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Claudio Magris / Boris Pahor / El Holocausto con voz eslovena

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El Holocausto con voz eslovena

Babelia avanza en primicia el prólogo que Claudio Magris ha hecho para el libro imprescindible de Boris Pahor, 'Necrópolis' (Anagrama), sobreviviente del nazismo



WINSTON MANRIQUE SABOGAL
Madrid 26 ABR 2010 - 05:17 COT



"Es una de las obras maestras de la literatura del Holocausto" Con esta contundencia define Claudio Magris Necrópolis, de Boris Pahor, uno de los sobrevivientes eslovenos del horror del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. El escritor italiano se refiere en esos elogiosos términos en el prólogo que acompañará la edición española del libro que Anagrama pondrá a la venta el próximo 13 de mayo. Ante la trascendencia del valor testimonial y literario de Necrópolis, Babelia adelanta hoy este texto de Magris en ELPAIS.com, donde tras estas páginas el lector se encontrará con un Boris Pahor cuyo nombre y obra queda ya unido al de otros autores que han narrado desde su experiencia el infierno del Holocausto, tales como Primo Levi, Elie Wiesel, Imre Kertész, Robert Antelme y Jorge Semprún.

"La mirada micrológica del autor atrapa lo esencial -el horror difícilmente expresable- desde partículas aparentemente insignificantes y coloca cada cosa, aunque sea mínima, dentro de una perspectiva global, dentro de la totalidad de la vida y de los procesos naturales e históricos". Es la mirada del italiano Magris sobre el texto que ha creado Pahor, un hombre de 97 años nacido en Trieste y que estuvo en varios campos de concentración como Dachau y Natzweiler-Struthof en la Alsacia francesa, y el primero de los campos de la muerte que fue descubierto por los Aliados en 1944.
Una historia que parte, se reconstruye y vivifica a partir de una visita que Boris Pahor realiza a ese antiguo campo de la muerte de la Alsacia en medio de los turistas que hoy lo recorren. A partir de ahí, el autor logra imbricar de manera natural ese presente bullicioso de gente que pasea y quiere homenajear y no olvidar, con el infernal pasado evocado y revivido en una prosa poética. El escritor entabla un diálogo consigo mismo y con el resto del mundo. Todo ello esparcido de reflexiones sobre sentimientos, emociones, ideas y sensaciones conocidas y desconocidas que crean una cartografía de lo mejor del ser humano pero también de los precipicios empeñados en crear él mismo.
Boris Pahor

"Con este gran libro Pahor afronta la tortuosa pesadilla de la culpabilidad del superviviente, de quien ha regresado", analiza Claudio Magris, autor de títulos como El Danubio. "Él no se deshace de la culpa, la asume como asume la presencia a cada instante de su existencia vivida en la necrópolis, que no sólo es la necrópolis de ese lugar y de los campos de concentración, sino la existencia en general".
La narración de Pahor describe un mundo aterrador creado por Hitler y el nazismo que aunque ya contado por otros autores aquí parece y se aparece diferente. Su voz, con sus frases, metáforas y recuerdos son como una cerilla que se enciende en la oscuridad del mal.
Una de las imágenes que podría acercarse a lo que este libro contiene en forma y fondo y su trascendencia es la coincidencia y fusión de un hecho fortuito de la naturaleza con la maquinación del ser humano: "Así, la luz sorprendió en su nido a un gorrión que había muerto de hambre antes de que le saliesen las plumas y que ahora se mueve inerte de acuerdo con los movimientos de la mano que ejecuta las órdenes del examinador".
Es la vida de un Boris Pahor que de joven tuvo la suerte de tener el dedo meñique malo, cubrirlo con una venda y gracias a eso poder contarlo. Un hecho "bendito" que le permitió "jugar al escondite con el destino". Las páginas de Necrópolis también repasan la historia del pueblo esloveno, su cultura, el destino que por momentos se ensaña con ellos mientras ellos se rebelan contra la asimilación. Una obra imprescindible como escribe Magris en el prólogo que se puede leer hoy en la edición digital de este diario.
Ya en las páginas del propio libro se escuchan voces, pisadas, lluvias; escapan susurros; se ven los uniformes a rayas blancas y violáceas, la oscuridad; se percibe la esperanza que habita detrás de los montes Vosgos que no llegará hasta 1944; se siente el frío de la nieve, el anhelo y los remordimientos por comerse el pan del que ya no volverá; los temores agazapados que no dejan dormir. "La puerta sigue cerrada. En el bosque empieza a ulular un búho, surgido de repente de la imaginación amedrentada de un niño que se ha dejado llevar por el cuento de su abuela. El suelo está sembrado de bultos de los que crecen blancos cuerpos desnudos".


Wilkie Collins / La piedra lunar / Novela fundacional del género negro

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‘La piedra lunar’, novela fundacional del género negro, genial y copiada hasta la saciedad

La obra de Wilkie Collins, ahora reeditada en español, es un monumento de una modernidad que acongoja


JUAN CARLOS GALINDO
5 ENE 2017 - 04:19 COT





Las distintas voces que se suceden en la narración, los puntos de vista cambiantes y la gran cantidad de personajes no quitan ni un gramo de interés a esta novela fundacional. Las referencias de los propios narradores, protagonistas todos de la historia, a la narración en sí, a quién va a contar el próximo capítulo o cómo vamos a disfrutar con lo que viene son de una modernidad que acongoja.

Decía Borges a todo el que le quisiera escuchar que esta novela “pertenece a la estirpe de los libros inolvidables”; en Sangre en los estantes Paco Camarasa asegura que su creador “sabía someter al lector a una tensión constante, multiplicando los narradores y complicando inteligentemente sus intrigas”; T.S Eliot afirmó que se trata de “la primera, la más larga y la mejor de las novelas británicas contemporáneas de detectives”. ¿De qué hablamos? Evidentemente, de La piedra lunar de Willkie Collins (Londres, 1824-1889), ahora reeditada por Navona en su colección de Ineludibles, en una excelente edición con una nueva traducción de José Luis Piquero. 
Un diamante de procedencia legendaria, una familia acomodada, una hermosa joven y un robo sirven a Collins como excusa para desplegar una potencia narrativa y una capacidad para el diálogo y el desarrollo de personajes inauditas. Con un lenguaje poderoso y una estructura moderna y copiada después hasta la saciedad, Collins nos lleva de la mano por este mundo victoriano de clase alta. 
El relato pasa del costumbrismo a lo procedimental, con voces unas veces hipnóticas, otras patéticas (la de la prima beata de los protagonistas es el mejor ejemplo), otras simplemente geniales. Resulta inolvidable Betteredge, sirviente leal de la familia, amigo del joven Franklin, cuya única fuente de análisis de la vida es el Robinson Crusoe, que lee y relee en manoseadas versiones hasta la saciedad y donde encuentra siempre una clave que explica la realidad. Por no hablar del sargento Cuff, ese caballero infalible obsesionado con el cultivo de rosas. 
Excepto cuando incluye algunas historias dentro de la historia, cuentos exóticos que no me interesan tanto, el ritmo no se resiente en ningún momento durante las 560 páginas. Collins era un maestro azuzado por la necesidad: si el lector no se enganchaba, el semanario donde publicaba (All year around, dirigido por un tal Charles Dickens) abandonaba la historia. Sí, como en las series de televisión que no pasan del tercer capítulo pero hace siglo y medio. 
Cuando llega el turno de Franklin, primo de la joven y bella Rachel, de la que está perdidamente enamorado, y la historia se acerca lentamente a su resolución, se ve la maestría del autor para jugar con los personajes y con el público. Cuando aparece en escena el insoportable Godfrey Ablewhite, pretendiente de Rachel, hombre de intachable reputación, la hipocresía de la sociedad victoriana queda al descubierto, retratada de manera inmisericorde. Lo mismo ocurre cuando es el turno del servicio o de ciertos truhanes. Cuando entra en los detalles de los efectos del opio, al que Collins era algo más que aficionado, se ve el descaro con el que era capaz de tratar cualquier tema. 
Es una locura de libro. Es increíble que esté escrito en el siglo XIX, que todavía hoy muchos imitadores no se acerquen ni de lejos a su modernidad. Lean y disfruten.

Ángeles Mastretta / El secreto de Jane Austen

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Dos siglos después

El secreto de Jane Austen


Hace dos siglos, tal día como hoy, aparecía 'Orgullo y prejuicio', de Jane Austen, una de las obras esenciales de la literatura universal



    La escritora británica Jane Austen (1777-1817) / EL PAÍS
    La sabiduría es mejor que el ingenio y, a la larga, sin duda, tendrá la risa de su lado.
    Jane Austen
    Hay escritores que nos gustan, escritores a los que admiramos y escritores a los que quisimos desde el primer párrafo del primer libro suyo que nos tuvo entre sus manos. Escritores entrañables cuyas historias se vuelven parte de las nuestras. Jane Austen (1775-1817) es una de ellos. No solo es admirable o fascina, sino que sus novelas son un legado esencial que cuanto más pronto se entrega con más alegría se contagia.
    No mucho antes de que la querida Jane se volviera una celebridad del siglo veinte, yo le regalé a mi hija, de trece años, la novela que a partir de entonces es la llave de nuestras mejores conversaciones. Porque desde los noviazgos hasta los acantilados encuentran cobijo en la sencillez y la inteligencia de lo que narra.
    Hay, tras la voz que escribe Orgullo y Prejuicio, una mujer sabia que, a los veinte años, discierne como si llevara cincuenta reflexionando sobre los vicios y virtudes de los seres humanos. En medio de una vida tranquila, dentro de una familia armoniosa y de costumbres sencillas, Jane escribió, para leerles a sus hermanos, historias que resultan emocionantes porque tras el cuento de quién se casa con quien, ella entrega la fuerza de una narradora capaz de desentrañar los entresijos de un mundo mucho más complejo que el regido por las formas y las apariencias de su tiempo. ¿Cómo no leerla con humildad y sin prejuicios, con asombro y devoción?

    Primera página de la edición de 'Orgullo y prejuicio', de Jane Austen, del 28 de enero de 1813. / EL PAÍS
    No digo nada nuevo al afirmar que, mientras Jane escribía, el mundo de las mujeres terminaba en la puerta de sus casas. Por inteligentes que fueran: la mamá de Jane era una mujer ilustrada, que al tiempo en que cuidaba una casa con siete hijos y varios alumnos de su marido, alcanzó a tener tiempo para escribir algo de poesía. Cierto que Jane tuvo a su alcance los libros de la biblioteca de su padre y que pudo leer desde niña con placer y alegría, pero no hubo en ella ni el remoto sueño de convertirse en alguien cuya primera y explícita profesión fuera escribir. Menos aún imaginar el reconocimiento y la exaltación de su trabajo.
    Hace tiempo intenté, como cualquier lector incauto, indagar qué amores, qué precisa memoria había urgido a Jane a escribir. Leí lo que pude sobre su vida en Pemberly, el cariño de su padre, el gusto por sus hermanos, su intensa amistad con Cassandra, su hermana. Leí de su gusto en el campo y su reticencia en Bath, leí sus cartas, su fervor y quise relacionar las nimiedades que se saben y lo mucho que se ignora con los libros de la distinguida y encantadora missAusten. Como si alguien que se dedica a escribir no debiera saber que la realidad es una anécdota más entre las muchas que imagina un escritor. Así las cosas, conseguí estar segura de que Elizabeth Bennet, el personaje esencial de Orgullo y prejuicio, fue una mujer audaz que lo sigue siendo, como fueron y siguen siendo: su mamá un soliloquio en voz alta, sus hermanas menores unas frívolas, su papá un lector escéptico, su hermana mayor una suave y hermosa criatura. Pero que no es de la biografía de Jane, sino de su talento, su sentido del humor, su mirada y su imaginación, que salieron estos personajes.
    Pionera sonriente, Jane hizo su camino sin aspavientos, pero no creo que ignorando la fuerza de su literatura. Jamás escribió nada en que hablara de sí misma como la creadora de algo excepcional, pero tiene que haber sabido que su prosa encantaba y era de una elegancia y de una sonoridad nada usual. No creo que imaginara cuánto íbamos a quererla doscientos años después, ni de qué modo sus libros iban a entrar por nuestras casas en todos los idiomas y por todos los medios, haciéndonos saber que la incertidumbre y la honradez, la fuerza de las convicciones y la generosidad, siguen siendo actuales.

    Los ojos de Jane Austen eran premonitorios. Alguien creería que estoy loca si digo que fue una feminista, pero la verdad es que ninguna de sus heroínas tuvo a bien suicidarse para salir de un entuerto, mejor lo desafiaban como ahora se supone que debe hacerse
    Vivir en un pequeño pueblo, la patria y el destino de Jane Austen, nos sucede a todos. Cualquier mundo es un pañuelo y en cualquier lugar la gente va haciendo la vida diaria mientras elige o abandona. Como en los libros de Jane Austen. Por eso fascina el irónico deseo de lo ideal que hay en sus historias. Por eso es posible imaginar que se parecen a las nuestras.
    Gente que tiembla con los preparativos de una fiesta, que ve los viajes como expediciones y los noviazgos como una duda entre dos templos, habrá en todos los tiempos. Personajes como esos que creían en que la confusión tiene remedio y por su causa eran capaces de meterse en lo inaudito, sigue habiendo. Sobre todo, gente con ojos capaces de imaginar el destino como algo en lo que uno puede incidir, es tan crucial ahora como fue entonces.
    Los ojos de Jane Austen eran premonitorios. Alguien creería que estoy loca si digo que fue una feminista, pero la verdad es que ninguna de sus heroínas tuvo a bien suicidarse para salir de un entuerto, mejor lo desafiaban como ahora se supone que debe hacerse. Y se hacían dueñas de sus vidas por obra y gracia de su santa voluntad. Como la propia Jane. Sola, mejor que mal acompañada. O como Elizabeth Bennet, excepcional y drástica, sencilla y elocuente.
    Escribir es un juego de precario equilibrio entre el valor y la soberbia. También entre sus opuestos: el miedo y la humildad. A veces ninguno alcanza para contarlo todo. Ahí mismo está el secreto de la señorita Austen. Y su enseñanza: en ese equilibrio.
    De tal secreto da fe Orgullo y prejuicio, la bendita novela que ahora cumple doscientos años, tan radiante y sabia como nunca.


    Jane Austen en el bolsillo / Orgullo y prejuicio / Tapas

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    Keira Knightley como Elizabeth Bennet y Matthew Macfadyen como Mr Darcy
    Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
    Una película de Joe Wright

    Jane Austen en el bolsillo : Orgullo y prejuicio

    TAPAS

    Paco Ibáñez
    28 de enero de 2013



    Una larga gestación 

    'Orgullo y Prejuicio' fue publicada originalmente el 28 de enero de 1813, aunque su génesis se remonta a más de 10 años antes, cuando Jane Austen apenas había cumplido los 20 años. En los primeros ejemplares, se editó en tres volúmenes, no aparecía el nombre de su escritora.



