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El sueño dorado de Joan Didion

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Joan Didion

El sueño dorado de Joan Didion

Publicado por 
Es mediodía en algún lugar de la costa norteamericana. Una señora débil, oculta tras unas enormes gafas de sol redondas, observa el mar. Luce una melena rubia, oxigenada, que vuela al viento como un reflejo de la bandera americana que hay justo detrás. Estamos en la segunda mitad de los noventa y en la playa se oye a un grupo de negros cantando In the Midnight Hour. Aquella canción despierta en Joan Didion (Sacramento, 1934) recuerdos agridulces de su juventud, de los años del florecimiento hippy, de la marihuana y el cristal, de las alucinadas tardes en la Psycheledelic Shop de Haight Street, de los primeros reportajes, del primer amor, de la aniquilación de algunas de las mejores mentes de su tiempo. Recuerda también al que fuera su editor, Henry Robbins, que murió sin avisar. A las pandillas de jóvenes con camisetas estampadas que sacaban a los niños del colegio para “activarlos mentalmente”. A una joven destruida que, entre un grupo de indigentes, le contó llorando un día lo feliz que había sido la primera vez que probó el peyote. Aquel día Joan se sentó a tomar té con los mendigos y fumó y se lamentó de la incomprensión de los mayores, que no entendían las virtudes del amor libre, del sexo extravagante y heterodoxo. Recuerda también a Tirofijo, un muchacho de provincias al que conoció en San Francisco fumando porros bajo un póster de Allen Ginsberg y que le confesó que había estado chutándose cristal durante tres días seguidos, perdiendo la noción del tiempo y del espacio.
—No sé de dónde soy. De San José, de Chula Vista, no sé.
Ya quedó atrás la era contracultural, pero a Didion le asalta cada noche el recuerdo brumoso de aquellos años. Pone por escrito, a modo de dietario, intimidades que vende enmascaradas en reportajes de fondo. Lleva toda la vida escribiendo la crónica definitiva de una época en la que había que escaparse de casa con cincuenta dólares en el bolsillo y una dirección a la que ir en San Francisco. El destino le ha regalado una vida demasiado larga: su marido, su hija, todos han muerto, pero Joan Didion sigue viva, aunque olvidada. Gay TaleseTruman CapoteTom Wolfe o Hunter S. Thompson compartieron con ella, cada uno en su estilo, el sueño dorado de la escritura de acción en periódicos y revistas, de la literatura de la experiencia. Joan es incapaz de alejarse de la realidad y por eso escribe un texto cuando muere su editor y un libro cuando fallecen, casi al mismo tiempo, todos los miembros de su familia. Y también escribe hermosos artículos a partir de recuerdos que carecen de importancia, como esas líneas de amor que dedicó a John Wayne:
“Tres o cuatro tardes por semana íbamos a sentarnos en las sillas plegables del oscuro barracón de chapa de acero que hacía de cine, y fue allí, durante aquel verano de 1943, mientras fuera soplaba un viento tórrido, donde vi por primera vez a John Wayne. Lo vi caminar y oí su voz. Le oí decirle a una chica en una película titulada En el viejo Oklahoma que le iba a hacer una casa ‘en el recodo del río donde crecen los álamos’. La verdad es que al crecer yo no me convertí en la clase de mujer que protagoniza una película del Oeste, y aunque los hombres a los que he conocido han tenido muchas virtudes y me han llevado a vivir a muchos sitios, nunca han sido John Wayne, y nunca me han llevado tampoco a ese recodo del río donde crecen los álamos”.
Hay algo romántico —una suerte de elegía periodística y obsesiva— en el hecho de que Didion no pueda despegarse de los recuerdos cuando escribe. Sin haber cumplido los treinta, hablaba con nostalgia de viejo sobre su infancia; ahora, en el crepúsculo de su vida, no puede sino recordar a los que se fueron. Mondadori acaba de publicar Noches Azules, un nuevo volumen sobre su hija muerta, Quintana, que empezó a escribir el día en que ella tendría que haber celebrado su aniversario de bodas. La escritura de Didion es sombría, cualidad que ya tenía en 1960, cuando sus temas eran el amor propio, la necesidad de romper cadenas y la infelicidad de unos años floridos y terribles. Didion no fue feliz, no hay en sus crónicas íntimas —recuperadas también por Mondadori, bajo el título Los que sueñan el sueño dorado— una sola línea que no remita a la infructuosa búsqueda de la alegría.
Su estilo lleva cuatro décadas intacto. Pareciera que su mente, como la de un cocainómano de los noventa, se hubiese quedado anclada en aquellos años, a medio camino entre un existencialismo atroz y el hedonismo desatado que ya entonces dejaba en Joan cada mañana un poso de amargura tremendo que impregnaba invariablemente su escritura. Y ahora, ya vieja y deteriorada, todavía recupera una y otra vez su verso preferido de Edna St. Vincent Millay: “La infancia es el reino donde no muere nadie”. Aunque es cierto que ni siquiera idealiza del todo la edad de la inocencia y habla de su niñez como una época en la ya tuvo la convicción de que “habían quedado atrás los mejores tiempos”. Y sintetiza así, en Apuntes de una nativa, su memoria de Sacramento:
“Hoy cuesta encontrar California; resulta inquietante preguntarse cuánto de ella fue pura imaginación e improvisación; produce melancolía darse cuenta de que gran parte de los recuerdos que circulan entre la gente no son ciertos, sino meros reflejos de recuerdos ajenos, historias que han circulado por las redes familiares (…) A cualquier forastero que venga hoy por la 99 a bordo de un coche con aire acondicionado (…) estos pueblos le tienen que parecer tan planos, tan empobrecidos, que hasta la imaginación se le resecará. Sugieren veladas pasadas delante de gasolineras y pactos de suicidio sellados en autocines”.
Si acaso trata de tomar distancia con los sucesos, género periodístico en el que se desenvuelve con maestría, logrando transmitir una emoción extraordinaria, al nivel de un Mailer o un Capote:
La encontraron a la una y media de la madrugada del 20 de abril de 1989 con la ropa arrancada, cerca del camino de conexión con la calle Ciento Dos. Fue llevada entre la vida y la muerte al hospital Metropolitan de la calle Noventa y siete Este. Había perdido el setenta y cinco por ciento de su sangre. Tenía en cráneo aplastado y el ojo izquierdo hundido al fondo de su cuenca, y los pliegues característicos de la corteza cerebral se le habían borrado. Dentro de la vagina le encontraron tierra y ramitas, lo cual sugería una violación. El 2 de mayo, cuando por fin se despertó del coma, seis adolescentes negros e hispanos, cuatro de los cuales habían hecho declaraciones grabadas en vídeo sobre su participación en el asalto, ya habían sido acusados de su asalto y violación, y ella se había convertido, sin quererlo y sin saberlo, en la protagonista sacrificial de esa narración sentimental que es la vida pública de Nueva York”.
En 1967, Joan Didion se despidió por primera vez con un artículo titulado Adiós a todo aquello. Cualquiera hubiera dicho que aquel era su testamento vital, cuando de lo que se trataba en realidad era del epílogo a toda una generación extraviada. El texto, que comienza preguntándose por la distancia hasta Babilonia, habla de la fascinación prístina de una joven en Nueva York, y de cómo ese asombro se va desvaneciendo sin remedio. A la Gran Manzana había llegado Joan atravesando el país entero. En NY buscó caras nuevas, allí fue una exiliada temporal rodeada de sureños, de gente ociosa de Nueva Orleans, Richmond o California. Allí paseó su naturaleza encantadora bajo los carteles luminosos de Lexington Avenue, donde se compraba un melocotón cada mañana, frecuentó tugurios apestosos y tomó cerveza casera con chicos rubios de Alabama que hubieran matado por acostarse con ella. Allí se sentó a filosofar junto a putas, yonquis y mendigos, abjurando del almibarado sueño americano, tomando por bandera, por verdadera razón de su existencia, un libertinaje suicida que no acabó con ella.






La nueva biografía de Joan Didion

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La nueva biografía de Joan Didion

BIOGRAFÍA

La escritora norteamericana es una de las pioneras del llamado Nuevo Periodismo, y su trabajo ha retratado, quizá mejor que cualquier otro, las profundidades del espíritu estadounidense. A sus 80 años, y alejada del mundo, Joan Didion es el motivo de una celebrada biografía publicada por Tracy Daugherty.

2015/11/20

POR HERNÁN D. CARO

BOGOTÁ


En 1973, tras pasar algunos días hirvientes en Cartagena, Joan Didion –durante décadas una de las voces más poderosas del periodismo literario y, a sus 80 años, una verdadera leyenda del mundo intelectual estadounidense– visitó Bogotá. Ella y su esposo habían sido invitados al Festival de Cine de Cartagena. Sin embargo, como cuenta Tracy Daugherty en su monumental biografía de Didion, The Last Love Song(La última canción de amor), que tras ser publicada hace unas semanas en Estados Unidos se convirtió de inmediato en un best-seller, en Cartagena Didion prácticamente no abandonó el hotel: sufría de fiebre y migrañas y “no podía soportar más los cegadores amaneceres costeros y los vientos polvorientos. Pensaba que se iba a morir”.




En Bogotá
En Bogotá, el texto breve que Didion escribió tras el viaje, no es precisamente uno de sus más relevantes. Sin embargo, el pequeño reportaje da fe de las peculiaridades de su obra periodística, así como de las sensaciones que suele provocar. Allí están el empleo de la historia personal y la mezcla de la descripción insólita con información (“Llegué a Bogotá un día de 1973 en que las calles parecían bañadas por neblina y una luz tenue y la voz amplificada de Nelson Ned, un enano brasileño cuyas canciones sonaban en todas las discotecas. Frente a la iglesia de San Francisco, donde los virreyes tomaban posesión de su cargo cuando el país era la Nueva Granada y Simón Bolívar asumió la presidencia de la fracasada Gran Colombia, niños y ancianas vendían cigarros cubanos”). Está el poder de observación implacable (“En el cuarto piso del nuevo Bogotá Hilton se puede almorzar en una galería llena de orquídeas, desde la cual se ve la piscina del hotel, así como una barraca de chozas de madera y lata, donde un niño con el cuerpo horriblemente lleno de cicatrices y su rostro oscurecido por una máscara de lana juega lánguidamente al yoyo”). Está el talento para construir ambientes refinados, mezclado con el análisis irónico (“Un colombiano me dijo una noche en un restaurante del Chicó...: ‘España envió a su aristocracia a Suramérica’. Yo ya había escuchado variaciones de esta alucinación... Cuando los colombianos hablaban del pasado, tenía a menudo la impresión de estar en un lugar donde la historia tendía a naufragar, incluso mientras ocurría, en la soledad de la autosugestión”). Y ante todo está la sensación que atraviesa toda la obra de Didion: nerviosismo y urgencia (“No tenía planeado dejar la costa, pero después de una semana allí empecé a pensar solo en Bogotá. En Bogotá haría frío. En Bogotá se podría conseguir The New York Times con solo dos días de retraso y elMiami Herald con uno y esmeraldas y agua en botella. En Bogotá había rosas frescas en los baños del Hotel Tequendama y agua caliente veinticuatro horas al día”).
Aquella urgencia, que En Bogotá es un tanto caprichosa (la revista The New Yorkerllamaba a la autora hace poco “neurasténica hipersensible”), adquiere en los textos centrales de Didion un carácter muy serio. Así, en 1978 Didion aclaraba: “Quiero que entiendan que tienen al frente una mujer que desde hace tiempo se siente radicalmente separada de la mayoría de las ideas que parecen interesarle al resto de la gente. Una mujer que en algún momento perdió toda fe en el contrato social, en la idea de que todo va a mejorar... En los años pasados me he sentido a menudo como una sonámbula... alerta solo a pesadillas, los niños quemándose en el coche en el parqueadero del supermercado..., el francotirador de la autopista que se siente muy mal por elegir a la familia de cinco, los estafadores, los locos...”. Y así, leyendo a Didion uno tiene la impresión permanente de que va a ocurrir una desgracia. O más bien: que ya ocurrió y es irreparable. Y uno comprende, además, que para Didion escribir no ha sido solo el intento de comprender la realidad, sino ante todo –como lo muestran dolorosamente sus dos últimos libros y la nueva biografía– una estrategia para sobrevivir. Pero mejor empecemos por el comienzo, antes del desastre.



