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Pablo Neruda / Walking around

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Fotografía de André Kertész

Pablo Neruda
Biografía
WALKING AROUND
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.



Pablo Neruda / Una canción desesperada

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Ilustración de Chirag Bangdel

Pablo Neruda
Biografía
UNA CANCIÓN DESESPERADA

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.

Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!

Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!

Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.

Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado!


Un informe oficial apunta a que Neruda fue asesinado

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Pablo Neruda

Un informe oficial apunta a que Neruda fue asesinado

  • Hasta ahora la muerte del poeta, en septiembre de 1973, se atribuía a un cáncer de próstata. La revelación está incluida en la biografía 'Neruda. Príncipe de los poetas', de Mario Amorós (Ediciones B)

Un documento oficial del Ministerio del Interior chileno reconoce por primera vez que es muy posible que Pablo Neruda fuese asesinado. El texto, al que ha tenido acceso EL PAÍS, sostiene que el Premio Nobel de Literatura de 1971 no murió “a consecuencia del cáncer de próstata que sufría”, sino que “resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros”. A ello se suma otra investigación científica por el hallazgo de un germen extraño en el cadáver.
Neruda falleció a las diez y media de la noche del 23 de septiembre de 1973 en la Clínica Santa María de Santiago de Chile. Ese día, según “está acreditado en el proceso”, dice el documento oficial, le fue aplicada una inyección o dado a ingerir algo que habría precipitado su muerte seis horas y media después. Todo ello, pocas horas antes de que el Nobel partiese en un avión rumbo a México donde, como indica el texto del ministerio, posiblemente iba a encabezar un Gobierno en el exilio para denunciar la actuación del general Augusto Pinochet, que había dado el golpe de Estado el 11 de septiembre.
Estas son las principales conclusiones del documento que el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior de Chile envió al magistrado Mario Carroza Espinosa, encargado de la investigación de la muerte de Neruda (1904-1973). El Ministerio chileno ha emitido un comunicado en el cual afirma que "lo que publica EL PAÍS, efectivamente, es parte de un escrito que este organismo envió al juez Mario Carroza, instructor de la investigación". El documento, fechado el pasado 25 de marzo, forma parte del secreto del sumario investigativo número 1038-2011. Se trata de la principal revelación incluida en la nueva biografía del poeta chileno, escrita por el historiador alicantino Mario Amorós y titulada Neruda. El príncipe de los poetas. Ediciones B la publicará el próximo miércoles en España y el día 23 en Chile.

¿Un germen inoculado?



Certificado de defunción de Pablo Neruda.
Si bien es verdad que el juez Carroza Espinosa ha reconocido a este diario las coincidencias y pruebas testimoniales y documentales que llevan al Gobierno a dictaminar la alta probabilidad de un asesinato, el magistrado no está seguro al cien por cien hasta no disponer de pruebas científicas: “Nosotros siempre hemos ido en esa línea de que hubo algo extraño. Neruda tenía cáncer, pero no estaba agónico, ni en fase terminal. Aunque el 23 de septiembre su mal estado de salud se aceleró y murió en seis horas”.
Pero hay un penúltimo hallazgo, y el juez aguarda: “Estoy a la espera del resultado de una última prueba científica revelada en mayo. Se trata de una bacteria, el germen del estafilococo dorado, hallado en el cuerpo del poeta. Todavía estoy recogiendo antecedentes”. Esa bacteria es ajena a los tratamientos del cáncer. Alterada, puede ser altamente tóxica y acelerar la muerte de una persona, según los especialistas.
A raíz del informe y la teoría del Programa de Derechos Humanos del Gobierno, Carroza Espinosa asegura que se han abierto nuevas diligencias, como recabar la ficha de ingreso de Neruda en la clínica y se han conseguido otros elementos.

Resultados en 2016

El caso Neruda se abrió en 2011, cuando el chófer del poeta, Manuel Araya, denunció un asesinato. El Partido Comunista de Chile presentó una querella. Se pidió la exhumación del cadáver, que se realizó el 8 de abril de 2013. La investigación científica se encargó a un equipo de especialistas internacionales que el 8 de noviembre de ese año dictaminó que no habían hallado agentes o sustancias extrañas de envenenamiento en el cuerpo.
“Hemos llegado a una conclusión técnica y científica que se debe complementar con la investigación judicial. La verdad final la determinará el juez Carroza. Lo que nosotros hemos determinado es que no hemos encontrado restos de veneno, pero eso no significa que no haya sido envenenado y otro equipo con otras técnicas pueda hallar restos”, afirmó ayer a este periódico el forense español Francisco Etxeberria, quien participó en la investigación de 2013.
En marzo pasado, el Gobierno chileno entregó su informe, incorporado al sumario, que está declarado secreto. En mayo, el comité científico comunicó al juez que había detectado la presencia del estafilococo dorado. Los especialistas entregarán el resultado de su análisis en marzo entrante.
Etxeberria, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco, quien también participa en esta segunda prueba pericial junto a otros forenses y expertos internacionales, asegura que el juez Carroza aceptó esta nueva teoría teniendo en cuenta la sucesión de coincidencias y persecuciones vividas por Neruda tras el golpe de Pinochet, en especial aquel domingo de su fallecimiento. “Ese día está solo en la clínica, donde lleva ya cinco días. Su estado empeora; llama a su mujer, Matilde Urrutia, para que vaya porque dice que le han aplicado algo y no se siente bien. Al final, fallece poco después, ante la sorpresa de todos, en una clínica buena, y se crea toda sospecha”, recuerda Etxeberria.

La muerte de Frei

En cuanto a esta nueva prueba, el experto español añade que “aunque el germen del estafilococo dorado es común, alterado y aplicado en altas dosis puede producir la muerte de una persona”. Lo que el equipo científico analiza ahora es algo inédito en la ciencia forense, explica Etxeberria: “Trataremos de identificar el ADN de ese estafilococo dorado; establecer si es el común de la época y la zona, o si ha sido manipulado. Hay antecedentes de esto en arsenales militares que han alterado la cepa. Lo que buscamos es muy difícil: si fuera un estafilococo manipulado, trataremos de identificar el arsenal o país de donde procede”.

Cronología

El 11 de septiembre de 1973, Pinochet da un golpe de Estado. Salvador Allende se suicida en el Palacio de la Moneda.
El día 19, Neruda es trasladado a la Clínica Santa María, de Santiago de Chile.
El día 23, recibe una inyección. A las 10.30, fallece por "caquexia cancerosa”.
En 2011, el chófer denuncia el asesinato. El Partido Comunista se querella. Se abre la investigación.
En 2013, se exhuma el cadáver en abril. En noviembre, el equipo científico dice que no encontró restos de veneno.
El 25 de marzo de 2015, el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior envía al juez Mario Carroza el resultado de su investigación: “Altamente probable intervención de terceros” en la muerte.
Etxeberria recuerda la muerte del expresidente chileno Eduardo Frei en enero de 1982: fue intervenido de una hernia de hiato; su salud empeoró y murió envenenado. Sobre este hecho, el juez Carroza Espinosa asevera: “El Gobierno de Pinochet trabajó con sustancias químicas en laboratorios para eliminar a personas, y el presidente Frei es una de las víctimas. Lo que se supone es que esto pudo iniciarse apenas empezó el golpe de Estado, porque pocos días después murió Neruda, y su caso pudo ser el germen”.
Cuatro años y medio ha tardado el biógrafo en estudiar la vida de Neruda. Y cuatro años y medio ha tardado la investigación judicial. Pronto, dice el escritor, “el equipo internacional de científicos dirá si hubo intervención de terceras personas en la muerte del poeta, es decir, si la dictadura de Pinochet perpetró el asesinato de Pablo Neruda a través de una inyección letal. Todo estaba preparado para su viaje a México, como me ha explicado el embajador mexicano de entonces, Gonzalo Martínez Corbalá, y en el exilio el poeta se hubiera convertido en la principal voz de denuncia de la junta militar. Neruda solo tenía 69 años y un mes antes el urólogo que lo atendía le había concedido una esperanza de vida de unos cinco años en función del cáncer de próstata que padecía. Así lo dijo en infinidad de ocasiones Matilde Urrutia, su esposa. El golpe de Estado y la derrota de la Unidad Popular, la muerte del Presidente Salvador Allende y la persecución contra sus compañeros, cuya magnitud descubrió finalmente, le abocaron a una agonía física y emocional terrible".
Aunque el resultado pericial sea negativo, el juez Mario Carroza Espinosa puede dictaminar la intervención de terceras personas a tenor de las pruebas testimoniales y documentales. Lo que parece probado es que la salud del poeta se agravó tras una inyección y, como señala el documento oficial, seis horas después murió. Es la verdad confirmada 42 años, un mes y doce días después de aquel fatídico desenlace.



Raquel Graciela Fernández / Eau de parfum

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Bellísima habanera
El Malecón, La Habana, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas


Raquel Graciela Fernández

EAU DE PARFUM







Vos sabías desordenarme.


Sabías tocarme ahí


donde nacían todos los olores,


donde el poema más feroz comulgaba


con el dictamen de la sangre,


y yo mugía como un barco


o como un trueno,


y relumbraba como como un pájaro acostado


en la línea más caliente del verano.



