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Luisa Castro y Luis Muñoz /Dos poetas vuelven al verso tras una década de silencio

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Luisa Castro en Santiago de Compostela. 

Luisa Castro y Luis Muñoz

Dos poetas vuelven al verso tras una década de silencio

Luisa Castro y Luis Muñoz acuden al rescate de la palabra con sus nuevos poemarios


JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid 20 ENE 2019 - 12:15 COT

Cuando Luis Muñoz publicó hace 12 años Querido silencio (Tusquets) pocos pensaron que se iba a tomar el título tan en serio. Más de una década después regresa con Vecindad (Visor), discreto y elocuente, con su poesía próxima, dispuesta a desentrañar y volver a rescatar palabras zarandeadas por el mal uso. Luisa Castro, por su parte, también anduvo de retiro. Amor mi señor fue su último libro de poemas en 2005, al que sigue ahora Actores vestidos de calle, también en Visor.
Son coetáneos y cómplices de voces comunes aunque lejanos en sus latitudes. Ella de Foz (Lugo); él granadino. Muñoz, desde las lecciones que imparte en la Universidad de Iowa (EE UU) y Castro en Burdeos, donde dirige el Instituto Cervantes, exiliados de su territorio común en la lengua, se conjuran por dotarla de sentido en un cosmos poético generacional compartido, anterior al del boom millenial presente, pero mucho más profundo y reposado.


Luis Múñoz, en Granada.
Luis Múñoz, en Granada. FERMÍN RODRÍGUEZ


Luis Muñoz tiene fijo en la mente un reproche de infancia por parte de su madre: “¡Que oportunidad has perdido de callarte!”. Se lo ha robado como máxima para la cadencia de su carrera poética. “Mucho querer el silencio, como el título de mi libro anterior, que parece me lo he tomado a rajatabla. Pero también he practicado una prueba: poner a los poemas frente al silencio y decidir si son o no mejores que el silencio mismo”.
Vecindad surge de una exigente criba en la que las obras elegidas han superado el listón: “En este tiempo he vivido un largo proceso de des-aprendizaje de lo que sabía acerca de la escritura. Una especie de vaciado. Volver a no saber no solo cómo sino qué. Lo que me ha resultado curioso es que, en lugar de llevarme lejos, me ha devuelto al momento justo en que terminé mi libro anterior”.

He practicado una prueba: poner a los poemas frente al silencio y decidir si son o no mejores que el silencio mismo”, asegura Luis Muñoz

Una especie de cercanía doméstica y filosófica. Ese territorio en que un tendal puede abrir la caja de Pandora y una plancha o cualquier revista, dotar de sentido una rama de la existencia: “Vecindad puede entenderse como una réplica ruidosa, llena de gente, de cosas, al libro anterior, pero tiene en común el ámbito de lo doméstico infinito”, comenta Muñoz.
Y dentro de ese territorio existe un mimo por el lenguaje gastado, desnaturalizado. Una operación de salvamento consciente, encaminada a devolverlo a la esencia de su sentido: “El lenguaje hablado es siempre el más vivo y, a la vez, el que necesita de más trabajo para devolverle su poder de expresión y sugestión. Que las palabras se gasten forma, por supuesto, parte de un proceso natural del uso de la lengua. Pero creo que la tarea del poeta es llevar las palabras comunes a un extremo máximo de significación, hacer que se abran y produzcan cosas a las que no están acostumbradas. Es decir, un intento de operación de extrañamiento y de renovación del lenguaje común”. Un nosotros, en suma: “Quizá sea una reacción frente al atosigamiento del yo de nuestra época. Puede decirse que es un libro sobre el nosotros, sobre lo que compartimos siendo tan diferentes. Sobre todo aquello que nos hace vecinos”.
A ese empeño de socorro verbal se ha entregado también Luisa Castro. Como parte de un complot urdido por las líneas subterráneas de la interconexión silente, la poeta gallega ha acudido en auxilio de palabras como ‘algo’: “Es lo que se produce antes del lenguaje, y lo que nos empuja a hablar. Heidegger decía que ese algo es sólo dolor, deseo de no estar solo, de ser abrazado. Por eso nace el lenguaje. Del dolor y de la separación. Los amantes hablan, necesitan contarse cosas. Buscan una aspiración al otro, y de ahí la palabra”, comenta.

Este silencio estuvo muy lleno, muy ocupado. En este hueco he reflexionado mucho. Viene del miedo y la auto exigencia", asegura Luisa Castro

En su caso, el silencio no ha sido sólo poético. También narrativo. De 2006 es su novela La segunda mujer, que ganó entonces el Biblioteca Breve. Después, había que pasar por Nápoles, donde dirigió el Cervantes y ahora por Burdeos, para escucharla: “Este silencio estuvo muy lleno, muy ocupado. En este hueco he reflexionado mucho. Viene del miedo y la autoexigencia, ambas cosas. No me veo capaz de ponerme a salvo cuando escribo, así que no resulta extraño que me lo piense cada vez más. Pero soy un animal literario. Y ese animal ha sufrido el silencio mucho más que nadie. El temor reverencial a la palabra lo he vivido intensamente estos años”.
La tarea del poeta consiste en poner a prueba el lenguaje y viceversa: adivinar su capacidad para quedar a la altura del malabarismo al que somete a las palabras: “Son al tiempo salvación y condena. De esta cualidad dual de la palabra es muy difícil huir”, dice Castro. Por eso, para ella, la imagen del sabio está relacionada con quien no sufre verborrea. “Frente a eso, tenemos al charlatán. La palabra que salva es a veces la más trivial, la menos ansiosa. La que no olvida su origen. Yo creo que en este libro se aprecia bien esa cualidad escurridiza e inaprensible del lenguaje”.

Esther García Llovet / Cómo dejar de escribir / Reseña

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Esther García Llovet. 

Primer asalto, primer minuto

Esther García Llovet muestra en 'Cómo dejar de escribir' que es una escritora de golpe preciso cuando dialoga y evoca con imágenes


Carlos Zanón
2 de marzo de 2017

Esther García Llovet (Málaga, 1963), que hasta ahora había publicado Coda (2003), Las crudas (2009) o Mamut (2013), y que prepara en estos momentos su primera incursión como directora cinematográfica, deslumbró en el último Premio ­Herralde. No ganó ni quedó finalista, pero el jurado recomendó su publicación. Un acierto ya que esta novela —quizá demasiado breve para hacer indiscutible su talento y ganar el certamen— es un cegador primer asalto, primer minuto.


Primer asalto, primer minuto


García Llovet es una pegadora certera, de buen juego de piernas y golpe preciso cuando dialoga, evoca con imágenes, cruza las calles sin mirar o dobla las esquinas: la sorpresa de quien escribe sin mapa contagia al lector que lee a ciegas. La novelista sabe que si ha de ganarnos con esta historia del joven Renfo, hijo del gran Ronaldo (un barrunto chileno de Bolaño, quizá, como simple espejismo), en un Madrid noctámbulo, de frase corta y casa tomada en Arturo Soria, el combate no puede ser largo. García Llovet gestiona su aliento breve o de poeta a mucha honra y nos lleva entre ceja y ceja. Sabe lo que quiere contar o lo intuye más bien, porque todo parece ser un pretexto para hacernos sentir, para meternos en el túnel de Alicia en el Madrid que no amanece, más verdad que el canallesco. Un lugar donde la gente se busca y se esconde. Como cualquier otra ciudad. Cada palabra utilizada por la escritora parece ser la justa. Cada idea, cada pincelada alrededor de un argumento pero que conforma el misterio que es escribir, acercarse a lo escrito por otro, al Padre, al Mito.
Cómo dejar de escribir es un edificio sostenido en un lenguaje, una respiración musicada y en unos cuantos personajes bien construidos. El ya mencionado Relfo, su amigo Curto, empeñados ambos en encontrar el manuscrito perdido de Ronaldo, fallecido en accidente de avión, referente literario, fantasma hamletiano. También está Claudia, la chica de ayer, el parado Vips o Pascal, el abuelo de Relfo y padre de Ronaldo. Y un Madrid con mucho de hospicio, fiesta y albergue. Un Madrid de hoy día, pero dibujado con un pulso ochentero, de homenaje, invención o mero regreso al futuro. Un Madrid que es también laberinto. Un escenario y unos personajes que se deslizan con una prosa que parece falsamente inmediata. Una novela breve, nada perezosa, que quizá precipita su final, aunque ni eso enturbia su lectura ni el buen sabor al acabar.
Cómo dejar de escribir. Esther García Llovet. Anagrama, 2017. 128 páginas. 15,90 euros


Esther García Llovet / Sánchez / Formidable novela que sabe a ‘noir’

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Michel Piccoli y Romy Schneider, en 'Max y los chatarreros'.Ampliar foto
Michel Piccoli y Romy Schneider, en 'Max y los chatarreros'. GETTY

Formidable novela que sabe a ‘noir’

La lucidez narrativa de Esther García Llovet es mucha. Tanta como la de sus personajes en la novela ‘Sánchez’


J. ERNESTO AYALA-DIP
21 ENE 2019 - 04:23 COT

En 2016, el jurado del Premio Herralde consideró, con preclara decisión, que una novela titulada Cómo dejar de escribir, de Esther García Llovet, merecía ser publicada. Estoy segurísimo de que si la segunda novela, Sánchez, que ahora publica la misma autora, la hubiera presentado al mismo premio, se hubiera llevado algo más que el premio de consolación que se llevó, que obviamente no es poco. Pero empecemos por el principio.

Esther García Llovet había creado en Cómo dejar de escribir un Madrid a su medida. O, lo que es igual, a la medida de su poética narrativa. Novelas sobre Madrid en los años ochenta y noventa del siglo pasado se escribieron muchas, aunque se parecían mucho a crónicas generacionales, con mayor o menor tino literario. García Llovet cambia ahora aquel paradigma algo quejoso y kamikaze que gastaban aquellos personajes y lo convierte en un artefacto narrativo poco frecuente por estos lares en esta tesitura. Termino de leer Sánchez y me sabe a un noir. De esos con los que los directores de cine franceses solían hacer, en el siglo pasado, unos peliculones inol­vidables con Romy ­Schneider y Michel Piccoli como protagonistas. (¿Recuerda el lector el filme Max y los chatarreros?).






Formidable novela que sabe a ‘noir’


Sánchez es un perdedor. Y Nikki, la narradora, sabe que lo es. Nikki tiene la suerte de que su papel, además de delictivo las más de las veces, es ser testigo de lo que ve, siente y no siente. Luego está otro que se llama Beltrán, un pijo con tentaciones peligrosas y que, como su perro, ladra más que muerde. El peligro en esta novela está fuera. La lucidez narrativa de Esther García Llovet es mucha. Tanta como la de sus personajes. Pero a estos, como suele pasar a veces en la vida, apenas les sirve para sobrevivir.
Esta formidable novelita también se podría haber titulado Beltrán o Nikki, o como la frase final del libro, La verdadera naturaleza de las cosas.Llevo varias semanas tratando de que me llegue alguna novela no demasiado solvente para poder demostrar así que no soy un crítico fácil de engañar. Pero cuesta. El actual nivel formal y su pleno sentido narrativo en la novela española elevaron su listón exponencialmente. Pues eso, por favor, no dejen de leer este libro.
Sánchez. Esther García Llovet. Anagrama, 2018. 136 páginas. 16,90 euros.


Marta Carnicero / El cielo según Google / Reseña

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Parejas, transeúntes

La primera novela de Marta Carnicero, ‘El cielo según Google’, arma en pocas páginas una tragedia sobre el amor cuyo poso de emoción remanente engancha hasta el final


Carlos Pardo
21 de enero de 2019

Esta primera novela de Marta Carnicero (Barcelona, 1974), ingeniera industrial de la que no conocíamos ninguna obra literaria previa, tiene el encanto y la frescura de las primeras obras. Es decir: una escritura siempre alerta a su propia intuición y al placer del descubrimiento de sus posibilidades. Pero maticemos: primera novela no quiere decir novela primeriza, y en El cielo según Google, escrita en catalán y traducida con precisión por Pablo Martín Sánchez, uno advierte la posesión de un idioma flexible y un deslumbrante uso del matiz. Una escritura propia. Una sabiduría asordinada que promete enormes resultados en el futuro.
El cielo según Google es una nouvelle en la que poco o nada sobra y que maneja con agilidad, en capítulos breves, los cambios de perspectiva temporal y de voz narradora. Se nos cuentan dos historias entrelazadas, o mejor dicho, dos momentos especulares de una misma historia. La pareja formada por Júlia y Marcel se desmorona cuando adoptan a la pequeña Naïma. Dos actitudes enfrentadas de la vida, digamos una celebratoria y otra judicial, lo que también equivale a decir una disociada de su cotidianidad y otra cargada de responsabilidades, ambas pertinentes, entran en conflicto. A su vez, años más tarde Naïma, convertida en una joven de veintitantos, asiste a los últimos días de Marcel, padre que supuestamente la abandonó, mientras ella misma, con una niña adoptada, asiste al final de su relación de pareja.