Hollywood, guerras civiles y hippies
Joan Didion nació el 5 de diciembre de 1934 en California, en una familia conservadora y pudiente. Su padre pertenecía a la Fuerza Aérea y por ello entre 1942 y 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, Didion vivió con su familia en diferentes ciudades, una experiencia que, como escribiría luego, la hizo sentirse como una marginal toda su vida. En 1956 se graduó de la carrera de Literatura inglesa en Berkeley, y ese mismo año se trasladó a Nueva York tras ganar un concurso de ensayo de la revista de moda Vogue, donde trabajó dos años. Mientras trabajaba allí publicó su primera novela, Run, River (Corre, río, 1963), y tras dejar la revista empezó a escribir para publicaciones célebres como Life, EsquireThe New York Times The New Yorker.
En 1964, Didion se casó con John Dunne, también escritor y guionista, con quien escribió cinco películas, revisó decenas de guiones y concedió innumerables entrevistas. La pareja vivía junto con su hija Quintana (adoptada justo tras su nacimiento en 1966) entre Nueva York, Los Ángeles y Hawái. Durante años fueron acaso la pareja de autores más chic de Estados Unidos. Escribiendo sobre una tragedia familiar, años más tarde, Didion recordaría: “Como ambos éramos escritores y trabajábamos en casa, nuestros días estaban llenos de la voz del otro... Muchos suponían que debíamos de ser competitivos, que nuestra vida privada debía de ser un campo minado de envidias profesionales... Esto estaba tan lejos de la verdad que sugería ciertas lagunas en la comprensión de lo que es un matrimonio”. Y un amigo de la familia comentó: “Se pensaría que se necesitaban mutuamente para respirar”.
Desde mediados de los sesenta –en textos sobre la vida en Hollywood, crímenes en California, conflictos familiares, las falacias del feminismo, la campaña presidencial de Bill Clinton o violaciones en el Central Park de Nueva York– Didion estableció su método: explorar con ojo clínico cierta frialdad y talento analítico, fenómenos de la cultura pop y mediática a fin de penetrar las profundidades del espíritu estadounidense. La combinación de la investigación periodística con la narración en primera persona y un estilo impecable convirtieron a Didion en una de las pioneras del llamado Nuevo Periodismo, junto a autores como Truman Capote, Tom Wolfe o Gay Talese.
Los ensayos y reportajes de Didion están reunidos en los libros Slouching Towards Bethlehem (Caminando hacia Belén, 1968), The White Album (El álbum blanco, 1978),After Henry (Después de Henry, 1992) y Political Fictions (Ficciones políticas, 2001). EnSalvador (1983), Didion examinó la sangrienta guerra civil en aquel país; en Miami(1987), las implicaciones políticas del exilio cubano en Florida; y en Where I Was From(El lugar de donde yo venía, 2003), reflexionó despiadadamente sobre su vida en California. Didion ha escrito además cinco novelas, así como dos libros de memorias inmensamente tristes: The Year of Magical Thinking (El año del pensamiento mágico, 2005) y Blue Nights (Noches azules, 2011).
Uno de los textos más representativos del temperamento periodístico de Didion es el reportaje Caminando hacia Belén. Allí Didion describe su visita en 1967 al distrito de Haight-Ashbury en San Francisco, centro del movimiento hippie. En contraste con la imagen tradicional del movimiento, la que Didion ofrece es sombría y alarmante. El texto inicia así: “El centro ya no sostenía nada... Era claro que en algún punto nos habíamos abortado a nosotros mismos... Y ya que nada parecía ser más relevante, decidí ir a San Francisco, el lugar donde la hemorragia social estaba en evidencia”. En una de las escenas finales, una niña de cinco años –a quien su madre alimenta con lsd– explica que está en el “High Kindergarten”. El diagnóstico de Didion: “Lo que veíamos era el intento desesperado de un puñado de chicos patéticamente mal preparados de crear una comunidad dentro de un vacío social. Tras ver a estos chicos no podíamos seguir ignorando el vacío, pretender que la atomización de la sociedad podía ser invertida”. Muchos años después, los temores y el abatimiento que se perciben en gran parte de la obra de Didion se harían muy reales en la vida misma de la escritora.




Cronista de la catástrofe
“Hoy, mientras empiezo a escribir esto, es la tarde del 4 de octubre de 2004. Hace nueve meses y cinco días, aproximadamente a las nueve de la noche del 30 de diciembre de 2003, mi esposo, John Gregory Dunne, sufrió, frente a la mesa donde nos acabábamos de sentar para cenar en nuestro apartamento en Nueva York, un evento coronario masivo que causó su muerte. Nuestra hija única, Quintana, llevaba cinco noches inconsciente en una estación de cuidados intensivos... Este es mi intento por comprender el periodo que siguió”.
Esto lo leemos en las primeras páginas de El año del pensamiento mágico, donde Didion relata sobre la muerte de su esposo y el dolor de los meses siguientes. El libro es tanto una memoria conmovedora como una obra de arte del periodismo investigativo, donde el objeto investigado –como en muchos de los textos anteriores de Didion– son los sentimientos de la autora misma. El dolor, sin embargo, no terminó allí. En agosto de 2005, un año y medio tras la muerte de John, Quintana moriría en un hospital de Los Ángeles, a la edad de 39 años. Y una vez más Didion se volcaría a la escritura como forma de resistir. El libro Noches azules –que alguien llamó el “canto de cisne” de Didion, y al cual bien se podría aplicar el título de la nueva biografía: “La última canción de amor”– es una meditación bellísima y tristísima sobre la vida de Quintana, sobre la vejez de Didion, en fin, sobre la muerte. “Cuando empecé el libro –escribe Didion–, mi mente se volcaba más y más a la enfermedad, el final de la promesa y de los días... la muerte de la luz”. La mayoría de los libros de Didion no han sido traducidos al castellano. Que El año del pensamiento mágico y Noches azules sí lo hayan sido es, dejando cualquier ironía aparte, una fortuna.
Hay una paradoja en la obra periodística de Didion: casi en todas sus páginas, la autora habla acerca de sí misma, de su vida familiar, de sus viajes, sus reflexiones. Escribe cosas como: “Mi única ventaja como reportera es que soy físicamente tan pequeña, de temperamento tan discreto y tan neuróticamente inarticulada que la gente tiende a olvidar que mi presencia va en contra de sus intereses”. Los últimos dos libros analizan sus sentimientos con precisión. Y sin embargo, uno siente que, a fuerza de exponerse, Didion ha logrado seguir siendo un misterio. The Last Love Song, la biografía recién publicada, que relata en todo detalle la vida apasionante y valiente de Joan Didion, no pretende resolver aquel misterio. Pero sí logra una cosa: reiterar la invitación a visitar la obra admirable de una voz que tenemos que escuchar.

ARCADIA







Joan Didion / El año del pensamiento mágico / Reseña

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Joan Didion

Joan Didion
BIOGRAFÍA
El año del pensamiento mágico

Traducción de Olivia de Miguel. Global Rythm, Barcelona. 2006. 212 págs 

Dos golpes de enfermedad y muerte están en el origen de este libro. Llega a España con la aureola de haber recibido el premio National Book Award en la categoría de no ficción del pasado año y de ser un éxito de ventas y crítica. El primer rayo del destino cae sobre Quintana. Hija única, adoptada a poco de cumplir su medio año, de John Gregory Dunne y Joan Didion, tiene treinta y siete años, un buen trabajo y un marido que le adora y encaja a la perfección en una familia bien avenida y armónica que vive con holgura en Nueva York.

BERNABÉ SARABIA | 15/06/2006 |


Joan Didion. Foto: Robert Birnbaum

El jueves 18 de diciembre de 2003 comienza a sentir los síntomas de lo que parece una gripe a la que se añade una infección de garganta. Cuatro días más tarde no mejora, la fiebre alcanza los 39,5° C y su marido decide llevarla a urgencias de un magnífico hospital situado en la elitista parte alta de Manhattan, el Beth Israel North. Los médicos diagnostican gripe, son fechas para eso, el clima de Nueva York es frío, ya se sabe. Siguen el consejo sanitario: descanso, beber líquidos, algo para bajar la temperatura. Parece lógico, lo aceptan, pero Quintana no mejora y no puede asistir a la tradicional cena de Nochebuena, un delicioso despliegue gastronómico y de regalos que organiza su madre. Así las cosas, sin mejoría, el día de Navidad vuelven a trasladarla a urgencias del hospital y esta vez sí le hacen radiografías de tórax y descubren una neumonía que tratan con Altivan y Demerol. No es “nada grave”, pero la ingresan en UCI para mantenerla en observación. La neumonía se extiende y deriva en choque séptico. Le administran Xigris, el último y caro avance de la empresa farmacéutica Eli Lilly. La infección generalizada tiene un aspecto pésimo. El segundo rayo descarga de inmediato. El martes 30 de diciembre de 2003, John y Joan han pasado la tarde en la UCI del Beth Israel North. Vuelven a su confortable casa en taxi. Mientras Joan prepara la cena, John enciende la chimenea y se toma dos whiskies escoceses. “Nos sentamos. Yo removía la ensalada. John hablaba; de repente, dejó de hablar”. Se desploma con la mano izquierda levantada y lo que al principio le pudo parece a su esposa una broma es otra cosa, es un paro cardíaco de efecto inmediato y mortal.





El año del pensamiento mágico es un libro que comienza a escribirse el 4 de octubre de 2004, nueve meses y cinco días después de la muerte de John. Su publicación tuvo lugar, justo un año más tarde, sin que su autora pueda referirse a la muerte de su hija Quintana dado que su fallecimiento ocurre el 26 de agosto de 2005. Se trata por tanto de un libro que tiene una doble línea argumental: por un lado, la que constituye un minucioso análisis de la muerte repentina de un cónyuge y la posterior elaboración en forma de duelo del trauma; por otro, la reflexión que refleja la lucha de una madre por salvar a una hija gravemente enferma.



Para entender lo bien que ha funcionado esta obra en Estados Unidos conviene advertir varias cosas. En primer lugar, que cuando ocurren los dramáticos hechos sobre los que reflexiona Didion, ella y su marido son dos escritores al final de la sesentena, habituales en los medios de comunicación, que han trabajado para la industria del cine escribiendo adaptaciones y guiones y que ambos tienen en su haber novela y ensayo. Como señala la propia Didion: “He sido escritora toda mi vida”. Estamos por tanto ante una persona con oficio, entrenada en dar expresión a unos hechos que la enfrentan a una visión nueva, inmediata, de lo que es la muerte, la enfermedad, el azar, la buena o mala fortuna, el matrimonio, los hijos, o la memoria. Didion se plantea en estas páginas cómo afrontar el dolor, la pérdida de un ser querido o el modo en que la gente se enfrenta a un final tan inevitable como la muerte.



Joan Didion ha escrito El año del pensamiento mágico con una estructura muy cinematográfica. Ha buscado un guión eficaz y potente. Para conseguirlo va al hueso con una escritura directa, sin concesiones sentimentales y, eso sí, recurriendo al flash back para mantener siempre en vilo al lector. A todo lo anterior se añade la recuperación de la memoria de los casi cuarenta años no sólo de vida en común, sino también de colaboración profesional con su esposo John G. Dunne. Joan Didion inserta su recuerdo -también el de sus padres, familia y amigos- a lo largo de todo su texto y ello dinamiza y enriquece la lectura. Añádase, por fin, que la autora no admite un papel pasivo en la tragedia que le toca vivir.

Es activa al autorizar la autopsia a su marido y negar la donación de sus órganos, lo es al indagar el motivo del fallo cardíaco o al querer situar con exactitud el momento de su fallecimiento. Con la enfermedad de su hija busca saber cómo es posible que de una gripe invernal se pueda llegar a una infección generalizada cuando se trata de una persona joven tratada en el sistema sanitario más avanzado del mundo. El 25 de marzo de 2004, aparentemente recuperada de su crisis, Quintana decide descansar unos días en California, el lugar de nacimiento de su madre, el espacio de su niñez y adolescencia, y tras el magnífico funeral por su padre, vuela con su marido a Los ángeles y en el aeropuerto cae al suelo y es trasladada a las urgencias del UCLA Medical Center para una intervención en la cavidad craneal. Deberá permanecer allí hasta ser trasladada a Nueva York, en una pequeña avioneta, el 29 de abril. En esas semanas su madre la cuida. Pero Didion se informa, compra libros, busca en internet para entender la enfermedad de su hija y para interaccionar con unos médicos a los que llega a irritar. Todo ello lo relata con una capacidad narrativa que mete al lector en páginas de una viveza comparable a esas series sobre médicos que tanto éxito tienen en televisión.

Las referencias bibliográficas utilizadas por Didion son escasas e incompletas. Es evidente que la muerte y el duelo son tan antiguos como la humanidad. Para Platón la filosofía era una meditación sobre la muerte, y desde la medicina se han dejado ensayos insoslayables. Un mero ejemplo es el libro de Sherwin B. Nuland, Cómo morimos (Alianza, 1995), también merecedor del Nacional Book Award, y citado por Didion demasiado de soslayo. Algo semejante sucede con Philippe Ariès y su El hombre bajo la muerte, texto seminal enriquecido por su Historia de la muerte en Occidente (Acantilado, 2000). Desde el psicoanálisis se ha contribuido mucho y Didion se apoya en unas migajas mal escogidas. Y un clásico en la literatura del duelo, El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia de Worden (Paidós, 2004) ni se menciona.

Hubiera estado bien dar al lector un entramado bibliográfico, pero eso no quita fuerza a un ensayo que, repitiendo el tópico, se lee “como una novela” y cuya tensión sale de las entrañas de un ser herido pero dotado con una excepcional capacidad analítica y expresiva. El gran mérito de Didion es hacer literatura, sujetar al lector a partir de detalles menores pero significativos de la vida cotidiana. Es capaz de establecer y presentar al lector la gama de sentimientos y la degradación de la felicidad que le supuso la muerte de sus padres a una edad normal, la de su marido, prematura, y la grave enfermedad de su hija. Y todo ello mientras el trabajo y los amigos siguen estando en su horizonte. Así consigue que el lector no salga de sus líneas en cuanto traspasa la primera página. 


Una pena en observación


“La vida cambia rápidamente. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces termina”. Estas palabras de Joan Didion retratan pálidamente su conmoción y su duelo ante la gravísima e inesperada enfermedad de su hija y la muerte de su marido. Una conmoción que se acentúa porque la tragedia se cumple en menos de cinco días en los que la escritora ve como una vida común de rituales compartidos se destruye en un instante. Un año necesitó la autora para recoger los pedazos de su vida, y a descubrir hasta qué puntose había transformado cualquier idea previa, aparentemente inmutable, que antes tuviese “sobre la muerte, la enfermedad, la probabilidad y la suerte, sobre el matrimonio, los hijos y la memoria, sobre lo que la gente hace y no hace para soportar la idea de que la vida termina, sobre los fallos de la sanidad, sobre la vida misma”. De hecho, como ha señalado la prensa americana, tanto Didion como su marido, escribieron a menudo sobre ellos mismos, su matrimonio, sus depresiones, los guiones en los que trabajaron juntos, y los mundos esplendorosos que habitaron en Nueva York y Los ángeles. Para ellos escribir sobre sí mismos era una manera de descubrir sus pensamientos más íntimos, una manera de ordenar el caos de la vida. Pero Didion no es, ni mucho menos, la primera en utilizar la escritura para explicar el dolor. Así, Paul Auster dedica la primera parte de La invención de la soledad (Edhasa, 1990) a la inesperada muerte de su padre, casi un extraño para él. Isabel Allende se dolió en Paula (Plaza & Janés, 1997) de la muerte de su hija, y C. S. Lewis, en Una pena en observación (Anagrama, 2004) analizó, desde la fe y la angustia, lo que sentía tras la muerte de su esposa y cómo, cuando parecía que ya no era posible sufrir más, un “rayo de dolor” puro recordaba al ausente.