(Entonces mi cuerpo era


una nube, un cuadro,


una siesta, un libro de misa,


un lápiz azul mordisqueado en la punta


y sumaba todos los perfumes


porque yo era todas las cosas).




Desnuda, entre tus dedos,


era el olor del Universo.



Raquel Fernández nació en Avellaneda. Ha recibido numerosos premios y es autora de “Ojos que miran el cielo”, “Revelaciones”, “Todos los hombres que me amaron”, “Hermano”, “La antigua enfermedad del otoño”, "Cierta condición nocturna", "Como nosotros", “Once upon a time” e "Interrumpidas". Estos son los enlaces de sus blogs: Pan con cicatrices y Más de cien mentiras.



Elliott Erwitt / No sé si la foto es buena hasta que la revelo

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Elliott Erwitt
Nueva York, 1999

Elliott Erwitt

“Nunca sé si la foto es buena 

hasta que la revelo, a pesar de los años”

Elliott Erwitt, uno de los fotógrafos más famosos de la agencia Magnum, regresa a Cuba

Vuelve medio siglo después de lograr sus célebres retratos de Fidel Castro y Che Guevara




'Malecón', imagen tomada en la capital cubana La Habana el pasado verano. / ELLIOTT ERWITT
Sentado en una cómoda butaca en un remedo de taberna caribeña abierta en una antigua fábrica de gas de Ámsterdam, Elliott Erwitt,de 87 años, uno de los fotógrafos más famosos de la emblemática agencia Magnum, asegura con picardía que “la mejor imagen siempre es la siguiente”. Aunque la respuesta parece una evasiva para no elegir entre las miles de instantáneas de su veintena de libros, no es eso. Apodado el maestro del momento oportuno, capaz de captar con igual agudeza a una pareja anónima besándose que a Marilyn Monroe, Richard Nixon, Jacqueline Kennedy en el funeral por el asesinato de su esposo o Bob Dylan, admite que “una buena situación mejora las posibilidades de dar con la escena adecuada”. Pero no todo es suerte ni oportunidad. Un cierto grado de incertidumbre parece ser el ingrediente esencial para que la fórmula funcione, porque, según asegura: “Nunca sé si la foto es buena hasta que la revelo, a pesar de los años que llevo en esto”.
En 1964, esa sensación debió perseguirle a menudo en Cuba, cuando acompañó a Che Guevara y a Fidel Castro hasta lograr varios de los retratos más representativos de los protagonistas de la revolución, para la revista NewsweekEl pasado verano, Erwitt regresó a la isla, en pleno cambio, y volvió a encontrar “con la gente más amable y generosa de espíritu del mundo”. “O por lo menos del Caribe”, añade después con otro guiño, para explicar que su enfoque es el mismo de hace medio siglo. “Si bien los cubanos están de moda, y lo saben, el cambio social será lento”, y él ha intentado captar con su cámara Leica a cuestas la mirada de la población en este momento. Fidel y el Che han desaparecido del encuadre y ya no miran con aplomo al espectador fumando sus cigarros puros. Pero el documental fotográfico en blanco y negro, el estilo que Erwitt domina, devuelve escenas igualmente intensas de cubanos en su quehacer diario. Adultos y niños que le permitían trabajar sin problemas; meterse en sus vidas durante un buen rato. “Algo muy difícil de hacer en la calle en cualquier otro lugar. En eso, La Habana no ha cambiado. Lo que cuenta es el ojo del fotógrafo. Lo que ve. Porque se suele presentar la ciudad cayéndose a pedazos. Con los mismos coches de los años cincuenta, pero ese no es el estímulo, o el tema, como quiera llamarlo, que me atrae. Es más personal. Siempre se trata de la gente”.
Para que esa mirada no se pierda, el fotógrafo se ha unido a la marca de ron Havana Club para crear una beca (havana-fellowship.com) que permita a un joven colega viajar a Cuba y elaborar un documental a su manera. Es decir, mezclándose con los verdaderos protagonistas y desapareciendo casi del escenario, “pero con la impronta del elegido”.

El impulso de Capa

Hijo de emigrados rusos que huyeron de los bolcheviques, Elio Romano Erwitz nació en París en 1928, vivió 10 años en Milán y se trasladó luego con su familia a Estados Unidos. Con su apellido algo retocado y convertido en Erwitt, tal vez para evitar errores, su querencia por la fotografía se remonta a la adolescencia. En 1949, ya veinteañero, conoció a Robert Capa, el legendario fotógrafo y posterior fundador de la agencia Magnum junto con Cartier-Bresson, que le proporcionó algunos contactos. Con el estallido de la guerra de Corea, Erwitt fue alistado y acabó… en una base militar en Francia. Lo de captar el momento excepcional, el gesto, la mirada, no llegó como resultado de años de trabajo. “Las fotos bien hechas, las que te llegan, no necesitan retoques”, señala tantos años después. Y la verdad es que su primer éxito corrobora sus instintos.


Erwitt, el pasado mes de octubre en Ámsterdam. / SANDDER LANEN
En sus horas libres, porque a Francia ya fue como fotógrafo militar, observó a los soldados en los barracones. Cama y aburrimiento es el título de la serie de imágenes que envió a un concurso de la revistaLife. Ganó un segundo premio, y cuando se licenció del Ejército, Capa le metió en Magnum convencido de su valía.
Antes de que Fidel y Che Guevara asomaran a su objetivo, sus mejores modelos eran mucho menos conocidos. Para deleite de sus seguidores, ha llenado hasta cuatro libros con instantáneas de perros, y de las piernas y manos de los dueños. Componen una buena porción de su obra y también una de las más celebradas, porque, de verdad, perro y amo forman un dúo imbatible no exento de crítica social. “Cuando una foto es buena, ya está. No necesita nada más. Por eso no me gustan los retoques digitales, por otra parte, complejos en la fotografía documental”, asegura. Listo para regresar a Cuba para una tercera aventura, una edición limitada de siete de las fotos que tomó en verano será vendida para apoyar la dotación de la nueva beca. El primer beneficiario será anunciado la próxima primavera y Erwitt espera que no deje pasar “el instante esencial” porque luego, ni siquiera el mismo paisaje es igual.

El maestro del momento oportuno

Hijo de inmigrantes rusos, Elliott Erwitt (París, 1928) estudió fotografía en Los Ángeles y Nueva York y ganó su primer premio cuando estaba en el ejército.
Robert Capa le contrató para la agencia Magnum en 1953 y su especialidad es “estar en el lugar adecuado en el momento oportuno por casualidad".
Sus retratos de Marilyn Monroe, Richard Nixon, Simone de Beauvoir, Che Guevara o Fidel Castro son legendarios. El rostro de Jacqueline Kennedy, con velo negro, en el funeral de su esposo, es uno de los más reproducidos de la historia.
Sus cuatro libros dedicados a perros de todas las razas son famosos, incluso para los que no recuerdan su nombre.
El pasado verano volvió a Cuba y se reencontró “con la gente más amable y generosa de espíritu del mundo”.


Guillermo Cabrera Infante / Los placeres de la vida

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Guillermo Cabrera Infante

Guillermo Cabrera Infante

Los placeres de la vida

En el comienzo fue el cine. No se puede concebir la vida y la obra de Cabrera Infante sin el cinematógrafo



La publicación de las Obras Completas de un autor es su consagración. Cuando una editorial privada decide publicar todas las obras de un escritor quiere decir que considera que el mercado lo demanda. Si, además, se incluye la recopilación de artículos, entrevistas, crónicas, reportajes y críticas, como es el caso de estas obras de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929-Londres, 2005) que ahora presenta Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, se puede decir que se ha consagrado la primavera y se ha consagrado Cabrera. Es su triunfo sobre los mediocres, los burócratas y los comisarios literarios y políticos de un régimen que le estigmatizó hace más de cincuenta años y que asiste desde la degradación de su sistema a la irresistible ascensión de uno de sus grandes talentos narrativos.
Y en el comienzo fue el cine. No se puede concebir la vida y la obra de Cabrera Infante sin el cinematógrafo. El primero de los inicialmente previstos ocho volúmenes (El cronista del cine. Escritos cinematográficos I) recoge el espléndido y sabio Un oficio del siglo XX, en el que muestra su personal y rompedor estilo literario en el que la ironía es la reina de la casa. Siguen más de mil páginas en las que se recopilan por primera vez en formato de libro las críticas, artículos, reportajes, obituarios y entrevistas publicadas en la revista Carteles. Ahí están las entrevistas con Marlon Brando o Luis Buñuel, los reportajes sobre la muerte de Bogart y de James Dean, textos de un talento literario que no ha hecho más que crecer en vida, y en admiración tras su muerte.
El cine es también el epicentro de su tormentosa relación con el castrismo. El cortometraje P. M., de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, realizado en 1960 y censurado por la incipiente revolución cubana, fue el principio del fin de la relación del escritor con el régimen. Un cortometraje ingenuo y sencillo que mostraba cómo se divertían al anochecer con el baile, las copas y la música los cubanos, pero que, al parecer, atacaba los principios de una revolución con vocación de eternidad que ha potenciado siempre más la delación que la creatividad.
El plan de edición previsto está estructurado en ocho volúmenes y en él se recogen todas sus obras publicadas en vida, desde las extraordinarias Tres Tristes Tigres y La Habana para un infante difunto,textos imprescindibles para conocer un tiempo, un país y unas gentes —la Cuba precastrista— con mucha más verosimilitud, gracia y rigor que las maniqueas narraciones de los siervos del dictador, a las publicadas tras su muerte (La ninfa inconstante, Cuerpos divinos) y dos novelas y un libro de cuentos que aún permanecen inéditos.
Naturalmente, tampoco es concebible la obra y la vida de Guillermo Cabrera sin un vínculo constante con la política. Otro de los volúmenes recogerá todos sus escritos políticos, vertebrados en torno a su Mea Cuba. De su inicial protagonismo revolucionario pasó a ser uno de los primeros apestados del régimen y, por tanto, de la intelligentsiainternacional fascinada entonces por la revolución cubana. El tiempo le dio la razón y lo que entonces parecía un deseo de construir una nueva sociedad y un hombre nuevo devino en la dictadura más longeva del continente americano. Los marielitos, la persecución a los homosexuales o la dependencia absoluta de la ex Unión Soviética o de Venezuela son algunos de sus brillantes logros. Mientras tanto, el primer cubano apestado social y cultural continuaba su cotidiana labor desde un modesto piso londinense. La pintura, la música, los viajes, siempre el amor, la literatura o el puro humo de los habanos eran objeto de sus brillantes escritos ahora recopilados. En realidad, Guillermo Cabrera escribió siempre sobre los placeres de la vida pese a que la vida no siempre le resultó placentera. 


