Quantcast
Channel: De otros mundos
Viewing all 13539 articles
Browse latest View live

Detenidos por tráfico de drogas a dos familiares de Maduro en Haití

$
0
0


EE UU detiene por tráfico de drogas a

 dos familiares de Maduro en Haití

Los familiares fueron arrestados mientras transportaban 800 kilos de cocaína



Nicolás Maduro Venezuela
Maduro y su esposa, Clilia Flores, este miércoles en Riad. / REUTERS
Dos sobrinos de Cilia Flores, primera dama de Venezuela -o Primera Combatiente, como la etiqueta revolucionaria la denomina- fueron detenidos este miércoles en Haití mientras transportaban 800 kilos de cocaína y entregados a las autoridades norteamericanas, según fuentes de la agencia Reuters. El arresto de ambos hombres, Efraín Campo Flores, de 29 años y Francisco Flores de Freitas, tuvo lugar en la capital, Puerto Príncipe, en una operación en la que habrían participado la policía haitiana y la Agencia Antidrogas estadounidense (DEA) que se encargó de llevarlos en un avión hasta Nueva York.

Según estas fuentes, los dos hombres deberían comparecer hoy ante un juzgado de Nueva York, aunque este extremo no está claro ya que fuentes de la Fiscalía de Distrito neoyorquina declinaron comentar el caso. La razón podría ser que este miércoles en Estados Unidos se celebraba el Día de los Veteranos, por lo que las oficinas públicas permanecían cerradas y fue imposible corroborar de forma oficial esa comparecencia.
Ambos detenidos son sobrinos de Cilia Flores, e incluso Efraín Campo Flores se identificó tras ser arrestado como ahijado del presidente venezolano Nicolás Maduro, ya que su tía le habría criado tras la muerte de su madre. La operación se habría desatado después de que los dos hombres contactaran con un agente de la DEA en Honduras en octubre y le pidieran que le ayudase a transportar la droga al aeropuerto de la isla caribeña de Roatán. En reuniones posteriores, según una fuente citada por el periódico The Wall Street Journal, los implicados llevaron un kilogramo de cocaína al agente estadounidense para probarle que era de buena calidad y que su intención era venderla en Nueva York. Estas reuniones fueron grabadas.
Estos son los últimos arrestos después de la campaña de investigaciones de varios fiscales de Nueva York, Washington y Miami sobre presuntas actividades de lavado de dinero y de tráfico de drogas por parte de altos cargos políticos, militares y policiales del Gobierno de Venezuela. Entre ellos, estarían el número dos del régimen, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea general, y Tarek el Aissami, gobernador del Estado de Aragua y exministro del Interior, señalados también por estas actividades por los fiscales estadounidenses, acusaciones que ambos niegan. Fuentes de la DEA aseguran que Venezuela se ha convertido en ruta de tránsito para la cocaína procedente de Colombia, otro extremo que Caracas niega, alegando que se trata de una campaña para desestabilizar el régimen.
Este episodio podría deteriorar aún más las ya de por sí deterioradas relaciones entre Estados Unidos y el régimen venezolano. Aunque no es la primera vez que Cilia Flores o alguno de sus allegados se ven envueltos en actividades sospechosas. A Flores, de 62 años, se la señala comúnmente como el verdadero poder detrás de la presidencia de Nicolás Maduro, con una tribu personal de adeptos dentro de la nomenklatura chavista.
Expresidenta de la Asamblea Nacional (2006-2011) y ex Procuradora General de la República (2012-2013), formó parte del equipo de abogados de defensores de Hugo Chávez cuando el excomandante de paracaidistas estaba en prisión por su fallida intentona de golpe de Estado de febrero de 1992. Ahora Flores ocupa el primer lugar en la lista de candidatos a diputados del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) por el Estado de Cojedes (llanos centrales del país), del que es oriunda, para las próximas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre.
Nepotismo
Los señalamientos de nepotismo, tráfico de influencias y abuso de poder persiguen a Flores desde hace algún tiempo, y no siempre proceden de la oposición. En 2007, cuando Flores presidía el parlamento, el Sindicato de Trabajadores de la Asamblea Nacional hizo pública a través de medios de prensa —que todavía no controlaba el Gobierno— una denuncia en la que se documentaba cómo la hoy primera dama había otorgado cargos de mayor o menor relevancia a más de 50 de sus familiares en la estructura burocrática del Poder Legislativo.
Algunos de esos familiares y allegados han seguido a Flores en su periplo a la Procuraduría General de la República y a la oficina de la Presidencia. Un hijo y un sobrino, Walter Gavidia Flores e Irving Molina Flores, son jueces de la República. Un sobrino, Carlos Erick Malpica Flores, es el Tesorero Nacional y ejecutivo además de Pdvsa, la petrolera estatal que produce la mayor parte de los ingresos en divisas al país.




Ibsen Martínez / FARC, Chávez y la teología bolivariana

$
0
0
Bolívar y Chávez
FARC, Chávez y la teología bolivariana

Uno de los delirios inconclusos de Bolívar fue la Gran Colombia, 

un inviable experimento

La Vulgata del culto a la memoria de Bolívar —algo que comenzó poco después de su muerte en 1830— brinda imágenes semejantes a una Historia Sagrada narrada en clave de cómic. El cómic de un superhéroe predestinado, se entiende.
Bolívar amamantado por una nodriza esclava a quien el Héroe nunca desamparó porque no era racista; Bolívar, señorito, juega a la pelota con el futuro Fernando VII en un frontón del Madrid de Carlos IV y le tumba el gorro de un pelotazo; Bolívar jacobino, rijoso y ligón en París, aborrece a Bonaparte cuando éste se corona Emperador. Y así, hasta llegar al capítulo titulado Última proclama y muerte, acaecida no sin antes exclamar, decepcionado, que “Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido los tres grandes majaderos de este mundo” y aquello de “he arado en el mar”.

Nadie en Hispanoamérica ha denunciado el culto a Bolívar tan lúcidamente como el venezolano Luis Castro Leiva
Nadie en Hispanoamérica ha denunciado el culto a Bolívar tan lúcidamente como el venezolano Luis Castro Leiva. Lo delató no sólo como martingala autoritaria y militarista, sino también como el misticismo moral que ha envenenado durante casi dos siglos nuestra idea de la república, de la política y del ciudadano. Según Castro Leiva, el bolivarianismo es un historicismo de la peor especie que entraña una moral inhumana e impracticable y, por ello mismo, tremendamente corruptora de la vida republicana. En su libro De la Patria Boba a la Teología Bolivariana, Castro Leiva mostró cómo la biografía ejemplar de Simón Bolívar ha sido la única filosofía política que los venezolanos hemos sido capaces de discurrir en toda nuestra vida independiente. Esa “filosofía” no es, según él, más que una perversa “escatología ambigua” que sólo ha servido para alentar el uso político del pasado. “Escatología” está aquí no en relación con lo excrementicio sino en la primera acepción que ofrece el DRAE: “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”.

Según esta doctrina que es también moralina, Bolívar nos mira y nos juzga y nos reclama desde dondequiera que pueda estar ahora
Según esta doctrina que es también moralina, Bolívar nos mira y nos juzga y nos reclama desde dondequiera que pueda estar ahora, quizá departiendo con el Che Guevara, en el exclusivo VIP del ultramundo reservado a los salvadores narcisistas y sanguinarios. Según el culto, los venezolanos somos hijos suyos, estamos en deuda con el gran hombre que nos zafó de España y tenemos el deber de dar cima a “la obra que Bolívar dejó inconclusa”.
Una de sus delirios inconclusos fue la Gran Colombia, un mostrenco e inviable experimento de régimen mitad virreinal, mitad republicano y federativo, que quiso hacer de las actuales Colombia, Ecuador y Venezuela un solo país. Duró solo 12 años y no sobrevivió a la dictadura final de Bolívar. Castro Leiva dijo de ella que fue “una ilusión ilustrada”. Yo, caraqueño expatriado en Bogotá, añadiré que fue lo que en el Caribe se conoce como un “arroz con mango” hispánicamente cainita.

Chávez, oficiante mayor del culto, soñó con restaurar una Gran Colombia donde él, ¡no faltaba más!, haría las veces de Bolívar
Chávez, oficiante mayor del culto, soñó con restaurar una Gran Colombia donde él, ¡no faltaba más!, haría las veces de Bolívar. Contaba con ver a sus admiradas y consentidas FARC atando sus caballos a las puertas de la Casa de Nariño. De allí su apoyo irrestricto, la petrochequera puesta a la orden del Secretariado de las FARC y las bravatas guerreristas a la muerte de Raúl Reyes. De ahí el avión de Petróleos de Venezuela que llevó a Timoleón Jiménez, Timochenko, a La Habana para acordar con Juan Manuel Santos el fin de la guerra.Dondequiera que ande ahora el Bolívar zambo de Sabaneta debe estar pensando: “He arado en el mar”.



Yoani Sánchez / Cuba y el beso de Mick Jagger

$
0
0
Mick Jagger
Ilustración de Triunfo Arciniegas

YOANI SÁNCHEZ

Cuba y el beso de Mick Jagger

La Habana | 05/10/2015
Mientras los analistas se debaten para hallar las señales del cambio cubano en la escena política o diplomática, las transformaciones son caprichosas y van por otro lado. Este país no va a convertirse en una nueva nación porque lo haya visitado John Kerry, tampoco por la tercera visita de un papa en menos de dos décadas. Pero Cuba sí cambia cuando gente como este rockero británico, ícono de la buena música y de la más absoluta irreverencia, aterriza en La Habana.
El vocalista, de 72 años, ha dejado a su paso por las calles habaneras una estela de incredulidad y corazones palpitantes. No es, hay que reconocerlo, la algarabía que Beyoncé o Rihanna provocaron con sus escapadas hacia este parque temático del pasado, pero lo de Jagger tiene connotaciones más profundas. Para varias generaciones de cubanos él representa lo prohibido, una actitud ante la vida que nos estuvo negada por el obsesivo control policial.
Para un sistema político que intentó formar el "hombre nuevo", con un espíritu espartano, "correcto" y obediente, este flaco de vida convulsa significaba el anti modelo, lo que no debíamos imitar. Sin embargo, el hombre de laboratorio que pregonaban los manuales pedagógicos no se logró... y Mick Jagger le ganó la batalla al prototipo de muchacho militante, de pelo bien cortado y dispuesto a denunciar a sus propios familiares.
Una amiga, cercana a los setenta, ha salido este domingo a la calle con la energía de una quinceañera. "¿Dónde está?", le preguntaba al custodio del Hotel Santa Isabel, por donde la prensa oficial dijo que había pasado el ídolo de su juventud, pero el hombre no dio detalles. Como una colegiala obsesionada, recorrió las calles alrededor del alojamiento mirando hacia todas las ventanas, a ver si veía la delgada figura del líder de The Rolling Stones.
Mick Jagger le ganó la batalla al prototipo de muchacho militante, de pelo bien cortado y dispuesto a denunciar a sus propios familiares
La señora no tuvo ninguna de esas reacciones por el secretario de Estado norteamericano, ni siquiera ante el obispo de Roma. Para ella todas esas visitas encumbradas estaban en el rango de lo posible, de lo que ya no le sorprende ni conmueve. Pero Jagger... Jagger es otra cosa. "No me quiero morir sin verlo", me dijo por teléfono, con la convicción de quien no tolerará salir de este mundo sin "cerrar una época", ponerle punto final a sus "mejores años", aseguró.
Mi amiga me ha contagiado un poco, debo confesarlo. Ninguna homilía en la Plaza de la Revolución, ni discurso para inaugurar una embajada me había provocado este salto en el estómago, esta repentina sensación de estar viviendo días históricos. Un nerviosismo que durará hasta que vea a la mítica banda británica tocar el próximo mes de marzo en el estadio Latinoamericano, frente a una multitud que tratará de recuperar los años perdidos.
Jagger es mucho más que una leyenda viva del rock and roll, como lo presentan los medios. Este flaco todo boca, todo energía, todo vida, encarna un tiempo que nos arrebataron, una existencia que pudimos tener y nos quitaron.
Qué pena me da con los analistas políticos: no saben que la Cuba futura podría comenzar con The Rolling Stones en La Habana.


El escritor mexicano Fernando del Paso gana el Premio Cervantes

$
0
0

El escritor mexicano Fernando del Paso 

gana el Premio Cervantes

El máximo galardón de la literatura en español reconoce el conjunto de la obra del narrador y ensayista mexicano. Es autor de novelas como 'Noticias del imperio' y 'Palinuro de México'. El premio, dotado con 125.000 euros, se entregará el 23 de abril de 2016


El escritor mexicano Fernando del Paso. / FOTO: SAÚL RUIZ / VÍDEO: CANAL 44 UDEG
Fernando del Paso vive en la constelación de Andrómeda, como dice él. Y ayer tuvo un despertar que pasó del susto a la alegría en seis palabras. A las seis y media de la mañana, de México, lo sacó de la cama el teléfono. Vio que era una llamada de su hija Paulina. Su primera reacción fue de preocupación, pero cambió a medida que ella hablaba:
— Papá, tienes que escribir otro discurso.
— ¿Por qué?
— Porque te dieron el Premio Cervantes—, le dijo su hija llorando de alegría.
Desde su casa a las afueras de Guadalajara, en la urbanización de Andrómeda, y al lado de su esposa Socorro, Fernando del Paso (Ciudad de México, 1 de abril, de 1935), recuerda ese momento a EL PAÍS por la misma línea telefónica por donde recibió ese buen despertar:
— Es un reconocimiento enorme a todo ese esfuerzo que durante 60 años he hecho para escribir, me premian 60 años de esfuerzo y reconocen los principales libros de mi bibliografía.
Al escuchar que México ha acaparado los últimos premios Cervantes latinoamericanos, al ser el suyo el cuarto en diez años, y el sexto en los 30 años del galardón (Octavio Paz, 1981, Carlos Fuentes,1987, Sergio Pitol, 2005, José Emilio Pacheco, 2009 y Elena Poniatowska, 2013) el escritor suelta una carcajada, y contesta:
— ¡Magnífico! Lo único que siento es que no esté Carmen Balcells.
Se refiere a la mítica agente literaria fallecida en septiembre pasado. Porque Fernando del Paso se convirtió ayer en XXX ganador del Premio Miguel de Cervantes “por su aportación al desarrollo de la novela aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento. Sus novelas llenas de riesgos recrean episodios fundamentales de la historia de México, haciéndolos fundamentales”, según el acta del jurado. El premio, dotado con 125.000 euros, se entregará en un acto especial el 23 de abril de 2016, en la Universidad de Alcalá de Henares.
En medio del barullo de fondo que hay en su casa, el escritor habla con cierta dificultad. Cuenta que se recupera de un ataque isquémico que hace dos años que le afectó el habla, el equilibrio y la coordinación. “Me ha tenido casi todo este tiempo en la cama leyendo solo los periódicos”. Él, que fue dibujante, diplomático, académico y en sus tiempos gran locutor de radio.
Narrador, ensayista, poeta y dramaturgo, Fernando Del Paso forma parte de una gran generación de escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX que corrió los linderos de la literatura en español. O como él mismo dice: “Soy parte de la cola del boom". Es autor de novelas emblemáticas como José Trigo, Palinuro de MéxicoNoticias del Imperio. Entre los ensayos figuran El coloquio de inviernoYo soy hombre de letras y Viaje alrededor del Quijote.
Reconoce que se siente influenciado por escritores como Joyce, Dos Passos, Faulkner, Sterne, Rabelais, Flaubert, Sófocles... Y entre los latinoamericanos se declara “admirador de Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier y García Márquez; amigo de Carlos Fuentes y conocido de Cortázar”.

