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James Woods y Sean Young / Cuando ‘Atracción fatal’ se hizo realidad en Hollywood

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Sean Young en Blade Runner


James Woods y Sean Young: cuando ‘Atracción fatal’ se hizo realidad en Hollywood

Hace 30 años, la película 'Impulso sensual' unió a los dos intérpretes en la pantalla. La trama era apasionante, pero nada comparado con lo que ocurrió tras las cámaras

JUAN SANGUINO
26 AGO 2018 - 03:52 COT



James Woods y Sean Young en una imagen publicitaria de 'Impulso sensual'. En vídeo: Tráiler de la película. CORDON PRESS / EPV
Cuando Sean Young (Louisville, Kentucky, 1959) conoció a James Woods(Vernal, Utah, 1947), le dijo: “No te sorprendas si acabas enamorado de mí al final de este rodaje”. Él respondió: “Tendrás suerte si no te asesino”. Pero Impulso sensual (Harold Becker, 1988), un drama sobre un matrimonio adicto a la cocaína estrenado cuando dicha droga todavía era señal de triunfo y de clase social, atrajo más atención mediática por lo que ocurría fuera de cámara. Y no era para menos: la relación, la ruptura y la denuncia por acoso eran mejor película que la que efectivamente rodaron.


Aunque el acoso, el vandalismo y las amenazas estaban demostradas, nada probaba que Young los hubiera perpetrado. Woods pedía 6 millones de dólares en concepto de “angustia emocional deliberada”

Estos son los hechos: James Woods y su entonces prometida (hoy segunda exmujer) Sarah Owen demandaron a Sean Young por enviarles cartas con amenazas y fotos de cadáveres humanos y de animales desmembrados, pisotear las flores de su jardín (valoradas en 434 euros), inscribirles en listas de correo de asociaciones antiabortistas y dejar una muñeca decapitada en el felpudo de su casa. Estos dos últimos actos, según la denuncia, eran una referencia al aborto al que Owen se había sometido semanas antes. La muñeca tenía el cuello roto, yodo simulando sangre por todo el abdomen y maquillaje pálido en la cara para darle aspecto cadavérico. Según el abogado de Woods, Dave Kinsella, “al día siguiente apareció una nota en la puerta disculpándose por el envío [de la muñeca], pero aclarando que la señorita Young era la remitente y que, por cierto, estaba muy disgustada porque él no había colgado la muñeca de una de las vigas del porche tal y como instruía la carta adjunta”.

Sean Young

Según Sean Young, lo único que hizo fue enviar a la pareja un artículo sobre los peligros del tabaco, especialmente sus consecuencias en la piel. (En 1988 los perjuicios en la salud de fumar no estaban tan asumidos como ahora). Aunque el acoso, el vandalismo y las amenazas estaban demostradas, nada probaba que Young los hubiera perpetrado. Woods pedía 6 millones de dólares en concepto de “angustia emocional deliberada”, pero el caso se zanjó con un acuerdo extrajudicial. Este thriller erótico se quedó sin el tercer acto que el público estaba esperando y, del mismo modo, la carrera de Sean Young se quedó en suspense a la espera de un clímax que jamás iba a llegar.




Sean Young, una de las promesas de Hollywood de los ochenta, en una imagen tomada en Cannes en 1990.
Sean Young, una de las promesas de Hollywood de los ochenta, en una imagen tomada en Cannes en 1990. GETTY IMAGES


En los ochenta todo el mundo daba por hecho que Sean Young, que hoy tiene 58 años, iba a ser una estrella. Personificaba todo lo que Hollywood le pedía a sus actrices en aquella época: aspecto de muñeca frágil pero sexualmente intrépida y con tendencia a meterse en apuros. El mundo se enamoró de Young en Blade Runner (Ridley Scott, 1982): ella tenía 22 años. Interpretaba a un personaje, la replicante Rachael, del cual el público jamás le permitió desvincularse. Porque Rachael, en realidad, era como una estrella del Hollywood de los 80. Era clásica, estaba disponible, era perfecta. Era parte del decorado. Era una femme fatale, pero una accesible y que no daría problemas. Y era la creación de unos hombres perversos.
Seran Young
Blade Runner

“Por supuesto que me habrían tratado mejor si fuese hombre” reflexionaría Young años más tarde en una entrevista al periódico británico The Guardian en 2015. “Quizá todos esos tíos de Hollywood sufrieron el rechazo de las mujeres cuando eran jóvenes y por eso cuando triunfan en la meca del cine quieren perpetuar la ilusión de que son poderosos”. La actriz sigue manteniendo su inocencia y asegura que todo se trató de una venganza de James Woods porque ella le rechazó. Pero como en los mejores (y los peores) thrillers, no importa tanto quién es el culpable sino el efecto que la trama causa entre el público.
Y el público no sólo asumió esta historia como canon del Hollywood Babilonia, sino que también decidió creerse la leyenda urbana (negada por todas las partes) de que Young llegó a pegar el pene de Woods contra su propio muslo con pegamento instantáneo mientras él dormía. “Durante años, cada vez que iba a un casting me preguntaban por la historia de James Woods” recuerda la actriz, “así que el casting no me salía bien”.




James Woods, uno de los actores más prolíficos de su generación, en una imagen tomada en el Festival de Cannes en 1984.
James Woods, uno de los actores más prolíficos de su generación, en una imagen tomada en el Festival de Cannes en 1984. GETTY IMAGES


El culebrón Young-Woods era, sencillamente, demasiado bueno para ser verdad. Tanto que dio igual que fuera verdad o no. En un momento en el que Atracción fatal (thriller en el que la amante tomaba represalias contra el hombre casado infiel) estaba reptando en la psique americana para no ser arrancado de ella jamás, la prensa no pudo ni quiso resistirse a agotar todos los juegos de palabras posibles con “pegamento”, “muñeca” y “flores muertas”.
Sean Young nunca se recuperaría de aquellos titulares. Sus posteriores tumbos tampoco la ayudaron a librarse del fulminante estigma hollywoodiense de “mujer difícil”. Oliver Stone redujo su personaje en Wall Street porque no la soportaba (el coprotagonista, Charlie Sheen, le colgó a la actriz un papel en la espalda que decía “Soy la mayor zorra del mundo”) y canceló el rodaje de sus escenas dejándola en la estación de autobuses más cercana. Fue despedida de Dick Tracy (Warren Beatty, 1990) tras unos días de rodaje porque los productores no la consideraban suficientemente maternal (ella mantiene que rechazó sexualmente a Beatty y este, como tantos otros productores que no consiguieron llevarla a la cama, tomó represalias). En Crímenes de amor le ofreció 5.000 dólares a una operadora de cámara para que rodase una escena sexual en su lugar porque ella no se sentía cómoda con el desnudo y el estudio pretendía obligarla a hacerlo contra su voluntad. Y durante los ensayos de Batman (Tim Burton, 1989) se cayó de un caballo y fue reemplazada por Kim Basinger porque, siempre según Young, “Basinger se la ponía dura al productor”.

Sean Young

Y como ya tenía confianza con Tim Burton, 24 horas después de publicarse que Annette Bening no podría interpretar a Catwoman en la secuela por haberse quedado embarazada de (hay que ver cómo es Hollywood) Warren Beatty, Sean Young se presentó en las oficinas de Warner vestida con un mono de licra negro y orejas de gato. “Sabes que soy extremadamente adecuada para este papel, no sé qué mierdas hacéis” le explicó al jefe de producción Mark Canton mientras Burton, según los testigos, se escondía en el lavabo. “Entonces me di cuenta de que llevaba un objeto metálico en la mano” recuerda el actor de Batman, Michael Keaton, cuya reunión con Canton había sido interrumpida por la felina “y pensé 'por Dios, que no sea un arma'. Era un walkie-talkie, le pregunté para qué lo quería y me indicó 'estoy hablando con alguien'”. Los interlocutores eran sus asistentes, que corrían dispersados por las instalaciones buscando a Tim Burton.

La carrera de Sean Young se resintió a partir de los noventa. Aquí en una de sus últimas apariciones públicas en 2015.
La carrera de Sean Young se resintió a partir de los noventa. Aquí en una de sus últimas apariciones públicas en 2015. CORDON PRESS


Si Sean Young hubiera conseguido el papel (que iría a parar a Michelle Pfeiffer) esta sería una de las anécdotas más épicas del Hollywood reciente, sin embargo es un chiste recurrente que la lleva persiguiendo desde entonces. Young se mudó a Arizona, tuvo dos hijos y despidió a tres agentes en nueve meses mientras leía libros de autoayuda (estamos, no olvidemos, en los noventa), ingresaba en clínicas de desintoxicación por alcoholismo y practicaba yoga. Meses después apareció en el programa de Joan Rivers vestida con el atuendo de Catwoman para confirmar la historia y reírse de sí misma, pero ya era tarde: el mundo entero llevaba años haciéndolo y ella fue la última en pillar la broma.
La narrativa, construida por la prensa y devorada por el público, fue que Sean Young era una chiflada y James Woods un actor de carácter. Su matrimonio con Sarah Owens duraría cuatro meses (fuentes contaban que ella, que visitaba el rodaje de Impulso sensual cada día, se enteró de que Young había visitado a Woods en su casa y se lo recriminó con una patada en los testículos), no ha vuelto a casarse y apenas habla del escándalo con Sean Young excepto para ser diplomático (en 1992 declaró que la quería, que la respetaba y que tenía razón en la mitad de cosas que decía) aunque en 2007 definió el acoso de Young como “un yihad del terror” y lamentó que “ahora está de moda arrastrar al tío y sentir lástima por la pobre mujer”.
El año pasado, tres actrices acusaron a Woods de acoso sexual: una de ellas, Amber Tamblyn, contó que cuando ella le indicó que tenía 16 años él respondió “mejor aún”. Woods también ha sido noticia por perseguir a un tuitero, literalmente, hasta más allá de la muerte. El tuitero le llamó cocainómano y, aunque falleció, el actor siguió adelante con su denuncia porque, como le ocurre a Young, su vida resulta más cinematográfica que sus películas.



James Woods, que hoy tiene 71 años, ha tenido una carrera más afortunada que la de Sean Young y fue nominado al Oscar en 1996 por 'Fantasmas del pasado'.
James Woods, que hoy tiene 71 años, ha tenido una carrera más afortunada que la de Sean Young y fue nominado al Oscar en 1996 por 'Fantasmas del pasado'. CORDON PRESS


En los últimos años, Sean Young solo ha sido noticia por intentar colarse en la fiesta que Vanity Fair da tras los Oscars. Dos veces, porque si algo es Young es tenaz: en 2006 y en 2012. En la primera ocasión caminó detrás de Jennifer Aniston fingiendo ser su amiga (“fue degradante” recuerda Young, “pero cuando no tienes nada que perder tampoco es tan grave”) y en la segunda la grabaron saliendo a la mañana siguiente de la comisaría aún emperifollada para causar sensación y hacer contactos. Ella atendió a la prensa sonriente, solícita y encantada.


Young se mudó a Arizona, tuvo dos hijos y despidió a tres agentes en nueve meses mientras leía libros de autoayuda, ingresaba en clínicas de desintoxicación por alcoholismo y practicaba yoga

La semana pasada fue arrestada por robar dos ordenadores portátiles valorados en 12000 dólares de la oficina donde trabajaba hasta ser despedida hace unos meses. Sean Young sigue contándole a cualquiera que quiera escucharla que, por si alguien lo duda, estaría encantada de interpretar a Catwoman y que no ha tirado la toalla respecto a regresar a lo más alto porque “nadie se lo merece más que yo”. “Yo no soy Julia Roberts”, lamenta, “pero podría haberlo sido”.
La última oportunidad para ver a Sean Young en una pantalla de cine (y la primera en muchos años, pues trabaja solo para televisión) fue en una sola escena de Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017). Allí estaba Rachael, de nuevo, tal y como el público jamás dejó de recordarla: clásica, disponible, perfecta. La cara era una recreación digital, el cuerpo el de una doble, pero Young fue invitada al rodaje para instruir a la doble en cómo debía caminar. Y las dos únicas de diálogo de Rachael en Blade Runner 2049 parecen todo lo que Sean Young quiere decirle al público: "¿Me has echado de menos? ¿No me quieres?". 




La gran novela del chavismo / Vísperas venezolanas

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Eugenio Montejo


Vísperas venezolanas

El título de gran novela el chavismo tiene varias candidatas


AVIER RODRÍGUEZ MARCOS
29 ENE 2019 - 14:49 COT




Vísperas venezolanas

Con la mente en los “tiempos aciagos” que atraviesa Venezuela, el escritor y cineasta mexicano Guillermo Arriaga relató el viernes pasado en Twitter cómo descubrió el poema de Eugenio Montejo que puso en boca de Sean Penn en 21 gramos, dirigida en 2003 por Alejando González Iñárritu con guion suyo: “La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, / hasta juntarnos por fin en este sueño”. Fue, dijo, cosa de su editor, que respondió al lamento de que ya no encontraba “poetas poderosos” leyéndole unos versos del venezolano. Fulminado por lo que acaba de oír, Arriaga quiso —“como vil fan”— conocer a Montejo en una visita a Caracas en la que comprobó que sus libros no estaban en las librerías. Aunque el poeta pensó que 21 gramos era un proyecto de universitarios y no una producción de Hollywood, la película corrigió a lo grande —y mundialmente— la desidia editorial que rodeaba su obra. Desidia que, por una vez, ya estaba corregida en España: Renacimiento y Pre-Textos habían publicado títulos como Adiós al siglo XX (1997) y Partitura de la cigarra(1999). Incontestables como Rafael Cadenas, Yolanda Pantin o Igor Barreto tuvieron, para nuestra fortuna, la misma suerte.



Vísperas venezolanas


Los narradores, sin embargo, no habían tenido tanta. Pese a haber puesto en marcha el galardón más prestigioso de novela en español —el Rómulo Gallegos—, Venezuela estuvo durante mucho tiempo fuera del radar de los cánones oficiales, construidos o por construir: ningún autor en el palmarés del Cervantes —Uslar Pietri se quedó en finalista—, ninguno en la lista Granta. Para empezar a poner las cosas en su sitio por el lado joven, selecciones como Bogotá 39 u Ochenteros de la FIL de Guadalajara llamaron la atención sobre nombres como Enza García Arreaza o Jesús Miguel Soto, que sucedió a Rodrigo Blanco Calderón en la segunda antología bogotana. Blanco publicó en 2016 The Night (Alfaguara), llamada a ser la gran novela de la convulsa Caracas de los últimos años si no fuera por ciertos desvíos metaliterarios que sacan al lector de las calles para meterlo en la biblioteca y, sobre todo, porque ese título se lo llevó meses antes Alberto Barrera Tyszka: tras ganar el premio Herralde con La enfermedad (2006), ganó el Tusquets en 2015 con Patria o muerte, una obra escrita en estado de gracia que narra la agonía de Hugo Chávez —secretísima en su momento— y, en paralelo, el día a día de una ciudad en la que la muerte gratuita ronda a la vuelta de cada esquina.
La misma ciudad y la misma muerte —y de paso el poema de Montejo— reaparecen en La hija de la española, de Karina Sainz Borgo, que Lumen lanza el próximo 7 de marzo después de triunfar en la feria de Fráncfort: se vendió a 22 países sin haber llegado siquiera a las librerías españolas. Madre, casa y Venezuela corren en sus páginas idéntica suerte. Por ahora. Desde hace una semana, cada Telediario le escribe a esa novela un final diferente.