Juan Cruz / Guillermo Cabrera Infante, un desgarro literario

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Cabrera Infante, un desgarro literario

Llega a las librerías ´Mapa dibujado por un espía`, sobre su despedida de Cuba


    JUAN CRUZ Madrid 4 NOV 2013 - 09:54 CET


    Guillermo Cabrera Infante. / DANIEL MORDZINSKI
    En los primeros años de su exilio en Londres, y en los días más fríos, Guillermo Cabrera Infante se iba despojando de su ropa, de su saco, de los pantalones, de la ropa interior, de los calcetines, hasta que se quedaba completamente desnudo ante su máquina de escribir, una Smith Corona que le acompañó siempre. Así, desnudo, cerca de un mapa de La Habana, escribió La Habana para un infante difunto. Y, aun más, escribió un libro que hasta ahora ha permanecido secreto, Mapa dibujado por un espía, que su mujer Miriam Gómez y su editor Antoni Munné (Galaxia Gutenberg) han decidido dar a la imprenta.
    Dar a la imprenta este libro secreto fue una decisión dolorosa. “Pero tenía que salir”, confirma Miriam Gómez. “La materia de la escritura de Guillermo era él mismo. Y este libro es él mismo, en su dimensión humana más descarnada”. Lo que cuenta en Mapa dibujado por un espía le cambió la vida. Ocurrió en 1965, cuando ya había ganado el premio Biblioteca Breve por Tres tristes tigres y era agregado cultural del embajador cubano en Bruselas; fue entonces cuando recibió la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, y viajó a La Habana para velarla. Lo que ocurrió a partir de entonces fue un conjunto de vejaciones que él relata con la naturalidad asustada de un perseguido. No deja un detalle fuera; es tan minucioso, y tan triste, como el relato de un condenado en un campo de concentración. No oculta la vida doméstica y sus miserias, ni los amores y sus intrigas, y es en todo momento descarnado hasta hacerse sangre, y hasta hacer sangre.
    En seguida supo Cabrera Infante que en aquella atmósfera no podía quedarse y decidió que debería regresar a Europa por cualquier medio. Hasta que lo logró. La sensación que tienen Miriam Gómez y Munné es que él escribió ese relato minucioso y terrible al poco de salir de la isla; probablemente era lo que escribía cuando se desnudaba ante la Smith Corona en aquellos amargos, y gélidos, días de Londres después de que lo sometieran los médicos a los electroshocks con los que quisieron aliviarle su crisis nerviosa.
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    Miriam Gómez conserva en la mesa de su comedor, en el loft en el que convirtieron los dos su casa de siempre en Londres, un mapa de La Habana. Siguiéndolo paso a paso él recuperó su memoria de la ciudad. Y este Mapa dibujado por un espía es también, como dice Antoni Munné, “la cartografía de una despedida”. Nunca volvió a La Habana, pero se la sabía de memoria. Aquí, en este mapa, esa memoria está intensamente herida.
    “La Habana era para él un recuerdo”, dice Miriam Gómez, “pero allí se le convirtió en un infierno”. Reconstruyó, en La Habana para un infante difunto, por ejemplo, todo lo que ya se había derruido. Y no tenía nostalgia. Uno no tiene nostalgia del infierno”.
    Ese manuscrito permanecía entre los papeles secretos que dejó Cabrera Infante cuando murió, en febrero de 2005. “No los toques”, le había dicho a Miriam. Nunca lo abrió. Ella sabía muchas de las historias que contenía el sobre, incluso las más duras para ella, pues ahí su marido contó avatares sentimentales muy íntimos, que a ella la podían dañar. Y dejó a Munné que decidiera sobre lo que había en ese sobre cerrado. Dice el editor: “Lo leí en un par de noche en Londres. Fue una sensación tremenda. Es un testimonio enormemente humano y melancólico de alguien que sufre una enorme decepción. Una decepción que no le viene de nuevo, porque él ya albergaba muchísimas dudas acerca del curso de la Revolución, pero que se le confirma y se le aumenta. Y cuando digo que es enormemente humano me refiero a la peripecia vital: un hombre joven de 36 años que asiste a una pesadilla kafkiana que le hace comprender que va a perder amigos, familiares, país, y que ve cómo se derrumba todo aquello que había vivido; todo eso son síntomas de que eso no tiene vuelta atrás”.
    El resultado, para este primer lector, fue “de una profunda tristeza, y esa misma tristeza se ha reproducido en todas las lecturas posteriores”. “Te va a doler”, le dijo a Miriam Gómez. Pero ella aceptó. “Yo le tenía pánico al libro, conocía el romance que cuenta. Pero me daba miedo leerlo. Lo leí, cuando Munné lo había acabado. Fue un golpe terrible para mí. No podía creer lo que estaba leyendo”. ¿Y qué pasó? “Se agrandó mi admiración por él. Él es la materia de su escritura, y aquí está grande, inmenso. Un padre bueno. Un hombre entero, sufriendo, sabiendo que si no se alejaba de aquella monstruosidad, la Cuba de Castro, iba hacia la destrucción. Cuando él vio la realidad se dio cuenta de que no podía ser cómplice de lo que estaba pasando ahí”. La historia de mujeres que hay en el libro es dura, pero no inesperada. “Guillermo era un loco por las mujeres, creía que eran superiores, para él su madre misma era un ser superior. Cada vez que tenía un problema, él se agarraba a las mujeres…”.
    “Mapa dibujado por un espía parece escrito de un tirón”, dice Munné, como “un exorcismo necesario, para no olvidar nada”. Pero logra mantener el interés en todas las páginas, como un cronista notarial que no quiere que se le escape ni el menor atisbo de las metáforas, duras o simples, que hay en la vida cotidiana. Es el libro más desgarrador de Cabrera Infante. Su descubrimiento, dice el editor, contribuye a conocerlo mejor. “Constituye un testimonio de uno de los más grandes escritores en lengua española. A la altura de lo que fue el viaje a la URSS de Gide o de la obra de grandes disidentes como Orwell y Koestler”.
    Munné revindica su publicación “como algo que el lector tenía derecho a conocer”. Su viuda, Miriam Gómez, piensa lo mismo. “Su escritura era él, él era la materia de sus libros. Cuando lo veía desnudarse ante la máquina de escribir me decía a mi misma: ‘Qué estará escribiendo este hombre’. Se estaba desnudando por fuera y por dentro. Por eso es tan desgarrador leer ahora este tremendo testimonio doloroso”.