Bibliografía

Ensayo: El coloquio de invierno (con Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez), 1992; Yo soy hombre de letras: discurso de ingreso. Respuesta de Miguel León-Portilla, 1996; Viaje alrededor del Quijote, 2004; Bajo la sombra de la historia: ensayos sobre el Islam y el judaísmo, 2011.
Infantil: De la A a la Z por un poeta (con ilustraciones de Ignacio Junquera), 1988.
Narrativa: José Trigo, 1966; Palinuro de México, 1980; Noticias del imperio, 1987; Linda 67. Historia de un crimen, 1995; Cuentos dispersos, 1999.
Poesía: Sonetos del amor y de lo diario, 1958; Paleta de diez colores (con ilustraciones de Vicente Rojo), 1992; PoeMar, 2004.
Teatro: Palinuro en la escalera, 1992; La loca de Miramar, 1998; La muerte se va a Granada: poema dramático en dos actos y un gran final, 1998.
Otros géneros: Visiones de un escritor, 1990; Douceur et passion de la cuisine mexicaine, 1991;Memoria y olvido, vida de Juan José Arre ola (1920-1947) contada a Fernando del Paso, 1994; Trece Técnicas Mixtas, 1996; 2000 caras de cara al 2000, 2000; Castillos en el aire. Fragmentos y anticipaciones. Homenaje a Mauritz Cornelis Escher, 2002; El mito de dos volcanes: Popocatépetl, Iztaccíhuatl, 2005.
Gran conocedor de la historia pasada y presente de su país, Fernando del Paso ha estado muy atento a la actualidad: “México se ha vuelto un país peligroso y estamos consternados una enorme mayoría de personas. Además, me preocupa mucho la corrupción de mi país”.
En el plano social y cotidiano, Del Paso cree que “todavía hay una discriminación racial y social. Es un fenómeno, y una lucha por el poder que el blanco siempre ha ganado. Es una situación que se estaba supernado, pero se ha acentuado en los últimos años”. En un artículo del año pasado ya  dijo: "A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé solo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas...¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!".
Sobre la literatura mexicana contemporánea, Fernando del Paso celebra que “se haya desinhibido, antes estaba encorsetada”. Lamenta que haya personas que “crean que el español no es nuestro idioma, y es todo lo contrario, es nuestro, y con mucha riqueza”. En cuanto a la cultura de su país, se queja: “Se ha debilitado un poco el impulso del Gobierno. Tenemos un presidente que es muy inculto y no parece tener buenos asesores culturales”.
Recuerda con cariño la acogida que tiene su obra más prestigiosa:Noticias del Imperio. “Desde pequeño me llamó la atención la historia de Maximiliano de Habsburgo, emperador mexicano entre 1864 y 1867, y de su esposa, Carlota. Un emperador rubio que fusilamos y su mujer que se volvió loca”. Ese es el tema de la novela de casi mil páginas. Una de las más leídas en su país.
El caso de Palinuro de México le causa más gracias. Ríe: “Es una novela picaresca basada en mis años juveniles. De cuando quería ser médico. Todos esos sueños están en la novela”. Lo que no pudo ser. En cambio el 23 de abril volverá a Alcalá de Henares a recoger el premio de lo que es, un Premio Cervantes.

Todos los premiados con el Cervantes

  • · 2014 - Juan Goytisolo
  • · 2013 - Elena Poniatowska
  • · 2012 - José Manuel Caballero Bonald
  • · 2011 - Nicanor Parra
  • · 2010 - Ana María Matute
  • · 2009 - José Emilio Pacheco
  • · 2008 - Juan Marsé
  • · 2007 - Juan Gelman
  • · 2006 - Antonio Gamoneda
  • · 2005 - Sergio Pitol
  • · 2004 - Rafael Sánchez Ferlosio
  • · 2003 - Gonzalo Rojas
  • · 2002 - José Jiménez Lozano
  • · 2001 - Álvaro Mutis
  • · 2000 - Francisco Umbral
  • 1999 - Jorge Edwards
  • 1998 - José Hierro
  • 1997 - Guillermo Cabrera Infante
  • 1996 - José García Nieto
  • 1995 - Camilo José Cela
  • 1994 - Mario Vargas Llosa
  • 1993 - Miguel Delibes
  • 1992 - Dulce María Loynaz
  • 1991 - Francisco Ayala
  • 1990 - Adolfo Bioy Casares
  • 1989 - Augusto Roa Bastos
  • 1988 - María Zambrano
  • 1987 - Carlos Fuentes
  • 1986 - Antonio Buero Vallejo
  • 1985 - Gonzalo Torrente Ballester
  • 1984 - Ernesto Sábato
  • 1983 - Rafael Alberti
  • 1982 - Luis Rosales
  • 1981 - Octavio Paz
  • 1980 - Juan Carlos Onetti
  • 1979 - Jorge Luis Borges
  • 1979 - Gerardo Diego
  • 1978 - Dámaso Alonso
  • 1977 - Alejo Carpentier
  • 1976 - Jorge Guillén


EL PAÍS


Fernando del Paso / La historia es el andamiaje de mis novelas

$
0
0
Fernando del Paso
Fernando del Paso

"La historia es el andamiaje de mis novelas"



Las tres grandes novelas que ha escrito Fernando del Paso (México, 1935) son novelas voluminosas. Hay en sus páginas una gran libertad formal y se alimentan de la historia de México, la próxima y la lejana. El escritor asistió en silla de ruedas a recoger el Premio FIL de Literatura (el antiguo Juan Rulfo) a la inauguración de la Feria, que cerró sus puertas ayer. Y es que ha estado ingresado por una intervención intestinal. Fue en el Hospital Real San José donde habló sobre su obra y sobre su vida.

Pregunta. ¿Cómo surgió su primera novela, José Trigo?
Respuesta. De una imagen. Vi, desde el puente Nonoalco Tlatelolco del Distrito Federal, a un hombre alto y desgarbado caminando por las vías abandonadas del tren cargado con una pequeña caja blanca, un ataúd. Detrás iba una mujer embarazada que cortaba girasoles.
P. ¿Cómo la valora ahora?
R. Como una novela de ambiciones desmesuradas y de una extrema complejidad, donde el lenguaje es el auténtico protagonista. Quise contar el movimiento de los ferrocarrileros que hubo en México en los cincuenta. Vivían en los furgones abandonados. Desde el punto de vista plástico, aquello era hermoso. Terrible, desde el punto de vista social. Me diagnosticaron por entonces, no había cumplido 30 años, un cáncer. Creía que iba a ser mi único libro y quise meterlo todo.
P. ¿Cómo combinó la historia con la literatura?
R. He sido desde entonces un equilibrista que se mueve en la cuerda floja entre la imaginación y el rigor histórico. La historia es el andamiaje de mis novelas, lo que me permite lanzarme a contar muchas cosas. EnJosé Trigo, el hilo conductor fue la historia de un hombre.
P. ¿Qué influencias reconoce en su obra?
R. Están los anglosajones: Joyce, Dos Passos, Faulkner, Sterne. También Rabelais, Flaubert, Sófocles...
P. ¿Y ningún escritor de lengua española?
R. Ésos no te influyen, los llevas en la sangre. En José Trigo quise hacer un pastiche de Juan Rulfo en el capítulo cuarto. Nadie lo descubrió, pero sí reconocieron en el libro la presencia de la desesperanza, la muerte, la soledad, la tristeza. Todo eso viene de Rulfo.

P. ¿Cuál fue su propósito en Palinuro de México, su siguiente novela?
R. La idea era la de recrear mi vida como adolescente, una vida picaresca. Quise ser médico, pero me di cuenta de que me iba a quitar todo el tiempo, y me fui a economía. Los aspectos románticos de la medicina empapan todo el libro. Ahí cuento el que fui, el que quise ser, el que pude haber sido, el que pude haber querido ser.
P. ¿Cómo abordó la inmensa documentación de Noticias del Imperio?
R. Lo que aparece en el libro sólo es la punta del iceberg. Es tanto lo que se ha escrito de la época de Maximiliano que lo que llega al libro sólo es el 15% de lo que se ha leído. Un amigo me criticó por la envergadura de la obra, diciéndome que no sabía condensar. ¡Cómo que no! De las 3.000 páginas que la novela tenía quedaron unas 800.
P. ¿Por qué esa época?
R. Se ha pasado como pisando huevos sobre esas figuras. Ya desde niño me fascinaba saber sobre ese emperador rubio que murió fusilado en Querétaro y sobre su mujer que le sobrevivió 60 años. Le di la voz a ella, la voz de la locura y la de la lucidez. "La imaginación, la loca de la casa", esa frase atribuida a Malebranche preside el libro.


P. Además de sus tres grandes novelas y de Linda 67, historia de un crimen, ha escrito poesía, teatro... y pinta. ¿Cómo se organiza?
R. Empecé escribiendo sonetos. La pintura, que me ha apasionado, la abandoné porque no podía con el óleo, pero la recuperé cuando descubrí la tinta china. Nunca establezco ningún plan ni programa. Cuando surge algo me meto con ello a fondo, y clausuro mientras tanto las otras actividades.
P. En la inauguración de la Feria se refirió a su obra sobre Lorca...
R. Siempre me interesó el teatro y en Palinuro, el penúltimo capítulo estaba escrito como un drama. Y se ha representado. En La muerte se va a Granada quise hacer un poema dramático escrito en verso y dedicado al final de Lorca. En México la montó José Luis Ibáñez y en Guadalajara se estrenó dentro del programa de la FIL con puesta en escena de Daniel Constantini. Me encantaría que se viera en España.



Fernando del Paso / La inercia de México revela la falta de voluntad para cambiar

$
0
0


Fernando del Paso

“La inercia de México revela 

la falta de voluntad para cambiar”

Fernando del Paso, un grande de la literatura mexicana, recibe a EL PAÍS

Es una de las escasas entrevistas que concede


El escritor Fernando del Paso posa en su casa de Guadalajara. / SAÚL RUIZ
A Fernando del Paso le llevó años de minuciosa investigación narrar la triste suerte de Maximiliano de Habsburgo, emperador mexicano entre 1864 y 1867, y de su esposa, Carlota. El novelista, dibujante y ensayista es un estudioso y se puso a la tarea de describirles. Tres páginas enumerando los títulos de Carlota. Folio y medio para describir el color de los dientes de Maximiliano. El resultado es Noticias del Imperio (1987), su gran obra, en la que explora uno de los episodios “más bellos y surrealistas” de la historia de su país. Llegaron y esperaban que les recibirían con entusiasmo y honores. La historia los llevó por otros senderos. A Maximiliano lo fusilaron en Querétaro en 1867. Carlota enloqueció y murió en 1927, el mismo año en que Charles Lindbergh emprendía el primer vuelo a Europa.
Él es Fernando del Paso, natural de la Ciudad de México, nacido en 1935. Él es Fernando del Paso, escritor, dibujante, novelista, diplomático, académico, autor también de José Trigo y de Palinuro de México. Él es Fernando del Paso, quien tiene dificultades para hablar desde que sufriese un infarto cerebral. Pero su lucidez sigue intacta. A algunas de las preguntas de EL PAÍS respondió por escrito; a otras, en persona. Él es Fernando del Paso, uno de los últimos monstruos de la literatura mexicana del siglo XX. Basta con un minuto en su casa. Basta una mirada, una ceja levantada o un hilo de voz para dejar claro que el escritor sabe de lo que dijo, de lo que escribió y de lo que escribe.
Del Paso baja al salón vestido con una chaqueta naranja, a juego con sus gafas; la barba recortada con cuidado, una corbata colorida y una gran sonrisa. Dirige a todos una mirada de complicidad, en especial a Socorro, su esposa, con quien escribió en su día un libro de recetas que mezcla los ingredientes de la sazón y la historia, de la sabiduría y el alma, como una buena historia de amor, como sus 53 años casados.

Yo no tengo un ahora, yo no tengo un mañana. Yo solo tengo un ayer”
El salón de su casa está lleno de objetos, de libros, de recuerdos. En una mesa reposan los retratos de sus familiares, y en los muros los recuerdos de los múltiples viajes que ha realizado por el mundo y los libros que ha escrito y que le alimentan. “El contenido de este libro no es lo que yo quiero enseñar: su contenido es lo que yo quería aprender”. Él es Fernando del Paso y es una rara avis. Es un escritor que prefiere leer antes de dictar, un maestro que admira al aprendiz. “Yo no tengo un ahora, yo no tengo un mañana. Yo solo tengo un ayer”, recalca.
Pregunta. ¿Cuándo supo que quería ser escritor?
Respuesta. A los 10 años. Le hice un poema a mi madre. Muy cursi. Después hice una novela, en la adolescencia, sobre un soldado húngaro. Me había interesado en la I Guerra Mundial. Escribí 175 páginas.
P. ¿Y qué hizo con ellas?
R. Las tiré. No me gustó.
P. ¿Ni siquiera las tituló?
R. No.
P. ¿Qué le dijeron sus padres cuando les comentó que quería ser escritor?
R. Mi padre, que me iba a morir de hambre. Mi madre siempre me apoyó.
P. Usted ha dicho que es un novelista que trabaja con música y se embriaga con poesía.
R. Existe la música que escucho al escribir. Es un factor externo que estimula mi escritura: siempre he trabajado acompañado de Mozart o de Vivaldi. La música de la escritura es un producto independiente que se logra con una gran cantidad de lecturas que afinan el oído. Si una frase puede ser musical no veo por qué no usarla en lugar de una frase sin ritmo y sin cadencia. Esto no es tan fácil; supone una tarea donde se conjugan la memoria y el sentido musical.
P. La minuciosa documentación de sus novelas revela una atención por el detalle inusual en un novelista. ¿De dónde nace?
R. Estoy convencido de que para situar a un personaje en su época es necesario reflejar el ambiente en el que vive y se desarrolla. Para esto un novelista tiene que dar información sobre lo que se comía en la época, cómo se vestía la gente, qué pensaba, cómo se transportaba y todos esos detalles, correspondientes a la forma de vida de un momento histórico determinado. Para ello es necesaria esa minuciosidad.
P. ¿De dónde nació su curiosidad por Carlota y Maximiliano? ¿Cuál es la génesis de Noticias del Imperio?

La historia de Maximiliano me pareció trágica, bella y surrealista”
R. Desde muy niño supe que habíamos tenido un emperador rubio llamado Maximiliano a quien habíamos fusilado en Querétaro, casado con Carlota, una mujer que se había vuelto loca y que había vivido hasta 1927, el año en que Charles Lindbergh cruzó el Atlántico en un avión. Esta historia me pareció lo suficientemente trágica, bella y surrealista como para ocuparse de ella.
P. Decía un intelectual español que el franquismo dejó la idea del dogma impregnada en la sociedad de España. ¿Cree que podría existir un equivalente en México?
R. No lo creo. Salvo dogmas de la religión católica, no deberían existir otros dogmas que imperen en México que tengan el menor parecido a los dogmas franquistas.
P. ¿Cómo le gustaría que lo leyese un joven mexicano? ¿Qué le recomendaría leer?
R. Con paciencia y buena disposición de ánimo. Le recomendaría empezar con Noticias del Imperio.
P. Una tarea difícil… [La novela tiene más de mil páginas].
R. [Del Paso sonríe, como un niño travieso].
P. En 1994, cuando se produjo el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), usted mencionó los fallos y desigualdades en la estructura social de México. Han pasado 20 años y la situación no ha cambiado. ¿Esto qué supone, en su opinión?
R. La derrota del idealismo y los objetivos de los zapatistas, que representaban el malestar general que había en el campo mexicano. Esta inercia revela la falta de voluntad de una sociedad y de un Gobierno por cambiar.
P. ¿Qué le parece que Claudio Magris, un escritor de Trieste, Italia, considere uno de sus referentes Noticias del Imperio?
R. ¡Magnífico! Me siento muy halagado. Y no hay que olvidar que Maximiliano y Carlota fueron virrey y virreina del Lombardo-Véneto, una región entonces dominada por el Imperio Austriaco, de modo que allí se originó el Imperio Mexicano y es natural que este episodio histórico interese a los habitantes del lugar. Magris es un gran escritor italiano que nació en Trieste, el lugar donde se erige el castillo de Miramar, residencia de Maximiliano y Carlota antes de partir para México. Noticias del Imperio cuenta con una excelente traducción al italiano hecha por la profesora Giuliana Dal Piaz y justamente el interés de Magris coincide con nuestro deseo de encontrar una editorial para una segunda edición, más grande y con mejor distribución en Italia.



Fernando del Paso / El sosiego y la ira

$
0
0


Fernando del Paso

El sosiego y la ira

Fernando del Paso vivió en Londres y su voz retumbaba como un eco de la cultura

En la FIL del año pasado gritó a Peña Nieto: “¡Todos somos Ayotzinapa!”


Fernando del Paso
El escritor mexicano Fernando del Paso habla por teléfono hoy, jueves 12 de noviembre de 2015, en su casa de Guadalajara (México). / ULISES RUIZ BASURTO (EFE)
Durante 14 años, Fernando del Paso y los suyos vivieron en Europa, en el sosiego de Londres, por ejemplo. Era un caballero inglés entonces; su voz retumbaba como un eco de la cultura que juntaba dos orillas, la de Lorca y la de Rulfo, la orilla de Cervantes y la de Paz, su amigo. Una vez, en casa de Cabrera Infante y de Miriam, esas orillas se confundieron; entre ellos rompían las costuras del mundo, porque las de ambos eran literaturas asentadas en una geografía concreta, México, Cuba, pero se alzaban, se alzan, universales, gracias a la capacidad que tiene el hombre para alcanzar sabiduría y decirla sin que pese más el conocimiento que la alegría de contarlo.
En ese entonces era como fue después Fernando del Paso, un hombre sosegado de Guadalajara que trabajaba para la BBC y que transitaba con sigilo por la fama que le dio José Trigo. Se diría que aquel locutor de lujo que tenía la BBC hablando un español lleno del acento del mejor castellano era un seudónimo ilustre de otro Fernando del Paso que había escrito ese libro central en lo que en otros sitios se llamó boom y que no les tocó ni a él ni a Cabrera, a quienes sí les ha tocado el Cervantes, por cierto.
El tiempo luego le dio otros honores, pero siempre se me quedó en la retina aquel personaje pausado que hablaba de Lorca o de Paz, y persistía en su moderada pasión por silenciarse, como si, Borges lo diría, fuera en efecto otro. El año pasado, ante una multitud, en Guadalajara, México, recibió el abrazo de muchos, Claudio Magris incluido, cuando pronunció desde el estrado, subido a su silla de ruedas, un grito de guerra que entonces sonaba como si estuviera gritando a favor de Lorca y de otros asesinados en las carreteras sucias de la vida: su grito era a favor de los 43 estudiantes que habían sido víctimas del narco en Ayotzinapa.
Él le dijo, con su voz rota, la que en un tiempo fue la voz clásica de la BBC en español, “¡Todos somos Ayotzinapa!” a Peña Nieto, y a pesar de la dificultad para decir tuvo la virtud de gritar letra a letra lo que estaba en el corazón de los mexicanos.
Luego de decir ese grito (en México todo es un grito, hasta el silencio), Del Paso nos recibió a Verónica Calderón y a este cronista en su casa llena de los bellos recuerdos de sus viajes por el mundo. Estaba ya preparado para las fotos y ya había contestado por escrito las preguntas que le propuso Verónica, porque se las tenía que dictar a su hija, Fernando ya no podía decir, pero podía gritar, el día anterior había gritado.
Cuando lo vimos, entendimos que él se burlaba de la edad del tiempo, y hasta del dolor que produce la enfermedad que padece; así que, para darnos un mensaje burlón, vital como su risa, allí estaba vestido como un artista de rock, con sus gafas de colorines, con su corbata de la era de los Beatles. Era un señor inglés que escribía de México porque entonces, en Londres y siempre, fue tan mexicano como Rulfo y como Ayotzinapa.