Parejas, transeúntes


Los elementos que pone en juego El cielo según Google son sencillos y universales: las ganas de ser feliz, casi la prisa, y los lazos de arrinconamiento, odio, lástima, gozo y ternura que tejen las relaciones de pareja. No es exagerado decir que Carnicero maneja el detalle significativo con una maestría poco común en las letras peninsulares (por ejemplo, en los sutiles ejemplos de vulnerabilidad que distancian a las parejas: ese cabello aplastado de quien sale a la calle sin ducharse, como si tal cosa…). Porque Carnicero posee, como he dicho antes, una inteligencia que le permite extraer de un tema acotado todas sus posibilidades. Así, El cielo según Google, en poco más de 130 páginas, realiza una completa disección de la pareja a comienzos del siglo XXI: de la crianza, la maternidad, la adopción, el secreto, la mentira, los celos, el resentimiento y, por repetirlo, del abismo que se abre entre el estricto sentido de la justicia de la víctima y el inconsciente principio de placer que nutre la vida.
En sus mejores momentos, Carnicero se maneja con la objetividad de un clásico, una distancia a la vez despiadada y empática en la que cada personaje tiene sus razones: y uno se acuerda de la escritura contenida de algunas piezas largas de Alice Munro o de los inclementes análisis de Uniones, de Musil. En los momentos menos logrados, por ejemplo en la necesidad de rematar en las páginas finales, narradas por Naïma, una historia que ya ha explotado ante los ojos del lector, la narradora moraliza y señala una interpretación optimista al libro. No obstante, estas pequeñas indicaciones no restan valor a un libro que sabe disimular su complejidad y la enorme ambición de narrar el amor en pareja en sus muchas perspectivas. Y como en las mejores nouvelles, aunque las piezas que arman la tragedia se despachan en unas pocas páginas, el poso, la emoción remanente, ya no nos suelta.
El cielo según Google. Marta Carnicero. Traducción de Pablo Martín Sánchez. Acantilado, 2018. 144 páginas. 14 euros.




Sinécdoque irlandesa / Los relatos de Kevin Barry

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Kevin Barry

Sinécdoque irlandesa

Los relatos de Kevin Barry trasladan a una Irlanda mancillada por la represión y la traición


Patricio Pron
14 de enero de 2019




Sinécdoque irlandesaAmpliar foto

Un joven que no se atreve a dar el “primer paso” con una chica mientras el sol se eleva sobre los tejados de Dublín, alguien que decide cambiar de vida y adquiere un pub en el sitio más sórdido de Irlanda, un vendedor de drogas que se refugia en la propiedad de una familia poliamorosa que lo convierte en su esclavo, una fotógrafa de modas trágica y temperamental con la que el narrador pasa un verano en Berlín, un padre interesado en la felicidad de su hija adolescente (y en su talento para el sexo oral): no importa cómo se llamen, los personajes de Kevin Barry resultan inmediatamente reconocibles en cuanto que producto del escritor irlandés.
Barry nació en Limerick en 1969 y ha publicado dos novelas y dos libros de relatos; Ciudad de Bohane (2015) y Beatlebone (2016), las novelas, han sido traducidas al español y publicadas por Rayo Verde; su trabajo le ha valido premios como el IMPAC, el Goldsmith, el Premio de Literatura de la UE y el Rooney Prize for Irish Literature. Sus personajes viven situaciones grotescas y en ocasiones traumáticas que, sin embargo, no los definen por completo; su resiliencia se deriva del consumo de alcohol en no menor medida que de un sentido de comunidad cuya mejor manifestación en este libro son los parroquianos del pub en el relato El fiordo de Killary. “Yo enterraré cualquier jodía cosa que se mueva”, asegura el responsable de las pompas fúnebres de la localidad. “Mick tiene 60 años ya (…) y sigue más salido que el canto de una puta mesa”, responde otro. “Toda la mugre de antaño sale ahora”, reflexiona un tercero. “¿Os lo pasáis bien, chicos?”, pregunta uno más. Existe la posibilidad de que el fiordo se inunde; pero mientras esperan que amaine la lluvia y su conversación se vuelve más y más errática, los ocupantes del local (y el local mismo) se convierten a los ojos del lector en una especie de sinécdoque de Irlanda, el curso de cuya historia “estaba mancillado por la traición y la represión”. Y lo mismo sucede con otros relatos del libro, como Una crueldad y el muy “a lo O. Henry” Atlantic City.
Oscura yace la isla. Kevin Barry. Traducción de Dídac Gurguí. Rayo Verde, 2018. 233 páginas. 18 euros.



Patricio Pron gana el Premio Alfaguara con una novela sobre el amor en tiempos de Tinder

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Patrico Pron


Patricio Pron gana el Premio Alfaguara con una novela sobre el amor en tiempos de Tinder

El autor argentino se plantea en 'Mañana tendremos otros nombres' los interrogantes de una generación perdida ante los nuevos usos y costumbres en las relaciones


Juan Carlos Galindo
Madrid, 23 de enero de 2019

Viajaba Patricio Pron (Rosario, 1975) en el metro de Madrid, leyendo, cuando observó a varias personas deslizando su dedo para seleccionar o rechazar parejas en Tinder. Y vio algo que le interpelaba. “La facilidad con la que estaban descartando a gente y  la convicción compartida de que todas estaban eligiendo cuando en realidad solo estaban escogiendo a partir de un menú creado por un algoritmo me hicieron recordar que muchos de mis amigos de mi misma edad sentían que no hacían pie en este nuevo orden amoroso”, cuenta Pron a EL PAÍS tras ser galardonado con el Premio Alfaguara de novela por Mañana tendremos otros nombres

Reflejo y ola que arrastra la tendencia literaria de cada tiempo, el Premio Alfaguara –uno de los más prestigiosos en lengua española y que está dotado con 154.000 euros y una escultura de Martín Chirino– recayó en 2017 en la distopía Rendición, de Ray Loriga y en 2018 en el true crime Una novela criminal, de Jorge Volpi. Era, quizás, el turno del amor y los usos y costumbres sexuales en la era del consumo exacerbado y las redes sociales. “Qué es el consentimiento, qué es una pareja en un momento en el que hay nuevas formas de unión, cómo redefinimos el destino o el azar ahora que tenemos estas herramientas sofisticadas para nuestras relaciones”. Esos son, definidos por el autor, los interrogantes que se plantea esta historia, presentada a concurso con el título El museo de las relaciones rotas y bajo el seudónimo No Soy Stiller. "No es una novela de ideas ni filosófica. Es una confluencia de géneros", explica el responsable de esta exploración generacional sobre el cambio en las relaciones, la tecnología y el nomadismo sentimental. 
El jurado –presidido por el escritor Juan José Millás y que ha otorgado el premio por unanimidad– considera que la obra "es la fascinante autopsia de una ruptura amorosa, que va más allá del amor: es el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones son productos de consumo”.


Patricio Pron

Anonimia con sentido

No tienen nombre los amantes de esta historia, solo Él y Ella, anonimia que Pron explica así: “Muchos autores tienden a completar, libro tras libro, los huecos que dejaban en los anteriores. Mi forma de trabajar es la contraria, quito lo que sobra, y en este libro sobraban los nombres. Eliminarlos me ayudaba a conseguir el carácter universal que quería darle”. El título tampoco se corresponde con la progresiva complejidad y la longitud del autor de, por ejemplo, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, algo que tendrá sentido para los lectores cuando la terminen, según cuenta Pron a este diario sin querer destripar nada. “Es en lo único en lo que me esfuerzo. Lo demás lo hacen autores anónimos a mi servicio”, bromea para zanjar la cuestión.

Resulta cada vez más difícil imaginar cuál es el final feliz de una historia de amor

Preocupado por el rastro que el paso del tiempo deja en sus personajes, Pron ha querido ir más allá, directo, sin ambages. "Durante los últimos años he estado pensando en la forma de cómo el pasado condiciona el presente y es precisamente con este libro con el que me atrevo a mirar el presente frente a frente sin ningún tipo de argucia textual, y me permito no dar rodeos a la hora de hablar de lo que realmente me interesa. Es un momento raro porque el pasado sigue siendo algo muy complicado en torno a lo que articular un consenso y el futuro parece haber adelgazado", comenta.
Con algo de la carga autobiográfica propia de su literatura, Mañana tendremos otros nombres es, además, una obra acerca de una generación y de los cambios, íntimos y sociales, que está viviendo. “Al margen de las experiencias personales enmascaradas por la ficción, el relato generacional se refleja en la incertidumbre, en los interrogantes que tienen que ver en cómo ha cambiado en los últimos años la forma en la que vemos el amor”, explica el autor de No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles.


El error de juicio de mi mujer nos ha llevado hasta aquí y espero que lo mantenga”, añade sonriendo.

La duplicidad, uno de los temas que atraviesa la literatura de Pron, está en este caso presente con más fuerza. “No hay mayor duplicidad que la que existe detrás de una relación de pareja, por más que ya no tenga que ser necesariamente de dos”, resume. “Resulta cada vez más difícil imaginar cuál es el final feliz de una historia de amor”, confiesa, algo inquieto, un hombre que se declara tranquilo en este aspecto de la vida: “El error de juicio de mi mujer nos ha llevado hasta aquí y espero que lo mantenga”, añade sonriendo.
Escritor que se mueve con comodidad en todos los formatos, Pron es responsable de seis libros de cuentos y siete novelas, pero en este caso lo tenía claro. “Por la dificultad del tema y la pluralidad de perspectivas no podía ser otra cosa. He leído ensayos sobre algoritmos, condiciones de soltería en distintos países, estadísticas, proyectos de transformación de la pareja. La investigación que hay detrás le daba una dimensión que excedía la del cuento”, asegura el colaborador de EL PAÍS y crítico de Babelia, a quien su faceta periodística le ha dado “el músculo” para saber adaptarse a lo que exige cada historia.
Pron ha dedicado el premio a los periodistas asesinados en México, a sus compañeros de EL PAÍS y a los profesionales que han perdido su trabajo en la crisis, pero sobre todo al editor Claudio López Lamadrid, recientemente fallecido. “El negocio editorial genera más perplejidades que certezas. Como autor no pienso mucho en ello y nunca lo he hecho porque siempre he contado con la fortuna de tener grandes editores que se ocupaban de esto por mí, como Claudio. Fue el principal valedor de mi trabajo en España y quien me animó a presentarme a este premio. Su muerte es una desgracia para todos, pero sobre todo para sus lectores. Lo bueno es que ahí queda su catálogo”, cuenta emocionado. Y en ese catálogo, desde ahora y como homenaje póstumo, se encuentra este Mañana tendremos otros nombres.

Premio Alfaguara de Novela / Claudio habría sonreído

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Patricio Pron

Premio Alfaguara de Novela

Claudio habría sonreído

La entrega del Premio Alfaguara se convierte en un homenaje al editor López Lamadrid, fallecido el pasado 11 de enero


Jesús Ruiz Mantilla
Madrid, 23 de enero de 2019

Con su boquilla negra para los cigarros y su aspecto de lobo de mar entre las letras globales, Claudio López Lamadrid no habría dejado de sonreír este miércoles. El jurado, antes de anunciarlo en sobremesa, le habría confiado ya el secreto de que Patricio Pron había ganado el Premio Alfaguara de Novela.
Pero hace ya casi dos semanas que se fue, dejando un rastro asombrado de huérfanos letraheridos y una inevitable tristeza en las celebraciones de los premios que vendrán. Por eso, durante la comida y la entrega, atravesó entre los platos la dolorosa brisa de su ausencia despeinada y aguda, exquisita y atenta, con ojo avizor y olfato de gran descubridor de talento.
La notaban los editores y compañeros a los que formó y con los que colaboró en Penguin Random House y otros sellos anteriores en su carrera; también los autores que alentó y publicó. Incluso los escritores que alguna vez hubiesen querido ser elegidos por él y sus más dignos competidores en el siempre incierto negocio de la edición.

Cabía antes entre las prioridades para editar de Claudio López Lamadrid el riesgo sin red que la sospecha de pelotazo".

Aun así, López Lamadrid se hizo presente desde el primer momento. Sobre todo desde que Núria Cabutí, consejera delegada del grupo, declarara que se dedicaba esta entrega del galardón a su nombre. Lo corroboró Pron, quien recordó el apoyo que siempre le ofreció como una firma fija de su tribu literaria. Si de alguna manera habría que definirla, diríamos que durante años cuajó un abanico de enorme calidad ecléctica, sin importar en qué puntos cardinales se hallara. Cabía antes entre sus prioridades el riesgo sin red que la sospecha de pelotazo.
Uno de esos referentes para él –como para Pilar Reyes, editora de Alfaguara- era la más arriesgada literatura en español. Así que el premio nacido hace 22 años con vocación de territorio común para una lengua global, parecía concebido a su gusto incluso cuando no le incumbía. Las diferentes mesas con los nombres de los galardonados lo atestiguaban con letreros en los que se leía desmenuzado el palmarés de dos décadas. También la presencia en el acto de varios de ellos: desde los españoles Clara Sánchez, Manuel Vicent o Ray Loriga a latinoamericanos como Santiago Roncagliolo (Perú).
Una carga de prestigio para quien lo recibe. Por eso, Pron no disimuló su nerviosismo al entrar en la sala, con su chupa de cuero y su aire de intruso, pese a que en una de las primeras filas, guardando durante todo el almuerzo el secreto, esperara el momento su esposa, Giselle Etcheverry. Ella sonreía mientras el autor argentino con quien comparte su vida en Madrid desde hace años, desmenuzaba su visión de lo que son las distópicas relaciones de pareja contemporáneas: esa gasolina que le ha dado pie a escribir Mañana tendremos otros nombres.
Quizás algunos sí, pero otros, como el de Claudio López Lamadrid y el de Patricio Pron se mantendrán unidos como un pacto trascendental escrito con buena letra iconoclasta.



