Globos de Oro, cumpliendo los pronósticos por su magnifico trabajo como el vicepresidente Dick Cheney en El vicio del poder.

7 de enero de 2019

El actor británico subió al escenario para recibir el segundo Globo de Oro de su carrera (el primero fue en 2011 por The Fighter), y sorprendió a los presentes y espectadores al agradecer al mismísimo anticristo por la inspiración recibida.
Oh, mírennos, qué afortunados somos de tener una vida haciendo algo que amamos”, comenzó el actor. “Gracias por permitirme ser parte de esto durante tantos años“.
Gracias a mi bella esposa, que dice que menos es más. Puedo arruinar una película perfectamente buena y una carrera regular con un solo discurso, así que gracias por ese consejo, mi amor. Gracias por nuestros hermosos hijos”. Me ha dado un amor y un alma que nunca creí posible”, continuó emocionado.
A continuación dirigió su atención al director Adam McKay, diciéndole, “Gracias a ese loco de allí, Adam. Me dijo ‘Tengo que encontrar a alguien que pueda ser absolutamente libre de carisma y maltratado por todo el mundo’, así que pensó ‘pregúntale a Bale’”. Finalmente, sentenció entre risas, “Gracias Satanás por darme la inspiración”.
La red se tomó con buen humor la frase de Bale, pero no sucedió lo mismo con la hija del vicepresidente al que interpreta en El vicio del poder. Tras ver la ceremonia, Liz Cheney tuiteó “Satán probablemente lo inspiró a hacer esto, también“, añadiendo un enlace a un artículo de The Independent sobre su arresto hace 11 años por supuestamente atacar a su madre y hermana.
Sin hacer una mención directa, el actor se estaba refiriendo a Cheney, vicepresidente de George W Bush y que, desde la óptica del film, ha sido tratado como uno de los villanos de la política de Estados Unidos. 

Bale venció a John C. Reilly por Stan & Ollie, Lin-Manuel Miranda por El regreso de Mary Poppins, Robert Redford por The Old Man & the Gun y Viggo Mortensen por Green Book.





Video insertado

Lo mejor de los : el agradecimiento de Christian Bale a Satán por su premio a Mejor actor de comedia por 'El vicio del poder'.

Christian Bale es el mismo Satan. No deja de sorprendernos con sus cambios físicos para interpretar a los personajes en las films.


Christian Bale agradeciéndole a Satán, me muero aksdjakfakdfa 🤣😂🤣😂

Christian Bale agradece a Satan en su discurso de los y se convierte en TT (menos mal, creímos que habíamos escuchado esto).




Christian Bale: “Si no me dedicara a esto, la gente diría que necesito ayuda”

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Christian Bale como Dick Cheney


Christian Bale: “Si no me dedicara a esto, la gente diría que necesito ayuda”

El actor encarna a Dick Cheney, exvicepresidente de EE UU, en 'El vicio del poder'. Tras ganar el Globo de Oro por su interpretación, se acerca al Oscar


Rocío Ayuso
Los Angeles, 11 de enero de 2019

Christian Bale pertenece a esa rara estirpe de intérpretes que, como Robert de Niro o Daniel Day Lewis, son capaces de transformarse en otra persona. Y no solo en lo psicológico. En su caso, el cambio es también puramente físico. El actor, de 44 años (Haverfordwest, Reino Unido, 1974), también cambia como persona. Un día parece un tipo violento. Al siguiente, se antoja el más dulce padre de familia. Bale tiene una personalidad tan inesperada que lo único sorprendente del Globo de Oro que obtuvo el domingo por su papel de Dick Cheney, vicepresidente estadounidense con George Bush hijo, no fue la victoria sino el cerrado acento inglés con el que este galés que muchos consideran estadounidense recibió el premio. La película, El vicio del poder, se estrena hoy en España, y podría llevarle al Oscar al mejor actor.
Lo único que no cambia es su atuendo. “¿Qué voy a decir? Me gusta el negro y odio ir de compras. Cuando encuentro algo que me gusta, acaparo”, bromea. Tampoco cambia de talla, pese a su famosa facilidad para engordar o adelgazar según el personaje. ¿El secreto? Usa prendas con elástico en la cintura. Eso hizo durante su última transformación, cuando ganó cerca de 20 kilos para meterse en el cuerpo de uno de los políticos más vilipendiados de la historia estadounidense. “[Adam McKay, el director] me dijo que encontrara a alguien sin carisma y odiado por todos”, dijo Bale al recoger el trofeo. Y lo dijo con ironía por un papel que sabe que le colocará “en el rincón de los despreciables”.

Satanás

Lo divertido es que, por mucho que agradeciera a “Satanás” por la inspiración que le dio para meterse en las carnes del maquiavélico vicepresidente, Bale mira a sus trabajos con cariño. “Adam es quien tiene la visión global. Es mi director y sabe lo que quiere contar. Yo me dedico a mi personaje. Y cuanto más le estudio, más le entiendo. Pienses lo que pienses de su ideología política hay que reconocer que Cheney tiene un buen par de pelotas”, dice.
Bale siempre ha sido un intérprete lleno de contradicciones. Mientras que la calidad de su interpretación evoca el famoso método, la única preparación de este actor precoz sin estudios de arte dramático se la dio su debut en un anuncio de suavizante. Y su trabajo en España con Steven Spielberg en El imperio del sol, cuando tenía 13 años. Entonces no tuvo muy claro si lo hizo por amor al arte o por alimentar a su familia. Ahora esa parte de su trabajo la tiene más clara: “Es un privilegio que me ha dado una vida increíblemente interesante”, reconoce. No dice que no haya malos momentos, esos en los que la película no va por donde él querría. “Es un esfuerzo colectivo”, recuerda. “Pero he hecho algunas muy buenas. Y El vicio del poder es una de ellas. Hilarante y terrorífica. Uno de los filmes más fascinantes en los que he tenido la oportunidad de trabajar”.


Christian Bale

Si hubiera sido por él, Bale nunca habría encarnado a Cheney. Siempre inseguro, no se veía en el papel. Pero se lo pidió McKay, el hombre que le dirigió en su tercera candidatura al Oscar con La gran apuesta (2015). Y Bale decidió ser su lienzo. “Tuve aquí todo el Cheney que necesitaba”, dice mientras muestra su teléfono, donde se bajó todas las imágenes que pudo del que fuera vicepresidente en la era de George W. Bush para comprender a un personaje al que no llegó a conocer. Y no por falta de ganas. “Me lo desaconsejaron desde el departamento legal”, apunta. También fue una página en blanco para el equipo de maquillaje que casi cada día le dio una nueva forma hasta encontrar a Cheney.
“Es la única manera en la que sé trabajar: dándolo todo”, resume. “Tengo que saberlo todo para ser capaz de improvisar y hacer sugerencias si el momento lo requiere”, añade. No puede ocultar que es también lo que más le gusta de su trabajo. “La oportunidad que me da el medio para comportarme de forma obsesiva aunque sin mojarme. Un comportamiento por el que, si no fuera porque soy actor, la gente diría que necesito ayuda”, se ríe, ya metido en su nuevo cuerpo, el del piloto de carreras Ken Miles para su próxima película: Ford vs. Ferrari, sobre la rivalidad en los años sesenta entre las dos escuderías.