Andrea Camilleri / Amor

$
0
0

Andrea Camilleri
Biografía
AMOR
Traducción de Elena de Grau Aznar


Michela Prestìa era hija de una familia a la que le faltaba de todo. La madre fregaba las escaleras del ayuntamiento y el padre, que era trabajador temporario en el campo, se había quedado ciego al estallarle una bomba de mano abandonada durante la guerra. La muchacha, a medida que crecía, se hacía cada vez más hermosa, y los vestiditos agujereados que llevaba, poco más que harapos pero limpísimos, no conseguían esconder toda la gracia que Dios le había dado. Morena, los ojos siempre brillantes con una especie de alegría de vivir a pesar de la necesidad, había aprendido sola a leer y a escribir. Soñaba con ser dependienta en uno de aquellos grandes negocios que la fascinaban. A los quince años, ya una mujer hecha y derecha, se escapó de casa para ir detrás de un vendedor ambulante que recorría los pueblos con una furgoneta vendiendo utensilios de cocina, vasos, platos y cubiertos. Un año después volvió a casa y sus padres hicieron como si nada hubiera ocurrido. Tenían una boca más que alimentar. Durante los cinco años siguientes muchos hombres de Vigàta, solteros o casados, la tomaron y la abandonaron o fueron abandonados, pero siempre sin tragedias ni peleas. La vitalidad de Michela conseguía justificar, convertir en natural cada cambio de pareja. A los veintidós años se trasladó a una casa del anciano doctor Pisciotta, quien la hizo su mantenida y la colmó de regalos y de dinero. La buena vida de Michela duró sólo tres años: el doctor murió en sus brazos y la viuda utilizó a los abogados, que se llevaron todo lo que le había regalado el médico y la dejaron con una mano atrás y otra adelante. Apenas seis meses después, Michela conoció al contador Saverio Moscato. Al principio parecía una historia como las otras, pero en el pueblo pronto se dieron cuenta de que las cosas eran muy diferentes.
Saverio Moscato, empleado en la fábrica de cemento, era un trein- tañero de buena presencia, hijo de un ingeniero y de una profesora de latín. Muy apegado a la familia, no dudó en dejarla en cuanto los padres, al enterarse del asunto, le llamaron la atención por tener relaciones con una muchacha que era el escándalo del pueblo. Sin decir esta boca es mía, Saverio alquiló una casa junto al puerto y se instaló allí con Michela. Vivían bien, pues el contador no disponía sólo del sueldo, ya que un tío suyo le había dejado tierras y negocios. Pero, sobre todo, lo que sorprendía a la gente era que Michela, que con los otros siempre había mantenido una actitud de libertad e independencia, ahora sólo tenía ojos para su Saverio, estaba pendiente de sus palabras, hacía siempre lo que él quería, no se rebelaba. Y en cuanto a Saverio, sucedía lo mismo: estaba atento a todos los deseos de Michela, incluidos los que sólo manifestaba con una mirada. Cuando salían de casa para ir de paseo o al cine, caminaban tan abrazados como si estuvieran despidiéndose para siempre. Y se besaban en cuanto podían y también cuando no podían.
—No hay vuelta de hoja —comentó el agrimensor Smecca, que había sido amante de Michela durante un breve tiempo—. Están enamorados. Y el caso es que me gusta. Espero que dure. Michela se lo merece; es una buena chica.


Saverio Moscato, que había procurado por todos los medios no alejarse de Vigàta a fin de no dejar sola a Michela, tuvo que trasladarse a Milán por asuntos de su trabajo en la fábrica de cemento y permanecer allí diez días. Antes de salir del pueblo, fue desesperado a ver a Pietro Sanfilippo, el único amigo que tenía.
—Al fin y al cabo —lo consoló el amigo—, diez días no son una eternidad.
—Para mí y para Michela, sí.
—¿Por qué no te la llevas?
—No quiere venir. Nunca ha salido de Sicilia. Dice que una gran ciu- dad como Milán la asustaría si no estuviera siempre a mi lado. ¿Qué hago? Debo asistir a reuniones, tengo citas de trabajo...


Durante la estada de Saverio en Milán, Michela no salió de casa; nadie la vio por la calle. Pero lo más curioso fue que cuando el contador volvió, la chica no apareció más a su lado. Quizá los días que había estado alejada de su amor habían hecho que enfermara de melancolía.
Un mes después del regreso de Saverio Moscato, la madre de Mi- chela se presentó ante el comisario Montalbano. Pero no la movía la preocupación de madre.
—Mi hija Michela no me ha dado la mensualidad que me pasa.
—¿Le daba dinero?
—Sí. Todos los meses. Doscientas o trescientas mil liras, según. Siempre fue una buena hija.
—¿Y qué quiere de mí?
—Fui a su casa y encontré al contador. Me dijo que Michela ya no vivía allí, que cuando volvió de Milán no la encontró en casa. Hasta me enseñó las habitaciones. Nada, de Michela ni siquiera quedaba un vestido. Ni una bombacha, dicho sea con perdón.
—¿Y qué le dijo el contador? ¿Cómo explicó la desaparición?
—Él tampoco se la explicaba. Dijo que Michela, siendo como era, se habría escapado con otro hombre. Pero no lo creo.
—¿Por qué?
—Porque estaba enamorada del contador.
—¿Y qué quiere que haga yo?
—No sé... Hablar con el contador. Quizás a usted le diga lo que sucedió de verdad.


Montalbano esperó a encontrarse con el contador por casualidad; no quería que las preguntas que iba a hacerle parecieran oficiales. Un día, después de comer, lo vio sentado solo, tomando una menta, en el café Castiglione.
—Buenos días. Soy el comisario Montalbano.
—Sé quién es.
—Quisiera tener una charla con usted.
—Siéntese. ¿Quiere tomar algo?
—Me tomaría un helado.
El contador pidió el helado.
—Dígame, comisario.
—Créame si le digo que me siento algo cohibido, señor Moscato. El otro día fue a verme la madre de Michela Prestìa. Dice que su hija ha desaparecido.
—Es cierto.
—¿Quiere explicármelo mejor?
—¿A título de qué?
—Usted vive, o vivía, con Michela Prestìa, ¿no?
—¡No hablaba de mí! Preguntaba a título de qué se interesa usted por el asunto.
—Bueno, como la madre fue...
—Me parece que Michela es mayor de edad. Es libre de hacer lo que le pase por la cabeza. Se ha marchado y ya está.
—Perdone, pero querría saber más.
—Fui a Milán y ella no quiso ir conmigo. Aseguraba que una gran ciudad como Milán le daba miedo, le producía desasosiego. Ahora creo que se trataba de una excusa para quedarse sola y preparar la fuga. Durante los primeros siete días que permanecí fuera, nos llamábamos por la mañana y por la noche. La mañana del octavo día me contestó de mal humor, dijo que..., que ya no aguantaba estar sin mí. Aquella misma noche, cuando la llamé por teléfono, no contestó. No me preocupé, pensé que se habría tomado un somnífero. A la mañana siguiente sucedió lo mismo y me intranquilicé. Le pedí a mi amigo Sanfilippo que fuera a echar un vistazo. Me llamó poco después y me dijo que la casa estaba cerrada, que había tocado el timbre durante un rato sin obtener respuesta. Pensé que había sucedido algo, una desgracia. Entonces llamé a mi padre, al que antes de partir le había dejado un juego de llaves. Abrió la puerta. Nada; no sólo no había huella alguna de Michela, sino que faltaban sus cosas, todo. Hasta el lápiz de labios.
—Y usted ¿qué hizo?
—¿Quiere saberlo? Me eché a llorar.


¿Por qué cuando hablaba de la fuga de la mujer amada y de su llan- to desesperado sus ojos no delataban tristeza, sino que brillaban con una sosegada satisfacción? Cierto que intentaba poner cara de circunstancias, pero no lo conseguía del todo: de las cenizas que se esforzaba por introducir en la mirada emergía, a traición, una llamita de júbilo.


—Comisario —dijo Sanfilippo—, ¿qué quiere que le diga? Estoy desconcertado. Mire, para darle una idea: cuando Saverio volvió de Milán, pedí tres días de permiso. Puede preguntarlo en la oficina, si no me cree. Pensé que estaría desesperado por la huida de Michela, quería estar a su lado en todo momento, tenía miedo de que hiciera alguna tontería. Estaba demasiado enamorado. Fui a la estación y bajé del tren fresco como una lechuga. Esperaba lágrimas, lamentos... En cambio...
—¿En cambio?
—Mientras veníamos en coche de Montelusa a Vigàta, se puso a cantar en voz baja. Siempre le ha gustado la ópera lírica. Tiene una bonita voz y canturreaba Tu che a Dio spiegasti l'ali. Me quedé helado; hasta pensé que se debía a la impresión. Por la noche fuimos, a cenar juntos y comió tranquilo y sereno. A la mañana siguiente volví a la oficina.
—¿Hablaron de Michela?
—¡En absoluto! Era como si esa mujer nunca hubiera existido en su vida.
—¿Se enteró de si se habían peleado, qué sé yo, de alguna discusión…?
—¡Pero no! ¡Se amaban, siempre estaban de acuerdo!
—¿Se tenían celos?
Pietro Sanfilippo no contestó enseguida; tuvo que pensar un poco la respuesta.
—Ella no. Él sí, pero a su manera.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que no estaba celoso del presente, sino del pasado de Michela.
—Mala cosa.
—Oh, sí. Son los celos peores, no tienen remedio. Una tarde que estaba de muy mal humor, salió con una frase que recuerdo perfectamente: "Todos han obtenido todo de Michela; ya no hay nada que pueda darme que sea nuevo, virgen". Quise replicarle que si las cosas estaban así, había escogido a la mujer equivocada, con demasiado pasado. Pero consideré que era mejor el silencio.
—Usted, señor Sanfilippo, era amigo de Saverio antes de que conociera a Michela, ¿verdad?
—Cierto, tenemos la misma edad, nos conocemos desde chicos.
—Piénselo bien. Si consideramos el periodo de Michela como un paréntesis, ¿observa algún cambio en su amigo entre el antes y el después?
Pietro Sanfilippo lo meditó.
—Saverio no ha sido nunca un tipo abierto, inclinado a manifestar lo que siente. Es callado, dado con frecuencia a la melancolía. Las únicas ve- ces que lo he visto feliz ha sido cuando estaba con Michela. Ahora es más cerrado, me evita. El sábado y el domingo los pasa en el campo.
—¿Tiene una casa en el campo?
—Sí, por Belmonte, en el distrito de Trapani; se la dejó su tío. Antes no quería poner el pie allí. Y ahora, ¿me despeja una duda?
—Si puedo...
—¿Por qué se interesa tanto en la desaparición de Michela?
—Su madre vino a verme.
—¿Ésa? A ésa le importa un comino. ¡Sólo le interesa el dinero que le pasaba Michela!
—¿Y no le parece un buen motivo?
—Comisario, no soy tonto. Hace más preguntas sobre Saverio que sobre Michela.
—¿Quiere que sea sincero? Tengo una sospecha.
—¿Qué?
—Tengo la curiosa impresión que su amigo Saverio se lo esperaba. Y quizás hasta conocía al hombre con el que Michela se ha fugado.
Pietro Sanfilippo mordió el anzuelo. Montalbano se felicitó; había improvisado una respuesta convincente. ¿Podía decirle que lo que le in- quietaba y lo confundía era una brillante llamita en el fondo de un ojo?


No deseaba mezclar a ninguno de sus hombres, porque no quería hacer el ridículo ante ellos. Se embarcó solo en el interrogatorio de los inquilinos del edificio donde vivía el contador. Todos los aspectos de aquella investigación, si se podía llamar así, eran débiles, no existían como tales aspectos, y el punto de partida para las preguntas era tan inconsistente como un hilo, como una telaraña. Si Saverio Moscato le había contado la verdad, Michela contestó a la llamada de la mañana pero no a la de la no che. Por lo tanto, si se marchó lo hizo durante el día. Y alguien pudo haber notado algo. El edificio tenía seis plantas y cuatro departamentos por piso. El comisario, muy minucioso, empezó por el último. Nadie había visto ni oído nada. El contador vivía en el segundo piso, departamento 8. Sin albergar ninguna esperanza, llamó al timbre del departamento 5. En la tarjeta se leía "Maria Costanzo, Vda. de Diliberto". Le abrió la puerta la misma señora, una viejecita bien acicalada, de ojos vivos y penetrantes.
—¿Qué desea?
—Soy el comisario Montalbano.
—¿Qué enano?
Era sorda como una tapia.
—¿Hay alguien en casa? —se desgañitó el comisario.
—¿Por qué grita tanto? —dijo la viejecita indignada—. ¡No soy tan sorda!
Atraído por las voces, del interior del departamento  apareció un hombre que ya habría cumplido los cuarenta.
—Hable conmigo, soy su hijo.
—¿Puedo entrar?
El cuarentón lo llevó a una salita y la viejecita tomó asiento en un sillón, frente a Montalbano.
—No vivo aquí, sólo he venido a visitar a mi madre —aclaró el hombre haciendo un gesto con las manos.
—Como ya sabrán, la señorita Michela Prestìa, que convivía en el departamento 8 con el contador Saverio Moscato se ha marchado sin dar explicaciones, mientras el señor Moscato se encontraba en Milán entre el 7  y el 16 de mayo.
La viejecita dio señales de impaciencia.
—¿Qué está diciendo, Pasqualí? —preguntó al hijo.
—Espera —contestó Pasquale Diliberto con voz normal. Evidentemente su madre estaba acostumbrada a leerle los labios.
—Quisiera saber si durante ese período de tiempo su señora madre ha oído, ha visto algo que...
—Ya he hablado con mamá. No sabe nada de la desaparición de Michela.
—Pues sí —protestó la viejecita—. Lo he visto. Ya te lo he dicho. Pero tú dices que no.
—¿Qué ha visto, señora?
—Comisario —intervino el cuarentón—, le advierto que mi madre no sólo es sorda, sino que no está muy bien de la cabeza.
—¿Que no estoy bien de la cabeza? —replicó la señora Maria Costanzo, viuda de Diliberto, levantándose indignada—. ¡Mal hijo, me ofendes delante de los extraños!
Se marchó de la salita dando un portazo.
—Cuéntemelo usted.
—El día 13 de mayo es el cumpleaños de mi madre. Por la noche vine con mi mujer y cenamos juntos, cortamos la torta y bebimos unas copas de vino espumoso. A las once volvimos a casa. Ahora mi madre asegura que, quizá por haber comido demasiado pastel, pues es muy golosa, no podía conciliar el sueño. Hacia las tres de la madrugada recordó que no había sacado la basura. Abrió la puerta, y la lámpara del rellano estaba encendida. Dice que delante del departamento 8, que está justo enfrente, vio a un hombre con una maleta grande. Asegura que se parecía al contador. Y yo le dije: "Pero, mamá, ¿te das cuenta? ¡El contador volvió de Milán tres días después!"


—Señor comisario —explicó Angelo Liotta, director de la fábrica de cemento—, he hecho todas las comprobaciones que me ha pedido. El contador ha presentado debidamente los billetes de viaje y los comprobantes del hotel.
Salió el domingo del aeropuerto de Palermo a las dieciocho y treinta en un vuelo directo a Milán. Pasó la noche en el hotel Excelsior, donde permaneció hasta la mañana del 17. Ese día regresó en el vuelo que partía de Linate a las siete y treinta. Participó en todas las reuniones y acudió a todas las citas que tenía concertadas en Milán. Si desea formularme más preguntas, estoy a su entera disposición.
—Es suficiente, se lo agradezco.
—Espero que un empleado como Moscato, al que aprecio por su laboriosidad, no se encuentre envuelto en ningún asunto feo.
—También yo lo espero —dijo Montalbano al despedirse.
En cuanto el director hubo salido, el comisario tomó el sobre con to- dos los comprobantes del viaje que el otro le había dejado encima del escritorio y, sin abrirlo siquiera, lo guardó en un cajón.
Con ese gesto se estaba despidiendo de una investigación que nunca había existido.