Patricio Pron / Un fantasma de Rosario recorre el mundo

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Patricio Pron
Foto de Jaime Villanueva

Patricio Pron

Un fantasma de Rosario recorre el mundo

La mezcla infinita de saberes de Patricio Pron incluye datos sobre el comportamiento humano de los gatos, además de rudimentos sobre fútbol o sobre rutas



Juan Cruz
23 de enero de 2019


Patricio Pron mira como Guillermo Cabrera Infante y ríe como Jorge Luis Borges. Habla alemán e inglés y probablemente sueña en otras lenguas prehistóricas, como el autor de El Aleph. Es de Rosario, como Roberto Fontanarrosa y es capaz de recitar, enteros, versos de Rilke o párrafos de Thomas Mann. Esa mezcla infinita de saberes incluye datos sobre el comportamiento humano de los gatos, además de rudimentos sobre fútbol o sobre rutas. Viajero por todas partes, una vez fue a Malta, con Giselle Etcheverry, su mujer —que ya habrá leído esta novela de amor con la que su marido obtiene el premio editorial más preciado de la literatura hispanoamericana—, y allí descubrió que a las islas solo se puede viajar si estas se hallan adosadas a un continente. Es una isla, dijo al volver, hecha para que las parejas de turistas vuelvan riñendo. No fue su caso.
Todo lo que dice o escribe tiene dentro cierta maldad paradójica, como de conversaciones malévolas entre el citado Borges o el aún más audaz Macedonio Fernández. De su lenguaje español puede decirse cualquier cosa, porque él ha mezclado en su fuero interno raras sintaxis de idiomas distintos, así que sería una buena tarea rebuscar qué queda del habla de Rosario o de Berlín, o de Madrid, pero lo más seguro es que ahora, a sus 43 años, sea un autor con su propio lenguaje, que se acerca a ese español neutro que agrupa todos los acentos, pero no desdeña ninguno. Pron no es patriota ni del acento.
Sin embargo, proviene de una época impropiamente patriótica y difícil, que asoma en algunos de sus libros, el tiempo en que Argentina se debatía entre la utopía y la autodestrucción, esa Argentina que retrata, con estupor, su colega ilustre, V. S. Naipaul. Este Pron inscrito en la difícil circunferencia de su padre dijo, cuando publicó su último libro de cuentos, Lo que está y no se usa nos fulminará (Random House): “Los autores no somos más que una suma de prejuicios”. Y añadió, con ese nerviosismo que suma los distintos valores de la anatomía dubitativa de su discurso: “Las entrevistas y lo que leemos sobre los autores confluyen en una especie de fantasma que se adhiere al escritor y que en algún sentido lo reemplaza”. Era a propósito de un cuento en el que desaparece y se convierte en otro Pron. Ni en eso dejó de ser borgiano; y aunque Borges no era de Rosario, como Pron, era también de todos partes. En este libro de amor, seguro que también habita un cosmopolita que sigue teniendo a Rosario como su patria del aire, su particular aleph, su difícil e imprescindible acomodo sentimental...

EL PAÍS




Premio Alfaguara de Novela / Ganadores

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PREMIO ALFAGUARA DE NOVELA
Ganadores

1965
Jesús Torbado, Las corrupciones

1966
Manuel Vicent, Pascua y naranjas

1967
Héctor Vázquez-Aspiri, Fauna

1968
Daniel Sueiro, Corte de cabeza

1969 
Desierto

1970
Carlos Droguet, Todas esas muertes

1971
Luis Berenguer, Leña verde

1972
Alfonso Grosso, Florido mayo




1998 
Eliseo Alberto, Caracol Beach 
Sergio Ramírez, Margarita, está linda la mar 

1999 
Manuel Vicent, Son de mar 

2000 
Clara Sánchez, Últimas noticias del paraíso 

2001 
Elena Poniatowska, La piel del cielo  

2002 
Tomás Eloy Martínez, El vuelo de la reina 

2003 
Xavier Velasco, Diablo guardián 

2004 
Laura Restrepo, Delirio 

2005 
Graciela Montes y Ema Wolf, El turno del escriba 

2006 
Santiago Roncagliolo, Abril rojo 

2007 
Luis Leante, Mira si yo te querré  

2008 
Antonio Orlando Rodríguez, Chiquita 

2009 
Andrés Neuman, El viajero del siglo 

2010 
Hernán Rivera Letelier, El arte de la resurrección 

2011 
Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer 

2012 
Leopoldo Brizuela, Una misma noche 

2013 
José Ovejero, La invención del amor 

2014 
Jorge Franco, El mundo de afuera 

 2015 
Carla Guelfenbein, Contigo en la distancia.

2016
Eduardo Sacheri, La noche de la Usina

2017

2018

2019




Jesús Torbado / Las corrupciones

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Jesús Torbado

Jesús Torbado
LAS CORRUPCIONES

El agradecimiento

Le debo mucho a 'Las corrupciones', de Jesús Torbado. Lo más raro de escribir es el lugar que uno puede ocupar en la vida de otro



Antonio Muñoz Molina
7 de septiembre de 2018

Ahora que ha muerto Jesús Torbado me conforta pensar que tuve la oportunidad de manifestarle la deuda de gratitud que tenía con él. Una novela de Torbado, Las corrupciones, inundó mi vida, mi manera de pensar, mis expectativas, mis rebeldías, mi vocación, cuando tenía 16 y 17 años. Los libros llegaban entonces a mí por azar, porque no tenía a nadie que me orientara. Hasta unos pocos años antes mi mayor influencia había sido Julio Verne, sobre todo sus dos novelas prodigiosas sobre el capitán Nemo, 20.000 leguas de viaje submarino y La isla misteriosa. El Círculo de Lectores y la biblioteca municipal de mi ciudad natal me proveían oportunidades de descubrimiento: García Lorca, Neruda, Bécquer. También libros de mucho éxito comercial que devoraba con entusiasmo idéntico: Papillon, recuerdo, El retorno de los brujos. Leía cualquier libro prometedor que cayera en mis manos y a veces lo compartía con mis amigos. Leía Sinuhé, el egipcio, buscando, como todo el mundo, los pasajes eróticos; leía Diario de Daniel, un bodrio de catolicismo existencial para adolescentes angustiados.

En aquel mundo con tan pocos libros, cada tres meses aparecía el vendedor a domicilio del Círculo de Lectores, con su revista llena de novedades excitantes y su boletín de pedido. Lo rellenaba uno con dos o tres títulos y al cabo de muy poco tiempo el hombre del Círculo regresaba con los libros bajo el brazo, con su solidez alemana de encuadernación y diseño. Yo no tenía ningún criterio: podía adquirir al mismo tiempo Crimen y castigo y Las sandalias del pescador, y leer el uno tras el otro, con apetito de omnívoro, sin notar mucha diferencia. Cuando llegó la gran expansión lectora de los años ochenta en España, que habría sido más amplia y sostenida si a algún Gobierno le hubiera importado de verdad la instrucción pública, estoy seguro de que una parte decisiva de aquel impulso vino del Círculo de Lectores. De qué otro modo podían llegar a un lector, a una lectora aislada en una provincia española, Cien años de soledadLa casa verde, los cuentos de Onetti o de Borges.
A todos ellos los empecé yo a leer en el Círculo. En su colección de novela contemporánea española descubrí Últimas tardes con Teresa, sin saber nada de Juan Marsé, que entonces era un escritor de treinta y tantos años. Fue leyendo a Marsé como supe por primera vez que las novelas podían tratar de gente común y del mismo mundo real en el que yo vivía. Poco después, leyendo Las corrupciones, la influencia que recibí iba más allá de la literatura: en parte porque se conectaba con algo que me importaba entonces tanto como los libros, que era la música pop; en parte porque constituía una invitación directa a vivir otra vida.
Jesús Torbado, en Valladolid en mayo de 2004.  

Jesús Torbado cultivaba un género que aquí no existía, porque tampoco existía la cultura beat que lo ­había originado. En España, a mediados y finales de los sesenta, no había novelas que se parecieran a On The Road o a The Dharma Bums, y no solo por falta de escritores como Jack Kerouac, sino hasta de carreteras adecuadas sobre las que proyectar aquellos sueños de viajes. Un compañero del instituto había empezado a leer a Kerouac en la biblioteca de Úbeda (todavía me pregunto por qué caminos habría llegado allí), y queriendo seguir su ejemplo nos convenció a otro amigo y a mí para que emprendiéramos un viaje de aventura en ­autostop. Dadas las circunstancias, nuestro viaje de beatniks de pueblo y vagabundos del Dharma nos llevó hasta Baeza, que está a ocho kilómetros de Úbeda. Teníamos la música, pero nos faltaba la letra. Teníamos un impulso visceral de rebeldía, pero nuestra penuria y nuestro entorno social reducían nuestras expectativas impacientes a la escucha de unos cuantos discos que irradiaban un fulgor de explosiones estelares remotas —­Abbey Road, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin— y a la lectura igual de reiterada de Las corrupciones.
El efecto de la novela era tan inmediato, tan contemporáneo como el de la música. Nunca habíamos leído nada semejante. El protagonista se nos parecía como un hermano mayor que nos hubiera tomado la delantera: un seminarista que abandona los hábitos poco antes de ordenarse y se lanza al mundo, con muy poco equipaje y sin ningún plan, dejándose llevar por el azar de los ­automovilistas que lo recogen en los arcenes de las carreteras. La trama de la novela es tan abierta como el porvenir de su protagonista fugitivo. La lengua en la que está escrita tiene la naturalidad urgente del habla y de la inmediatez de lo vivido, no los resabios culturales de la literatura. En la literatura española de esa época no había hippies, ni mujeres jóvenes que viajaran solas por Europa y compartieran amores carnales y fugaces con desconocidos, ni capitales extranjeras a las que llegar con una mochila al hombro y en las que encontrarse sin ningún esfuerzo con otros vagabundos de aquella fraternidad internacional que probablemente era sobre todo un bello espejismo, “la Europa de los jóvenes”, según la llamaba el propio Torbado en otro libro suyo de viajes que también leí una y otra vez.
Algunos de nosotros empezaban a comprometerse en las severidades arriesgadas de la militancia antifranquista. Jesús Torbado nos ofrecía el ejemplo, la tentación, el sueño, de una rebeldía más tangible y tal vez más liberadora, porque calaba más hondo que las abstracciones ideológicas a las que se entregaban nuestros amigos más politizados. Yo quería irme cuanto antes y vivir a salto de mata por las capitales de Europa viendo mundo y enamorándome de nórdicas rubias parecidas a las que enamoraban al protagonista de Torbado. Yo quería vivir todo aquello y al mismo tiempo contarlo en una novela. Y como era muy joven y muy pobre y no podía irme, me conformaba escribiendo en mi casa bocetos de novelas futuras que se parecían a Las corrupciones.
En la adolescencia parece que el porvenir no va a llegar nunca. Muchos años después conocí a Jesús Torbado y tuve la alegría de darle las gracias por todo lo que le debía a aquella novela, tan lejana ya para él y para mí. Lo más raro de escribir un libro es el lugar que uno puede ocupar sin saberlo en la vida de un desconocido.