Guillermo Arriaga / Eugenio Montejo en 21 gramos

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Eugenio Montejo

Guillermo Arriaga

Eugenio Montejoen "21 gramos" 



Contaré aquí por qué elegí el poema de Eugenio Montejo en "21 Gramos" y cómo sucedió. Alguna vez, en casa de Jaime Aljure, mi editor, le dije que no encontraba poetas poderosos. Sacó un libro de Montejo y me leyó en voz alta un par de poemas.
Quedé prendado de la elegancia y la fuerza de Montejo. En una visita a Caracas, pedí su número de teléfono y después de varios días de dudarlo y como vil fan, me atreví a llamarlo. Apenas me escuchaba y me pidió volver a marcarle.
Al contestarme le dije que era un novelista mexicano y que deseaba conocerlo. Me citó, para mi horror, a las siete de la mañana en domingo en un café céntrico. Tenía una cena y dormiría tarde, pero se trataba de Montejo y no pensé cancelar.
Nos encontramos. Los únicos en el café a esas horas. Eugenio Montejo vestía impecable. Traje y corbata. Se aprestaba a un largo viaje. Se portó generoso y amable.
Intercambiamos libros y nos despedimos.


En repetidos viajes a Caracas, pregunté en varias librerías por sus libros. No los habían reeditado. Una tristeza. Para mí el mayor poeta vivo y no era conocido en su tierra. En cuanta entrevista me hacían allá, no desaproveché para promover su obra.
Cuando escribí "21 Gramos" decidí hacerle un homenaje a su inmenso poema "La tierra giró para acercarnos". Lo incluí y se decidió producir la película. Le mandé un mail para contarle y respondió con un escueto mensaje de agradecimiento y de alegría por ello.
Cuando los abogados del estudio vieron que había incluido un poema, me informaron que era necesario un documento por escrito y notariado donde Montejo. Le escribí a Eugenio pidiéndoselo. No respondió. Desesperado intenté llamarle. Nada. Le mandé docenas de mail. Nada.
Los abogados americanos me advirtieron: "si no hay autorización por escrito, el poema no va". Le mandé más correos a Montejo implorando por el documento. Nada. "No va", insistieron los abogados. Pregunté qué podía hacerse.
La única alternativa era que yo entregara un documento notariado donde me hiciera responsable financiera y legalmente por cualquier demanda que el autor ejerciera contra el estudio. Lo entregué. No deseaba que el poema se excluyera de la película.
La película se exhibió en varios países y el nombre de Montejo empezó a ser conocido. Se reimprimieron sus libros en Venezuela con grandes tirajes, y el público venezolano se paraba a aplaudir en los cines cuando Sean Penn recitaba su poema.
Me sentí feliz del éxito del poema pero aún pendía sobre mí una posible demanda por incluirlo, hasta que una noche recibí una llamada. Era Montejo. Se disculpaba por no haber contestado los correos. Él pensaba que se trataba de un cortometraje estudiantil y que exagerábamos al pedirle un documento notariado. Que nunca pensó que Sean Penn fuera quien hiciese mención a su poema. Nos hicimos amigos. Juntos viajamos a Valencia, su ciudad, a presentar "Los elefantes nunca olvidan", cortometraje dirigido por Lorenzo Vigas y que yo produje.
Ese viaje en carretera, de casi dos horas y media, lo guardo como uno de los mejores de mi vida. Montejo me deslumbró con anécdotas y relatos sobre su vida, sobre Caracas, sobre Venezuela, sobre su brillante poesía.
Nos volvimos a ver en México y me llamó para invitarme a la entrega del Premio Octavio Paz que merecidamente le fue otorgado. Desafortunadamente, Eugenio murió al poco tiempo por cáncer pulmonar. Lamenté, y aún lamento, su partida. Le quedaban decenas de poemas por escribir.
En estos tiempos aciagos para Venezuela, nada mejor que releer a Montejo y recordar la belleza y claridad de su escritura.






'Gaitán y la Gaviota' / Conmovedor homenaje de Margarita Rosa a Fernando Gaitán

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Margarita Rosa de Francisco
en Café con aroma de mujer


'Gaitán y la Gaviota':

conmovedor homenaje de Margarita Rosa a Fernando Gaitán

La actriz escribe en EL TIEMPO cómo llegó a 'Café', uno de los éxitos del fallecido libretista.
Margarita Rosa de Francisco
29 de enero de 2019

Madrid-España, 1994. Había tenido un día pesado. Llegué a mi apartamento ya entrada la noche, pues los entrenamientos en la escuela de arte dramático eran intensos. Como siempre, lo primero que hice fue oír los mensajes en mi contestador.
Solamente había uno de Daniel Samper Pizano, contándome que Samuel Duque, presidente de RCN, quería proponerme un personaje para una telenovela que se grabaría muy pronto. 

El corazón me dio un vuelco. No soy de premoniciones ni nada de eso, solo que esa tarde en particular, mientras hacía uno de esos ejercicios de memoria emocional en clase, soñaba con un personaje ideal sobre el que pudiera poner en práctica esos instantes de éxtasis a los que nuestro maestro nos conducía con tanta frecuencia; había aprendido un poco más a conectar una emoción genuina con la palabra; por primera vez había experimentado cómo se llenaban las textos de sentido y cómo era posible “ser real” a través de una caracterización. 

También estaba preocupada por mis ahorros; después de tres años y medio me quedaba muy poca plata y ya estaba midiendo cada peso para alcanzar a terminar mis estudios y comprar mi pasaje de vuelta a Colombia. 

Llamé a Daniel enseguida para concertar la cita con Samuel. Nos reunimos en un restaurante. Después del almuerzo, él me pasó un fólder con los cinco capítulos de una telenovela que quería llamarse Café con Aroma de Mujer. Me habló de Fernando Gaitán, un libretista que ya había dado muestras de mucho talento como escritor y guionista y que se había inventado una trama basándose en la cultura cafetera que conocía en profundidad por haberla estudiado durante varios años. 

El proyecto sonaba muy atractivo, empezando por el título de la obra; cómo no seducir a cualquier lector con esa metáfora poderosa que equipara ese aroma tan propio, tan acogedor, tan colombiano, tan montañero, tan simbólico de lo delicioso, de lo hogareño, con el olor de una mujer. ¡Tremendo! Solo un artista o un poeta como Gaitán podía bautizar así a una telenovela.


Casi que la historia se contaba sola en esa única frase, me moría por saber cómo empezaría a narrarse. Desde que leí la primera página, entré en ese universo verde y abundante que había creado este hombre cultísimo, afable, siempre sonriente y sencillo. 

El párrafo inicial describía el tránsito de un jeep Willys cargado de verduras, frutas, trastos y gente. Allí iban montadas las inolvidables Gaviota y Carmenza, su madre, rumbo a los cafetales y a su encuentro con otros personajes destellantes que su autor definió con conocimiento y astucia para ilustrar lo más bello y duro de la vida sucediéndose con gracia y fantasía en un entorno plagado de frescura, para así lograr una de las obras más importantes de la televisión colombiana.
No acabaré nunca de agradecerle a este gran maestro y amigo, Fernando Gaitán, el haber aceptado que yo me convirtiera en su Gaviota, sin duda, el personaje más importante de toda mi carrera. Él supo, o sabe, (para mi Fernando está vivo), que en el mismo instante en que leí sus diálogos, sentí que me la sabía, -algo que nunca me había ocurrido- y que podría darle hasta la última gota del caudal de mis memorias emocionales y sensoriales que venía potente, ansioso y chispeante desde Madrid-España, para darle la vida que él quería para ella. 

Gracias a su poder para encontrar poesía en el corazón de lo popular, muchos actores pudimos inspirarnos y gozar sus creaciones que ya son leyendas en el imaginario latinoamericano. Por eso, Fernando Gaitán, tu muerte ya es imposible. Gracias por los regalos que nos diste, y por el que me diste a mí, tu chapolera, tu Gaviota, que seguirá volando y cantando en memoria tuya con estas bellas letras de Carmenza Gómez, “Gaviota, que ve a lo lejos vuela muy alto, Gaviota que emprende vuelo no se detiene; no te detengas, triste Gaviota, sigue tu canto…”.

Luna Miguel / Una trilogía accidental

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Luna Miguel
UNA TRILOGÍA ACCIDENTAL


María Yuste 
28 de mayo de 2017
“¿Y si te dijera que, a partir de mañana, no vas a poder volver a ver el mar? Puedes vivir el resto de tu vida haciendo lo que te dé la gana, pero no ver el mar”. Es la pregunta que Wilson, el personaje de la novela gráfica homónima de Daniel Clowes, lanza al lector en un intento de explicar cómo se siente la muerte de una madre. Por el contrario, es en el mar donde la poeta Luna Miguel ha conseguido no dejar de ver nunca a la suya. Más concretamente en El arrecife de las sirenas, nombre de su último poemario y enclave real de la costa mediterránea, más conocido quizá por ser el escenario de muchos de los videoclips del cantante de pop latino David Bisbal.
Luna Miguel con su hijo

Con El arrecife de las sirenas, Luna cierra una trilogía accidental que empezó hace cuatro años en La tumba del marinero con el cáncer de su madre, siguió en Los estómagos con la muerte y termina ahora con un Arrecife…marcado en el inicio por el intento frustrado de la autora de dar vida, pero con un final luminoso llamado Ulises.
Una trilogía, tres libros, una cifra para una escritora a la que se la suele abordar en los medios desde los números. Ya sea por su juventud, por una relación sorprendente entre número de años vividos y libros escritos o, más frívolamente, por la cantidad de K’s o likes que acumula en sus redes. Luna es, sin duda, una poeta mediática. Una de esas autoras cuya imagen pública, para bien o para mal, ha eclipsado la obra. Sin embargo, sus tres últimos libros representan un paso literario desgarrador a la edad adulta. Es por eso por lo que la siguiente conversación trata exclusiva y únicamente sobre ellos.
Luna Miguel

¿Pensaste en algún momento cuando escribías La tumba del marinero que sería el inicio de una trilogía?

Realmente, no. Todo lo que escribo está muy ligado a vivencias personales y, aunque a veces tienes ya muy claro por dónde quieres que vaya la obra, en lo personal empiezan a pasar cosas y entras en conflictoPor ejemplo, Los estómagos, el libro que le siguió, nació de ese conflicto. Lo empecé a escribir desde la alegría de la recuperación de mi madre, hablando de un órgano tan importante como es el estómago, el cual necesitas para vivir, hablando de los alimentos y de la relación con los animales y el vegetarianismo… Pero, hacia el final, lo que yo no quería que pasara en la vida real acabó pasando y tiñó el libro.

¿Y qué ha acabado representando cada libro en ese proceso?

Siempre me decían que yo era la poeta del cuerpo así que, llegados a ese punto, decidí reflexionar seriamente sobre qué es un cuerpo, un cuerpo femenino para mí. Si La tumba… es el pulmón enfermo y Los estómagos es, con todo lo que he explicado antes, el estómago, me di cuenta de que la siguiente fase tenía que ser la vida. Volver a esa vida que, a su vez, volverá a enfermar y volverá a ser el pulmón enfermo. Por eso tenían que ser 3 libros y no 2. La vida me había llevado a cosas oscuras, pero yo quería generar cosas luminosas y vi que esas cosas luminosas solo se podían generar desde el útero, capaz de dar vida.

Suena a epifanía, ¿cómo lo supiste?

Fue hablando con mi amigo el poeta Arturo Sánchez cómo me di cuenta de que esa última parte tenía que ser el hijo. En aquella época, a mí no me interesaba la maternidad para nada. Lo que yo quería era adoptar en un futuro lejano, pero un embarazo no era algo por lo que quisiera pasar y, de hecho, no ha sido la mejor experiencia de mi vida. Dicho así parece que haya tenido un hijo para escribir un libro (se ríe) pero había llegado un punto en el que la felicidad tenía que imponerse a la tragedia.

En la redacción de PlayGround se decía que tenías allí guardados todos tus ejemplares de Los Estómagos porque no querías verlos en casa. ¿Es verdad?

Bueno, es un libro que ni siquiera he presentado… De hecho, llevo mucho tiempo sin hacer una presentación y se debe, sobre todo, al hecho de tener que leer en público ciertas cosas. Dudo si voy a ser capaz de expresar realmente lo que quiero al leer estos textos. Por ejemplo, con Museo de cánceres [poema de La tumba del marinero] sé que hay gente que ha llorado y no quiero que mi poesía se vea como algo que hago para intentar provocar lágrimas fáciles. Mis libros no son nada de eso. Jugar la carta de hacer llorar a la gente y que salgan compungidos de la lectura es algo que me molesta de otros escritores.

Tengo la sensación de que a veces la gente puede confundir tus redes sociales con tus poemas. En ambos lados muestras sin cortapisas lo que te pasa en la vida real pero, claro, un poema nunca es tan inmediato como pueda parecer. Hay un trabajo intelectual detrás.

Tal vez se debe a que he tratado temas íntimos, en los que se desvela más que en otro tipo de poesía, pero hay una estructura muy clara y una planificación. El arrecife se limó mucho, era bastante más largo en un principio. Si te fijas, cada parte se compone de 10 poemas, menos Adiós, bebe que tiene 5. Esos poemas eran tan cercanos a la realidad y me parecía tan sucio desnudar esos sentimientos malos del aborto que preferí incluir solo los poemas que tocaban el tema por encima. Tal vez más adelante sí que pueda escribir sobre ello, pero me pareció más elegante pasar de puntillas por un tema tan escabroso.

¿Qué relación hay entre muerte y maternidad?

Es una respuesta totalmente animal. Pierdes una vida que aprecias y necesitas otra. Es egoísta, pero también es supervivencia. Tu cuerpo, de repente, quiere repoblar el mundo con otra persona que a ti te va a ayudar a soportar la pérdida y que va a contribuir a que la rueda de la vida siga. Es un rollo muy El rey león (se ríe). De hecho, Ulises no ha sido el único, tengo primas que también han nacido de la enfermedad y muerte de mi madre. Es una correlación común que se ha dado en varias personas a mi alrededor.

En este libro, Ulises, de repente, ocupa un lugar muy espiritual, siendo la espiritualidad algo que siempre habías rechazado activamente en tus anteriores trabajos…

En un escenario en el que todo parecía oscuro y en el que no había nada que me pudiera atar a las cosas bonitas de la vida sí que, de repente, vi la maternidad como un ancla que me decía que me esperara porque todavía me quedaban muchas cosas por descubrir. Aunque no es solo eso. El arrecife de las sirenas es un libro de viajes y, si te das cuenta, ocurre en todas partes menos en ese lugar que da nombre al libro. Supongo que es una forma de decir que somos nosotros los que creamos todos esos lugares, iconos y alegrías que nos hacen poder seguir adelante con el día a día y con todo.

La cicatriz es una figura que aparece en La tumba del marinero y que ha ido apareciendo y evolucionando en los dos siguientes libros hasta, finalmente, llegar a la conclusión en este de que no sirven para nada. ¿De verdad lo crees así?