Seis meses después recibió una llamada telefónica. Al principio no reconoció al que estaba al otro lado del hilo.
—Perdone, ¿cómo ha dicho?
—Angelo Liotta. ¿Recuerda? Soy el director de la fábrica de cemento. Usted me llamó para saber...
—Ah, sí. Lo recuerdo muy bien. Dígame.
—Como ahora estamos cerrando la contabilidad, querría que me de volviera los recibos que le dejé.
¿De qué estaba hablando? Entonces se acordó del sobre que no había abierto.
—Se los enviaré hoy mismo.
Sacó el sobre para no olvidarse, lo puso encima de la mesa del des- pacho, lo miró y, sin saber por qué, lo abrió. Examinó uno por uno los recibos y los volvió a guardar en el sobre. Se apoyó en el respaldo del sillón y cerró los ojos durante unos minutos, reflexionando. Luego volvió a sacar los recibos, los ordenó encima de la mesa, uno al lado del otro. El primero de la izquierda, con fecha del 4 de mayo, era el recibo de un lleno de gasolina; el último pedazo de papel de la derecha era un boleto de tren, con fecha del 17 de mayo, para "el trayecto Palermo—Montelusa. No cuadraba, no cuadraba. Al parecer, Moscato había salido en coche de Vigàta para ir al aeropuerto; luego, al final del viaje, había vuelto a Vigàta en tren. Su amigo Pietro Sanfilippo fue testigo de su llegada. La pregunta era muy sencilla: ¿quién había llevado el coche del contador a Vigàta mientras estaba en Milán?


—¿Señor Sanfilippo? Soy Montalbano. Necesito una información. Cuando el señor Moscato fue al aeropuerto a tomar el avión de Milán, ¿lle- vó el coche?
—Comisario, ¿todavía piensa en esa historia? ¿Sabe que de vez en cuando llega alguien al pueblo que dice que ha visto a Michela en Milán, en París, hasta en Londres? De cualquier manera, no sólo no lo acompañé, sino que creo que se equivoca. Si volvió en tren, ¿por qué tenía que llevarse el coche? Michela tampoco pudo acompañarlo porque no sabía conducir.
—¿Cómo está su amigo?
—¿Saverio? Hace un montón de tiempo que no lo veo. Presentó la renuncia en la fábrica de cemento y dejó la casa.
—¿Sabe adónde ha ido?
—Sí. Vive en el campo, en su casa de la provincia de Trapani, en Belmonte. Quería ir a verlo pero me ha dado a entender que...
El comisario no necesitó escuchar más. Belmonte, acababa de decir Sanfilippo. El recibo de la gasolina, arriba, a la izquierda, llevaba escrito: "Estación de servicio Pagano—Belmonte (TR)".


Se detuvo en la estación de servicio a preguntar qué camino debía tomar para llegar a la casa de Moscato. Se lo indicaron. Era una casita modesta pero bonita, de una planta, completamente aislada. El hombre que salió a su encuentro se parecía a aquel Saverio Moscato que había conocido. Al comisario le costó reconocerlo, vestido de cualquier manera y con la barba larga. Y en sus ojos, que Montalbano miró fijamente, la llamita se había apagado por completo, sólo había negras cenizas. Lo invitó a entrar en el comedor, muy modesto.
—Estoy aquí de paso —se excusó Montalbano.
Pero no siguió porque Moscato parecía haberse olvidado de su presencia. Se estaba contemplando las manos. El comisario vio la parte de atrás de la casa a través de la ventana: un jardín de rosas, flores, plantas, que contrastaba de manera extraña con el resto del terreno, abandonado. Salió al jardín. En el centro había una gran piedra blanca rodeada por una cerca. A su alrededor, infinidad de rosas. Montalbano cruzó el pequeño recinto y tocó la piedra con una mano. El contador también había salido, Montalbano lo oyó acercarse a sus espaldas.
—La enterró aquí, ¿verdad?
Lo preguntó en voz baja, sin alzar el tono. Y la respuesta que esperaba, que temía, también le llegó en voz baja.
—Sí.


—El viernes, después de comer, Michela quiso que viniéramos aquí, a Belmonte.
—¿Había venido antes?
—Una vez, y le gustó. Yo era incapaz de negarle nada. Decidimos pasar aquí el sábado. El domingo por la mañana me proponía acompañarla a Vigàta, y por la tarde tomaría el tren de Palermo. Pasamos un día maravilloso, como nunca. Por la noche, después de la cena, nos fuimos pronto a la cama e hicimos el amor. Hablamos, fumamos un cigarrillo.
—¿De qué hablaron?
—Éste es el quid de la cuestión, comisario. Michela sacó un tema a colación.
—¿Qué tema?
—Es difícil de decir. Yo le reprochaba... No, reprochar no es la palabra: me quejaba, eso, de que ella, por la vida que había llevado, ya no pudiera darme algo que nunca hubiera dado a los demás.
—¡Pero usted estaba en las mismas condiciones para ella!
Saverio Moscato lo miró un segundo, sorprendido, cenizas en las pupilas.
—¡¿Yo?! Antes de Michela nunca había estado con una mujer.
Sin saber por qué, el comisario se sintió turbado.
—En un momento dado fue al cuarto de baño, permaneció allí cinco minutos y volvió. Sonreía cuando se echó a mi lado. Me abrazó con fuerza, me dijo que me daría una cosa que los demás nunca habían tenido y que ya nunca podrían tener. Le pregunté de qué se trataba, pero quiso que volviéramos a hacer el amor. Después me dijo lo que me estaba entregando: su muerte. Se había envenenado.
—Y usted ¿qué hizo?
—Nada, comisario. Mantuve sus manos entre las mías. Ella no apartó los ojos de los míos. Fue una cosa rápida. No creo que sufriera mucho.
—No se haga ilusiones. Y sobre todo no rebaje lo que Michela hizo por usted. Con el veneno se sufre, ¡Y mucho!
—Aquella misma noche cavé una fosa y la puse donde está ahora. Salí hacia Milán. Me sentía desesperado y feliz, ¿comprende? Un día, el trabajo acabó pronto, todavía no habían dado las cinco. Llegué en avión a Palermo y fui a Vigàta con el coche que había dejado en el estacionamiento del aeropuerto de Punta Ràisi. Hice el trayecto despacio. Quería llegar al pueblo bien entrada la noche, pues no podía correr el riesgo de que me vieran. Llené una maleta con sus vestidos, sus cosas, y la traje aquí. La guardo arriba, en el dormitorio. Cuando me disponía a volver a salir hacia Punta Ràisi, el coche no se puso en marcha. Lo oculté entre aquellos árboles y tomé un taxi de Trapani que me llevó al aeropuerto, con el tiempo justo para tomar el avión de Milán. Cuando acabé el trabajo, volví en tren. Los primeros días me encontraba inmerso en la felicidad por lo que Miche la había tenido el valor de entregarme. Me trasladé aquí, para recrearme solo con ella. Pero después...
—¿Después? —apremió el comisario.
—Después, una noche, me desperté de pronto y ya no sentí a Michela a mi lado. Cuando había cerrado los ojos me pareció oída respirar mientras dormía. La llamé, la busqué por toda la casa. No estaba. Entonces comprendí que su gran regalo había resultado muy caro, demasiado.
Se echó a llorar, sin sollozos. Lágrimas mudas descendían por su rostro.

Montalbano contemplaba una lagartija que, encima de la piedra blanca de la tumba, disfrutaba inmóvil del sol.




Samanta Schweblin / Los hijos tóxicos

$
0
0
Samantha Schweblin
Poster de T.A.

Samanta Schweblin

Biografía

Los hijos tóxicos

La primera novela de la escritora de cuentos Samanta Schweblin es una inteligente variación del tópico del “monstruo exterior igual a monstruo interior”



    Que lo verdaderamente monstruoso es la naturaleza, la de afuera y la humana, es algo a lo que nos ha acostumbrado el terror clásico: el bosque y la selva funcionan como escondite de lo reprimido por la razón y los hijos son el comienzo de la extrañeza. Así, donde creíamos encontrar seguridad, en el mundo y en el tiempo, hallamos la advertencia de nuestra extinción. La primera novela de la escritora de cuentos Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es una inteligente variación del tópico del “monstruo exterior igual a monstruo interior”, algo que la relaciona con una corriente de la narrativa latinoamericana atenta a dar el golpe de gracia al discurso colonial de la inocencia del paisaje. Amanda y su hija pequeña pasan unos días en el campo en una casa alquilada a Carla, una atractiva mujer cuyo hijo, David (siempre según la versión de Carla), después de intoxicarse bebiendo agua de un arroyo y tras una curación ritual, perdió la mitad del alma. Dentro de esa clave improbable el lector participa de una historia que tiene mucho de alucinación: a partir de la conversación entre Amanda y David, un niño con inquietante voz de adulto, reconstruimos el momento en que Amanda pierde la “distancia de rescate” con la que protegemos a nuestros hijos (“esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”).
    Distancia de rescate es un relato (mejor que una novela) que comparte con los del anterior libro de Schweblin, Pájaros en la boca (Lumen, 2010), un estilo poético a fuerza de sustraer lo accesorio, la visibilidad de su escritura y la confianza en que el tema de un cuento se halla en la perspectiva desde la que se narra. En este caso un diálogo de dos voces inquisitivas, un adulto y un niño transmutados (es el niño el que sabe y el adulto el ingenuo), y aislados en un lugar confuso que nos cuidamos de desvelar en esta nota. Y aunque la habilidad de Schweblin para manejar una perspectiva tan compleja es manifiesta, lo forzado del punto de partida y el apoyo en una escritura minimalista de época, hacen que el relato sea demasiado insistente cuando uno adivina el desenlace (porque apuesta demasiado al giro argumental). No obstante, son muchos los aciertos de esta variación sobre un tema inmunológico: el enemigo llegado de afuera (el virus, el elemento tóxico) es a la vez lo más natural. E incluso pone en duda la pervivencia de una estructura de nuestro imaginario del peligro, porque al emparentar sutilmente las plantaciones de soja transgénica con el temor a la deformación, física y moral, de la propia descendencia, Schweblin trasciende dos posibles lecturas de su novela (la maternal y la ecológica) y desmonta el concepto de naturaleza. La “distancia de rescate” se transforma en el vulnerable espacio del cuidado del humanismo burgués, una familiaridad con el mundo ya perdida.
    Distancia de rescate. Samanta Schweblin. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 124 páginas. 13,90 euros.



    Samanta Schweblin gana el IV Premio Internacional de Narrativa Breve

    $
    0
    0

    Samanta Schweblin
    Poster de T. A.

    Samanta Schweblin gana el IV Premio Internacional de Narrativa Breve

    La escritora argentina recibe los 50.000 euros del galardón por 'Siete casas vacías'



    La escritora argentina Samanta Schweblin, fotografiada este miércoles. / TAMARA SOMOZA
    Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) quiere comprar tiempo. "Es un poco injusto, pero siento que tengo dos trabajos. Uno para vivir, y otro para poder darme el lujo de escribir, que es el trabajo que quiero", explica. Por eso, cuando se enteró que había ganado el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero –dotado con 50.000 euros–, pensó que se hacía un poco de justicia. Eso después de "saltar en una pata" de la alegría.
    Siete casas vacías es una compilación de seis cuentos cortos y uno largo que logró llamar la atención del jurado de entre los 856 autores de 32 países que se presentaron al concurso. No sorprende porque Schweblin, aunque nunca había ganado este premio, es conocida por haberse llevado a casa reconocimientos como el primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2001, el Premio Casa de las Américas de Cuba en 2008 o el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo de Francia en 2012.
    "Todos son fundamentales", opina, "no solo para el feliz ganador sino para todo el que tenga que ver con el gremio. Por un lado el mercado se beneficia, y por el otro se motivan los participantes, que al final son los mejores lectores, los más ávidos". Al menos así le pasa a ella, que muchas veces logra cerrar un texto gracias a la fecha límite de entrega puesta por los organizadores. Aunque luego la atención de los medios la ponga de los nervios. "Es mucha alegría, claro. Siempre tienes la esperanza de ganar, pero de ahí a realmente conseguirlo hay mucha distancia. Yo vivo como en mi propia cueva, me cuesta ser notada porque soy una persona muy privada", admite por teléfono.
    Pero le gusta que la lean. Esta vez, su narración se ha centrado en la locura –"la sana, esa que a veces da pistas de lo insensato que es el mundo a nuestro alrededor"–, las casas y sus exteriores, y las relaciones fracasadas. "La tragedia de la crianza de un hijo es un tema que se repite en estas historias. No es que estén interconectadas , pero tienen cosas en común. Y ese tema me interesa porque el proceso de formación implica la transmisión de miedos, de prejuicios. Es inevitable sentir culpa en algún momento".
    En marzo, su novela Distancia de rescate llegó a las librerías españolas, aunque ya estaba en las argentinas desde septiembre de 2014, y espera que su compilación de cuentos se publique en junio de la mano de la Editorial Páginas de Espuma, que lleva 15 años enfocada en los relatos breves. Mientras tanto ella está en Berlín, adónde llegó en 2013 con una beca de un año y se ha quedado para impartir talleres literarios. "En español, que me parece una cosa insólita", dice entre risas. "Me gusta. Es algo que hacemos mucho los argentinos, talleres literarios en la casa del escritor. Como artesanos. Al final somos una generación de productores. Nuestros abuelos y padres aprendieron leyendo, escuchando. Nosotros, haciendo. Necesitamos aprehender las cosas, en todos los medios. Por eso hace falta cambiar el paradigma de cómo debería difundirse la literatura, ya no nos sirve que nos cuenten nada".

    Entre copas y palabras

    VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
    Mientras el escritor Rodrigo Fresan, presidente del jurado, leía este jueves el acta del fallo realizado el pasado 25 de marzo, la ganadora sonreía sentada en la primera fila de la Sala Octavio Paz de la Casa de América de Madrid. Cuando subió al estrado para leer su discurso de aceptación, miró al público y se disculpó: “no se me da nada bien hablar. Por eso escribo”. Su lectura fue breve y salpicada de recuerdos sobre el vino y la literatura. Antes, sin embargo, se habían referido de manera extensa a ella y a su libro ganador, Siete casas vacías, los miembros del presídium, encabezado por el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.
    Rodrigo Fresán, presidente del jurado, dijo que tarde o temprano este premio tenía que ganarlo alguien de Argentina. “Porque ahí el género rey es el cuento y no la novela. Quizá porque se trata de un país en que, constantemente, empiezan y terminan las cosas y eso es algo que hace muy necesaria a la literatura breve”. El también autor de Vidas de santos definió el texto de su compatriota como “un conjunto de relatos costumbristas, fuertes pero con dosis de amor y ternura, que bien podría estar en aquella antología de cuentos que hizo Rodolfo Walsh, Antología del cuento extraño. Porque Samanta parece una científica cuerda contemplando locos detrás de un microscopio y siempre con un bisturí en la mano.”
    Andrés Neuman, también miembro del jurado, se refirió a los finalistas del Premio, entre los que se encuentran el boliviano Edmundo Paz Soldán y el español Alberto Olmos: “Todos merecían ganar por su enorme calidad literaria y porque son grandes exponentes del género”. En su turno, la escritora y traductora Pilar Adón expresó que lo que más le llamó la atención de las obras presentadas a este certamen literario fue que “en todas priman los personajes desubicados, abatidos por sensaciones de pérdida, miedo e insatisfacción por no encontrar su propio espacio, en ambientes aparentemente sencillos, pero con una crueldad soterrada.”
    Por su parte, la mexicana Guadalupe Nettel se dispuso a “entregar la corona” (ella ganó el Premio el año pasado). “Me encanta que Samanta sea la ganadora. Ha escrito un libro con el que me he identificado y que no ha dejado de perseguirme durante los últimos días. Es curioso, pero ella, yo y todos los que hacemos cuentos somos, en realidad, unos guerrilleros que no paramos de defender las historias cortas ante los editores y los lectores”, dijo antes de pasar a brindar con copas llenas del vino patrocinador.