EL CULTURAL








Joyce / John Huston / The Dead

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James Joyce
John Huston
THE DEAD 
Por Alejandro Salgado Baldovino

Hace rato quería dedicarle un post o un especial a esta hermosa película que me gusta tanto. Esta historia tiene dos hitos, primero, es un relato original del gran escritor irlandés James Joyce. Un relato que hizo parte de una colección de otro 14 relatos, que se tituló “Dublineses”. La historia que adapta el filme, es uno de los 15 relatos, precisamente aquel que se titula “Los Muertos”. Que de paso, es el mejor de toda la colección. Y el segundo hito de esta gran historia, además del literario, es que en el año 1987, el gran director norteamericano John Huston, cerró su excelente carrera, filmando según en silla de ruedas y con cámara de oxigeno, la que sería su última obra. Precisamente la adaptación del relato “Los Muertos”, que se conocería como “The Dead” o “Dublineses”. 

“The Dead”, cuenta una historia, ambientada en Dublín, que inicia en una celebración familiar. En la primera parte del filme o en la mayoría del filme somos espectadores de esa reunión familiar, en donde desfilan diversos personajes, cada uno con sus detalles y características. Dentro de la reunión, encontramos a una pareja, Los Conroy, Gabriel y Gretta, quienes durante toda la cena pasan desapercibidos, se camuflan y se mezclan dentro de sus familiares, pero a medida que pasa el filme, la cámara se fija cada vez más en ellos, hasta su regreso nuevamente al hotel, en donde Gretta hará una gran revelación a su marido. 

El filme es relativamente corto, dura solamente 81 minutos. Pero en esos minutos, no sobra ni falta absolutamente nada, todo está a su perfecta medida. Huston, creo que nunca hizo un filme tan centrado en sus personajes como en este filme. Ya que hay otro protagonista invisible en el filme, así como en el relato de Joyce, y es la misma muerte. Tal vez, Huston quien ya se encontraba bastante avanzado de edad, alcanzó una gran sensibilidad en esa etapa y llegó a conocer y a saludar a ese viejo amigo que seguro lo rondaba mientras filmaba la película. Porque John Huston moriría el mismo año en que el filme es estrenado, el 28 de agosto de 1987 en Estados Unidos. Dejando su última obra maestra y su último gran aporte al cine. 

La película es preciosa, lírica, nostálgica y melancólica. La dirección, la música, la adaptación del guión, absolutamente todo funciona. Y los eslabones más importantes, los actores también están excelentes, encabezados por los protagonistas, la gran actriz Anjelica Huston, hija de John Huston, que la dirigió creo que dos veces, precisamente en dos de sus mejores interpretaciones y Donald McCann. Pero absolutamente todos brillan y se mezclan con el ritmo poético del filme. 

Y qué decir de ese magistral final, en donde vemos la reflexión de Gabriel sobre la confesión de su esposa. Un monólogo que engloba en sí la esencia del filme y del relato. La guinda del pastel para este paseo hacía nuestros más profundos y dolorosos recuerdos. Un filme imprescindible de uno de los más grandes directores norteamericanos. 













Donald, Anjelica Huston y John Huston 






FRASES DE LA PELÍCULA

Gabriel Conroy: “Que pequeño papel he representado en tu vida. Es casi como si no hubiera sido tu marido, como si nunca hubiéramos convivido como marido y mujer. ¿Cómo eras entonces? Para mí tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella por la que murió Michael Furey. ¿Por qué siento esta oleada de emoción?, ¿Qué lo ha provocado?, ¿El recorrido en el coche?, ¿Que ella no respondiera cuando le besé la mano?, la despedida de mi tía, mi discurso estúpido, el vino, el baile, la música… 


Pobre tía Julia, esa mirada ojerosa en su cara cuando estaba cantando. Pronto ella también será una sombra, como la sombra de Patrick Morcken y su caballo. Quizás pronto me siente en ese mismo salón vestido de negro, con las persianas echadas y buscando en mi mente palabras de consuelo. Y sólo encontraré aquellas débiles e inútiles. Sí, sí, eso ocurrirá muy pronto.


Sí, los periódicos tienen razón. Hay nieve por toda Irlanda. Cayendo en cada trozo de la llanura central y en las colinas sin árboles, suavemente sobre los pantanos de Alen, y más lejos, hacía el oeste, cayendo suavemente sobre las olas oscuras, rebeldes y superficiales. Uno a uno, nos vamos convirtiendo en sombras. Mejor pasar valientemente a ese otro mundo, en la plena gloria de una pasión que apagarse y marchitarse tristemente con la edad. ¿Cuánto tiempo has guardado en tu corazón la imagen de los ojos de tu amado diciéndote que no deseaba vivir? Yo nunca he sentido algo así por alguna mujer, pero sé que tal sentimiento debe ser amor.


Piensa en todos los que alguna vez han vivido desde el principio de los tiempos, y en mí, transeúnte como ellos, entrando también en su mundo gris, como todo lo que me rodea. Este mundo sólido en el que ellos se criaron y vivieron, se desmorona y se disuelve. La nieve cae, cae sobre ese solitario cementerio donde Michael Furey está enterrado. Cae débilmente sobre el universo y cae débilmente como en el declive de su último final, sobre todos los vivos y los muertos”



John Huston / La noche de la iguana

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Los cuatro revólveres 

de ‘La noche de la iguana’

Huston consiguió un reparto tan estelar como repleto de egos: Richard Burton, Ava Gardner, Deborah Kerr y Sue Lyon


Alcohol, frustraciones, sexualidad reprimida, miserias... En La noche de la iguana, el dramaturgo Tennessee Williams volvió a combinar el abanico de ingredientes emocionales con los que había estado experimentando a lo largo de toda su carrera. El director John Huston los envolvió en una atmósfera sofocante de aislamiento, calor y humedad, y, entre los dos, cocinaron una obra maestra a fuego intenso.
El guion estaba basado en la obra del mismo título que había triunfado en Broadway con Bette Davis como protagonista. John Huston consiguió un reparto estelar: Richard Burton, Ava Gardner, Deborah Kerr y Sue Lyon, que después de haberse dado a conocer en Lolita se había convertido en el icono de la precocidad sexual. Todos estaban en lo más alto de su popularidad. Consciente del impacto que podría tener la presencia de todas aquellas estrellas en el lugar de rodaje y de la revolución mediática que podrían ocasionar, Huston se decantó por una localización aislada. La película se rodó en la localidad mexicana de Puerto Vallarta que, por entonces, no pasaba de ser una remota aldea de pescadores. El elenco de estrellas se instaló allí durante semanas, en una convivencia que puede que sirviera para que los actores se acercaran al estado emocional de sus personajes, pero que a priori era temible. Una reunión de egos en la que todo hacía presagiar que saltarían chispas, más aún teniendo en cuenta que –todo el mundo lo sabía– no era difícil trazar en aquel grupo conexiones de tipo sentimental. Sin ir más lejos, Peter Viertel, marido de Deborah Kerr, había tenido un lío previo con Ava Gardner. Curándose en salud, antes de viajar a Puerto Vallarta, Huston reunió a sus actores y regaló a cada uno de ellos un revólver Derringer. "Dentro hay unas balas doradas en las que están escritos los nombres de los demás", les dijo. "Si las necesitáis durante el rodaje, utilizadlas, y así me evitáis a mí problemas".
Contra todo pronóstico, nadie echó mano de su arma. Y eso a pesar de que, al parecer, el alcohol fluía a oleadas, con un Richard Burton que desayunaba cerveza y una Ava Gardner que trataba de ahogar la inseguridad que le provocaban algunas escenas. A Puerto Vallarta también se trasladó Tennessee Williams, que ayudaba a Huston cuando este se estancaba con algún diálogo; el novio de Sue Lyon, a quien el director prohibió acercarse al plató porque no dejaba de darse arrumacos con la actriz, y también Liz Taylor, que se instaló allí para acompañar a Richard Burton y que trabó una relación tan estrecha con el sobrino de un vecino que, meses después, volvería para asistir a su primera comunión. En sus memorias Ava Gardner sólo tuvo halagos para la Taylor y, ante tanta armonía inesperada en un rodaje que se preveía tumultuoso, la prensa desplazada hasta la zona no tuvo más remedio que entretenerse escribiendo acerca del lugar. La noche de la iguana supuso un antes y un después para Puerto Vallarta que, a partir de entonces, empezó a transformarse en un centro turístico. "Fue una bendición a medias", diría John Huston años después. “Las playas se llenaron de hoteles y grandes y edificios de apartamentos. Los habitantes se convirtieron en camareros, doncellas y policías. La mayoría de las tiendas están orientadas al turismo, pero el agua es potable, la fiebre tifoidea y el tifus casi han desaparecido. Los niños tienen tantas posibilidades de nacer vivos como en cualquier lugar de Estados Unidos y ahora hay escuelas”.
La noche de la iguana ganó en 1965 los Oscar a mejor fotografía, dirección artística y mejor actriz de reparto, para Dorothy Jeakins. Ava Gardner, sin embargo, ni siquiera consiguió una candidatura. Ganó, eso sí, el premio a mejor intérprete femenina en el Festival de San Sebastián, y hoy todo el mundo coincide en que La noche de la iguana es una de sus mejores interpretaciones. Un gran texto de Tennessee Williams. Una de las grandes películas de John Huston.



Ava Gardner / Esa imperfecta viajera

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Ava Gardner

Ava Gardner, esa imperfecta viajera

Un recorrido por la carrera de la mítica actriz, que convirtió a España en un destino frecuente en sus películas y en su vida


“No dormir en toda la noche de puro gozo es algo que se otorga a pocos pero, al fin, a mí”. Los versos que Robert Graves escribió pensando en Ava Gardner simbolizan perfectamente los años que vivió en España esta famosa actriz, una especie de alocada noche en la que no faltaron juergas, romances, flamenco, toros pero también algo de amargura y sinsabores. Y es que Ava Gardner adoraba vivir en España porque, como dijo en una ocasión, “tiene mis mismos defectos”.
Después de rodar en Tossa de Mar (Girona) Pandora y el holandés errante, Ava Gardner se enamoró de España, y convirtió a Madrid en su residencia durante más de una década. Un romance que narra la película documental La noche que no acaba dirigida por Isaki Lacuesta, basada en el libro Beberse la vida de Marcos Ordóñez.


Ava Gardner

Gardner nació el día de Nochebuena de 1922 en una pequeña comunidad de plantadores de tabaco en Carolina del Norte. La más pequeña de siete hermanos, hija de un granjero irlandés alcohólico y una baptista escocesa, solo dijo de su niñez que en aquella época “Lo único que deseaba era estar muerta”. En 1940, cuando Ava salió por primera vez de su aldea para visitar a su hermana mayor en Nueva York, su vida cambió para siempre gracias a unas fotografías tomadas por su cuñado y enviadas a las Metro Goldwyn Mayer.
Los fotogramas de sus películas evocan recuerdos esparcidos por los cinco continentes. Desde su primer gran éxito, Mundo opuestos, ambientada en Nueva York, no dejó de viajar a través de sus papeles. Después llegaría Pandora y el holandés errante que convirtió a España en un destino frecuente en sus películas y en su vida; con Magnolia, alcanzó su debut en el musical mientras recorría el Mississipi. Luego viajaría al Reino de Camelot con Los caballeros del Rey Arturo recreado en escenarios ingleses, y se convertiría en una aristócrata en Italia enLa condesa descalza. Viajó por Pakistán (Cruce de destinos), las islas del Pacífico y México (La noche de la iguana), y nos trasladó hasta el exotismo de China (55 días en Pekín). Para acompañarla en su periplo por África, TCM emite este fin de semana Mogambo, una película que rodó junto a Clark Gable, y con la que encontró el reconocimiento de la industria cinematográfica que tanto buscaba gracias al Oscar que le otorgó la Academia como mejor actriz.


Ava Gardner / Las confesiones del animal más bello

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Ava Gardner

Las confesiones del ‘animal más bello’

Se publica un libro maldito: las revelaciones Ava Gardner al escritor Peter Evans. Dicen que un conflicto del autor con Frank Sinatra impidió su salida. Aún no tiene editor en España



Frank Sinatra y Ava Gardner paseando por una playa de Miami dos días antes de su boda en 1951. / BETTMANN (CORBIS)
Según el tópico, Ava Gardner (1922-1990) fue “el animal más bello del mundo”. Más allá de su aire felino, también sabemos que disfrutó de una turbulenta vida amorosa y que sobrevivió a una industria —el cine de los grandes estudios— que no siempre tuvo en cuenta sus mejores intereses. Lo que no se menciona son sus indudables artes para la intriga.
La intrahistoria de su autobiografía nos revela que Ava fue magistral a la hora de jugar sus cartas. A principios de 1988, con 65 años, decidió que sus memorias tenían valor, un indudable gancho comercial: “Mis vicios y mis escándalos son más interesantes que lo que cualquier novelista pueda fantasear”. Y empezó a buscar un negro. Por consejo del actor Dirk Bogarde y el cineasta Michael Winner, contactó con Peter Evans, que se tenía por hombre valiente: había firmado una desmitificadora biografía de Onassis, al que luego acusó de complicidad en el asesinato de Robert F. Kennedy.

Quien ponía la comida en la mesa era yo, no aquellos amigos generosos
Evans se reunió regularmente con Ava en su casa londinense, grabando cintas de una extraordinaria franqueza. Ella había sufrido una apoplejía que dejó paralizado su lado izquierdo; con todo, su cabeza funcionaba perfectamente. Pero Ava todavía dependía de Sinatra, que se ocupaba, por ejemplo, de cualquier emergencia médica. Alguien recordó que, en la década anterior, Frank había demandado a Evans por implicarle en actividades mafiosas. Por lealtad, seguramente bien recompensada, ella rompió con Evans. Aunque también está la versión de que Ava se acobardó al ver las transcripciones de sus charlas: “van a pensar que soy una ninfómana”. Además, tenía otras opciones.