Jesús Torbado, existencialista de ‘Las corrupciones’

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Jesús Torbado

Jesús Torbado, existencialista de ‘Las corrupciones’

El escritor y periodista leonés, autor de 'Tierra mal bautizada' y coautor de 'Los topos', ha fallecido a los 75 años

Juan Cruz
23 de agosto de 2018




Jesus Torbado
Jesús Torbado

En 1965, poco después de haber ganado el primer premio Alfaguara de Novela, en la época en que dirigían la editorial los hermanos Camilo y Jorge Cela, uno de los jurados permanentes invitó a Jesús Torbado, el ganador, a un viaje por Tenerife, conferencias incluidas.
Para albergarse, aquel Torbado que tenía 22 años prefirió quedarse en un hotel de Icod de los Vinos, en el profundo norte de la isla, lejos de las luces de la capital, frente a un mar bravo y oscuro como la noche de invierno en Tierra de Campos.
Al regresar a Madrid, donde quedaban muchos ecos de “un éxito formidable”, como califica ahora Manuel Vicent el que tuvo la novela premiada, Torbado le envió a su familia en León, donde había nacido en 1943, las fotografías que tomó esos días, en las que un hijo que debía tener meses era el protagonista omnipresente. Él remitió esa colección a una dirección equivocada, la del periodista que le había entrevistado para EL DÍA de Tenerife.
Entonces Torbado era el ariete de una generación de escritores españoles, no sólo de leoneses, que abría un surco profundo en la nueva narrativa que se zafaba de las tradiciones secas del realismo social. Las corrupciones, como recordaba ayer Juan José Millás, introducía aquí el existencialismo francés.
En la novela un joven que venía de la educación católica hace un viaje por la Europa desinhibida (desde París, donde él trabajó descargando camiones, a Estocolmo) y poco a poco va describiendo las malandazas saludables que le venían a su encuentro en las principales capitales liberadas del continente.
Por ese camino se fueron corrompiendo los ideales que este hijo de maestra de escuela en Tierra de Campos había atesorado en su juventud. La fe en el hombre, la fe en Dios, la fe en uno mismo, desataron los demonios que eran sombra y luz de la época. Presentó el libro al premio como Las descomposiciones. Los Cela y el novelista Héctor Vázquez Azpiri le sugirieron el que ya tuvo siempre.
El título llegó, dice Millás, “en un tiempo en que todos estábamos queriendo identificarnos con el existencialismo”. Era, dice Vicent, que ganaría con Pascuia y naranjas la edición siguiente, “una especie de On the road”, escrito por un leonés que, además, seguiría la senda de los viajes, no conducido por la pasión de fabular sino, simplemente, por la pasión de andar, como entonces Camilo José Cela o Miguel Delibes y luego, en esta última época, Julio Llamazares en lo rural y Antonio Muñoz Molina en lo urbano. Julio Llamazares destaca, en ese ámbito, “un libro formidable” de Torbado, Tierra mal bautizada (1969).
“En ese libro”, dice Llamazares, “hace a pie, desde su pueblo en Tierra de Campos un viaje que lo lleva por Valladolid, León, Palencia y Zamora. Mientras que Las corrupciones era un libro generacional, de época, lo que persiguió con esa esforzada excursión literaria fue abrazar su tierra leonesa”, con la que estuvo muy entrañado. Aún así, cuenta el autor de Luna de lobos, descreído y esquivo como uno de sus colegas del mismo territorio, Jesús Fernández Santos, Torbado no buscó ni quiso homenajes locales ni de ningún tipo. Una noche le dijo a Llamazares, en Madrid: “Ojalá me den un día el premio al leonés del año, para rechazarlo”.
Aquel autor de Las corrupciones no sólo fue testigo de la soledad de su tierra, sino que, en este periódico, entre otros, fue testigo y altavoz de la rabia con la que él y otros leoneses de su tiempo vivieron el trato que su región sufrió en el reparto autonómico.
Aparte de esos dos libros y de su abundante trabajo en algunos de los mejores espacios de Televisión Española (con José María Íñigo, con José Luis Balbín), Torbado hizo otra contribición a la historia de la narrativa española de posguera. Esta vez fue en colaboración con Manu Leguineche. Ese libro fue Los topos(1977), en el que ambos periodistas mostraron las vidas ocultas de represaliados del franquismo que vivieron escondidos en su país después de la guerra. Fue un libro que marcó un hito que abrió la ventana a la indagación general sobre la memoria histórica. No hubo en esa obra ni una gota de ficción; la realidad que mostraron era de denuncia y escalofrío.
Torbado ganó el Planeta un año antes, en 1976, con una ucronía de nostalgia imposible: En el día de hoy, novela que transcurre como si la victoria en la guerra hubiera sido de los republicanos. El día en que acudió a recibir el premio estaba en libertad provisional porque su libro Sobresalto español incluía, decía la autoridad, injurias a Franco.
Murió en Madrid ayer, a los 75 años, tras una enfermedad larga. Cuando lo conocí era un joven tímido; aquellas fotos familiares que me llegaron por error fue lo más cerca que estuve de saber de él más allá del conocimiento de su escritura veloz, solvente y capaz del aire de las metáforas de su tiempo.


Voces nuevas para la nueva novela

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De izquierda a derecha, Marta Orriols, Marta Carnicero, Eva Baltasar y Luna Miguel. 


Voces nuevas para la nueva novela

¿De dónde vienen? ¿Qué tienen en común? Hablamos con varios de los muchos novelistas que se estrenan este otoño en las librerías y con los editores que han decidido darles una oportunidad


Laura Fernández
5 de octubre de 2018

El editor es un buscador de oro, dice Maria Bohigas. Maria Bohigas es editora. A finales de 2017, recibió el manuscrito de una desconocida novelista y, quién sabe por qué, empezó a leerlo. A veces ocurre. Los editores leen los manuscritos que llegan a sus editoriales. De hecho, a juzgar por lo que está ocurriendo este otoño, lo hacen cada vez más. ¿Y por qué? Constantino Bértolo, fundador de Caballo de Troya, cantera del grupo Penguin Random House, responde: “Creo que la crisis de 2008 supuso un cambio de época y que cada época reclama su propia narrativa. Pequeños o grandes fenómenos como el éxito de Manuel Vilas, Gabriela Ybarra o Aroa Moreno funcionan como síntomas de que algo está cambiando”. Por eso cree que “las editoriales están ahora más atentas a lo nuevo”.
Y lo están. Están tan atentas que en poco más de un mes habrá en las librerías prácticamente una veintena de novelas de escritores de los que nunca habíamos oído hablar. Una de ellas será la de la desconocida novelista de la que habla Bohigas. “No es fácil, igual que no lo es para el buscador de oro, dar con algo que brille”, dice Bohigas. ¿Y qué es lo que hace que una novela brille en estos momentos? “La voz, una personalidad muy definida. Ver que alguien está intentando dar respuestas a unas preguntas sin saber cuáles son pero consciente de que son las suyas”. Maria Bohigas publicó la novela en cuestión en marzo de este año, en catalán, en su sello, el veterano Club Editor. El éxito fue instantáneo. Permagel, de Eva Baltasar, se instaló en las listas de los más vendidos en menos de una semana. Hoy, ha alcanzado la sexta edición. Se han vendido alrededor de 8.500 ejemplares, lo que, para el mercado catalán, es una pequeña barbaridad. En noviembre, Permafrost —así se titulará en castellano— llegará a librerías de toda España vía Literatura Random House.









Munir Hachemi Guerrero.ampliar foto
Munir Hachemi Guerrero. CARLOS ROSILLO


Podría decirse que su caso es distinto, pero en realidad es el ejemplo a seguir, o a exportar. “Buscamos sorpresas”, dice otra editora, María Fasce, al frente de Lumen en esta rentrée del debutante. Precisamente, en Lumen se publican este otoño dos primeras novelas de dos autoras noveles solo en tanto que novelistas, puesto que una es una reconocida poeta, Luna Miguel, y la otra, una aún no tan conocida autora de cuentos, Marta Orriols.
Con Luna Miguel le pasó a Fasce lo que a Bohigas con Baltasar. Tanto es así, que la novela de Luna, El funeral de Lolita, quizá no existiría si Fasce no hubiera dado con lo que parecía su semilla: un cuento titulado así que la poeta había publicado en la revista para la que trabaja, PlayGround. “María me llamó y me dijo que ahí veía una novela”, dice la escritora. ¿Y se lanzó, sin más? “Sí. Leo más novela que cualquier otro género, así que no me pareció tan raro lanzarme a probar”. El caso de Baltasar es distinto. Ya había publicado un libro de cuentos, Anatomía de las distancias cortas (Lumen), y su paso a la novela tuvo que ver con la necesidad. “De repente se me apareció un personaje —el de Paula, la neonatóloga que protagoniza Aprender a hablar con las plantas—, que no me cabía en un cuento, y me dejé llevar”, asegura.
¿Y qué hay del resto? Ramón González debuta en Tusquets con Pazamor y death metal, novela en la que cuenta cómo sobrevivió al atentado en la sala Bataclan. Ramón es de Ciudad Real, pero da clases de español en un instituto de París. Y aquella noche de 2015 había ido a ver a los Eagles of Death Metal. Ramón ya había escrito antes otras novelas. Muchas. Pero ninguna había recibido el sí de ninguna editorial. Eso es algo que comparte con Jerónimo Andreu, que acaba de publicar En el vientre de la roca (Salamandra).









Jerónimo Andreu.ampliar foto
Jerónimo Andreu. CARLOS ROSILLO


Jerónimo había intentado publicar antes y había sido imposible, por eso se sorprendió cuando recibió la llamada de Anik Lapointe, al poco de haberle enviado el manuscrito a Salamandra. “Esta vez fue inesperadamente sencillo encontrar editorial”, dice. Y se diría que eso es algo en lo que todos coinciden. Al parecer, la predisposición editorial es definitivamente mayor. Casi como en otros tiempos. Los tiempos de los que habla Constantino Bértolo cuando rememora la época en que descubrió a Ray Loriga, Marta Sanz y Luis Magrinyà: “Conviene recordar que, en aquel momento, primeros años noventa, buscar nuevos autores respondía a la imposibilidad para una editorial con pocos recursos económicos de fichar a autores con adelantos difícilmente abordables”.
El caso que nos ocupa es distinto. Estamos hablando de sellos como Tusquets, que pueden pujar por el siguiente Murakami. O de Espasa, que acaba de apostar por la primera novela de Irene Lozano: Si sufrir fuera sencillo. Aunque también hablamos de Sexto Piso y Periférica. En Sexto Piso debuta el cubano Carlos Manuel Álvarez con Los caídos. De Periférica, Munir Hachemi Guerrero, que publicará en noviembre Syngenta, dice: “Fue muy sencillo, casi natural. Una amiga me preguntó: ‘Si pudieras elegir una editorial, cualquiera, ¿cuál sería?’, y respondí que Periférica. Quizá fue muy aventurado, pero la enviamos y aceptaron publicarla”. Eva Baltasar resume así lo que ocurrió cuando decidió que Club Editor sería el sello ideal para Permagel: “Fue muy fácil, como pedirle un deseo al genio y constatar sin demora su poder”. Marta Carnicero podría no haber encontrado jamás editor en castellano para El cielo según Google (Acantilado), que había publicado L’Illa dels Llibres en catalán, pero lo hizo y tampoco le costó demasiado. “Fui a la presentación de Tuyo es el mañana, de Pablo Martín Sánchez, y a mi lado se sentó Sandra Ollo y no pude evitarlo: me presenté y le conté que acababa de publicar una novela y que había pensado llevársela, pero que no me había atrevido. Le dije que Pablo estaba dispuesto a traducirla (¡era verdad!) y que iba a salir en inglés gracias a una beca del PEN americano. Todo esto en 30 segundos, al más puro estilo elevator pitch”, relata. Funcionó.














LA RULETA EDITORIAL


El de la pasión por los debutantes no es un fenómeno únicamente español. En la famosa rentrée francesa, este año se contabilizaron cerca de un centenar de primeras novelas. Se diría que en todas partes hoy el editor está multiplicando su apuesta, en palabras de Munir Hachemi Guerrero, “jugando en la ruleta a un número en vez de a un color o a una docena. Es mucho más improbable ganar pero, ah, si sale...”. Al frente este año de Caballo de Troya, la editorial que solo apuesta por nuevas voces, la escritora Mercedes Cebrián afirma que “el trabajo de un primer editor se parece a la elaboración de un producto artesanal, a la construcción de un violín, juraría”, porque, de algún modo, se está construyendo algo, “una nueva voz”. ¿Y qué tipo de mano puede echarle el editor al escritor? ¿Es el primer editor de una novela una especie de Gordon Lish, el hombre que construyó la voz minimalista de Raymond Carver? “Sí, el editor de una primera novela es un poco Lish, marca el camino, pero debe guiar sin imponer”, contesta. ¿Y hay problemas con los autores? “Es curioso, los más seguros de su texto se dejan aconsejar constantemente, mientras que los que menos seguros están se blindan y se vuelve complicado trabajar con ellos”, dice María Fasce. Desde el otro lado, ¿se ven temas en común en todos esos debutantes? “Sí, una buena cantidad de los manuscritos hablan del fracaso. De la crisis económica, pero también de fracasos vitales, vocacionales o amorosos”, contesta Cebrián. Y añade: “Podría decirse que la idea de personaje como mundo resume bien la esencia de buena parte de ellos”.