Que no sirvan para nada es como decir que sirven para todo. Las cicatrices son esa contradicción: el recuerdo de que ha habido algo doloroso, pero también de que lo has superado y ha quedado atrás. Es algo que duele y que, además, nunca va a dejar de hacerlo, porque un día que te has expuesto al sol o que algo te roza, te vuelve a molestar… Sin embargo, al mismo tiempo, al mirarla sientes una especie de victoria. Es una imagen manida pero cierta. Ese poema, en concreto, está escrito en México el mismo año en que murió mi madre y en una fecha en la que habría cumplido años. Aquel fue el primer viaje en el que me reí y que me lo pasé bien después de una experiencia traumática. Así que sí, diría que las cicatrices son más bien una celebración de que han pasado cosas.

¿Y qué cosas te gustaría que pasaran ahora?

Quiero dejar de escribir sobre mí misma y dejar de lado el cuerpo femenino. Durante una época, toda esta reflexión sobre la feminidad hacía falta que se hiciera, pero yo creo que ya he cumplido con mi parte y ahora me interesa ir hacia otros lugares. El libro en el que estoy trabajando ahora se llama Poesía masculina y nace de una reflexión sobre qué le puedo dejar útil a Ulises. Qué podría aprender Ulises de mí y de mis libros más allá de leerse a sí mismo de bebé o de ver que le queríamos mucho cuando nació. Reflexionar sobre la masculinidad es algo que me importa mucho ahora. Entre otras cosas porque parece que un hijo se acabe cuando deja de ser bebé… Pero, precisamente, es ahí donde se acaba el olor a Nenuco cuando empieza la maternidad de verdad, donde empieza el criar a una persona y enfrentarte a los problemas de verdad. Se plantean una serie de dudas que me gustaría resolver de forma literaria leyendo otro tipo de lecturas y empezando a reflexionar también para él.

*Publicado en Nylon el 26 de mayo de 2017.

Luna Miguel / “Soy una escritora feminista que ha escrito una novela con una protagonista que no lo es”

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Luna Miguel

Luna Miguel: “Soy una escritora feminista que ha escrito una novela con una protagonista que no lo es”



KARINA SAINZ BORGO
28 de diciembre de 2018
Fotos de Jeosm y Luna Miguel


Luna Miguel: “Soy una escritora feminista que ha escrito una novela con una protagonista que no lo es”
Escribir no quita el hambre, la acrecienta. Al menos eso dice ella. Helena tiene treinta años, come carne cruda como una leona y viaja borracha al funeral de un hombre al que hace años no ve. Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) comparte generación con su protagonista, también naturaleza: un híbrido de hijas y madres, de cazadoras y presa, esa grieta que separa a las nínfulas de las vestales. Son las tres de la tarde de un sábado y la joven escritora acaba de presentar en Madrid El funeral de Lolita (Lumen), una primera novela que sintetiza los temas que jalonan su obra y su biografía: la muerte, la comida y la maternidad. Todos estaban ya presentes en sus poemarios Estar enfermom(2010), La tumba del marinero (2013) y Los estómagos (2015). Son la raigambre de esta historia con la que debuta en la ficción.
Luna Miguel acostumbra llevar la boca pintada de carmín y la larga cabellera suelta sobre los hombros, hoy también. Un vestido de mangas tres cuartos y cuello barco deja al descubierto trozos de las sirenas y los pájaros tatuados sobre su piel blanca. Bebe con avidez agua mineral de una copa. Está sedienta. Desde que bajó de un tren procedente de Córdoba no ha parado de hablar de su novela ni de firmar ejemplares. Tampoco ha comido. Tiene las mejillas teñidas por un rojo tan intenso como el de sus labios. ¿Esa chica con aspecto infantil es la mujer que ya vivía en su interior cuando escribió sus primeros poemas? Esa es una de las preguntas a las que se enfrenta el lector de El funeral de Lolita. En sus páginas, Luna Miguel cuenta la historia de Helena, una crítica gastronómica y aventajada bebedora, que recibe de pronto un mensaje de texto: Roberto ha muerto. ¿Quién es este individuo con nombre de detective salvaje? ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué no puede parar de beber vino y engullir donuts de azúcar tras conocer su muerte?
Roberto fue su profesor de secundaria, el hombre que inició a Helena en el deseo y el escarmiento. El arquetipo del que desposa en el poder. Aunque podría, Luna Miguel no hace de Roberto un Mr. Humbert, entre otras cosas porque le arrebata la voz y lo confina al silencio de los difuntos. El lector sólo tiene de él un manuscrito que no llegará a leer. Entre medias, engarzados en la orfebrería del poema en prosa, la novela y el diario, Luna Miguel alimenta el bestiario de su propia obra. Ceba a su leona. “Ha sido una decisión muy consciente no dar voz a los hombres en el libro, porque creo que en una novela de nínfulas el relato de los hombres ya existe, ya lo hemos leído”.
La Lolita de Luna Miguel se emancipa de la relojería de Nabokov, prácticamente la ignora para construir una propia: la niña a la que la apisona la temprana vejez y la eterna juventud. “Ser Lolita supone no ser nada más excepto eso. Si eres una mujer joven que desea, estás condenada a ser una Lolita”, dice ante una mesa llena de platos vacíos. Quien se enfrenta a esta novela tiene la sensación de que en estas páginas, como en aquellos poemas, habla la escritora que será. Una que se anuncia. Que promete crecer como un hambre no satisfecha. A Helena y a Luna Miguel las une un escarmiento: toda transformación encarna, cómo no, un despellejamiento.
—Helena come carne cruda como una leona y con las manos, además.
—Es sexual, una forma de deseo.
—El hambre de Helena no la destruye, la calma. ¿Pero por qué?
"Creo que es algo que me ha enseñado el feminismo, darte cuenta de cómo las personas en situación de vulnerabilidad tragan y tragan, callándose"
—Hay algo que llenar. Le pasa lo mismo con la literatura: si Roberto ha leído doscientos mil libros en su vida, ella siente que necesita hacer lo mismo. Es una bebedora compulsiva, una comedora de carne compulsiva. Siempre necesita estar haciendo algo y experimenta una necesidad de llenarse continuamente, pero en ningún momento caga lo que come. Todo lo que bebe, nunca lo mea. Todo se queda dentro, contenido. El trauma también. Es una persona que todo se lo guarda, por eso al leer su diario expulsa mucha cosas. Incluso esa bala tiene también algo de escatológico: todo lo que ha estado tragando en su vida se deshace, porque Helena es como un globo. Creo que es algo que me ha enseñado el feminismo: darte cuenta de cómo las personas en situación de vulnerabilidad tragan y tragan, callándose.
—Su generación ha redescubierto el feminismo como una bandera, pero hace rato que Susang Sontag os llevaba ventaja.
—Soy una escritora feminista que ha escrito una novela cuya protagonista no lo es pero puede empezar a serlo. Ella no conoce el feminismo. Creo que en la actualidad hay muchas mujeres así, que no entienden y no saben que han sido víctimas. Estoy complemente segura de que Helena está enamorada. El problema es que cuando hay una desmesura en la reciprocidad y cuando alguien se aprovecha de ese amor incondicional y abusa de ella, se convierte en una gran frustración.
—Pero ella también seduce. Sin saber muy bien el arma que supone su propio cuerpo, pero seduce.
"Es muy fácil caer en las dos cosas: ella se lo buscó y luego esta idea de él no pudo contenerse"
—Es muy fácil caer en las dos cosas: ella se lo buscó y luego esta idea de “él no pudo contenerse”. En una relación como esa, en la que ella duda de si realmente él la quiere, Helena termina por descubrir que a él no le importa, no por conciencia física o por el abuso de Roberto, sino cuando descubre que la ha dejado sola.
—Y ella, empapándose bajo la lluvia, atraviesa la ciudad para decirle: “Eres un puto cabrón y me voy a vengar”.
—La idea de venganza viene justo de ahí. Acaba de perder a su padre y ni siquiera recibe una mirada cariñosa de su parte. Cuando ella le habla de venganza, en el fondo parece decirle: “No iré a tu funeral cuando mueras”.
—Los hombres son fantasmagorías en este libro: el amante, su pareja actual, su padre, incluso su jefe.
—Helena se la pasa todo el rato queriendo ser mejor que los hombres que la rodean. Quiere leer para saber tanto o más que su profesor, se hace crítica gastronómica porque quiere tener mejor paladar que el de su padre y aparta a Sebastián —Luna Miguel se refiere a la pareja de Helena— porque quiere ser independiente.
II
Publicó su primer libro de poemas con veinte años, aunque escribía desde los catorce. Los últimos forman una trilogía que comenzó con La muerte del marinero, en cuyas páginas Luna Miguel retrata la enfermedad y la cicatriz. Sobrevuela sobre aquel libro y el siguiente la figura de su madre, Ana Santos Payán, editora y creadora del sello El Gaviero, cuya muerte de cáncer marca Los estómagos, un libro en el que describe la fragilidad del cuerpo, de aquello que lo alimenta y, sobre todo, de aquello cuanto lo destruye. Arrecife de sirenas cerró un círculo vital en el que Luna Miguel parecía haber centrifugado, hasta sintetizarlas, la maternidad y la muerte. El perpetuo trasiego de Eros y Tánatos que marca El funeral de Lolita.
Su trabajo como periodista comenzó hace ya diez años. En el diario Público sostuvo durante años una columna de opinión en la que lo poético no estaba exento de lo político. Desde entonces construyó un binomio entre autora y persona, no sólo por convertir sus redes sociales en una plataforma expresiva, sino por el uso que hizo de ellas para mostrar su personaje en construcción. Luna Miguel ha pasado de ser la novísima poeta de belleza infantil y versos desconcertantes a una autora compleja. Hay en Luna Miguel algo de Amélie Nothomb. Ambas se comportan como Las Variaciones Goldberg de Bach: la biografía de cada una es el aria y sus libros las múltiples conmutaciones. Las melodías pueden variar, pero subyace siempre un tema constante de fondo: ellas. Si escribir es contar, leer es retratarse. En El funeral de Lolita prevalece algo cóncavo que amplifica la naturaleza híbrida entre cazador y presa, entre comer y morir. Es un desolladero en proceso que tiene más de verdadero que de verídico. Es un libro, a punto de crecer, como su autora: con hambre, belleza y violencia
—¿Esta Lolita es una declaración de adultez literaria? ¿No la dejan hacerse mayor?
"Creo que hay mucho paternalismo en esta vida"
—Tiene que llegar la novela para que te entrevisten. Cuando llevas diez años escribiendo y publicando da igual. Si escribes una novela, sí —Luna Miguel ríe—. Ahí hay algo raro. Ser joven es una excusa para que nunca estés hecho. Creo que hay mucho paternalismo en esta vida. ¡Estoy harta de la juventud o de mi juventud! Soy madre, tengo canas y llevo diez años trabajando como periodista y escritora. Me merezco ser adulta, faltaría más.
—Ha pasado el tiempo y con él muchas cosas.
—Si Helena tiene traumas personales yo también los tengo como escritora. Mi madre ha muerto a los cuarenta años, mi abuela murió joven. Eso es algo que me obsesiona, poder hacer muchas cosas antes de morir. No estoy pensando “ah, me quedan dos días”, pero soy diabética, y por eso cuando alguien me pregunta por qué tuve un hijo tan joven, contesto: porque a lo mejor no me lo puedo permitir más adelante —vuelve a reír como ya lo ha hecho, apurando la frase rocosa y  envolviéndola como a un caramelo—.
—¿Estaba escribiendo El funeral de Lolita sin ser del todo consciente? ¿Fue un texto en proceso?
—A los pocos meses después de la muerte de mi madre, María Fasce me dijo que en aquella serie de textos había una novela. Yo lo siento como un parto, porque me ha costado mucho trabajo. No sólo por la novela como género, sino porque son temas que me preocupan, que están cerca, incluso aunque yo no sea una Lolita, pero también he perdido a mis padres, he tenido situaciones de acoso y abuso en mi trabajo. Para contar lo que quería contar no podía escribir algo autobiográfico. Mi poesía ya lo es hasta el tuétano, pero la ficción me ha permitido convertirlo en otra forma de literatura.
—Poemario, diario, novela, prosa… ¿Qué es El funeral de Lolita?
—Carmen Camacho la llamó “novela transgénero”.
—Tiene algo de nouvelle.
"Uno de mis referentes es Amélie Nothomb, transpira por todo el libro"
—Eso fue deliberado. Uno de mis referentes, que es Amélie Nothomb y que transpira por todo el libro, escribe novelas breves. Me obsesiona ese tipo de narración tan concisa pero que al mismo tiempo esconde muchas citas, posibles tramas que nunca fueron pero en las que te quedas pensando. Las series también fueron importantes.
—¿Las series, cómo así?
—Me influyó mucho. Hay capítulos en los que aparentemente no pasa nada, pero pasa de todo. Instagram igual me influyó: cuando quieres saber mas de alguien haces scrolls con el dedo. Con la novela me he dado cuenta de que tengo una libertad tremenda que pensé que ya tenía con la poesía y el periodismo. Esto es distinto. En el periodismo la materia prima es la realidad, en la poesía los sentimientos, y en la ficción la imaginación.


Luna Miguel / Hay algo adictivo en la escritura

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Luna Miguel


LUNA MIGUEL

"Hay algo adictivo en la escritura"

  • La autora participa en el Día de las Librerías en la Luque con la presentación de su primera novela, 'El funeral de Lolita', que llega tras una trayectoria dedicada a la poesía
ANGELA ALBA
Córdoba, 17 de noviembre de 2018

Poeta, editora y traductora, Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) es una de las plumas más destacadas de su generación. Ha publicado los libros de poesía Estar enfermo (2010), Poetry is not dead (2010), Pensamientos estériles (2011), La tumba del marinero (2013) y Los estómagos (2015), además del ensayo El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina (2016). Ahora se ha introducido en la narrativa con El funeral de Lolita (editorial Lumen), un libro que ha presentado este viernes en la Luque dentro de los actos de celebración del Día de las Librerías.
-¿Por qué ha elegido este momento para publicar su primera novela?
-Han sucedido un cúmulo de casualidades. El principal motivo fue cuando me contactó María Fasce, que entonces era editora de Alfaguara y ahora lo es de Lumen. Ella había leído algunos de mis artículos y, sobre todo, lo que escribí sobre las nínfulas y las lolitas en una serie de artículos y ficciones. Me dijo que con el personaje de Helena veía una historia. Le contesté que yo veía un ensayo, pero cuando me puse a recopilar y pasó un tiempo, vi que Helena se había apoderado de mí y le acabé dando la razón.