    Guillermo Cabrera Infante / Y va de cuentos

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    Y va de cuentos

    Por Guillermo Cabrera Infante



    Cabrera Infante traza en esta conferencia inédita un atlas geográfico e histórico del cuento: desde la aparición de la onomatopeya hasta el arte narrativo de Borges. El autor de Puro humo (Alfaguara, 2000) también forma parte de ese mapa, como lo demuestran los tres cuentos que componen su libro Delito por bailar el chachachá.
    Letras Libres
    Septiembre 2001 


    El cuento es tan antiguo como el hombre. Tal vez incluso más antiguo, pues bien pudo haber primates que contaran cuentos todos hechos de gruñidos, que es el origen del lenguaje humano: un gruñido bueno, dos gruñidos mejor, tres gruñidos ya son una frase. Así nació la onomatopeya y con ella, luego, la epopeya. Pero antes que ella,cantada o escrita, hubo cuentos todos hechos de prosa: un cuento en verso no es un cuento sino otra cosa: un poema, una oda, una narración con metro y tal vez con rima: una ocasión cantada no contada, una canción.
         Aun antes de que aquel anónimo artista de Altamira pintara sus minuciosos murales, habría habido un autor anónimo en la zona que contara cuentos a sus compañeros de cueva sentados alrededor de una hoguera. El hombre, lo sabemos, es el único animal que hace fuego. El cuentista es el solo ser humano que hace cuentos. Esos cuentos serían, por ejemplo, narraciones de un día de caza perdido tras un ciervo blanco con un cuerno en la frente. Los cuentos no perduraron en los muros de la cueva, pero no se perdieron: fueron de nuevo encontrados, contados, en la memoria colectiva.
         Siglos más tarde otro cuentista con el mismo cuento embelleció al ciervo blanco y lo hizo mito al llamarlo unicornio. La experiencia sería ajena pero ya fue suyo el tema del unicornio perdido. Muchos siglos después otro cuentista adornó con metáforas (es decir, embelleció poéticamente) a ese animal único con su único cuerno. Cuando pasaron otros siglos ya el hombre que cuenta había aprendido a escribir (y por supuesto a leer) y otros animales y otros hombres que se convertían en animales poblaron con cuentos lo que llamamos mitología pero que eran para ellos esa trascendencia que es la religión. En otro siglo, cuando ya otros hombres no creían en esa religión de dioses tan humanos que se confundían con los meros mortales, uno de ellos, un poeta llamado Ovidio, escribió Las metamorfosis. Allí de la religión no quedaban más que los cuentos que se contaron por primera vez alrededor de una hoguera en una cueva. Eso ha hecho del cuento el género literario más antiguo y más proteico.
         Proteico, como sabemos, viene de Proteo, dios griego que hace su debut en la Odisea, poema hecho de cuentos. Proteo lo sabía todo de todo, pero cambiaba su forma para no ser interrogado. Es decir, lo contrario de un autor actual que nunca cambia de forma pero busca siempre ser interrogado: por la prensa, la radio y la televisión —y a veces por la policía. No creo que haya que insistir en que Proteo era una metamorfosis hecha dios. Proteo queda muy cerca de prosa, que es lo que los cuentistas cultivan. Proteico, prosaico —da igual.
         Los griegos, además de Homero y su Odisea, cultivaban el cuento, y una novelita, que es lo que es Dafnis y Cloe, publicada en el año segundo de nuestra era, es un posible antecedente. Pero son cuentos los que componen como novela al Satiricón y uno de sus fragmentos más memorables es el llamado "La viuda de Éfeso", que es un cuento perfecto muchas veces citado, copiado incluso. Entre otros por Jean Cocteau, poeta tan teatral que convirtió el cuento en una pieza, cobrada para el teatro.
         El cuento, pronto proteico, parece que desaparece en la Edad Media y es que se arropa con los versos del romance, en los romans courtois, donde aparece como cuentos de aventuras o el Roman de Renart, en que sirven a un fabulario, no lejos del zoológico de Esopo. En la saga arturiana (que no hay que confundir con la sopa asturiana, cuento de fabas) el romance adquiere un tono mágico, casi místico que le es exclusivo. Pero la historia paralela del amor fatal de Tristán por la bella Isolda es, como quiere Bedier, un cuento de amor, de locura y de muerte en que el aura mágica no debe nada a los modelos griegos y romanos.
         Pero el cuento, siempre recomenzado, reaparece donde menos se lo esperaban los trovadores medievales —en el Oriente.
          