¿Se diría que tienen algo más en común? ¿Son adictos al scroll de Instagram? ¿En qué se inspiran? ¿Qué leen? ¿Creen que, cada vez más, ya no hay un mundo en el que el personaje tenga que encajar sino que el propio personaje constituye el mundo de la novela? Así es en el caso de la narradora arisca de Permafrost y en el de la crítica gastronómica obsesionada con la literatura sobre nínfulas de El funeral de Lolita y, evidentemente, en el caso de la novela de no ficción de González sobre lo ocurrido en la sala Bataclan. Y aunque lo suyo sea una parábola distópica, Silvia Terrón, poeta que también debuta en novela con Umbra (Caballo de Troya), cree que inevitablemente el presente múltiple en el que vivimos tiene mucho que ver en lo que se crea. Así habla de su novela: “El verdadero protagonista de Umbra es la mitad de la Tierra que vive a oscuras, buscando maneras de recuperar la voz. Aunque esté ambientada en un futuro lejano, tiene mucho que ver con nuestro presente. Para empezar, se nos están yendo muchas certezas. A la vez, estamos rodeados de imágenes y frases en un bombardeo continuo”.
Ana Llurba dio con su idea para La Puerta del Cielo (Aristas Martínez) entre un puñado de libros de segunda mano: “Encontré un libro que se llamaba Los extraterrestres en la Biblia, de pseudohermenéutica, de interpretaciones aberrantes, y como hacía tiempo que le daba vueltas al tema de todo lo literal de la religión, se me ocurrió la historia de una adolescente que canalizara esa inquietud”. La novela de Orriols, en cambio, es vehículo para el duelo: el que sufrió la autora al perder a su marido en un accidente aéreo. Aunque el dolor es lo único autobiográfico. Lo mismo pasa con Luna Miguel. “Lo único que le he dado a la protagonista es mi obsesión por la literatura sobre nínfulas”. Eso sí, a ella hacer scroll en Instagram le ayuda. “Accedo al día a día de otras vidas. Admito que me ha servido para meterme en la piel de mi protagonista”, dice. “Sacar ideas de Instagram para caracterizar un personaje es un acto espontáneo hoy”, asegura Jerónimo Andreu. En cambio, a Munir, Instagram solo le sirve “para no pensar”. Munir sube todo lo que escribe a su Dropbox. Poemas, relatos, el embrión de novela que en su día fue Syngenta. Así, dice, “lo puedo hacer crecer desde cualquier lugar con Internet”.














Carlos Manuel Álvarez.ampliar foto
Carlos Manuel Álvarez. CARLOS ROSILLO


En cambio, no hay forma de dar con Eva Baltasar en ninguna red social. Es poeta también, como Luna, como Silvia Terrón y el propio Munir. Ha publicado 10 poemarios. Es pedagoga y trabaja solo cuando lo necesita. El resto del tiempo, escribe. “Tanta diversificación no hace más que llamarme a concentrarme en lo esencial”, dice. No ve la televisión. Casi no va al cine. Para la mayoría, pese a vivir rodeados de vidas virtuales, la inspiración procede de lo que ven en la calle. “Yo a veces incluso no puedo evitar pararme, cuando voy en moto, para tomar nota de algo que acabo de ver”, dice Marta.
Carlos Manuel cita el Mientras agonizo de Faulkner como punto de partida de la estructura familiar en voces de Los caídos. Ramón relee El extranjero de Camus una vez al año y le gusta jugar a ser otro para dar lugar a discusiones que le acaben iluminando futuras escenas de lo que esté escribiendo. ¿Algún miedo? Que el exceso de atención por la novedad les deje sin atención en un tiempo. Así lo expresa Terrón: “Vivimos rodeados por la necesidad de la novedad y no hay nada más nuevo que una primera novela de un autor desconocido. El gran reto para el novelista primerizo es sobrevivir a ese ciclo, demostrar que lo que tiene aún por contar merece ser leído”.














LAS NOVELAS


Permafrost. Random House. Eva Baltasar (Barcelona, 1978). Una narradora encantadoramente cínica habla de su voracidad homosexual y de lo mucho que odia todo lo que le rodea. Casi un thriller erótico existencial.
Aprender a hablar con las plantas. Lumen. Marta Orriols (Sabadell, 1975). Un tipo deja a su mujer tras 15 años de matrimonio. Cuando ella aún anda haciéndose a la idea, él tiene un accidente y muere. Un duelo que no idealiza.
El funeral de Lolita. Lumen. Luna Miguel (Almería, 1990). Una joven y polémica crítica gastronómica descubre que el profesor de literatura del que estuvo enamorada en el instituto ha muerto. La historia de una obsesión.
Paz, amor y death metal. Tusquets. Ramón González (Daimiel, 1984). Un superviviente de los atentados de la sala Bataclan cuenta cómo logró salir de allí y lo que le costó empezar de cero. Un doloroso memoir.
Los caídos. Sexto Piso. Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989). La historia de una familia cubana convertida en un pequeño infierno. Un faulkneriano drama disfuncional.
En el vientre de la roca. Salamandra. Jerónimo Andreu (Cádiz, 1981). Un héroe angloespañol, Joseph, tiene que hacer frente al narcotráfico en Gibraltar, en un moderno thriller de espías sureño.
El cielo según Google. Acantilado. Marta Carnicero (Barcelona, 1974). Una pareja lleva tiempo esperando una adopción y, cuando por fin llega, todo se tuerce. La historia de una ruptura inevitable.
Syngenta. Periférica. Munir Hachemi Guerrero (Madrid, 1989). Hijo de argelino y española, le llaman el Kureishi español y ha escrito una novela de formación que es a la vez, dicen, una canción de Tom Waits y un poema de Nicanor Parra.
Umbra. Caballo de Troya. Silvia Terrón (Madrid, 1980). En el futuro, el ser humano pierde la voz y lo más preciado es un mineral que contiene las voces de nuestros antepasados. Una distopía contra el despropósito del presente.
Si sufrir fuera sencillo. Espasa. Irene Lozano (Madrid, 1971). En 1962, uno de los pilotos que bombardearon Hiroshima llega a la base de Rota con un buen puñado de remordimientos. Thriller histórico basado en hechos reales.
La Puerta del Cielo. Aristas Martínez. Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980). Una secta adolescente busca la felicidad con liturgias obsesivas. Muestra del new weird en español.
EL PAÍS


Aroa Moreno Durán / “En mi casa es trágico mi abandono de ‘El señor de los anillos”

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Aroa Moreno Durán


Aroa Moreno Durán: “En mi casa es trágico mi abandono de ‘El señor de los anillos”

La escritora madrileña ha ganado el Premio El Ojo Crítico de Narrativa por su primera novela, 'La hija del comunista'


BABELIA
3 ENE 2018 - 18:00 COT
Aroa Moreno Durán: “En mi casa es trágico mi abandono de ‘El señor de los anillos”
SETANTA
Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981) es la flamante ganadora del Premio El Ojo Crítico 2017. Lo ha logrado con su primera novela, La hija del comunista, aunque antes ya tenía publicados varios libros de poemas y biografías y es también periodista.
¿Qué le llevó a la escritura?
Mi abuelo paterno tenía cientos de poemas escritos a mano en un libro de actas, de esos que se usaban antes con tapas granates. Cuando iba a su casa de niña, le pedía que me los leyera. Pensaba que algún día yo también tendría mi propio cuaderno.
¿Cuál ha sido el último libro que le ha gustado?
La muerte y la primavera, de Mercè Rodoreda.
¿Un libro que no pudiera terminar?
Hay tanto por leer que, en cuanto empiezo a dudar, paso a otro. En mi casa es especialmente trágico mi abandono de El señor de los anillos. Para mí, Gandalf está muerto.
¿Qué libro ajeno le habría gustado escribir?
El mismo mar, de Amos Oz. O Claus y Lucas, de Agota Kristof. Me aplastaron.
Ha ganado un premio importante con su primera novela. ¿Le da vértigo la segunda?
Antes tengo que preocuparme de encontrar una historia que contar. Intentaré afrontarla de la misma manera que escribí La hija del comunista,con emoción y trabajo. Al menos, eso me hará sentir tranquila.
Es usted también periodista. ¿Qué le gusta y qué aborrece del periodismo actual?
Separemos periodismo y medios de comunicación. Amo y defiendo esta profesión hasta lo indefendible. Siempre seré periodista de vocación y formación, me dedique a lo que me dedique. Me encanta encontrar la piel del periodista en una crónica. Prefiero no sumarme al ruido de todo lo aborrecible.
¿Qué canción escogería como autorretrato?
Volver, el tango.
Si no fuera escritora, ¿qué le gustaría ser?
Médico, pero soy muy cobarde. O músico, pero no tengo el don.
¿Su película favorita?
Las cosas favoritas me cambian todo el tiempo. Me cuesta elegir. Pero hay una película que me gustó mucho y que tiene que ver con la novela, La vida de los otros. Es redonda.
¿Qué está socialmente sobrevalorado?
La alegría constante.
¿Qué encargo no aceptaría jamás?
Cualquiera en el que me paguen por mentir deliberadamente. Ya lo aprendí.
¿A quién le daría el premio Cervantes?
Elena Garro, Idea Vilariño, Carmen Martín Gaite, Blanca Varela, Silvina Ocampo, Carmen Laforet, Gloria Fuertes... Pero ni eso se puede ya, ni yo puedo dar un Cervantes.


Eva Baltasar / Permafrost / Reseña

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Eva Baltasar


Bajo el hielo

‘Permafrost’ es la esperada traducción al castellano de la primera novela de Eva Baltasar, el lúcido autorretrato de una mujer independiente que huye del compromiso


Carlos Zanón
28 de diciembre de 2018


Eva Baltasar, en Barcelona el pasado 12 de septiembre.Ampliar foto
Eva Baltasar, en Barcelona el pasado 12 de septiembre. CONSUELO BAUTISTA

Eva Baltasar (Barcelona, 1978) deslumbró con Permafrost en el momento de su edición, hace unos meses, en catalán. Está apareciendo en lo alto de las listas de los mejores del año en este idioma y tuvo buen respaldo de ventas y crítica. Hasta la fecha había publicado Baltasar una decena de poemarios y con Permafrost iniciaba el primero de tres libros de protagonistas femeninos con los que, en palabras de la autora, quiere explorar distintas etapas en la vida de las mujeres.
El título es uno de los aciertos. Permafrost es la capa de tierra que siempre permanece congelada y hace referencia a la protagonista y voz que narra la novela en primera persona, protegida por algo así como una membrana, dejando a una distancia de seguridad afectos y decepciones. La protagonista es lo bastante lúcida como para entender a la gente con la que comparte, colisiona o se repele, pero le resulta imposible sentir lo mismo que entiende. El libro se abre con un capítulo espectacular en cuanto a estilo y fuerza, pero ése no es el tono elegido por Baltasar, sino el de una narradora rápida, brillante, lúcida, divertida sin llegar a ser frívola.


Bajo el hielo


El primer capítulo, sin embargo, a nivel estilístico nos muestra otro libro, y uno se queda con las ganas de haber leído al menos también ese otro libro que la autora decide no escribir.
Algunos aspectos del personaje enunciados al principio —sus tentaciones suicidas o las fantasías sobre cómo hacerlo— quedan minimizadas frente al peso de otros temas como la libertad, la búsqueda de la identidad sexual, la naturalidad de sus relaciones con otras mujeres, en una suerte de catálogo de nombres y encuentros, y en especial las relaciones familiares. Aparecen por las páginas un padre en eterno papel secundario, una madre asfixiante y controladora, y una hermana con una vida convencional que parece tener los cajones tan primorosamente ordenados como la cabeza. La lucidez de Eva Baltasar hace que el maniqueísmo a la hora de repartir roles quede amortiguado y salvado. Así, la ecuación de que la promiscuidad, el no compromiso, el lesbianismo, el no tener hijos, el no ser ni como tu padre ni como tu madre ni nada que ver con el pack cuñado-sobrinos-hermana sea la verdad que no nos salva, pero nos hace modernos, urbanos y hermosos, la construye para deconstruirla cuando hace acto de presencia la ternura y el más listo del pueblo choca con la verdad de que nadie sabe nada. El dolor circula por debajo del permafrost sin que nadie lo note.
El estilo de Baltasar es impecable. Mantiene tono y personaje, y aunque a ratos la sucesión de escenas sin más argumento que un dietario de obsesiones y relaciones —las mismas, igual de satisfactorias, intercambiables, ése es parte del conflicto del personaje— vaya en demérito de tu interés lector, y el libro a media travesía casi se te caiga de las manos, el talento artesanal de Baltasar viene en el momento justo en su ayuda cerrando el libro alto y bien.

Luna Miguel / Una trilogía accidental

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Luna Miguel
UNA TRILOGÍA ACCIDENTAL


María Yuste 
28 de mayo de 2017
“¿Y si te dijera que, a partir de mañana, no vas a poder volver a ver el mar? Puedes vivir el resto de tu vida haciendo lo que te dé la gana, pero no ver el mar”. Es la pregunta que Wilson, el personaje de la novela gráfica homónima de Daniel Clowes, lanza al lector en un intento de explicar cómo se siente la muerte de una madre. Por el contrario, es en el mar donde la poeta Luna Miguel ha conseguido no dejar de ver nunca a la suya. Más concretamente en El arrecife de las sirenas, nombre de su último poemario y enclave real de la costa mediterránea, más conocido quizá por ser el escenario de muchos de los videoclips del cantante de pop latino David Bisbal.
Luna Miguel con su hijo

Con El arrecife de las sirenas, Luna cierra una trilogía accidental que empezó hace cuatro años en La tumba del marinero con el cáncer de su madre, siguió en Los estómagos con la muerte y termina ahora con un Arrecife…marcado en el inicio por el intento frustrado de la autora de dar vida, pero con un final luminoso llamado Ulises.
Una trilogía, tres libros, una cifra para una escritora a la que se la suele abordar en los medios desde los números. Ya sea por su juventud, por una relación sorprendente entre número de años vividos y libros escritos o, más frívolamente, por la cantidad de K’s o likes que acumula en sus redes. Luna es, sin duda, una poeta mediática. Una de esas autoras cuya imagen pública, para bien o para mal, ha eclipsado la obra. Sin embargo, sus tres últimos libros representan un paso literario desgarrador a la edad adulta. Es por eso por lo que la siguiente conversación trata exclusiva y únicamente sobre ellos.
Luna Miguel

¿Pensaste en algún momento cuando escribías La tumba del marinero que sería el inicio de una trilogía?