    Samanta Schweblin / Perdiendo la velocidad

    $
    0
    0


    Samanta Schweblin
    Biografía
    PERDIENDO LA VELOCIDAD

    Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos.
    —¿Qué pasa? —le pregunté.
    Tardó en sacar la vista de los huevos.
    —Estoy preocupado —dijo—, creo que estoy perdiendo velocidad.
    Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma lenta y exasperante, supongo que a propósito, y se quedó mirándome, como esperando mi veredicto.
    —No tengo la menor idea de qué estás hablando —dije—, todavía estoy demasiado dormido.
    —¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los dientes… Es un calvario.
    Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón hasta el centro de la pista. Las luces ocultaban al público, pero escuchábamos el clamor. Las cortinas terciopeladas se abrían y Tego aparecía con su casco plateado. Levantaba los brazos para recibir los aplausos. Su traje rojo brillaba sobre la arena. Yo me encargaba de la pólvora mientras él trepaba y metía su cuerpo delgado en el cañón. Los tambores de la orquesta pedían silencio y todo quedaba en mis manos. Lo único que se escuchaba entonces eran los paquetes de pochoclo y alguna tos nerviosa. Sacaba de mis bolsillos los fósforos. Los llevaba en una caja de plata, que todavía conservo. Una caja pequeña pero tan brillante que podía verse desde el último escalón de las gradas. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en la lija de la base de la caja. En ese momento todas las miradas estaban en mí. Con un movimiento rápido surgía el fuego. Encendía la soga. El sonido de las chispas se expandía hacia todos lados. Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás, dando a entender que algo terrible pasaría —el público atento a la mecha que se consumía—, y de pronto: Bum. Y Tego, una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad.
    Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas y la mesada para ayudarse, parando a cada rato para pensar, o para descansar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina, y se detuvo.
    —Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad —dijo.
    Miró los huevos.
    —Creo que me estoy por morir.
    Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para hacerlo rabiar.
    —Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer —dijo—. Eso estuve pensando, que uno se muere.
    Probé los huevos pero ya estaban fríos. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes hacia el living, y cayó muerto en el piso.
    Una periodista de un diario local viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía para la nota, en la que estamos con Tego junto al cañón, él con el casco y su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica queda encantada. Quiere saber más sobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yo quiera decir sobre su muerte, pero ya no tengo ganas de seguir hablando de eso, y no se me ocurre nada. Como no se va, le ofrezco algo de tomar.
    —¿Café? —pregunto.
    —¡Claro! —dice ella. Parece estar dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata, para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.


    Samanta Schweblin / Un hombre sin suerte

    $
    0
    0
    Alejandra Alarcón,
    “Sirena” (Niña con calzón de ancla y pez), 2011

    Samanta Schweblin
    Biografía
    UN HOMBRE SIN SUERTE
    Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo 2012

    El día que cumplí ocho años, mi hermana –que no soportaba que dejaran de mirarla un solo segundo–, se tomó de un saque una taza entera de lavandina. Abi tenía tres años. Primero sonrió, quizá por el mismo asco, después arrugó la cara en un asustado gesto de dolor. Cuando mamá vio la taza vacía colgando de la mano de Abi se puso más blanca todavía que Abi.

    –Abi-mi-dios –eso fue todo lo que dijo mamá–. Abi-mi-dios –y todavía tardó unos segundos más en ponerse en movimiento.

    La sacudió por los hombros, pero Abi no respondió. Le gritó, pero Abi tampoco respondió. Corrió hasta el teléfono y llamó a papá, y cuando volvió corriendo Abi todavía seguía de pie, con la taza colgándole de la mano. Mamá le sacó la taza y la tiró en la pileta. Abrió la heladera, sacó la leche y la sirvió en un vaso. Se quedó mirando el vaso, luego a Abi, luego el vaso, y finalmente tiró también el vaso a la pileta. Papá, que trabajaba muy cerca de casa, llegó casi de inmediato, pero todavía le dio tiempo a mamá a hacer todo el show del vaso de leche una vez más, antes de que él empezara a tocar la bocina y a gritar.

    Cuando me asomé al living vi que la puerta de entrada, la reja y las puertas del coche ya estaban abiertas. Papá volvió a tocar bocina y mamá pasó como un rayo cargando a Abi contra su pecho. Sonaron más bocinas y mamá, que ya estaba sentada en el auto, empezó a llorar. Papá tuvo que gritarme dos veces para que yo entendiera que era a mí a quien le tocaba cerrar.

    Hicimos las diez primeras cuadras en menos tiempo de lo que me llevó cerrar la puerta del coche y ponerme el cinturón. Pero cuando llegamos a la avenida el tráfico estaba prácticamente parado. Papá tocaba bocina y gritaba ¡Voy al hospital! ¡Voy al hospital! Los coches que nos rodeaban maniobraban un rato y milagrosamente lograban dejarnos pasar, pero entonces, un par de autos más adelante, todo empezaba de nuevo. Papá frenó detrás de otro coche, dejó de tocar bocina y se golpeó la cabeza contra el volante. Nunca lo vi hacer una cosa así. Hubo un momento de silencio y entonces se incorporó y me miró por el espejo retrovisor. Se dio vuelta y me dijo:

    –Sacate la bombacha.

    Tenía puesto mi Jumper del colegio. Todas mis bombachas eran blancas pero eso era algo en lo que yo no estaba pensando en ese momento y no podía entender el pedido de papá. Apoyé las manos sobre el asiento para sostenerme mejor. Miré a mamá y entonces ella gritó:

    –¡Sacate la puta bombacha!

    Y yo me la saqué. Papá me la quitó de las manos. Bajó la ventanilla, volvió a tocar bocina y sacó afuera mi bombacha. La levantó bien alto mientras gritaba y tocaba bocina, y toda la avenida se dio vuelta para mirarla. La bombacha era chica, pero también era muy blanca. Una cuadra más atrás una ambulancia encendió las sirenas, nos alcanzó rápidamente y nos escoltó, pero papá siguió sacudiendo la bombacha hasta que llegamos al hospital.

    Dejaron el coche junto a las ambulancias y se bajaron de inmediato. Sin mirar atrás mamá corrió con Abi y entró en el hospital. Yo dudaba si debía o no bajarme: estaba sin bombacha y quería ver dónde la había dejado papá, pero no la encontré ni en los asientos delanteros ni en su mano, que ya cerraba ahora de afuera su puerta.

    –Vamos, vamos –dijo papá.

    Abrió mi puerta y me ayudó a bajar. Cerró el coche. Me dio unas palmadas en el hombro cuando entramos al hall central. Mamá salió de una habitación del fondo y nos hizo una seña. Me alivió ver que volvía a hablar, daba explicaciones a las enfermeras.

    –Quedate acá –me dijo papá, y me señaló unas sillas naranjas al otro lado del pasillo.

    Me senté. Papá entró al consultorio con mamá y yo esperé un buen rato. No sé cuánto, pero fue un buen rato. Junté las rodillas, bien pegadas, y pensé en todo lo que había pasado en tan pocos minutos, y en la posibilidad de que alguno de los chicos del colegio hubiera visto el espectáculo de mi bombacha. Cuando me puse derecha el jumper se estiró y mi cola tocó parte del plástico de la silla. A veces la enfermera entraba o salía del consultorio y se escuchaba a mis padres discutir y, una vez que me estiré un poquito, llegué a ver a Abi moverse inquieta en una de las camillas, y supe que al menos ese día no iba a morirse. Y todavía esperé un rato más. Entonces un hombre vino y se sentó al lado mío. No sé de dónde salió, no lo había visto antes.

    –¿Qué tal? –preguntó.

    Pensé en decir muy bien, que es lo que siempre contesta mamá si alguien le pregunta, aunque acabe de decir que la estamos volviendo loca.

    –Bien –dije.

    –¿Estás esperando a alguien?

    Lo pensé. Y me di cuenta de que no estaba esperando a nadie, o al menos, que no es lo que quería estar haciendo en ese momento. Así que negué y él dijo:

    –¿Y por qué estás sentada en la sala de espera?

    No sabía que estaba sentada en una sala de espera y me di cuenta de que era una gran contradicción. El abrió un pequeño bolso que tenía sobre las rodillas. Revolvió un poco, sin apuro. Después sacó de una billetera un papelito rosado.

    –Acá está –dijo–, sabía que lo tenía en algún lado.

    El papelito tenía el número 92.

    –Vale por un helado, yo te invito –dijo.

    Dije que no. No hay que aceptar cosas de extraños.

    –Pero es gratis –dijo él–, me lo gané.

    –No.

    Miré al frente y nos quedamos en silencio.

    –Como quieras –dijo él al final, sin enojarse.

    Sacó del bolso una revista y se puso a llenar un crucigrama. La puerta del consultorio volvió a abrirse y escuché a papá decir “no voy acceder a semejante estupidez”. Me acuerdo porque ése es el punto final de papá para casi cualquier discusión, pero el hombre no pareció escucharlos.

    –Es mi cumpleaños –dije.

    “Es mi cumpleaños” repetí para mí misma, “¿qué debería hacer?”. El dejó el lápiz marcando un casillero y me miró con sorpresa. Asentí sin mirarlo, consciente de tener otra vez su atención.

    –Pero... –dijo y cerró la revista–, es que a veces me cuesta mucho entender a las mujeres. Si es tu cumpleaños, ¿por qué estás en una sala de espera?

    Era un hombre observador. Me enderecé otra vez en mi asiento y vi que, aun así, apenas le llegaba a los hombros. El sonrió y yo me acomodé el pelo. Y entonces dije:

    –No tengo bombacha.

    No sé por qué lo dije. Es que era mi cumpleaños y yo estaba sin bombacha, y era algo en lo que no podía dejar de pensar. El todavía estaba mirándome. Quizá se había asustado, u ofendido, y me di cuenta de que, aunque no era mi intención, había algo grosero en lo que acababa de decir.

    –Pero es tu cumpleaños –dijo él.

    Asentí.

    –No es justo. Uno no puede andar sin bombacha el día de su cumpleaños.

    –Ya sé –dije, y lo dije con mucha seguridad, porque acababa de descubrir la injusticia a la que todo el show de Abi me había llevado.

    El se quedó un momento sin decir nada. Luego miró hacia los ventanales que daban al estacionamiento.

    –Yo sé dónde conseguir una bombacha –dijo.

    –¿Dónde?

    –Problema solucionado –guardó sus cosas y se incorporó.

    Dudé en levantarme. Justamente por no tener bombacha, pero también porque no sabía si él estaba diciendo la verdad. Miró hacia la mesa de entrada y saludó. con una mano a las asistentes.

    –Ya mismo volvemos –dijo, y me señaló–, es su cumpleaños –y yo pensé “por dios y la virgen María, que no diga nada de la bombacha”, pero no lo dijo: abrió la puerta, me guiñó un ojo, y yo supe que podía confiar en él.

    Salimos al estacionamiento. De pie yo apenas pasaba su cintura. El coche de papá seguía junto a las ambulancias, un policía le daba vueltas alrededor, molesto. Me quedé mirándolo y él nos vio alejarnos. El aire me envolvió las piernas y subió acampanando mi Jumper, tuve que caminar sosteniéndolo, con las piernas bien juntas.

    –Mi dios y la virgen María –dijo él cuando se volvió para ver si lo seguía y me vio luchando con mi uniforme–, es mejor que vayamos rodeando la pared.

    –No digas “mi dios y la virgen María” –dije, porque eso era algo de mamá, y no me gustó cómo lo dijo él.

    –Ok, darling –dijo.

    –Quiero saber a dónde vamos.

    –Te estás poniendo muy quisquillosa.

    Y no dijimos nada más. Cruzamos la avenida y entramos a un shopping. Era un shopping bastante feo, no creo que mamá lo conociera. Caminamos hasta el fondo, hacia una gran tienda de ropa, una realmente gigante que tampoco creo que mamá conociera. Antes de entrar él dijo “no te pierdas” y me dio la mano, que era fría pero muy suave. Saludó a las cajeras con el mismo gesto que hizo a las asistentes a la salida del hospital, pero no vi que nadie le respondiera. Avanzamos entre los pasillos de ropa. Además de vestidos, pantalones y remeras había también ropa de trabajo. Cascos, jardineros amarillos como los de los basureros, guardapolvos de señoras de limpieza, botas de plástico y hasta algunas herramientas. Me pregunté si él compraría su ropa acá y si usaría alguna de esas cosas y entonces también me pregunté cómo se llamaría.

    –Es acá –dijo.

    Estábamos rodeados de mesadas de ropa interior masculina y femenina. Si estiraba la mano podía tocar un gran contenedor de bombachas gigantes, más grandes de las que yo podría haber visto alguna vez, y a solo tres pesos cada una. Con una de esas bombachas podían hacerse tres para alguien de mi tamaño.

    –Esas no –dijo él–, acá –y me llevó un poco más allá, a una sección de bombachas más pequeñas–. Mira todas las bombachas que hay. ¿Cuál será la elegida my lady?

    Miré un poco. Casi todas eran rosas o blancas. Señalé una blanca, una de las pocas que había sin moño.

    –Esta –dije–. Pero no tengo dinero.

    Se acercó un poco y me dijo al oído:

    –Eso no hace falta.

    –¿Sos el dueño de la tienda?

    –No. Es tu cumpleaños.

    Sonreí.

    –Pero hay que buscar mejor. Estar seguros.

    –Ok Darling –dije.

    –No digas “Ok Darling” –dijo él– que me pongo quisquilloso –y me imitó sosteniéndome la pollera en la playa de estacionamiento.

    Me hizo reír. Y cuando terminó de hacerse el gracioso dejó frente a mí sus dos puños cerrados y así se quedó hasta que entendí y toqué el derecho. Lo abrió y estaba vacío.

    –Todavía podés elegir el otro.

    Toqué el otro. Tardé en entender que era una bombacha porque nunca había visto una negra. Y era para chicas, porque tenía corazones blancos, tan chiquitos que parecían lunares, y la cara de Kitty al frente, en donde suele estar ese moño que ni a mamá ni a mí nos gusta.

    –Hay que probarla –dijo.

    Apoyé la bombacha en mi pecho. El me dio otra vez la mano y fuimos hasta los probadores femeninos, que parecían estar vacíos. Nos asomamos. El dijo que no sabía si podría entrar. Que tendría que hacerlo sola. Me di cuenta de que era lógico porque, a no ser que sea alguien muy conocido, no está bien que te vean en bombacha. Pero me daba miedo entrar sola al probador, entrar sola o algo peor: salir y no encontrar a nadie.

    –¿Cómo te llamás? –pregunté.

    –Eso no puedo decírtelo.

    –¿Por qué?

    El se agachó. Así quedaba casi a mi altura, quizá yo unos centímetros más alta.

    –Porque estoy ojeado.

    –¿Ojeado? ¿Qué es estar ojeado?

    –Una mujer que me odia dijo que la próxima vez que yo diga mi nombre me voy a morir.

    Pensé que podía ser otra broma, pero lo dijo todo muy serio.

    –Podrías escribírmelo.

    –¿Escribirlo?

    –Si lo escribieras no sería decirlo, sería escribirlo. Y si sé tu nombre puedo llamarte y no me daría tanto miedo entrar sola al probador.

    –Pero no estamos seguros. ¿Y si para esa mujer escribir es también decir? ¿Si con decir ella se refirió a dar a entender, a informar mi nombre del modo que sea?

    –¿Y cómo se enteraría?

    –La gente no confía en mí y soy el hombre con menos suerte del mundo.

    –Eso no es verdad, eso no hay manera de saberlo.

    –Yo sé lo que te digo.

    Miramos juntos la bombacha, en mis manos. Pensé en que mis padres podrían estar terminando.

    –Pero es mi cumpleaños –dije.

    Y quizá si lo hice a propósito, pero así lo sentí en ese momento: los ojos se me llenaron de lágrimas. Entonces él me abrazó, fue un movimiento muy rápido, cruzó sus brazos a mis espaldas y me apretó tan fuerte que mi cara quedó un momento hundida en su pecho. Después me soltó, sacó su revista y su lápiz, escribió algo en el margen derecho de la tapa, lo arrancó y lo dobló tres veces antes de dármelo.

    –No lo leas –dijo, se incorporó y me empujó suavemente hacia los cambiadores.

    Dejé pasar cuatro vestidores vacíos, siguiendo el pasillo, y antes de juntar valor y meterme en el quinto guardé el papel en el bolsillo de mi jumper, me volví para verlo y nos sonreímos.

    Me probé la bombacha. Era perfecta. Me levanté el jumper para ver bien cómo me quedaba. Era tan pero tan perfecta. Me quedaba increíblemente bien, papá nunca me la pediría para revolearla detrás de las ambulancias e incluso si lo hiciera, no me daría tanta vergüenza que mis compañeros la vieran. Mirá qué bombacha tiene esta piba, pensarían, qué bombacha tan perfecta. Me di cuenta de que ya no podía sacármela. Y me di cuenta de algo más, y es que la prenda no tenía alarma. Tenía una pequeña marquita en el lugar donde suelen ir las alarmas, pero no tenía ninguna alarma. Me quedé un momento más mirándome al espejo, y después no aguanté más y saqué el papelito, lo abrí y lo leí.

    Cuando salí del probador él no estaba donde nos habíamos despedido, pero sí un poco más allá, junto a los trajes de baño. Me miró, y cuando vio que no tenía la bombacha a la vista me guiñó un ojo y fui yo la que lo tomé de la mano. Esta vez me sostuvo más fuerte, a mí me pareció bien y caminamos hacia la salida. Confiaba en que él sabía lo que hacía. En que un hombre ojeado y con la peor suerte del mundo sabía cómo hacer esas cosas. Cruzamos la línea de cajas por la entrada principal. Uno de los guardias de seguridad nos miró acomodándose el cinto. Para él mi hombre sin nombre sería papá, y me sentí orgullosa. Pasamos los sensores de la salida, hacia el shopping, y seguimos avanzando en silencio, todo el pasillo, hasta la avenida. Entonces vi a Abi, sola, en medio del estacionamiento. Y vi a mamá más cerca, de este lado de la avenida, mirando hacia todos lados. Papá también venía hacia acá desde el estacionamiento. Seguía a paso rápido al policía que antes miraba su coche y en cambio ahora señalaba hacia nosotros. Pasó todo muy rápido. Cuando papá nos vio gritó mi nombre y unos segundos después el policía y dos más que no sé de dónde salieron ya estaban sobre nosotros. El me soltó pero dejé unos segundos mi mano suspendida hacia él. Lo rodearon y lo empujaron de mala manera. Le preguntaron qué estaba haciendo, le preguntaron su nombre, pero él no respondió. Mamá me abrazó y me revisó de arriba a abajo. Tenía mi bombacha blanca enganchada en la mano derecha. Entonces, quizá tanteándome, se dio cuenta de que llevaba otra bombacha. Me levantó el Jumper en un solo movimiento: fue algo tan brusco y grosero, delante de todos, que yo tuve que dar unos pasos hacia atrás para no caerme. El me miró, yo lo miré. Cuando mamá vio la bombacha negra gritó “hijo de puta, hijo de puta”, y papá se tiró sobre él y trató de golpearlo. Mientras los guardias los separaban yo busqué el papel en mi Jumper, me lo puse en la boca y, mientras me lo tragaba, repetí en silencio su nombre, varias veces, para no olvidármelo nunca.