    El pavo real, signo de orgullo 
    Una de las portadas más célebres es la que realizó Hugh Thomson para una edición de 1894. La relación entre el ilustrador y la obra de Austen fue muy importante, ya que diseñó las cubiertas de numerosas ediciones de algunos de sus trabajos más relevantes como Sentido y sensibilidad, en una edición de 1896, Emma (edición de 1896), Mansfield Park (edición de 1897), Northanger Abbe y Persuasión (ambas en 1898).




    Un borrador de primeras impresiones 
    En un origen la novela iba a llamarse 'First Impresions', pero en el tiempo transcurrido entre el borrador y su edición definitiva se publicaron otras dos obras bajo ese mismo nombre. Este primer título fue rescatado en una obra de Broadway basada en la novela de 1959.


    Best seller bicentenario 
    Según datos aportados por la consultora Nielsen, 'Orgullo y Prejuicio' sigue siendo todo un best seller 200 años después de su primera publicación. Vende más de 110.000 copias al año en todo el mundo y en las diferentes páginas de Amazon se pueden encontrar hasta 130 versiones. Además, la novela ha sido traducida a más de 35 idiomas.





    Una celebración muy significativa 

    Para celebrar tan importante efeméride, Alba y Austral publican ahora sendas ediciones conmemorativas. El catálogo de Alba cuenta con gran parte de la obra de la escritora, mientras que Austral viene editando en los últimos tiempos cuidadas reediciones de clásicos como 'David Copperfield', 'Ana Karenina' o 'Rojo y Negro'.




    Tesoro nacional 
    La obra cumbre de Jane Austen es además un orgullo nacional. Suele colarse en las listas de las mejores novelas del Reino Unido de todos los tiempos. En 2003, la BBC realizó una gran encuesta para determinar el libro favorito de los británicos. Entre los 200 títulos resultantes, tres pertenecían a Jane Austen, y cómo no, 'Orgullo y Prejuicio' ocupaba el puesto más alto, solo apartada de la primera posición por 'El señor de los Anillos', cuya versión cinematográfica triunfaba por aquél entonces en las pantallas de medio mundo.





    Jane Austen en el bolsillo 
    Que un libro sea publicado por la editorial de bolsillo Penguin suele ser síntoma de que se trata de una obra importante. Pues bien, 'Orgullo y Prejuicio' no solo aparece en el catálogo de la prestigiosa editorial sino que lo hace en un gran número de ediciones y colecciones.





    Nabokov / Pienso como un genio y hablo como un niño

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    Vladimir Nabokov
    PIENSO COMO UN GENIO 
    Y HABLO COMO UN NIÑO


    Estas son las opinione del autor de Lolita expresadas en Apostrophes, el célebre programa de televisión de Bernard Pivot.

    “Soy un escritor americano nacido en Rusia, educado en Inglaterra, donde estudié literatura francesa, antes de pasar quince años en Alemania”.

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    “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño”.

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    “En Cornell exigía a mis alumnos la pasión por la ciencia y la paciencia de la poesía”.

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    “La realidad es un asunto muy subjetivo. Suelo definirla como una suerte de acumulación gradual de información, como una especialización”.

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    “¿Por qué escribí Lolita? Fue interesante hacerlo. Después de todo, ¿por qué escribí cualquiera de mis libros? Por el placer de hacerlo, por la dificultad”.

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    “Me estremezco retrospectivamente cuando recuerdo que hubo un momento, en 1950, y luego en 1951, en que estuve a punto de quemar el pequeño diario negro de Humbert Humbert. No, jamás me pesará Lolita. Fue como la composición de un bello rompecabezas... su composición y solución al mismo tiempo, puesto que la una es una visión reflejada de la otra, según se mire”.

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    “Probablemente sea yo el responsable del hecho extraño de que la gente ya no ponga Lolita a sus hijas. He sabido de algunas perritas de aguas a las que se ha dado ese nombre desde 1956, pero no de seres humanos”.

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    “Lolita tenía doce años, no dieciocho, cuando Humbert la conoció. Quizá recuerde que hacia la época en que tenía catorce, Humbert se refiere a ella como a su ‘querida que envejece’ ”.
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    “Pregunta: ¿Qué escenas le gustaría haber filmado?
    Respuesta: [entre otras] Los pícnics de Lewis Carroll. Las suyas [de Lewis Carroll] eran pequeñas nínfulas tristes y flacuchas, arrastradas por el suelo o medio desvestidas, o aún más, semi-despojadas de colgaduras, como si participaran en un juego de adivinanzas polvoriento y terrible”.

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    “El libro de un artista no se lee con el corazón (el corazón es un lector notablemente estúpido) ni con el cerebro solamente, sino con el cerebro y la espina dorsal: Señoras y señores, el hormigueo de la espina dorsal les dice lo que realmente sintió el autor y lo que quiso que sintieran”.

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    “Mis obras maestras más grandes de la prosa del siglo XX son, en este orden: Ulises de Joyce, La metamorfosis de Kafka, Petersburg de Biely y la primera parte del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido”.

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    Sobre Freud: “Que los crédulos y los mediocres sigan creyendo que todos los males mentales pueden curarse mediante una aplicación diaria de viejos mitos griegos en sus partes privadas”.

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    “Mi consejo al crítico literario que se inicia sería el siguiente: aprenda a distinguir lo trivial. Recuerde que la mediocridad medra con las ‘ideas’. Cuidado con el mensaje de moda. Pregúntese si el símbolo que ha descubierto no es su propia pisada”.

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    “Recuerdo a Vladislav Hodasevich, el más grande poeta de su tiempo, que se quitaba la dentadura postiza para comer cómodamente, como lo habría hecho un noble”.

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    “Los escritores que provienen de otros parecen versátiles porque imitan a muchos, pasados y presentes. La originalidad artística no puede copiarse más que a sí misma”.
    Finnegan’s Wake me es indiferente, lo mismo que toda la literatura regional escrita en dialecto... aunque sea el dialecto de un genio”.

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    “Soy un ardiente escritor de memorias con una memoria pésima; un recordador distraído de un rey soñoliento”.

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    “La mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo”.

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    “En el arte superior y la ciencia pura, el detalle lo es todo”.

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    Sartre lo incluye, al igual que a los miembros del Nouveau Roman, entre los antinovelistas: “Soy inmune a todo tipo de opinión y simplemente ignoro qué es específicamente una ‘antinovela’. Toda novela original es ‘anti’ porque no se parece al género o especie de su predecesora [...] Hay una sola escuela, la del talento”.

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    “P. ¿Cuál es su posición dentro del mundo de las letras?
    R. Muy buena, vista desde aquí arriba”.

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    “El presente es sólo la cúspide del pasado, y el futuro no existe [...] El Tiempo es un medio fluido para el cultivo de las metáforas”.






    Vladimir Nabokov / Un novelista de nombre impronunciable

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    Vladimir Nabokov
    UN NOVELISTA
    DE NOMBRE IMPRONUNCIABLE
    Por Herbert Gold
    Traducción de Yomar González
    The Paris Review 
    (Summer-Fall 1967 No. 41)

    Herbert Gold (H.G.): Buenos días. Pretendo hacerle cuarenta y tantas preguntas.

    Vladimir Nabokov (V.N.): Buenos días. Estoy listo.

    H.G.: Su sentido de la inmoralidad en la relación entre Humbert Humbert y Lolita es muy fuerte. En Hollywood y Nueva York, sin embargo, son frecuentes las relaciones entre hombres de cuarenta con chicas ligeramente mayores que Lolita. Se casan sin que se vea como un agravio público; más bien se ve con cierto agrado.

    V.N.: No, no es mi sentido de la inmoralidad en la relación entre Humbert Humbert y Lolita; es el de Humbert Humbert. A él le importa, no a mí. Me importa muy poco la moral pública, en Estados Unidos o en cualquier otra parte. De cualquier modo, esos casos de cuarentañeros que se casan con adolescentes que rondan los veinte, no tienen nada en común con Lolita. A Humbert Humbert le gustaban las niñas, no simplemente las jovencitas. Las ninfetas son jovencitas-niñas, no son jóvenes estrellas ni “gatitas sexuales”. Lolita tenía doce años, no dieciocho, cuando Humbert Humbert la conoció. Quizás recuerde que para la época en que tiene catorce, se refiere a ella como su “amante avejentada”.

    H.G.: El crítico Pryce-Jone ha dicho sobre usted “sus sentimientos no se parecen a los de nadie más”. ¿Lo considera acertado? ¿O quiere decir que usted conoce sus propios sentimientos mejor que los demás conocen los suyos? ¿O quiere decir que se ha descubierto a sí mismo en otros niveles? ¿O simplemente que su historia es única?

    V.N.: No recuerdo este artículo, pero si un crítico hace una declaración semejante, debe haber explorado, cuando menos, los sentimientos de millones de personas, de tres países como mínimo, antes de llegar a esta conclusión. Si es así, soy realmente un tipo pájaro raro. Por otro lado, si se limitó sólo a hacer la encuesta entre los miembros de su familia o de su club, su aseveración no se puede discutir seriamente.

    H.G.: Otro crítico ha escrito que sus “mundos son estáticos. Pueden alcanzar cierta tensión por las obsesiones, pero no se desarman como los mundos de la realidad cotidiana”. ¿Está usted de acuerdo? ¿Existe una cualidad estática en su visión de las cosas?

    V.N.: ¿La “realidad” de quién? ¿”Cotidiana” dónde? Permítame sugerir que el término de “realidad cotidiana” es profundamente estático ya que da por supuesto una situación que puede observarse de modo permanente, esencialmente objetiva y universalmente conocida. Sospecho que se ha inventado a ese experto en “realidad cotidiana”. Tampoco existe.

    H.G.: Claro que existe. Un tercer crítico dijo que usted “disminuye” sus personajes “hasta el punto en el que se vuelven códigos de una farsa cósmica”. Yo estoy en desacuerdo. Humbert es cómico y
    por tanto guarda una cualidad conmovedora e insistente, esa del artista malogrado.

    V.N.: Lo diría de otro modo: Humbert Humbert es un desgraciado presumido y cruel que se las arregla para parecer enternecedor. Ese apelativo, en su sentido más drástico, sólo puede ser aplicado a mi pobre muchachita. Además, ¿cómo podría yo “disminuir” a nivel de códigos, etc., a personajes que yo mismo creé? Uno puede “disminuir” una biografía, pero no a un fantasma.

    H.G.: E.M. Forster dice que a veces sus personajes más importantes toman el mando y deciden el desarrollo de sus novelas. ¿En algún momento esto ha representado un problema o se siente completamente al mando?

    V.N.: Mi conocimiento de la obra del señor Forster se limita a una novela que no me gusta. De todos modos, no fue él quien creó este pequeño y poco serio tópico de personajes que se le escapan a uno de las manos. Es tan antiguo como el uso de plumas de ave para escribir. Uno llega a compadecer a esa gente suya que se intenta escapar de una excursión a India o adónde sea que los lleve. Mis personajes son esclavos de galera.

    H.G.: Clarence Brown, de la Universidad de Princeton ha señalado semejanzas sorprendentes en su obra. Se refiere a usted como “extremadamente redundante” y que en esencia dice siempre lo mismo de modos diversos. Habla del destino como “la musa de Nabokov”. ¿Ha tenido alguna vez la certeza de estarse repitiendo? ¿O, para ponerlo de otra manera, se esfuerza por lograr una unidad deliberada en el conjunto de sus libros?

    V.N.: No creo haber leído el ensayo de Clarence Brown, pero tal vez haya algo allí. Algunos escritores poco originales parecen polifacéticos porque imitan a muchos, del pasado y del presente. La originalidad artística no tiene más que un solo modelo: uno mismo.

    H.G.: ¿Piensa usted que la crítica literaria tiene un fin determinado, ya sea de manera general o específicamente cuando trata sus libros? ¿Llega en algún momento a ser instructiva?

    V.N.: El propósito de un crítico es decir algo sobre un libro que puede haber leído o no. La crítica puede ser instructiva en el sentido que proporciona a los lectores, incluyendo al autor del libro, información de la inteligencia del crítico, de su honestidad o de ambas.

    H.G.: ¿Y sobre la función de los editores? ¿En algún caso le han podido dar un buen consejo literario?

    V.N.: Cuando dice editor supongo que se refiera a los correctores de prueba. Entre éstos he conocido a criaturas transparentes de una ternura y un tacto ilimitados que podían discutirme un punto y coma como si fuera un asunto de honor -lo que, a decir verdad, es a menudo un tema artístico. Pero también me he enfrentado a algunos brutos paternalistas y pomposos que intentan “sugerir”, sugerencias que yo contrarresto con un ensordecedor ¡quieto!

    H.G.: ¿Es usted aficionado a los lepidópteros, al acecho de sus víctimas? Si es así, ¿no las espantan sus carcajadas?

    V.N.: Al contrario, las arrullan y las dejan en un estado de esa seguridad aletargada que experimenta un insecto cuando imita una hoja muerta. Aunque de ninguna manera sea un lector constante de las reseñas sobre mi propio trabajo, suelo recordar un ensayo de una joven que trató de encontrar símbolos entomológicos en mi narrativa. El ensayo hubiera podido ser divertido si ella hubiera tenido alguna idea sobre los lepidópteros. Desgraciadamente, reveló su completa ignorancia y se embrolló con términos discordantes y absurdos.

    H.G.: ¿Cómo definiría su desapego de la llamada emigración blanca?

    V.N.: Bueno, desde la percepción histórica, soy parte de esa emigración blanca, ya que todos los rusos que dejaron el país en los primeros años de la tiranía bolchevique debido a su oposición a ella, fueron llamados y se les conoce como “rusos blancos”. Pero esos refugiados se separaron en numerosas fracciones sociales y facciones políticas, del mismo modo que ya lo estaba la nación antes del golpe bolchevique. No me mezclo con los Centenas Negras y no me mezclo con los llamados “bolchevizantes”, es decir los “rosas”. Por otro lado, tengo intelectuales amigos entre los Monarquistas Constitucionales y también entre los Revolucionarios Sociales. Mi padre era un liberal a la antigua y no me importa si me etiquetan también como un liberal a la antigua.

    H.G.: ¿Cómo definiría su desapego de la Rusia actual?

    V.N.: Con una profunda desconfianza de ese falso deshielo que se anuncia. Con una consciencia permanente de iniquidades. Con una completa indiferencia a todo lo que mueve al patriota soviético de hoy. Con la satisfacción de haber discernido desde 1918 la esencia filistea del leninismo.

    H.G.: ¿Qué consideración le merecen actualmente poetas como Blok, Mandelshtam y otros que escribían antes de su partida de Rusia?

    V.N.: Los leí en mi juventud, hace más de medio siglo. Desde esa época, sigo apasionado por el lirismo de Blok. Sus obras largas son flojas y la famosa Los doce es espantosa, escrita conscientemente en un falso tono primitivista, como si tuviera una estampita rosa de Jesucristo pegada al final. En cuanto a Mandelshtam, también me lo sabía de memoria, pero me daba menos placer. Actualmente, a través del prisma de un destino trágico, su poesía parece más grandiosa de lo que realmente es. Sé que algunos profesores de literatura todavía incluyen a estos poetas en los programas educacionales. No hay más que una sola escuela, la del talento.