Luna Miguel



"ME INTERESA REIVINDICAR QUE LAS MUJERES JÓVENES PUEDAN DECIDIR SOBRE SÍ MISMAS Y SOBRE SU PLACER"
Luna Miguel

-¿Qué reivindica con esta primera novela?
-Me interesa reivindicar que las mujeres jóvenes puedan decidir sobre sí mismas y sobre su placer, su futuro y sus ambiciones, independientemente de las miradas y las presiones, normalmente machistas, que la sociedad ejerce sobre ellas.
-¿Qué coge su personaje de la Lolita de Nabokov?
-Recupera muchas cosas, hay muchos guiños a esa Dolores Haze, por ejemplo el que sus padres estén muertos y el que su madre muriera atropellada. Recupera esa duda de no saber en cierto punto si es bueno para ella ese hombre mayor con el que está coqueteando. Esa también es la mayor de sus diferencias: en el caso de Lolitacreo que hay un abuso brutal de poder y sexual, y en el de Helena es ella la que cuenta que está enamorada de él, lo que pasa es que claramente hay alguien que se aprovecha de ese amor.
-¿Qué temas subyacen en la historia de este libro?
-Sobre todo, el deseo y el duelo; dos palabras que empiezan por "d" y tan radicalmente distintas. Pero también hay muchos temas como las redes sociales y la precariedad de la generación en la que me incluyo, los millennials: la protagonista tiene un buen trabajo pero es precario. También aparecen la gastronomía y, sobre todo, la literatura.
-La protagonista y usted comparten localidad natal, Alcalá de Henares, ¿hay algo más que tengan en común?
-Aparte de los lugares geográficos, tenemos en común las lecturas. Para poder crear su diario, que es un diario lleno de lecturas que ella va descubriendo, me basé bastante en lo que leía yo a los 15 años. Ojalá alguien de esa edad que pueda acceder a El funeral de Lolita halle en él una guía de lectura independientemente de la que uno se encuentra en las aulas.
-¿Le han ayudado sus conocimientos en poesía para escribir esta novela?
-Por supuesto, muchísimo. Sin la poesía no hubiese sido capaz de escribir este libro, igual que sin el periodismo. Son dos partes fundamentales de la creación de este libro por conocer la palabra desde esos dos ámbitos.
-En sus poemas usa un lenguaje claro y directo. ¿Lo ha trasladado también a la narrativa?
-Creo que sí. A veces me imagino a mí misma dándole porrazos al teclado muchas veces por cómo están escritas ciertas situaciones, pero me parece que tanto mi poesía como esta primera novela abordan temas tan complejos que, sino es desde la visceralidad, no sabría de qué otra manera tratarlos.
-¿Cuál va a ser su próximo proyecto?
-Pronto va a salir un libro infantil en el que he trabajado el último año titulado Hazme volar, y también me he dedicado a un ensayo sobre escritoras latinoamericanas. Sobre todo, lo que más me emociona es que tengo ideas para la que puede ser la siguiente novela, que es como mi gran reto, el qué pasará después de la primera.
-Quiere seguir entonces en la senda de la narrativa...
-Sí, sobre todo por todas las cosas que se han quedado fuera, todas las historias que te cuenta la gente, las cosas que has vivido y que crees que podrían alimentar muy bien las ficciones que tengo en mente. Y, sobre todo, lo pienso como lo que ocurre con los tatuajes, o al menos a mí: cuando te haces uno, quieres hacerte el siguiente. Hay algo adictivo en la escritura. Era adicta a la poesía y al periodismo, y ahora lo soy a la ficción. A ver por dónde me lleva.
-¿Pero va a dejar la poesía?
-No, nunca, eso no se deja.


Luna Miguel / Musa enferma

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Luna Miguel
MUSA ENFERMA



Musa torpe: las paredes te observan
con mirada de gato
moribundo.

Has escrito todo cuanto debías escribir,
cantado todo lo que podías ocultar,
pronunciado con vergüenza el nombre del desierto
y ahora ¿qué te queda?

Musa de música humillante.
Pájaro del monótono árbol.
Enemiga de tu propio verso.







Luna Miguel / Definición de vientre

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Luna Miguel
Definición del vientre

Todo está entre el pecho y la vagina. Todo lo importante
está y seguirá estando aunque quizá las nubes se hayan ido
y sólo quede hierba, muchísima hierba, escondida bajo la alfombra.
La mascota soy yo. La mascota se saca de paseo a sí misma
en un acto de tranquila rebeldía. La mascota no conoce el verano.
La mascota se come a sí misma en un acto de amor. La mascota
tiene órganos y todos se encuentran entre el pecho y la vagina.
De qué manera podríamos definir el vientre. De qué manera
la caja torácica esconde otra materia gris. El estómago
está entre el pecho y la vagina. Más lejos o más cerca que los nervios.
Más lejos o más cerca que el amor de la mascota.
Todo se alinea y queda hierba. Mucha. Muchísima hierba.


Jorge Fernández Díaz publica «Mamá», la historia que su madre emigrante española le contó

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Jorge Fernández Díaz

Jorge Fernández Díaz publica «Mamá», la historia que su madre emigrante española le contó

El escritor argentino redescubre su historia familiar en la nueva edición de su mejor libro

26 DE ENERO DE 2019

La historia de «Mamá» (Alfaguara) comienza hace veinte años. Jorge Fernández Díaz ha aceptado el reto que su gran amigo Arturo Pérez-Reverte le plantea: escribe una novela de aventuras. El argentino se arremanga, comienza a darle vueltas, pergeña algunas páginas... pero la prosa se desmaya. «Sentí que estaba escribiendo para un solo lector, para Arturo, y eso no tenía sentido para mí». Llegó la crisis creativa. Y se sumó la otra, la económica, la del corralito, la de 2001. Un desmayo vital y social que el reportero Fernández Díaz combatió saliendo de la ciudad y plantando su periodismo en mitad de la Pampa –«allí es un cuerpo a cuerpo, vienen a conocerte el narco con su madre y también el político sobre los que escribes».
La historia de «Mamá» echa en la Pampa -«es un desierto»- sus raíces biográficas. Su madre se deprime y acude a terapia. Había mejoría, pero algo no cuadraba. «Le pregunté: ¿qué pasa? Y ella me dijo que la doctora lloraba... Y pensé que ¡mi madre hace llorar a una experta en calamidades!»
Algo se le encendió y quiso escribir: «Sabemos poco de nuestros padres. Menos de lo que creemos. Tenía que indagar». El periodista comenzó a grabar, cincuenta horas en total, de entrevista a su propia madre, hija de campesinos asturianos que emigró a la Argentina en la posguerra española, cumpliendo las reglas de aquellas sociedades. «Descubrí cosas que no sabía, secretos familiares, algunas que dolían como un intento de violación...» Y fruto de todo aquello nació el libro, «un libro que fue escrito solo para nosotros, familiar y privado, para explicarnos, para saber quiénes éramos», añade.


...Hasta 240.000 ejemplares

Una amiga entonces, la editora Gloria Rodríguez, pudo leerlo: y otra vez la historia arrancó lágrimas a unos ojos absortos durante un vuelo por el filo de la memoria, en un avión hasta Punta del Este. Ella dijo que debíamos editarlo. Primero salieron 3.000 ejemplares, luego otros tantos... hasta 240.000. ¿Qué hacer entonces, cuando los personajes seguían viviendo, incluso algunos también fueron falleciendo? «Mi madre ha perdido la memoria por Alzheimer ahora que “Mamá” se edita en España, su memoria hiperrealista», dice Fernández Díaz, como deslumbrado.
El autor añadió un largo epílogo para que la historia incluya lo ocurrido hasta hoy, «Once años después». Y eso le ha servido para reflexionar sobre aquella «emigración heroica», hoy que tantas migraciones publicamos. «La historia de la emigración -qué gusto oír llamarla como entonces- es hoy algo subversivo», dice. Fueron allá en la posguerra y tuvieron que volverse con la crisis de 2001. Dos veces arrancados. «Tenemos mucho que aprender, españoles y argentinos, de aquella cultura de trabajo y de progreso sin derechos garantizados que nos hizo como somos», añade. Y él quería era hablar de periodismo...


Jorge Fernández Díaz / Mamá / Reseña de Juan José Millás

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Mamá

Ayer abrí las páginas de una novela que comenzaba así: “Mi madre ya no llora con esas cartas”, y salí volando del vagón del metro en el que viajaba


Juan José Millás
31 de enero de 2019


Un libro es un paisaje: el que contemplas con asombro a izquierda y derecha mientras progresas por las oraciones gramaticales que lo componen como por una senda abierta en el bosque. El proceso por el que la materialidad de la letra impresa se convierte en una sustancia mental, capaz de transformarse a su vez en imágenes que lo mismo nos llevan a la intimidad de una alcoba que a la cubierta de un ballenero, es un enigma semejante al del misterio eucarístico, pues si en la misa, mediante las palabras pronunciadas por el cura, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo, en la novela, gracias a un conjunto de sustantivos, adjetivos, etcétera, adecuadamente combinados, el lector abandona su identidad para transformarse en uno de los personajes de la peripecia narrativa, a veces en el mismísimo protagonista.
Lees, por ejemplo, esta frase: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, y eres arrancado del sofá, o del asiento del autobús, o de la cama en la que te encuentras con Cien años de soledad entre las manos. Lees “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, y eres arrebatado, como el profeta Elías, por un carro de fuego.
Ayer abrí las páginas de una novela que comenzaba así: “Mi madre ya no llora con esas cartas”, y salí volando del vagón del metro en el que viajaba, para ingresar en una absorbente aventura existencial que, aunque no hablaba de mí, me concernía como le concernirá a usted, créaselo, cuando acometa su lectura. Se titula Mamá y su autor es un argentino de origen español llamado Jorge Fernández Díaz. Buen viaje.

Así comienza / Mamá, de Jorge Fernández Díaz

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Jorge Fernández Díaz
MAMÁ

Mi madre ya no llora con esas cartas. Pero no acierta a recordar cuándo ni dónde las guardó, ni por qué será que prácticamente las da por perdidas. Son las cartas de Mimí. Y vienen de Ingeniero Lartigue, una aldea de treinta casas y cien labriegos, que alguien olvidó en Asturias, muy cerca y muy lejos de León, en un monte escarpado y silencioso que era zona de hambruna en la posguerra.







Jorge Fernàndez Díaz / Fragmento

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Jorge Fernández Díaz

MAMÁ
Fragmento


A mi mamá le gustaba mucho el trago. No puedo decir que tomaba una barbaridad, pero, a veces, cuando a la noche se acercaba a darme un beso, yo podía percibir su aliento pesado por el alcohol.