         Los árabes siempre se mueven entre el harén y la arena
         Las mil y una noches es la más monumental compilación de cuentos del fin de la Edad Media. Esos cuentos son la más traducida (y conocida) literatura árabe después del Corán. Sus historias ("Alí Babá y los cuarenta ladrones", "Aladino y la lámpara maravillosa" y "Simbad el marino") tienen tanta popularidad como cuando fueron traducidos a los distintos idiomas europeos. Su influencia es perceptible desde Boccaccio y Chaucer. Pero antes un extraordinario escritor español, el Infante Don Juan Manuel, incluyó en su Libro de los ejemplos más de un cuento árabe que venía de Las mil y una noches, convertida entonces en tradición oral. Al revés de lo que ocurre con los cuentos contemporáneos en Europa, Las mil y una noches tiene mil y un autores y la despabilada princesa Sherezada es un autor colectivo que cuenta con voz de mujer. Son en todo caso cuentos de encanto y hasta su título en árabe es encantador, encantatorio: Alf Layla wa Layla. De esa vasta colección de cuentos se ha rastreado su origen hasta el siglo IX después de Cristo. Su última forma es del siglo XVI. Es decir que el libro cubre con su embrujo oriental casi toda la Edad Media cristiana —a pesar de que cada comienzo de cada cuento dice: "...pero Alá es más poderoso". Después sigue una clase desconocida de poesía que las infieles y cruentas traducciones no han conseguido aniquilar. Sherezada es la más poderosa máquina de matar el aburrimiento y la crueldad del rey que siempre asesinaba a la consorte de cada noche con excepción de la cuentista, una mujer aunque amenazada amena.
         Chaucer repitió el esquema en verso en sus Cuentos de Canterbury. Pero lo logró Boccaccio en prosa en su imitado, inimitable Decamerón. Es curioso que Cervantes, un artista supremo, buscara la inspiración en los cuentos italianos y no en los ejemplos del Infante Don Juan Manuel, que inclusive regaló a Shakespeare su "Mancebo que casó con mujer brava". Pero es que Boccaccio es un cuentista natural, como lo fue la cuentacuentos árabe. Cervantes, que inauguró la novela moderna, la más imitada, llamó libro al Quijote y "novelas ejemplares" a sus cuentos y declaró "que en ningún modo podrás hacer", lector, "pepitoria". Pero reveló su arte y oficio: "Mi intento ha sido poner... una mesa de trucos". Y añadió: "donde cada uno pueda llegar a entretenerse".
         Un escritor cairota, Naguib Mahfuz, en sus Días y noches árabes, que el editor cataloga como novela (los editores son capaces de llamar novela a la guía de teléfonos, que no tendrá narración pero tiene personajes), este escritor, consciente, demasiado consciente, trata de hacerse una Sherezada frecuente. Pero fracasa. El libro quiere ser árabe y es sólo egipcio.
         Mientras que Los cuentos negros de Cuba son mis Mil y una noches negras, contadas por una Sherezada blanca, Lydia Cabrera, para entretener las noches en vela de una amiga moribunda. Al final del libro ya la enferma estaba muerta, pero los cuentos viven en la inmortalidad de la literatura. Los he clasificado, calificado como antropoesía.
         La trama que teje Sherezada cada noche, Penélope cuentista con miles de pretendientes, ha llevado a muchos escritores —desde Don Juan Manuel y Boccaccio y Chaucer— a intentar una imitación en que diversos talentos quieren emular el encantamiento árabe. Pocos lo han logrado, pero un escritor que es nuestro contemporáneo, Manuel Puig, en su Beso de la mujer araña, es una Sherezada argentina y cuenta cada noche una película que inventa para su compañero de celda, que es su visir cruel: totalmente sordo a los regalos orales que le hace Puigerezada —como es ciego a sus avances sexuales. 
         Edgar Allan Poe inventó con tres cuentos —"Los crímenes de la calle Morgue", "El misterio de María Roget" y "La carta robada"— él solo la literatura policial, que son el cuento y la novela de misterio. Todos los cultivadores del género recién creado fueron sus epígonos, desde Arthur Conan Doyle, originador del insólito Sherlock Holmes, hasta Dashiell Hammett y Raymond Chandler, novelistas que fueron también cuentistas y de paso renovaron el género. Una epígona (si alguien ha dicho jóvenas yo puedo decir epígona), Agatha Christie, ha dicho: "El cuento es el dominio natural de la literatura de crimen y misterio". Muchos cuentistas, casi todos anglosajones, hicieron del cuento su hábitat, que era como una casa con fantasmas. Todos siguieron el dictado de Poe, que dijo que el cuento "es una narración corta en prosa" y definió el cuento corto como una pieza literaria que "requiere de media hora a hora y media o dos para leerla". Esta es una importante manera de uso, "con cuidado". Pero hay, ¡ay!, lectores descuidados. Para éstos la mejor manera de leer es leer en el avión —un best-seller o libro que se compra porque se vende.
         Los herederos de Mark Twain fueron tantos como los seguidores de Poe, pero ellos, llamémoslos humoristas, atendieron sólo al lado luminoso de la luna de Twain —sin ver sus zonas de sombra y de penumbra. El más exitoso de ellos fue Damon Runyon con sus historietas en que el bajo mundo de Nueva York aparecía poblado de gángsters sentimentales, jugadores sementales y unas cuantas mujeres de dudosa moralidad con un seso que se leía como sexo. El cine y el teatro, donde nadie lee, crearon un Runyon ilustrado para iletrados. Runyon, que hacía reír, se iba riendo al banco siempre: risa y prisa.
         No sólo los cuentistas con humor han tenido éxito popular. A partir del siglo XIX también cultivaron —y fueron populares por un tiempo— esa rara planta elusiva que se llama "cuento fantástico". En Inglaterra, donde habían desperdiciado la tradición realista iniciada por Chaucer, hubo muchos autores de fantasías cuyo objeto no era inducir el sueño sino la pesadilla. Están entre otros Arthur Machen, Saki y Roald Dahl. En Irlanda, tierra de lucidas leyendas nada lúcidas, Sheridan Le Fanu fue un cuentista de misterio y terror, cuya colección In a Glass Darkly (en Dublín, ciudad alcohólica, toman el espejo, glass, como vaso y el libro se llama En un vaso oscuro) es uno de los clásicos del cuento de terror como horror. Su contrapartida fue más tarde en Estados Unidos H. P. Lovecraft, un antecedente de la ciencia ficción, género que prácticamente inventó H. G. Wells en Inglaterra. La ciencia ficción encontró en el cuento su forma perfecta para un arte imperfecto. Todos los maestros del cuento de horror anglosajón tienen, hay que decirlo, como antecedente primero, una vez más a Poe. 
         Hay que hacer un punto y aparte para Rudyard Kipling, tal vez el más grande cuentista inglés de todos los tiempos. Kipling no debe nada a Poe o a Mark Twain y es a Inglaterra lo que Maupassant fue a Francia y Chejov a Rusia: un cuentista natural. Comenzó publicando en periódicos indios y cuando por fin vino a Londres, que era entonces el centro del universo literario, tenía apenas veinte años. (Kipling es casi un contemporáneo —murió en 1936.) Detrás dejaba la India, aunque fue precisamente su lado musulmán lo que más le interesaba del subcontinente. Kipling cultivó todas las modalidades del cuento, del monólogo a la conversación y hay algunos cuentos que están todos hechos, como quería Sterne, de digresiones, pero también de invenciones memorables. Mucho antes que Conrad o Somerset Maugham descubrieran el mundo exótico del Oriente. Pero para Kipling, nacido en Bombay, era la vida vivida y vívida.
         En Francia no tuvieron un Chaucer, pero tuvieron un maestro del cuento ya tarde en el siglo XVIII, temprano en su arte de la ironía, realizado con una inteligencia poco común. Me refiero a Voltaire, cuya obra maestra, Cándido, no es una novela sino una fábula con una moraleja en cada página. Los franceses debieron esperar todo el siglo XIX para que, al final, surgiera uno de los grandes cuentistas de todos los tiempos, Guy de Maupassant, asombroso autor de una obra maestra del género tras otra. Maupassant tuvo de maestro a Gustave Flaubert y de mentor a Émile Zola. Pero ninguno de los dos, a pesar de que tanto Flaubert como Zola escribieron cuentos memorables, pudo superar al alumno que nació para el cuento. Su influencia fue enorme en todas partes y tuvo seguidores (si no verdaderos plagiarios) en Inglaterra, Estados Unidos y Rusia.
         Es en Rusia donde tiene Maupassant un rival extraordinario, Anton Chejov, que comenzó haciendo chascarrillos y chistes para la prensa y terminó trasladando sus cuentos maestros, con un arte inesperado, al teatro. Chejov, que podía reclamar para sí a Nicolai Gogol (autor de "La nariz" y "El capote", entre otros cuentos), era un admirador de Tolstoi que escribió cuentos como partes de guerra y fue contemporáneo de otro cultivador maestro de la forma breve, Iván Turgueniev. Pero la influencia mayor en el autor de "La dama del perrito" y "La cigarra" es, es evidente, Maupassant. De Chejov derivan Gorki y todos los cuentistas rusos de principios de siglo, que parecían salir de la tierra rusa —hasta que llegó Stalin y con su cultivo forzado del realismo socialista convirtió la fértil literatura rusa en un desierto con tractores.
         Otro seguidor de Chejov fue en Inglaterra Somerset Maugham, maestro del cuento inglés como del relato extranjero. Fue, es todavía, un autor de una popularidad que llegó a la escena y al cine: varias películas maestras, como La carta, están basadas en sus cuentos. Maugham, en sus cuentos exóticos, está influido por las narraciones de los Mares del Sur de Conrad, y a su vez Maugham ha influido en otros cuentistas, sobre todo en los cuentos urbanos de John Cheever o John Updike, productos típicos de la revista The New Yorker
         Si James Joyce hubiera muerto después de publicarDubliners sería todavía considerado un escritor notable y un gran cuentista. Traducir es reescribir. Traduje Dublineses y pude encontrar los tricks y tics de Joyce, pero también sus cuentos maestros originales y sombríos tanto como su escritura cómica. "The Dead" (que traduje como "El muerto") es una obra maestra dolorosa y uno de los grandes cuentos escritos en inglés, casi una novela por sus personajes inolvidables y su extensión. "The Dead" no es un antecedente de Ulises, sino una pieza acabada en sí misma de una prosa milagrosamente extraordinaria.
         Habría que hablar de uno de los escritores más originales del siglo XX, Franz Kafka, inventor de la fábula con una moraleja teológica, es decir metafísica. A su vez su influencia se hace sentir en muchos escritores judíos, como Isaac Bashevis Singer o genuinamente gentiles como Milan Kundera, que lo reclama para la literatura checa, a pesar de que Kafka escribía en alemán y pertenece a la cultura talmúdica. Afortunadamente para los que no somos ni checos ni judíos ni alemanes Kafka se puede leer con un genuino deleite literario.
         Un epígono de Kafka, judío como Kafka, apareció no en Checoslovaquia sino en Polonia. Se llamó Bruno Schultz, cuentista. Su Tiendas de la canela es de una originalidad delicada: una visión de la vida judía en un pueblo de Polonia que oscila entre la magia y un realismo tierno. Schultz, no debemos olvidarlo, fue asesinado por un teniente de los ss, castigo tremendo sólo por estar parado en una esquina sin hacer nada. Al revés de Kafka, nunca soñó siquiera su final. Es que el totalitarismo es siempre enemigo de la literatura. 
         El cuento americano del siglo XX no debe nada a Maupassant pero sí, luego, a Chejov. Su renacimiento se parece más a Twain que a Poe y comenzó, como con Twain, por una literatura regional que saltaba las fronteras del Medio Oeste para alcanzar a Nueva York y de ahí al mundo. El pionero se llamó Sherwood Anderson, patrocinador de William Faulkner y modelo de Ernest Hemingway. Su libroWinesburg, Ohio (conocido en Sudamérica y en Cuba comoLas novelas de lo grotesco, aunque no son novelas sino cuentos y eso de grotesco es gratuito, pero de alguna manera es un título con gancho) contenía una nueva visión del mundo adolescente en un pueblito de Ohio y su lenguaje, cosa importante, era entre ingenuo y sabio. Faulkner, que gracias a Anderson publicó su primera novela, es famoso como novelista o, mejor, como un poeta gárrulo, pero ha escrito una media docena de cuentos memorables. Hemingway por su parte es más cuentista que novelista: un artista que renovó la prosa moderna americana con sus diálogos sofisticados para conversar con primitivos, que son de una maestría todavía actual. Su cuento "Los asesinos", en que sólo con el diálogo se da una muestra del mal en forma de una conversación aparentemente casual, revela una violencia latente que nunca se hace patente. De este breve cuento partió la renovación de la novela policial con Hammett y Chandler, que escribieron primero cuentos de mentira y de muerte. Una película reciente, Pulp Fiction, con sus diálogos recurrentes, interminables y peligrosos, no tendría lugar de no haber existido "The Killers". Su mismo título, directo y brutal, sirvió al cine desde los inicios de las películas habladas: diálogos dichos por el costado de la boca —que es como se leen, sin mover los labios, las conversaciones de Hemingway.
         De los grandes escritores americanos de los años veinte, Scott Fitzgerald es el único que fue a la universidad —pero nunca se graduó. Todos, entonces, fueron autodidactas. Algunos como John Steinbeck y William Faulkner ejercieron los más variados oficios, casi siempre manuales. Ernest Hemingway se hizo periodista —que es casi un trabajo manual. El único utensilio que hay que aprender a manejar es la máquina de escribir y Hemingway siempre fue un mal mecanógrafo. Ellos eran cuentistas considerables pero su cultivo de la novela ha conseguido, con la excepción de Hemingway, ocultar su arte de cuentista. El ejemplo más a mano es Fitzgerald. Ustedes han leído o saben que hay que leer El gran Gatsby, exaltado por los críticos, favorecido por el cine con producciones en color y en blanco y negro, con Alan Ladd, el perdedor nato, y Robert Redford en una versión sosa de Alan Ladd. Algunos conocen su cuento "Un diamante tan grande como el hotel Ritz", pero pocos saben que vino de su colección de cuentos Historias de la era del jazz y nadie sabe nada de sus colecciones Jóvenes tristes todos Toque de queda en la diana