Los líos de Ava


Ava Gardner en 1950 con el torero Mario Cabré, con quien tuvo un 'affair'. / BETTMAN (CORBIS)
Mickey Rooney. Se casaron en 1942. Ella se burlaba de su estatura y él detallaba sus gustos sexuales.
Howard Hughes. Reaccionó a sus golpes. Le estrelló un cenicero en la cabeza y le dejó KO.
George C. Scott. Se conocieron rodando en Roma. Él la persiguió durante años.
Artie Shaw. Segundo matrimonio de un año con el clarinetista, de 1945 a 1946.
Frank Sinatra. Se casaron en 1951 y, pese a sus peleas, dependió de él hasta su muerte en 1990.
Mario Cabré. “Fue un polvo de una noche”.
Robert Mitchum. “Fumé marihuana con él”.
Lo que se ha sabido ahora es que, simultáneamente, Ava se citaba con otro periodista, el neoyorquino Lawrence Grobel, para dictar unas memorias más centradas en Hollywood. Sin embargo, Grobel tuvo que aparcar el proyecto debido a un compromiso previo para escribir la biografía de un buen amigo de Ava, el director John Huston. Y había un tercer plumilla rondando, que finalmente se llevaría el gato al agua, al materializar Ava: my story, que salió al mercado unos meses después de morir la actriz. Dicho sea de paso, se notan las diferentes manos y el grado de alcohol consumido: alguien que es tratado con cariño en un libro resulta despellejado en otro.
Evans asumía que sus entrevistas resultaban algo salvajes, en contenido y en lenguaje, pero se negó a rebajarlas. En contra de lo previsible, Ava cuidaba de su reputación. No toleraba que alguien se apuntara tantos a su costa: le echó un chorreo a Marlon Brando cuando se enteró de que este presumía de haber intimado con ella.
Muy consciente de que disponía de material inflamable, Evans esperó un par de décadas antes de pactar con los herederos de Ava el permiso para la publicación. Ava Gardner: the secret conversations ha sido precedido por una serialización en el Daily Mail que se ceba en sus andanzas como “la más insaciable diosa del sexo” y que desaprovecha mucho el talento narrativo de Ava y/o Peter Evans. El libro, desdichadamente, todavía no tiene editor en España.

Sobre Cabré: “Era guapo y yo estaba borracha. Un error terrible”
Muchas de sus intimidades tal vez no signifiquen mucho para el público del siglo XXI. Su primera boda, con Mickey Rooney, hoy suena a disparate publicitario del estudio MGM —el diminuto actor competía con Clark Gable en popularidad—, pero hubo amor. Amor rencoroso: ella se burlaba de su estatura, él decidió humillarla al leer públicamente su agenda de “amiguitas” y detallar sus especialidades sexuales.


BETTMAN (CORBIS)
Ava Gardner con Mickey Rooney, recién casados en 1942.
Otras revelaciones nos entristecen: su tolerancia ante hombres violentos. Al menos, supo reaccionar ante los golpes del millonario Howard Hughes: le estrelló un cenicero en la cabeza y le dejó KO. Fue más miserable el actor George C. Scott, con el que coincidió en Roma mientras rodaban La Biblia —“Bebía, me molía a palos y al día siguiente no se acordaba de nada”— y que la persiguió durante años.
Igualmente misterioso es su segundo matrimonio, con Artie Shaw, que duró exactamente un año, entre 1945 y 1946. El clarinetista de jazz resultó ser un perfecto esnob: detestaba que Ava viajara con sus músicos y deploraba que ella trabajara en el cine (“eso no es actuar, todo es cuestión de pómulos y de iluminación”). Y se empeñó en culturizarla, apuntándola a cursos por correspondencia de la Universidad de California, “hasta un día que le gané jugando al ajedrez”.

Luis Miguel [Dominguín] fue uno de los hombres más valientes que conocí
Con Artie, que murió en 2004, Ava tenía cuentas por saldar. Le acusaba de pertenecer a la izquierda caviar (literalmente: acudían al consulado soviético, donde los anfitriones insistían en ofrecer grandes cantidades de caviar y vodka). Por el contrario, cuando cambió el clima político, Shaw acudió a la convocatoria del Comité de Actividades Antiamericanas como testigo amistoso, lloró lágrimas de cocodrilo y se declaró manipulado por “los comunistas”. Ava se sintió decepcionada.
No se puede decir que estuviera politizada. Su corazón sí latía en el lugar adecuado —deploraba, por ejemplo, el racismo de Howard Hughes—, pero vivió felizmente unos 15 años en la España franquista. Protagonizó algún desaire al marqués de Villaverde y tuvo un conflicto absurdo con el ultraderechista Blas Piñar (más detalles en Beberse la vida: Ava Gardner en España, de Marcos Ordóñez). Su relación con España comenzó en 1950, con el rodaje de Pandora y el holandés errante. Mario Cabré, el torero que hacía de torero en la película, cayó en su embrujo e incluso le dedicó un poemario.

El guionista Peter Viertel: “Nadie podía manejar a Ava. Nadie podía poseer a Ava”
De las pocas cosas que Ava se arrepiente es de su “polvo de una sola noche” con Cabré: “Era guapo y yo estaba borracha. Un error terrible. Y lo de contárselo a Sinatra tampoco fue muy brillante. Vino a toda prisa hacia España, quería matar al pobre cabrón. Pero antes tenía que confirmarlo. Caí en el truco más antiguo del mundo: “Si me cuentas la verdad, todo estará perdonado”. La sinceridad es lo más importante y todo eso. Así que le dije la verdad y, desde luego, no me lo perdonó jamás”. Cuando rugían los celos, nada servía con Sinatra. Se empeñó en que ella había tenido un lío con Sammy Davis Jr., y aunque Ava lo negó, Frank expulsó a su amigo del famoso Rat Pack.
La pasión de Ava por los toreros se entendió mal entre sus amigos de California, que confundían el traje de luces con exhibicionismo gay. Íntimo de Sinatra, Bogie [Humphrey Bogart] se creía obligado a burlarse del look de la tauromaquia: “De todos los hombres del mundo, te tienes que enamorar de uno que lleva capa y zapatos de bailarina”. Ava entraba al trapo: “Luis Miguel era uno de los hombres más valientes que he conocido y, decididamente, no tenía nada de mariquita. ¡Era el torero más famoso del mundo!”. Y se convertiría más tarde en amiga de su esposa, Lucía Bosé.

Deborah Kerr: “Peter no se atreve a decirlo, era una devoradora de hombres”
En Hollywood había demasiado miedo alrededor de Sinatra. Hasta un tipo duro como Robert Mitchum rechazó prolongar sus revolcones con Ava al entrar Frank en escena: “Me dijo que le temía, que sus enemistades eran mortales”. Tampoco ayudó que Ava no compartiera la devoción de Mitchum por la marihuana: “Fumé con él, pero no me hizo ningún efecto”.
El problema con Sinatra, reflexionaba Ava, era que se parecían demasiado. Se casaron en 1951. Ella desechó los consejos de su amiga Lana Turner, que se le había anticipado al tener aventuras con Rooney y Sinatra, aparte de haberse casado con Artie Shaw. Lana sabía que la carrera de Frankie había caído en picado y que no aceptaría fácilmente vivir eclipsado por Ava.
Las broncas entre Sinatra y Ava fueron épicas: Sinatra resultó todo un drama. Su especialidad era fingir que se suicidaba. Con medicamentos o encerrándose en una habitación y disparando una pistola: “Entré y estaba sentado en la cama en calzoncillos, con la pistola humeante en la mano, sonriendo como un niño. Había disparado contra la almohada”. Era un truco, pero funcionaba: “Yo lo entendía como un grito de auxilio y siempre piqué”.

Las broncas con Sinatra fueron épicas. Él fingía que se suicidaba
Ava se burlaba de todos aquellos rumores que situaban a Frank en la nómina de la Mafia: “La llamada Familia nunca apareció cuando él lo necesitaba. Realmente me indigna leer que la Mafia le ayudó cuando estaba hundido. Quien ponía la comida en la mesa era yo, no aquellos amigos supuestamente tan generosos”. De acuerdo, pero de principio no niega el vínculo.
Peter Viertel, el guionista casado con la actriz Deborah Kerr que vivió muchos años en Marbella, siempre pensó que la pareja estaba condenada al fracaso. Así se lo contó a Evans: “Nadie podía manejar a Ava. Sinatra, el pobre desgraciado, no tenía ni la más mínima posibilidad, la amaba demasiado. Se mostró demasiado posesivo y ese fue el problema: nadie podía poseer a Ava”. La Kerr, que rodó La noche de la iguana con Ava, apuntilló: “Lo que Peter no se atreve a decirte es que, finalmente, era una devoradora de hombres”.


25 años sin Ava Gardner

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25 años sin Ava Gardner

Ha pasado un cuarto de siglo desde que murió, pero las leyendas en torno a la figura de Ava Gardner nunca se han agotado




Ha pasado un cuarto de siglo desde que murió, pero las leyendas en torno a la figura de Ava Gardner nunca se han agotado. En Madrid aún se recuerdan sus largas noches de alcohol y flamenco. Se enumeran amores y amantes, o se evocan las sonoras broncas que mantuvo con el General Perón cuando eran vecinos. Ava Gardner adoraba vivir en España porque, según decía, era un país que tenía sus mismos defectos. Sin embargo, en los más de diez años que pasó entre nosotros, no solo hubo fiestas y alegría, sino también muchas horas de soledad y grandes dosis de amargura.

El director Isaki Lacuesta sintetizó la estancia de Ava Gardner en España en La noche que no acaba. Un documental basado en el libro Beberse la vida, de Marcos Ordóñez, en el que cuenta la huella que dejó la actriz en lugares como Madrid y Tossa de Mar (Girona), donde rodó la película Pandora y el holandés errante. Una película que se podrá ver en el canal TCM el domingo 25 de enero, día en el que se cumplen 25 años de la muerte de Ava. Una jornada que estará íntegramente dedicada a esta inolvidable estrella con la emisión de algunas de sus mejores películas como Forajidos, Mogambo, La noche de la iguana y Cruce de destinos.

Narrado por las actrices Charo López y Ariadna Gil, La noche que no acabacuenta, en palabras de Isaki Lacuesta, “lo que sucedió entre un primer plano dePandora y el holandés errante y otro de Harem”. Es decir, entre la primera y la última película que Ava Gardner rodó en nuestro país. “Es una especie de diálogo entre una Ava joven que llega a España en los años cuarenta y la Ava mayor que muere cuatro años después de rodar Harem. Un collage que intenta rastrear la biografía de Ava Gardner en sus películas de ficción”.

A través del testimonio de amigos que la conocieron, como el pianista Paco Miranda, el ayudante de dirección Perico Vidal o la actriz Lucía Bosé, se va hilvanando la vida en España de esta gran estrella de Hollywood. También aparecen en el film personas que se cruzaron fugazmente en su vida, como Ana María Chaler, su doble de luces en Pandora, o Francisco Román, el maître del tablao El duende, que Ava frecuentaba a menudo. El resultado es un mosaico donde vemos su apasionada y tormentosa relación con Frank Sinatra, y sus éxitos y frustraciones cinematográficas, como cuando fue doblada en las canciones del musical Magnolia. Una película que ilustra certeramente aquellos versos que el escritor Robert Graves dedicó en una ocasión a Ava Gardner: “No dormir en toda la noche de puro gozo es algo que se otorga a pocos pero, al fin, a mí”.


El tormentoso amor de Frank Sinatra y Ava Gardner en España

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Ava Gardner

El tormentoso amor de 

Frank Sinatra y Ava Gardner 

en España

En un país marcado por la carestía y una dictadura férrea, estos dos mitos dieron rienda suelta a su tira y afloja sentimental


Ava Gardner y Frank Sinatra, con Frank Grant, representante en España de Metro-Goldwyn-Mayer, y su esposa, en el rodaje de 'Pandora' en Cataluña.
Como si hubiese sucedido en esas películas en blanco y negro de Hollywood, de ese tipo de cine al que se refería Federico Fellini en el que “no había ni final ni principio, sólo la infinita pasión de la vida”, la tormentosa relación amorosa de Frank Sinatra y Ava Gardner tuvo un decorado de excepción: la España franquista, la de los tablaos, las ventas de madrugada y las corridas de toros. En un país marcado por la posguerra, la carestía y una dictadura férrea y patéticamente moralista, estos dos mitos de la cultura popular dieron rienda suelta a su tira y afloja sentimental. Como escribe el periodista Francisco Reyero en el libro Sinatra. Nunca volveré a ese maldito país (Fundación Lara), “la España de Franco siempre se le dio tan mal como Ava”.
Con buena prosa y muchos detalles, desde apuntes biográficos hasta testimonios de prensa, Reyero repasa todas las visitas del músico estadounidense a España, pero se detiene con acierto en aquellas que vinieron motivadas por la previa presencia de la deslumbrante actriz, fascinada por la farándula española y sus matadores. Con su cuerpo volcánico y su mirada penetrante, Gardner, que llegó a afirmar en público que “joder es un buen deporte”, siempre trajo de cabeza a Sinatra, pero fue en el país de la piel de toro donde el ídolo de masas más chocó contra la mujer que posiblemente más amó en su vida.

Gardner llegó a afirmar en público que “joder es un buen deporte”
Sinatra pisó por primera vez suelo español en mayo de 1950 y lo hizo con un único objetivo: encontrarse con Gardner, que estaba en la Costa Brava rodando Pandora y el holandés errante. Aterrizó en el aeropuerto de El Prat, rumbo a Tossa de Mar, movido por los celos. La actriz, que un año después sería su esposa, tenía un lío con el torero Mario Cabré. Aunque el cantante estaba todavía casado, Gardner y él vivían un romance del que se había hecho eco toda la prensa mundial. Lo intentaban disimular pero Sinatra, que llegó cargado con seis cajas de Coca-Cola y un collar de esmeraldas para ella, no podía soportar ver a su “infiel amada” junto el diestro catalán, que le brindaba los toros que mataba. Antes de su llegada, le había mandado desde Nueva York cartas perfumadas a su “querido conejito”, pero competían con las del presumido Cabré, que se esforzó por aprender inglés, dedicadas a su “dulce ángel”. Con su elegancia y sonrisa seductora, la actriz enamoró al pueblo de Tossa mientras Sinatra era visto como un hombre arisco y tacaño, que terminó soltando esta amenaza a la protagonista de Venus era mujer: “Si vuelvo a oír hablar más de este tipo [Mario Cabré], lo mataré a él y a ti”.