Elvira Lindo / Amor y guerra

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AMOR Y GUERRA

Está visto que una pareja enamorada puede destruir el planeta


Elvira Lindo
27 de enero de 2019


Lynne, la esposa de Dick Cheney, tenía agallas. Si hubiera nacido 20 años después habría estado sentada en el Congreso o en el Senado. Eso afirma Adam McKay, el director de la asombrosa El vicio del poder, o, mejor aún, Vice, que juega con el título de vicepresidente y el pecado que impulsó a Cheney durante toda su vida. Porque el poder deviene en vicio para la mayoría de quienes lo ostentan, una adicción de la que solo unos pocos logran desengancharse. Durante uno de los muchos infartos que sufrió el imbatible Cheney, Lynne se arremangó y sustituyó a su marido en algunos mítines de su Estado, Wyoming. Estaba en su derecho, en gran medida el futuro vicepresidente había sido una invención suya a partir del momento en que le amenazó con abandonarle si no dejaba su vida gamberra. Le instó a tener ambición. Él se reformó por ella, y ella inspiró su carrera política. En realidad, debiéramos entender la película como una historia de amor, aunque ese amor, finalmente, haya contribuido en gran parte a desequilibrar el estado del mundo. Está visto que una pareja enamorada puede destruir el planeta.

En la campaña de 1978, Lynne subía al estrado ante un grupo de mineros no imitando las palabras que hubiera pronunciado su marido sino expresando las suyas propias: “En California, las mujeres queman los sujetadores; nosotras, nos los ponemos”. Condensaba en una sola frase, de manera intuitiva y admirable, la guerra moral de la derecha. Nosotras nos los ponemos. De las otras guerras, las que consisten en destruir países ignorando el balance de pérdidas humanas, ya se encargaba su marido.
Es temible la desmemoria. Lo percibes en estas dos horas de narración visual. Si el documental se nutre hoy en día de los mecanismos de la ficción para atraparnos, esta película se sirve de documentos reales para acercarnos a un personaje que desde los años sesenta habitaba en las aguas profundas de Washington. Hay que ser imaginativo para sentirse inspirado por un tipo tan poco atractivo como Cheney, hay que ser valiente para asumir el riesgo. Todo lo que aparece en pantalla ya estaba dicho, pero ¿quién se atreve a convertir ese material en película?

La vida política de Cheney, como señala McKay, podía haber terminado en 1993, replegando velas tras la victoria de Clinton. Su trayectoria no hubiera sido tan decisiva para nuestro presente, pero quiso el destino situarlo a la sombra de George W. Bush, en una vicepresidencia que concentró un poder insólito, asumiendo decisiones trascendentales, como la invasión de Irak con el fiasco de las célebres armas de destrucción masiva. Creo que la ingenuidad de muchos americanos ha residido en creer que los poderes del Estado pueden frenar las locas decisiones de un presidente. Si algo muestra esta película, de manera sorprendentemente radical, es cómo un presidente, o el vicepresidente, puede arreglárselas para esquivar los controles dispuestos en una democracia para que el que manda no actúe por su cuenta. Eso es lo que da miedo, la comprobación de que con trucos legales una democracia puede perder su esencia.

Christian Bale no es un actor, es Cheney redivivo. Amy Adams no es una actriz, es Lynne, un ama de clase media americana que inyecta a su marido el nivel necesario de ambición para controlar el mundo en la sombra. Ideóloga y guerrero, una mezcla insuperable. Cuando salimos del cine, pensé si Aznar habría visto la película. Pero el pasado fin de semana estaba en el Congreso del PP, vitoreado. Sin complejo alguno. Y sin remordimiento.



Margarita Valencia / Temporada de contratación

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Margarita Valencia
TEMPORADA DE CONTRATACIÓN

Estamos en temporada de contratación. Eso significa que hace un mes, o tres, o hace un año, nuestro contrato de trabajo con el Estado terminó y desaparecimos de las oficinas públicas. Ahora, en temporada, algunos de nosotros hemos sido requeridos. No debo decir “de nuevo” porque el primer paso en el proceso de contratación consiste en dejar establecido que los futuros contratistas somos habitantes del limbo, sin pasado y sin identidad, que no existimos en el mundo real, y que solo el seguimiento preciso, incuestionado, de las exigencias de la contratación nos permitirá volver a la vida. 


El sistema tiene una vacante y le permitirá al elegido convertirse temporalmente en una persona de carne y hueso para que pueda llenar ese espacio vacío que el sistema aborrece. El sistema ha establecido una lista rigurosa de actividades (obligaciones) que el contratista debe llevar a cabo (llenar un número determinado de sobres con hojas de papel, por ejemplo, o estar presente en un aula durante un número determinado de horas); en ocasiones, a la lista de actividades se añade uno o varios entregables (tantas hojas escritas, emisión oral de un número determinado de palabras). 

Cuando somos contratados, si somos contratados, deberemos cumplir con nuestras obligaciones y entregar nuestros entregables, y durante el proceso deberemos entregar informes periódicos que certifiquen constantemente que estamos haciendo lo que estamos haciendo y que nuestras actividades se acogen a un deber arbitrariamente fijado por alguien más. 

Pero para que eso suceda (la contratación) deberemos someternos a un proceso en el cual el sistema se asegura de que el futuro contratista se acomode a la forma precisa del espacio que el sistema debe llenar, que su cuerpo se vuelva cuadrado y su cabeza, rectangular, que se deshaga del peso sobrante en la cabeza y el espíritu, que se libere de la alegría y de la curiosidad. 

Si supera, si superamos exitosamente este proceso, nos sumaremos temporalmente a la fuerza de trabajo del Estado. Se esperará de nosotros las obligaciones, los entregables y los informes, vaciados de entusiasmo al comienzo y de satisfacción al final. Algunos funcionarios, capos de estos campos, prisioneros de tiempo completo, nos recordarán de vez en cuando que nosotros nos iremos pronto y que ellos se quedarán, cerciorándose de que nada cambie, de que nada se mueva. 

Hasta la próxima temporada.

Marx estaría orgulloso.




María Tena / Para saber de amor

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Una pareja en Montevideo en 1964.
Una pareja en Montevideo en 1964.  THE LIFE PICTURE / GETTY


Para saber de amor

La narradora de María Tena en ‘Nada que no sepas’ vuelve a Uruguay, 40 años después de partir abruptamente, para recuperar lo que quedó congelado en una foto fija


ANA MARÍA FISCHER
28 DE ENERO DE 2019


Qué hace que una novela montada sobre un resorte argumental bastante socorrido mantenga el interés de la lectura? Porque el esquema argumental de Nada que no sepas —obra con la que María Tena (Madrid, 1953) obtuvo el XIV Premio Tusquets Editores de Novela— se articula a partir de un hecho nada atípico: el descubrimiento de una infidelidad conyugal, que lleva a la narradora a alejarse y viajar hasta el lugar de la felicidad donde transcurrió la infancia para, una vez allí, ir desvelando los secretos y misterios, las luces y las sombras que rodearon la vida de los padres y precipitaron algunas decisiones.
Y sin embargo, pese a este inicio aparentemente previsible, Nada que no sepas atrae nuestra atención sin apenas ceder un ápice a lo largo de la lectura. La frase que abre la novela es sin duda un poderoso imán: “Yo vengo de un lugar de donde siempre había que irse”. Y también lo es la sugerente escena-recuerdo que enmarca el relato antes de que este se inicie propiamente: “Teníamos una maleta en la escalera, al lado de la puerta o al fondo del armario. Y aunque no la viésemos, sabíamos que siempre estaba ahí, lista para emprender la marcha”. Tómense estas líneas como muestra de un estilo depurado y conciso, de una escritura tan aguda como cristalina, que prescinde de ornamentos y arabescos u otras adherencias innecesarias. Es un factor poderoso para seguir leyendo, la sensación de estar siempre instalado en el corazón de lo que se cuenta y/o recuerda. El otro foco de interés lo constituye el mundo en que transcurre la acción de Nada que no sepas: en el Uruguay de finales de los años sesenta —Montevideo y Carrasco—, en un reducido círculo de amistad, cultura y cosmopolitismo, donde los niños crecían tan felices como seguros: el amor libre, la moda que venía de París, los viajes a las librerías de Buenos Aires, las estancias inmensas, las conversaciones a medias.