    H.G.: Sé que su obra ha sido leída y atacada en la Unión Soviética. ¿Qué pensaría usted de una edición soviética de su obra?

    V.N.: Sería bienvenida. De hecho, Editions Victor acaba de sacar mi libro “Invitación a una decapitación”, una reimpresión del original ruso de 1935; y la editorial Phaedra de Nueva York publicará la traducción de Lolita al ruso. Estoy seguro que el gobierno soviético estará feliz de admitir oficialmente una novela que parece contener una profecía del régimen de Hitler y que condena encarnizadamente el sistema americano de los moteles.

    H.G.: ¿Ha tenido algún contacto con ciudadanos soviéticos? ¿De qué tipo?

    V.N.: No tengo con ellos prácticamente ningún contacto, aunque acepté una vez, a principio de los treinta o a finales de los veinte, recibir a un agente de la Rusia bolchevique que se dedicaba a tratar que escritores y artistas emigrados volvieran al redil. Se llamaba Lebedev algo, había escrito una novela corta titulada "Chocolate" y pensé que podría divertirme un poco con él. Le pregunté si me permitirían escribir con total libertad y dejar Rusia si aquello no me gustaba. Me contestó que estaría tan ocupado queriéndola que no me quedaría tiempo para soñar en regresar al extranjero. Tendría toda la libertad, agregó, para escoger entre los numerosos temas que la Rusia soviética generosamente deja que use un escritor: las granjas, las fábricas, los bosques de Pakistán; montón de asuntos fascinantes. Le contesté que las granjas me aburrían y mi malvado seductor pronto renunció. Tuvo mejor suerte con el compositor Prokoviev.

    H.G.: ¿Se considera norteamericano?

    V.N.: Sí. Soy tan norteamericano como abril en Arizona. La flora, la fauna, el aire de los estados del oeste, esos son mis vínculos con la Rusia asiática y ártica. Por supuesto debo demasiado a la lengua y al paisaje ruso para estar emocionalmente involucrado en un plano espiritual con, digamos, la literatura regional norteamericana, las danzas indias, o el pastel de calabaza; pero sí siento un baño de calidez, de orgullo festivo cuando muestro mi pasaporte verde de los Estados Unidos en las fronteras europeas. Una crítica burda de los asuntos norteamericanos me ofende y me aflige. En política interior soy totalmente antirracista. En política exterior, definitivamente estoy del lado del Gobierno. Y cuando dudo, sigo siempre el método sencillo de escoger la línea de conducta que más disgustaría a los rojos y los Russells.

    H.G.: ¿Hay alguna comunidad de la cual se siente parte?

    V.N.: No. Puedo juntar mentalmente un gran número de individuos que me son simpáticos, pero formarían un grupo muy disparejo y discorde reunidos en la vida real. De lo contrario, podría decir que me siento bastante cómodo en compañía de intelectuales norteamericanos que se han leído mis libros.

    H.G.: ¿Cuál es su opinión del mundo académico como entorno para un escritor? ¿Podría hablar específicamente de las ventajas o perjuicios de su etapa como profesor en Cornell?

    V.N.: Una biblioteca estudiantil de primera rodeada de un cómodo campus es un entorno muy bueno para un escritor. Existe, por supuesto, el problema de educar a los jóvenes. Recuerdo un día, y esto no ocurrió en Cornell, en período de vacaciones, que un estudiante llevó un transistor a la sala de lectura. Se encargó de aclarar que uno, estaba escuchando música “clásica”; dos, el sonido estaba bajo; y tres, no había muchos lectores por allí en verano. Y allí estaba yo, multitud de un solo hombre.

    H.G.: ¿Podría describir su relación con la comunidad literaria contemporánea? ¿Con Edmund Wilson, Mary McCarthy, los editores que publican sus artículos y libros?

    V.N.: La única vez que colaboré con un escritor fue hace veinticinco años, cuando traduje con Edmund Wilson "Mozart y Salieri" de Pushkin, para el New Republic. Un recuerdo más bien paradójico ya que, después, el año pasado, se hizo el gracioso atreviéndose a cuestionar mi manera de entender "Eugene Onegin". En cambio, Mary McCarthy ha sido muy amable conmigo recientemente en algo que escribió en el propio New Republic, aunque creo que le agregó algo de su propio encanto al pudín de ciruela de Kinbote en Pale Fire. Prefiero no mencionar aquí mi relación con Girodias, pero ya he contestado en Evergreen su despreciable artículo en la antología Olympia. En cambio, estoy en perfecta sintonía con mis editores. Mi cálida amistad con Catherine White y Bill Maxwell del New Yorker es algo que el escritor más arrogante no puede evocar sin gratitud y deleite.

    H.G.: ¿Podría decir algo acerca de sus hábitos de trabajo? ¿Establece algún plan previo? ¿Salta usted de una parte a otra o desarrolla la escritura de principio a fin?

    V.N.: El patrón de las cosas precede a las cosas en sí. Relleno el crucigrama en cualquiera de los cuadros que se me ocurra elegir. Esos trozos los paso a fichas hasta que termino la novela. Mi plan es flexible, pero soy muy especial en lo concerniente a las herramientas: tarjetas Bristol rayadas y lápices con punta bien afilada y con goma.

    H.G.: ¿Hay alguna faceta en particular del mundo que quisiera tratar? El tratamiento del pasado es habitual en su obra, incluso en una novela como Bend Sinister ("Barra siniestra") que se desarrolla en el futuro. ¿Es usted un “nostálgico”? ¿En qué tiempo preferiría vivir?

    V.N.: En días venideros de aviones silenciosos y elegantes velocípedos aéreos, de cielos plateados sin nubes y un sistema universal de carreteras subterráneas acolchadas a las que no tendrían acceso los camiones. En cuanto al pasado, no me importaría recuperar algunas comodidades perdidas, por ejemplo, los pantalones bombachos, las largas y profundas bañeras.

    H.G.: Ya sabe que no está obligado a contestar a todas mis preguntas estilo Kinbote.

    V.N.: De ninguna manera empezaría a saltar las tramposas. Continuemos.

    H.G.: Además de escribir novelas, ¿qué más le gusta -o le gustaría- hacer?

    V.N.: Cazar y estudiar mariposas, por supuesto. Los placeres y las recompensas de la inspiración literaria no son nada comparados con el embeleso al descubrir un órgano nuevo bajo el microscopio, o una especie desconocida en la ladera de una montaña de Irán o de Perú. Es posible que si no hubiera ocurrido la revolución en Rusia, me habría dedicado completamente a la lepidopterología y no habría escrito ninguna novela.

    H.G.: ¿Cómo se representa el Poshlust en la escritura contemporánea? ¿Se siente o se ha sentido tentado al pecado Poshlust?

    V.N.: Poshlust o, en una mejor transliteración, Poshlost (término ruso de cuestionada traducción que en ocasiones ha sido definido como "mal menor o vulgaridad que se satisface a sí misma"), tiene muchos matices y evidentemente, si piensa usted que le puede preguntar a cualquiera si se ha sentido tentado por Poshlost, no los he descrito claramente en mi librito sobre Gogol. Estos son ejemplos obvios: basura cursi, clichés vulgares, filisteísmo en todas sus fases, imitación de imitaciones, falsa profundidad, seudoliteratura inacabada, deficiente y deshonesta. Ahora, si queremos restringirlo a la escritura contemporánea, debemos buscarlo en el simbolismo freudiano, en las mitologías recurrentes, comentarios sociales, mensajes humanísticos, alegorías políticas, preocupaciones exageradas por temas como raza o clases sociales; y las generalidades periodísticas que todos conocemos. Poshlost despliega conceptos del tipo “Estados Unidos no está mejor que Rusia”, o “todos compartimos la culpa de Alemania”. Los frutos del Poshlost alcanzan su esplendor en frases y términos como: “el momento de la verdad”, “carisma”, “existencial” (empleado con toda seriedad), “diálogo” (como se usa en los encuentros políticas entre países), y “vocabulario” (aplicado a un embadurnador de cuartillas). Decir de carrerillas Auschwitz, Hiroshima y Vietnam es un Poshlost sedicioso. Pertenecer a un club muy selecto (que ostenta un nombre judío -el del tesorero-) es un Poshlost refinado. Las reseñas de revistuchas son con frecuencia Poshlost que merodean el ensayo pomposo. A través del Poshlost se le llama gran poeta al señor Vacío y gran novelista al señor Alarde. Uno de los lugares favoritos del Poshlost siempre han sido las exposiciones de arte; allí surge de la mano de supuestos escultores que trabajan con herramientas de demolición, construyen muñecos de acero inoxidable, estéreos zen, pájaros de polietileno, trouvés en letrinas, balas de cañón, pelotas en conserva. En las galerías podemos admirar las muestras estilo gabinetti de artistas llamados abstractos, surrealismo freudiano, manchas del test de Rorschach. La lista es larga y, por supuesto, cada uno tiene su bête noire, su mascota negra. La mía es ese anuncio de una línea de aviación: la azafata servicial le sirve un tentempié a una pareja joven -ella observa extasiada el canapé de pepino y él mira con deseos a la azafata. Y, evidentemente, "Muerte en Venecia". Dese cuenta el trecho entre uno y otro.

    H.G.: ¿Lee a algún escritor contemporáneo con placer?

    V.N. A muchos de ellos, pero prefiero no decir sus nombres. El placer anónimo no ofende a nadie.

    H. G.: ¿Hay alguno que le disguste especialmente?

    V.N.: No. Hay muchos autores reconocidos que simplemente no existen para mí. Sus nombres están grabados sobre tumbas vacías, sus libros son simples, insignificantes de acuerdo a mi gusto literario. Brecht, Faulkner, Camus –y muchos otros-, no significan absolutamente nada para mí y me veo obligado a atenuar sospechas de conspiración contra mi cerebro cuando veo que los críticos y colegas escritores aceptan como gran literatura las copulaciones de Lady Chatterley o las sandeces pretenciosas de Mr. Pound que en realidad son una impostura total. Noté que en algunos hogares, sustituyó al Dr. Schweitzer.

    H.G.: Como admirador de Borges y Joyce parece compartir su placer en enredar al lector con trucos, juegos de palabras y rompecabezas. ¿Cómo considera que deba ser relación entre el lector y el autor?

    V.N.: No recuerdo ningún juego de palabras en Borges, pero sólo leí traducciones. De todos modos, sus delicados cuentos cortos y sus minotauros en miniatura no tienen nada que ver con las grandes máquinas de Joyce. Tampoco encuentro muchos rompecabezas en su novela más lúcida, "Ulises". Por otro lado, detesto Punningans Wake (sic), donde el crecimiento canceroso de un fantasioso tejido verbal no exime la tremenda jovialidad del folklore y la fácil, demasiado fácil, alegoría.

    H.G.: ¿Qué aprendió de Joyce?

    V.N.: Nada. James Joyce no me ha influenciado lo más mínimo. Mi primer contacto con "Ulises" fue alrededor de 1920, en la Universidad de Cambridge; un amigo, Peter Mrozovski, había traído una copia de París y se le ocurrió leerme un par de pasajes picantes del monólogo de Molly, que, entre nous soit dit, es el capítulo más débil del libro. Solamente quince años después, cuando era ya un escritor formado, sin deseos de aprender o desaprender nada, leí "Ulises" y lo aprecié enormemente. Finnegans Wake me es indiferente como me pasa con cualquier literatura regional escrita en dialecto —aunque sea el dialecto de un genio.

    H.G.: ¿No está escribiendo un libro sobre James Joyce?

    V.N.: No sólo sobre él. Lo que trato de hacer es publicar varios ensayos de aproximadamente veinte páginas de extensión sobre varias obras —"Ulises", "Madame Bovary", "La Metamorfosis" de Kafka, "Don Quijote" y otros—, basados todos en las conferencias dictadas en Cornell y Harvard. Recuerdo haber destrozado "Don Quijote" ante seiscientos estudiantes en el Memorial Hall, y eso provocó horror y desconcierto a algunos de mis colegas más conservadores.

    H.G.: ¿Qué me dice de otras influencias, de Pushkin, por ejemplo?

    V.N. En algún sentido —no más, digamos, que Tolstoi o Turguénev fueron influenciados por el orgullo y la pureza del arte de Pushkin.

    H.G.: ¿Gogol?

    V.N.: Tuve el cuidado de no aprender nada de él. Como maestro es dudoso y peligroso. En sus peores trabajos, como en sus cosas de Ucrania, es un escritor sin valor; en sus mejores, es incomparable e inimitable.

    H.G.: ¿Algún otro?

    V.N.: H.G.Wells, es un gran artista y fue mi autor favorito de chico. The Passionate Friends, "Ann Veronica", "La máquina del tiempo", "El país de los ciegos"; todas esas son mucho mejores que cualquier cosa de Bennett o de Conrad, de hecho, que cualquier cosa escrita por los contemporáneos del propio Wells. Tranquilamente se pueden ignorar sus meditaciones sociológicas, pero sus novelas y fantasías son excepcionales. Durante una cena en nuestra casa de San Petersburgo, Zinaida Vengerov, su traductora, le dijo a Wells: “De sus obras, mi favorita es "El mundo perdido". “Se refiere a la guerra que perdieron los marcianos”, comentó con rapidez mi padre. Fue una situación más bien incómoda.

    H.G.: ¿Aprendió algo de sus estudiantes de Cornell? ¿Fue una experiencia solamente de valor económico o le aportó algo valioso?

    V.N.: Mi método de enseñanza descarta el verdadero contacto con los estudiantes. En el mejor de los casos, hacían regurgitar algo mi cerebro durante los exámenes. Cada una de las conferencias que dicté había sido escrita a mano y mecanografiada con mucho cariño; las leía tranquilamente en clase, en ocasiones deteniéndome para corregir una oración o repetir un párrafo —un detalle nemotécnico que, sin embargo, rara vez provocaba algún cambio en el ritmo de las manos que lo transcribían. Agradecía la presencia de unos pocos con habilidades en taquigrafía, y tenía la esperanza que pudieran pasar la información que habían podido recoger a sus compañeros menos afortunados. Traté de reemplazar mi asistencia a las conferencias por grabaciones que fueran reproducidas a través de la radio del campus. Por otro lado, disfrutaba mucho las risitas que surgían aquí o allá en algunos momentos de la conferencia. La mejor recompensa viene de antiguos alumnos quienes, diez o quince años más tarde, me escriben para decirme que entienden ahora qué quería de ellos cuando les enseñaba a visualizar el mal traducido peinado de Madame Bovary, o el orden de las habitaciones, o los dos homosexuales en "Ana Karenina". No sé si aprendí algo al enseñar, pero sé que amasé una cantidad invaluable de información apasionante al analizar una docena de novelas para mis alumnos. Como debe usted saber, mi salario entonces no era lo que podemos llamar espléndido.

    H.G.: ¿Le gustaría decir algo sobre la colaboración que le ha prestado su esposa?

    V.N.: Fue consejera y juez en la escritura de mi primera narrativa, al principio de los años veinte. Le he leído por lo menos dos veces todos mis relatos y novelas; y ella los ha vuelto a leer todos al mecanografiarlos, corregir las pruebas y asesorando las traducciones a varios idiomas. Un día, en 1950, en Ítaca, Nueva York, fue la responsable de haberme detenido, y pedido que me lo pensara de nuevo cuando yo, bloqueado por dificultades técnicas y dudas, llevaba los primeros capítulos de Lolita al incinerador del jardín.