Ella siempre me besaba antes de irse a dormir. Yo era chico, estoy hablando de cuando tenía 8 o 9 años. Ella se quedaba viendo televisión hasta tarde y, antes de ir a acostarse, venía y me daba un beso. Nunca dejaba de hacerlo.
En la mayoría de los casos yo fingía dormir. O, si estaba dormido, habitualmente ella me despertaba sin querer porque se tropezaba contra los muebles en la semipenumbra.
Tampoco podría precisar cuándo fue que ella empezó a beber con mayor asiduidad. Cuando nuestro padre vivía con nosotros, mamá casi no tomaba.
En el almuerzo solía llenar su vaso con soda y luego coloreaba la soda con un chorrito mínimo de vino. Cuidadosamente, como si fuera un químico elaborando una fórmula altamente explosiva.
Pero lo cierto es que, esas noches, en ocasiones, yo podía adivinar cuándo se asomaba a la puerta de mi cuarto por el aliento.
Me llegaba una vaharada espesa a vino común. Así y todo, me gustaba mucho que viniera a darme un beso. Además, musitaba algo, como una plegaria o una bendición, que yo no llega a escuchar, pero agradecía.
Bebía a escondidas o, al menos, no lo hacía abiertamente frente a mí. Seguía tomando el vaso de soda coloreada al mediodía y también a la noche, pero nada más que eso.
No sé si tomaría frente a Alcira, la señora que venía una vez a a la semana a planchar, o en compañía de Zulema, la vecina del segundo piso, pero al menos frente a mí conservaba cierto recato.
Poco tiempo después, cuando yo regresaba de la secundaria, había ocasiones en que la encontraba tirada en el gallinero. Tenía un gallinero que compartíamos con Zulema, en uno de los ángulos de la terraza.
Varias veces la encontré a mamá tirada entre las gallinas, que la picoteaban. No era lindo de ver. Las gallinas le ensuciaban encima, o ella se ensuciaba con la caca de las gallinas y, además, se le llenaba el vestido de plumas.
Yo no sabía bien qué hacer en esas ocasiones. Al principio me volvía al departamento y me hacía la leche yo solo, para no ponerla en el difícil trance de explicarme su situación.
Pero una vez, enojado, la zamarreé hasta despertarla. Me dijo que se había dormido sin querer, mientras buscaba huevos para la noche; que el sol estaba muy lindo allí en la terraza. Pero olía espantoso y no sé dónde metía las botellas.
Compraba, recuerdo, licor de huevo al chocolate. Las borracheras con licor de huevo al chocolate son terribles, devastadoras. Había días en que amanecía verde, descompuesta, con un dolor de cabeza infernal.
Me decía que había tomado una copita de licor de huevo y le había caído mal. Que el hígado le latía. Siempre recuerdo esa expresión suya, “que el hígado le latía”. Era muy ocurrente para hablar, muy divertida.
Pero yo veía, en el cajón de basura, cómo se acumulaban las botellas. se escondía para beber. A veces mirábamos televisión -a ella le gustaba muchísimo el programa de Pipo Mancera- y de pronto se iba al baño.
Sabía que el baño era un lugar eminentemente privado y que yo no me iba a atrever a espiarla allí, como sí lo había hecho una vez cuando ella se metió debajo de la mesa del living con la excusa de buscar un carretel de hilo que se le había caído. Alcé el mantel y la sorprendí con una petaca.
Me empecé a preocupar realmente cuando se tomó una botella de alcohol Abeja, un alcohol para desinfectar lastimaduras. Mamá era increíblemente dulce conmigo. Un día yo me corté un dedo recortando figuritas con la tijera.
Desde chico me gustó recortar figuritas de la revista de modas. De los figurines, como decía ella. Me salía bastante sangre. La yema del dedo siempre sangra mucho. Ella vino corriendo con gasa y la botella de alcohol.
Me puso alcohol en el dedo y después, directamente del pico del frasco, se tomó un trago. “¡Mamá!”, la alerté. Mi padre nos retaba cuando nosotros bebíamos directamente del pico, aun siendo gaseosas.
“Es que me ponés nerviosa”, me dijo. Pero después se tomó todo lo que quedaba en el frasco. Sin embargo, no dio señales de que le hubiese caído mal ni mucho menos. Tenía bastante conducta alcohólica con el Abeja.
No así con el perfume. Un día la acompañé a una perfumería, después de ir al cine. A ella le gustaba mucho el cine, en especial las películas de piratas. Vio tres veces Todos los hermanos eran valientes.
Conozco mucha gente que ha visto tres veces una misma película. Pero ella la vio en un mismo día. Me dijo que quería comprarse un perfume. A la vendedora le pidió alguno que fuera frutado.
Yo no creo que mamá tuviese un gusto refinado para los vinos. Se había hecho, lógicamente, dentro de los parámetros de la clase media. Y mi padre no pasaba de los vinos Chamaquito, Copiapó o Fuerte del Rey.
Yo la veía aparecer a mamá oliendo a perfume y nunca sabía si se lo había puesto o se lo había tomado. O las dos cosas. Era difícil, sin embargo, verla dando pena o tambaleante.
Se dormía con facilidad, eso sí, como en el caso con las gallinas, o se le ponía un poquito pesada la lengua, pero nada más. Podría afirmar, por ejemplo, que nunca me hizo pasar un papelón en alguna fiesta familiar.
Yo detectaba un cierto cuidado, una cierta atención especial hacia ella de parte de mis tías o de abuela Alicia, como decir: “Sacale la copa a Dora” o “Decile a Dora que pare”, pero nada más.
Algún codazo intencionado, a veces, cuando mamá preguntaba por el clericó. Eso sí, se reía con mucha facilidad cuando tomaba, lo que no dejaba de ser, por otra parte, un costado simpático de su personalidad.
Admito que hubo una especie de nervio y hasta una suerte de incomodidad en mi tío Adalberto, durante un almuerzo improvisado en casa de Chuco y Popola, cuando mamá no pudo parar de reírse en toda la sobremesa, aunque acabábamos de llegar del entierro de tía Clorinda. Pero era una mujer encantadora.
En verdad encantadora. Siempre alegre, siempre dispuesta, pese a todos los problemas que vivimos y al asunto de papá, antes de que se fuera de casa. A la que no le gustaba nada el asunto era a Elenita, mi hermana.
Obvié contar que tengo una hermana mayor que se llama Elena. Ella se ponía fatal cuando pasaban esas cosas, no soportaba que mamá bebiera como no lo soportaba a papá, tampoco, por otras razones.
En el caso de papá, creo que tenía algo de razón. Con mamá, en cambio, era excesivamente dura. Un psicólogo me dijo que mi hermana reclamaba lo que a ella le correspondía.
No sé si coincido demasiado con eso. Por suerte, nunca Elenita encontró a mamá tirada entre las gallinas en el gallinero.
Lo que pasa es que mi hermana nunca subía a la terraza, porque decía que le tenía terror a las alturas y porque aún conserva una extraña alergía a los animales con plumas.
Veía un pollo y se brotaba. Si comía algo que incluyera gallina, se hinchaba como un globo.
Aunque no supiera que el plato contenía gallina, lo mismo se hinchaba, con lo que quiero decir que no era algo meramente psicológico.
Un día, tía Chuco, pobre, desconociendo el problema de Elena, le regaló una gallinita de chocolate para Pascuas, y a mi hermana la salvaron con un Decadrón. Se le había hinchado tanto la cara que parecía una japonesa.
Los ojos eran dos tajos. Ella, justamente, que siempre ha presumido de tener ojos muy lindos. Pero mamá le caía muy bien a todo el mundo. En realidad, el problema de mamá no era el alochol. Era el cigarrillo.
Fumar sí, lo hacía públicamente. En eso diría que fue una adelantada del feminismo. Una activista. Ella me contaba que fumaba desde los 11 años, a instancias de su padre, que tenía un puesto alto en el ferrocarril Mitre.
El padre la convidó con un cigarro de hoja, muy fuerte, justamente para que le desagradara y nunca más probara el tabaco, pero ella se envició. Había momentos en que eso sí me molestaba, porque fumaba mientras comía.
Dejaba el cigarrillo -fumaba Marvel cortos, negros, sin filtro-, cortaba un pedazo de milanesa, por ejempl; lo masticaba, lo tragaba y le pegaba otra pitada al cigarrillo.
Tenía el dedo índice y el anular de la mano derecha amarillos por la nicotina, casi verdes.
Había veces en que mi padre le reprochaba que fumara durante la comida, agitando la mano exageradamente frente a su cara, como apartando el humo. “Es mi único vicio”, decía mamá.
Y en esos momentos era verdad, pues creo que ella empezó a beber vodka y ginebra después de que se marchó mi padre, sin que nadie supiera muy bien por qué.
Y no pienso que mamá se lanzara a la bebida para olvidar el abandono de mi padre. Creo que, simplemente, se sintió liberada y ya pudo hacerlo sin mayores complejos ni presiones, salvo la actitud recriminatoria de Elena.
Elena a veces se levantaba antes de la mesa, molesta por el humo. Se hacía la que tosía, incluso, para que no la retaran reclamándole que comiera el postre.
Elena fue siempre muy dramática, muy histriónica. En casa éramos de una clase media típica. Pero de aquellos tiempos, cuando la clase media vivía bien, cómoda, tranquila. Al mediodía comíamos tres platos, por ejemplo.
Una sopa de entrada, el plato fuerte y el postre, que casi siempre era fruta o queso y dulce. Elena tosía, se levantaba y se iba. Siempre fue un poco teatral mi hermana.
Para empezar a fumar, mamá aprovechaba cuando la sopa estaba bien caliente y echaba humo. Suponía que el humo de sus cigarrillos se mezclaba con el de la sopa y así se disimulaba.
Sin embargo, no era abusiva. No era una persona a la que le importara muy poco lo que pasaba a su alrededor, con sus semejantes. La prueba es que se ofrecía, en ocasiones, a ir a leerles a los enfermos.
El problema es que les leía sólo lo que le gustaba a ella y tuvo una agarrada muy fuerte con un estibador que había perdido una pierna al caérsele encima una grúa portuaria, y a quien mamá insistía en leerle Mujercitas, de Luisa M. Alcott.
Digamos -para que quede claro- cuando papá y Elena insistieron con sus quejas por el hecho de que mamá fumaba en la mesa, dejó de hacerlo. Así de simple. Dejó de hacerlo.
Fue cuando empezó a mascar tabaco, una costumbre que yo creía desaparecida con los últimos arrieros.
Cuando compraba la fruta, mamá se traía para ella unas hojas de tabaco, las plegaba, se las metía en la boca y comenzaba a masticarlas.
Es cierto, no producía humo, pero llegaba un momento en que se le escapaba un hilo de saliva marrón verdoso por la comisura de los labios, que me desagradaba mucho. Debo reconocer que siempre he sido un tipo bastante sensible. Y de chico, más.
Con el tiempo, mamá volvió a fumar. Le molestaba tener que ir a escupir al baño cada tanto, mientras masticaba tabaco, ya que, cuidadosa, no quería hacerlo frente a nosotros.
Apunto que era muy obsesiva con el cuidado de la casa. Enormemente prolija, muy aficionada a los mantelitos calados, a las cortinas con encajes, a los macramés, a las puntillas.
Bordaba muy bien. A mí me gustaba mirarla por las noches acostado en su cama, escuchando en la radio el Radioteatro Palmolive del Aire, mientras ella bordaba pañuelitos, masticando tabaco.
Era muy hábil para las manualidades. Después empezó a armar sus propios cigarrillos. Al terminar el almuerzo se recostaba en una reposera, en el patio, y empezaba a armar los cigarrillos.
Tenía su propio papel, su propio tabaco.
Era lindo mirarla mientras humedecía con saliva el borde del papel, apretaba el cilindrito como si fuera un canelón minúsculo, lo encendía, entrecerraba los ojos en tanto el humo subía.
Empezó a hacer eso, es claro, cuando tuvo más tiempo, cuando ya papá se había ido y tampoco le aceptaban tanto que fuera a leerles a los enfermos.
Toda una sala del Clemente Alvarez había hecho una huelga de hambre contra su presencia. Llegaron a organizar una marcha de protesta contra mamá, un tanto injustamente, porque ella tenía la mejor de las voluntades.
En esa marcha un anciano, a poco de intentar caminar, sufrió la dolorosa revelación de descubrir que le habían amputado una pierna, lo que provocó más animosidad contra mi madre. Pero a ella no le importaba demasiado.
Le bastaba tenernos a mí y a mi hermana, pese a que Elena también se iría poco tiempo después, cuando mamá le tomó -le bebió, digamos- un perfume carísimo que le había regalado su primer novio, el imbécil de Gogo Santiesteban.
Por cierto, cuando se le dio por fumar toscanitos Génova, el aliento que tenía por las noches, cuando se acercaba a darme el beso de despedida, era insoportable.
Es duro decirlo, pero es así. Era como si hubiesen destapado una cisterna cenagosa, con agua estancada, con aguas servidas, una mezcla de solución biliosa con aroma a animal muerto.
Era feo. Con el tiempo le daban accesos de tos muy fuertes. Ella decía que era culpa de la pelusa de las bolitas de los paraísos, esos árboles que, en verdad, le han arruinado los pulmones a más de un rosarino.
Y luego, años después, le echaba la culpa a ese polvillo que llegaba desde el puerto, cuando los barcos cargaban cereal, no sé cómo le llaman. Tomaba miel, entonces, para suavizarse la garganta.
Comía pastillas de oruzus. O iba a buscar huevos a la terraza para mezclarlos con coñac y quitarse la carraspera, y allí es cuando yo solía encontrarla tirada en el gallinero.
Tenía linda voz mamá, muy cristalina, y solía cantar una canción que hablaba de la hija de un viejito guardafaros, que era la princesita de aquella soledad. O esa otra que decía “en qué se mete, la chica del diecisiete”.
Pero se negaba a culpar al tabaco por su tos, cuando parecía que iba a escupir los dos pulmones a cada momento. Se le salían los ojos de las órbitas y lagrimeaba. Nunca la vi lagrimear por otra cosa a ella.
Era muy alegre y ponía al mal tiempo buena cara. De inmediato mezclaba coñac con leche bien caliente, y decía que eso le calmaría la picazón de garganta, producida por las bolitas de paraíso.
Yo sabía perfectamente que ése era un remedio para bajar la fiebre, pero ella se tomaba tres o cuatro vasos y luego me decía que se sentía mejor. Cantaba para demostrármelo.
Pero son cosas que, tarde o temprano, afectan a una persona.
Tiempo después, de grande, a mamá se le habían caído dos uñas de los dedos de la mano derecha por la nicotina y al respirar se le escuchaba un crujido, como el que hace un sillón de mimbre al recibir el peso de una persona.
Se agitaba con facilidad y casi no podía subir los veinte escalones hasta le terraza. Sin embargo, sin embargo, yo creo que el problema de mamá no era el tabaco. Era el juego.
Ella sostenía que nunca jugaban por plata, con sus amigas, tía Eve, Zulema y las hermanitas Mendoza.
Se encontraban una vez a la semana en casa de Zulema, casi siempre, y jugaban a la canasta uruguaya. se pasaban, a veces, seis o siete horas jugando.
“Es mi único vicio”, decía mamá, y tal vez fuera cierto. Ella decía que el vino y el tabaco constituían, apenas, rasgos de personalidad.
Lo cierto es que muchas veces desaparecían cosas de casa. Adornos, jarrones, espejos o ropa de ella misma, y yo estoy seguro de que eso sucedía porque eran cosas que perdía en el juego con sus amigas.
Reconocí, un día, un prendedor con forma de lagarto, muy lindo, verdecito, que le había regalado mi padre para el Día del Empleado Bancario, en la pechera de Marilú, una de las hermanas Mendoza.
Yo no me animé a decir nada, pero mi hermana sí le preguntó, y Marilú dijo que se lo habían regalado, que eran muy comunes.
Que si uno en Casa Tía, por ejemplo, compraba cosas por más de un determinado valor, le regalaban uno de esos prendedores de lagarto. Era difícil de creer.
Como cuando Zulema apareció con una estola, una boa símil zorro que a mí me impresionaba de chico porque tenía la cabeza disecada del animal sacando un poco la lengua que, sin lugar a dudas, era la misma boa que había sido de mamá. Mamá me dijo que se la había regalado a Zulema para su cumpleaños, pero yo no le creí.
Lo mismo pasó con la bicicleta de Elena y creo que ésa fue otra de las cosas que mi hermana no pudo digerir y la llevó a irse de la casa.
Aunque, en rigor de verdad, mi hermana ya hacía mucho que había dejado de andar en bicicleta cuando sucedió aquel asunto, pero lo mismo se enojó.
Para mamá fue un golpe fuerte cuando le prohibieron la entrada al otro hospital, el Vilela.
Ya en el Clemente Alvarez le impedían leerles a los enfermos, a partir de aquel problema con el portuario, y más que nada cuando decidió leerle La peste, de Camus, a un grupo que estaba en terapia intensiva.
Entonces optó por ir al Vilela y jugar a los naipes con los internados, para entretenerlos.
Supe que eso iba por mal camino cuando volvió a casa con un papagayo enlozado, casi nuevo. Me negó que se lo hubiera ganado a un tuberculoso en una partida de monte criollo.
Insistía en que se lo había regalado un viejito nefrítico que estaba enamorado de ella. Admito que, de última, se había vuelto bastante mentirosa. “Imaginativa”, decía ella, riéndose de mis reproches.
Porque siempre me negó que ella jugara con los enfermos por dinero. Pero solía ganarles cosas valiosas a los pobres viejos. Bastones, piyamas, radios portátiles, cosas que significaban mucho para ellos.
“Me sorprende de vos -le dije un día-. Siempre fuiste una persona muy buena y amable con la gente.” Se puso seria.
“Son viejos enfermos, terminales algunos, indefensos”, le insistí. Fue la primera vez, podría jurarlo, que percibí una arista dura en sus palabras. “Las deudas de juego se pagan”, me dijo, y encendió un Avanti.
Cuando perdimos el departamento y debimos mudarnos a uno mucho más chico, fue demasiado para mí.
Ella decía que mi padre y Elena ya no estaban con nosotros, y que era al divino botón mantener un departamento tan grande como el de la calle Catamarca. Que a ella le costaba mucho cuidarlo, limpiarlo y arreglarlo.
Pero yo sabía que eran todas mentiras. Que había perdido el departamento en una partida de pase inglés jugando en el subsuelo del Club Náutico Avellaneda.
Me fui a vivir, entonces, con Mario, un amigo. Me costó sangre, porque he querido muchísimo a mi madre. Aún la quiero.
La última vez que la vi la noté mal. No nos vemos muy a menudo. Está muy encorvada, los ojos salidos de las órbitas y su piel luce un color grisáceo arratonado.
Sigue, de todos modos, siendo una persona encantadora, de risa fácil y trato jovial. La vi tan desmejorada que me tomé el atrevimiento de llamar al doctor Pruneda para preguntarle por su salud.
El doctor Pruneda me tranquilizó. Me dijo que mamá está muy bien. Demasiado bien para sus vicios. Pero me dijo que el problema de ella no es el alcohol ni el tabaco ni el juego. Y me dio el nombre de una enfermedad.
Ninfomanía, me dijo. Y reconozco que no quise averiguar nada más. Incluso ni siquiera le pregunté a Carlos, que está estudiando medicina y hubiera podido explicarme.
Pero él se pone como loco cuando le toco el tema de mi familia. No sé, por lo tanto, qué significa esa palabra que me dijo el médico ni quiero saberlo.
Temo enterarme de que a mi madre le queda poco tiempo de vida. Y prefiero guardar en mi memoria, en el recuerdo, esa imagen que siempre he tenido de ella. Esplendorosa, vital, encantadora, cariñosa y alegre.


Un recorrido por los Hay Festival americanos a través del lente de Mordzinski

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Gabriel García Márquez, retratado en la cama de su casa de Cartagena de Indias durante el Hay Festival de 2010. "Cuando escribo sobre Cartagena, es como si escarbara en mi memoria y en mis recuerdos de infancia para ver qué puedo encontrar", dijo el nobel de Literatura colombiano sobre la ciudad donde inició su carrera periodística, escenario de algunas de sus novelas, como 'El amor en los tiempos del cólera' y 'Del amor y otros demonios'.


Un recorrido por los Hay Festival americanos a través del lente de Mordzinski

El fotógrafo argentino cumple cuatro décadas de cubrir festivales literarios
Cartagena de Indias 
Héctor Abad Faciolince monta a caballo durante el Hay Festival de Zacatecas, en 2010. El autor colombiano, reconocido por 'El olvido que seremos', el libro dedicado a su padre asesinado por paramilitares, conversará con Manuel Vilas sobre el papel de la familia en la literatura durante la edición de este año en Cartagena de Indias.

Leonardo Padura, el maestro cubano de la novela negra célebre por el personaje de Mario Conde, nunca rechaza una oportunidad de ir a Cartagena, una ciudad caribeña que se encuentra muy cercana a su natal La Habana. Será uno de los invitados estelares este año. Aquí, el autor de 'El hombre que amaba los perros' en una imagen de la edición de 2013 en la ciudad amurallada de Colombia.