Para saber de amor


La narradora regresa allí 40 años después para recuperar lo que, al partir abruptamente, quedó congelado en una foto fija; sobre todo, las causas que rodearon la oscura muerte de su madre, verdadero punto ciego o zona fantasma que acaba convocando otros episodios y anécdotas, algunos incluso acontecidos mucho más tarde —como la tragedia del avión que sobrevolaba los Andes en 1972— y que todavía pesan sobre algunos personajes, como ocurre también en el caso de Yuyo y su pasado de militancia en las filas de los tupamaros. Y es que tampoco era previsible para la narradora cómo se comportarían sus amigos y allegados, los depositarios de la memoria que ella pretende desenterrar. De ahí otro atractivo de esta lectura: “Una ficción con personajes y deseos, con varios principios y un solo final”, que la devolverá a “un lugar que nos acoge y nos trata con piedad cuando las otras patrias nos traicionan”. Y también “hasta lo que queda de aquella niña pazguata, entrometida”.
Nada que no sepas. María Tena. Tusquets, 2018. 239 páginas. 18 euros.

La clave de la convivencia entre Donald y Melania Trump: distancia

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Donald Trump y Melania


La clave de la convivencia entre Donald y Melania Trump: distancia

El presidente y su esposa llevan horarios, rutinas y ocio diferente. La primera dama duerme sola y su marido lo hace en una habitación en la que pidió un cerrojo


ANTONIA LABORDE
Washington 14 MAY 2018 - 09:52 COT

La fragancia misteriosa que emana Melania Trump por los discursos que no pronuncia, las reuniones a las que no asiste o las manos que no coge, ha causado un progresivo interés sobre qué hace mientras no se la ve. Cuando la primera dama abandonó Nueva York -aunque en su cuenta personal de Twitter aparezca que vive allí- para instalarse en la Casa Blanca cinco meses después de que su marido asumiera la presidencia de Estados Unidos, deshizo las maletas en una habitación diferente a la de él. La del mandatario, por petición propia, tiene un cerrojo en la puerta. Y no solo sus dormitorios están separados. También sus rutinas y su tiempo libre.
Melania Trump
Una de las pocas anécdotas sobre Melania que pudo rascar Michael Wolff para su libro Fire and Fury (Fuego y furia) revela el ánimo con que llegó la eslovena a la casa de gobierno. Durante la campaña presidencial se filtraron unas fotos de la exmodelo posando desnuda. Ella le advirtió a su marido-candidato que si así era el futuro que les aguardaba, no lo quería. Trump reaccionó como Trump. A pesar de que el magnate estaba seguro de lo contrario, le respondió que demandarían a los medios y le garantizó que todo acabaría en noviembre porque no había forma de que él ganara las elecciones. Cuando se supieron los resultados, Melania lloró. Wolff narra que no fueron lágrimas de alegría.
Un reciente artículo publicado por The Washington Post sobre la vida íntima de la primera dama describe el mundo paralelo que ha construido en el Ala Este de la Casa Blanca. Se levanta más tarde que Trump -quien a las 5.30 ya está con sus tres televisores encendidos y Twitter abierto- y prepara a su hijo Barron, de 12 años, para que acuda al colegio. En su ala solo trabajan nueve empleados, menos de la mitad de los que tenía Michelle Obama y Laura Bush. Según un reportaje de Vanity Fair, el personal permanente adora a la primera dama. A veces abandona su oficina y se asoma al otro lado de la casa de gobierno donde está el Despacho Oval y el de su hijastra mayor, Ivanka Trump. "Pocas veces pone un pie por el Ala Oeste", contó al medio estadounidense una persona con conocimiento de primera mano. Según The Washington Post, Trump detesta que Melania vaya ganando en popularidad entre los estadounidenses mientras que él no hace más que descender en las encuestas. Los últimos datos le dan a ella un 57% de aprobación popular y a él, un 42%. No llega al aprobado.
Melania Trump

El Ala Este está abierta al público cinco días a la semana como parte del recorrido por la Casa Blanca. Pero Melania no se deja ver. Su oxímoron, Jackie Kennedy, llegó a ser ella misma “la guía del tour”. En 1962, en una iniciativa sin precedentes, la entonces primera dama explicó a los estadounidenses en televisión abierta cada rincón de la casa de gobierno que con tanta dedicación había redecorado. Pero hay una cosa que comparten ambas. Vivir su relación bajo la nube de supuestas infidelidades.
En lo que va de 2018, Trump se ha enfrentado a la acusación de la ex actriz porno Stormy Daniels, quien dice haber recibido 130.000 dólares poco antes de las elecciones de 2016 como parte de un acuerdo con los abogados del entonces candidato para mantener en silencio sus encuentros sexuales. Cuando estalló la noticia, la primera dama canceló los planes para viajar con su marido al Foro Económico Mundial en Davos. Luego se los vio llegar en coches separados al discurso de Estado de la Unión.
Los Trump, incluso cuando tienen tiempo libre, funcionan de manera autónoma. Él juega golf. Ella no se sabe. Él cena con empresarios y políticos. Ella no se sabe. Él tuitea todo lo que piensa. Ella no se sabe. Según varios asistentes actuales y anteriores, el matrimonio a menudo come separado. Stephanie Grisham, la portavoz de Melania, contradijo esta versión. Afirmó que comparten durante los viajes y en las noches. Sin embargo, a Trump no le queda mucho tiempo libre. Lo dejó claro en el reciente cumpleaños número 48 de su esposa, a quien no le compró un regalo por estar “muy ocupado”.

El hermetismo de la primera dama, que se libera de las entrevistas como quien sacude la lluvia de un paraguas, ha dado pie a especular el porqué. Ivana Trump, la primera esposa del mandatario, con quien compartía la pasión por los negocios, narró en su reciente libro Rasing Trump (Criando a los Trump): "En nuestro matrimonio no podía haber dos estrellas, así que uno tuvo que irse". Peter Slevin, autor de Michelle Obama. A Life (Michelle Obama. Una vida) y veterano del Washington Post, sostiene que la diferencia con la ex primera dama, es que sus cercanos decían que era la persona más estratega que conocían. Se fijaba objetivos, tenía un plan, nada parecido a lo que muestra Melania, quien lanzó Be Best (Sé Mejor), la iniciativa por la que trabajará, 16 meses después de asumir su rol.
Melania Trump

La imagen borrosa que ha construido Melania puede que sea azarosa, según Slevin. “Honestamente no sé si tiene una estrategia, no la veo. Pero realmente no lo sabemos, puede que sí, pero es que no nos lo dice y tampoco sabemos a quién preguntarle”, explica el escritor y agrega que prácticamente no tiene experiencia en público. Quizá la hija de una modista y de un vendedor comunista de la antigua Yugoslavia simplemente no se siente cómoda yendo a bailar al Show de Ellen como Michelle Obama, ni mucho menos, siendo la primera dama de Estados Unidos. Pero como es costumbre con ella, no se sabe.