    Samanta Schweblin
    Siete casas vacías
    Páginas de espuma, Madrid, 2015, pp. 105-114




    Las siete vidas de Charlie Sheen

    $
    0
    0
    Charlie Sheen

    Las siete vidas de Charlie Sheen

    Una vida de adicciones. Una carrera del que fue el actor mejor pagado de la televisión

    Tocó fondo con un polémico despido. Pero este intérprete dice que nunca pierde, y ahora protagoniza una serie de cifras millonarias


    En el set de Anger Management llama la atención una puerta con el boquete que ha dejado un buen puñetazo, un agujero firmado alrededor por todos los famosos que han pasado por el rodaje de la nueva serie de Charlie Sheen. “Fui yo”, dice con orgullo y ni pizca de remordimiento. “Lo hice un día que no me salía el diálogo. Soy el tipo más loco del set y el que hace de psicólogo. Y mi mala leche está lejos de estar controlada. ¡De puta madre!”. Loco es uno de los calificativos más suaves que le describen. Sheen (Nueva York, 1965) es alguien que creció en el rodaje de Apocalypse Now, hijo de Martin Sheen y parte del linaje de Hollywood, que fumó su primer porro a los 11 años, pagó a su primera prostituta a los 15 (con la tarjeta de papá, pero sin su consentimiento), a los 21 protagonizaba Platoon y a los 23 era adicto a las drogas. Desde entonces y hasta sus 48 actuales, su carrera ha sido una montaña rusa de fracasos y éxitos, como su vida es una noria de escándalos, matrimonios fallidos, prostitutas y centros de rehabilitación.
    Todo eso hasta ese 2011 cuando el entonces actor mejor pagado de la televisión, con millón y medio de euros por episodio en Dos hombres y medio, desató su propia hecatombe rodeado de sus “diosas del sexo” –a las que llegó a pagar 22.000 euros por noche–, consumiendo coca a lo Scarface y llamando de todo y de la forma más pública a los productores de esa serie que le encumbró hasta hacer de su despido una realidad bochornosa. Eso por no hablar de la “sangre de tigre” o del “Adn de Adonis” que dijo que corría por sus venas.
    Si hay algo que nunca se le podrá llamar a Sheen es modesto. “Ya sea para agasajarme o para masacrarme, por extraño que parezca, esta industria me necesita. Mantengo vivo el interés. Soy el que dice las verdades. El que marcha a un ritmo diferente en medio de toda esta mierda”, sentencia el menor de los Estévez. Como dijo entonces, en el peor de sus momentos, y dice ahora, de nuevo camino a la cima, la victoria es suya.

    En el set de su serie sorprende un puñetazo en una puerta. “Mi mala leche está lejos de ser controlada”
    Es una victoria tan pírrica como increíble. Fueron muchos los que le dieron por muerto en Hollywood tras su enfrentamiento verbal y legal con Chuck Lorre, uno de los productores televisivos más importantes, detrás de series comoThe Big Bang theory o Dos hombres y medio. “El show tuvo suficiente testosterona para el resto de sus días”, declaró recientemente un educado Lorre en velada referencia al que fue su protagonista. Hubo incluso quienes temieron por la vida de alguien que a los 25 años acudió (y se escapó) a su primer centro de rehabilitación siguiendo el consejo de Clint Eastwood. Su padre le denunció a la policía para que le detuvieran como única forma de mantenerle con vida. “La adicción es una forma de cáncer”, resumió entonces un actor cuyos problemas con el alcoholismo también fueron públicos, y a veces violentos, pero que lleva sobrio más de dos décadas.
    El actor se mira la mano derecha. Está vendada. ¿El puñetazo de la puerta? “Pescando en México”, dice algo decepcionado. Con su historial es difícil creerle. “Nada sexy, créeme. Lo mismo que afeitarte con la izquierda. Y otro par de cosas imposibles con la izquierda”, añade con picardía. Un accidente de pesca donde la victoria fue suya. Fue un pez espada y no el monstruo del lago Ness que intentó atrapar este verano (va en serio). Por increíble que parezca, el actor es de los que se salen con la suya. Incluso en Hollywood, donde, contra todo pronóstico, tiene un nuevo éxito televisivo, Anger Management, que el 10 de octubre inicia los nuevos capítulos de su segunda temporada en Paramount Comedy (dial 23 de Canal +) y lleva camino de ser una de las franquicias más millonarias de la televisión. Valorada en cerca de 600 millones de euros si logra los 150 episodios (en la cadena estadounidense FX está a punto de alcanzar los 50), Sheen puede llegar a embolsarse hasta el 40% de los beneficios. Como dijo en esa enloquecida gira que hizo por EE UU tras ser despedido y que tituló Mi violento torpedo de verdades, el vocablo “perder” no está en su diccionario. “Supongo que tenía razón y el resto estaban equivocados. Son muy rápidos a la hora de escribir tu obituario. Vale que no es normal que te despidan por un lado y te ofrezcan una oportunidad como esta. Pero yo sigo encontrándolas”, asegura alguien con más vidas que un gato.

    En la serie ‘Anger Management’, Sheen ha implicado a parte de su familia: su padre aparece como actor (imagen de arriba); su hermana es guionista; su hermano, productor, y su sobrino, asistente personal. / FX NETWORKS / CORDON PRESS
    Lo de Sheen es más que locura o drogadicción. “Su mente va 10 kilómetros por delante de todos mientras su cuerpo intenta alcanzarle”, le describe su compañera de rodaje Shawnee Smith. “Es genuinamente honrado. Entre tanta prensa amarilla se olvida su trabajo y es un gran profesional. Solo espero que su legado se fije en lo que realmente deja detrás, tanto artística como personalmente”, añade Brian Austin Green, también parte del elenco de Anger Management. Se refiere a películas como Platoon o Wall Street y a sus gestos de generosidad, que van desde arrimar el hombro y el bolsillo para ayudar a víctimas de desastres hasta conseguirle un perro lazarillo a un fan.
    Si hay un método en la locura de Sheen es su pasión por el público. “Ellos no mienten”. Por eso va más allá del deber para sacarse una foto o firmar un autógrafo, “porque tú has decidido ser famoso, nadie te ha puesto una pistola en la cabeza, y ahora hay que cumplir”. Y también porque de niño padeció la arrogancia de sus ídolos, los jugadores de béisbol que tanto adoró, y no quiere olvidarlo. Una dedicación a la que el público responde porque incluso en su momento más bajo, cuando fue despedido, el 96% de los espectadores de Dos hombres y medio querían la vuelta del actor a un programa que nunca volvió a ser el mismo.
    Eso no le hace un ángel. Ni antes ni ahora. Su relación con Kelly Preston acabó con lo que ambos definieron como un disparo accidental en el brazo de la actriz. Los papeles de su divorcio de Denise Richards hablan de un Sheen de coca hasta las cejas tras nacer su hija Sam o de una celebración cual ludópata con el nacimiento de Lola. Con Brooke Mueller, el matrimonio acabó entre acusaciones de violencia de género. Su agitación interior, su estado de alerta y su continuo movimiento hacen pensar en drogas. Los dos paquetes de Marlboro sobre la mesa, y de los que roba y enciende un cigarro que apaga rápidamente antes de que le echen de un ambiente de no fumadores, dejan claro que el tabaco sigue entre sus vicios, aunque fue portavoz de los cigarrillos electrónicos para dejar de fumar.

    “Ya sea para agasajarme o para masacrarme, por extraño que parezca, esta industria me necesita. El interés sigue vivo”
    Todavía le acompañan sus “diosas del sexo” y paga del orden de un millón de euros a sus exesposas y a sus hijos (recientemente ha sumado la llegada de su primera nieta, Luna). Eso dicen, porque hay dos cosas de las que Sheen no quiere hablar hoy. Ni de sexo ni de sus hijos. “Eso no le importa a nadie”. Para él su familia significa mucho, como demuestra la presencia en Anger Management de su padre como actor, su hermana Renee como guionista, su hermano Ramón como productor y su sobrino Taylor como asistente personal. Pero eso es trabajo. “La gente se piensa que es imposible confiar en él, pero, muy al contrario, lo da todo”, afirma Roman Coppola, su director en A glimpse inside the mind of Charles Swan III y su amigo desde sus correrías como chavales en el set de Apocalypse Now.Sheen ahora rueda dos episodios semanales de una serie donde él es el epicentro de toda trama. “¡Y qué le voy a hacer! ¡Me he comprometido! Además eso me mantiene alejado de los bares”, rumia con aparente sinceridad. Una falta de escándalos que, aunque sea irónico, puede dañar esa imagen que se ha creado de niño malo. Pero, como dice su amigo Rob Lowe, cercano desde esa infancia como parte del brat pack, aquellos mocosos de los ochenta, no hay de qué preocuparse porque “las adicciones de Charlie siempre están ahí, preparándose para dar el salto”. En estos momentos de calma, Sheen quiere hablar de un futuro próximo como jubilado –“en mi propia isla, como ­Johnny Depp”–, algo que venga después de un “superpapel dramático” en la gran pantalla. De momento, su próximo estreno es Machete mata, con Robert Rodríguez de director y él en el reparto con su nombre de pila, Carlos Estévez. No es lo mismo, pero, como resume Sheen, “el dinero no dará la felicidad, pero te puede asegurar una vida de puta madre”.



    Charlie Sheen desvela que es portador del virus del sida

    $
    0
    0
    Charlie Sheen

    Charlie Sheen desvela que es portador 

    del virus del sida

    El actor, que supo que tenía VIH hace cuatro años, lo ha admitido en una entrevista. En su última analítica los niveles del virus en la sangre son “indetectables”

      “Estoy aquí para admitir que tengo VIH”, con esta frase el actor ychico malo de Hollywood Charlie Sheen, de 50 años, confirmó este martes que desde hace cuatro años es portador del virus de inmunodeficiencia humana causante del sida. El cómico dio a conocer su situación en una entrevista con Matt Lauer en Today, el programa matinal de máxima audiencia de la NBC.
      “VIH son tres letras difíciles de asimilar”, aseguró durante su intervención. El intérprete, además, admitió que a raíz de esta confesión, tiene “una responsabilidad” para mejorar y “ayudar a más gente”. Respecto a la posibilidad de haber contagiado a otras mujeres durante este periodo, Sheen zanjó el tema señalando que es “imposible”. “Siempre usé preservativos y fui honesto acerca de mi estado con mis parejas”. Admitió, sin embargo, que no está seguro quién pudo haberle contagiado.
      El actor confirmó que su carga viral es indetectable a día de hoy y que toma cuatro pastillas al día para controlar la enfermedad. “Soy un superviviente, sé que no voy a ser el hombre de portada por esto, pero tampoco rehuiré mis responsabilidades”, indicó.

      Cuatro años en secreto

      Mantener este secreto durante tanto tiempo no fue nada fácil. En la entrevista, el exprotagonista de Dos hombres y medio confirmó que fue víctima muchas veces de chantaje. “¿Cuánto dinero pagó a quienes lo extorsionaron”, le preguntó Matt Lauer. “Lo suficiente para decir que han sido millones”, espetó. Fue justamente por eso que decidió hacer pública su condición para parar “esta serie de ataques, de mentiras” que se han publicado acerca de la posibilidad de que hubiera “amenazado la salud de otras personas”. Aunque reconoció haber tenido relaciones sexuales con dos personas sin preservativo, agregó que están bajo el cuidado de su médico, y que les anticipó que era portador del virus.
      Quien llegó a ser el actor mejor pagado de la televisión cree que fueron “personas cercanas” a él quienes filtraron que estaba infectado. “Pensé que podrían ayudarme, pero resultó que me traicionaron”, reveló.
      En medio del escándalo, Natalie Kenly, una de sus exparejas, aseguró a People que "no cree que él fuera imprudentemente promiscuo". "Él no es un monstruo", sentenció Kenly, de 29 años. Y añadió: "Es un hombre que se preocupa por la gente. No creo que ponga en riesgo a las mujeres". La actriz porno, sin embargo, dio a entender que ella no tenía conocimiento de su estado de salud. "Estoy muy triste de escuchar de sus problemas de salud. Espero que se encuentre bien".
      La noticia acerca de que Sheen es portador del virus, también abruma a sus amigos. Una de las primeras en darle apoyo ha sido Heather Locklear, quien subió a su perfil de Instagram una imagen con la leyenda: "Me duele el corazón. Mis oraciones para Charlie y su familia".
      Miembro de una familia de actores, hijo de Martin Sheen y hermano de Emilio Estevez, Charlie Sheen saltó a la fama como el protagonista de algunos de los títulos más emblemáticos de la década de los ochenta como Platoon (1986) o Wall Street (1987). Posteriormente se pasó al campo de la televisión donde disfrutó de la misma fama y mayor popularidad gracias a series como Spin City (por la que ganó el Globo de Oro en 2002) y sobre todo Dos hombres y medio, donde su personalidad solía confundirse con la de su personaje.
      Sin embargo el nombre de Sheen también está vinculado al mundo de las drogas, el alcohol, el sexo y los excesos. Sus continuos paseos por las clínicas de desintoxicación, en ocasiones ingresado de urgencia al borde de la muerte, así como sus escándalos ya sean laborales o maritales han hecho correr más tinta que sus logros artísticos.
      Casado en tres ocasiones y padre de cinco hijos, Sheen nunca ha disimulado sus escarceos sexuales, jactándose de sus numerosas compañeras de cama y uno de los clientes más notables en el libro negro de la llamada Madame de Hollywood Heidi Fleiss. Durante otra de sus entrevistas en el programa Today, Sheen aseguró públicamente que no es como los demás. “Tengo sangre de tigre”, afirmó hablando de su hombría.


      Varias exparejas de Charlie Sheen dicen que no les contó que tenía VIH

      $
      0
      0

      Charlie Sheen

      Varias exparejas de Charlie Sheen dicen que no les contó que tenía VIH

      Las exparejas del actor están divididas entre alabanzas y denuncias legales mientras su padre destaca el "valor" de su hijo tras su confesión pública



      Natalie Kenly y Charlie Sheen
      Natalie Kenly y Charlie Sheen en 2011. / CORDON PRESS
      La noticia de que Charlie Sheen es seropositivo desde hace cuatro años ha sido recibida con un río de emociones entre las personas que compartieron su cama. Emociones que en algunos casos piensan seguir curso legal como indican las 24 demandas que, según la web RadarOnline, ya le han interpuesto algunos de los afectados por no haber sido informados de que el actor era portador del virus VIHmientras mantenían relaciones sexuales en algunos casos, según indican, sin protección. Todo lo contrario a lo que quien fuera el actor mejor pagado de la televisión aseguró durante su entrevista el martes en la televisión estadounidense, cuando confesó su dolencia.
      Sheen, de 50 años, reconoció públicamente que era seropositivo entre otras razones para acabar con los chantajes que ha vivido en estos últimos años y que se cifran, según dijo, en millones de euros. Pero según los expertos legales y las primeras reacciones que han provocado sus palabras, la sangría económica y las repercusiones legales no han hecho más que empezar. En el Estado de California, no avisar de que se tiene el virus a las parejas sexuales está penado con hasta ocho años de cárcel. “¿Está cansado de ser chantajeado? ¿Por qué no empieza por ser HONESTO?”, le dijo con mayúsculas desde su cuenta de Twitter la actriz porno Tabitha Stevens, que asegura mantuvo relaciones con el chico malo de Hollywood en 1997. La publicación RadarOnline lleva más lejos las quejas de sus exparejas asegurando que "Charlie es bisexual en secreto" con parejas de todo tipo, a las que llevaba a su mansión de Mulholland Estates (Los Ángeles). También asegura que según los datos conseguidos por la publicación el mejor cliente de la madame de Hollywood, Heidi Fleiss, se gastó millón y medio de euros en prostitutas en 2013, solo dos años después de conocer su diagnóstico.