    H.G.: ¿Cuál es su relación con las traducciones de sus libros?

    V.N.: En lo referente a idiomas que sabemos o podemos leer mi mujer y yo -inglés, ruso, francés y, hasta cierto punto, alemán e italiano- aplicamos un sistema de verificación estricta de cada frase. En cuanto a las traducciones al turco o el japonés, prefiero no imaginar los desastres que probablemente salpican cada página.

    H.G.: ¿Cuál es su próximo proyecto literario?

    V.N.: Estoy escribiendo una nueva novela, pero no puedo hablar de ella. Otro proyecto que estoy acariciando desde hace algún tiempo, es la publicación del guión completo de "Lolita" que hice para Kubrick. Aunque haya suficientes préstamos de mi guión en su versión como para justificar mi posición legal como autor, la película es sólo un reflejo confuso y mezquino del maravilloso cuadro que imaginé y escribí escena tras escena, durante los seis meses que trabajé en una casa de Los Ángeles. No pretendo sugerir que la película de Kubrick sea mediocre; por derecho propio es de primera categoría, pero no es lo que escribí. El cine suele dar su matiz poshlost a la novela que la distorsiona y la hace basta como en un espejo sinuoso. Creo que Kubrick evitó ese error en su versión, pero nunca entenderé por qué no siguió mis orientaciones y mis sueños. De verdad es una lástima. Pero por lo menos, la gente podrá leer mi guión de "Lolita" en su forma original.

    H.G.: Si pudiera escoger uno y solamente uno de sus libros con el que fuera recordado, ¿cuál sería?

    V.N.: El que estoy escribiendo, o quizás el que sueño escribir. En realidad, me recordarán por Lolita y mi trabajo sobre "Eugenio Oneguin".

    H.G.: ¿Como escritor, piensa que tiene algún defecto, manifiesto u oculto?

    V.N.: La ausencia de un vocabulario natural. Algo extraño para ser confesado, pero cierto. De los dos instrumentos que poseo, el primero —mi lengua materna— ya no la puedo utilizar, no solamente porque no tengo una audiencia rusa, sino también porque la excitación de la aventura verbal en el medio ruso se desvaneció paulatinamente después de que me pasé al inglés en 1940. La lengua inglesa, este segundo instrumento que tuve siempre, es, sin embargo, algo rígido, artificial, que puede servir muy bien para describir un insecto o una puesta de sol, pero que no puede ocultar la pobreza de su sintaxis y la parquedad del lenguaje doméstico cuando necesito escoger la mejor opción entre dos palabras similares. No siempre se prefiere un viejo Roll Royce a un simple Jeep.

    H.G.: ¿Qué piensa usted de los rankings competitivos de autores contemporáneos?

    V.N. Sí, he notado que nuestros críticos profesionales son verdaderos corredores de apuestas. Quién está dentro, quién está fuera, dónde quedaron las nieves de antaño. Todo esto es muy entretenido. Siento un poco que me dejen afuera. Nadie es capaz de decidir si soy un escritor americano de mediana edad, un viejo escritor ruso o una rareza internacional sin edad.

    H.G.: ¿Qué es lo que más lamenta en su carrera?

    V.N.: No haber venido antes a Estados Unidos. Me habría gustado vivir en la Nueva York de los años treinta. Si mis novelas rusas hubieran sido traducidas entonces, hubiesen provocado un impacto y una lección para los entusiastas pro-soviéticos.

    H.G.: ¿Encuentra usted inconvenientes importantes a su fama actual?

    V.N.: "Lolita" es famosa, yo no. Soy un muy desconocido novelista de nombre impronunciable.

    Santa Madre Iglesia / Los escándalos de pedofilia se disparan en Argentina

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    Los escándalos de pedofilia se disparan en Argentina

    “Mientras le confesábamos los pecados al oído, él nos tocaba”, cuenta a EL PAÍS una víctima



    Julieta Añazco, sobreviviente de abuso sexual eclesiástico en su infancia, en la catedral de La Plata. MARTÍN DI MAGGIO

    Julieta Añazco empezó a recordar cuando nació su nieto y sintió un miedo repentino que no sabía explicar. "Me empezaron a venir imágenes que había olvidado y no lo pude parar", dice Añazco a pocos metros de la catedral de la ciudad argentina de La Plata. Aún no había cumplido los 10 años cuando el cura Héctor Ricardo Giménez la manoseó por primera vez, durante un campamento de verano. "Los abusos los perpetraba en el momento de la confesión. Nos hacía hacer una fila larga y todos pasábamos de a uno en una carpa. Mientras le confesábamos los pecados en su oído, pegados a su cuerpo, él nos tocaba. Y después decía que lo que allí sucedía no lo teníamos que contar porque era secreto de confesión y si lo hacíamos iríamos al infierno porque era un pecado. Y le hacíamos caso", relata.


    Familiares aguardan noticias frente a la sede del Instituto Próvolo de Mendoza.  TÉLAM


    Por las noches, asegura que el sacerdote se desnudaba en la tienda de campaña en la que dormía junto a otras cuatro o cinco niñas y les tocaba el sexo. También aparecía en las duchas y las enjabonaba. "Éramos niñas y adolescentes, no sabíamos bien qué pasaba. Nos quedamos paralizadas", responde. La imposibilidad de plantar cara al abusador y el miedo a contar lo que les hacía alguien que consideraban "lo más cercano a Dios" se repiten en el testimonio de muchas víctimas de curas pedófilos que permanecieron en silencio durante décadas. Argentina, el país del papa Francisco, se ha visto sacudida en los últimos meses por varios escándalos protagonizados por sacerdotes y cada vez son más los que acuden a los tribunales para exigir justicia.
    El caso más resonante en manos de la Justicia argentina es el que investiga los supuestos abusos cometidos contra niños sordos en institutos de las ciudades argentinas de La Plata y Mendoza. Nicolás Corradi, de 82 años, y Horacio Corbacho, de 56, están imputados por "abuso sexual agravado con acceso carnal y sexo oral" contra al menos una veintena de niños hipoacúsicos de entre 10 y 12 años en el Instituto Próvolo de Mendoza. Los alumnos eran forzados a practicar sexo oral en presencia de los curas. Algunos fueron violados y golpeados, según sus relatos. El infierno que denuncian lo vivieron antes otros alumnos en la ciudad italiana de Verona, donde Corradi fue acusado de abuso sexual en los años 60. En vez de ser expulsado de la Iglesia católica, sus superiores ordenaron trasladarlo a Argentina. Los abusos y las golpizas se reanudaron en este país, primero en La Plata y después en Mendoza. En ambas arquidiócesis niegan haber sido informados de sus antecedentes en Verona, que habrían evitado nuevas vejaciones. Las víctimas y sus abogados lo ponen en duda.
    "Tolerancia cero"Ante una denuncia, los obispos deben apartar al sacerdote, abrir una investigación y remitirla al Vaticano. Las directrices eclesiásticas contemplan también que la Iglesia se ponga del lado de las víctimas y las acompañe, incluso si deciden acudir a la Justicia penal. "Desde hace tiempo la Iglesia no solamente está trabajando en los casos que se van descubriendo de abuso sexual a menores sino también en la formación de los sacerdotes. La Iglesia tiene una mirada no solamente para ver lo que pasó sino para evitar que pase, para hacer lo imposible para que estos casos no se vuelvan a repetir", dicen fuentes de la curia porteña. Desde el Vaticano, Francisco ha exigido "tolerancia cero" contra los curas pederastas y ha pedido a la jerarquia eclesiástica que tome las medidas necesarias contra esos crímenes.
    En su país denuncian que en muchos casos eso no ocurre. "Los cambios impulsados por Bergoglio son barnices, son gestos pour la galerie, para salvar la imagen de la institución", critica el letrado Carlos Lombardi, de la Red de Sobrevivientes de abuso eclesiástico. "El superior de Corradi en Italia era el obispo (Giuseppe) Carraro, que hoy está en trámite de beatificación por parte del papa", denuncia. Llama la atención también sobre el padre Julio César Grassi, que no ha sido expulsado de la Iglesia pese a su condena a 15 años de cárcel por abuso sexual agravado contra un menor. Añazco critica el hermetismo con el que la Iglesia lleva la investigación interna sobre su denuncia y la indiferencia del Papa frente a la carta que le escribieron varias víctimas.
    Lombardi representa a querellantes contra curas pedófilos desde hace siete años. Su primer caso fue el del mendocino Iván González, quien comenzó a ser abusado a los 19 años por el entonces diácono Jorge Luis Morello, responsable de su formación en el seminario. "Empezó con tocamientos en el cuello, decía que le dolía el cuello. Y fue avanzando de a poco, hasta que un día me tocó de más y me quedé helado", recuerda González casi dos décadas después. Asegura que el abuso se prolongó durante cuatro años, en los que el diácono le obligaba a guardar silencio bajo la amenaza de que si alguien se enteraba no podría entrar en el seminario.
    Omar tenía 17 años y era, según sus propias palabras, un joven "introvertido, callado y de pocos amigos". Cuenta que las vejaciones empezaron durante un campamento, cuando compartió la tienda de campaña con un sacerdote que había sido la primera persona a la que se había atrevido a confesar que su padre abusó de él. "Comenzó con caricias, manoseos y luego concretó el abuso. Todo el tiempo me sentía mal, paralizado, angustiado. Me despertaba y tenía una angustia que no se pasaba con nada. Vivía con mis abuelos en ese momento y no se lo podía contar a la familia", describe.
    Complicidad civilOmar decidió acudir al psicólogo, pero este le recomendó no denunciar al cura para evitar el desgaste y la exposición que sufriría. Le hizo caso y el delito prescribió. Lo mismo le ocurrió a González. Sin embargo, más tarde González decidió querellarse contra el Arzobispado de Mendoza por daños morales ante sus reiteradas negativas para informarle sobre la causa eclesiástica abierta contra Morello. El Tribunal Superior de Justicia provincial le dio la razón en 2015 y obligó a indemnizarlo con 30.000 pesos (3.750 dólares en el momento de la sentencia).
    González asegura que en algún momento todas las víctimas han pensado en suicidarse y por eso se consideran supervivientes. Cree que de a poco la sociedad argentina comienza a entender que no mienten, aunque en su momento no opusiesen resistencia ni denunciasen. "Tiene que ver con el poder del abusador sobre la víctima, te paraliza", explica.
    El cambio social se percibe también en que cada vez son más los menores que se atreven a poner en palabras el horror que sufren, sin esperar a que pase el tiempo. Uno de ellos fue Renzo, el hijo de 11 años de Silvia Muñoz, habitante de una pequeña localidad de Entre Ríos. Hace unos meses, Renzo la sentó en la cama y le dijo que le tenía que hablar del cura del pueblo, el colombiano Juan Diego Escobar. "El cura me lleva a la pieza, me encierra y me toca. Me toca las bolas, el pito, por encima del calzoncillo", le dijo a su madre. Se quedó helada y se largó a llorar desconsoladamente. Después, decidió denunciarlo. La decisión de acudir a la justicia la enfrentó en un primer momento con los vecinos, pero las críticas disminuyeron cuando apareció otro denunciante. "Quiero que vaya preso, porque sino seguirá haciendo lo mismo en otros lugares", dice Muñoz. En unos meses comenzará el juicio contra el cura Juan José Ilarraz, acusado de abusar de medio centenar de seminaristas de 10 a 14 años, entre 1984 y 1992, en la ciudad de Paraná. "Esto es la punta del iceberg. A medida que las víctimas pierdan el miedo sabremos cuántos más casos hay", asegura Lombardi. 
    EL PAÍS

    Trump endurece condiciones para entrada de colombianos a Estados Unidos

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    Trump endurece condiciones para entrada de colombianos a EE. UU.

    El mandatario aumentó el número de requisitos del proceso de visado. Ahora se requerirá entrevistas para todos los solicitantes.
    SEMANA
    2017/02/01 10:21


     Trump endurece condiciones para entrada de colombianos a EE. UU. Foto: A.F.P.

    Además de poner a andar la construcción de un muro en su frontera con México, imponer un veto migratorio contra refugiados, migrantes y viajeros de siete países musulmanes el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, voltea su mirada al sur de América para endurecer la entrada de ciudadanos a su país.
    El objetivo de reforzar los controles en sus fronteras -terrestres, marítimas o aéreas- es una realidad. Los colombianos, al igual que los miembros de otros países latinoamericanos, tendrán que someterse a un proceso más estricto para la solicitud del visado.
    Según informó este miércoles la Embajada de Estados Unidos en Colombia, "el presidente Trump firmó una orden ejecutiva el 27 de enero para aumentar la seguridad del proceso de solicitud de visa en todo el mundo. Efectivo inmediatamente, el Departamento de Estado requerirá entrevistas de visa para todos".
    Pese a la fuerza de la medida, hay excepciones a la regla. Para los colombianos menores de 14 y mayores de 79 años; solicitantes de visas diplomáticas y oficiales de gobiernos extranjeros y personas que hayan tenido una visa de la misma categoría y que haya expirado hace menos de 12 meses, no aplicará la condición.
    La Cancillería señaló que el cambio más notorio en los procesos está en el plazo para la renovación de la visa sin necesidad de entrevista, que se reduce de 48 a 12 meses para todos los países.
    La medida tendría efectos en el número de visas que normalmente son aceptadas. Además, de "un impacto en el tiempo de espera para programar una cita en los Consulados". Cerca de 375,435 visas fueron aprobadas en el 2015, 71.824 menos que el 2014. "Todas las solicitudes de visas se revisan individual y confidencialmente en acuerdo con los requisitos de la ley de los Estados Unidos", explicó un vocero de la embajada a Semana.com.
    Agrega: "las solicitudes se rechazan si un peticionario no es elegible bajo las disposiciones del Acto de Ley de Inmigración y Nacionalidad. Como punto de referencia, los estudiantes internacionales representan un activo importante para nuestro país a través de sus diversos antecedentes, habilidades y experiencias. El año pasado, facultades y universidades de los Estados Unidos acogieron a casi 8.000 estudiantes colombianos, lo que representa un aumento del 9 % con respecto al año anterior".
    La Embajada de los Estados Unidos se esmera por asegurar que el público tenga una experiencia de aplicación de visado sin problemas y por mejorar los tramites de viajes de los colombianos a los Estados Unidos. Recientemente lanzamos la campaña "Ser Honesto Te Lleva Lejos, con el ánimo de proporcionar información precisa sobre el proceso de visas a los colombianos. Todas las solicitudes de visas se revisan individual y confidencialmente en acuerdo con los requisitos de la ley de los Estados Unidos.
    Debido a la congestión que esta decisión pueda causar en los consulados, la entidad diplomática "recomienda a quienes planeen viajar a los Estados Unidos que comiencen el trámite de solicitud de visa con la mayor anticipación posible".
    Este jueves, el director de Migración Colombia, Christian Krüger, precisamente se reúne con autoridades de Estados Unidos para conocer los sistemas de seguridad migratoria de la nueva administración.
    Una vez se conoció la noticia, la Cancillería manifestó que el ajuste en los procesos "no representa un cambio mayor a los requisitos y condiciones exigidas actualmente a los colombianos, toda vez que lo único que varía es el plazo para la renovación de la visa sin necesidad de entrevista, que se reduce de 48 a 12 meses para todos los países".
    Por otra parte, la orden de Trump que vetó la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes eclipsó otro aspecto de la medida: la suspensión del programa de refugiados, procedentes de cualquier país, por 120 días. Si bien según los datos de 2015 la mayoría de los refugiados provienen de naciones como Myanmar o Irak, y ese flujo varía según los lugares en conflicto, entre los latinoamericanos Colombia ocupó el segundo lugar con 521 refugiados, después de Cuba (1.527). Es decir que esa medida también afecta de algún modo a los colombianos en busca de refugio.
    Mentira
    Al mismo tiempo que la Cancillería se refería a los recientes ajustes que hizo el presidente Donald Trump sobre el proceso de solicitud de visado, envíaba una alerta por los falsos mensajes que circulan en la red y que apuntan a un nuevo listado de países de la orden ejecutiva “Protección de la Nación contra la Entrada de Terroristas Extranjeros en Estados Unidos”.
    Al respecto el ministerio informó que "la Embajada dijo desconocer la existencia de un nuevo listado de países para dicha orden y negó que esa información fuera real".