‘The Telegraph’ pide disculpas e indemniza a Melania Trump

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Melania Trump


‘The Telegraph’ pide disculpas e indemniza a Melania Trump

El diario británico cuestionó la carrera de modelo de la esposa de Donald Trump y acusó a su padre de ser una persona "temible"


EFE
Londres, 28 de enero de 2019

El periódico británico The Daily Telegraph ha pedido disculpas públicas a la primera dama estadounidense, Melania Trump, a quien indemnizará con una cantidad "sustancial" por un artículo que contenía ciertas afirmaciones falsas.
El texto apareció el pasado 19 de enero en la revista que publica ese medio el fin de semana, con el título El misterio de Melania, y en el que se decía que lloró la noche que su marido, Donald Trump, ganó las elecciones a la presidencia de EE UU en 2016.

Melania Trump


El reportaje también indicaba que su carrera como modelo estaba en horas bajas antes de conocer a su actual esposo, ya famoso entonces por sus actividades empresariales y apariciones en programas de telerrealidad.
Los responsables de este periódico británico han reconocido en sus páginas que no se debieron publicar esas afirmaciones y le han pedido disculpas "sin reservas", al tiempo que se han comprometido a indemnizarla con una cantidad "sustancial" y a pagar las costas legales.
Melania Trump

En su disculpa escrita, The Daily Telegraph aseguró que la "señora Trump era una modelo de éxito por sus propios méritos" antes de conocer "a su marido" y que "logró trabajos" en este área "sin su ayuda". También se han disculpado por decir que la ahora primera dama abandonó sus estudios de Diseño y Arquitectura a causa de un examen, sino que lo hizo por su carrera de modelo.
El artículo también señaló, equivocadamente, que la madre, el padre y la hermana de Melania se instalaron a vivir en 2005 en uno de los edificios que posee el magnate y mandatario estadounidense en Nueva York. La pareja contrajo matrimonio ese año y Melania, nacida en Eslovenia en 1970 (una república entonces de la extinta Yugoslavia), obtuvo la nacionalidad estadounidense en 2006.
Asimismo, el diario aclaró que el padre de Melania, Viktor Knavs, no es una persona "temible" y que tampoco "controlaba a la familia", como se aseguraba en el citado reportaje.

El perfume del viento, de Triunfo Arciniegas, ganador del Premio Fundación Cuatrogatos

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El perfume del viento, de Triunfo Arciniegas, ganador del Premio Fundación Cuatrogatos


El perfume del viento, de nuestra colección Nidos para la lectura ha sido galardonado con el Premio Fundación Cuatrogatos y ahora pertenece a la lista de 20 libros altamente recomendados por sus valores literarios y plásticos que, a juicio de la institución, merecen tener una mayor difusión.


Entre la lista de 20 ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos El perfume del viento, escrito por Triunfo Arciniegas e ilustrado por Juan Camilo Mayorga se destacó por ser un enigmático y conmovedor relato acerca de la niñez y la vejez, del transcurrir del tiempo y del poder de los recuerdos. El libro demuestra tener un lenguaje poético y estructura sencilla que permite al niño explorar sus recién adquiridas habilidades como lector autónomo.
Cada año, después de leer, analizar y discutir una amplia y representativa muestra de libros de ficción para niños y jóvenes, publicados en español por pequeñas y grandes editoriales de Iberoamérica y Estados Unidos, un comité realiza la selección de los títulos ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos. El premio funciona desde el año 2014 para contribuir a la difusión y la lectura de libros de alta calidad creados por escritores e ilustradores iberoamericanos. En esta quinta edición del premio, se consideraron alrededor de 1500 libros publicados por 175 editoriales de 19 países.
Los libros galardonados fueron escogidos por un equipo de profesionales de formación multidisciplinaria –filología, educación, periodismo, sociología, bibliotecología, teatro, artes plásticas–, que comparten el interés por la creación y el estudio de la literatura infantil y juvenil. Los integrantes de este grupo buscan calidad, propuestas inteligentes, que diviertan, que conmuevan, que inquieten, que hagan pensar: destacan libros que les gustaría que otras muchas personas pudieran conocer y leer.






Anthony Hernandez / El Hollywood de los perdedores

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"Los Ángeles n.º 14" (1973)
Anthony Hernandez


El Hollywood de los perdedores

Mapfre dedica una retrospectiva a Anthony Hernandez, el gran retratista de Los Ángeles


ANGELES GARCÍA
Madrid, 29 de enero de 2019

El cine y las series televisivas muestran a Los Ángeles como prototipo de un lujo desmesurado que emana de Hollywood su barrio más glamuroso. Pero hay un mundo que nada tiene que ver con los coches último modelo o con las mansiones obscenamente costosas. Es una sociedad que viaja en autobús, vive en una caravana y se alimenta de mala manera. Es la ciudad por la que transitan los perdedores que de manera descarnada retrata Anthony Hernandez (Los Ángeles, 1947) desde hace 45 años. Más de un centenar de fotografías protagonizan la exposición retrospectiva Una mirada desconcertante que desde el 31 de enero y hasta el 12 de mayo puede verse en las salas de la Fundación Mapfre de Madrid.La muestra ha sido organizada en coproducción con el Museo de Arte Moderno de San Francisco y supone el estreno de la nueva directora de la institución, Nadia Arroyo.


"Rodeo Drive n.º3" (1984), impresión de 2014.
Anthony Hernandez


Hijo de emigrantes mexicanos que, sin embargo, solamente se expresa en inglés, cuenta que su formación es autodidacta y que surgió por su afición a caminar y mirar por donde paseaba. Vecino de una barriada de viviendas públicas, lo que tenía ante sus ojos eran personas sin hogar, pobres de solemnidad cuya presencia agrandaba de manera descontrolada la ciudad. Eran los años finales de los sesenta y empezó a retratar con una pequeña cámara a hombres y mujeres con los que se cruzaba. "En blanco y negro y siempre sin molestar, pasando inadvertido", puntualizaba este martes en Madrid. Son personas sorprendidas deambulando por las calles con rostros pesarosos, entregados a sus pensamientos y también con momentos de esparcimiento como se ve en la espléndida serie titulada Long Beach (1969), donde la gente toma el sol o se baña en el mar.

"Zonas de transporte público n.º 46" (1979), impresión de 2016.

Erin O'Toole, comisaria de la exposición y conservadora del museo de San Francisco llama la atención sobre la versión de Los Ángeles que retrata Hernandez: la de las criadas latinas o negras que se asfixian bajo el sol esperando un autobús que las llevará a trabajar a las mansiones de las estrellas y ejecutivos multimillonarios, los sin techo que duermen sobre cartones bajo los pasos elevados de las autopistas o de aquellos que pierden sus pertenencias arrastradas por la canalización del río después de una gran tormenta. Precisa O'Toole que bajo todos los formatos posibles, ya sea en blanco y negro o en color, en paisajes con o sin gente, el tema eterno para Hernandez son los pobres. "A ellos se acerca no como un activista sino con los ojos de alguien que aporta belleza y dignidad al lado más oscuro de la sociedad", precisa la comisaria.
"Paisajes automovilísticos n.º 35" (1978). Black Dog Collection, donación prometida al San Francisco Museum of Modern Art.