Lydia Cacho, durante el Hay Festival de Cartagena de Indias 2010. La ONU ha reconocido las violaciones a los derechos humanos de la periodista mexicana, que en esta edición regresa a Cartagena, después de que su libro 'Los demonios del edén' reveló en 2005 una red de trata y explotación infantil en el Estado de Quintana Roo.

Mario Vargas Llosa, el nobel de Literatura peruano, escribe a la luz de una vela en el hotel Santa Clara, un antiguo convento en el casco histórico de Cartagena de Indias, durante el Hay Festival de 2010.

El peruano Alfredo Bryce Echenique, autor de 'Un mundo para Julius', posa a las afueras de la ciudad blanca, con los nevados al fondo, durante el Hay Festival de Arequipa en 2016.

Carlos Fuentes, el autor de 'La región más transparente', fue otro de los exponentes del 'boom' latinoamericano que ha pasado por Cartagena de Indias. En la fotografía, en el Hay Festival de 2012, meses antes de su fallecimiento ese mismo año.

El Hay Festival ha llegado hasta varias ciudades mexicanas. El escritor y traductor argentino César Aira posa con globos en la edición de Queretaro 2017.

Elena Poniatowska posa junto a una vitrina de vestidos durante el Hay Festival de Queretaro 2016. La escritora y periodista decidió el año pasado abrir las puertas de su casa a los mexicanos y creó una fundación que lleva su nombre.


En 2010, el Hay llegó a la histórica ciudad mexicana de Zacatecas, escenario de una de las batallas más importantes de la revolución mexicana. El escritor estadounidense Francisco Goldman (izquierda) no tuvo reparos para sumarse a sus colegas mexicanos Élmer Mendoza y Martín Solares con el propósito de recrear una escena digna de Pancho Villa.

La mexicana Valeria Luiselli recibe el sol sobre un auto en el Hay Festival de Zacatecas 2010. La autora de 'Los Ingrávidos' y 'La historia de mis dientes' fue escogida hace un año como parte de la segunda versión de Bogotá 39, la lista de autores destacados del continente menores de 40 años.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en un billar de Aracataca, el pueblo donde nació el nobel colombiano Gabriel García Márquez. Vásquez, ganador del Premio Alfaguara de Novela 2011 por 'El ruido de las cosas al caer', presenta en el Hay Festival de Cartagena su libro de cuentos 'Canciones para el incendio'.

La cubana Wendy Guerra también fue una de las invitadas al Hay Festival de Zacatecas en 2010. La autora de 'Todos se van' ya había formado parte en 2007 de Bogotá 39, la lista original de escritores destacados menores de 40 años que promovió el Hay Festival de Cartagena de Indias.



Las intimidades de Padura y Mario Conde entusiasman en el Hay Festival de Cartagena

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Leonardo Padura y Javier Moreno, director de EL PAÍS América.
Leonardo Padura y Javier Moreno, director de EL PAÍS América. DANIEL MORDZINSKI

Las intimidades de Padura y Mario Conde entusiasman en el Hay Festival de Cartagena

El escritor cubano deleita con anécdotas y secretos sobre su trabajo narrativo y el personaje que lo hizo famoso. O a la inversa


Jacobo García
Cartagena de Indias, 1 de febrero de 2019

La edad, la religión, el sexo o la frustración revolucionaria. Divertido, fresco y espontáneo, Leonardo Padura (La Habana, 1955) se metió al público del Hay Festival en el bolsillo, que terminó aplaudiendo puestos en pie al escritor cubano, durante una de las presentaciones más esperadas de la cita cultural que se celebra en Cartagena, en el caribe colombiano.
Con una sucesión de anécdotas sobre su trabajo creativo y la huella de los años a través de sus libros, el autor de El Hombre que amaba los perros encandiló a los cientos de asistentes que abarrotaban el Palacio de Exposiciones recordando las vivencias de Mario Conde, el borracho y caótico detective protagonista de sus novelas y de las arrugas que este ha dejado en su creador.

Conducida por Javier Moreno, director de EL PAÍS América, la charla formó parte de las conversaciones que promueve en el periódico con algunas de las voces más destacadas del momento.
Moreno, que definió a Padura como “el escritor vivo más conocido y querido del momento”, repasó algunas de las intimidades creativas del autor cubano con quien revisó la realidad política y social en Cuba desde 1989-cuando apareció el primer Mario Conde- hasta 2014 fecha en que se ubica su último libro Paisaje de otoño. Es una obra que Padura describió como “agónica o apocalíptica” y que repasa un momento y un estado anímico “que comenzó con la esperanza de la llegada de Obama a Cuba y se revierte con la tensión y el regreso de la retórica del enemigo tras la victoria de Donald Trump”, dijo Padura.
Padura, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, reconoció que uno de los halagos más ilusionantes fue el que recibió del jurado del Premio Barcino de novela histórica cuando dijo que “gracias a las novelas de Conde se puede entender el proceso revolucionario de Cuba al igual que es posible entender la transición española en las novelas de Vázquez Montalbán".
“A lo largo de estas décadas, ¿qué se ha hecho mal?”, preguntó Javier Moreno en referencia a la pobreza y la miseria que acompañan a las ciudades en América Latina. “La repartición de la riqueza y la corrupción” resumió el escritor. Sin embargo, “en Cuba se ha luchado contra esa desigualdad. En los años 80 crecieron mucho las expectativas para alcanzar un reparto equitativo de la riqueza, o de la pobreza”, matizó irónicamente. “Mi generación tuvo solo un par de zapatos, un pantalón y una camisa, pero teníamos una carrera universitaria. La riqueza estaba compensada con el acceso a la universidad y mis compañeros del barrio son médicos, geógrafos…” recordó.
Sin embargo, “la crisis de los años 90 quebró esa sociedad (…) y ahora empiezan a aparecer destellos de riqueza (…) y hay sectores que se han empobrecido aún más. Y eso envilece a las personas”, retrató Padura a la hora de hablar de una etapa que definió como frustrante.
Sobre el peso de la experiencia y de la edad en sus textos, Padura, de 63 años, dijo que perjudica “el detector innato de mierda”, bromeó recordando Ernest Hemingway ”porque los viejos van perdiendo ese olfato”, en referencia a la calidad literaria. “Cada novela hay que entenderlo como un reto que Saramago supo afrontar muy bien hasta el final”, dijo.
Padura admitió el peso de lo que llamó la “la obscena llegada de la vejez”. "En mis libros se unen un factor externo: la experiencia acumulada y otro externo: el paso del tiempo. El escritor que empieza hoy una novela, cuando la termina, dentro de 3 ó 4 años, es otra persona”, dijo parafraseando a Milan Kundera.
Al preguntarle por los amigos y los afectos, Padura admitió que “a Mario Conde lo sostiene el mundo de los amigos que beben y son tan desastrosos como él. Pensar que se van es otra catástrofe y otro apocalipsis”. Precisamente Padura reveló que trabaja en un nuevo libro sobre la diáspora y los efectos que dejó fenómenos como el éxodo del Mariel en el que salieron 130.000 cubanos en menos de dos meses. “Tengo más amigos en Miami que en Cuba y en Madrid no puedo hacer nada porque me la paso viendo a amigos. Y quiero verlos a todos porque lo que más me dolería en el mundo es que pensaran que no los veo porque me hice famoso”, dijo con dolor.
Sobre la religión, Padura se definió “como un ateo que cree que Dios existe”, bromeó. El escritor nacido en La Habana y criado en el barrio de la Víbora bromeó sobre la esquizofrénica relación entre comunismo y religión y dijo que “la gente necesita creer para resistir. Y puso la imagen de un jugador cubano que durante los años ochenta hacía un extraño gesto en el aire antes de cada partido hasta que a partir de los años noventa aquello se normalizó y pudo persignarse marcando la cruz con claridad sobre el cuerpo.
Padura admitió que asistió a cursos de ateísmo durante su juventud. Una sana distancia que le permite asegurar que “el opio es la religión de los chinos”, dijo en medio de las carcajadas. Los asistentes estaban en pie para aplaudir al hombre que ha mostrado Cuba entre risas y los tragos de ron barato de Mario Conde.


Leonardo Padura / “Mi función es escribir, y en Cuba escribo”

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El escritor cubano Leonardo Padura, en una edición del Hay Festival de Cartagena.
El escritor cubano Leonardo Padura, en una edición del Hay Festival de Cartagena. DANIEL MORDZINSKI


HAY FESTIVAL CARTAGENA

Leonardo Padura: “Mi función es escribir, y en Cuba escribo”

El maestro cubano de la novela negra, que participa en una charla de EL PAÍS América en el Hay Festival de Cartagena, reflexiona sobre los cambios en la isla y la vejez de Mario Conde, su emblemático personaje


Santiago Torrado
Cartagena de Indias, 1 de febrero de 2019


"Cartagena está más cerca de La Habana que de Bogotá", apunta Leonardo Padura para referirse a las conexiones históricas entre las dos ciudades caribeñas que siente tan próximas. El maestro cubano de la novela negra publicó hace un año La transparencia del tiempo, el libro más reciente de la saga de Mario Conde, su emblemático personaje. El policía retirado que de vez en cuando acepta algún trabajo como investigador privado incluso ha llegado a Netflix, y su creador es uno de los invitados estelares del Hay Festival en la ciudad amurallada de Colombia.
Padura (La Habana, 1955) conversará este viernes en Cartagena de Indias con el director de EL PAÍS América, Javier Moreno. Hasta el 3 de febrero formará parte de un cartel que incluye a la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, el rumano Mircea Cartarescu o la británica Zadie Smith. En esta charla telefónica, el autor de El hombre que amaba a los perros —sobre el asesinato de Trotsky, se muestra inquieto por los cambios que está viendo en la isla.
Pregunta. En La transparencia del tiempo, Mario Conde se asoma ya a los 60 años y lo asalta el desencanto. ¿Cómo siente que envejeció su personaje?
Respuesta. Con Mario Conde yo he hecho un experimento de ver cómo transcurre el tiempo en dos sentidos: en el sentido físico, intelectual, humano, de una persona, y en el tiempo histórico que va viviendo el personaje. En ese tiempo físico el Mario Conde de las primeras novelas era un hombre de 35 años, un policía, en el año 1989. Tenía sus características de ser un hombre que miraba con cierta frecuencia hacia el pasado, con nostalgia, y en el transcurso de las novelas esas características suyas se han potenciado. Y el personaje a la vez ha ido envejeciendo físicamente al llegar a los 60 años y tiene una visión evidentemente más pesimista de la vida porque ha visto que su propia realización personal nunca se ha producido.
P. La sociedad cubana se ha transformado en estos años.
R. Y mucho. Uno de esos síntomas se ve muy claramente en La transparencia del tiempo, y es hasta qué punto el tejido social se ha dilatado. Era muy homogéneo en los años 70 y 80, y se ha dilatado para que vayan apareciendo ciertos destellos de una riqueza que se hacen mucho más evidentes cuando uno mira zonas de pobreza que han ido creciendo, y que han ido marginando a una parte de la población.
P. Las diferencias sociales no parecen tan erradicadas en Cuba como se llegó a mostrar en algún momento.
R. Una crisis económica que fue muy devastadora en los años 90 definitivamente no se ha recuperado hasta hoy, con un país que crece un 1 % por año. La economía no acaba de superar las carencias que tiene, eso por supuesto produce una acumulación de deudas, de necesidades, que se refleja en una parte importante de la ciudadanía cubana. A la mayoría de los trabajadores en Cuba los salarios no les alcanzan para vivir. No es que lo diga yo, lo dijo hace ya diez años el propio Raúl Castro. Es una situación que no se ha resuelto.
P. La transparencia del tiempo comienza cuando Bobby Roque, un amigo de infancia, le pide a Conde encontrar una virgen negra robada, de origen africano. Roque es gay. ¿El homosexualismo ya no es estigmatizado en Cuba? ¿Es una situación superada?
R. Creo que sí, totalmente superada. Históricamente la homosexualidad en Cuba tuvo una mirada muy prejuiciada por parte de una moral católica y de un entendimiento del mundo judeocristiano, a lo que se sumó prejuicios de una moral que de alguna manera pudieron preservar muchos de los esclavos africanos que llegaron a Cuba. Después del triunfo de la revolución esto tiene momentos mucho más álgidos en los años 60 y 70, cuando se le da también un carácter de debilidad ideológica a la homosexualidad. De todas maneras, este fenómeno de marginación del homosexual en esos tiempos no es para nada exclusivo de Cuba. A partir de los 80 empieza a cambiar, y creo que hoy definitivamente ha sido superada. Hasta el punto de que se discutió si en la constitución que va a referendo en unos días se consideraba el matrimonio igualitario como una de las modificaciones. Hubo una ligera modificación, no fue tan profunda como se esperaba, pero de hecho se reconoce el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo.
P. La novela está ambientada en un momento muy concreto, 2014, cuando ocurre el deshielo entre Washington y La Habana. ¿La nueva era que se anunciaba entonces nunca llegó con Trump?
R. La novela cierra su recorrido por el presente justamente el día 17 de diciembre de 2014, cuando Raúl Castro y el presidente Obama anuncian que Cuba y Estados Unidos van a comenzar conversaciones para un restablecimiento de relaciones diplomáticas. Eso fue primeramente una conmoción, y no solo en Cuba. Vimos casi con asombro, y con grandes esperanzas, como se izaba una bandera americana en la embajada que tienen en el malecón de La Habana, la visita posterior de Obama en el año 2016 y toda una serie de gestos que indicaban la posibilidad de una convivencia mucho más civilizada. Pero ocurrió lo que lamentablemente no estaba previsto que ocurriera, que Donald Trump llegara a la presidencia. Eso ha sido una conmoción no solo para las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, ha sido un fenómeno que ha puesto en tensión al mundo entero, pero sobre todo a la propia sociedad norteamericana. Lo estamos viendo en estos días con un Gobierno norteamericano que lleva dos meses prácticamente cerrado por las diferencias entre el presidente y el congreso.
P. ¿Qué hace falta para poder recuperar ese momento esperanzador?
R. Voluntad política. Y en este caso, voluntad política por parte del Gobierno de Estados Unidos.
P. ¿En qué ha cambiado la isla bajo Miguel Díaz-Canel?
R. Ha cambiado muy poco. Va a cumplir un año en el poder, está tratando de sistematizar un poco una organización de las estructuras de Gobierno, se va a llevar a referendo el día 24 del mes próximo una constitución que avanza en algunos elementos respecto a la constitución anterior, en otros nos deja con expectativa de que pudo haber sido más progresiva. Y sobre todo creo que una de sus banderas ha sido intentar una lucha contra una corrupción que a veces es de bajo nivel, pero muy extendida.
P. Ya hablamos del personaje. ¿Cómo le sienta la vejez al escritor?
R. A los 60 años un novelista está todavía en plenitud de condiciones. Si no tiene grandes problemas físicos, es un momento en que ha acumulado una experiencia y un oficio que lo ayudan mucho a la hora de realizar su trabajo. De todas maneras, la experiencia y el oficio son una ayuda, pero no son una solución. Cada vez que me enfrento a la escritura tengo que aprender a escribir esa novela que estoy escribiendo. Ahora mismo estoy escribiendo una novela que ocurre en distintos escenarios, con muchos personajes, porque tiene que ver con la diáspora cubana de mi generación y me obliga a una estructura completamente distinta de las novelas anteriores. Con los años uno puede sufrir una afectación de ese aparato tan importante en los escritores que Hemingway calificó como “el detector innato de mierda”. Hay escritores que les empieza a fallar con los años, y uno debe tener mucha consciencia.
P. ¿Sus libros reciben menor promoción en Cuba que en otros países de América Latina?
R. Desde hace 23 años tengo una editorial en España que es realmente un lujo (Tusquets), que cuida mucho la promoción de sus autores. Eso me ha permitido tener no solamente ediciones en lengua española, que se distribuyen en España y en toda América Latina, sino también acceder a otros mercados. En estos momentos publico en 25 idiomas. He tenido la posibilidad de escribir para el cine, he tenido recompensas de diferente tipo en diferentes partes del mundo, incluido un premio tan importante como el Princesa de Asturias. En Cuba he ganado todos los premios, pero las ediciones de mis libros siempre han sido limitadas. Por cuestiones de carácter económico o por cuestiones de carácter promocional. Que a veces se pueden confundir, a veces se pueden mezclar o a veces se pueden enmascarar una con la otra. Lo que está muy claro para mí es que Cuba es mi país, mi lugar de residencia. Mi función es escribir, y en Cuba escribo.