    Después de su muerte se publicaron dos colecciones de cuentos, El atardecer de un autor Los cuentos de Pat Hobby, una compilación sorprendentemente ligera para un tema dolorosamente autobiográfico: las venturas y desventuras de un escritor de alquiler en Hollywood —donde murió el autor.
         Faulkner también fue como Fitzgerald un alcohólico y como Fitzgerald también fue a Hollywood y sirvió como un alquilón de oro (o dorado), especialmente para el director Howard Hawks. Más astuto o más duro de domesticar, Faulkner iba a Hollywood pero una vez que cobraba su dinero salía corriendo a Oxford. No la universidad inglesa sino el pobre pueblo de Mississippi, en que nació y murió, en el más profundo y racista Sur. Al revés de Fitzgerald y Hemingway, Faulkner era un reaccionario público y un liberal privado. De estas tensiones están hechas no sólo sus novelas sino los muchos cuentos que escribió. A veces sus novelas como Las palmeras salvajes, cuyo hermoso título acaba de ser robado y jorobado por Oliver Stone, y Desciende, Moisés, están hechas de cuentos más o menos largos —algunas obras maestras tal "El oso". Otras de sus narraciones cortas, como "Una rosa para Emilia" y "Quemagraneros", aparecen en todas las antologías y formaron parte de la selección que hizo el propio Faulkner en sus Cuentos escogidos. Faulkner llegó a publicar un libro de cuentos —detectivescos. Se llama Gambito de caballo y el hilo conductor es una actividad que uno no asociaría con el narrador de Mientras agonizo y El sonido y la furia —el ajedrez.
         Contradictorio como Faulkner fue John Steinbeck: primero comunista, luego liberal y más tarde uno de los defensores más pertinaces del presidente Johnson y la guerra de Vietnam. Aparte de sus grandes éxitos en la novela, como Viñas de ira (conocida en España por un título menos bíblico pero más vitícola, Las uvas del rencor), que es, a pesar de ciertos críticos americanos como Mary McCarthy, una obra maestra popularizada en todas partes por John Ford en sus Grapes of Wrath, Steinbeck escribió y publicó muchos cuentos y su segundo libro, Las pasturas del cielo, es una colección de cuentos. Su cuento "El caballito rojo" es una pequeña obra maestra y sus cuentos largos, como De hombres y ratones y La perla, son obras maestras de ese género, la novella, que parecen haber inventado los escritores americanos, de Henry James con Otra vuelta de tuerca, hasta Hemingway con El viejo y el mar.
         Pero he venido a hablar del cuento. Cualquier intrusión de otros géneros debe considerarse una digresión. La digresiónno debe considerarse nunca una agresión. Como dice Laurence Sterne, es el sol que brilla sobre la conversación. También, dirían ustedes, sobre mi monólogo.
    Otro escritor contemporáneo de estos autores artistas fue un periodista que era un cuentista nato: el risueño y frágil Ring Lardner, que influyó a todos los maestros del humor americano que vinieron después. Lardner, embarcado en una misión imposible —crear el cuento de humor absurdo—, se autodestruyó por el alcohol. Otro escritor ahora olvidado, Erskine Caldwell, antes considerado el mejor cuentista del Sur salvaje, sabía mezclar el drama rural con una sexualidad que era entonces franca y atrevida pero divertida. Ahora, frente al cine, sus cuentos parecen suceder en un convento de monjas que fuman.
         Lardner, sin embargo, tuvo colegas de mérito, como James Thurber, Robert Benchley y Dorothy Parker, que se lo jugaban todo al humor. Mientras, otros de sus colegas en la revista The New Yorker se fiaban pero no confiaban en el elusivo amor —que muchas veces se escribía odio, otras tedio. Tal vez el mayor maestro entre ellos fue John O'Hara, que hizo de los diálogos aprendidos de Hemingway una suerte de sabia zarabanda en que todo se fiaba a la conversación, para revelar pero muchas veces ocultar a los conversantes, conversos de una religión atea. Desde entonces no ha habido un cuentista americano tan influyente y tan leído —si exceptuamos a Raymond Carver. Ambos, O'Hara y Carver, son a su manera epígonos de Hemingway. Hay otro gran cuentista contemporáneo que no viene de la tradición americana, que no es americano pero crea su propia tradición en América, aunque su arte singular no tiene seguidores. Aparte de sus grandes novelas escribió cuentos perfectos que, cosa curiosa, casi todos se publicaron por primera vez en la revista The New Yorker. Se llama, por supuesto, Vladimir Nabokov. Se acaban de publicar sus cuentos completos, donde hay por lo menos media docena de obras maestras del género —la docena de Nabokov.
         Si Los cuentos de Canterbury no tuvieron continuadores (excepto, por supuesto, en el uso del inglés: Chaucer juega en la literatura inglesa el mismo papel crucial que Dante en la literatura italiana) es tal vez porque los ingleses del siglo XVI y XVII no sabían leer pero sabían oír y apreciar la música de las palabras. Que venía de poetas dramáticos como Marlowe y Shakespeare y Ben Jonson, que eran, a su vez, sobre todo Jonson y Shakespeare, grandes cuentistas. Otro tanto ocurrió en España, donde se prefirió la novela picaresca y la comedia al cuento. Cervantes, qué duda cabe, es un gran cuentista, tanto en sus "novelas ejemplares" como en sus entremeses y en muchos de los cuentos que detienen con pasos ciertos los pasos inciertos del caballero, jinete loco, y su demasiado cuerdo escudero que va en burro a su lado. Todos sabemos que los siglos XVIII y XIX hicieron de España una tierra baldía literaria y aun el gran cuento español que recorrerá el mundo y la escena y el cine fue escrito por un francés. Se trata de "Carmen", cuyo autor, Prosper Merimée, lo situó en Andalucía pero lo escribió en París.
         Como ocurrió en Estados Unidos con el cuento escrito en inglés, el cuento escrito en español se escribirá en la América hispana. Un crítico peruano llamó a América (se refería más bien a Hispanoamérica) "novela sin novelistas". Se equivocó, claro está, pero no habría errado si hubiera llamado a las Américas continente que contiene cuentos. Por lo menos, si el título no es exacto, se hubiera podido beneficiar con mi aliteración.
         Thomas Colchie, traductor americano, pudo organizar una antología que tituló La hamaca bajo los mangos, que parece la descripción de un sostén, digamos, de Sarita Montiel.
         Pero es una excelente colección de cuentos cortos sudamericanos. No podría sin embargo haber compilado una antología similar llamada, digamos, Los dones de Rocío Jurado, con cuentos españoles. ¿Por qué? Porque simplemente habrá tetas que contener pero no cuentos contados. En toda regla hay una excepción luchando por salir y hay que decir que una reciente colección de cuentos de Javier Marías, Cuando fui mortal, que contiene cuentos no inmorales pero sí inmortales, podría continuar la tradición creada por Don Juan Manuel, que fue nieto y sobrino de reyes, adelantado del reino de Murcia cuando Murcia era un reino. Pero no es el escritor de la nobleza lo que nos interesa, sino la nobleza del escritor —y sobre todo su popularidad: Marías ha vendido cerca de cincuenta mil ejemplares de su libro de cuentos en pocos meses.
         Pero yo no he venido aquí a ensalzar a Marías sino al cuento americano o hispanoamericano, aunque tres de los más grandes cuentistas cubanos (Hernández Catá, Carlos Montenegro y Lino Novás Calvo) nacieron en España: en Castilla y en Galicia respectivamente. Lino Novás, otra sorpresa, fue el verdadero creador de esa cosa curiosa que se llama realismo mágico. Aparece en un cuento suyo, "Aquella noche salieron los muertos", mucho antes de que Alejo Carpentier formulara su teoría estética (pedida prestada a un surrealista francés) de "lo real maravilloso".
         Horacio Quiroga es el primer cuentista qua cuentista (me gusta esa palabra latina, qua, porque recuerda al agua,aqua, y repetida, qua, qua, parece un señuelo para patos,quaquaqua), es un loco perseguido por el infortunio. Perdió a su padre en un accidente de caza (cazaba patos en la frontera de Uruguay y Argentina: ambos países reclaman su paternidad) y su padrastro se suicidó poco más tarde. Perder un padre puede ser una desgracia, pero perder un padrastro me parece un descuido. Ambos, por favor anoten, murieron muertes violentas. Pocos años después Quiroga mató a su mejor amigo en lo que se calificó por los jueces como un accidente. Quiroga se casó y no mucho después de la luna de miel (obligó a la joven esposa a pasarla en la selva más espesa de Brasil), casi no tengo que decirlo, se suicidó ella. Casado de nuevo, su esposa, como la octava que desposó Barbazul, le sobrevivió. Enfermo de cáncer de la próstata (hasta en eso fue un adelantado) Quiroga escogió el suicidio.