En la estela de grandes maestros de la fotografía estadounidense como Garry Winogrand y Bruce Davidson, de los que se confiesa devoto admirador, las imágenes de Anthony Hernandez sirven para documentar una parte desconocida de la vida en una de las ciudades más famosas del mundo. Pero él prefiere que se destaque la poesía y la belleza con la que se aproxima a los escenarios que retrata. "En lo abandonado y en lo desechado hay mucha belleza", explica. "Lo importante siempre es el ser humano, aunque no aparezca en la foto, algo que ocurre desde 1988. En mis paisajes urbanos pongo el foco en la ruina de los interiores de los edificios abandonados. Las verjas, las vallas, los tabiques o las colillas que alfombran el suelo son las señales del paso de gente sin hogar. Me acerco a este universo con toda la cortesía y humildad de la que soy capaz".
"Santa Mónica n.º 14" (1970) Black Dog Collection, donación prometida al San Francisco Museum of Modern Art

La exposición está organizada en orden cronológico y dividida en ocho espacios. El mismo tema, Los Ángeles, solo se rompe al comienzo con retratos de otras ciudades como Washington o una escena de Madrid tomada en 1971 ante el estanque del Retiro durante una visita turística. Hay también una serie dedicada a ruinas modernas, construcciones abandonadas, en Roma. Todo lo demás tiene que ver con su ciudad, Los Ángeles.
Aunque estuvo destinado en la guerra de Vietnam 18 meses como asistente médico en helicópteros, es una etapa que elude y de la que no muestra ninguna imagen. Buscador de poesía en los temas más duros de su entorno, no se plantea llevar su cámara a la frontera entre México y Estados Unidos donde Trump está empeñado en levantar un gigantesco muro. "No me interesa como tema", puntualiza. "Eso es algo demasiado específico. Prefiero deambular y retratar lo que me surge. Jamás fuerzo las cosas ni dirijo el objetivo a temas ajenos a mí. Hace poco me pidieron participar en una exposición, pero querían imágenes de niños pequeños. Yo no hago eso". De lo que sí está muy contento es de haber recibido una llamada del comisario de la Bienal de Venecia para participar en la próxima edición que se inaugurará en mayo. "Estábamos en pleno montaje de estas salas y recibí la llamada. Será el 7 de mayo, pocos días antes de que se clausure esta exposición. No puedo estar más contento".

Ese Prada de Sarah Paulson es sencillamente perfecto

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ESE PRADA DE 

SARAH PAULSON 

ES SENCILLAMENTE PERFECTO

La actriz en plena promoción de su nueva película nos sorprende de nuevo con un look para soñar.

Sarah Paulson se encuentra en plena promoción de su nueva película, la futurista 'Glass'. La última entrega de la trilogía firmada por M. Night Shyamalan y en la que Bruce Willis, Samuel L. Jackson y James McAvoy completan el cartel. Todo el equipo viajó anoche a Londres para promocionar allí el estreno de esta nueva cinta. Anta la ausencia de 'competidoras' sobre la alfombra roja, Sarah Paulson podría haberse relajado, haber optado por un look elegante y hubiera destacado sin esfuerzo pero ese no es el estilo de Paulson. La actriz demostró ayer por qué es una de las mujeres más originales que pisan la alfombra roja de Hollywood.
Lo hizo con la inestimable ayuda de Prada, un 'pequeño detalle' en forma de vestido imponente con escote palabra de honor y en color rosa chicle. Hasta ahí podría haberse tratado de un vestido de alfombra roja más pero Miuccia siempre tiene un as bajo la manga, en este caso, en la parte inferior de la falda: unas llamas en verde manzana, amarillo y detalles de pedrería dorada trepaban por ella dando el golpe de efecto perfecto.
Sarah Paulson Prada
Paulson completó el look con una serie de accesorios impecables. Por un lado llevó unos pendientes hechos a medida por la diseñadora de joyas más codiciada por Hollywood, Irene Neuwirth. Un diseño compuesto por esmeraldas y bolitas de crisoprasa que combinaba certeramente con las llamas de su vestido.
Sarah Paulson Prada
Siguiendo la estela del verde, la cartera de mano, de Edie Parker, y las impresionantes sandalias con plataforma y tacón de vértigo de Brian Atwood.
Sarah Paulson Prada
La actriz optó por un maquillaje discreto y un peinado original y divertido a base de tres pequeños moños que recogían su corta melena con gomas en color amarillo.
Sarah Paulson Prada
Sarah Paulson salió ayer en llamas como un ave fénix del estilo con un Prada que le iba como anillo al dedo.

Sarah Paulson contó cómo nació su amor con Holland Taylor

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Sarah Paulson y Holland Taylor


Sarah Paulson contó 

cómo nació su amor 

con Holland Taylor

Las actrices comenzaron su relación en 2015 y,
desde entonces, pelean contra los que cuestionan
su diferencia de edad: se llevan 32 años.

Actriz de Two and  a half men reveló  que es lesbiana  
y ya presentó a su novia

Ese Prada de Sarah Paulson es sencillamente perfecto


25 de enero de 2019
Sarah Paulson y Holland Taylor tienen que agradecerle a Twitter que están juntas. Las actrices son pareja desde 2015 y fueron los chats privados a través de la red social del pajarito los responsables de que floreciera el amor. La relación generó revuelo en Hollywood cuando salió a la luz; primero, porque hasta entonces no se sabía que Taylor fuera lesbiana y segundo, porque se llevan 32 años -Sarah tiene 44 y Taylor, 76-.
"Es una larga historia. Nos conocimos hace mucho, mucho tiempo. Yo estaba con alguien más, ella también. Compartimos un evento benéfico en una casa y nos llevamos muy bien. Y luego algo que sucedió en Twitter", recordó la actriz de Bird Box, de 44 años, en su paso por el programa Watch What Happens Live With Andy Cohen.
El colega de Paulson en American Horror Story de Aulson, Billy Eichner, intervino para saber más datos: "¿Así que Holland Taylor se deslizó dentro de tus DM?" (mensajes privados). La actriz de Glass se rió y respondió: "¡En realidad sí! Fue muy genial".
¿Qué pasó después? Cuando superaron la etapa "digital", organizaron una cena romántica para volver a encontrarse y jamás se separaron.
En otra nota que brindó recientemente, la actriz había hablado de la fascinación e intriga que genera su relación con Holland. "No elegí enamorarme de la persona de la que me enamoré. Pero creo que el motivo por el que es interesante para la gente es que es poco convencional", indicó, pero reconoció que el "debate" sobre la historia podría ayudar a otras personas a mostrarse auténticas. "Si eso inspira a alguien más, no puede ser algo malo", afirmó.







Sarah Paulson y Holland Taylor están juntas desde 2015.
Sarah Paulson y Holland Taylor están juntas desde 2015.
"Creo que muchas personas tienen una forma de mirar a las personas mayores como que quisieran distanciarse de algo que piensan que no les va a pasar. Me siento afortunada de estar con alguien que es más grande y más sabia que yo", amplió.
"La gente me mira a mí y a Holland, y me dicen: "Mommy isues" (temas de mamá), pero yo la cuido tanto como ella me cuida a mí, así que no es así", cerró Paulson.



Los padres de Melania Trump usaron lo que el presidente llama “inmigración en cadena”

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El presidente Donald Trump, su esposa, Melania, y su hijo, Barron, el lunes en Florida.