    Andrea Camilleri / Un mes con Montalbano

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    Un mes con Montalbano

    Andrea Camilleri

    Traducción de Elena de Grau Aznar. Editorial Emecé. 1999. 397 páginas, 2.400 pesetas

    Lluis FERNÁNDEZ | Publicado el 16/05/1999 |  



    En un mercado de masas, la literatura está sobreexpuesta al éxito multitudinario, borrando de un plumazo la pertinencia del propio nivel cultural. Poco importa si el éxito comercial lo obtiene un libro “midcult” destinado a una minoría receptora, convertida en extensa, que sólo consume con fruición literatura de probada calidad. Este es el caso de un autor siciliano que publicaba sus novelas policiacas en una pequeña editorial y que en pocos años ha pasado de ser un desconocido a héroe nacional. Cosas de la mercadotecnia mediática, que sintetiza en un solo ser la popularidad del personaje de ficción reforzado por la imagen proyectada del autor, al modo del viejo “star-system” hollywoodense, en donde vida privada aireada por la promoción y ficción literaria forman sistema. La mitología que engendra el éxito “boca a boca” hace que todo se precipite con el efecto “bola de nieve” y hasta quienes no leen acaben repitiendo, como un latiguillo, la fenomenología de una fama que se redobla repitiendo estos mismos lugares comunes. Ejemplo: en 1998, siete novelas de Camilleri aparecían en las listas de libros más vendidos de Italia, cuando su autor 73 años y una extensa carrera de guionista y director de teatro y televisión, amén de adaptador para la tele de las novelas del Maigret de Simenon, personaje que se trasluce en filigrana en estas novelas protagonizadas por otro de esos alter egos policiacos, miméticos, de la novela negra americana, el “pollar” francés y el “giallo” italiano. 

    El hoy archifamoso comisario Salvo Montalbano aparece por primera vez en 1994, en Un mes con Montalbano, un recuento de historias cortas que lo catapultan, cuatro años después, al primer puesto de los libros más vendidos. El nombre es un homenaje a Vázquez Montalbán y su primera característica sería su radical diferencia social y cultural con Carvalho. Su parentesco, desde el punto de vista del autor, está cercano a Maigret, por su sagacidad deductiva y conocimiento y comprensión de corte filosófico casero de las debilidades humanas; siendo Montalbano algo más que un escéptico en casi todos los órdenes, excepto en la búsqueda de la verdad y la práctica de la piedad con sus paisanos de la isla de Sicilia. Es aquí, en el relato de la novela corta de “enigma” policíaco-costumbrista, en la descripción de una galería de personajes típicos y en la voluntad de crear un microcosmos con pretensiones de un “universo literario propio” al modo de Faulkner, donde Camilleri expone su desiderata de superar la típica novela de intriga y detectives para trascenderla en forma de novela filosófica y moral. 

    Los “sures” geográficos se articulan desde unos tópicos comunes, lo que hace reconocibles los estilemas tragicómicos, protagonizados por seres anclados en una mentalidad semiurbana, ultracatólica, tan ingenua como perversa, enzarzados en historias de pasiones soterradas y odios eternos tan rocambolescas que atrapan al lector por su excentricidad. ¿Será que todas las mitologías sureñas, desde Williams a Capote, pasando por Camilleri beben de las mismas fuentes estereotipadas? Si le añadimos citas cultas, intertextualidad en forma de homenajes “al modo de Poe” y la transposición de la campiña inglesa al campo siciliano, el parecido con el padre Brown y con la señorita Marple se vislumbran en palimpsesto. Luego está el estilo de Camilleri, su capacidad para transmitir de forma minuciosa y con hábil retórica la lentitud de la idiosincrasia siciliana, repleta de circunloquios, no dichos, hipérboles brutales y ese desmayado hálito vital del comisario Montalbano y del resto de sus paisanos. A la postre, con todas sus diferencias ideológicas y estilísticas, no puede por menos que remitir a otro precedente popular: “Don Camilo”, de Gua-reschi. También a Camilleri le guían parecidos sentimientos humorísticos y morales y un componente ideológico actualizado de la “Comedia a la italiana” posmoderna.

    En estas microhistorias encontramos un mundo amable, filtrado por el tamiz de unas reflexiones del comisario, comprensivas con la mentalidad meridional de los personajes, casi como un confesor de pueblo. El pueblo inventado de Vigàta es un espacio vital repleto de fisgones, y, en medio, como un imán de las miserias humanas, el cronista oficial del municipio que da fe del grupo y media, como un patriarca, en las trifulcas, tragedias de medio pelo y traiciones desmesuradas, tratando de mediar en un orden social dominado por la Mafia y las pasiones más desatadas. El tratamiento de los “casos” policiacos, con estructura de apólogo didáctico moral, resulta tan exótico para el resto de Italia como la figura de este escritor de la izquierda sentimental, que narra de forma contenida casos tremendistas apenas deslizando la tragedia de forma humorística en una prosa distanciada y pulcra. 


    El Cultural

    Salamandra


    Salamandra
    UN MES CON MONTALBANO
    Autor:
    Colección:
    Título original:
    UN MESE CON MONTALBANO
    Traducción:
    Elena de Grau Aznar 
    ISBN:
    978-84-7888-769-9
    Núm. pags.:
    400
    Tipo edición:
    Rústica
    PVP:
    19,00 €
    Andrea Camilleri es actualmente el autor más popular de Italia, hasta el punto que cinco de sus libros han llegado a figurar simultáneamente en la lista de libros más vendidos. Un mes con Montalbano es una buena muestra del talento de Camilleri y la mejor forma de introducirse en el particular universo de su entrañable héroe, el comisario Salvo Montalbano, quien, desde el pueblo imaginario de Vigàta, en Sicilia, intenta comprender por qué las cosas son como son. Salvo es un hombre de mediana edad, melancólico y algo fatalista, pero sobre todo dotado de amplias facultades de expresión verbal. Soltero, con una novia que vive en Génova y a quien ve muy de vez en cuando, es un lector entusiasta de Sciascia y Bufalino, aprecia la buena cocina siciliana y disfruta de los suculentos platos que le prepara su vieja cocinera.



    Un mes con Montalbano consta de treinta casos que Montalbano debe resolver, cada uno de los cuales nos revela una faceta diferente de este policía tan peculiar. El abanico de delitos es amplio. Premeditados, pasionales, financieros, mafiosos, políticos, y han sido cometidos por todo tipo de sujetos, jóvenes o adultos, hombres o mujeres, ignorantes o cultos. Algunos ocurrieron al inicio de su carrera, cuando Salvo aún creía en el poder de la justicia por encima de todo, otros demuestran que, en ocasiones, la inteligencia humana no es suficiente para comprender los móviles de un crimen. Una fina ironía y, sorpren_dentemente, una gran capacidad de compasión pueden ser igual de importantes para llegar a la verdad. Enmarcada sin duda en la tradición de la gran narrativa siciliana, la escritura de Camilleri es también un homenaje a Sicilia, a su gente dura, terca, de pocas palabras, pero a la vez apasionada y con un gran amor por su tierra. Ellos son los habitantes de Vigàta y Camilleri los retrata como sólo un siciliano de pura cepa puede hacerlo.


    Andrea Camilleri


    OPINIONES
    "Camilleri ha sabido ocupar una laguna endémica en la literatura italiana contemporánea, la de una narrativa de entretenimiento de 'alto nivel' que favorece abiertamente el placer de la lectura sin recurrir a lo banal ni a lo simple."


    - L'Espresso



    "Un mes con Montalbano ha arrasado este verano en Italia arrastrando a todas sus otras novelas. [...] Todos los cuentos se leen muy bien y algunos son más que estupendos."



    - El País, Madrid



    "Montalbano juzga desde una piedad que no condesciende nunca a ser cómplice de la fatalidad (tan siciliana), y cuyo humor -e incluso mal humor- hace soportable al lector las peores manifestaciones de la sordidez y de la estupidez humana. Un mes con Montalbano es un cautivador despliegue del talento de Camilleri. [...] Como un maestro de vida, el comisario Montalbano despieza la realidad y nos la hace más transparente y habitable."



    - ABC, Madrid



    "Un mes con Montalbano son treinta pequeñas dosis que permiten al lector introducirse pausadamente, sin agobios, en un pequeño universo literario. Camilleri, [...] es el gran fenómeno literario del año en Italia, que ha surgido de abajo, del imprevisto 'tam tam' de los lectores. Los libros de Camilleri son, sobre todo, una mirada que la ironía salva de la tristeza."



    - La Vanguardia, Barcelona




    Andrea Camilleri / Cinco novelas

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    Andrea Camilleri
    CINCO NOVELAS



    LA FORMA DEL AGUA

    En una cálida noche siciliana, tras nadar un buen rato en las tranquilas aguas que se remansan a escasos metros de su casa a orillas del mar, Salvo Montalbano emerge de la oscuridad con las ideas más claras: la solución del caso le ronda las narices, así que sólo es cuestión de paciencia y método, para lo cual nada mejor que relajarse antes con algún manjar preparado por Adelina, su fiel asistenta. Si a los asiduos lectores de Andrea Camilleri esta escena les resultará familiar, los lectores no iniciados merecen una breve introducción: Salvo Montalbano tiene cuarenta y cinco años, conserva una novia en Génova y es comisario de policía del pequeño pueblo de Vigàta, en Sicilia, que si bien no se encuentra en ningún mapa de este mundo es más real que la vida misma. Fiel amigo de sus amigos, amante de la buena mesa y sabedor de que la tierra ha girado y girará muchas veces en torno al sol, Montalbano es el compendio vivo de las antiquísimas culturas mediterráneas. Su calidad humana, unida a su infalible perspicacia, han hecho de su creador, Andrea Camilleri, uno de los autores más leídos de Europa.

    En esta ocasión, un conocido político y empresario aparece muerto semidesnudo en el interior de su coche en un arrabal donde reinan la prostitución y la droga. Todo apunta a que ha fallecido de un ataque al corazón después de haber mantenido relaciones íntimas con una persona desconocida. Sin embargo, el comisario Montalbano no se fía, y armado con su natural olfato para los comportamientos extraños, se propone descubrir la trama sexual y política que se esconde tras el presunto crimen.

    Camilleri

    LA EDAD DE LA DUDA


    Tanto buscando series policiacas como si se quiere aventurar a probar un nuevo género, La edad de la duda de Andrea Camilleri (Editorial Salamandra) es una novela de uso y disfrute a cualquier hora y en cualquier lugar. El comisario siciliano Salvo Montalbano tiene tras de sí una larga lista de exitosos títulos desde que su creador le diese vida en 1994 y ésta no iba a ser menos.

    L’età del dubbio vio la luz en Italia hace cuatro años, pero por fin lo tenemos dentro de nuestras fronteras listo para provocar risotadas y momentos de seriedad e intriga a partes iguales. Humor negro, pasión y misterio nos envuelven en una trama independiente capaz de despertar, al pasar la última página, la necesidad de rescatar todo lo que Camilleri ha escrito sobre el irreverente policía.

    El Vanna, una visita inesperada

    Últimamente, Montalbano tiene encuentros con su conciencia a través de pesadillas. La noche precedente al nuevo caso asiste a su propio funeral y observa desconcertado la ausencia de su novia Livia. A priori parece un acontecimiento insustancial, más aún cuando su mundo interior pasa a segundo plano a la mañana siguiente. El mar ha engullido la carretera y un vehículo está a punto de ser absorbido por el agua. En el interior hay una joven asustada que dice llamarse Vanna Digiulio.

    La razón de su presencia en Vigàta es visitar a su tía, una viuda rica dedicada a navegar por el mundo en su velero de lujo. La próxima parada está precisamente allí. El nombre de la embarcación coincide con el de ella: Vanna. Montalbano decide estar al tanto de la llegada de la embarcación al puerto con el único fin de ayudar a la chica. Sin embargo, ese acto altruista será el inicio de la aventura más marítima de todas las experimentadas.

    A bordo llevan el cadáver de un hombre desnudo con la cara destrozada encontrado en las inmediaciones. Antes de iniciar la investigación, la sobrina se esfuma. ¿Tomadura de pelo por parte de la señorita? ¿Simple coincidencia? ¿Es ella realmente familiar de la propietaria del Vanna? ¿Quién es el hombre de la cara desfigurada y cómo ha muerto? Montalbano intenta escaquearse sin suerte, aunque es indiscutible que la situación le despierta verdadera curiosidad.

    La tentación del comisario

    En medio de tantos interrogantes sin respuestas rápidas, Salvo Montalbano trabajará codo con codo con la teniente Laura Belladonna quien, haciendo honor a su apellido, goza de una belleza magnética difícilmente desapercibida y una juventud envidiable. Sin saber cómo, la atracción surge entre ellos y Salvo no sabrá de qué manera detener lo que empieza a sentir por ella. Belladonna le desestabiliza, lo desconcentra, pero nada impide que la investigación siga su curso ayudado de sus compañeros Fazio y Mimí Augello.

    Las apariencias de su personalidad, insolente, mordaz y cargada de un humor a la que no cualquiera sabe llevar la corriente, chocan con su verdadera forma de pensar, cada vez más madura, más reflexiva. El drama de la inmigración tan común en las proximidades de la comisaría y su implicación en las labores encomendadas demuestran que Montalbano es humano, sufre, se inquieta, persigue soluciones.

    Laura es, además, la tentación desequilibrante de algo intocable hasta el momento: su vida sentimental. A sus 58 años la única mujer dueña de sus pensamientos es Livia y por culpa del Vanna sus convicciones se irán al garete. Rememorará el nerviosismo, la euforia y de repente la tristeza, la soledad, la falta de control sobre los impulsos y el deseo de ser correspondido propios del primer romance adolescente. Un sinfín de contratiempos hace que nunca se encuentren y que el destino se empeñe en señalarles la imposibilidad de consumar la dicha de estar juntos.