         Me he detenido en la vida de Horacio Quiroga porque parece un violento culebrón y es más interesante que su ficción —que no es menos violenta. Uno de sus libros de cuentos se titula La gallina degollada y en el cuento que da al tomo su tono dos hermanos gemelos, idiotas ambos, tienen una hermanita que es una belleza. Pero los dos hermanos ven —o mejor, observan— cómo la madre degüella una gallina para la cena. Ellos prueban que la imitación es la madre de la experiencia y le rebanan el cuello a la hermanita.
         Leí los cuentos de Quiroga, todos, de adolescente y me los creí todos. Era, ya lo adivinaron, sano de mente pero impresionable. Ahora, aunque me amenazaran con la expulsión de esta charla no los leería ni amarrado. Habrán adivinado que Horacio Quiroga era un adicto no sólo a la morfina sino a la literatura de Edgar Allan Poe.
         Otro escritor de cuentos nacido en Argentina pero con la cabeza bien puesta es Adolfo Bioy Casares. A menudo se le asocia con Jorge Luis Borges, todo porque eran amigos y colaboraban en empresas narrativas. Alguien los ha llamado, a los dos, Biorges. Pero Bioy ha seguido escribiendo después de la muerte de Borges y cada vez es más individual y distinguido —no sólo de porte sino de escritura. Bioy escribió la más conmovedora historia de amor de la literatura en español de este siglo. Se llama La invención de Morel y aunque algunos la llaman novela, es una novella o cuento largo y, para mí, es perfecta. Es la mejor ilustración del consejo francés cherchez la femme.
         Ahora una breve interpolación para hablar, brevemente aunque él se merece ensayos y tratados, de este gran autor: un americano que no escribe en español y que no sigue la tradición de su lengua porque está creando ambas. Me refiero a Machado de Assís, el único gran novelista sudamericano del siglo XIX, que es a la vez un cuentista extraordinario: siempre original, siempre en la vanguardia de un hombre solo. Lean como aperitivo para una cena de un Trimalción literario su cuento "El psiquiatra".
         Felisberto Hernández de Uruguay era el opuesto físico de Virgilio Piñera de Cuba. No le gustaban los hombres flacos, como a Virgilio, sino las mujeres, muchas, gordas y caras: se casó cuatro veces. Al revés de Virgilio, que nunca fue musical, Felisberto (le podemos llamar Felisberto: nadie se llama así) era un músico profesional, que, cosa curiosa, era pianista de teatro pero en el foso, no para acompañar a sopranos más o menos ligeras, sino haciendo música de fondo a películas mudas. Sus vidas distintas tuvieron un final parecido pero diferente. Virgilio murió reconocido como un pederasta pasivo y había estado en la cárcel condenado por evirado. A su muerte fue llorado por poetas pederastas pero de su velorio desapareció su cadáver: las autoridades estaban convencidas de que su cuerpo presente recrearía al ausente con fines políticos. Felisberto murió de leucemia mucho más joven que Virgilio, pero su cuerpo se hinchó con tal desmesura que hubo que encontrar rápido un ataúd adecuado —que era tan enorme que no se pudo sacar por la puerta de la funeraria y salió hacia la eternidad por una ventana. 
         Hay un refrán latino que propone que al final se llega según fue la vida antes. Los respectivos finales de Virgilio Piñera y Felisberto Hernández fueron si no vidas, muertes paralelas. No es casualidad, me parece, que la editorial americana que publicó los Cuentos fríos de Piñera ahora publique los cuentos completos de Hernández. Pero hay que hacer notar y anotar una diferencia notable: Felisberto estaba un poco loco, Virgilio por el contrario tuvo siempre su cabeza bien dispuesta para la guillotina. No le hacía falta más que una revolución —y la tuvo.
         Juan Rulfo ha llamado a Guimaraes Rosa "el más grande autor que ha surgido en las Américas este siglo". No hay que exagerar, pero Guimaraes Rosa, que escribió la mejor novela de lo que se ha llamado "realismo mágico", es un gran escritor y para regalo de ustedes (ya que su obra maestra, Grandes Sertao: Veredas es larga, compleja y metafísica) hay un volumen de cuentos suyos titulado, sugestivamente, La tercera orilla del río, que es más zen que sensacional. Hay otros compatriotas de Machado de Assís que vale la pena citar aunque sea someramente. Murilo Rubiao con su cuento "El ex mago de la taberna de Minhota", que es sui géneris, como lo son los cuentos de Ubaldo Ribeiro, sobre todo su "Fue un día distinto cuando mataron el cerdo" y el elusivo y alusivo Rubem Fonseca, que con su "Corazones solitarios" creó un escándalo internacional al prohibirlo las autoridades de su país. El escándalo llegó hasta el presidente Carter, más conocido como el Manisero, no por la sabrosa rumba habanera sino por haberse enriquecido cultivando lo que en otras partes se llaman cacahuetes. Hay otra rumba llamada "Tanta lipidia por un medio de maní" cuyo título me lleva a explicarles mi interés y hasta mi afecto por los cariocas del cuento. No hay otro país en América que se parezca tanto a la minúscula Cuba como el gigantesco Brasil: ambos tienen su musicalidad en la música y en la lengua, ambos son una mezcla de blancos íberos y negros africanos, ambos han creado una nueva religión, que se llama en Brasil macumba y en Cuba santería. Todos creemos que el ritmo no sólo está en la música sino en el habla, en los movimientos del cuerpo y en eso que en La Habana se llama el caminao. Este ensayo mío, por ejemplo, está escrito como hablan en La Habana los hablaneros.
         No pienso muy bien, lo siento, de los cuentos de Rulfo, que me parecen parcos pero primitivos. Sin embargo creo que Pedro Páramo es una gran novela en pocas palabras y la mejor novela mexicana que se ha escrito —en este y en otros siglos. Lo contrario ocurre con el difunto Julio Cortázar: sus novelas son para mí aburridos ejercicios de una vanguardia a la que el tiempo ha enviado a la retaguardia. Pero sus cuentos, sobre todo los cuentos de familia, son extraordinarios y uno o dos —por ejemplo "El perseguidor", por ejemplo "La autopista del sur"— son admirables. Lo mismo ocurre con Alejo Carpentier, cuyas últimas novelas son lamentables si se comparan con las novelas que escribió en Venezuela: El reino de este mundo,Los pasos perdidosEl acoso. Pero su cuento "Viaje a la semilla" es una obra maestra del género. También lo es su cuento largo "Concierto barroco"—si se puede olvidar su final, que yo no quiero olvidar. También Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa han escrito y publicado cuentos. Pero, apreciados o despreciados, hay que considerarlos novelistas antes que nada o después de todo.
         Aquí llegamos a la gran literatura no sólo regional o continental sino mundial, universal incluso. Ahora viene y la trae con ella Jorge Luis Borges. No ha habido en el idioma un escritor más grande desde que Calderón de la Barca murió en Madrid en 1681. Cualquiera que haya leído un solo cuento de Borges (y afortunadamente Borges sólo escribió cuentos y ensayos como cuentos) se dará cuenta de que está frente a un escritor excepcional. Fue Borges quien dijo de Quevedo que no era un escritor sino una literatura. Con mayor justicia se puede afirmar que Borges es una literatura. Él solo, en su lejano Buenos Aires que después de él nos queda siempre cerca, ahí al lado, al doblar de una página, sólo Borges ha hecho del cuento toda una literatura y aun más, una teoría literaria. No tengo que citarles un solo título porque ustedes los conocen todos. Pero son cuentos no para leerlos sino para releerlos, recordarlos, memorizarlos y estar siempre acompañados del asombro. No sólo de su cultura y de su humor sino también de su arte narrativo. El oportunismo político le privó de ganar el Premio Nobel que tanto anheló. Peor para el premio: no se merece a Borges. Pero sus lectores todos, todos los días, le ofrecemos el placentero desagravio de la lectura que es, argentino noble que era, nuestro premio.
         No se me escapa ni, por supuesto, se les escapará a ustedes, que me he quedado corto de nombres y largo de adjetivos. Pero nunca fue mi propósito componer una guía de autores, sino dar una visión más geográfica que histórica del cuento.
         Después de pasearme —como quería Anatole France que fuera la visión, no la misión del crítico— por entre obras maestras, puedo llegar a una conclusión —si es que llego. Tal vez el cuento requiera más arte que verdad. Es decir, una cantidad mayor de ficción.
         Anatole France por cierto nos dio una lección sobre qué es la memoria histórica en su cuento magistral "El procurador de Judea". Regresa a Roma Poncio Pilatos y en una fiesta romana, que ustedes pueden llamar orgía, su anfitrión le pregunta a Pilatos, que ha sido procurador en Judea, por "un judío díscolo" llamado Jesús. Pilatos, una taza de vino en la mano, la toga impecable, el peinado a lo César, piensa un momento y después dice: "¿Jesús? No he conocido a nadie de ese nombre".
         Por favor, no me pregunten por los autores que he olvidado. -