Los padres de Melania Trump usaron lo que el presidente llama “inmigración en cadena”

'The Washington Post' revela que los progenitores de la primera dama obtuvieron la residencia permanente por razón de parentesco, una práctica que Donald Trump quiere eliminar

PABLO XIMÉNEZ DE SANDOVAL
Los Ángeles 21 FEB 2018 - 17:55 COT

Las críticas de Donald Trump a lo que él llama “inmigración en cadena” han adquirido nuevos matices este miércoles. The Washington Post afirma que los padres de la primera dama, Melania Trump, obtuvieron la residencia permanente en Estados Unidos precisamente a través del parentesco y se encuentran en trámites para obtener la nacionalidad estadounidense. El presidente ha propuesto que solo los cónyuges o los hijos menores puedan entrar en el país por parentesco.
El diario cita a Michael Wildes, abogado que representa a la primera dama y a su familia y que confirma que los padres de Melania Trump, Viktor y Amalija Knavs, viven en Nueva York y tienen el estatus de residencia permanente (tarjeta verde). El abogado rechaza confirmar más detalles de la situación por tratarse de un asunto privado de personas que no son parte del Gobierno.
La información afirma que los padres han comenzado el proceso para hacerse ciudadanos de Estados Unidos, citando una fuente anónima que conoce la petición.
Solo hay dos formas por las que una persona puede inmigrar directamente a Estados Unidos con estatus de residencia permanente. La primera es que sea patrocinado por un empleador, que debe demostrar ante el Departamento de Interior de EE UU que esa persona es fundamental para hacer un determinado trabajo y que no puede encontrar a nadie de ese perfil dentro del país. La otra forma es que sea reclamada por alguien que ya es residente permanente o ciudadano.
Aunque no hay confirmación de los detalles de cómo entraron los Knavs en el país, la posibilidad de que fueran reclamados por un empleador es remota. Viktor Knavs de 73 años, trabajó en Eslovenia como conductor y vendedor de coches. Amalija Knavs, de 71 años, trabajó en una fábrica de textiles. Ambos están jubilados.
Expertos en inmigración consultados por el Post afirman que la única forma lógica en la que los Knavs se han mudado a Estados Unidos como residentes permanentes es a través de su hija, Melania Trump. La Casa Blanca y un portavoz de la primera dama declinaron hacer comentarios.
Cerrar las puertas a la inmigración, tanto legal como ilegal, es el centro del discurso político del Donald Trump desde que llegó a la presidencia. Con los meses, sus propuestas se han acabado concentrando en tres ideas: construir un muro con México, acabar con la lotería de visados y acabar con la “inmigración en cadena”. Este último término es una forma despectiva de referirse a políticas de reunificación familiar, que el presidente considera demasiado generosas.
En Estados Unidos, los ciudadanos y los residentes permanentes pueden pedir el estatus de residente para sus familiares, pero no de forma ilimitada como dice el presidente. Un residente permanente solo puede pedir a su cónyuge y a sus hijos menores de 21 años solteros. Un ciudadano de EE UU puede pedir además a sus padres y a hijos casados. En ningún caso se pude pedir a tíos, sobrinos o familia política. Además, los periodos de espera para estas visas pueden ser entre 10 y 20 años.
Trump ha dicho específicamente que quiere limitar la reunificación familiar a cónyuges e hijos menores. Bajo estas normas, Melania Trump no habría podido tener a sus padres viviendo con ella en Nueva York.
La propia historia como inmigrante de Melania Trump, de 47 años y nacida en Eslovenia, siempre ha levantado sospechas, alimentadas por informaciones de prensa que aseguran que durante un viaje como turista en 1995 participó en una sesión de fotos como modelo, lo que supondría una violación de las leyes de inmigración. La primera dama lo ha negado a través de su abogado. La versión oficial es que la sesión de fotos se hizo en 1996, con una visa B1, que permite trabajar. Después, tuvo visados de trabajo H1-B entre 1996 y 2001. En el año 2000, pidió una tarjeta verde de residencia permanente, que obtuvo al año siguiente.
Melania Trump se casó con Donald Trump en 2005. Obtuvo la nacionalidad estadounidense al año siguiente, después de cinco años como residente permanente. Es la primera inmigrante de la historia en ocupar el puesto de primera dama.

Sexo, dinero y grabaciones / La ‘hoguera’ de Trump

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Trump asiste al 40º aniversario de la revista 'Playboy', celebrada en el hotel Park Hyatt de Nueva York en 1993.  WIREIMAGE

Sexo, dinero y grabaciones: la ‘hoguera’ de Trump

El caso más peligroso judicialmente para el presidente de EE UU que trascendido por el momento de la trama rusa no procede del espionaje, sino los escándalos relacionados con su vida privada


AMANDA MARS
Washington 29 DIC 2018 - 14:50 COT

El tipo estaba podrido de dinero. Nacido ya rico, hijo de un constructor de viviendas en los barrios humildes de Nueva York, había dado el salto a Manhattan en los setenta, cuando muy pronto empezaron a brotar los rascacielos con su nombre en letras doradas. Excesivo, lenguaraz y adicto a la fama, se había lanzado también al mundo de la televisión para presentar un programa de telerrealidad: The Apprentice.
Un día de junio de 2006, durante una fiesta en la Mansión Playboy de Los Ángeles, se topó con la modelo Karen McDougal. Cuenta la mujer que unos días después charlaron por teléfono, que quedaron en un hotel de Beverly Hills para cenar y que, en un momento dado, se desnudaron. Así comenzó un supuesto idilio que se prolongaría hasta 2007, cuando, dice, la culpa se apoderó de ella: el millonario apenas llevaba casado un año con su tercera esposa, que acababa de dar a luz un hijo. Por aquella época, ese empresario también conoció a Stormy Daniels, nombre artístico de una actriz de cine pornográfico con la que coincidió en un torneo de golf. Años después, ella también reveló un affaire.
Donald Trump