Realmente, no. Todo lo que escribo está muy ligado a vivencias personales y, aunque a veces tienes ya muy claro por dónde quieres que vaya la obra, en lo personal empiezan a pasar cosas y entras en conflictoPor ejemplo, Los estómagos, el libro que le siguió, nació de ese conflicto. Lo empecé a escribir desde la alegría de la recuperación de mi madre, hablando de un órgano tan importante como es el estómago, el cual necesitas para vivir, hablando de los alimentos y de la relación con los animales y el vegetarianismo… Pero, hacia el final, lo que yo no quería que pasara en la vida real acabó pasando y tiñó el libro.

¿Y qué ha acabado representando cada libro en ese proceso?

Siempre me decían que yo era la poeta del cuerpo así que, llegados a ese punto, decidí reflexionar seriamente sobre qué es un cuerpo, un cuerpo femenino para mí. Si La tumba… es el pulmón enfermo y Los estómagos es, con todo lo que he explicado antes, el estómago, me di cuenta de que la siguiente fase tenía que ser la vida. Volver a esa vida que, a su vez, volverá a enfermar y volverá a ser el pulmón enfermo. Por eso tenían que ser 3 libros y no 2. La vida me había llevado a cosas oscuras, pero yo quería generar cosas luminosas y vi que esas cosas luminosas solo se podían generar desde el útero, capaz de dar vida.

Suena a epifanía, ¿cómo lo supiste?

Fue hablando con mi amigo el poeta Arturo Sánchez cómo me di cuenta de que esa última parte tenía que ser el hijo. En aquella época, a mí no me interesaba la maternidad para nada. Lo que yo quería era adoptar en un futuro lejano, pero un embarazo no era algo por lo que quisiera pasar y, de hecho, no ha sido la mejor experiencia de mi vida. Dicho así parece que haya tenido un hijo para escribir un libro (se ríe) pero había llegado un punto en el que la felicidad tenía que imponerse a la tragedia.

En la redacción de PlayGround se decía que tenías allí guardados todos tus ejemplares de Los Estómagos porque no querías verlos en casa. ¿Es verdad?

Bueno, es un libro que ni siquiera he presentado… De hecho, llevo mucho tiempo sin hacer una presentación y se debe, sobre todo, al hecho de tener que leer en público ciertas cosas. Dudo si voy a ser capaz de expresar realmente lo que quiero al leer estos textos. Por ejemplo, con Museo de cánceres [poema de La tumba del marinero] sé que hay gente que ha llorado y no quiero que mi poesía se vea como algo que hago para intentar provocar lágrimas fáciles. Mis libros no son nada de eso. Jugar la carta de hacer llorar a la gente y que salgan compungidos de la lectura es algo que me molesta de otros escritores.

Tengo la sensación de que a veces la gente puede confundir tus redes sociales con tus poemas. En ambos lados muestras sin cortapisas lo que te pasa en la vida real pero, claro, un poema nunca es tan inmediato como pueda parecer. Hay un trabajo intelectual detrás.

Tal vez se debe a que he tratado temas íntimos, en los que se desvela más que en otro tipo de poesía, pero hay una estructura muy clara y una planificación. El arrecife se limó mucho, era bastante más largo en un principio. Si te fijas, cada parte se compone de 10 poemas, menos Adiós, bebe que tiene 5. Esos poemas eran tan cercanos a la realidad y me parecía tan sucio desnudar esos sentimientos malos del aborto que preferí incluir solo los poemas que tocaban el tema por encima. Tal vez más adelante sí que pueda escribir sobre ello, pero me pareció más elegante pasar de puntillas por un tema tan escabroso.

¿Qué relación hay entre muerte y maternidad?

Es una respuesta totalmente animal. Pierdes una vida que aprecias y necesitas otra. Es egoísta, pero también es supervivencia. Tu cuerpo, de repente, quiere repoblar el mundo con otra persona que a ti te va a ayudar a soportar la pérdida y que va a contribuir a que la rueda de la vida siga. Es un rollo muy El rey león (se ríe). De hecho, Ulises no ha sido el único, tengo primas que también han nacido de la enfermedad y muerte de mi madre. Es una correlación común que se ha dado en varias personas a mi alrededor.

En este libro, Ulises, de repente, ocupa un lugar muy espiritual, siendo la espiritualidad algo que siempre habías rechazado activamente en tus anteriores trabajos…

En un escenario en el que todo parecía oscuro y en el que no había nada que me pudiera atar a las cosas bonitas de la vida sí que, de repente, vi la maternidad como un ancla que me decía que me esperara porque todavía me quedaban muchas cosas por descubrir. Aunque no es solo eso. El arrecife de las sirenas es un libro de viajes y, si te das cuenta, ocurre en todas partes menos en ese lugar que da nombre al libro. Supongo que es una forma de decir que somos nosotros los que creamos todos esos lugares, iconos y alegrías que nos hacen poder seguir adelante con el día a día y con todo.

La cicatriz es una figura que aparece en La tumba del marinero y que ha ido apareciendo y evolucionando en los dos siguientes libros hasta, finalmente, llegar a la conclusión en este de que no sirven para nada. ¿De verdad lo crees así?

Que no sirvan para nada es como decir que sirven para todo. Las cicatrices son esa contradicción: el recuerdo de que ha habido algo doloroso, pero también de que lo has superado y ha quedado atrás. Es algo que duele y que, además, nunca va a dejar de hacerlo, porque un día que te has expuesto al sol o que algo te roza, te vuelve a molestar… Sin embargo, al mismo tiempo, al mirarla sientes una especie de victoria. Es una imagen manida pero cierta. Ese poema, en concreto, está escrito en México el mismo año en que murió mi madre y en una fecha en la que habría cumplido años. Aquel fue el primer viaje en el que me reí y que me lo pasé bien después de una experiencia traumática. Así que sí, diría que las cicatrices son más bien una celebración de que han pasado cosas.

¿Y qué cosas te gustaría que pasaran ahora?

Quiero dejar de escribir sobre mí misma y dejar de lado el cuerpo femenino. Durante una época, toda esta reflexión sobre la feminidad hacía falta que se hiciera, pero yo creo que ya he cumplido con mi parte y ahora me interesa ir hacia otros lugares. El libro en el que estoy trabajando ahora se llama Poesía masculina y nace de una reflexión sobre qué le puedo dejar útil a Ulises. Qué podría aprender Ulises de mí y de mis libros más allá de leerse a sí mismo de bebé o de ver que le queríamos mucho cuando nació. Reflexionar sobre la masculinidad es algo que me importa mucho ahora. Entre otras cosas porque parece que un hijo se acabe cuando deja de ser bebé… Pero, precisamente, es ahí donde se acaba el olor a Nenuco cuando empieza la maternidad de verdad, donde empieza el criar a una persona y enfrentarte a los problemas de verdad. Se plantean una serie de dudas que me gustaría resolver de forma literaria leyendo otro tipo de lecturas y empezando a reflexionar también para él.

*Publicado en Nylon el 26 de mayo de 2017.


Se despide Robert Redford / Ha sido usted grande, señor Redford

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Ha sido usted grande, señor Redford

Este tipo no solo era guapo, también posee algo muy poderoso como actor y la seguridad de que todos nos vamos a fijar en él aunque aparezca en segundo plano



Carlos Boyero
25 de enero de 2019

Asegura Robert Redford que The Old Man & The Gun será su última interpretación para el cine, ese espectáculo, entretenimiento, arte, que le convirtió con causa en una de sus mayores estrellas, cuya magnética y sensual personalidad pobló los sueños húmedos de varias generaciones de mujeres (me lo han contado, no es una suposición), e imagino que de bastantes hombres. Este tipo no solo era guapo, también posee algo muy poderoso como actor y la seguridad de que todos nos vamos a fijar en él aunque aparezca en segundo plano. Pudo encarnar con naturalidad a héroes románticos, al chico más guay del barrio, pero también podía ser duro, atormentado sin aspavientos, secreto. Y funcionaba modélicamente en cualquier género: comedia, wéstern, intriga, melodrama. George Roy Hill (o la sabiduría de los productores) consiguió la jugada perfecta al juntar a Redford y al admirable Paul Newman (ningún actor envejeció mejor que él; si de joven era la bomba, con todos los tics del Actors Studio, al hacerse mayor sus sobrias interpretaciones eran maravillosas) en dos películas que mantendrán eternamente su poderoso encanto. ¿Hace falta citarlas? Porque todo dios las recuerda con una sonrisa. Son El golpe y Dos hombres y un destino. Descubrí a Redford interpretando a un perdedor acorralado y protegido en vano por el dios Brando en La jauría humana. También haciendo formidable pareja con Jane Fonda (¡qué actriz! y también Eros puro) en la simoniana y bonita comedia Descalzos por el parque.



THE OLD MAN & THE GUN
Dirección: David Lowery.
Intérpretes: Robert Redford, Sissy Spacek, Casey Affleck.
Género: thriller. EE UU, 2018.
Duración: 93 minutos.

Pero el esplendor del actor Redford, independientemente del imán que despertaba en el público cualquiera de sus apariciones, alcanzó un nivel muy alto en su asociación con el director Sydney Pollack, uno de los auténticamente grandes del cine norteamericano (y que no me pongan estadounidense) durante muchos años. Existe una química especial entre ellos: Pollack extrae lo mejor de Redford en películas memorables, que puedes revisitar veinte veces sin temor al desencanto, como Las aventuras de Jeremiah Johnson, Tal como éramos, Los tres días del cóndor, El jinete eléctrico, Memorias de África y Habana.Redford, alguien que debió de poseer todo desde su temprano y fulgurante estrellato, no se limitó a acomodarse en ese comprensible egotrip. Quería contar en imágenes historias propias o ajenas, producir a aquella gente sin medios en la que intuía talento, otorgar señas de identidad con su prestigio y su dinero al cine independiente a través del festival de Sundance. Su carrera como director es discutible y su mecenazgo en Sundance ha descubierto a gente que merece la pena, pero también a mogollón de impostores, de modernos sin nada interesante que contar, con careta inmediatamente vulnerable.

En su despedida lo primero que agradezco es la sensación o la certeza de que Redford, transformado en los últimos años por operaciones de cirugía estética que le quitaron su expresividad, que le convirtieron en una lamentable momia, ha recobrado un aspecto normal. Imagino que se ha operado para que le despojaran de esos desastres estéticos, intentando algo tan patético como mantener la antigua belleza, odiar tus arrugas, disimularlas a costa de perder tu capacidad de comunicación.
Y veo su última película asociada a ese concepto tan triste y tan lógico del testamento. Es leve, simpática, agridulce y en muchos momentos pienso que exagerada, cosas del cine, la historia de ese perpetuo e incruento asaltante de bancos. Funciona muy bien el amor invernal entre Redford y la formidable Sissy Spacek. Pero al final me entero de que todo que cuentan está ceñido a la realidad, que este anciano elegante se dedicó a asaltar bancos desde su adolescencia, que nunca se quejó de pasar la mitad de su existencia entrando y saliendo de la cárcel y que ni siquiera en su vejez renunció a delinquir. Un profesional que ha tenido siempre lo que hay que tener, que no puede ni quiere hacer otra cosa. Y pienso en el gánsgter y el policía de esa obra maestra titulada Heat.
Que disfrute en paz de su vejez, señor Redford. Nos ha regalado, cobrando un legítimo precio de oro, una presencia, una complejidad y un atractivo que resistirá al temible paso del tiempo. Pienso en actores jóvenes intentando encontrar mi arrobo. No recuerdo a ninguno. Los habrá. Pero la mejor historia del cine (hablo solo de actores, otro día lo haré de actrices, que no se mosquee lo previsible) les pertenece a señores como Grant, Stewart, Laughton, Wayne, Brando, Newman. Y cómo no, Robert Redford.



Hallado el cuerpo sin vida de Julen en el pozo de Totalán

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La madre de Julen, poco después de conocer que había sido localizado el cuerpo sin vida del pequeño.
Foto de Fermín Rodríguez

Hallado el cuerpo sin vida de Julen en el pozo de Totalán

Los servicios de emergencias han recuperado el cadáver del pequeño tras 13 días de búsqueda

Nacho Sánchez
Manuel Jabois
Totalán, 25 de enero de 2019

Los enormes esfuerzos de los equipos de rescate han resultado en vano. Julen, el niño de dos años que cayó en un pozo en Totalán (Málaga) el domingo 13 de enero, ha sido hallado muerto a la 1.25 de este sábado, después de 13 jornadas de intensa búsqueda. Los servicios de emergencia han activado la comisión judicial para procederal levantamiento del cadáver. Minutos antes de activar todos los protocolos se ha avisado a la familia del pequeño.“A la 1.25 horas de esta madrugada, los equipos de rescate han accedido al punto del pozo donde se buscaba a Julen y han localizado el cuerpo sin vida del pequeño. Se ha activado la comisión judicial”. Con este mensaje lanzado desde la Subdelegación del Gobierno a las 2.21 de esta madrugada, a más de 100 medios de comunicación, se ponía punto final al intento frustrado de rescatar con vida a Julen Roselló. Casi dos semanas llenas primero de incertidumbre y después de desencanto en cuanto se empezaron a comprobar las adversidades con las que el gigantesco dispositivo de búsqueda se topaba sobre el terreno.