Frank Sinatra llega a Barcelona el 11 de mayo de 1950.
Pero Gardner, que opinaba de sí misma que si fuera hombre nunca se casaría con una mujer como ella, era incontrolable. Decía que le encantaba España porque se parecía a ella. Violenta, rural, caprichosa. Y no iba a dejar que ese rufián con clase que era Sinatra, al que necesitaba de forma intermitente, entre película y película, entre amante y amante, entre copa y copa, le dijese cómo comportarse. En palabras de Reyero: “Ava y él se pusieron del revés (o del derecho) casi hasta el final”. En 1953, ambos se separaron pero La voz, cuya cotización se había disparado al rodar De aquí a la eternidad, volvió a buscarla a la desesperada a España en la Navidad de ese año. En esta ocasión, Gardner, a ojos de todo el mundo más pletórica que nunca tras filmar Mogambo con “ese ajustado vestido de satén color pastel y ceñido de busto”, estaba liada con otro torero: Luis Miguel Dominguín. Tras alquilar un avión, Sinatra llegó desde Londres en la tarde de Nochebuena, pero Gardner se había ido de parranda. Se iba la primera, llegaba la última. El músico arrastró su desamor en juergas nocturnas en Madrid con paradas en Chicote. Entre bulerías y alcohol, la actriz le dedicaba su atención a Dominguín mientras Sinatra intentaba restablecer la relación. En una fiesta, donde estaban Francisco Rabal,Fernando Fernán Gómez o Lola Flores, cantó con un guitarrista flamenco Stormy weather y Mistake, pero sin ser correspondido por Gardner. Dominguín, mientras tanto, un macho alfa ibérico en toda regla, sacaba pecho y se jactaba de doblegar a un hombre ante el cual, como le dijo Humphrey Bogart a la propia Ava, “la mayoría de mujeres estarían dispuestas a arrastrarse y tú, sin embargo, andas por ahí con un tipo que se disfraza de capote y unas bailarinas”.
Gardner era una estrella en toda su condición. Amaba España, aunque nunca consiguió juntar dos frases en castellano y sí que su profesor de español se aficionase a los gin tonics. Y, como de película, célebres fueron las tortas que también en España recibió de los hombres que la quisieron conquistar. De Dominguín y de Sinatra, que le dio la última cuando la actriz, que tenía un dúplex en Doctor Arce, se bebía la barra del bar del hotel Castellana Hilton. “Nunca volveré a hablarle a ese espagueti hijo de puta”, dijo en una de sus últimas noches en Madrid en 1962. Por cada borrachera pasada de rosca, la actriz perdía algún collar, pulsera o pendiente. En España, sus brillantes extraviados hubiesen dado para abrir una joyería. En ese mismo país, Sinatra, considerado entonces por los sociólogos norteamericanos como un “sustitutivo icónico” para toda una generación de chicas con “orfandad amorosa” por tantos soldados destinados a la guerra de Corea, besó el suelo como pocas veces. Entonces, La voz, un contradictorio y obsesivo hombre que empezaba a ocultar su calvicie con un sombrero, era un verdadero huérfano que, eso sí, enamoró a medio mundo con su disco Songs for Young Lovers.

Frank Sinatra / Antonio Carlos Jobim

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Frank Sinatra

Francis Albert Sinatra

Antonio Carlos Jobim

Portada del disco de Sinatra y Jobim, un álbum de 1967.
Fue la primera y única vez que firmó un disco con su nombre completo: Francis Albert Sinatra. Se insinuó que era para no ocupar un espacio menor que Antonio Carlos Jobim en la portada.
Diciembre de 1966, verano en Río de Janeiro: el autor de canciones como La chica de IpanemaCorcovado o Insensatez está tomando unas cañas con amigos en el bar Veloso –ahora Garota de Ipanema- en la esquina de las calles Prudente de Morais y Montenegro –hoy Vinicius de Moraes-. Don Armênio, el dueño, le avisa de que tiene una llamada telefónica de Estados Unidos. Jobim se acerca al aparato y oye una voz que le dice que va a hablarle Frank Sinatra: el italoamericano quiere saber si está dispuesto a grabar con él.
A sus cincuenta años, y recién casado con Mia Farrow, 30 años más joven, el chico de ojos azules y voz prodigiosa de Hoboken, Nueva Jersey, aún estaba en la cumbre. Sus últimos elepés para Capitol se habían colocado entre los más vendidos del año en Estados Unidos. La canción Strangers in the night, en plena explosión de los Beatles, llegó al número uno. Y, hasta el atentado de Dallas, Sinatra se había corrido más de una juerga en el hotel Carlyle de Nueva York con el presidente Kennedy.
En Chega de saudade –el libro lo editó en español Turner con el título de Bossa nova-, Ruy Castro cuenta que, en 1939, cuando todavía cantaba en la banda de Harry James, un periodista le pidió a James entrevistar a su crooner. “¡Por amor de Dios, no lo haga”, le imploró éste. “El chico acaba de empezar y ya se cree más grande que Caruso”. La grabación quedó marcada para finales de enero en Los Ángeles.
Mientras el carioca volaba a California, Sinatra dejaba su rancho de Palm Springs rumbo a Barbados para intentar recuperarse de sus problemas amorosos con Mia. Jobim se instaló en un apartamento con piano del hotel Sunset Marquis. Y con Claus Ogerman –el orquestador alemán ya se había encargado tres años antes de los arreglos para The composer of ‘Desafinado’ plays-, preparó las siete composiciones suyas que formarían parte de Francis Albert Sinatra & Antonio Carlos Jobim. Para completar el disco, Change partners, de Irving Berlin, I concentrate on you, de Cole Porter, y Baubles, bangles and beads, pasadas por el tamiz de la bossa nova.

Pero los días se le hacían eternos. En una carta a Vinicius de Moraes, en la que se describe como un infeliz inmovilizado en un cuarto de hotel viendo la tele sin parar y lleno de barrigosis, se despedía del poeta como Astenio Claustro Fobim. El 25 de enero cumplió 40 años y supo por el productor del disco, Sonny Burke, que las grabaciones empezarían el día 30. En el Studio One de la Warner, en Sunset Strip, Sinatra y Jobim se vieron por fin las caras. Tras grabar Dindi, el bueno de Frank comentó que solo había cantado tan bajito una vez que tuvo laringitis.


El retrato más íntimo de Frank Sinatra

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Frank Sinatra

El retrato más íntimo de Frank Sinatra

Un documental de HBO recorre de manera pormenorizada y con imágenes inéditas la vida y la carrera de uno de los iconos de la música del siglo XX

Frank Sinatra en la película 'Siempre tú y yo' de 1955. / EVERETT/CORDON PRESS
La barra de un glamuroso bar de copas aparece vacía mientras la cámara se dirige hasta una gramola. A mitad de trayecto aparece un televisor encendido: el informativo está dando la noticia de la muerte de Frank Sinatra. Pero, a partir de esa trágica noticia, todo lo que llega a continuación es vida, y no una cualquiera. Posiblemente es una de las más fascinantes y de la que más tinta se ha gastado. De esta forma, comienza Sinatra: todo o nada, el documental que, producido por la cadena estadounidense HBO, se sumerge en la vida de uno de los músicos más gigantes del siglo XX.
“Sinatra es El gran Gatsby. El fiel reflejo del sueño americano”, asegura Alex Gibney (Nueva York, 1953), director del filme. Reconocido por su trabajo en otros notables documentales sobre la cienciología o las vidas del rey del funk James Brown o el fundador de Apple Steve Jobs, el realizador hace un recorrido pormenorizado de la existencia de Sinatra desde su nacimiento hasta el final de sus días.
Para ello, no repara en metraje. En total, cuatro horas de documental, que la cadena TCM emitirá en dos partes: mañana la primera (22.00) y el sábado 28 de noviembre la segunda a la misma hora. Aunque el 12 de diciembre, cuando Sinatra cumpliría 100 años, podrá verse todo sin interrupciones. Cuatro horas que se convierten en la biografía más documentada que se ha filmado de La Voz,gracias, en buena parte, a la colaboración de su familia, que ha dado acceso a un archivo visual nunca antes visto. De hecho, sus hijos Nancy y Frank Sinatra Jr. aportan anécdotas y muchos comentarios. Gibney, que atiende al teléfono desde Nueva Jersey, reconoce que no fue fácil conseguir su participación, pero la valora positivamente, aunque se hubiese agradecido que la cinta hubiese profundizado más en la parte menos amable de la estrella, cuya voz a través de diversas entrevistas antiguas casi hace de hilo conductor. “Me gustó la idea de verle como contador de su historia”, afirma Gibney.
Hay momentos reveladores como cuando el prestigioso periodista Walter Cronkite pone en duda en una entrevista su dura infancia en Hoboken. Con todo, Sinatra hablaba de una “madre severa” y un padre “muy reservado” que llegó a decirle que acabaría como vagabundo cuando decidió dejar el colegio a los 16 años por la música. O cuando se ve cómo se le apaga el micrófono en su concierto de retirada en Los Ángeles en 1971, que no fue tal porque dio muchos más hasta su muerte. “Era ilustrador: como si la cultura le hubiese pasado por encima”, cuenta Gibney, quien afirma que fue él quien empezó el fenómeno de las fans antes que Elvis Presley.
En el filme, se puede ver el éxito que tuvo en la orquesta de Tommy Dorsey (“los instrumentos acabaron amoldándose a su voz”, explica un crítico musical), lo mal que llevó la presión de la prensa por no hacer el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial o tener contactos con la mafia, su estrecha amistad con el presidente John F. Kennedy o todas sus relaciones amorosas, especialmente la tormentosa con Ava Gadner, que confiesa que una noche creyó que Frank se había suicidado cuando oyó un disparo en la habitación del hotel pero, en pleno arrebato, había apuntado a la almohada. Decir Sinatra es decir una vida sinónimo de superación, pajaritas negras, fiesta, sofisticación, mujeres, alcohol y canciones eternas.

Diez centavos por cantar “fatal” de niño

Cuenta Sinatra en una entrevista que de niño solía cantar “fatal” subido a la pianola del bar de su padre. Lo que hacía por pasar el rato le sirvió para darse cuenta de su virtud. “Un día me dieron diez centavos y me dije: ‘Frank, esto es lo tuyo”.
En plena Gran Depresión, triunfó porque conquistó la radio cuando la mayoría de la gente no podía ir al cine. Pero su paso a la gran pantalla fue decisivo para ser la mayor celebridad. Gene Kelly le dio un consejo tras el fracaso de sus dos primeras películas: “Muévete”. El cine no admitía a los clásicos cantantes rígidos de un escenario.


Así fue para Gay Talese escribir sobre Sinatra

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Frank Sinatra

Así fue para Gay Talese escribir sobre Sinatra

Este año se celebra el centenario del nacimiento del ícono estadounidense Frank Sinatra, quien cautivó al mundo con su voz y carisma. Arcadia habló con el periodista Gay Talese, autor de "Frank Sinatra está resfriado", uno de los perfiles más notables del periodismo contemporáneo.

Por María Camila Pérez


Arcadia, 2015/04/07

El 12 de diciembre de 1915, la pequeña ciudad de Hoboken, Nueva Jersey, vio nacer a una de las figuras musicales más importantes del siglo XX. Francis Albert “Frank” Sinatra, hijo único de una pareja de inmigrantes italianos, se convertiría casi treinta años más tarde en una leyenda de la música popular.


Francis Albert "Frank" Sinatra (1915 - 1998).
Antes de convertirse en La voz, el joven músico fue parte de varias agrupaciones. A los veinte años y tras abandonar sus estudios, Sinatra se unió al grupo local The Three Flashes, con el que dio inicio a su carrera artística tras competir en el programa musical Major Bowes Amateur Hour. Al ser galardonados con el primer puesto, la banda viajó alrededor de Estados Unidos durante seis meses, presentándose en escenarios y programas radiales nacionales. Sinatra, sin embargo, renunció a la banda y regresó la casa de sus padres porque, presuntamente, sus compañeros lo golpeaban por coquetear demasiado. En 1939, comenzó su trabajo como vocalista en la orquesta del trompetista Harry Arden, en la que participó hasta que la agrupación se disolviera por problemas económicos.  
1940 fue fundamental en la carrera de Sinatra, pues ingresó a la orquesta de swing de Tommy Dorsey, uno de los conjuntos musicales más populares de Estados Unidos. En 1943, tras una disputa monetaria con Dorsey, Sinatra firmó un contrato como solista con Columbia Records, posicionándolo como uno de los músicos mejor pagos de la época. Ganaba un millón de dólares al año. Su popularidad lo convertiría en un ídolo para los grupos de niñas jóvenes (Bobby soxers) y en lo que hoy se consideraría un “ícono de la cultura pop”.
“Sinatra el músico” se convirtió también en “Sinatra el actor” a finales de los años cuarenta. Aunque en un principio gozó de poco reconocimiento en el mundo del cine, en 1953 obtuvo un papel en la película De aquí a la eternidad del director Fred Zinnemann. Además de convertirse en un éxito taquillero, en el que participaron actores reconocidos como Burt Lancaster y Montgomery Clift, Sinatra ganó el Óscar a “Mejor actor secundario”. Alrededor de la misma época, el músico liquidó su contrato con Columbia Records y continuó grabando como solista con el sello disquero Capital Records.

Frank Sinatra junto a Count Basie (1962) y Grace Kelly (1956).
En 1955, el mito de Sinatra se había consolidado. En agosto de ese año fue portada de la revista Time, que lo llamó “lo mejor del mundo del espectáculo”. Dos años más tarde, su LP Come Fly with Me se situaría en el primer lugar de las listas, permaneciendo ahí durante 71 semanas (récord que sería batido por Only the Lonely en 1958 con 120 semanas). En 1960, Sinatra anunciaría su separación de Capital Records para lanzar su propia disquera, Reprise, con la que trabajaría de manera prolífica durante los siguientes años. Para 1998, el año de su muerte, Sinatra había participado en más de 50 películas y había grabado más de 1,300 canciones, si bien solo compuso dos de ellas.
Su fama también vino cargada de controversia, pues a pesar de optar siempre por la privacidad, sus relaciones políticas y supuestos vínculos con la mafia marcaron su carrera durante muchos años. Aunque su madre trabajaba para el Partido Demócrata, los ideales políticos de Sinatra variaron a lo largo de su vida. Entre 1944 y 1968 participó de manera activa en la candidatura de varios aspirantes a la presidencia de los Estados Unidos, incluida la de John F. Kennedy, con quien entabló una cercana amistad. La relación entre ambos, sin embargo, empezó a deteriorarse cuando los medios especularon que existía un vínculo criminal entre Sinatra y delincuentes como Sam Giancana, un reconocido gánster de Chicago, y Lucky Luciano, considerado el padre del crimen organizado.
Desde 1940 hasta el año de su muerte, el FBI lo vigiló de manera cuidadosa, y recopiló un expediente que alcanzaba las 2.403 páginas. A pesar de que fueron confirmadas sus amistades con estos capos, nunca se presentaron pruebas contundentes de que Sinatra hubiese participado en ninguna actividad ilegal. Después de su ruptura con Kennedy, y durante sus últimos años, Sinatra abogó abiertamente por el Partido Republicano, pues consideraba que los demócratas habían desviado sus ideales hacia un pensamiento demasiado liberal que iba en contra de sus valores personales. “Entre más envejeces, te vuelves más conservador” solía decirle a su hija Tina cuando le preguntaba por su cambio de afiliación.