Todo hubiera quedado en un vulgar desliz que ocultar en el matrimonio si no fuera porque el magnate ya no se conformaba con sus negocios y su fama. Soñaba con algo más, soñaba con ser presidente de Estados Unidos.
En 2016 se lanzó a la carrera electoral. Cuando unos meses antes de la votación aquellas dos mujeres amagaron con contar sus historias —que él niega—, su abogado sacó la chequera. A la actriz porno le pagó 130.000 dólares (114.000 euros) por su silencio. Pero para la modelo de Playboy echó mano de un viejo conocido de las cloacas de Manhattan: David Pecker, dueño de varios tabloides de cotilleos. Pecker compró la exclusiva del romance que McDougal quería contar por 150.000 dólares. No la publicó.
Ambos pagos acabaron saliendo a la luz poco después de que el millonario hubiera jurado ya como presidente, en medio de una investigación federal. Las transacciones se convirtieron en presuntos delitos de financiación ilícita de la campaña electoral, ya que el objetivo de silenciar a esas mujeres era proteger la imagen del candidato durante las últimas semanas antes de la votación.
El abogado que prometía dar la vida por su jefe —dijo ser capaz de “recibir una bala” para protegerlo— acabó contando todo a la policía y señaló al cliente como instigador. Este trató de negarlo, pero no contaba con un detalle: el empleado había grabado en secreto la conversación en la que hablaban del pago a la modelo.
Si el millonario no se llamase Donald Trump ni el abogado Michael Cohen, todo parecería un capítulo descartado de La hoguera de las vanidades, esa mítica novela de Tom Wolfe que tan bien retrata las cloacas de Nueva York. Pero se trata de una peripecia real que ha puesto al presidente de Estados Unidos en serios apuros legales en el marco de la investigación de la trama rusa.
El fiscal especial Robert S. Mueller se topó con el asunto mientras exploraba las posibles conexiones entre el círculo de Trump y el Kremlin para interferir en los comicios de 2016, con el objetivo de favorecer la victoria del republicano frente a la demócrata Hillary Clinton. Tras más de año y medio de pesquisas, con la información pública disponible, el asunto judicial más peligroso hoy por hoy para el magnate no procede de reuniones en embajadas o teléfonos rojos con fines perversos, sino del Manhattan del sexo, el dinero y las conversaciones grabadas.
“Recuerden, Michael Cohen solo se convirtió en un soplón después de que el FBI hiciera algo que era impensable hasta que comenzó la Caza de Brujas. ALLANARON LA OFICINA DE UN ABOGADO”, escribió Trump en su cuenta de Twitter el pasado 15 de diciembre, cuando Cohen se había declarado culpable ante el juez. Aceptó una pena de tres años de cárcel y señaló a su ilustre excliente como instigador de los delitos. Trump le llamó “rat” (rata), la expresión que utilizaban mafiosos como Al Capone para referirse a los chivatos.
En otra ocasión también usó las palabras flipper y flipping, que en la jerga del crimen identifica la forma en la que las autoridades pueden forzar a un testigo a acusar o delatar a un exsocio mediante tratos o amenazas. “He visto a flippersdurante 30 y 40 años. Todo es maravilloso cuando les caen 10 años de cárcel y entonces acusan al siguiente más alto que haya”, se quejó Trump este verano en la cadena de televisión Fox.
Para entender cómo ha llegado el argot gansteril a la Casa Blanca hay que regresar al Trump de 25 años recién llegado a Manhattan, un jabato loco por medrar en las altas esferas de la elitista isla. Si esas esferas tenían una dirección postal en los setenta, era la del selecto Le Club, donde consiguió ingresar después de tres intentos fallidos. Allí conoció a un personaje siniestro de la historia de la ciudad, el abogado Roy Cohn, consigliere de mafiosos como Tony Salerno, jefe de los Genovese, o Carmine Galante, de los Bonnano, además de asesor del senador Joseph McCarthy en la caza de brujas anticomunista.
Cohen, una veintena de años mayor que Trump, se convirtió en su abogado y hombre confianza. Fue quien “le enseñó a golpear”, según Marc Fischer, coautor de Trump, al descubierto. En aquellos años empezaron a levantarse los edificios con su apellido, alguno de ellos, como el Trump Plaza, con el hormigón vendido por una compañía controlada por la mafia. Era S&A Concrete, del citado Tony Salerno, que se había infiltrado en buena parte de este negocio en la ciudad.
El rotativo The New York Times relataba el pasado enero, citando fuentes presentes en la sala, que un día de marzo de 2017, frustrado por la investigación de la trama rusa —cuando trataba de mantener la investigación bajo el control del Departamento de Justicia y que no pasase a manos de un fiscal especial independiente—, Trump preguntó: “¿Dónde está mi Roy Cohn?”.
Aquel viejo amigo no se había reencarnado en su nuevo defensor (hoy exabogado) Michael Cohen, pero este tampoco era un santo. Cohen comenzó a trabajar para la Fundación Trump en 2006 y, poco a poco, se fue convirtiendo en hombre de confianza del magnate. Presionaba a periodistas que querían publicar información —como su famosa amenaza a un reportero del Daily Beast en 2015: “Me voy a asegurar de que nos encontremos un día en un tribunal y te voy a quitar cada centavo, incluso los que no tienes aún”—.
Fue el encargado de contactar con funcionarios rusos para tratar de impulsar la construcción de un rascacielos en Moscú, unas conversaciones que, según ha confesado, se prolongaron hasta bien entrada la campaña electoral, lo que ha convertido esas gestiones en material a escrutar por la investigación del fiscal especial Mueller.
Hoy, uno de los abogados de Trump para la trama rusa es también una criatura 100% neoyorquina: Rudy Giuliani, alcalde de la ciudad durante el 11-S y, mucho antes de eso, cuando era fiscal en Manhattan, justamente el hombre que procesó al gángster Salerno, entre otros delitos, por aquella trama del hormigón. El drama diario de Washington está protagonizado por viejos conocidos.

El muro de Trump era Nancy Pelosi

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Nancy Pelosi

El muro de Trump era Nancy Pelosi

El pulso por el muro y el cierre del Gobierno ha supuesto una derrota política para el presidente, un error de cálculo. La veterana demócrata, presidenta de la Cámara baja, ganó con sangre fría


AMANDA MARS
Washington 28 ENE 2019 - 05:32 COT


“Mi estilo de negociar es bastante simple y directo. Apunto muy alto y entonces empujo y empujo hasta conseguir lo que busco”. Así es como Donald Trump definía en los años ochenta su estilo de negociador en el salvaje mercado inmobiliario de Manhattan. Y ese es el estilo que ha marcado también su presidencia. Su pulso por arrancar una partida presupuestaria para empezar a construir el polémico muro en la frontera de México —arguyendo la lucha contra la inmigración irregular— llevó al cierre de la Administración federal el pasado diciembre por falta de fondos. Si los legisladores demócratas no pasaban por el aro de ese muro, no habría acuerdo de financiación y, por tanto, cerraría el Gobierno. Amenazó con mantenerlo así hasta el infinito. Pero el viernes, tras 35 días, claudicó y reabrió la Administración sin rastro de esos dólares. Se había estampado con otro muro bien distinto, que no esperaba: Nancy Pelosi.

Donald Trump / Nancy Pelosi


La presidenta de la Cámara de Representantes, tercera autoridad de la nación, lleva más de 30 años en la jungla de Washington y ha mamado la lucha política desde que nació. Su padre, Thomas D'Alesandro, fue congresista, alcalde de Baltimore y frustrado aspirante a gobernador, y ella lanzó su carrera como legisladora demócrata desde California, adonde se mudó tras casarse con el financiero Paul Pelosi. Rica, blanca y católica, simboliza para muchos la quintaesencia del establishment. Su hoja de servicios, no obstante, la acredita como una de las voces más liberales del partido: votó contra la guerra de Irak y fue una de las primeras en apoyar el matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando casi ningún progresista —incluido Barack Obama— lo hacía aún. En 2007 se convirtió en la primera mujer speaker del Congreso y este 2019 ha conseguido regresar al puesto (algo que nadie había hecho en más de medio siglo) conteniendo el conato de revuelta entre los demócratas que reclamaban un nuevo rostro. Tiene 78 años, ama el poder y ha doblado el brazo de Trump a golpe de sangre fría.
“Es un berrinche del presidente. Tengo cinco hijos, nueve nietos, y reconozco un berrinche cuando lo veo”. Así es como Pelosi se refería el pasado 11 de enero al mandatario, después de una de esas negociaciones infructuosas y una tormenta de mensajes en la cuenta del republicano. Justo un mes antes, durante una acalorada discusión ante las cámaras con la californiana y Chuck Schumer, líder demócrata en el Senado, su temperamento le traicionó: "Me siento orgulloso de cerrar el Gobierno por seguridad en la frontera porque la gente de este país no quiere delincuentes, hay drogas y gente con muchos problemas entrando en nuestro país", espetó a mediados de diciembre. Muchos ciudadanos lo recordarían después.
Nancy Pelosi

Carrera 'kamikaze'