Tras encontrar el cuerpo sin vida de Julen, una dotación de la Guardia Civil se dirigió a la casa que una familia de Totalán había cedido a los padres del niño, Victoria García y José Roselló. Allí se concentraban también familiares y conocidos de la pareja venidos de todas partes. Un vehículo patrulla de la Guardia Civil con las luces de las sirenas encendidas frente a la puerta presagiaba noticias en el interior, algo que llamó la atención de unas 40 personas que hacían noche en el pueblo para mostrar su apoyo a los padres de Julen. Se apostaron frente a la casa en silencio y en mitad de la noche, alrededor de las dos de la mañana. Fue entonces, media hora antes de que la Subdelegación del Gobierno confirmase el fallecimiento, cuando varios llantos procedentes de la casa y los abrazos de los familiares en el exterior hicieron correr la noticia de que el niño podría haber sido encontrado ya.
Los trabajos para el rescate se dilataron por la orografía del terreno, los materiales que lo componen y las dificultades de la maquinaria para llegar hasta donde se ubica el agujero, a más de 100 metros de profundidad. Un agente de la Guardia Civil fue el último en participar en los trabajos de rescate del pequeño, después de que los miembros de la Brigada de Salvamento Minero abrieran una galería para acceder a la perforación en la que había caído el pequeño desde un pozo auxiliar que costó enormes esfuerzos horadar por las dificultades que planteaba el terreno. El de la brigada ha sido un trabajo arduo y lento. Para que pudieran cavar el túnel horizontal que les ha llevado donde estaba Julen debieron superar numerosos obstáculos y tomar grandes medidas de seguridad. Incluso han tenido que realizar hasta cuatro veces pequeñas detonaciones de explosivos para derrotar a la roca. También esperar a que se solucionaran diversos problemas con el entubado de la cavidad vertical por la que descendieron. Finalmente, su tarea ha resultado en vano.
En los primeros días de la operación de rescate se barajaron algunas otras opciones para acceder al lugar donde se presumía que estaba el menor. Las alternativas incluían un túnel horizontal realizado por una pequeña tuneladora, pero varios problemas durante los sondeos, principalmente deslizamientos del terreno, hicieron que los esfuerzos se centraran en la excavación paralela al pozo donde cayó el menor. Y, aunque se planteó la realización de dos prospecciones, finalmente se acometió solo una, por la que entraron los mineros que llegaron finalmente hasta Julen.
Desde la tarde del domingo 13 de enero, los equipos de rescate han trabajado día y noche para encontrar al niño, que cayó en el pozo de aproximadamente 110 metros de profundidad y 25 centímetros de anchura cuando la familia se encontraba en la finca de un familiar, donde habían ido para preparar una paella. El niño se precipitó por la perforación, que carece de los permisos autonómicos y municipales pertinentes, sin que ninguno de los presentes pudiera hacer nada para evitarlo. El padre del menor aseguró que apartó las piedras que había junto al hoyo y llegó a escuchar a su hijo llorar. Al avisar a los servicios de emergencias, se puso en marcha un operativo de rescate en el que han terminado participando cientos de personas.
Paralelamente, la Guardia Civil comenzó una investigación para reconstruir los hechos “como ocurre en cualquier otra desaparición”, según explicaron fuentes de este cuerpo de seguridad. Además, el juzgado de Instrucción número 9 abrió diligencias para aclarar lo sucedido.
Las tareas de rescate han estado coordinadas por Ángel García Vidal, delegado del Colegio de Ingenieros de Caminos en Málaga, que trabajó hombro con hombro con el Colegio de Ingeniero de Minas y la Guardia Civil y que mantuvo la esperanza de encontrar a Julen con vida hasta el final. Las tres administraciones —Gobierno, Junta y Diputación Provincial— han trabajado con el apoyo del Ayuntamiento de Totalán. En total se han desplegado sobre el terreno cerca de 300 efectivos, entre Bomberos, Servicio de Emergencias 112, Protección Civil, Guardia Civil, Policía Nacional y equipos técnicos de diferentes empresas privadas.
Los bomberos introdujeron primero una cámara en el pozo, pero tocó fondo a unos 71 metros de profundidad debido a un tapón de tierra, posiblemente fruto de un desprendimiento. En ese lugar, el dispositivo captó la imagen de una bolsa de chucherías, que según afirmó la familia es la que Julen llevaba en el momento de la caída. El equipo de rescate llegó a sacar 60 centímetros de tierra y roca de dicha obstrucción, pero debido a la lentitud de la operación, finalmente el equipo se decantó por las perforaciones.
Julen tenía dos años. Sus padres, José Roselló y Victoria García, son vecinos muy conocidos en la barriada de El Palo, en Málaga, al pie de la sierra donde se encuentra Totalán. En 2017 falleció su otro hijo, Óliver, cuando tenía tres años. Murió de forma repentina mientras paseaba por la playa junto a sus padres, según han relatado vecinos de la barriada.


El reloj de arena enterró a Julen

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Dos agentes de la Guardia Civil controlan el acceso a través del campo a la zona de obras. 

El reloj de arena enterró a Julen


Rubén Amón
25 de enero de 2019

Julen no ha sido rescatado. Ha sido exhumado. Es la diferencia entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la sentencia. Carecía de todo sentido, es verdad, aferrarse a una ofrenda milagrosa de la madre tierra, pero el desenlace trágico no contradice la ejemplaridad de la iniciativa, el esmero de los voluntarios, la abnegación y el riesgo de los mineros, la delicadeza con que las grandes máquinas horadaban el misterio de la montaña, colosos de acero que arañaban la sepultura del infante exánime.

A Julen se lo había tragado la tierra. Cuántas veces hemos escuchado la expresión coloquial. Y qué pocas veces ha estado revestida de tanta elocuencia. Una trampa. Una fatalidad, un accidente conmovedor al que su gente, las gentes, han opuesto el calor de la humanidad. No había esperanza de recuperar vivo a Julen transcurridas 48 horas, pero hubiera sido despiadado desahuciar su alma. No ya como remedio a la congoja de sus padres, sino por la dignidad de la sociedad.  Ha dado lo mejor de sí misma en el altruismo y en la expectación. El interés hacia la noticia no removía los bajos instintos de los sucesos morbosos. Obedecía al suspense y estupor de una proeza nunca vista. La humanidad se expone en las causas imposibles, en las emergencias de sensibilidad.

Julen respondía a ambas. Su desaparición en el vientre de la montaña apelaba a la incredulidad y a la piedad. Se han puesto todos los medios económicos, logísticos, humanos. Se ha reaccionado con ingenio y sudor a un desafío que retrata el activismo de las conciencias. Podía haber sido nuestro hijo, nuestro nieto, nuestro hermano. No podíamos consentirnos abandonarlo. Había que rescatarlo para volverlo a enterrar, pero esta vez con una lápida, un epitafio, un lugar de memoria menos abstracto que el monte desventrado de Totalán.
Se han producido algunos excesos de morbosidad mediática. Han sido inevitables los episodios de sensacionalismo y amarillismo, pero la cobertura informativa se ha atenido casi siempre al requisito del pudor o de la prudencia. Y no eran pequeñas las tentaciones de los contrario.
Las narra mejor que nadie Billy Wilder en la película de El gran carnaval. No la protagoniza un niño, pero sí el dueño de un motel cuyo cuerpo queda atrapado en una gruta mientras buscaba unos vestigios indígenas en Alburquerque. El rescate engendra la histeria social y el circo mediático. Y se convierte el pueblo de Los Barrios en una feria ambulante. Por eso los protagonistas de la operación -un periodista despiadado, un sheriff feroz- demoran el salvamento. Y sentencian a muerte al hombre extraviado de tanto prolongar la incertidumbre.
No ha habido gran carnaval en Totalán. Las cosas se han hecho despacio no por suspense, sino por cordura. Días de frío, noches de insomnio. Un reloj de arena que sepultaba a la criatura con el fetiche de las chucherias. Y una distancia de seguridad, una zona de excepción, entre las caravanas televisivas y el yacimiento que preservaba el pudor. Nadie mejor que unos mineros asturianos, nibelungos sin porvenir, para excavarlo. Julen era uno de los suyos. Han expuesto sus vidas. Por un niño de dos años. Y por la humanidad entera.
Un martillo de minero es la única inscripción en la tumba de Ibsen. Se aloja en el camposanto de Oslo. Y no es la herramienta un símbolo masónico, sino la alegoría del regreso de los hombres al vientre de la tierra. “Hay paz en lo más profundo”, escribe Ibsen. “La paz y el sueño inmemorial”.


Irene Lozano / “La casuística del amor está en la literatura, en la ficción”

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Irene Lozano: “La casuística del amor está en la literatura, en la ficción”

La escritora y exdiputada publica su primera novela, 'Si sufrir fuera sencillo', una historia sobre cómo el amor redime la culpa y el abandono



Escritora, periodista, política, filósofa. Irene Lozano se mueve entre una profesión y otra con facilidad. Esta vez ha publicado su primera novela de ficción, Si sufrir fuera sencillo, que salió a la venta el pasado 13 de septiembre. Una historia sobre cómo el amor redime la culpa y el abandono en un salto del ensayo a la ficción: "Por supuesto que hay filósofos que han reflexionado sobre el amor, pero si uno lo compara, la casuística del amor está en la literatura, en la ficción. Lo que yo quería contar, la sutileza, los matices, no se podían abordar mas que desde la novela". 

Ambientada en la España de los 60, el libro narra la historia de Richard Bainfield y Samantha Porter. El primero, un piloto americano excombatiente de la II Guerra Mundial recién llegado a Rota (Cádiz), que arrastra los remordimientos por su participación en el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. La segunda, una española que de niña emigró con su madre a Inglaterra y regresa para averiguar si su padre está vivo o muerto. 
En una librería, de forma casi accidental, Lozano se encontró con el libro El piloto de Hiroshima, una recopilación de cartas entre Claude R. Eatherly, el personaje real en el que se inspira el protagonista, y el filósofo vienés Günther Anders. Tras la implicación de Eatherly en el lanzamiento de la primera bomba atómica, pasa por psiquiatras y psicólogos, pero es el filósofo "quien le hace el mejor diagnóstico", explica Lozano. "Me impresionó todo, la historia, la culpa, el tema de la responsabilidad moral, hasta donde llega el propio personaje, cómo esos grandes acontecimientos de la historia trituran las pequeñas vidas y cómo todo está vinculado", resalta la autora. 
Así comienza esta novela, hace ocho años. Pero no fue hasta su salida de la política en el año 2016 cuando Lozano vio el momento para hacer un cambio dramático en su vida y ponerse a escribir, "ahora o nunca", se dijo. Lozano no duda en describir la novela como "de amor", pero también hay "cierta complejidad". Mientras habla se percibe su diploma en Filosofía (por el Birkbeck's College de la Universidad de Londres): "Es una novela sobre la complejidad de las emociones humanas. Y al mismo tiempo también reflexiona sobre algunas cuestiones que yo creo que son muy de actualidad, como el desarrollo tecnológico, que nos pone al límite de nuestras capacidades humanas y morales". 
Irene Lozano
Fotografía de Kike Para

Un momento político complejo

La exdiputada en el Congreso de 2011 a 2016 por UPyD y después por el PSOE niega que vuelva a presentarse en las listas de los socialistas. Sobre su pronta salida (estuvo seis meses en el PSOE como independiente) comenta que era "un momento muy complejo, en la política en general y en el PSOE en particular, hasta el punto de que muy pocos meses después el propio Pedro Sánchez dejó de ser secretario general porque lo echaron". 
Acoge el cambio de Gobierno con mucho optimismo. "Ha significado que la propia sociedad es capaz de responder y decir hasta aquí, una posibilidad de recomenzar la sociedad española con un mejor nivel de sus instituciones y sus representantes públicos", ha resaltado. Aunque afirma que ha llegado de una forma inesperada y hace falta "más voluntad de diálogo". Experta en regeneración democrática, se muestra más crítica en cuanto a los aforamientos. "A mi en general me parece bien que no haya, en otros países europeos no existen o están aforadas dos personas". 