Sinatra en 1992, seis años antes de su muerte.
El 14 de mayo de 1998, el Viejo de los ojos azules murió en Hollywood, California, producto de un paro cardiaco. El músico, que había sufrido de problemas médicos los últimos años de su vida, había sido hospitalizado en múltiples ocasiones por problemas respiratorios, presión alta, neumonía, cáncer de vejiga y demencia. Su esposa Bárbara Marx permaneció a su lado durante sus últimos días, alentándolo a luchar. Según cuenta Marx, sus palabras finales fueron: “Estoy perdiendo”.

“Frank Sinatra está resfriado”
Mucho se ha escrito sobre el músico, pero casi nada se puede comparar con la crónica “Frank Sinatra Has a Cold”, escrita por el periodista estadounidense Gay Talese y publicado en la edición de abril de la revista Esquire en 1966. Hasta hoy, la pieza de Talese es considerada por esa misma revista como “la mejor historia jamás publicada en Esquire”.

El esqueleto del reportaje hecho por Talese.
Arcadia conversó con Talese para conocer bajo qué circunstancias escribió el perfil y qué lo motivó a retratar a un hombre que, según cuentan, hacía todo lo posible para escapar de los medios.
“Yo no quería escribir sobre Sinatra en 1965. Nunca me he especializado en piezas sobre celebridades. Prefiero escribir sobre gente desconocida, y darles a estos personajes secundarios la atención que un escritor de ficción para así convertirlos en personas extraordinarias través de la escritura y la observación. Pero en 1965, después de que había renunciado a hacer periodismo en un periódico, firmé un contrato con Esquire por un año. Este contrato requería que publicara seis piezas al año, entre 1965 y 1966. Harold Hayes, el editor de la revista, me permitió elegir tres de las seis piezas. Lo que quería hacer, como he mencionado, era escribir “cuentos con nombres verdaderos”; es decir, quería ser un escritor de ficción sobre la realidad. Una contradicción en cuanto a términos, claro está, pero a pesar de ello era lo que llevaba haciendo durante años. 
Mi primer artículo para Esquire fue sobre un desconocido escritor de obituarios que trabajaba para The New York Times, Alden Whitman, y la pieza se tituló “Mr. Bad News”. La segunda idea que tuve fue escribir sobre el editor del Times de esa época (Clifton Daniel, esposo de la hija del ex–presidente Truman). El editor de Esquire pospuso ese artículo y me insistió que viajara de Nueva York a Los Ángeles para ver a Sinatra, pues ya había agendado una entrevista a través de su agente. De todas formas, no me importó. Le dije al editor: “¿Quién quiere leer otra pieza sobre Sinatra? Ha habido cientos de ellas a lo largo de los años. De hecho, ¡este año ya se han publicado dos portadas con Sinatra!”. Pero el editor insistió. “¡Solo viaja hasta allá, Sinatra se reunirá contigo y tendrás la portada! Va a ser un trabajo fácil. Está esperando para hablar contigo”. No podía discutir con Harold Hayes. De igual modo, necesitaba el dinero. Tenía una hija de un año, y tenía un arriendo y una enfermera que debía pagar. En resumen, dependía de mi trabajo en Esquire…entonces accedí a escribir sobre Sinatra para Harold Hayes.  
Gay Talese en 1972.
Pero cuando llegué a Los Ángeles, Sinatra tenía un resfriado y no estaba seguro de querer hablar conmigo. Le preocupaba que fuera a indagar sobre sus problemas con la mafia. El abogado de Sinatra insistió que le mostrara mi artículo para “corregirlo” antes de que se publicara. Me negué de inmediato. Nunca le muestro mi trabajo a nadie excepto a mi editor.  Y así, Sinatra nunca habló conmigo. Y yo no intenté volver a contactarlo después de nuestro conflicto inicial. Pero siempre he tenido la habilidad (y el talento) para escribir sobre las “personas pequeñas” y “personas ordinarias”; y por esto comencé a hablar con docenas de personas “ordinarias” que conocían a Sinatra: músicos que habían trabajado con él, ex novias, conductores de limosina, jóvenes y viejos actores y bailarines y directores que habían trabajado en muchos de sus proyectos. Entonces escribí sobre él, sin su cooperación. He hecho esto muchas veces en mi larga carrera. Después de que se publicó “Frank Sinatra está resfriado”, fue considerado uno de los verdaderamente grandes artículos del momento; pero Sinatra nunca lo reconoció públicamente. No lo elogió, ni lo criticó. Y a mí no me importó de todos modos.”
Arcadia también le preguntó a Talese sobre los aspectos de Sinatra que van más allá de su música y de su estatus legendario.

“El hecho de que una persona sea un “mito”, repito, no me importa. ¿Vale la pena escribir sobre ellos? Claro que sí. Vale la pena escribir sobre todo el mundo, pero para lograrlo uno debe (como reportero, como escritor, como reportero que se preocupa por el lenguaje y la narrativa) dedicarle mucho tiempo y esfuerzo.”

Frank Sinatra / Un siglo de magia

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Frank Sinatra, un siglo de magia

Francis Albert Sinatra nació la fría mañana del 12 de diciembre de 1915


Sinatra en la película 'Siempre tú y yo' de 1955. / EVERETT/CORDON PRESS
Cuesta mucho imaginar un mundo sin las canciones de Frank Sinatra. Es como imaginarse Nueva York de noche sin luces. Hay algo poderosamente bello y mágico en su mejor cancionero, con esa melancolía arrebatadora en su voz, tierna y apasionada, dando sentido y brillo a nuestros sentimientos más fuertes.
Conocido mundialmente como La voz, aunque el apodo que más oyó en vida fue Ojos azules, Francis Albert Sinatra nació la fría mañana del 12 de diciembre de hace justo un siglo en un humilde apartamento de Hoboken, en Nueva Jersey. Al hombre que llegaría a lo más alto con su aterciopelada voz, le costó salir: el médico lo sacó con fórceps y, según su abuela, tuvo que meterlo, con la cara y el cuello dañados, en un barreño de agua helada para activar su circulación. Hijo único de un matrimonio de inmigrantes italianos, el fanfarrón Sinatra siempre habló de una infancia repleta de penurias, pero ese relato estaba dramatizado para reivindicarse como un luchador. Tenía sentido: los vocalistas eran secundarios con respecto a los instrumentistas en el jazz de los años 30. Por eso, tuvo que hacerse valer mucho desde que dejó el colegio a los 16 años y decidió dedicarse a la música, aun con la desaprobación de su padre, que le echó de casa y le dijo que acabaría siendo “un vagabundo”.

Terminó en Nueva York, donde cantó en clubs hasta ser el vocalista de la fantástica big band de Tommy Dorsey. Bajo su batuta, desarrolló un fraseo único, inspirado en matices de Billie Holiday y Louis Armstrong y conseguido a través de mucho ejercicio físico, pero, tomando como modelo a su adorado Bing Crosby, dejó la orquesta y voló por libre. Pudo salirle mal, pero se hizo una celebridad. El joven y apuesto Sinatra era el chico de barrio que tenía una legión de admiradoras. Hoy apenas se recuerda: Ojos azules inauguró el fenómeno fan a principios de los años 40, antes que Elvis Presley o los Beatles. Apodadas las bobby soxers por su estilo colegial de falda larga y calcetines tobilleros blancos, sus seguidoras adolescentes llegaron a crear la Sighing Society of Sinatra Swooners (asociación suspirante de desmayadas de Sinatra). Nacía el mito de Swoonatra (juego de palabras entre swoon, que significa desmayarse, y Sinatra) en los conciertos. También el de los asientos orinados porque muchas fanáticas preferían mearse encima y seguir viéndole antes que ir al baño.
El nuevo ídolo era espabilado. Supo hacer de la radio su pasaporte a la fama. En época de la Segunda Guerra Mundial, no muchos podían permitirse ir al cine. Las ondas resultaron ser el medio más eficaz para llegar al corazón de todo el país. Entre 1942 y 1955, Sinatra llegó a ser la estrella de nueve programas y la voz más popular con sus canciones, pero también con su desparpajo acompañando a grandes humoristas como Bob Hope o el dúo de George Burns y Gracie Allen. Todo le fue bien en el mundo del espectáculo en ese periodo, convirtiéndose en la banda sonora de los norteamericanos con sus discos en Columbia y Capitol y en uno de los rostros más amados del cine, llegando a conseguir el Oscar por De aquí a la eternidad.

Era la viva imagen de la América triunfal, pero también de la arrogante y hedonista. Sus arranques de genio y rabia se contaban por decenas, como sus líos amorosos. Casado con Nancy Barbatto, madre de sus tres hijos, la popularidad le convirtió en un mujeriego. Prototipo del varón conquistador apegado a su fama y una botella, ejemplificado al máximo en la cuadrilla Rat Pack con sus colegas Dean Martin, Jerry Lewis, Sammy Davis Jr. o Hunmphrey Bogart, dos frases se hicieron célebres en su boca y definieron el estilo del hombre que se adueñó de My way: “Sólo se vive una vez, y de la manera que vivo, con una basta” y “el alcohol puede ser el peor enemigo del hombre, pero la Biblia dice que ames a tu enemigo”. Sinatra, que se casó con Mia Farrow y Barbara Marx -viuda de Zeppo Marx- y se le conocieron romances con Judy Garland, Kim Novak, Lauren Bacall, amó a su enemigo, pero no tanto como a la volcánica Ava Gardner, que le volvió loco, transformando al frívolo libertino en una persona celosa.
El músico adoraba el poder, fuera legítimo o ilegítimo. De ahí que tuviese su propia compañía discográfica, Reprise, y numerosas amistades en la política y la mafia, dos mundos que no siempre pudo manejar a su antojo. Reconocido como un demócrata progresista, que se implicó contra el racismo, tuvo una estrecha relación con John F. Kennedy, que solía alojarse en su mansión de Palm Springs en California, hasta que el presidente la cortó por los vínculos del intérprete con el capo de Chicago Sam Giancana. El cantante nunca se lo perdonó y, afectado por su asesinato y la deriva social, dio su apoyo a los republicanos Richard Nixon y Ronald Reagan.
Un paso que ilustró también su desfase con la cultura popular. Desde finales de los 60, intentó mantenerse a flote en un país cambiado por completo social y musicalmente. Ya no era el abanderado de la modernidad. Desde que dio su famoso concierto de despedida en 1971 -nunca lo fue porque regresó a los dos años-, pasó casi tres décadas siendo La voz, una gloria viva de otro tiempo. Pero incluso entonces solo él parecía destinado a cantar el himno de la ciudad que nunca duerme. New York, New York sonó pletórica en su garganta. Y lo sigue haciendo, aún se escuche un millón de veces y forme parte de cada nuevo disco que se edita cada año de Sinatra en navidades. Porque, un siglo después de su nacimiento, todos lo sabemos: el mundo no brillaría igual sin sus canciones.


Frank Sinatra / Cuando llueve en nuestro corazón

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Frank Sinatra
Poster de T. A.

Cuando llueve en nuestro corazón

¿Qué voy a contar de Sinatra que no hayan descrito sus múltiples biógrafos?