    El peculiar estilo de Camilleri

    Al margen del drama y de las complicaciones surgidas en la obra, “La edad de la duda” consigue desprendernos carcajadas sinceras ya sea por el carácter del protagonista como por los personajes con los que interactúa. Catarella es uno de ellos. Desempeña la función de secretario-recepcionista en la comisaría y aparte de su extrañamente cómica forma de hablar, tiene el problema de no tomar los nombres de quienes llaman por teléfono correctamente. Los diálogos ágiles entre él y el comisario aceleran la prontitud con que te asaltarán las ganas de reír.

    También llaman la atención las conversaciones de Montalbano con su “Pepito Grillo” particular. Éste trata de enseñarle el camino correcto ofreciéndole alternativas razonables, aunque casi siempre después de darle horas de excesivo trabajo a las neuronas tiende a dejarse llevar por lo que le pide el cuerpo. Camilleri, por cierto, no escatima en el empleo de insultos, mostrándonos el lado áspero y, a pesar de todo, socarrón de Montalbano. Podríamos decir que la única pega del libro es la rapidez con la que se pasan las páginas, plagadas de guiones que acortan el tiempo de lectura.

    Si no conoce al autor…

    Debe saber que nació en Sicilia en 1925 y que vive en Roma, donde impartió clases de arte dramático. La mayor parte de su vida la ha dedicado a crear guiones de teatro y televisión, pero sin duda escribir libros es uno de sus grandes dones. Fue hace 18 años cuando la inspiración dio lugar al personaje de Salvo Montalbano. A novela por año, Camilleri suele encabezar las listas de éxitos italianas y es uno de los escritores más leídos en Europa. ¿Será usted el próximo en sumarse a la inabarcable cifra de lectores?

    LA DANZA DE LA GAVIOTA
    Creo que no es la primera vez que os cuento que de todos, todos los detectives, comisarios e inspectores sobre los que leo, Montalbano es mi preferido. Y tampoco es la primera vez que os digo que Andrea Camilleri, su creador, es uno de los escritores que más me gusta. En fin, que, hoy, me toca repetirme un poco y hablar de un escritor que ya ha pasado por aquí más de una vez y de un personaje que es un viejo conocido.

    Esta vez el misterio y la intriga llegan de la mano de Fazio, personaje entrañable y mano derecha de Montalbano desde sus primeras andanzas. Ha desaparecido y los pocos datos que en la comisaria tienen de él no hacen presagiar nada bueno. El comisario más preocupado de lo que nunca le hayamos visto y el resto de sus hombres no van a dejar piedra sin levantar hasta encontrarle, vivo ¿o muerto?

    Cuando un escritor tiene una serie larga de novelas es inevitable que las cosas vayan cambiando porque los personajes crecen y maduran en cada nuevo título. También es inevitable que unos libros nos gusten más que otros. Desde que Montalbano empezó a hacerse mayor hubo algunas veces en que pensé que, aunque a mí seguían gustándome mucho, las historias habían perdido algo de frescura. Yo siempre he disfrutado leyendo lo que Camilleri escribe pero, de vez en cuando, echaba de menos al comisario de los primeros libros.

      Pues bien, esta vez, debo decir que este escritor, para mí tan genial, ha vuelto a superarse y ha escrito una novela fresca, como las del principio, llena de ese humor gamberro que tanto me gusta y cargada de acción y agilidad. Como siempre, ha conseguido que suelte una carcajada de esas que no puedes parar (siempre me pasa con Montalbano) y que disfrute mucho, muchísimo con esta lectura. Además, en esta ocasión, toda la novela tiene un fondo emotivo en el que se ve claramente que los vínculos del comisario con su gente, a la que ya conocemos de sobra, son fuertes y muy humanos. La preocupación del comisario por la desaparición de Fazio y varios momentos emocionantes dan un toque diferente a esta aventura.

    En fin, para los que aún no conozcáis a Salvo Montalbano, a Fazio, a Mimí o al genial Catarella, ya sabéis, os recomiendo que les deis una oportunidad. Para los que ya os habéis encontrado con ellos y los apreciáis como yo, esta nueva aventura es tan estupenda como siempre.
          Curiosamente, hace unos días vi que este año en la editorial han cambiado la novela de corte intimista de Camilleri que suelen publicar por otra policiaca así que, aunque tenga ganas de volver a leer esa faceta del autor, espero poder sumergirme pronto las nuevas historias de mi querido comisario Montalbano.


    EL CAMPO DEL ALFARERO
    Creo que ya os he dicho que soy una gran lectora de novela policiaca. Me gusta mucho y siempre estoy buscando nuevos autores o historias por descubrir. Comparto esta afición con mi padre así que uno u otro nos vamos encontrando libros interesantes que viajan de su casa a la mía continuamente.

    Este no es un descubrimiento actual, es, junto con Henning Mankell, uno de mis escritores favoritos del género y su personaje, seguramente al que más cariño tenga (miss Marple, Sherlock Holmes y Kurt Wallander le acompañan muy de cerca).

    En este libro, nos encontramos al comisario Salvo Montalvano, ya maduro y cercano a su jubilación, ante un cadáver descuartizado (presumiblemente un castigo de la mafia a un traidor), con su segundo de un humor de perros y un par de episodios aislados aparentemente sin importancia. Salvo el problema con su compañero y amigo, nada le parece a nuestro comisario especialmente complicado pero, como en todas las novelas de misterios y asesinatos, las cosas no son lo que parecen y aún tendremos que dar muchas vueltas para ver todos estos temas con claridad.

    Hemos acompañado al comisario durante gran parte de su carrera y hemos visto su evolución, en El campo del alfarero lo encontramos sereno y parece que ha asumido perfectamente que se va haciendo mayor. También conocemos a sus compañeros y el mal humor de Mimí Aguello, subcomisario de Vigata nos entristece pero, sobre todo, nos intriga.

    Esta vez, además, intuimos que el asesinato al que nos enfrentamos no es tan sencillo y que las desapariciones y episodios que rodean la trama principal no son tan insignificantes como parecen aunque, ¿quién sabe? Tratándose de la mafia, nunca se sabe. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, los grandes jefes ya son mayores y las nuevas generaciones no comulgan con sus códigos de honor y sus maneras “elegantes”.

    Andrea Camilleri es, para mí, un maestro de la palabra, un gran escritor que, independientemente de que nos guste o no lo que escribe (a mí me encanta) tiene la capacidad de saber poner la palabra justa en el momento adecuado y la facilidad de elaborar diálogos geniales.

    Su literatura, cuando abandona a su personaje más conocido, suele ser intimista y tierna pero siempre ágil y fácil de leer. Es de esos autores nada presuntuosos que siempre tienen algo bonito para regalarnos.

    Me gusta especialmente su capacidad para llevarnos a lo más recóndito de la isla de Sicilia y hacer que conozcamos a sus gentes y sus costumbres como si estuviéramos allí mismo. Siempre con cariño y con humor.



          Cuando es una aventura de Montalvano la que tenemos entre manos, podemos perfectamente pasear por los pasillos de la comisaria, sentir el calor sofocante de los veranos y conocer, como si conviviéramos con ellos a diario a las dos familias mafiosas que se reparten Viagata.

    Aunque nos encontremos ante crímenes de los mas macabros, su manera de contárnoslos siempre es sencilla y acompañamos al comisario en su resolución con facilidad pero siempre intrigados.

    Además, los libros de Camilleri, especialmente estos, rezuman humor por todas partes, un humor sano y coloquial. No os exagero si os digo que yo siempre, siempre, en todos sus libros, encuentro un pasaje en el que me río hasta que se me saltan las lágrimas. No sé si a todo el mundo le pasa pero yo sonrío durante toda la lectura y en algún momento me carcajeo como una loca.

    Tal vez yo no sea muy objetiva a la hora de juzgar sus novelas, a mí, simplemente me encantan y solo les veo un fallo, en dos días me las he terminado.




    EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS
    Ya os he contado más de una vez que me encanta Andrea Camilleri y que me gustan, no solo sus novelas policiacas, sino también las que no lo son, que suelen tener un corte más intimista. Pues bien, la que traigo hoy es una de estas últimas.

    Andaba yo a la caza de El campo del alfarero cuando descubrí El traje gris. La Madrina (la hermana de mi abuela) me había hablado de él y me había contado que le había gustado mucho, ¡pero se olvidó de contarme quién era su autor! Así que yo apunté el título en mi lista de pendientes y cuando fui a bichear a la librería me llevé la agradable sorpresa de encontrarme con un nuevo libro de uno de mis autores favoritos. Ya os imaginaréis que no lo dudé y cayó, sin remedio, en mi linda bolsa roja de tela, que es donde caen los libros nuevos antes de llegar a casa.

    Nos encontramos a Febo Germosino, el protagonista de esta historia, justo la mañana de su primer día jubilado. Algo confuso, sin saber muy bien qué hacer y tratando de acostumbrarse a su nueva situación. Una de las primeras cosas que hará será revisa sus cajones y allí encontrará las tres únicas cartas anónimas que ha recibido a lo largo de su vida. Estas le harán pensar y recordar y así sabremos quién es y ha sido él, cómo fue su trabajo y sobre todo, conoceremos a Adele, su mujer y empezaremos a entrever y a sospechar que su matrimonio no es, lo que se dice, muy convencional.

    A partir de ahí Camilleri nos llevará de la mano por diferentes momentos y episodios de la vida de Febo Germosino, se encarga de sorprendernos y de que nos encariñemos con los personajes y de manera tranquila y pausada iremos viendo cómo pasan los días y sintiendo un sin fin de sensaciones porque, los hechos, nos gustarán más o menos, pero no nos dejarán indiferentes.

    Solo puedo ponerle una pega a este libro y es que, literalmente, me duró dos ratos. Lo empecé por la noche y la tarde siguiente, después de comer, lo retomé y ya no pude soltarlo hasta que se acabó. Es un libro cortito y absorbente así qué, era de esperar que me durara poco.

    Decir que El traje gris es una delicia es quedarse corto. Como todos los libros de Camilleri ajenos a la serie del comisario Montalvano, las pasiones y los sentimientos humanos llenan todas su páginas, en la mayoría de los casos con una ternura triste que llega al alma. Y con claros ramalazos de un erotismo elegante, en este caso muy presentes, que nos ayudan a conocer a los personajes y que nos muestran las escenas con tanta claridad como si las estuviéramos viendo.

    Como siempre, al autor utiliza una prosa fácil pero elaborada que,manteniendo siempre le ritmo que le interesa, nos hace leer con agilidad, sin cansarnos en ningún momento y queriendo saber más de lo que nos cuentan.



         En fin, que a mí me gustó muchísimo este libro, pasé dos ratos realmente agradables leyéndolo y confirmé que Andrea Camilleri es uno de esos autores que siempre me hace disfrutar y que, para mí, representa eso que tanto digo a la hora de fomentar la lectura infantil. Leer tiene que ser divertido, tiene que hacer que los momentos que dejamos en el sofá con un libro entre las manos nos apetezcan más que hacer cualquier otra cosa.



    Andrea Camilleri / Un escritor del sur

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    Andrea Camilleri
    Poster de T.A.

    Andrea Camilleri

    Un escritor del sur


    Un personaje de Leonardo Sciascia se preguntaba cómo se puede ser siciliano. El escritor no daba respuesta. Andrea Camilleri, profundamente siciliano como Sciascia como Luigi Pirandello, de quien ha escrito una exclente biografía, sí la tiene: sólo se puede ser sicialiano con mucha ironía. Y esta ironía se refleja en su obra, sobre todo en la serie protagonizada por el comisario Salvo Montalbano.
    Esa mirada desde el sur que se hace universal le une a colegas negroscomo Manuel Vázquez Montalban, con su Pepe Carvalho; al francés Jean-Claude Izzo, autor de la estupenda Trilogía de Marsella, con su honesto policía Fabio Montale; y al griego Petros Márkaris, con su inspector Kostas Jaritos. Todos ellos se mueven entre el escepticismo y la ironía a veces corrosiva; saben que las palabras policía y justicia no siempre concuerdan con verdad; y todos utilizan el género negro para explicar lo que pasa en su tierra.
    Este hombre del sur tiene una vitalidad extraordinaria. El pasado julio, con sus 82 años largos, fue una de las 4.000 personas que se tomaron las huellas dactilares en Roma en solidaridad con los ciudadanos gitanos. Otro ejemplo. Inició la saga de Montalbano cuando tenía 69 años, en 1994. Publicó La forma del agua,El perro de terracotaEl ladrón de meriendas y La voz del violin y no pasó nada. En 1998, con el libro de relatos Un mes con Montalbano, arrasó, primero en Italia y luego a nivel internacional. El éxito a los 73 años. No está mal. Montalbano tiró de todos sus otros libros, en especial las históricas, que también transcurren en su pueblo imaginaria Vigàta, como las del comisario.
    El País


    Andrea Camilleri / Sicilia, la pregunta incesante

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    • Andrea Camilleri

    Sicilia, la pregunta incesante

    No todos los escritores tienen una historia que contar. Andrea Camilleri sí.
    Y aunque se desempeña en variados registros, del guión cinematográfico a la novela, de la historia dura al relato policíaco, ahí está él, con la mirada iluminando distintas escenas y distintos tiempos, pero sin moverse un ápice de esa especie de deber o de obsesión. La luna de papel es la última investigación del comisario Salvo Montalbano. Las ovejas y el pastor es un breve y apasionante reportaje histórico. Los dos libros del siciliano Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925) aparecidos prácticamente al mismo tiempo en castellano, aunque con dos años de distancia en su primera edición italiana, se complementan y encajan con una coherencia poco común, y nos acercan a esa "historia que contar" que Camilleri se empeña en dilucidar hace tantos años.

    La luna de papel

    Andrea Camilleri
    Traducción de Maria Antonia Menini Pagés Salamandra. Barcelona, 2007
    254 páginas. 13,50 euros

    Las ovejas y el pastor

    Andrea Camilleri
    Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale Destino. Barcelona, 2007
    128 páginas. 16 euros

    Camilleri va descorriendo esas telarañas que ocultaban la verdad. Todo lo que ha vuelto Sicilia en lo que viene a ser

    Curiosamente, en ninguno de estos dos libros la mano es de la Mafia. Y sin embargo... Sin embargo, la Mafia está ahí
    La palabra es investigar. Sea Montalbano o sea el propio Camilleri como historiador, la narración es la historia de una encuesta, en el sentido americano de la palabra. De un proceso de investigación, que si en el caso de su personaje parece la convención obvia del género (es eloficio de un buen comisario de policía), en el otro -el minucioso relato de un suceso histórico- se trata de un modo peculiar de acercarse a los hechos, que, sin renunciar a la verdad objetiva y su aclaración, incluye el ojo y la experiencia del propio historiador. Y su perplejidad.
    En Las ovejas y el pastor, Camilleri cuenta hechos sucedidos en 1945. A Monseñor Peruzzo, el obispo de Agrigento que se puso pastoralmente contra los terratenientes sicilianos, le dejan malherido de bala una mala noche. En el convento de Palma di Montechiaro, diez jóvenes monjas ofrecen su vida por él, y se dejan morir de inanición con permiso de la superiora. El convento, a cuya clausura podía entrar Tomasi di Lampedusa, tiene una historia de ascesis y elevación mística que puede explicar algunas cosas. El atentado sucede a crueles levantamientos de campesinos pobres contra los latifundistas. El propio Camilleri, en su juventud, ha conocido el primer movimiento de los curas obreros, la naciente Acción Católica, el comunismo y los sectores más populistas del fascismo. Y luego está la Mafia.