Leonardo Padura / El Escritor y sus tiempos

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Leonardo Padura

HAY FESTIVAL 2019

El escritor y sus tiempos

El escritor cubano Leonardo Padura se presentó en el Hay Festival 2019 en conversación con el periodista español Javier Moreno.
Cartagena de Indias
2 de febrero de 2019
"En mis libros se unen la experiencia acumulada y el paso del tiempo. El escritor que empieza hoy una novela, cuando la termina, dentro de 3 ó 4 años, es otra persona”.
En la reedición de su primera novela, Fiebre de caballos, Leonardo Padura reflexiona sobre la marca del paso del tiempo en el autor y su obra. La introducción a esta reedición se presenta como un tipo de digresión sobre el autor, siempre en constante cambio, y su obra, que, aunque no estática, preserva la imagen de ese inicial escritor. Revisitar esa obra se convierte en una indagación sobre una narrativa ya completamente alejada del autor y de los que fueron sus vicios, sus intereses, sus palabras. El texto toma una vida propia. Reencontrarse con él, implica siempre entablar una nueva relación.
Padura habla sobre este cambio y sobre la distancia abismal entre su primera y segunda novela: “[…] cuando dejé el periodismo diario y tuve tiempo y capacidad para volver a enfrentarme al reto de escribir una novela (Pasado perfecto, iniciada a finales de 1989, la obra en que doy vida al personaje de Mario Conde), yo era en realidad otra persona, Cuba era (o empezaba a ser) otro país, el mundo también empezaba a ser distinto […]”. Los cambios en la narrativa de Padura no solo obedecen a una transformación del autor, sino también a una transformación de Cuba y del mundo.
Mario Conde, el protagonista de las novelas policiacas de Padura, no parece estar alejado de esta relación. Es un hombre que se enfrenta al paso del tiempo y al que vemos envejecer y cambiar en cada una de las novelas.  En su conversación con Javier Moreno, Padura habló sobre su más reciente novela, La transparencia del tiempo, y de cómo ésta es esencialmente una novela sobre la relación del hombre con la historia. No es en vano que la novela presente un viaje por cuatro cronologías distintas en búsqueda de una virgen negra y milagrosa. Para Padura ese pasar del tiempo en el marco de sus narrativas también se hace evidente en el tejido social cubano. En los años 70 y 80 la sociedad cubana era muy homogénea, “todos tomaban lo mismo y comían lo mismo” dijo Padura, “teníamos un solo par de zapatos, unos pantalones y dos camisas, pero todos teníamos acceso a una carrera universitaria”.  Sin embargo, desde la crisis de los años 90 el acceso a la universidad dejó de ser un privilegio para todos y según Padura “lo único que se repartió por igual fue la pobreza”. La transformación en la sociedad cubana y el pesimismo en el que resulta, son evidentes en el personaje de Mario Conde, que adopta una posición fatalista ante una vida llena de desilusiones.
Vale la pena preguntarse si este nuevo Mario Conde también responde a su historia, a su contexto político o a un sentir de la sociedad cubana y del mundo. El conversatorio entre Padura y Moreno concluyó oportunamente con el tema de la religión, y esa búsqueda por la virgen milagrosa. Padura se definió como un ateo, con algo de agnóstico que cree en la existencia de Dios, pero dijo que en esta novela, como en Cuba, la gente necesita creer en algo. Fue Moreno quien dijo que esta búsqueda de la virgen era una metáfora, un escape del pesimismo, del abismo fatal de nuestro tiempo, porque como Conde, todos necesitamos algo en que creer.

El excapitán de la policía cubana que recorrió toda la isla en busca de un Chevrolet Impala

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Anselmo Ramírez, en su casa de La Habana junto a la imagen de San Lázaro y su Lada ruso, el pasado 16 de diciembre. 


El excapitán de la policía cubana que recorrió toda la isla en busca de un Chevrolet Impala

La vida de Anselmo Ramírez ha estado marcada por dos pasiones intensas y en apariencia encontradas: la revolución cubana y los coches estadounidenses antiguos


MAURICIO VICENT
3 FEB 2019 - 14:56 COT

El pasado 16 de diciembre, víspera de San Lázaro, el excapitán de la policía cubana Anselmo Ramírez hizo lo que acostumbra a hacer cada vez que llega esa fecha. Desde que en 2005 escapó milagrosamente de un tremendo accidente, el rito es siempre el mismo: esa mañana se levanta temprano, sale a comprar viandas, puerco, cerveza y ron, y cocina para sus amigos una cena con todos los honores, aunque ande corto de plata. La cita es en su casa, en la avenida 51 de La Habana, después de pasar el puente de La Lisa. Allí, al caer la tarde, saca a la calle una imagen de tamaño natural de San Lázaro para que lo veneren los vecinos o quien quiera que pase, y los amigos aguardan juntos comiendo, bebiendo y jugando dominó a que llegue el 17, día del santo más celebrado en Cuba, sea en su versión católica de Lázaro o como Babalú Ayé, en la religión afrocubana de la santería, a quien la gente pide favores y paga promesas aunque uno sea ateo o comunista, por si acaso.
Desde temprano la vida de Anselmo estuvo marcada por dos pasiones intensas y en apariencia encontradas. La primera de ellas, la revolución cubana, a la que dedicó parte de sus mejores días y noches pues llegó a ser escolta de Juan Almeida, uno de los comandantes históricos de Fidel Castro en la Sierra Maestra, y ese contacto de primera mano con la épica guerrillera le capturó. En segundo lugar, estaba su fascinación por los coches estadounidenses antiguos, una fiebre que le llevó a recorrer la isla durante meses en busca de un Chevrolet Impala del año 1959, vehículo que finalmente encontró pintado de negro y en perfecto estado en manos de una joven de La Habana que acabó siendo su amante.


El Chevrolet Impala de Anselmo Ramírez.
El Chevrolet Impala de Anselmo Ramírez. NIGEL YOUNG (CORTESÍA DE IVORYPRESS)


Anselmo tiene sesenta años y hasta hace unos años perteneció a la Policía Nacional Revolucionaria. Por sus méritos el Estado le asignó una moto Ural rusa con sidecar, una motocicleta sin lujos pero indestructible en la que anduvo varios años, hasta que alcanzó el sueño de tener uno de aquellos fabulosos vehículos fabricados en Detroit en la época en que todavía los coches se hacían para que duraran toda la vida. Ser guardaespaldas de uno de los hombres que asaltó con Fidel Castro el Cuartel Moncada y lo acompañó después durante medio siglo en el poder, no resultó un trabajo fácil. Cuando se retiró y acabaron para él las guardias y la tensión permanente, Anselmo se dedicó a la artesanía y a la venta por cuenta propia de adornos y artículos diversos, desde alcancías para niños a imágenes del Che Guevara o figuras de santos católicos y afrocubanos, y de ese modo entró con suavidad a la salvadora área dólar.
El primer coche americano que tuvo fue un Chevrolet 1956, automóvil muy popular en Cuba, aunque de líneas conservadoras. Sin embargo, enseguida Anselmo se enamoró del diseño estilizado del Impala, al que la General Motors bautizó con el nombre del antílope africano por la ligereza de sus formas y la rapidez en su aceleración. “El Impala apareció como modelo Chevrolet en 1958, aunque su verdadero impacto vino un año después, cuando gracias a sus cambios tecnológicos y a la audacia de su diseño, más largo, más ancho y dos pulgadas más bajo que el Bel Air, llegó a convertirse en el coche más vendido en Estados Unidos entre 1960 y 1965”.


Anselmo Ramírez, conduciendo su Impala.
Anselmo Ramírez, conduciendo su Impala. NIGEL YOUNG (CORTESÍA DE IVORYPRESS)


Según Anselmo, aquel Impala, imponente con sus grandes aletas modernistas proyectadas hacia el exterior, supuso una revolución en la industria del automóvil, igual que el triunfo guerrillero transformó radicalmente la sociedad cubana ese año de 1959, cuando Fulgencio Batista huyó del país y los barbudos se adueñaron del poder y de aquellos cochazos. Su primer Impala fue un Sedán de ocho válvulas pintado de rojo mamey. Tenía todo original, “todo el mundo en la calle quería ver con él”, recuerda este excapitán de la policía, que no es religioso pero que como buen cubano sí cree en el poder milagroso de San Lázaro. Por esa fe popular, Anselmo tuvo claro lo que debía hacer después de aquella aciaga tarde en que se le fue el volante a ciento veinte kilómetros por hora, a las afueras de La Habana, en la carretera conocida como La Novia del Mediodía.


El excapitán de la policía cubana que recorrió toda la isla en busca de un Chevrolet Impala
NIGEL YOUNG (CORTESÍA DE IVORYPRESS)


Fue el 4 de junio de 2005, lo recuerda perfectamente. Ese día había llovido y Anselmo volvía con sus dos hijos de compartir tragos y lechón asado con unos amigos. Se le había ido la mano con la cerveza y los palos de ron, y los reflejos y los frenos le fallaron cuando el coche le hizo un trompo sobre el asfalto mojado y se estrelló contra un árbol que el destino puso allí. El Impala quedó destrozado, siniestro total, pero ni él ni sus hijos se hicieron un rasguño.
Cuenta Anselmo que en ese momento solo le quedaban dos mil pesos cubanos ahorrados, poco menos de cien dólares. Con ese dinero mandó hacer una estatua de San Lázaro de tamaño natural, con sus muletas y perros lamiéndole las llagas, y cuando estuvo terminada sacó la imagen a la calle y la veló durante toda la noche para darle gracias por haber salvado a su familia. También le pidió un favor: que pusiera otro Impala igualito en su camino, y así comenzó una aventura delirante que duró un año largo y le llevó por los rincones más remotos del país.


El excapitán de la policía cubana que recorrió toda la isla en busca de un Chevrolet Impala
NIGEL YOUNG (CORTESÍA DE IVORYPRESS)


Un día le dijeron que alguien había visto uno en Nuevitas, un puerto situado a seiscientos veinte kilómetros de la capital, en la provincia de Camagüey, y para allá se fue en un carro ruso destartalado y sin asientos, al volante sobre un cajón de madera de los que se utilizan para cargar vegetales en los agromercados. Cuando llegó, nada. Así recorrió media isla, y cuando ya lo daba todo por perdido le hablaron de un Impala negro de cuatro puertas en buen estado que alguien tenía en La Habana. Fue uno de los últimos coches americanos que entró al país. “Había sido de una doctora del hospital psiquiátrico, que lo compró nuevo en junio de 1959 y prácticamente no lo había usado”, dice Anselmo, que sabe su historia al detalle.
El Impala, al parecer, lo había comprado un emigrado cubanoamericano sesentón que lo puso a nombre de una joven amiga, pero el hombre tuvo problemas con la justicia y nunca más regresó a la isla. Cuando Anselmo conoció a la chica, el vehículo, modelo Sedán V6, con motor Chevrolet 265 y la tapicería roja y blanca en perfecto estado, le dejó impresionado. “Tenía hasta las llaves de fábrica, todo era original”, asegura. La dueña pedía diez mil dólares pero él solo pudo reunir siete mil, y le rogó que le diera un margen para conseguir el dinero antes de enseñarlo a nadie más. Babalú Ayé o San Lázaro lo volvieron a ayudar. Convencida de que su palabra valía, ella se fio de él y le entregó el Impala sin exigirle garantía alguna a cambio, y cosas de Cuba, durante el tiempo que tardó en saldar su deuda ambos se hicieron amigos y luego amantes, y de ese modo la pasión por aquel coche se convirtió en una relación de fuego que durante una buena temporada los consumió a ambos bajo el Trópico de Cáncer.


El excapitán de la policía cubana que recorrió toda la isla en busca de un Chevrolet Impala
NIGEL YOUNG (CORTESÍA DE IVORYPRESS)


Para cuando Anselmo acabó de pagar el Impala el dinero era lo de menos, y desde entonces manejó orgulloso su increíble auto. “No era para llevar turistas ni para alquilar, era mi carro, mi sueño convertido en realidad. Solo algún día le hacía un favor especial a un amigo y lo adornaba para llevar a su hija vestida de novia al Palacio de los Matrimonios, pero nada más”.
Anselmo pertenece al club de autos clásico A lo Cubano, una cofradía integrada por más de 150 adoradores de estos automóviles antiguos que se mantienen caminando de forma inverosímil y sin repuestos gracias al ingente esfuerzo de sus dueños y el ingenio de una legión de mecánicos y torneros, que les adaptan piezas de otros vehículos o las fabrican ellos mismos artesanalmente de modo tan milagroso como San Lázaro.
Durante años Anselmo Ramírez pudo mantener su Impala bien parado. Una heroicidad, pues cada año la gracia le costaba entre arreglos y mantenimientos más de 2.000 dólares, una verdadera fortuna en Cuba. “Al final la vida se impuso: con todo el dolor de mi corazón, hace tres años vendí el Impala”. Muchas veces todavía se despierta en medio de la noche soñando con su coche americano. Pero sin nostalgia. “Nada es lo que era. Uno tiene que saber cuál es el momento de las cosas: igual que revolución hubo una sola y tuvo su tiempo, lo mismo con el Impala. No tiene sentido mirar atrás y lamentarse”. Hace un tiempo se compró un Lada ruso que tiene pintado de blanco y que ruge como un león. El coche tiene una bola de años y le costó una barbaridad, aunque Anselmo sonríe. “Que me quiten lo que he vivido”, dice, y recuerda la frase de Hemingway en El viejo y el mar: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. La gente pasa por la calle, y él mira de reojo a Sán Lázaro.


Los recuerdos de Fernando Gaitán que cuenta Dago García

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Fernando Gaitán

Los recuerdos de Fernando Gaitán que cuenta Dago García

Con humor y nostalgia, el vicepresidente de Producción de Caracol habla del fallecido libretista.
2 de febrero de 2019


“De las cosas que hizo Fernando Gaitán en la televisión colombiana que cambiaron la historia de la telenovela fue que acabó de matar a la Cenicienta, y eso Disney no se lo va a perdonar nunca. Por eso, va a pasar una buena temporada en un ‘purgatorio’ antes de ir al cielo”, dice con humor Dago García.
El vicepresidente de Producción del canal Caracol, quien además es libretista de televisión y cine, fue uno de los amigos más cercanos de Fernando Gaitán y admirador de su trabajo. Y trata de reponerse del golpe de su muerte hablando con humor de lo compartido. 