Trump lanzó una carrera kamikaze. En Estados Unidos lo llaman chicken game(una expresión que se podría traducir por "juego del gallina"): dos personas conducen sendos vehículos en dirección contraria y quien primero tuerce por temor a la colisión, pierde. Ese es el "gallina". Pero esta vez, el otro conductor era una veterana del barro que no planea presentarse a ninguna elección presidencial y que, como él, sabe muy bien lo que es vivir con bajos índices de popularidad. El 21 de diciembre, la Administración de Estados Unidos entró en un cierre parcial, con 800.000 empleados federales afectados y varias agencias paralizadas. Los coches empezaron a avanzar el uno contra el otro. El presidente pisó el acelerador: “Este cierre puede durar mucho tiempo”, advertía, conforme pasaba el tiempo y no había visos de acuerdo. El 11 de enero ya se convirtió en el más largo de la historia del país. Los empleados empezaron a dejar de cobrar sus primeras nóminas.
Los conductores se iban acercando cada vez más, pero uno empezó a sentir más miedo: los votantes, según diferentes encuestas, culpaban de la situación principalmente a Trump (el 47%, según la de Politico/Morning Consult, por ejemplo), después a los demócratas del Congreso (33%) y en menor medida a los republicanos (5%). Había calculado mal. Acto seguido, Pelosi le hirió donde le duele. Usando su prerrogativa como líder de la Cámara de Representantes, le retiró la invitación a pronunciar el discurso del Estado de la Unión —uno de los grandes momentos televisivos del año de un presidente, que estaba previsto el 29 de enero en el Capitolio— por motivos de seguridad. Al día siguiente, Trump respondió negándole un viaje a Afganistán con recursos públicos.
El cierre cumplió un mes. La economía se empezó a resentir —la calificadora S&P cifró el impacto de las tres primeras semanas en 3.600 millones de dólares— y el ánimo del país, también, con terribles imágenes de empleados públicos haciendo cola para obtener comida de la beneficencia y el director del FBI, Christopher Wray, declarándose en un vídeo “muy enfadado” por ver a muchos de sus agentes trabajando sin cobrar. El 23 de enero, Trump, que había barajado la idea de pronunciar un discurso alternativo al del Estado de la Unión en otra ubicación, anunció que debía retrasarlo. Dos días después, cedió y anunció que abría el Gobierno durante al menos tres semanas para seguir negociando sobre el muro.
Nancy Pelosi y Barack Obama

"La 'speaker' Pelosi no va con tonterías"

El coche de Pelosi ganó. Algunas de las voces más nuevas y rebeldes del Partido Demócrata, que habían cuestionado el retorno de la veterana legisladora como líder de la Cámara, mostraron sus respetos. “Voy a decir algo que la mayor parte del país ya sabe: la speaker Pelosi no va con tonterías”, escribió en Twitter Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista más joven de Washington y estrella fulgurante del partido, en respuesta a un comentario de Pelosi sobre la trama rusa.
Mientras, a Trump se le rebeló la línea dura del trumpismo. Ann Coulter, una columnista conservadora mediática a rabiar, se pronunció sin piedad: “Buenas noticias para George Herbert Walker Bush: desde hoy, ya no es el mayor pelele que jamás haya servido como presidente de Estados Unidos”. Erick Erickson, otro presentador de radio y articulista de la derecha, escribió en USA Today que la “cesión” de Trump suponía que el muro con México “jamás se construiría”.
La duda ahora es cómo reaccionará el magnate neoyorquino. Difícilmente los demócratas aceptarán ahora lo que han negado durante un mes de cierre de Gobierno: dinero para un muro que ya no es un muro, sino un símbolo nacionalista contra la inmigración. Las conversaciones durante estas tres semanas pueden girar en torno a alguna fórmula que permita a los republicanos vender la imagen de algo parecido a ese muro. El viernes, día en que ganó la batalla, Pelosi dijo con sorna a los periodistas: “Él reivindicará la victoria en cualquier caso. Podríamos plantar esas flores a lo largo de la frontera y él diría: ‘Ya tengo el muro”.

Una exmodelo de Playboy se libera del contrato que le impedía contar su aventura con Trump

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Una exmodelo de Playboy se libera del contrato que le impedía contar su aventura con Trump

Karen McDougal llega a un acuerdo judicial con la editora del 'National Enquirer', a quien acusaba de haber enterrado la historia durante la campaña


Pablo Ximénez de Sandoval
Los Angeles, 19 de abril de 2018

La exmodelo de Playboy Karen McDougal anunció este miércoles que ha llegado a un pacto judicial para romper el acuerdo de confidencialidad que le impedía contar en los medios una supuesta aventura con Donald Trump. El acuerdo supone que McDougal podrá ahora vender su historia. La demanda de McDougal fue la segunda conocida, tras la de la actriz porno Stormy Daniels, para librarse de sendos acuerdos de confidencialidad con los que fueron silenciadas en el verano de 2016, coincidiendo con la campaña presidencial de Trump.

Donald Trump y Karen McDougal


El grupo editorial American Media Inc. pagó a McDougal 150.000 dólares ese verano para hacerse con la exclusividad de publicar una aventura sexual que la modelo asegura que tuvo con Trump en 2007. AMI es la editora de The National Enquirer, un tabloide de cotilleos. El presidente de AMI es David Pecker, amigo de Donald Trump y ferviente partidario del presidente.
La historia nunca se publicó. El acuerdo otorgaba a AMI la exclusividad de la historia, por lo que McDougal se exponía legalmente si contaba su aventura en otro sitio. Además, otras partes del acuerdo, como la publicación de una columna de consejos de McDougal y su presencia en una portada, tampoco se cumplieron. McDougal está convencida de que se trató de una operación de cazar y matar, según el argot periodístico de EE UU, es decir, comprar una historia para enterrarla. En las negociaciones para el acuerdo de exclusividad participó Michael Cohen, el abogado de Trump, según McDougal.
McDougal denunció el acuerdo de exclusividad en un juzgado de Los Ángeles a raíz de otra denuncia similar, presentada por la actriz porno Stormy Daniels, para romper un acuerdo de confidencialidad que le impide hablar de otra aventura sexual con Trump. Ambas denuncias sirvieron para que el público viera por primera vez cómo son los contratos de confidencialidad con los que se protegen hombres poderosos de la publicidad de sus aventuras sexuales.

Donald Trump y Karen McDougal




El acuerdo amistoso anunciado este miércoles pone fin a la demanda de McDougal. Según los términos firmados, AMI recibirá el 10% de los beneficios que obtenga McDougal por vender su historia, con un límite de 75.000 dólares. La modelo será portada de Men’s Journal, una revista del grupo, y además se publicarán las columnas de consejos sobre fitness que le prometieron en su día. McDougal no tiene que devolver los 150.000 dólares.
Karen McDougal

El caso sienta un precedente ante la demanda de Stormy Daniels. El principal peligro de estas dos demandas era que los jueces quieran aclarar el fondo de los hechos (el presidente niega las aventuras extramatrimoniales, que sucedieron cuando llevaba un año casado con Melania Trump y su hijo apenas tenía meses de edad) y llamaran a declarar a Trump.
La decisión de AMI de llegar a un acuerdo, aparentemente muy favorable para McDougal, llega una semana después de que el FBI registrara las oficinas y el domicilio de Michael Cohen, abogado personal de Trump y la persona supuestamente detrás de la negociación para silenciar a la modelo. En ese registro, según fuentes de la investigación citadas por los medios estadounidenses, los agentes iban buscando documentación relativa a los pagos a estas dos mujeres por su silencio. Esos pagos están bajo sospecha porque, al tener la intención de favorecer la imagen de Trump como candidato, pueden ser considerados donaciones ilegales a la campaña electoral.


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