Silvia Terrón / Escribir supone salir de viaje por un terreno que no existe

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Silvia Terrón
Foto de Elena Grimaldi

SILVIA TERRÓN: «ESCRIBIR SUPONE SALIR DE VIAJE POR UN TERRENO QUE NO EXISTE»


Carlos Asensio
21 noviembre, 2018

La poeta Silvia Terrón (Madrid, 1980) ha publicado recientemente su primera novela, Umbra (Caballo de Troya). La obra, una preciosa y lúcida distopía sobre una sociedad futura donde los humanos ya no pueden emitir sonidos, es la quinta publicación de Caballo de Troya de 2018, año de Mercedes Cebrián como editora invitada en la editorial. El libro nos habla de una humanidad «puesta en una situación límite, privada de voz y de sonidos y viviendo casi a oscuras», y que sobrevive en un planeta que ha quedado dividido en dos regiones, una gobernada por la luz y otra por la sombra.
Silvia, también periodista, traductora y gestora cultural, es principalmente conocida por su faceta como poeta. En sus últimos libros, Doblez (Liliputienses, 2014) y Las veces (La Isla de Siltolá, 2015), trata de explorar, de una forma profundamente lírica y abstracta, los límites de la realidad, los secretos que se esconden en los márgenes del pensamiento. Los «otros mundos posibles».
Seguís inhalando y expirando, y a través de la repetición todo se oxida. Es claridad lo que buscáis: querríais que las cosas no se degradasen. Que estuviera todo dicho y no hubiera lugar para lo no dicho en vuestras vidas. Para eso habría que agotar el instante y, una vez exprimido al máximo, detener el tiempo. ¿Pero qué haríais en un momento suspendido en el que no pudierais serviros de trucos: ni voz, ni eco, ni luz, ni historias? Lo eterno os viene grande.
  
Como escritora, ¿qué temas te interesan especialmente, sobre qué te surge escribir?
Me pregunto siempre por otros mundos posibles, los exploro con palabras y los pongo a prueba. Hasta ahora he publicado tres poemarios: La imposibilidad gravitatoria (Torremozas) trata sobre lo difícil que resulta creer en el mecanismo de la gravedad si se piensa mucho en ello, igual que las palabras dejan de tener sentido al repetirlas una y otra vez. Doblez (Liliputienses) explora la forma que tendría un mundo plegado: de dónde vendría la fuerza aplanadora, dónde estarían las dobleces, qué cosas disparatadas se tocarían pliegue con pliegue. Las veces (La Isla de Siltolá) cuestiona el sentido de las acciones que se repiten, tanto las trascendentales como las cotidianas. ¿Sería mejor poder hacer cada acción solo una vez, agotando el potencial de todo lo bueno y lo malo que puede aportarnos, para poder dedicarnos plenamente a la acción siguiente? En Umbra cambia el género literario, pero en su génesis sigue habiendo una pregunta: ¿cómo de necesaria es la voz para los humanos? Puestos en una situación extrema, ¿encontraríamos nuevas formas de decir?
¿De todas las actividades relacionadas con la cultura y la literatura que llevas a cabo (escribir, editar libros, organizar eventos culturales…), cuál dirías que es la más gratificante?
Son experiencias muy distintas. Como editora o gestora cultural el trabajo implica ir al encuentro de otros y trabajar con ellos. Resulta muy enriquecedor porque se aprende muchísimo al vivir de cerca la creatividad ajena. Aún así, la propia escritura es probablemente la actividad más gratificante. Escribir supone salir de viaje por un terreno que no existe, con la esperanza de que va a ir materializándose bajo los pies palmo a palmo, según se van armando las frases. El proceso nos hace alternar entre el optimismo y la fatalidad, coronando colinas pero sintiendo también el vértigo en las caídas. Se tropieza mucho, se vuelve sobre los propios pasos una y otra vez y a veces el terreno se embarra y no podemos avanzar. El escritor crea un viaje para compartirlo con otros, pero vive también su viaje propio en primera persona.
¿Cómo definirías tu estilo literario en una única frase? ¿Y cuánto de autobiográfico hay en tu literatura?
En mi manera de escribir, tanto en poesía como en narrativa, suele haber un personaje implícito: la posibilidad, lo que Duchamp llamaba «lo infraleve». La posibilidad de que la realidad sea otra, de que las cosas sean de otra manera, de que lo que defina una vida no sean las grandes decisiones, sino gestos cotidianos sobre los que reposa una responsabilidad desconocida. Esas posibilidades, lo que no ocurre pero podría ocurrir, están tan presentes como lo que ocurre. En cuanto a lo autobiográfico, siempre hay elementos de lo que hemos visto y vivido, más o menos destilados. Pienso bastante en lo que ha ido configurando mi imaginario, y en cómo se fue armando sin que me diera cuenta. Un buen día me percaté de que estaba allí y empecé a entender por qué escribía sobre ciertas cosas. Por ejemplo, sin el programa infantil El planeta imaginario, que me marcó cuando tenía cinco años, probablemente Umbra no existiría.
Has escrito tres libros de poesía y, recientemente, tu primera novela (Umbra), ¿en qué género te sientes más cómoda? ¿En cuál de ellos dirías que emerge tu verdadera voz literaria?
La experiencia de escribir narrativa es reciente, y me hace sentir la excitación de la novedad. No sabía si sería capaz de escribir una novela y, aunque tenía todas las dudas del mundo, tampoco tenía limitaciones, por eso conseguí ir avanzando. Ahora que el proceso ha terminado tengo la intuición de que tengo otras historias que contar, pero eso no me aleja de la poesía. La poesía va a estar siempre ahí y es a través de la escritura poética que consigo poner en orden –o en desorden– el mundo.
En Umbra planteas un futuro en el que el ser humano ya no puede emitir sonidos y donde el planeta ha quedado dividido en dos regiones, una gobernada por la luz y otra dominada por la sombra (Umbra). ¿Qué querías contar sobre la especie humana en esta novela casi apocalíptica?
Quería imaginar la cotidianeidad de una humanidad puesta en una situación límite, privada de voz y de sonidos y viviendo casi a oscuras, entre matices de sombra. Me preguntaba qué argucias pondrían en marcha para construir el relato de su sociedad y su tiempo, aun en condiciones dificilísimas. Es una distopía, pero tiene también un componente utópico. Sin la capacidad de contar nuestro relato, lo que hacemos y nos ocurre, perderíamos la condición humana. Busco estirar los límites del lenguaje más que abocarnos a lo animal.
¿Cómo ves el panorama literario actual? ¿Qué opinas de la mal llamada nueva poesía?
En general creo que estamos en un momento interesante. Cada vez salen más libros que me apetece leer y editoriales nuevas que están descubriendo, traduciendo o recuperando autores. Además, de América Latina nos siguen llegando otras maneras de trabajar nuestro idioma y nuestro imaginario, lo que resulta muy enriquecedor. En cuanto a la «nueva poesía», el problema reside en esa dicotomía y en la oposición de «nueva poesía» con lo que otros defienden como «poesía de verdad». Creo que se trata de perspectivas muy distintas, que llegan a públicos muy diferenciados. No deberían contraponerse, igual que en narrativa no se compara a Joyce con Dan Brown. Por otra parte, la idea de «lo nuevo» implica una renovación de la poesía, algo que no creo que sea el caso. Ramón Gómez de la Serna fue un firme defensor de la novedad toda su vida, pero siempre y cuando la novedad implicara nuevas formas de mirar las cosas. Aquí, a mi parecer, lo que hay es una lente que mira al mundo de una manera muy concreta, que no es nueva y que a otros nos puede parecer reduccionista o limitada, pero que funciona para su público. Debe verse como una corriente entre muchas, no como un cambio esencial. Las otras maneras de entender la poesía siguen su rumbo y sus búsquedas. No deberíamos enzarzarnos en ese debate.
¿Qué es para ti el feminismo y cómo de importante es en tu vida y en tu obra literaria?
El feminismo es una convicción y una manera de ocupar mi espacio. En casa, mientras crecía, mis padres me inculcaron la certeza de que podría hacer todo lo que me propusiese, de una manera muy natural. Por eso, una vez comenzó mi vida adulta, tardé un poco en darme cuenta de las limitaciones a las que me enfrentaba por el mero hecho de ser mujer y hasta qué punto la desigualdad estaba infiltrada en la lengua, la sociedad y la cultura. Mi primer trabajo fue como periodista musical a principios de los años 2000, que en la práctica percibí entonces como un mundo bastante masculino. Sin embargo, el haber sido educada de ese modo me permite no preguntarme si un espacio me pertenece o no por el hecho de ser mujer. Puedo tener muchas otras dudas, pero no esa. Intento en mi escritura reflejar también esto. No me gusta cuando se habla de personajes que son «mujeres fuertes». ¿Es como contraposición a «mujeres débiles», como si esa fuera la condición femenina? Los personajes masculinos se califican con muchos otros adjetivos. Es eso lo que busco, que mis personajes femeninos sean muchas otras cosas, pero no «fuertes» o «débiles».
¿Dirías que existe desigualdad de género en el mundo de la literatura? ¿Crees que hay una falta de mujeres en el canon literario actual?
Por supuesto. No hay más que mirar los libros de texto. Por más que se esté intentando recuperar a autoras del pasado o incluir a autoras del presente, no se enseñan en la escuela. Con las clases de literatura estamos formando a los lectores de mañana, y les estamos diciendo que los libros más valiosos que existen han sido escritos por hombres, y por alguna que otra mujer, casi de manera anecdótica. ¿Qué fue de las mujeres de la generación del 27, o del surrealismo, por poner sólo dos ejemplos? Y no es sólo en la literatura: los museos y los auditorios están llenos mayoritariamente de exposiciones y conciertos de artistas y músicos masculinos. Ursula K. Le Guin resumió la importancia de un canon más igualitario con una frase magnífica: «Somos volcanes. Cuando nosotras las mujeres ofrecemos nuestra experiencia como nuestra verdad, como la verdad humana, cambian todos los mapas. Aparecen nuevas montañas.»
¿Crees que el público y la crítica leen –y juzgan– igual un libro escrito por un hombre que uno escrito por una mujer? ¿Cuál es tu experiencia al respecto?
Recomiendo un documental magnífico de Sofía Castañón, Se dice poeta, en el que entrevista a 21 poetas mujeres sobre la creación, la crítica y la recepción de su poesía y sobre la contraposición de «poeta» y «poetisa». Poetisa es una palabra cargada y reduccionista, de mujer ociosa que escribe sus versitos sobre asuntos menores y domésticos… Como nos recuerda el título, el femenino natural de «poeta» es «poeta». En general, hay que estar atento, porque la promoción de libros escritos por mujeres corre siempre el riesgo de acabar en el coto cerrado de la «literatura femenina». La literatura escrita por mujeres no es un género literario. Es importante dar visibilidad a las mujeres que escriben, pero nuestro espacio no puede ser una esquinita en la que estamos todas juntas. Representamos todo el espectro, por lo que tenemos que estar en todos sus puntos. Vuelvo una vez más a los adjetivos. Que se nos den todos los adjetivos posibles, y que nuestro nombre indique nuestra condición femenina, igual que indica un origen geográfico, pero que el adjetivo que nos califique no sea «femenino» u otras palabras asociadas tradicionalmente con esta condición. Y la responsabilidad de avanzar de este modo recae tanto en los hombres como en las mujeres. Que los hombres incluyan a mujeres en los espacios que ellos ocupan de manera natural es lo que más puede normalizar esa realidad compartida en la que no somos amenaza, sino compañeras de pleno derecho.
¿En qué proyectos estás trabajando actualmente? ¿Hacia dónde se dirige Silvia Terrón?
Estoy traduciendo un par de poetas del francés, y espero que las traducciones puedan ver la luz en 2019. Seguiré editando y organizando eventos literarios. Y estoy con los ojos muy abiertos para ir alimentando de nuevo la imaginación, pues Umbra dejó las reservas el mínimo. Tengo ya una idea que me ronda, pero no sé aún qué forma tomará. 
Silvia Terrón
CUESTIONARIO BREVE
Una escritora contemporánea por el que sientas predilección.
Clarice Lispector.
Una escritora clásica.
Sei Shōnagon.
Un verso o cita que no se te vaya de la cabeza.
El poema «El poder» del poeta británico Paul Farley. Ahora que tenemos que reconsiderar y reinventar muchas cosas es importante recordar el poder que tenemos para crear y destruir mundos con tan sólo imaginarlos:
Un libro escrito por una mujer que no te canses de recomendar.
El cuento de nunca acabar de Carmen Martín Gaite.
El libro que te hubiera gustado escribir.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino, o Cosmos de Gombrowicz.
El libro de poesía al que siempre vuelves.
La Poesía vertical completa de Roberto Juarroz.
Una editorial que te apasione.
En Francia, P.O.L., que ha publicado a Emmanuel Carrère, Georges Perec, Mircea Cărtărescu, o Kiko Herrero. La trágica muerte de su fundador, Paul Otchakovsky-Laurens, a principios de este año, ha sido una gran pérdida. Y en España, Ediciones Liliputienses, que desde Extremadura ha ido construyendo un catálogo de poesía latinoamericana impresionante.
Una revista literaria imprescindible.
McSweeney’s Quarterly Concern, tanto en el fondo como en la forma. Y, aunque yo forme parte de ella, también me parece importante destacar la labor de la red de revistas Alba, que promueven la literatura hispanoamericana en Francia, Reino Unido, Alemania o China.
Alguien que haya influido decisivamente en tu forma de escribir.
La poeta cubana Juana Rosa Pita, con la que me escribo desde que tenía catorce años. Me ayudó muchísimo a encauzar en palabras todo aquello que yo intuía sin saber darle forma, ni nombre.
Una cita o verso tuyo.
«Si todo cabe

en el diámetro

minúsculo de un nombre

somos gigantes
que avanzan sin ropas»

De Doblez (Liliputienses)


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