      Bree Olson y Charlie Sheen en 2011. /CORDON PRESS

      Una de las que más se ha dejado oír ha sido su exnovia Bree Olson, estrella del porno, que aseguró en una entrevista radiofónica que el hijo de actores nunca le contó que tenía el virus del sida. "Nunca me dijo nada. ¡Vivía con él!", aseguró quien ha dado negativo a las pruebas del virus de la inmunodeficiencia humana, algo que ella mismo también se ha encargado de anunciar en su cuenta de Twitter. Pero como contraatacó Mark Burg, agente del actor, Olson, de 29 años, nunca supo nada porque entonces el actor estaba limpio.
      Tanto Denis Richards como Brooke Mueller, exesposas de Sheen, han preferido mantener su silencio. Sin embargo, fuentes cercanas a Richards aseguran a la revista People que la actriz, de 44 años, sabía que su exesposo era seropositivo. Ni ella ni sus hijos, Sam y Lola, de 11 y 9 años, se han visto afectados. Son más las mujeres que hablan a su favor, como Natalie Kenly, una de las mujeres que Sheen llamaba “sus diosas”. “No es ningún monstruo”, dijo su exnovia en su defensa.Una idea que reiteró su excompañera de cama, la estrella del porno Mia Isabella, cuando en declaraciones a la revista Us Weekly lo recordó como un “guerrero”. “Es una noticia difícil de escuchar y que me entristece pero sé que es una persona increíble y un luchador”, aseguró a la publicación.


      Natalie Kenly y Charlie Sheen, en una imagen de 2011. / CORDON PRESS
      Las mismas palabras de orgullo que expresó su padre, el también actor Martin Sheen, tras la confesión pública de su hijo Charlie. "Mientras le veía revelar su mayor secreto no daba crédito del valor que estaba presenciado”, declaró durante una conferencia que presidía el mayor de los Sheen. El protagonista deApocalypse Now aseguró que la familia ya conocía la noticia desde hacía algún tiempo y estaban animándole para que la hiciera pública. Tras la entrevista con Matt Lauer, Martin Sheen le dejó un mensaje a su hijo. “Si tuviera tanto valor, habría cambiado el mundo”, le dijo para darle ánimos.




      Samanta Schweblin / Pajaros en la boca

      $
      0
      0

      Samanta Schweblin

      Biografía

      PÁJAROS 

      EN LA BOCA



      Apagué el televisor y miré por la ventana. El auto de Silvia estaba estacionado frente a la casa, con las balizas puestas. Pensé si había alguna posibilidad real de no atender, pero el timbre volvió a sonar: ella sabía que yo estaba en casa. Fui hasta la puerta y abrí.
      -Silvia -dije.
      -Hola -dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a decir nada-. Tenemos que hablar.
      Señaló el sillón y yo obedecí, porque a veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata como hace cuatro años atrás, sigo siendo un imbécil.
      -No va a gustarte. Es... Es fuerte -miró su reloj-. Es sobre Sara.
      -Siempre es sobre Sara -dije.
      -Vas a decir que exagero, que soy una loca, todo ese asunto. Pero hoy no hay tiempo. Te venís a casa ahora mismo, esto tenés que verlo con tus propios ojos.
      -¿Qué pasa?
      -Además le dije a Sara que ibas a ir, así que te espera.
      Nos quedamos en silencio un momento. Pensé en cuál sería el próximo paso, hasta que ella frunció el ceño, se levantó y fue hasta la puerta. Tomé mi abrigo y salí tras ella.
      Por fuera la casa se veía como siempre, con el césped recién cortado y las azaleas de Silvia colgando de los balcones del primer piso. Cada uno bajó de su auto y entramos sin hablar. Sara estaba en el sillón. Aunque ya había terminado las clases por ese año, llevaba puesto el jumper de la secundaria, que le quedaba como a esas colegialas porno de las revistas. Estaba sentada con la espalda recta, las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas, concentrada en algún punto de la ventana o del jardín, como si estuviera haciendo uno de esos ejercicios de yoga de la madre. Me di cuenta de que, aunque siempre había sido más bien pálida y flaca, se la veía rebosante de salud. Sus piernas y sus brazos parecían más fuertes, como si hubiera estado haciendo ejercicio unos cuantos meses. El pelo le brillaba y tenía un leve rosado en los cachetes, como pintado pero real. Cuando me vio entrar sonrió y dijo:
      -Hola papá.
      Mi nena era realmente una dulzura, pero dos palabras alcanzaban para entender que algo estaba mal en esa chica, algo seguramente relacionado con la madre. A veces pienso que quizá debí habérmela llevado conmigo, pero casi siempre pienso que no. A unos metros del televisor, junto a la ventana, había una jaula. Era una jaula para pájaros -de unos setenta, ochenta centímetros-, colgaba del techo, vacía.
      -¿Qué es eso?
      -Una jaula -dijo Sara, y sonrió.
      Silvia me hizo una seña para que la siguiera a la cocina. Fuimos hasta el ventanal y ella se volvió para verificar que Sara no nos escuchara. Seguía erguida en el sillón, mirando hacia la calle, como si nunca hubiéramos llegado. Silvia me habló en voz baja.
      -Mirá, vas a tener que tomarte esto con calma.
      -Dejame de joder. ¿Qué pasa?
      -La tengo sin comer desde ayer.
      -¿Me estás cargando?
      -Para que lo veas con tus propios ojos.
      -Aha... ¿estás loca?
      Dijo que volviéramos al living y me señaló el sillón. Me senté frente a Sara. Silvia salió de la casa y la vimos cruzar el ventanal y entrar al garaje.
      -¿Qué le pasa a tu madre?
      Sara levantó los hombros, dando a entender que no lo sabía. Su pelo negro y lacio estaba atado en una cola de caballo, con un flequillo que le llegaba casi hasta los ojos. Silvia volvió con una caja de zapatos. La traía derecha, con ambas manos, como si se tratara de algo delicado. Fue hasta la jaula, la abrió, sacó de la caja un gorrión muy pequeño, del tamaño de una pelota de golf, lo metió dentro de la jaula y la cerró. Tiró la caja al piso y la hizo a un lado de una patada, junto a otras nueve o diez cajas similares que se iban sumando bajo el escritorio. Entonces Sara se levantó, su cola de caballo brilló a un lado y otro de su nuca, y fue hasta la jaula dando un salto paso de por medio, como hacen las chicas que tienen cinco años menos que ella. De espaldas a nosotros, poniéndose en puntas de pie, abrió la jaula y sacó el pájaro. No pude ver qué hizo. El pájaro chilló y ella forcejeó un momento, quizá porque el pájaro intentó escaparse. Silvia se tapó la boca con la mano. Cuando Sara se volvió hacia nosotros el pájaro ya no estaba. Tenía la boca, la nariz, el mentón y las dos manos manchadas de sangre. Sonrió avergonzada, su boca gigante se arqueó y se abrió, y sus dientes rojos me obligaron a levantarme de un salto. Corrí hasta el baño, me encerré y vomité en el inodoro. Pensé que Silvia me seguiría y empezaría con las culpas y las directivas desde el otro lado de la puerta, pero no lo hizo. Me lavé la boca y la cara, y me quedé escuchando frente al espejo. Bajaron algo pesado del piso de arriba. Abrieron y cerraron algunas veces la puerta de entrada. Sara preguntó si podía llevar con ella la foto de la repisa. Cuando Silvia contestó que sí su voz ya estaba lejos. Abrí la puerta tratando de no hacer ruido, y me asomé al pasillo. La puerta principal estaba abierta de par en par y Silvia cargaba la jaula en el asiento trasero de mi coche. Di unos pasos, con la intención de salir de la casa gritándoles unas cuantas cosas, pero Sara salió de la cocina hacia la calle y me detuve en seco para que no me viera. Se dieron un abrazo. Silvia la besó y la metió en el asiento de acompañante. Esperé a que volviera y cerrara la puerta.
      -¿Qué mierda...?
      -Te la llevás -fue hasta el escritorio y empezó a aplastar y doblar las cajas vacías.
      -¡Dios santo Silvia, tu hija come pájaros!
      -No puedo más.
      -¡Come pájaros! ¿La hiciste ver? ¿Qué mierda hace con los huesos?
      Silvia se quedó mirándome, desconcertada.
      -Supongo que los traga también. No sé si los pájaros... -dijo y se quedó mirándome.
      -No puedo llevármela.
      -Si se queda me mato. Me mato yo y antes la mato a ella.
      -¡Come pájaros!
      Silvia fue hasta el baño y se encerró. Miré hacia afuera, a través del ventanal. Sara me saludó alegremente desde el auto. Traté de serenarme. Pensé en cosas que me ayudaran a dar algunos pasos torpes hacia la puerta, rezando por que ese tiempo alcanzara para volver a ser un ser humano común y corriente, un tipo pulcro y organizado capaz de quedarse diez minutos de pie en el supermercado frente a la góndola de enlatados, corroborando que las arvejas que se está llevando son las más adecuadas. Pensé en cosas como que si se sabe de personas que comen personas entonces comer pájaros vivos no estaba tan mal. También que desde un punto de vista naturista es más sano que la droga, y desde el social más fácil de ocultar que un embarazo a los trece. Pero creo que hasta la manija del coche seguí repitiéndome come pájaros, come pájaros, come pájaros, y así.
      Llevé a Sara a casa. No dijo nada en el viaje y cuando llegamos bajó sola sus cosas. Su jaula, su valija -que habían guardado en el baúl-, y cuatro cajas de zapatos como la que Silvia había traído del garaje. No pude ayudarla con nada. Abrí la puerta y ahí esperé a que ella fuera y viniera con todo. Cuando entramos le indiqué que podía usar el cuarto de arriba. Después de que se instaló, la hice bajar y sentarse frente a mí, en la mesa del comedor. Preparé dos cafés pero Sara hizo a un lado su taza y dijo que no tomaba infusiones.
      -Comés pájaros, Sara -dije.
      -Sí papá.
      Se mordió los labios, avergonzada, y dijo:
      -Vos también.
      -Comés pájaros vivos, Sara.
      -Sí papá.
      Me acordé de Sara a los cinco años, sentada a la mesa con nosotros, llegando apenas a su plato, devorando fanáticamente una calabaza, y pensé que, de alguna forma, solucionaríamos el problema. Pero cuando la Sara que tenía frente a mí volvió a sonreír, y me pregunté qué se sentiría tragar algo caliente y en movimiento, algo lleno de plumas y patas en la boca, me tapé con la mano, como hacía Silvia, y la dejé sola frente a los dos cafés, intactos.
      Pasaron tres días. Sara estaba casi todo el tiempo en el living, erguida en el sillón con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas. Yo salía temprano al trabajo y me aguantaba las horas consultando en Internet infinitas combinaciones de las palabras "pájaro", "crudo", "cura", "adopción", sabiendo que ella seguía sentada ahí, mirando hacia el jardín durante horas. Cuando entraba a la casa, alrededor de las siete, y la veía tal cual la había imaginado durante todo el día, se me erizaban los pelos de la nuca y me daban ganas de salir y dejarla encerrada dentro con llave, herméticamente encerrada, como esos insectos que se cazan de chico y se guardan en frascos de vidrio hasta que el aire se acaba. ¿Podía hacerlo? Cuando era chico vi en el circo a una mujer barbuda que se llevaba ratones a la boca. Los retenía un rato, con la cola moviéndosele entre los labios cerrados, mientras caminaba frente al público sonriendo y llevando los ojos hacia arriba, como si eso le diera un gran placer. Ahora pensaba en esa mujer casi todas las noches, dando vueltas en la cama sin poder dormir, considerando la posibilidad de internar a Sara en un centro psiquiátrico. Quizá podría visitarla una o dos veces por semana. Podríamos turnarnos con Silvia. Pensé en esos casos en que los médicos sugieren cierto aislamiento del paciente, alejarlo de la familia por unos meses. Quizás era una buena opción para todos, pero no estaba seguro de que Sara pudiera sobrevivir en un lugar así. O sí. En cualquier caso, su madre no lo permitiría. O sí. No podía decidirme.
      Al cuarto día Silvia vino a vernos. Trajo cinco cajas de zapatos que dejó junto a la puerta de entrada, del lado de adentro. Ninguno de los dos dijo nada al respecto. Preguntó por Sara y le señalé el cuarto de arriba. Cuando bajó, le ofrecí café. Lo tomamos en el living, en silencio. Estaba pálida y las manos le temblaban tanto que hacía tintinear la vajilla cada vez que volvía a apoyar la taza sobre el plato. Cada uno sabía lo que pensaba el otro. Yo podía decir "esto es culpa tuya, esto es lo que lograste", y ella podía decir algo absurdo como "esto pasa porque nunca le prestaste atención." Pero la verdad es que ya estábamos muy cansados.
      -Yo me encargo de esto -dijo Silvia antes de salir, señalando las cajas de zapatos. No dije nada, pero se lo agradecí profundamente.
      En el supermercado la gente cargaba sus changos de cereales, dulces, verduras, carnes y lácteos. Yo me limitaba a mis enlatados y hacía la cola en silencio. Iba dos o tres veces por semana. A veces, aunque no tuviera nada que comprar, pasaba antes de volver a casa. Tomaba un chango y recorría las góndolas pensando en qué es lo que podía estar olvidándome. A la noche mirábamos juntos la televisión. Sara erguida, sentada en su esquina del sillón, yo en la otra punta, espiándola cada tanto para ver si seguía la programación o ya estaba otra vez con los ojos clavados en el jardín. Yo preparaba comida para dos y la llevaba al living en dos bandejas. Dejaba la de Sara frente a ella, y ahí quedaba. Ella esperaba a que yo empezara a comer y entonces decía:
      -Permiso papá.
      Se levantaba, subía a su cuarto y cerraba la puerta con delicadeza. La primera vez bajé el volumen del televisor y esperé en silencio. Se escuchó un chillido agudo y corto. Unos segundos después las canillas del baño y el agua corriendo. A veces bajaba unos minutos después, perfectamente peinada y serena. Otras veces se duchaba y bajaba directamente en pijama.
      Sara no quería salir. Estudiando su comportamiento pensé que quizá sufría algún principio de agorafobia. A veces sacaba una silla al jardín e intentaba convencerla de salir un rato. Pero era inútil. Conservaba sin embargo una piel radiante de energía y se la veía cada vez más hermosa, como si se pasara el día haciendo ejercicios bajo el sol. Cada tanto, haciendo mis cosas, encontraba una pluma. En el piso junto a la puerta del comedor, detrás de la lata de café, entre los cubiertos, todavía húmeda en la pileta del baño. Las recogía, cuidando de que ella no me viera haciéndolo, y las tiraba por el inodoro. A veces me quedaba mirando cómo se iban con el agua. A veces el inodoro volvía a llenarse, el agua se aquietaba, como un espejo otra vez, y yo todavía seguía ahí mirando, pensando en si sería necesario volver al supermercado, en si realmente se justificaba llenar los changos de tanta basura, pensando en Sara, en qué es lo que habría en el jardín.
      Una tarde Silvia llamó para avisar que estaba en cama, con una gripe feroz. Dijo que no podía visitarnos. Me preguntó si me arreglaría sin ella y entonces entendí que no poder visitarnos significaba que no podría traer más cajas. Le pregunté si tenía fiebre, si estaba comiendo bien, si la había visto un médico, y cuando la tuve lo suficientemente ocupada en sus respuestas dije que tenía que cortar y corté. El teléfono volvió a sonar, pero no atendí. Miramos televisión. Cuando traje mi comida Sara no se levantó para ir a su cuarto. Miró el jardín hasta que terminé de comer, y sólo entonces volvió al programa que estábamos mirando.
      Al día siguiente, antes de volver a casa, pasé por el supermercado. Puse algunas cosas en mi chango, lo de siempre. Paseé entre las góndolas como si hiciera un reconocimiento del súper por primera vez. Me detuve en la sección de mascotas, donde había comida para perros, gatos, conejos, pájaros y peces. Levanté algunos alimentos para ver de qué se trataban. Leí con qué estaban hechos, las calorías que aportaban y las medidas que se recomendaban para cada raza, peso y edad. Después fui a la sección de jardinería, donde sólo había plantas con o sin flor, macetas y tierra, así que volví otra vez a la sección mascotas y me quedé ahí pensando en que iba a hacer después. La gente llenaba sus changos y se movía esquivándome. Anunciaron en los altoparlantes la promoción de lácteos por el día de la madre y pasaron un tema melódico sobre un tipo que estaba lleno de mujeres pero extrañaba a su primer amor, hasta que finalmente empujé el chango y volví a la sección de enlatados.
      Esa noche Sara tardó en dormirse. Mi cuarto estaba bajo el suyo, y la escuché en el techo caminar nerviosa, acostarse, volver a levantarse. Me pregunté en qué condiciones estaría el cuarto, no había subido desde que ella había llegado, quizás el sitio era un verdadero desastre, un corral lleno de mugre y plumas.
      La tercera noche después del llamado de Silvia, antes de volver a casa, me detuve a ver las jaulas de pájaros que colgaban de los toldos de una veterinaria. Ninguno se parecía al gorrión que había visto en la casa de Silvia. Eran de colores, y en general un poco más grandes. Estuve ahí un rato, hasta que un vendedor se acercó a preguntarme si estaba interesado en algún pájaro. Dije que no, que de ninguna manera, que sólo estaba mirando. Se quedó cerca, moviendo cajas, mirando hacia la calle, después entendió que realmente no compraría nada, y regresó al mostrador.
      En casa Sara esperaba en el sillón, erguida en su ejercicio de yoga. Nos saludamos.
      -Hola Sara.
      -Hola papá.
      Estaba perdiendo sus cachetes rosados y ya no se la veía tan bien como en los días anteriores. Preparé mi comida, me senté en el sillón y encendí el televisor. Después de un rato Sara dijo:
      -Papi...
      Tragué lo que estaba masticando y bajé el volumen, dudando de que realmente me hubiera hablado, pero ahí estaba, con las rodillas juntas y las manos sobre las rodillas, mirándome.
      -¿Qué? -dije.
      -¿Me querés?
      Hice un gesto con la mano, acompañado de un asentimiento. Todo en su conjunto significaba que sí, que por supuesto. ¿Era mi hija, no? Y aún así, por las dudas, pensando sobre todo en lo que mi ex mujer hubiera considerado "lo correcto", dije:
      -Sí mi amor. Claro.
      Y entonces Sara sonrió, una vez más, y miró el jardín durante el resto del programa.
      Volvimos a dormir mal, ella paseando de un lado al otro de la habitación, yo dando vueltas en mi cama hasta que me quedé dormido. A la mañana siguiente llamé a Silvia. Era sábado, pero no atendía el teléfono. Llamé más tarde, y cerca del mediodía también. Dejé un mensaje, pero no contestó. Sara estuvo toda la mañana sentada en el sillón, mirando hacia el jardín. Tenía el pelo un poco desarreglado y ya no se sentaba tan erguida, parecía muy cansada. Le pregunté si estaba bien y dijo:
      -Sí papá.
      -¿Porqué no salís un poco al jardín?
      -No papá.
      Pensando en la conversación de la noche anterior se me ocurrió que podría preguntarle si me quería, pero enseguida me pareció una estupidez. Volví a llamar a Silvia. Dejé otro mensaje. En voz baja, cuidando de que Sara no me escuchara dije en el contestador:
      -Es urgente, por favor.
      Esperamos sentados cada uno en su sillón, con el televisor encendido. Unas horas más tarde Sara dijo:
      -Permiso papá.
      Se encerró en su cuarto. Apagué el televisor para escuchar mejor: Sara no hizo ningún ruido. Decidí que llamaría a Silvia una vez más. Pero levanté el tubo, escuché el tono y corté. Fui con el auto hasta la veterinaria, busqué al vendedor y le dije que necesitaba un pájaro chico, el más chico que tuviera. El vendedor abrió un catálogo de fotografías y dijo que los precios y la alimentación variaban de una especie a la otra.
      -¿Le gustan los exóticos o prefiere algo más hogareño?
      Golpeé la mesada con la palma de la mano. Algunas cosas saltaron sobre el mostrador y el vendedor se quedó en silencio, mirándome. Señalé un pájaro chico, oscuro, que se movía nervioso de un lado a otro de su jaula. Me cobraron ciento veinte pesos y me lo entregaron en una caja cuadrada de cartón verde, con pequeños orificios calados alrededor, una bolsa gratis de alpiste que no acepté y un folleto del criadero con la foto del pájaro en el frente.
      Cuando volví Sara seguía encerrada. Por primera vez desde que ella estaba en casa, subí y entré al cuarto. Estaba sentada en la cama frente a la ventana abierta. Me miró, pero ninguno de los dos dijo nada. Se la veía tan pálida que parecía enferma. El cuarto estaba limpio y ordenado, la puerta del baño entornada. Había unas veinte cajas de zapatos sobre el escritorio, pero desarmadas -de modo que no ocuparan tanto espacio- y apiladas prolijamente unas sobre otras. La jaula colgaba vacía cerca de la ventana. En la mesita de luz, junto al velador, el portarretrato que se había llevado de la casa de su madre. El pájaro se movió y sus patas se escucharon sobre el cartón, pero Sara permaneció inmóvil. Dejé la caja sobre el escritorio y, sin decir nada, salí del cuarto y cerré la puerta. Entonces me di cuenta de que no me sentía bien. Me apoyé en la pared para descansar un momento. Miré el folleto del criadero, que todavía llevaba en la mano. En el reverso había información acerca del cuidado del pájaro y sus ciclos de procreación. Resaltaban la necesidad de la especie de estar en pareja en los períodos cálidos y las cosas que podían hacerse para que los años de cautiverio fueran lo más amenos posible. Escuché un chillido breve, y después la canilla de la pileta del baño. Cuando el agua empezó a correr me sentí un poco mejor y supe que, de alguna forma, me las ingeniaría para bajar las escaleras.