“Él ayudó a acabar con el mito de la Cenicienta porque antes las heroínas se volvían princesas cuando llegaba el príncipe. Él impulsó el cambio de la perspectiva ética de la mujer, a la que construye su éxito a punta de trabajo, y ya en la cúspide hace realidad el amor”, agrega. 

La amistad de García y Gaitán duró 30 años y los unía mucho más que compartir la letra inicial de sus apellidos. 

“Yo le echo a usted los cuentos que nos contaba Fernando (Gaitán) rapidito, resumidos, pero era un tipo que podía estar narrando una historia durante una hora”, sigue, y aunque pocos lo crean, no hablaban de los proyectos de cada uno o de sus trabajos en canales que siempre han sido competencia, como Caracol, casa de García, y RCN, donde Gaitán dejó sus grandes éxitos. 

Lo suyo era una relación estrecha, cercana, de compinchería. Incluso, García le dio un papel en una de sus películas, 'Mi abuelo, mi papá y yo', en la que lo personificó de un sacerdote que bautizaba a un niño. Según contó García, lo llamó de afán para este rol, y Gaitán, siempre dispuesto a hacer felices a sus amigos, se puso el traje sacerdotal y ‘actuó’.

La última vez que hablaron, cuenta García, fue el lunes. “Íbamos a estar juntos en el Carnaval de las Artes, de Barranquilla, en un conversatorio el 15 de febrero”. 

La charla fue para armar el ‘plan Barranquilla’, desde conversatorio hasta los planes por hacer. 

García y Gaitán se conocieron porque tras un taller de libretos que hicieron García y la también libretista Juana Uribe, quisieron juntar a los creadores de guiones para televisión. 

“Estábamos empezando en nuestras carreras y, sin ningún ánimo gremial, quisimos acercarnos”, dice. Además de García, Uribe y Gaitán llegaron Juan Manuel Cáceres y Mónica Agudelo, entre otros. En el listado de ese momento (finales de los años 80) también estaban Mauricio Navas, Mauricio Miranda y Felipe Salamanca, por nombrar a algunos de esa generación. 

“Fernando y yo teníamos muchas cosas en común: ambos teníamos dos hijas y nos separamos de nuestras primeras esposas como al mismo tiempo (Marta Osorio y Esperanza González, respectivamente). Igualmente, nuestros nietos llegaron en momentos cercanos y pasamos a ocupar cargos administrativos (García en Caracol y Gaitán en RCN, también como vicepresidente de Producción), en tiempos similares”, cuenta. 

“Y, a pesar de que siempre trabajamos en la competencia, esto nunca afectó nuestra amistad. Nunca hablábamos de eso y si lo hacíamos, era para burlarnos de que el uno le estaba ganando al otro”, afirma. 

Además, tuvieron a sus más importantes ‘hijos’ televisivos en épocas cercanas. Mientras 'Yo soy Betty la fea' nació en 1999, el de García, 'Pedro el escamoso', llegó al mundo de la televisión nacional en el 2001.

Nunca hablábamos de nuestros trabajos y si lo hacíamos, era para burlarnos de que el uno le estaba ganando al otro
“Nuestra generación de libretistas venía recogiendo lo sembrado por grandes como Julio Jiménez, Marta Bossio y Bernardo Romero. El paso fue darle un estatuto al personaje cómico como protagonista y hacer esa tarea en la telenovela”, precisa.

Y aunque los dos, en las épocas de Betty, anduvieron mucho como habitantes de la rumba, “yo me envejecí y Fernando se quedó joven. Yo le decía que le lucía la noche y la noche le lucía a él”. 

En ese mundo nocturno, Gaitán tuvo tres bares, “pero él fue mal negociante. Y para ser buen negociante se necesita tener desconfianza. Fernando no veía competencia en los demás, solo lo bueno. Era más generoso de lo que le convenía. Yo digo que fue un buen cliente, pero un mal dueño”. 

Entonces, todo lo puso en las telenovelas que escribió. Y, aquí, García afirma que otro de sus atributos fue dar el paso de “la novela aristocrática a la burguesa. En sus creaciones, la fuente de riqueza era el trabajo. Y si no se trabajaba, había crisis. La mala empresa quebraba, muy lejos de las series gringas donde los ricos son ricos para siempre”, comenta. 

Pero hay más. García dice que nunca entendió cómo Gaitán era capaz de volver emocionante una junta directiva de una empresa. “Yo creo que ha sido el único escritor del mundo que ha logrado que una reunión financiera dure 15 capítulos y la gente no se aburra”, como sucedía en 'Café' con Cafexport y en 'Yo soy Betty la fea' con Ecomoda. 

Los cuentos largos, de mínimo una hora, en los que Gaitán era protagonista se acabaron. “Se fue el mejor contador de cuentos, mucho mejor que guionista. Nos va a hacer mucha falta. De verdad, mucha falta me va a hacer”.

Vuelve 'Yo soy Betty la fea'. Este lunes y de lunes a viernes, en el horario de las 10 p. m., RCN transmitirá de nuevo esta producción, la máxima creación de Gaitán.


El mismo día. Con siete años de diferencia, el mismo día (29 de enero), fallecieron la libretista Mónica Agudelo y Gaitán, grandes amigos. Felipe Agudelo, hermano de Mónica, dice que aunque no cree en esas cosas, sí lo sorprendió.

Agradecimiento. David Ramírez, quien representó a Wilson Zastoque, el vigilante de Ecomoda en ‘Yo soy Betty la fea’, fue uno de los actores que más tiempo permaneció en la despedida de Gaitán. Dijo que tenía mucho que agradecerle al libretista, que en sus inicios en ‘Betty’, siempre le escribió líneas.

Recuerdos. Sandra Gaitán, hermana de Fernando Gaitán, cuenta que de niño, él se inventaba historias en torno a Mickey Mouse y hacía radionovelas en las que el libretista era el experto en los caballos.

La guerrera. Sandra Gaitán también contó que su hermano la empoderó y que de verdad, ella se siente una guerrera como Gaviota, de 'Café', telenovela que él le ayudó a transcribir durante cuatro meses.


EL TIEMPO



Moisés Naím / ‘En Venezuela ahora todo dependerá de las fuerzas armadas’

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Moisés Naím

‘En Venezuela ahora todo dependerá de las fuerzas armadas’

Moisés Naím explica la situación de su país en 'Dos espías en Caracas'. Estuvo en el Hay Festival.
Armando Neira
3 de febrero de 2019

Moisés Naím es hoy uno de los más rigurosos e influyentes analistas venezolanos. Sus columnas semanales son publicadas por un gran número de diarios de todo el mundo. En ellas interpreta la realidad. Sin embargo, para él, como para la mayoría de sus compatriotas, la situación de su país se salió de toda lógica, tanto que lo llevó a un intento tan inédito como sorprendente: explicarla a través de la ficción. Por eso vino a la XIV edición del Hay Festival en Cartagena para presentar su novela Dos espías en Caracas.
A estas alturas de su vida, ¿qué hace usted de novelista?

Estoy tratando de contar la historia de la Venezuela de Hugo Chávez tal como yo creo que ocurrió, pero ante la imposibilidad de comprobar algunas situaciones que fueron secretas, furtivas, clandestinas, decidí hacerlo a través de la literatura.

Con sus pergaminos, ¿valió la pena arriesgarse por el incierto camino de la literatura?
Por supuesto que sí, valió la pena. Decidí utilizar las mismas técnicas de investigación y del periodismo para tratar de entender la realidad de lo que ocurre en Venezuela y podérsela explicar a los lectores. Con las columnas de opinión yo me sentía insatisfecho porque sabía que estaban ocurriendo demasiadas cosas que no podía contar porque eran clandestinas. Era muy difícil de demostrar, pero yo sabía que habían sucedido, confirmado con fuentes fidedignas que me lo transmitían, pero difíciles de demostrar. Así que aquí está la novela.

¿Un científico de las ciencias sociales cómo se siente poniendo metáforas?
Usé todas las técnicas narrativas aprendidas, eso sí, durante toda una vida de lectura para poder hacer una historia de ficción que se acerca mucho más a la realidad que las historias de realidad que nos han vendido. Al hacerlo me siento absolutamente liberado.

Para un escritor, el primer párrafo es un reto. ¿Por qué usted arranca con una escena de amor en La Habana?
Una de las sorpresas más grandes que he tenido en mi vida, que es casi inexplicable, es por qué los venezolanos tardamos tanto, primero con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro, en saber que Fidel y Raúl Castro tenían una influencia determinante en nuestra realidad. Lo hacían de una manera tan inteligente y tan secreta que fueron muy eficaces.

¿Así como en la novela, en La Habana está la raíz de los problemas de Venezuela?
Naturalmente que sí. Ellos llevan muchos años interviniendo los asuntos de otros países, pero a nosotros nos tomó mucho tiempo en descubrir que Hugo Chávez les había dicho a los Castro que nos tomaran y nos ocuparan. Por eso, la enorme cantidad de cubanos en los aparatos de seguridad en el Estado venezolano, en la Policía. Ellos eran los que influían de manera determinante tanto en la represión como en los planes económicos.

Pero ¿eso es así?
Sí, es una sorpresa, pero es real. Un país quebrado, muy pequeño, logra dominar a uno más grande, rico, con una de las reservas de petróleo más grandes del planeta y le impone sus condiciones ideológicas.



‘En Venezuela ahora todo dependerá de las fuerzas armadas’


Portada Dos espías en Caracas, de Moisés Naím.
Foto:
Archivo EL TIEMPO
Al margen de la postura ideológica de un gobierno, en teoría lo que busca es progresar, ¿por qué se dio el desastre económico?

No para todos. En la cúpula del chavismo son inmensamente ricos. Los que hoy protegen a Maduro se han hecho millonarios a costa del sufrimiento de las mayorías.

Su novela es un viaje a la Venezuela de Chávez. ¿Qué opina de él?
Yo creo que Hugo Chávez quería el bien de los venezolanos, sinceramente él quería ayudar a Venezuela y especialmente a los más pobres. Pero al mismo tiempo que albergaba ese sentimiento de nobleza, sufría de otro que yo he llamado la necrofilia ideológica. Como usted sabe, la necrofilia es una perversión que sufren algunas personas que se enamoran de cadáveres, y eso le pasó a él: se enamoró de una idea muerta, probada una y otra vez en el fracaso. Él se enamoró de una ideología muerta que simbolizaba Fidel Castro. A Chávez le ganó su enamoramiento por Fidel Castro. 

¿Por qué cree que Chávez, en vísperas de su fallecimiento, designó a Maduro, que es tan hosco políticamente?
Nicolás Maduro fue formado en Cuba. Él recibió toda su preparación en la escuela de cuadros de la isla y hoy es el más títere. Había podido ser Diosdado Cabello, pero este es más autónomo e independiente e incómodo, por eso Cuba decidió que fuera Maduro.

Usted es uno de los más rigurosos analistas de Venezuela. ¿Cómo se siente con dos presidentes?
Con uno. Porque el otro, que es Nicolás Maduro, no es presidente, él es un usurpador del poder. Hay que recordar que el año pasado él decidió que iba a haber unas elecciones no contempladas en la Constitución. De manera arbitraria las ganó porque no permitió que sus rivales participaran porque los encarceló o los mandó al exilio. Utilizó todos los abusos y trucos para ganarles.


¿Qué pasó entonces?
Pues que las ganó de manera ilegítima. Nadie, sin embargo, en el mundo, salvo algunos socios de él y unas dictaduras, lo reconocieron como gobernante. Eso pasó en mayo del 2018, y este 10 de enero, que era la toma de una juramentación ilegítima, era la toma de posesión de la Asamblea Nacional, del Congreso, que es el último resquicio de democracia de nuestro país. Ese mismo día asumió Juan Guaidó.

¿Qué cree que va a pasar en su país?
Es de una audacia enorme tratar de predecir qué es lo que va a ocurrir en Venezuela. Yo no lo sé. Hay varios escenarios, hay algunos benevolentes y nobles y otros que son malignos y abusivos. Todo va a depender al final de las fuerzas armadas de Venezuela, de su disposición a seguir sirviendo como guardia pretoriana de un usurpador.

¿A qué cree que están dispuestas las fuerzas armadas?
Lamentablemente puede haber algunos elementos que podrían estar dispuestos a salir a matar a su propio pueblo con tal de mantener en el poder a Nicolás Maduro.

¿Por qué cree que hay esa posición en algunos militares?
Por una combinación de dinero y miedo. Maduro ha sido muy eficaz en darles a los militares, sobre todo a los militares de alto nivel, todo tipo de prebendas, puestos, dinero, mandos en las empresas del Estado que los ha hecho muy ricos. Hoy en día, casi que sobrevivir en mi país es tener acceso a los recursos mal habidos que maneja el Estado.

No quisiera mencionarlo, pero ¿hay posibilidades de una guerra civil?
Por supuesto que sí. Las guerras civiles las hacen facciones de las fuerzas armadas que se enfrentan entre sí, quedan divididas en una o más facciones y empiezan las tragedias a las que luego se les empiezan a sumar civiles. Ese, por supuesto, es un escenario espantoso a indeseable que hay que hacerlo imposible para que no ocurra.

¿Y una intervención militar?
Es igual de horrorosa. Lo que ha ocurrido en otros países ha sido un desastre. Hemos visto cómo quedaron Siria, Libia, Irak, hay que tener mucho cuidado con cualquiera de estas dos posibilidades. Maduro debe irse y hay que hacer una transición gradual con las fuerzas armadas para que se ajusten al ordenamiento jurídico.

¿Cómo ve el papel que está jugando Colombia?
Los venezolanos nunca olvidaremos la manera como Colombia está tratando este problema: la llegada de refugiados venezolanos en masa, muchos en la pobreza tratando de buscar algo de comer, y Colombia abriéndoles los brazos. El mundo tiene que aprender de Colombia la fraternidad y la humanidad con la que aquí se ha tratado a los inmigrantes. Eso es un ejemplo que ustedes le están dando al planeta.

¿Por qué cree que Colombia está respondiendo así?
Es la grandeza de Colombia. ¿Por qué en Colombia existe esta actitud y estos gestos de bondad mientras en el resto del mundo toleran tan poco a los inmigrantes? Eso habla muy bien de Colombia. En Europa, por ejemplo, aparecen monstruos políticos que impulsan la xenofobia y la intolerancia, aquí no pasa así, y eso es una actitud ejemplar.

¿Por qué Juan Guaidó y no, por ejemplo, Leopoldo López, María Corina Machado, Henrique Capriles?

No hay que negar que la oposición en semejante opresión durante tantos años se resquebrajó, se fragmentó y se metió autogoles, y aparece esta figura joven, una cara nueva que ha prometido lo más importante: cumplir la Constitución. Él lo ha dicho, y le creemos. Su mandato será para organizar unas elecciones limpias, él es un demócrata, es táctico, es estratégico. Lo ha hecho realmente muy bien. 

Tiene 35 años, es muy joven...
Su edad representa la esperanza, el futuro.



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