Lo que conecta con mis sensaciones más perdurables

Frank Sinatra, en una fotografía tomada en Los Ángeles en 1954. / GETTY
Cualquiera medianamente enterado sabe que el mundo del siglo XX, sus descubrimientos mas trascendentes, el cambio sobre verdades que parecían inalterables, los misterios del subconsciente, la eterna historia del mundo entre poderosos y débiles y la revolución contra ideas fijas mediante la teoría de la relatividad los protagonizaron tres hombres de raza judía (no puede ser casual, es el pueblo elegido por la inteligencia y la capacidad de supervivencia, y quiero imaginar que nadie sería más crítico que ellos, que estas mentes geniales, con las impunes barbaridades del sionismo) llamados Freud, Marx y Einstein. Y habrá diferentes criterios sobre quienes alimentaron el alma de tanta gente, pero resulta diáfano que un tal Picasso, literatos asombrosos que exigirían una lista excesiva para una crónica de periódico, pioneros de esa cosa maravillosa llamada cine como Keaton y Chaplin, o músicos que expresaban multitud de sentimientos compartidos con sus composiciones o con esos milagros que pueden crear unas voces, hicieron un poco más soportable o ilusionante el siglo del horror, el de las dos guerras mundiales más devastadoras que testifica la historia del universo.
Hablemos de cantantes. De esa gente capaz de transmitir las fibras más íntimas del receptor, cada uno de su padre y de su madre, por múltiples y diferentes motivos. ¿O son siempre los mismos, afectan de igual forma a un esquimal y una genuina y cultivada criatura de Oxford o de Harvard? En primer lugar habría que investigar si los esquimales tienen acceso el tocadiscos, la radio, los múltiples contactos de Internet. Pero estoy seguro de que si escucharan la voz de unas damas llamadas Edith Piaf y Billie Holiday o de unos tipos apellidados Morrison y Sinatra a lo mejor explicaban su tristeza, su alegría, sus anhelos de amor, su melancolía, su acuerdo con la vida, su desacuerdo, las emociones al límite expresadas con inconfundible belleza.
Y hablemos de esos poetas que primero escriben lo que sienten, imaginan o simulan, ajustan cuentas con los hallazgos, deseos, abandonos, tormentas, epifanías (odio este término desde que los farsantes modernos o posmodernos se han apoderado de él) que les ha deparado su problemática existencia, hablan de sus sensaciones más profundas, de sus conquistas y sus pérdidas, del anverso y el reverso de su espíritu. Lo escriben en su intimidad y lo cantan para ese público tan agradecido y cómplice. Me refiero a varios de los grandes poetas del siglo XX: Brassens, Ferré, Brel, Vinicius de Moraes, Cohen, Dylan, Waits, Conte, Dalla, Jiménez, Jobim, Veloso, Buarque, Battiato, Sabina, Serrat y otros que imperdonablemente olvido. Escribían lo que pensaban y sentían (nunca se sabe en qué estado etílico, sobrio o de droga dura) y lo vomitaban en un escenario o en un estudio de grabación.
Aseguran que Sinatra cumpliría hoy cien años. ¿Y qué voy a contar de él que no hayan descrito sus múltiples biógrafos? Solo lo que conecta con mis sensaciones más perdurables. O sea, que aunque no hubiera escrito ninguna de sus canciones, es tan genial que las hace suyas, que marcan la personalidad de un hombre que según su mentiroso testimonio no vendía voz sino estilo (el estilo es grandioso, pero es fraseo, esa voz de seda puede transmitir todos los estados de ánimo), que era un gánster y un político que podían ser tenebrosos pero que fumaba, bebía y vestía como los dioses (con permiso de Bogart y de Mitchum), con un tono que te arrullaba, exaltaba, hacía soñar, lamía tus heridas, seducía, consolaba, mocionaba,enamoraba.
Y nadie ha narrado mejor que él lo que ocurre cuando finalmente llueve en tu corazón, ni lo que puede pasar entre desesperados y extraños que se conocen en la noche, ni en los sueños rotos que cobran especial importancia en setiembre, ni en la arrogancia cuando el final está cercano de haber hecho las cosas a tu manera, ni de que muchas veces las cosas que más te afectan se joden por una tontería (es más complicado, no es verdad), ni de que encontrarás tu lugar en el sol en la feroz y siempre viva Nueva York, ni de tantas emociones que habitan en nuestra sensibilidad, ni de la necesidad de amar y ser amado, aunque estés de regreso de todas las felices o torturadas vueltas. Y brindo por usted, el mago, la seducción, la profesionalidad, el sentimiento, la amargura, la ilusión.


Raquel Graciela Fernández / Happy Christimas

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Ilustración de Triunfo Arciniegas a partir de una foto ajena

Raquel Graciela Fernández


“Ev'rybody had a hard year.
Ev'rybody had a good time.
Ev'rybody had a wet dream.
Ev'rybody saw the sunshine.
Oh, yeah. Oh, yeah. Oh, yeah.
Ev'rybody had a good year.
Ev'rybody let their hair down.
Ev'rybody pulled their socks up.
Ev'rybody put their foot down.
Oh, yeah. Oh, yeah. Oh, yeah.”

Lennon – McCartney, “I've got a feeling”*




De pronto y  sin saber

cómo aconteció

semejante calamidad,

estás debajo/ sobre

una pila foránea de hojas de muérdago

tratando de conciliar un verano abrasador

con la idílica postal nevada

que te vendieron los que venden

ilusiones “made in USA”.

Tuviste un año bueno,

tuviste un año malo,

tuviste más años de los que jamás hubieras querido tener

y sos tu madre en el retrato

de la mesa servida,

saciando un ejército de bocas

que jamás dijeron

lo que querías escuchar.

Tuviste tus sueños húmedos,

pero ahora sos tu madre

y el sexo apretado se desperdicia

debajo de tu vestido nuevo.

Se acortaron los sueños

y se alargaron las polleras.



Alguien pide más vitel toné

y vos te preguntás

si de verdad brilló el sol alguna vez,

mientras la noche festiva/ fétida

te cuelga una máscara insulsa

que quizás disuelva la quinta copa de champagne.

O quizás no.

Deberías haberte dejado el pelo largo,

la vida larga,

para seguir siendo la hija de tu madre

y no ser ella

dormida/ despierta

sobre las ruinas del mantel.



En tu puta vida viste un reno

y puede que no lo veas nunca.

No creés en Dios

ni en los viejitos barbados que no fuman

y no extienden la mano
reclamando la limosna del recuerdo.

Pero la ceremonia se repite

diciembre a diciembre,

porque sos tu madre,

tan buena como ella,

tan sola como ella,

con los pies enredados en las guirnaldas

de un estúpido árbol que enciende/ apaga

sus luciérnagas famélicas

“made in Taiwan”

(porque todo es “made in otro lugar”

en este lugar donde estás/ no estás

y en esta hora de rituales baldíos).



El año que viene, no.

El año que viene va a ser distinto.



El año que viene vas a arrastrar tu osamenta

hasta una playa minúscula

donde nadie te quiera vender

el invierno y la alegría.

Y vas a ser vos, mientras tu madre

vegeta en los cajones de la memoria.

Y si se trata de vivir, vas a vivir.

Y si se trata de morir, vas a morir.

Tu propia vida, tu propia muerte.

Lejos del vitel toné y los manteles tribales.

Estrenando colmillos,

estrenado latidos.

Y sin números rojos que delaten

que alguien

-vos, él, ella-


todavía te está debiendo algo.

Katherine Mansfield / La casa de muñecas

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Katherine Mansfield
LA CASA DE MUÑECAS
Traducción de Amalia Castro 
y Alberto Manguel

Cuando la querida anciana señora de Hay volvió a la ciudad después de pasar un tiempo en casa de los Burnell, les envió a los niños una casa de muñecas. Era tan grande que el cochero y Pat la llevaron al patio, y allí quedó, apuntalada por dos cajas de madera al lado de la puerta del comedor diario. No podía pasarle nada; era verano. Y quizás el olor de pintura se habría ido cuando llegara el momento de tener que entrarla. Porque, realmente, el olor de pintura que venía de esa casa de muñecas ("¡tan simpático de parte de la anciana señora de Hay, por supuesto; tan simpático y generoso!") ... pero el olor de pintura bastaba como para enfermar seriamente a cualquiera, según opinaba la tía Berly. Aun antes de sacarla de su envoltorio. Y cuando la sacaron...
Allí quedó la casa de muñecas, de un color verde espinaca, oscuro y aceitoso, entremezclado de amarillo brillante. Sus dos sólidas y pequeñas chimeneas, pegadas al techo, estaban pintadas de rojo y blanco, y la puerta, resplandeciente de barniz amarillo, parecía un trocito de caramelo. Cuatro ventanas, ventanas de verdad, estaban divididas en paneles por una ancha franja de verde. Había realmente un pequeño pórtico, también, pintado de amarillo, con grandes grumos de pintura seca colgando a lo largo del borde.
¡Pero qué casita perfecta, perfecta! A quién podía importarle el olor. Era parte de la alegría, parte de la novedad.
-¡Pronto, que alguien la abra!
El gancho del costado estaba atascado fuertemente. Pat lo levantó con su cortaplumas, y todo el frente de la casa se abrió con un vaivén, y... uno podía ver al mismo tiempo la sala de estar y el comedor, la cocina y los dos dormitorios. ¡Esa sí que era una forma de abrirse una casa! ¿Por qué no se abrirían todas las casas así? ¡Cuánto más emocionante que espiar a través de la hendija de una puerta la mezquina salita con su perchero y sus dos paraguas! Es eso... ¿no es cierto?... lo que uno desea conocer de una casa en cuanto pone las manos sobre el llamador. Quizás ésa es la forma en que Dios abre las casas en lo profundo de la noche cuando hace su ronda silenciosa con un ángel...
-¡Oh, oh! -las niñas de los Burnell lo dijeron como si estuviesen desesperadas. Era demasiado maravilloso; era demasiado para ellas. Nunca en su vida habían visto nada semejante. Todos los cuartos estaban empapelados. Había cuadros en las paredes, pintados sobre el papel, completos con marcos dorados. Una alfombra roja cubría todos los pisos excepto el de la cocina; sillas de felpa roja en la sala de estar, verde en el comedor; mesas, camas con sábanas verdaderas, una cuna, una estufa, un aparador con diminutos platos y una jarra grande. Pero lo que a Kezia más le gustaba, lo que le gustaba terriblemente, era la lámpara. Estaba colocada en el centro de la mesa del comedor, una exquisita lámpara ambarina con un globo blanco. Incluso estaba llena para ser encendida pero, por supuesto, no se podía encender. Pero había algo como aceite dentro, que se movía al sacudirla.
Los muñecos padre y madre, tendidos muy tiesos como si se hubiesen desmayado en la sala, y sus dos hijitos dormidos arriba eran en realidad demasiado grandes para la casa de muñecas. No parecían pertenecer a ella. Pero la lámpara era perfecta. Parecía sonreírle a Kezia, decir: "Aquí vivo". La lámpara era real.
Las niñas de los Burnell se apuraron como nunca para llegar a la escuela al otro día. Ardían por contarles a todos, por describir, por... bueno... jactarse de su casa de muñecas antes de que tocase la campana de la escuela.
-Voy a hablar yo -dijo Isabel- porque soy la mayor. Y ustedes dos pueden hablar después. Pero primero voy a hablar yo.
No había nada que contestar. Isabel era autoritaria, pero siempre tenía razón, y Lottie y Kezia sabían demasiado bien cuáles eran los poderes que confería el ser la mayor. Rozaron al caminar las matas de botones de oro al borde del camino y no dijeron nada.
-Y yo voy a elegir quién va a venir a verla primero. Mamá me dijo que podía.
Porque se había dispuesto que, mientras la casa de muñecas estuviese en el patio, podían invitar a las chicas de la escuela, dos por vez, a venir verla. No para quedarse a tomar el té, por supuesto, o para vagar por la casa. Pero sí para estar calladas en el patio mientras Isabel señalaba las bellezas que contenía, y Lottie y Kezia miraban complacidas...
Pero por más que se apuraron, al llegar a las negras empalizadas del campo de juego de los varones, la campana había empezado a sonar. Apenas tuvieron tiempo de quitarse de un manotazo los sombreros y ponerse en fila antes de que pasasen lista. No importaba. Isabel trató de compensarlo dándose aire de importancia y de misterio, y murmurando detrás de la mano a las niñas que estaban cerca: "Tengo algo que decirles en el recreo".
Llegó el recreo e Isabel fue rodeada. Las chicas de su clase casi se pelearon por poner sus brazos en torno de ella, por caminar con ella, por sonreír halagadoramente, por ser su amiga preferida. Desplegó toda una corte bajo los inmensos pinos a un lado del campo de deportes. Codeándose, riendo sin motivo, las niñas se apretaban a su alrededor. Y las dos únicas que estaban fuera del círculo eran las dos que siempre estaban fuera, las pequeñas Kelvey. Sabían perfectamente que no debían acercarse a las Burnell.
Porque el hecho era que la escuela a la que iban las niñas de Burnell no era en absoluto el lugar que sus padres habrían elegido si hubiesen podido elegir. Pero no había elección. Era la única escuela en varias millas. Y en consecuencia todos los niños del vecindario, las hijas del juez, las hijas del médico, las chicas del almacenero, las del lechero, estaban obligadas a estar juntas. Ni hablar de otros tantos niñitos maleducados y groseros que también asistían. Pero en algún punto había que establecer la separación. Ese punto era las Kelvey. Muchos de los chicos, incluidas las Burnell, ni siquiera tenían permiso para hablarles. Pasaban frente a las Kelvey con la cabeza levantada y, como establecían las normas de conducta en la escuela, las Kelvey eran evitadas por todos. Hasta la maestra tenía para con ellas una voz especial, y una sonrisa especial para con los otros niños cuando Lil Kelvey se acercaba a su escritorio con un ramo de flores de aspecto terriblemente vulgar.
Eran las hijas de una pequeña lavandera muy trabajadora, que iba de casa en casa y a la que se le pagaba por día. Eso era ya de por sí desagradable. Pero, además, ¿dónde estaba el señor Kelvey? Nadie lo sabía con seguridad. Todos decían que estaba en la cárcel. De modo que eran las hijas de una lavandera y de un malviviente. ¡Linda compañía para los hijos de la otra gente! Y lo parecían. Por qué las hacía tan notorias la señora de Kelvey era difícil de entender. La verdad era que estaban vestidas con retazos que le daba la gente para quien trabajaba. Lil, por ejemplo, que era una chica fornida y vulgar, con grandes pecas, iba a la escuela con un vestido hecho con un mantel de tela de lana verde de los Burnell, con mangas rojas de felpa de las cortinas de los Logan. El sombrero, colocado en lo alto de su ancha frente, era un sombrero de mujer, que había pertenecido una vez a Miss Lecky, la empleada del correo. Estaba levantado por detrás y adornado con una gran pluma escarlata. ¡Qué aspecto raro tenía! Era imposible no reírse. Y su hermanita, nuestra Else, llevaba un largo vestido largo, parecido a un camisón, y un par de botitas de varón. Pero, usase Else lo que usase, hubiese parecido extraño. Era una niñita parecida a una clavícula de pollo, con el pelo mal cortado y enormes ojos solemnes... una lechucita blanca. Nadie la había visto sonreír nunca; apenas hablaba. Iba por la vida agarrándose de Lil, con un pedazo de la pollera de Lil apretado en su mano. Adonde Lil fuera, nuestra Else la seguía. En el patio, en el camino de ida y vuelta a la escuela, allí iba Lil marchando adelante y nuestra Else agarrándose atrás. Sólo cuando quería algo, o cuando perdía el aliento, nuestra Else le daba a Lil un tirón, una sacudida, y Lil se detenía y se daba vuelta. Las Kelvey se entendían siempre.
Ahora las rondaban; no podía evitarse que oyeran. Cuando las niñas se volvieron y se burlaron de ellas, Lil, como de costumbre, mostró su sonrisa tonta y avergonzada. Pero nuestra Else no hizo más que mirar.
Y la voz de Isabel, tan orgullosa, seguía contando. La alfombra causó gran sensación, pero también las camas con las sábanas de verdad y la cocina con la puerta del horno.
Cuando terminó, Kezia la interrumpió: "Te olvidaste de la lámpara, Isabel".
-Ah, sí -dijo Isabel- y también hay una pequeñísima lámpara, hecha toda de vidrio amarillo, con un globo blanco, en la mesa del comedor. No se puede diferenciar de una de verdad.
-La lámpara es lo mejor de todo -exclamó Kezia. Pensó que Isabel no le estaba dando la suficiente importancia a la lamparita. Pero nadie le prestó atención. Isabel estaba eligiendo a las dos que volverían a casa con ella esa tarde para verla. Eligió a Emmie Cole y Lena Logan. Pero, cuando las otras se enteraron de que todas tendrían su oportunidad, no supieron qué hacer para congraciarse con Isabel. Una por una pusieron sus brazos en torno de su cintura y caminaron con ella. Tenían algo que decirle en secreto. "Isabel es mi amiga." Sólo las pequeñas Kelvey se alejaron olvidadas; para ellas no había nada más que oír.
Pasaron los días y, mientras más chicos venían a ver la casa de muñecas, su fama se expandía. Se convirtió en el único tema, en la única moda. La pregunta era: "¿Viste la casa de muñecas de las Burnell? ¿No es hermosísima?""¿No la has visto? ¡Qué maravilla!".
Hasta la hora de la merienda era olvidada para hablar de eso. Las niñas se sentaban a la sombra de los pinos comiendo gruesos sándwiches de cordero y grandes rebanadas de tortas de maíz enmantecadas. Como siempre, lo más cerca que se les permitía estar se sentaban las Kelvey, nuestra Else agarrándose de Lil, escuchando también mientras masticaban sus sándwiches de mermelada que sacaban de un diario empapado con grandes manchas rojas.
-Mamá -dijo Kezia-, ¿puedo invitar a las Kelvey una sola vez?
-Por cierto que no, Kezia.
-Pero, ¿por qué no?
-Vete, Kezia; sabes muy bien por qué no.
Por fin todos la habían visto excepto ellas. Ese día el tema decayó. Era la hora de la merienda. Las niñas se agruparon a la sombra de los pinos y de pronto, mientras miraban a las Kelvey comiendo de su diario, siempre solas, siempre escuchando, decidieron ser odiosas con ellas. Emmie Cole empezó el murmullo.
-Lil Kelvey va a ser sirvienta cuando sea grande.
-¡Oh, oh, qué horrible! -dijo Isabel Burnell, mirando a Emmie de una manera especial.
Emmie tragó de una manera significativa y asintió mirando a Isabel como había visto hacer a su madre en esas ocasiones.
-Es verdad... es verdad... es verdad -dijo.
Entonces los pequeños ojos de Lena Logan brillaron: "¿Se lo pregunto?", murmuró.
-A que no lo haces -dijo Jessie May.
-Bah, a mí no me asusta -dijo Lena. De pronto dio un pequeño chillido y bailó frente a las otras chicas: "¡Miren! ¡Mírenme! ¡Mírenme ahora!", dijo Lena. Y resbalando, deslizándose, arrastrando un pie, riéndose detrás de la mano, Lena se acercó a las Kelvey.
Lil levantó los ojos de su merienda. Envolvió rápidamente el resto. Nuestra Else dejó de masticar. ¿Qué ocurriría ahora?
-¿Es verdad que vas a ser una sirvienta cuando crezcas, Lil Kelvey?- chilló Lena.
Un silencio de muerte. Pero, en lugar de contestar, Lil sólo sonrió de esa manera tonta y avergonzada. La pregunta no pareció importarle en absoluto. ¡Qué fracaso para Lena! Las chicas empezaron a reírse.
Lena no podía soportarlo. Se puso las manos en las caderas; se lanzó hacia adelante: "¡Sí, si el padre de ustedes está preso!", silbó malévolamente.
Esto era algo tan maravilloso, haberlo dicho, que las niñas se alejaron corriendo en bandada, muy, muy excitadas, enloquecidas de alegría. Alguien encontró una soga larga, y empezaron a saltar. Y nunca saltaron tan alto, ni corrieron tan velozmente de un lado a otro, ni hicieron cosas tan atrevidas como esa mañana.
Por la tarde, Pat vino a buscar a las niñas de Burnell con el coche y volvieron a la casa. Había visitas. Isabel y Lottie, a quienes les gustaban las visitas, subieron a cambiarse los delantales. Pero Kezia se escabulló por el fondo. No había nadie; empezó a hamacarse en los grandes portones blancos del patio. De pronto, mirando hacia el camino, vio dos pequeños puntos. Se agrandaron, venían hacia ella. Ahora podía ver que uno iba adelante y otro lo seguía de atrás. Ahora podía ver que eran las Kelvey. Kezia dejó de hamacarse. Se bajó del portón suavemente, como si fuera a escaparse. Después dudó. Las Kelvey se acercaron y a su lado caminaban las sombras muy largas, extendiéndose a través del camino con sus cabezas entre los botones de oro. Kezia volvió a subirse al portón; se había decidido; se balanceó hacia afuera.
-Hola -dijo a las Kelvey, que pasaban.
Quedaron tan sorprendidas que se detuvieron. Lil sonrió tontamente. Nuestra Else miraba.
-Pueden venir a ver nuestra casa de muñecas, si quieren -dijo Kezia, y arrastró un dedo por el suelo. Pero Lil se puso colorada y sacudió rápidamente la cabeza.
-¿Por qué no? -preguntó Kezia.
Lil contuvo el aliento, y después dijo: "Tu mamá le dijo a la nuestra que no tenías que hablarnos".
-Ah, bueno -dijo Kezia. No sabía qué contestar-. No importa. Pueden venir a ver nuestra casa de muñecas lo mismo. Vamos. Nadie está mirando.
Pero Lil sacudió la cabeza más fuertemente.
-¿No quieres venir? -preguntó Kezia.
De pronto hubo un tirón, una sacudida en la falda de Lil. Se dio vuelta. Nuestra Else la miraba con grandes ojos, implorante; tenía el ceño fruncido; quería ir. Por un instante, Lil miró a nuestra Else dubitativamente. Pero entonces nuestra Else volvió a tironear de la falda. Caminó hacia adelante. Kezia indicó el camino. Como dos gatitos de albañal, cruzaron el patio hacia donde estaba la casa de muñecas.
-Ahí está -dijo Kezia.
Hubo una pausa. Lil respiraba pesadamente, casi resoplando; nuestra Else parecía de piedra.
-La abriré para que la vean -dijo Kezia amablemente. Levantó el gancho y miraron dentro.
-Esa es la sala y ése el comedor, y ésta es...
-¡Kezia!
¡Qué salto dieron!
-¡Kezia!
Era la voz de la tía Beryl. Se dieron vuelta. En la puerta estaba la tía Beryl, atónita como si no pudiese creer lo que veía.
-¡Cómo te atreves a invitar a las pequeñas Kelvey al patio! -dijo su fría voz enfurecida-. Sabes tan bien como yo que no tienes permiso para hablarles. Váyanse, chicas, váyanse enseguida. Y no vuelvan -dijo la tía Beryl. Y avanzó hacia el patio y las espantó como si fuesen gallinas-. ¡Váyanse inmediatamente! -gritó, fría y orgullosa.
No necesitaban que se lo repitieran. Ardiendo de vergüenza, encogiéndose, Lil encorvada como su madre, nuestra Else aturdida, cruzaron de alguna manera el enorme patio y se escurrieron por el blanco portón.
-¡Niña mala, desobediente! -dijo la tía Beryl a Kezia amargamente, y cerró de un golpe la casa de muñecas.
La tarde había sido terrible. Había llegado una carta de Willie Brent, una carta aterradora, amenazadora, diciendo que, si no se encontraba con él esa tarde en Pulman Bush, vendría hasta la puerta de la casa para preguntarle por qué. Pero, ahora que había asustado a esas dos ratitas Kelvey y que le había dado un buen reto a Kezia, se sentía más tranquila. La horrible opresión había desaparecido. Volvió a la casa canturreando.
Cuando las Kelvey estuvieron fuera de la vista de los Burnell, se sentaron para descansar junto a un gran tubo de desagüe rojo a un lado del camino. Las mejillas de Lil ardían aún; se sacó el sombrero con la pluma y lo puso sobre las rodillas. Como soñando, miraron por encima de los cercos de heno, más allá del arroyo, hacia las zarzas donde las vacas de Logan esperaban ser ordeñadas. ¿En qué estarían pensando?
De pronto nuestra Else se acurrucó junto a su hermana. Pero ahora había olvidado a la enojada señora. Estiró un dedo y rozó la pluma de su hermana; sonrió con su extraña sonrisa.
-Vi la lamparita -dijo suavemente.
Después las dos quedaron otra vez en silencio.