      Adele / La voz que conquistó al mundo

      $
      0
      0
      Adele

      Adele

      La voz que conquistó el mundo de la imagen

      El estreno de ‘Hello’ ha sido el más espectacular del año en YouTube


      La cantante Adele, en Londres. / GETTY IMAGES
      Son seis minutos de tonos sepia, lágrimas y hojas revueltas en el viento. Nada más. El estreno más espectacular del año en YouTube no tiene grandes efectos especiales como los tráilers de películas venideras ni desnudos explícitos como el vídeo de pop típico. Sí tiene, sin embargo, como protagonista a una londinense de 27 años, metro setenta y cinco, relativamente corpulenta e indudablemente bienquista: Adele Laurie Blue Adkins. O, como se la conoce en el mundo musical del que ahora se ha erigido como dueña, simplemente Adele.
      La británica estrenó el viernes 23 de octubre el vídeo de su primer single en casi cinco años, Hello. Lo había dirigido el cineasta independiente de culto Xavier Dolan (Mommy) y apostaba más por la atmósfera que por el espectáculo. Pero eso no impidió el que aquella mañana temblaran los récords: en una hora lo había visto medio millón de personas. Al poco, adquirió un ritmo aproximado al millón de reproducciones por hora. El sábado por la mañana, Hello había sido visto 23,2 millones de veces. El domingo, 50. En su momento álgido se reprodujo 1,6 millones de veces por hora. Por ponerlo en perspectiva, no solo fue el estreno más espectacular de un vídeo musical en la historia, por encima del sacrosanto Bad blood de Taylor Swift (20,1 millones de reproducciones en 24 horas el pasado mayo). Fue el mejor primer fin de semana de ningún vídeo en la historia. Por vencer, también venció al tráiler de la nueva película de Star wars, otro de los vídeos más anticipados del año, que se había estrenado el martes por la mañana y que en su mejor hora fue reproducido 1,2 millones de veces.
      Fue un fenómeno pasional y fulminante. En parte porque ésta es la norma estos días. “El uso del móvil para consumir vídeos actúa, junto a las redes sociales, de acelerador explosivo de los contenidos globales”, sopesa Keko Ponte, director de producto del laboratorio The Cocktail. “Hablar del nuevo sencillo y verlo inmediatamente en el móvil es algo normal. La distribución digital será cada vez más inmediata”. YouTube asegura que más de la mitad de sus reproducciones vienen, efectivamente, de dispositivos móviles (en España fue el 48% en 2014, según la consultora IAB Spain).

      Pero la mayor parte del éxito empieza y acaba en la figura de Adele. La cantante ya gozaba de prestigio y éxito comercial antes: con su anterior álbum, 21 (30 millones de copias vendidas) devino en 2011 en la mujer que más tiempo permanecía en lo alto de las listas de ventas. Pero nunca había despertado tanta euforia entre el público como ahora. Adele ocupa un lugar interesante en el olimpo del pop. No se escuda, cosa rara, bajo un personaje público que enarbole una causa o que le dé titulares. Allí donde Miley Cyrus es la provocadoray Taylor Swift la feminista, ella solamente ofrece su música. Si acaso, se ve envuelta en algún artículo sobre su sobrepeso. Que ella no jugaba al juego del pop quedó claro en su año de éxito, en 2011. También cuando desapareció de la vida pública, en una pausa que solo interrumpió para interpretar la canción de Skyfall, la película de James Bond, en 2012. Aquella fue, la única vez que una canción de James Bond ganó un Oscar.
      “Ahora que todo el mundo es un celebrity y escasean artista como los de antes, ella ocupa el papel de gran estrella del pop”, explica Borja Prieto, estudioso del mundillo y director de la revista digital Está pasando. “Tiene una voz auténtica, que te atrapa por algo que nunca acabas de entender”. La voz no es un artificio, y esto lo refuerza su físico, alejado por sus curvas de los estándares del pop. Podría verse en esta combinación de talento natural y físico imperfecto una historia de éxito en sí misma, un rechazo a las normas. “Una voz natural puede cambiar la percepción de un cuerpo”, alerta el crítico cultural y escritor Eloy Fernández Porta, autor de Emociónese así. “El de Adele lo vemos de forma muy distinta cuando la escuchamos. Es más, la primera vez que se le vio en televisión, la combinación de esa voz saliendo de ese cuerpo, fue como el nacimiento de Venus”.
      Y esto, en definitiva, da el elemento más escaso de esta década: naturalidad. “En una época en la que la mayor parte de las voces que se viven en el pop están muy tratadas y vienen muy producidas, ha llegado un personaje mediáticamente blanco con una cualidad innata”, prosigue Fernández Porta. El nuevo disco de Adele, 25, saldrá a la venta el 20 de noviembre.


      Adelle / Hello

      $
      0
      0


      Adele
      HELLO
      23 OCT 2015 - 9:56 AM

      "Hello", nueva canción de Adele

      La cantante británica Adele estrenó este viernes en un programa británico de radio su primer sencillo, de nombre "Hello", del que será su tercer álbum, "25", cuyo lanzamiento se prevé para el próximo mes.
      Por: Tomado del canal AdeleVEVO


      3 NOV 2015 - 11:24 AM
      "Hello" encabeza la lista de 100 sencillos de Billboard

      Adele sigue imponiendo récords con "Hello"

      La nueva canción de la británica se convirtió en la primera en ser descargada más de un millón de veces en una semana en Estados Unidos.
      Por: AFP
      Adele sigue imponiendo récords con "Hello"
      Foto: AFP
      Adele en la ceremonia de los Premios Óscar de 2013.
      La cantante británica Adele batió un récord este lunes con su esperada canción "Hello", que se convirtió en la primera en ser descargada más de un millón de veces en una semana en Estados Unidos.

      "Hello", una balada acompañada del piano que es el sencillo debut del primer álbum de la cantante en casi cinco años, se ubicó como la número uno en la semana hasta el jueves pasado en la lista de los 100 sencillos de Billboard, que toma en cuenta las ventas, streaming y las difusiones en radio.

      "Hello" fue descargada 1,1 millones de veces, superando por mucho el previo récord del rapero Flo Rida con "Right Round", que vendió 636.000 copias en una semana en 2009, según el servicio Nielsen Music.

      La canción de Adele también rompió un récord en los servicios de música en línea, donde fue reproducida 20,4 millones de veces en servicios por suscripción, más del doble de descargas que logró hace dos meses la canción "What do you mean?" de Justin Bieber.

      Los observadores de la industria de la música esperan que el próximo álbum de Adele, "25", el 20 de noviembre sea el mayor lanzamiento del año y estiman que podría competir con el exitazo "1989" de Taylor Swift.

      Adele planea promocionar el disco en Estados Unidos con un concierto grabado para televisión en el New York Radio City Music Hall y con una aparición en el popular programa de humor "Saturday Night Live".


      Adele / When we were young

      $
      0
      0


      Adele
      WHEN WW WERE YOUNG

      17 NOV 2015 - 4:51 PM
      Adele estrena segundo sencillo de "25"

      "When we were young", la nueva canción de Adele

      La artista británica estrena el segundo sencillo del disco "25".
      Por: Redacción Entretenimiento

      Adele tiene nueva canción. No ha pasado ni un mes desde que lanzó "Hello", la canción con la que regresó tras varios años de silencio,  y la artista decidió lanzar "When we were young".
      Al igual que hizo con el primer sencillo de su próximo disco, la artista británica presentó el tema de una vez con el videoclip y no como generalmente hacen sus colegas, solo con el audio.
      "La canción cuenta ese momento cuando somos mayores y en una fiesta te topas con gente con quien ya no platicas, gente a quien amabas y personas que nunca quisiste", confesó Adele en una entrevista con SiriusXM.
      El clip fue de "When we were young" grabado en The Church Studios de Londres y en él aparece la cantante, vestida con una chaqueta y una falda de terciopelo negro, junto a un coro y una banda.
      "Se trata de cuando ya no tienes tiempo de estar en sus vidas, y es como si estuviésemos en una fiesta juntos cuando tenemos 50 años, y no importa porque te diviertes y sientes que tienes 15 nuevamente", reflexionó.
      "When we were young" ingresa a las listas musicales cuando "Hello" aún goza de gran popularidad en emisoras y plataformas digitales de todo el mundo. 
      Desde que fuera estrenado el pasado 23 de octubre en un programa de una emisora de radio británica, "Hello" ha registrado más de 600.000 ventas. 
      "Hello", una balada acompañada del piano que es el sencillo debut del primer álbum de la cantante en casi cinco años, se ubicó como la número uno en la semana hasta el jueves pasado en la lista de los 100 sencillos de Billboard, que toma en cuenta las ventas, streaming y las difusiones en radio.

      Los dos álbumes anteriores de la artista londinense llevaban por título la edad que tenía cuando se publicaron: "19" (2008) y "21" (2011). El próximo, titulado "25", saldrá el 20 de noviembre.

      Con ese último álbum, "21", con pegadizos títulos como "Rolling in the deep" o "Someone Like You", Adele vendió la friolera de 4,6 millones de copias en el Reino Unido y llegó a los 25 millones a nivel mundial, permaneciendo durante dos años consecutivos como el disco más vendido.

      Tras el abrumador éxito de "21", Adele Laurie Blue Adkins se centró más en su vida privada. En 2012 anunció que estaba esperando su primer hijo, junto al empresario Simon Konecki, que nacería en octubre de este año.

      Adele canta con melancolía en su nuevo disco

      $
      0
      0
      Adele

      20 NOV 2015 - 3:38 PM
      Sale a la venta "25"

      Adele canta con melancolía en su nuevo disco

      La artista británica de 27 años lanza "25", trabajo musical en el que se muestra como una mujer definitivamente adulta.
      Por: Anthony Lucas / AFP
      Adele canta con melancolía en su nuevo disco
      Foto: Efe
      Casi cinco años después de saltar a la fama internacional con su voz de oro, la cantante británica Adele lanza un nuevo disco, titulado "25", en el que evoca los años juveniles con cierta melancolía.

      "Tengo la impresión de que mi vida va demasiado rápido/Todo lo que puedo hacer es mirar y llorar", dice uno de los temas del disco en venta a partir de este viernes.

      "Extraño cuando la vida era una fiesta/Pero era hace un millón de años", continúa la canción "Million Years Ago", una de las principales canciones de "25", el tercer disco de Adele.

      A los 27 años, la cantante nacida el 5 de mayo de 1988 en el barrio londinense de Tottenham, parece atormentada por el tiempo que pasa. 


      El segundo disco, "21", que en 2011 la propulsó a la fama se vendió en más de 30 millones de ejemplares en el mundo y se espera que "25" supere con creces esa cifra.

      Con su voz cálida y potente, Adele canta baladas y estribillos soul en temas en los que se siente cierta influencia pop.

      Con los mismos ingredientes presentes en "19", su primer disco, y "25", Adele, que recientemente fue madre de un varón, se muestra como una mujer definitivamente adulta.

      Un poco más sofisticada que en sus comienzos, la diva británica despliega en este disco una voz de un registro impresionante, una voz que creyó haber perdido hace cuatro años y que recobró un poco menos velada tras una operación.

      "Rápidamente, después de la operación, mi voz era más pura", explicó a la BBC. 

      "Es evidente, fumé mucho" y gracias a la operación "se fueron todas las secuelas que tenía mi voz", dijo.

      "Es como si tuviera una nueva voz. Puedo cantar mucho más agudo que antes y también mucho más grave", agregó.

      Adele comenzó a trabajar en este nuevo disco hace dos años, cuando en una libreta escribió la edad que tenía en ese momento; "25" con "cinco signos de exclamación, como para decir: ¡puta!, ¿cómo pudo suceder? de 21 a 25...", dice Adele en una entrevista a la revista i-D.

      Adele canta la juventud que se va ("When we were young") y sus años londinenses ("River Lea").

      Los admiradores esperaban con impaciencia el disco de Adele al igual que la industria musical, que vive una crisis importante.

      Adele es una de las pocas artistas capaces de alcanzar cifras de ventas dignas de los años ochenta y noventa.

      El disco "21" fue el más vendido en Estados Unidos dos años consecutivos y el mayor éxito comercial en el Reino Unido en el siglo XXI.

      La revista de la industria musical Billboard informó que las distribuidoras de Estados Unidos había encargado 3,6 millones de ejemplares de "25".

      Hay que remontar al año 2000, con el disco "No String Attached" de la banda NSYNC's para llegar a cifras equivalentes.

      Para fortalecer las ventas, Adele decidió no difundir el disco en streaming.

      Al frente de las ventas del viernes en iTunes y Amazon, "25" no estaba disponible en Spotify, Apple Music o Deezer.

      Una decisión fuerte, que recuerda la de la estrella estadounidense Taylor Swift que retiró su catálogo de Spotify cuando lanzó hace un año el disco "1989".


      Viewing all 13539 articles
      Browse latest View live