    Naturalmente, se trata de Sicilia, que es algo más, mucho más, que un escenario. En La luna de papel, Salvo Montalbano, el genial comisario de la imaginaria ciudad de Vigàta, investiga el asesinato, un poco repugnante, de un viajante de farmacia. Con un poco repugnante no quiero decir que los demás asesinatos no lo sean, pero es que éste presenta detalles asquerositos -el sexo a la vista, ciertas briznas de ropa entre los dientes- que meten en ambiente la turbiedad de las dos mujeres entre las que basculará el engaño, esa luna de papel que termina siendo un mito para niños, pero que alguna vez se creyó, y la desilusión te deja herido de escepticismo. Investiga también Montalbano las muertes repentinas de ciertos próceres, en tan pocos días. Y pone todos los casos en relación. No es raro que los indicios alerten sobre la familia Sinagra, que controla el tráfico de coca, porque, indefectiblemente, está la Mafia.
    Como en toda la serie de Montalbano, como en todo el género, en realidad, el juego es correr las telarañas que ocultan la verdad. Porque ¿no es ésa la tarea del escritor? Desentrañar, tras las apariencias, lo que se nos pueda alcanzar como verdadero. Eso exige una actitud vigilante y escéptica, ese recelo que está en la base de quien quiere saber más. Y ahí se igualan el investigador de la ficción y el historiador de la realidad. Camilleri y Montalbano. Los dos trazarán un mapa moral de Sicilia. O mejor, un mapa inmoral.
    A veces da la impresión de que, más que para hacer justicia, el comisario trabaja para su propio conocimiento. Más Camilleri que nunca, el Montalbano de La luna de papel se resiste pasivamente a la burocracia, pelea por igual contra las ideas negras -la propia muerte, la pérdida de memoria-, contra la comida sana y contra las tentaciones de la carne, y se deja ganar por una madura bonhomía que le ayuda a entender. Ni justifica, ni oculta: la realidad, concentrada en un asesinato y otras muertes vergonzosas y tapadas, se abre en un mosaico de miserias, de infelicidad y desgracia, pero también de belleza. Hay muchos detalles, muchísimos detalles privados que Montalbano no pondrá en los informes. Ni falta que hace. Él odia los informes, y Sicilia, que como decía Sciascia "es el mundo", con sus estructuras decimonónicas, su pobreza enraizada, esa hipocresía engrasada por el poder (por todos los poderes), bosteza en una voluntaria ignorancia. (Pero sí los pondrá en la novela. Los detalles, y sus sentimientos, muchas veces encontrados).
    Bueno, pues la Mafia. Andrea Camilleri no ha ocultado nunca su posición frente a lo que al principio, mediado el siglo XIX, se conocía como la secta. Los asesinatos de Falcone y Borsellino, el llamado "macrojuicio" contra las familias y sus conexiones, la operación manos limpias, es decir, los continuados rifirrafes de las organizaciones del delito y los aparatos del Estado, tantas veces corruptos, han encontrado en Camilleri una respuesta cívica e inequívoca. Y pública. Al siciliano no le ha fascinado nunca esa épica cinematográfica de El Padrino y sus secuelas, y su supuesta ética, que parecía considerar la Mafia como una organización privada pero legítima, a la que a veces se le va la mano. Ni cree que hay mafiosos "buenos" -antes de la droga- y mafiosos malos. No.
    Pero ¿cómo explicar el enraizamiento social de la organización? Sin ser simplista ni maniqueo, pero sin perderla de vista nunca, Camilleri, vía Montalbano o en primera persona, va descorriendo caso por caso, personaje por personaje, esas telarañas que ocultaban la verdad. Las redes de complicidades ideológicas, políticas, económicas. El terror, o simplemente el miedo y sus grados. Todo lo que ha vuelto Sicilia, incomprensible sin la Cosa Nostra, en lo que viene a ser.
    La mirada del novelista, entonces, se vuelve minuciosa en las averiguaciones: se trata también de cada individuo, de cada pobre individuo con su historia personal a cuestas. Y también se vuelve, cómo decir, compasiva. Este latir de las personas, las mejores y las peores, que viene de ese calor y esa implicación del novelista en las historias que narra.
    Curiosamente, en ninguno de estos dos libros la mano es de la Mafia. Quizá pueda achacárseles el inducir al atentado contra Monseñor, de El pastor y las ovejas, pero nadie lo sabe seguro. También están en los posos de la muerte del viajante de La luna de papel, pero tampoco. No, no han sido ellos, ya se lo digo yo. Y sin embargo... Sin embargo, la Mafia está ahí, como una fuerza ineludible y viscosa, otra estructura social, como las judicaturas, los partidos políticos o la Iglesia. Forma parte de lo dado, impregna con su poder físico y más que físico, con su maldad corruptora, todo lo cotidiano. Está ahí centrando y dibujando las causas de posibilidad del mal que ocurre en Vigàta y en toda Sicilia. Porque ése es finalmente el tema. Sicilia, que es el mundo. Y los hombres, en lo mejor y en lo peor.




    Vida de un escritor / "Galdós se lo gastaba todo en mujeres"

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    VIDA DE UN ESCRITOR

    "Galdós se lo gastaba todo en mujeres", dice Pedro Ortiz Armengol

    El diplomático recibe el Premio Fastenrath por su monumental biografía del escritor


    ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS
    Madrid 4 JUL 1997

    Entre las posesiones de Pedro Ortiz Armengol (Madrid, 1922) se encuentra el viejo piso madrileño en el que supuestamente vivió Fortunata. Se lo compró hace 25 años a un panadero y todavía, aunque no vive en él, lo conserva. Sin embargo, el escritor y diplomático -que ha recibido el Premio Fastenrath de la Academia por su exhaustivo trabajo Vida de Galdós- asegura que el estudio de Benito Pérez Galdós nunca ha sido una obsesión sino una tranquila "dedicación" que nació con la lectura de sus obras en el colegio.
    La afición de Galdós a las mujeres es uno de los terrenos en los que Ortiz Armengol ha logrado ampliar más la biografía del autor de Misericordia. "Galdós era un hombre muy alto y delgado, de cabeza pequeña y de aspecto muy descuidado", explica el biógrafo. "Ganó muchísimo dinero y todo se lo gastaba en mujeres. A todas les ponía un piso. Recuerdo que seguí las cartas enviadas a una tal Conchita que me desorientaron durante mucho tiempo, hasta que finalmente descubrí que el problema era que había dos Conchitas. ¡Y simultáneas! Curiosamente la vida privada de Pérez Galdos, cuyo anticlericalismo era radical, jamás se aireó. Se respetaba, lo que dice mucho, y bueno, de la sociedad española de entonces". Sin embargo, para Ortiz Armengol, Galdós no fue un hombre "dominado por las pasiones eróticas" sino un hombre más realista que romántico y "al servicio de la burguesía". Galdós, supo mantener en la más absoluta sombra su vida para que de ninguna manera pisara su obra.

    Casi mil páginas

    Vida de Galdós, publicada hace un año por Crítica, es una biografía de casi mil páginas en la que Pedro Ortiz Armengol ha plasmado su devoción por Galdós. Una biografía en la que, según los críticos, "está todo". "Es que sobre Galdós ya no me queda nada que decir", añade el escritor, cuya afición al autor de los Episodios nacionales nació de niño en el Instituto Escuela. "Todavía conservo los ejemplares que leí entonces... Luego, de adolescente, me centré en Pío Baroja. Finalmente volví a Galdós. Quería dedicarme intensamente al estudio de un escritor y lo elegí a él... Hoy, de toda su obra, mi favorita es sin duda Fortunata y Jacinta". Embajador de España en Filipinas entre 1981 y 1987 ("hasta mi jubilación"), el escritor está hoy volcado en la preparación de conferencias y artículos sobre la conmemoración del 98. En su despacho de Madrid, rodeado de su colección de figuras de rinoceronte ("simbolizan la humanidad víctima de la fuerza salvaje") y de sus ordenadas fichas y libros sobre los temas a los que dedica desde hace años su tiempo ("Mi biblioteca sobre Filipinas. es una de las más completas de España"), el diplomático explica el fenómeno de la antigua colonia como el de un "mundo aparte" que nada tiene que ver con el de Cuba o Puerto Rico.
    "Tengo muy viva la idea de que la Filipinas española del siglo XIX fue un mundo que no se ha repetido. No se pareció a nada", explica Armengol, que prepara junto al escritor Arturo Pérez-Reverte un guión cinematográfico sobre los últimos de Filipinas. "La Filipinas española, con todos sus defectos y errores, es una realidad absolutamente desconocida, cuando no tergiversada, por la Filipinas de hoy. Mis novelas sobre ese país son una reacción personal ante ese desconocimiento".
    * Este articulo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de julio de 1997
    EL PAÍS



    Benito Pérez Galdós / Misericordia / Hambre y religión

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    Benito Pérez Galdós

    MISERICORDIA

    Hambre y religión

    EDUARDO HARO TECGLEN
    31 MAR 2001

    Misericordia es una novela que Galdós publicó en 1897: la consideró como "novela contemporánea", y lo era. Alfredo Mañas hizo una versión para teatro: se estrenó en el Teatro Nacional María Guerrero en 1971, dirigida por José Luis Alonso. Mañas ha muerto recientemente, y José Luis Alonso murió hace diez años. La dieron entonces una actualidad importante. Canseco ha dirigido esta reposición con un sentido de respeto por sus creadores, y en su homenaje. Algunos actores de los que la representaron entonces están otra vez: María Fernanda D'Ocón, en el papel protagonista, Benina. Falta otro actor fundamental, Bódalo, que hizo el papel del ciego Almudena.
    Han sido 30 años demoledores para el teatro español. No sólo por quienes ya no están, sino porque aquel gran teatro no pudo tener continuidad. Se advierte desde que se levanta el telón, y un grupo brechtiano, o como de los dibujos del Genovés de entonces, está inmóvil: un grupo de mendigos, de gentes de los bajos fondos. Bajo unas nubes amenazantes, de suburbio, que creó Mampaso: luego se descubrirá un semicírculo de madera que será la base del escenario: una especie de plaza donde sucede la tragedia.


    El tema inmediatamente visible es el hambre, el del país devastado, la mala España, o el mal Madrid: los mendigos frente al oratorio de Caballero de Gracia, en una zona ahora absorbida por la ciudad de lujo y trampa. Los protagonistas han ido perdiendo el derecho de ciudad. El hambre no es aquélla, ni la de 1971, pero para el que la pasa en las chabolas es la misma.
    El segundo tema, que en la época de Galdós era primordial, es el de la religión. En todo Galdós está presente esa lucha contra una religión dominante, rica: creadora de pobres. Fue maltratado por ello. No sólo por el clero, sino que más tarde los intelectuales nuevos del siglo le despreciarían sin darse cuenta de su grandeza de novelista, no inferior a la de Gorki o a Tolstoi. Aún tienen herederos que le desdeñan. Su pecado estaba en su popularidad y su enormes ventas. Pero esta obra es religiosa.Frente a la Iglesia del poder, al sacerdote falsario, a la señora , la pobre Benina es una santa. No ve nadie esa santidad excepto el ciego: un gran personaje galdosiano. Le llaman el moro: en esa versión, el rezo de Almudena tiene palabras de las tres religiones monoteístas, judías, musulmanas, cristianas; y se santigua como un católico. La ironía de que este ciego ecuménico sea el único que vea la realidad está acentuada por Mañas y Alonso; y por la presencia de unos ángeles de guardarropía. Y por el final de la novela, que dice Benina: "vete a tu casa y no vuelvas a pecar". Son palabras de Jesús, según san Juan: las que le dice a la pecadora. Puede que tuviera más fuerza esta cuestión religiosa en 1971, en tiempos de la Iglesia triunfante.
    El trabajo de Mañas y Alonso sobre la gran novela es, naturalmente, reductor: no cabe toda en dos horas. Y los guiños de los dos enriquecen y dan fuerza al sentido social: el impulso religioso o la contradicción aparece sobre todo como un problema de clases. Los ricos y los pobres. No sé si el público, muy numeroso y muy entusiasta en la representación del jueves, a la que asistí, tienen alguna idea de las historias del ojo de la aguja y de quién será el reino de los cielos. Hoy es insostenible.

    Benito Pérez Galdós / Misericordia / Tapas


    Antonio Muñoz Molina / Admirando a Galdós

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    Admirando a Galdós

    El azar de un encargo me forzó a regresar este verano al autor de 'Misericordia'


    Antonio Muñoz Molina
    30 de agosto de 2013

    El azar de un encargo me forzó a regresar este verano al autor de 'Misericordia'

    Uno prepara a conciencia sus lecturas de verano y luego se las cambia sin miramiento el azar. El cambio suele ser para bien. Yo no tenía previsto regresar este verano a Galdós, pero intervino el azar de un encargo, que me forzó a dejar en suspenso otras lecturas más premeditadas, y lo que había empezado siendo una obligación ha terminado por convertirse en una aventura lectora que durará más allá de agosto. Empecé leyendo Misericordia, quizás la última obra maestra en el ciclo de las que él mismo llamó “novelas españolas contemporáneas”. El encargo lo saca a uno del cauce de sus prioridades voluntarias, incluso le fuerza a dejar en suspenso tareas que le importan más aún porque es uno mismo y nadie más quien se las ha impuesto. Pero precisamente en ese salirse de lo elegido y de lo previsto es donde el encargo revela a veces su virtud paradójica: impone un quiebro, un cambio brusco de rumbo, y por lo tanto lo deja a uno a merced de lo inesperado, que es el mejor camino para el descubrimiento.