Katherine Mansfield
Nido de palomas
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1972.






Juan Ramón Jiménez / Estrellas, estrellas dulces / Sterne, süsse Sterne

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Van Gogh

Estrellas, Estrellas Dulces
Sterne, süsse Sterne

Estrellas, estrellas dulces, 
Sterne, süsse Sterne 
tristes, distantes estrellas, 
traurige, ferne Sterne. 
¿sois ojos de amigos muertos? 
Seid ihr Augen von toten Freunden? 
-!miráis con una fijeza!- 
-Ihr blickt so starr!- 
¿Sois ojos de amigos muertos, 
Seid ihr Augen von toten Freunden, 
que se acuerdan de la tierra 
die der Erde gedenken 
-!ay,flores de luz del alma!- 
-ach, Lichtblumen der Seele!- 
con la primavera nueva? 
bei Einzug des Frühlings?





Katherine Mansfield / Malade

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Katherine Mansfield

El hombre de la habitación de al lado
padece mi mismo mal.
De noche, cuando me despierto, lo oigo dar vueltas.
Después él tose
y toso yo.
Se hace un silencio, y toso. Y él vuelve a toser.
Así, un rato largo.
Hasta que siento que somos como dos gallos
llamándose en un falso amanecer.

Katherine Mansfield / Diario II

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Katherine Mansfield
Ilustración de Triunfo Arciniegas

Katherine Mansfield
DIARIO II

No te gustaría probar toda clases de vidas; una es demasiado poco, pero ahí está la satisfacción de escribir: uno puede ser un montón de gente.

(1906)


***

Ayer le dije a la pobre L.M*. que después de que muriera, para probar que no existía la inmortalidad, le enviaría un gusano de seda en la caja de fósforos. Se quedó seria y perpleja.
*Ida Baker.

(noviembre de 1920)

***

La cantidad de delicado y minúsculo gozo que me produce observar a la gente y las cosas, cuando estoy sola, es simplemente enorme... en realidad sólo disfruto de unas "diversión perfecta" cuando estoy sola. Y lo mismo ocurre con lo que siento con respecto a lo que llaman "naturaleza". Otra gente no se detiene a mirar las cosas que yo quiero mirar, o, si lo hacen, se detienen para complacerme o para no irritarme o para mantener la paz. Pero estoy hecha de tal modo que en cuanto estoy con alguien, empiezo a considerar sus deseos y opiniones, que no valen ni la mitad de los míos.

(mayo de 1915)

***

Cuando paso ante una tienda de manzanas, no puedo evitar detenerme y mirar y mirar hasta que siento que yo misma me estoy convirtiendo en manzana, y que en cualquier momento soy capaz de producir una manzana, milagrosamente, de mi propio ser, como el mago que hace aparecer un huevo...

(octubre de 1917)

***

Es una molestia infernal amar la vida como la amo. Parece que la amo más en vez de amarla menos a medida que pasa el tiempo. Nunca se convierte para mí en un hábito... siempre me maravilla. Espero ser capaz de permanecer en ella el tiempo suficiente como para escribir algo verdaderamente bueno.

(mayo de 1921)

***

El arte no implica el esfuerzo del artista por reconciliar la existencia con su visión, sino un intento de crear su propio mundo en este mundo. Lo que da tema al artista es la desemejanza con aquello que aceptamos como realidad. 
(noviembre de1921)

***

Y sí, eso es lo que traté de expresar en Fiesta en el jardín. La diversidad de la vida y cómo tratamos de encajar en todo, incluida la Muerte. Eso resulta un enigma para una persona de la edad de Laura. Ella siente que las cosas deberían ocurrir de otra manera. Primero una y después otra, Laura dice: "Pero todas estas cosas no deben ocurrir al mismo tiempo". Y la Vida le responde: "¿Por qué no? ¿De qué manera están separadas entre sí?". Y todas ellas ocurren, es inevitable. Y a mí me parece que hay belleza en esa inevitabilidad.

(marzo de 1922)



Katherine Mansfield / Diario III

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Katherine Mansfield
Ilustración de Triunfo Arciniegas

Katherine Mansfield
BIOGRAFÍA

DIARIO III


1914



El niño en mis brazos



"¿Vas a tocarme teniendo como tengo al niño en brazos?" No es un simple cumplido. Cambia la palabra "vas" por la palabra "puedes" y se transforma en algo tief, sebr, tief! (*"Profundo, ¡muy profundo!" -N. de la T.). Estaba ahora mismo pensando que apenas me atrevo a dar rienda suelta a mis pensamientos sobre J. y a mi deseo de J. Y he pensado: si tuviera un hijo, ahora jugaría con él y me abandonaría a él y lo besaría y lo haría reír. Y utilizaría al hijo para protegerme de mis más profundos sentimientos. 

Cuando sintiera: "No, no voy a volver a pensar en esto; es intolerable, insoportable", bailaría con el bebé. 

Creo que eso es cierto en el caso de todas las mujeres. Y explica la curiosa mirada de seguridad que se observa en las madres jóvenes: están a salvo de cualquier sentimiento extremo gracias al niño que llevan en brazos. Y explica también el caso de las mujeres que llaman "niños" a los hombres, se sacian hasta el punto de perder toda compasión. Observa la sonrisa satisfecha y astuta de las mujeres que dicen: "Los hombres no son más que niños".

"Ninguno de los dos estaba lo suficientemente enamorado como para imaginar que trescientas cincuenta libras esterlinas al año les proporcionaría todas las comodidades de la vida". (Elinor y Edward, de Jane Austen). ¡Dios mío!, digo yo. 


Katherine Mansfield / Diario I
Katherine Mansfield / Diario II
Katherine Mansfield / Diario III


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