    Una novela valiosa
    no entrega desde el principio toda su complejidad y menos aún hace obvios sus mejores matices

    Leí Misericordia con más atención y con cuaderno y lápiz porque me había encargado un ensayo largo precisamente sobre esa novela, y cuando llegué a la última página hice lo que debería hacer uno cuando le ha impresionado mucho un libro: regresar al principio y leerlo entero otra vez. Sólo así se aprende de verdad algo sobre cómo el libro está hecho; y se aprende también que no hay primera lectura que no sea distraída, y que una novela valiosa, como un poema o una pieza de música, no entrega desde el principio toda su complejidad y menos aún hace obvios sus mejores matices. En una novela, como en una sinfonía, es bueno ir sabiendo en qué dirección vamos, fijarse en lo que hay de anticipación en ciertos pormenores que la primera vez pasaron inadvertidos o parecieron casuales.
    En rigor, la literatura o la música, el arte, son antídotos de este mundo aturdido del usar y tirar, de la avidez entre distraída y neurótica por lo nunca visto, lo inusitado que en el momento mismo de brillar ya está desvaneciéndose en el olvido. Lo valioso de verdad no se agota, ni se queda obsoleto. Tiene la persistencia ecológica de las cosas que duran gastándose y que se vuelven mejores cuanto más se usan; no porque sean refractarias al tiempo, y por lo tanto inertes, o inmóviles, sino porque navegan en el flujo del tiempo, de modo que son a la vez antiguas y contemporáneas, el reverso exacto del consumo, de su despilfarro, de su descuido cínico. Una novela, un poema, una canción, un cuadro, una película, cuando se han disfrutado muchas veces a lo largo de una vida y siguen irradiando belleza y verdad en el transcurso de las generaciones adquieren la nobleza práctica de una calle por la que la gente ha paseado desde hace décadas o siglos, siempre cambiando y siempre idéntica, o de una herramienta que ha ido variando en su uso, tan flexible y tan simple, que puede manejarla para fines diversos manos muy distintas.
    (Esto suena a anacronismo. Pero estoy seguro de que se acercan tiempos más austeros y cambios de sensibilidad que volverán anacrónico y hasta inexplicable este sometimiento de ahora a la tontería de la moda, en el sentido más amplio de la palabra, incluyendo en ella las baratijas tecnológicas que están programadas para durar cada vez menos y pasar en unos meses de los escaparates de diseño a los muladares de basura tóxica en los países más pobres del mundo).


    Encontró su veta más fértil conjugando la novedad de Dickens, Balzac, Flaubert y Zola con la tradición de Cervantes y el Lazarillo

    Galdós publicó Misericordia en 1897. La novela, que discurre con ese fluir sinuoso que había alcanzado la perfección diez años antes en Fortunata y Jacinta, como un río muy ancho y como el delta de un río, tiene un final brusco, como sobrevenido, que desconcierta menos en la segunda lectura, sin que disminuya un sentimiento de parcial frustración. Por esa época, y ya muy desengañado políticamente, Galdós, en otros tiempos tan saludablemente anticlerical, se había dejado atraer por un cierto misticismo evangélico, quizás contagiado de Tolstói. Un personaje desgarrado y verdadero, Benina, la criada mendiga, pierde de pronto su espléndida terrenalidad para convertirse de manera apresurada en un símbolo.
    Pero tal vez lo que hay en las últimas líneas de Misericordia es menos una capitulación que un derrumbe, el desfallecimiento de un novelista que llevaba nada menos que diecisiete años trabajando en un máximo de tensión creadora, inventando y escribiendo, año tras año, una tras otra, novelas de una riqueza y una ambición narrativa que no habían existido en español desde el Quijote y Persiles, y que estaban a la altura de las obras maestras europeas de las que se alimentaban y con las que aspiraban a medirse. En una de ellas, El doctor Centeno, un aspirante infortunado a escritor, Alejandro Miquis, siente que la obra teatral a la que está dispuesto a dedicar su vida es “como un trozo de cielo caído sobre la frente de un hombre”. Hacia 1880, con menos de cuarenta años, Galdós encontró de golpe, en el arranque de La desheredada, un mundo inagotable y entero y una manera completamente nueva de escribir. Las historias desbordarían sus novelas para enredarse y encadenarse a través de ellas. Los personajes circularían de unas a otras como en la Comedia humana de Balzac. La materia narrativa sería la vida misma que sucedía a su alrededor, que hasta entonces había más o menos eludido, no por falta de valor ni de voluntad, sino de herramientas expresivas. Había vuelto su imaginación al pasado anterior a su vida en las primeras series de los Episodios. Había inventado personajes que eran alegorías de sus preocupaciones políticas, y los había situado en espacios abstractos, ciudades de nombres alegóricos que tenían algo de los paisajes planos de la pintura primitiva.
    En La desheredada estalló de una vez por todas el mundo de Galdós igual que estalló el mundo de Faulkner en The Sound and the Fury. Y sólo con la de Faulkner se compara su productividad infatigable durante más de quince años. Esas revelaciones suceden una sola vez en la vida de un novelista y se la cambian y se la colonizan para siempre. Madrid fue el territorio de Galdós como París el de Balzac o Londres el de Dickens. Sus ilusiones y sus desengaños progresistas, su escándalo ante la corrupción y la injusticia, su desaliento por las oportunidades desperdiciadas y los errores repetidos en el devenir del país, se entretejen en las vidas de los personajes con una soltura técnica tan consumada como la que no tenemos reparo en admirar en La educación sentimental. Galdós encontró la veta más fértil de su talento conjugando la novedad cosmopolita de Dickens, Balzac, Flaubert y Zola con la tradición de Cervantes y el Lazarillo.
    Me acuerdo de Lázaro de Tormes leyendo el arranque de El doctor Centeno, con la tranquilidad golosa de tener entre manos una trilogía que vino después de La desheredada y un poco antes de Fortunata y Jacinta. Pero la lectura me trae también al presente porque en las primeras páginas de esa novela ya hay una queja amarga sobre el estado de la ciencia en España. Galdós es tan contemporáneo nuestro en su ciudadanía como en su literatura.

    Benito Pérez Galdós / Los episodios nacionales / La buena escritura

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    ‘Los episodios nacionales’, de Galdós

    Destaca la buena escritura del canario a la hora de describir la Historia

    MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN
    6 JUN 2013 - 06:41 COT




    Ejemplares de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós

    No tiene duda el director de cine, guionista  y escritor Manuel Gutiérrez Aragón a la hora de elegir su lectura preferida: Los episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós. "Ahora que se lleva tanto escribir novelas históricas. Galdós es un ejemplo de cómo se debe escribir Historia, de verdad. Este autor da una lección a todos". Los episodios nacionales  son una colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas por Benito Pérez Galdós que fueron redactadas entre 1872 y 1912. Están divididas en cinco series y tratan la Historia de España desde 1805 hasta 1880. "Son obras que se pueden leer en cualquier momento de la vida. ¿En libro electrónico o papel? "En papel, en esa tableta parece que siempre estás leyendo el mismo libro, sin colores de ningún tipo. Me gusta ir a la librería a comprar".

    Gutiérrez Aragón logró con su primera novela, La vida antes de marzo, el premio Herralde 2009, y es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

    ‘La La Land’ se afianza en los Bafta como la favorita al Oscar

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    Emma Stone y Ryan Gosling

    ‘La La Land’ se afianza en los Bafta como la favorita al Oscar

    El musical se lleva el galardón a la mejor película en los premios del cine británico y Emma Stone, su protagonista, el premio a la mejor actriz



    A dos semanas del veredicto de los Oscar, el musical La La Land afianza su condición de favorito tras ser proclamado este domingo mejor película por la Academia Británica de Cine, que también ha premiado a su protagonista femenina, Emma Stone. Casey Affleck ha recibido el Bafta en el apartado de actor principal, mientras el galardón a los intérpretes de reparto recaía en Viola Davis y Dev Patel.
    Emma Stone y Damien Chazelle, anoche con sus Bafta.  AFP

    El éxito de esa película con sabor agridulce que se erige en un homenaje a la "ciudad de las estrellas" (Los Ángeles) se ha traducido en cinco de las once posibles estatuillas del Bafta a las que era candidata, entre ellas a la mejor direccción, Damien Chazelle. El actor principal de La La Land, Ryan Gosling, se ha visto desbancado por el torturado trabajo de Casey Affleck en Manchester frente al mar, que volverá a ser su gran rival en la ceremonia de los premios de Hollywood del 26 de febrero. Su compañera de reparto, Emma Stone, ha logrado en cambio imponerse a la otra actriz favorita al trofeo de mejor intérprete femenina principal, Natalie Portman, muy alabada por su  composición de Jacqueline Kennedy en Jackie.
    En el capítulo de actores de reparto, tanto la crítica como todas las casas de apuestas se habían decantado por la solidez de la candidatura finalmente ganadora— de Viola Davis, quien en Fences reedita un papel ya interpretado en el teatro junto a Denzel Washington. Y, contra el grueso de los pronósticos, el galardonado masculino ha sido el británico Dev Patel (Lion), otro de los aspirantes al Oscar al igual que Davis.

    El cine social del veterano Ken Loach ha sido reconocido con el Bafta al mejor largometraje británico para Yo, Daniel Blake y que, en palabras de su director, cuenta "las verdades sobre el maltrato que reciben las personas más vulnerables de este país por parte del Gobierno".
    Solo dos nombres españoles integraban la lista de candidatos, y ninguno ha tenido suerte. La  húngara El hijo de Saúl, ganadora del Oscar el año pasado, se impuso como mejor película de habla no inglesa, en un apartado en el que competía Julieta de Pedro Almodóvar. Y la votación popular que decide el galardón a una estrella emergente favoreció finalmente a Tom Holland (quien fuera el niño de Lo imposible y hoy la última encarnación de Spiderman), frente a otras cuatro jóvenes promesas de la pantalla entre las que figuraba la catalana Laia Costa gracias a su protagonismo en el filme alemán Victoria.
    El resultado de los Bafta británicos se ha conocido a lo largo de una gala (más contenida que la de Hollywood) celebrada en el Royal Albert Hall de Londres, que ha vuelto a contar por duodécima vez con el buen oficio del presentador Stephen Fry. Numerosas estrellas de Hollywood han llenado la platea de la sala de ópera londinense pero, en la 70ª edición de los premios, la presencia de los duques de Cambridge, Guillermo y Catalina, ha sido la más perseguida por las cámaras.

    “Me llamo Chavela Vargas. No lo olviden”

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    Chavela Vargas

    “Me llamo Chavela Vargas. No lo olviden”


    Un documental muestra la vida tan salvaje como creadora de la cantante mexicana, una artista que luchó por defender su libertad y su opción sexual


    GREGORIO BELINCHÓN
    Enviado especial a Berlín 11 FEB 2017 - 07:34 COT


    Chavela Vargas tuvo muchas vidas. Todas desaforadas, todas llenas de ansias por su libertad. Algunas más dichosas, unas con más amor, otras con más alcohol. Y en cada una de ellas luchó por no traicionarse, por ser quien quería ser. Catherine Gund y Daresha Kyi han condensado todas las Vargas posibles en Chavela, que ayer se estrenó en Berlín en la sección Panorama, y que en 90 minutos condensa con éxito una existencia de 93 años.

    Chavela Vargas no nació siendo Chavela ni en México. Costarricense nacida en San Joaquín de Flores en 1919, María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano fue una niña especial, a la que sus padres escondían cuando venían las visitas por su extraña manera de ser y de vestir. Cuando el matrimonio se divorcia, ella se va a vivir con sus tíos, y a los 17 años toma una determinación: irse a México, comenzar una nueva existencia como Chavela Vargas. El filme mezcla entrevistas con la artista en distintas épocas, con declaraciones actuales de quienes la rodearon y la quisieron, y actuaciones y grabaciones históricas. Por eso Chavela acaba siendo quien cuenta sus propias vivencias, como cuando recuerda cómo en aquellos primeros años en México intentó actuar como el resto de las cantantes, con tacones y vestidos con los que se tropezaba en el escenario. Finalmente, acabó usando sus míticos pantalones y ponchos, y así la descubrió un día en un club en la década de 1940 por la esposa del mítico compositor y cantante José Alfredo Jiménez. Su voz era única, su forma de moverse en un escenario también, y José Alfredo entendió que Chavela poseía una extraordinaria capacidad de canalizar el dolor a través de su voz, un sentimiento que burbujeaba en todos los temas del compositor.
    Aquella unión, perfecta en lo artístico, también fue mítica en su alcoholismo. Ambos bebieron y bebieron, cayeron al suelo decenas de veces embriagados por miles de litros de tequila. Sin embargo, el talento de Vargas chocaba con el México tradicional. Nunca llegó a actuar más allá de clubes y cabarés. Fue pareja de Frida Kahlo. Logró cierta fama en el Acapulco de finales de los años cincuenta, repleto de turistas estadounidenses. Actuó en la boda de Elizabeth Taylor y Michael Todd -"y amanecí con Ava Gardner", apunta-, y tuvo romance con decenas de mujeres, incluidas esposas de jerifaltes del gobierno. Entre ellas, a la novia de Emilio Azcárraga, el todopoderoso empresario que vetó su carrera musical en compañías de discos. Y sí, hizo alguna serie de televisión y alguna película, pero languideció. Durante años vivió de la caridad de amigos. Hasta que un día se cruza en su camino la joven abogada Alicia Pérez Duarte, con la que inicia una intensa relación.




    Chavela Vargas y Pedro Almodóvar.


    Pérez Duarte da muchas claves en Chavela sobre la cantante. por ejemplo, su capacidad para reinventar hechos de su vida y convertirlos en leyenda. Como su abandono del alcohol. Según la artista, lo lograron unos chamanes. Según Pérez Duarte, ocurrió tras un feo incidente con una pistola que involucró al segundo hijo -entonces de ocho años- de la letrada. La misma cantante dice que Isabel es una persona maravillosa, pero Chavela es un toro complejo de lidiar.
    Sobria, Chavela Vargas retoma su carrera. La mayor parte de sus fans pensaba que había muerto, y a finales de los ochenta reaparece actuando en Ciudad de México. Allí le ve un empresario español y en 1993 actúa en la Sala Caracol de Madrid. Comienza su segunda carrera, con la que por primera vez pisará teatros. Pedro Almodóvar se convierte en su amigo y padrino y logra que actúe en el Olympia de París. Y solo entonces es cuando definitivamente México le abre las puertas y canta en el teatro Bellas Artes.

    En Chavela se escuchan sus frases rotundas, sus sentencias que resuenan por su voz como bombas: "Lo supe siempre. No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ese es el precio que tienes que pagar: la soledad"; "Nadie se muere de amor, ni por falta ni por sobra"; "El amor no existe, es un invento de noches de borrachera". También se ilustra su soledad, su independencia, su lesbianismo nunca anunciado públicamente hasta que cumplió 80 años (probablemente porque no hacía falta; probablemente porque en México se permite todo en un escenario pero nada en la calla), su liderazgo en la comunidad lésbica mexicana... En España hablan de ella Miguel Bosé, Elena Benarroch o Laura García-Lorca: su último concierto es en la madrileña Residencia de Estudiantes en julio de 2012 y dos días después vuelve rápidamente a México para poder morir allí, lo que ocurre el 5 de agosto de 2012.
    Chavela es un documental excepcional porque en 90 minutos fija la imagen y la vida de la artista sin regatear sus contradicciones, sus dolores (murió aún rabiosa por la falta de amor de su madre con ella), sus pasiones y su talento. Ayer en Berlín el aplauso fue merecido.
    EL PAÍS


    DE OTROS MUNDOS



    Benito Pérez Galdós / Los episodios nacionales / Tapas

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    Benito Pérez Galdós
    EPISODIOS NACIONALES
    Tapas




    Cuarenta y seis novelas, escritas entre 1872 y 1912 y distribuidas en cinco ciclos, conforman Los episodios nacionales. La monumental obra de Benito Pérez Galdos cuenta de esta manera la historia de España desde 1805 hasta 1912, mezclando con sabiduría personajes ficticios y acontecimientos históricos de la España del XIX.








































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