    Guillermo Cabrera Infante / El espía que surgió del calor

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    Miriam Gómez y Guillermo Cabrera Infante

    Guillermo Cabrera Infante

    El espía que surgió del calor

    Si alguien pudiera arrogarse ser el símbolo del exilio físico e intelectual cubano ese es, sin duda, Guillermo Cabrera Infante



    Guillermo Cabrera Infante. / DANIEL MORDZINSKI. (EL PAÍS)
    Si alguien pudiera arrogarse ser el símbolo del exilio físico e intelectual cubano ese es, sin duda, Guillermo Cabrera Infante, el primer “gusano” de fama internacional y, probablemente, el mayor resistente de los ataques del Régimen castrista y de la intelligentsia europea y latinoamericana, un selecto grupo de triunfadores que no supieron, o no quisieron, ver más allá de su autosatisfecho ego.
    La biografía de nuestro personaje es ya muy conocida: hijo de los fundadores del Partido Comunista de Gibara, periodista en las postrimerías del Régimen de Batista, colaborador entusiasta de la Revolución, espléndido novelista crítico de cine y reportero, todo ello trastocado por la defensa de un ingenuo cortometraje, P. M., codirigido por Orlando Jiménez Leal y su hermano, Alberto Sabá Cabrera Infante, de los desmesurados ataques, y prohibición, del Gobierno de Castro. Así comenzó el fin de su fe revolucionaria.
    Trasladado forzosamente a la Embaja de Cuba en Bélgica como agregado cultural (siempre apostillaba que “el primer secretario era el que abría la puerta”), comenzó un largo, y con frecuencia cruel, peregrinaje: Bruselas, Barcelona, Madrid... y tras serle negado el asilo en España (contradicciones del franquismo con un Fraga Iribarne recibido amistosamente por Fidel), recaló en Londres, donde pudo desarrollar su extensa y magnífica obra literaria y su no menos extensa y lúcida obra periodística, además de unos guiones cinematográficos, con total libertad y sin que remitieran los ataques del régimen cubano y, decrecientemente, los de esa intelligentsia que comenzaba a caerse de un guindo.
    Y en la vida y en la obra de Guillermo Cabrera hay una figura esencial: su mujer Miriam Gómez, apoyo permanente del escritor, que dejó una brillante carrera de actriz en su Cuba natal por acompañar en su largo y doloroso viaje hacia la dignidad al autor de Tres tristes tigres.
    Cabrera Infante sobrevivió al desprecio de la mayor parte de sus coetáneos del boom latinoamericano, a la persecución intelectual, y en ocasiones física, del castrismo, sobrevivió incluso al lamentable comportamiento de Mario Lacruz cuando accedió a la dirección de Seix Barral, con su obra más premiada y vendida, los ya citados tigres tristes, enterrándola en un cajón durante años como venganza por unas declaraciones de su autor en las que criticaba el gusto literario del editor y, como no podía ser de otra manera, sobrevivió al tardío y paulatino reconocimiento de quienes le habían tratado como un apestado literario y social que, desencantados de la otrora encantadora Revolución cubana, tuvieron a bien correr un tupido velo sobre sus años dogmáticos.
    Hablar de Guillermo Cabrera Infante es hablar de alguien con un enorme sentido del humor, con unos extraordinarios conocimientos cinematográficos y musicales, un personaje que nunca abandonó su añorada Cuba desde el pequeño piso de Gloucester Road y su vegetación sorprendentemente antillana, un gran amigo de sus amigos, desde Manolo Blahnik o Terenci Moix, a Néstor Almendros, Javier Marías, Fernando Savater o Vicente Molina Foix, todos ellos más jóvenes y menos deslumbrados por una revolución que hacía tiempo se había convertido en una burocracia cruel trufada de redentorismo barato.
    Pero hablar de Guillermo Cabrera es, inevitablemente, hablar de Miriam Gómez, la mujer que realizó uno de los mayores ejemplos de amor al editar a su muerte un gran libro-reportaje, Mapa dibujado por un espía, en el que el autor no sólo describe con maestría sus últimos meses en La Habana sino que relata con gran talento una intensa infidelidad.


    Cabrera Infante / Mapa dibujado por un espía / Dos fragmentos

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    Guillermo Cabrera Infante
    Ilustración de Fernando Vicente


    Guillermo Cabrera Infante

    Mapa dibujado por un espía

    DOS FRAGMENTOS
     | 05/11/2013 


    Guillermo Cabrera Infante. Foto: Carlos Miralles
    Mapa dibujado por un espía(Galaxia Gutenberg) narra la crónica amarga de una decepción y la cartografía íntima de una despedida, un fragmento de autobiografía novelada, un exorcismo de memoria de un pasado al que el autor nunca más quiso regresar. La historia del camino al exilio definitivo. Este libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante es probablemente uno de los más apegados a su biografía, una de las revisiones más personales que el autor hizo de su vida y que nunca llegó a publicar. La obra narra el último viaje a La Habana que el autor hizo en 1965, desde Bruselas, donde trabajaba en la Embajada de Cuba en Bélgica. Ya en esta época el autor había mostrado algunas discrepancias con el rumbo de la revolución, pero fue en este viaje, que hizo con motivo de la muerte de su madre, cuando el autor vivió y sufrió las represalias de un régimen que determinarían su rechazo al Gobierno y la decisión de nunca más volver a Cuba.

    Aquí puede leer dos fragmentos de Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutunberg) de Guillermo Cabrera Infante.

    1


    Por la mañana fue al ministerio bien temprano. Se encontró con el viceministro Arnold Rodríguez, quien le dio el pésame. Arnold trabajaba en una oficina cerca de la gran puerta del ministerio, que era el antiguo palacio de los Gómez-Mena. Arnold era partidario del Che Guevara y como este en un discurso no lejano había echado pestes del burocratismo había tomado la diatriba en su sentido recto y había prescindido de su buró. Ahora trabajaba sentado en un sofá y las carpetas y papeles que debían estar encima del escritorio estaban regados por el suelo o hechos montoncitos en los rincones. Como se habían visto a principios de año en Madrid, en una reunión de jefes de misión de Europa Occidental, y más tarde en París, tenían poco que hablar y solamente intercambiaron algunos comentarios sin mayor consecuencia. Luego pasó a la oficina del ministro Roa. Este lo recibió sentado en su buró. Él se sentó en un sofá a la izquierda y luego Roa vino a hacerle compañía en el mueble. Le dio el pésame y le dijo que él no había podido ir al entierro por su mucho trabajo pero que había mandado a su hijo. Él le dijo que lo sabía y le dio las gracias.

    -Bueno, hablando en plata -.dijo Roa-, nosotros estamos muy satisfechos con tu trabajo en Bruselas y pensamos enviarte para allá con el rango de ministro encargado de negocios.

    -Ah, muchas gracias.

    -¿Cuándo tú crees que puedas regresar? -le preguntó el ministro mientras se daba brillo en el zapato izquierdo con la pierna derecha del pantalón.

    -En una semana, a más tardar.

    -Está bien, me parece bien. Ahora hay una cosa que quiero preguntarte. No es más que un rumor, pero ¿es verdad que este hombre, Arcos, bebe, que le ha dado por la bebida?

    Había hablado, como siempre, demasiado rápido, atropellando las palabras, y por un momento él no entendió bien. Pero enseguida comprendió de qué se trataba: era seguro uno de los informes de Aldama.

    -No, ministro. Que yo sepa, no. Yo nunca lo he visto borracho. Él bebe vino con las comidas y cosas así, pero nunca lo he visto ni siquiera bebido.

    -No -dijo Roa-, si yo me di cuenta de que era un chisme sin mayor importancia.

    Pero por debajo de sus palabras estaba mortificado. Él sintió que Roa hubiera querido que el chisme fuera cierto. Había, desde hacía tiempo, una vieja enemistad entre la familia de Roa por parte de su mujer, los Kourí, quienes echaban la culpa a Arcos de la toma de asilo de un hermano de ella que había sido consejero comercial en Bruselas en los primeros tiempos de la Revolución. Según este agravio, Kourí había pedido asilo en Estados Unidos llevado por la persecución sistemática de Arcos. Como él conocía lo suficiente a Arcos para saber que era incapaz de llevar acabo nada sistemáticamente, dudaba de que la historia fuera cierta. Roa, por supuesto, no quería a Arcos de embajador, pero tenía que tragárselo no sólo por su historia revolucionaria, desde los días del asalto al cuartel Moncada, sino también por la amistad que había entre Arcos y Raúl Castro. Ahora, se rumoreaba desde hacía unos meses que Arcos no regresaría a Bruselas sino que se haría cargo de la embajada cubana en Italia. Al menos esto le había dicho por teléfono una vez que él lo llamó desde Bruselas, y además le había prometido llevárselo de encargado de asuntos culturales en Roma.

    -Bueno, ministro -dijo él-, no le ocupo más de su tiempo. Ya volveré la semana que viene antes de irme a recibir sus instrucciones.

    -Sí, sí, por supuesto -dijo Roa y se despidieron. Él volvió al despacho de Arnold Rodríguez, quien le dijo que debía llegarse a ver a Rogelio Montenegro, que era el jefe del buró de Europa VI o Europa Occidental, para cambiar impresiones. Él dijo que lo haría el lunes, que ahora estaba muy cansado, y se fue.

    Caminó hasta la casa de sus padres, que estaba en la misma avenida, sólo que al otro extremo. A pesar del calor del mediodía, cuyo sol lo dejaba sin sombra, gozó el placer de caminar bajo aquel cielo profundo y blanco. Se quitó el saco y lo llevo colgado sobre un hombro, también se soltó un poco la corbata. Recorrió la Avenida de los Presidentes por la acera bajo los árboles, no por los soleados jardines del medio. Al llegar a la calle 17 se sintió tentado de llegarse hasta la Unión de Escritores, una cuadra hacia el este, pero decidió seguir rumbo a su casa. Aunque no tenía hambre ya era la hora del almuerzo.

    Llegó a la casa sudando y subió en el elevador hasta el tercer piso. En el elevador lo saludó una hermosa mujer rubia que siguió en el elevador hasta más arriba. Él le devolvió el saludo pero no tenía la menor idea de quién podría ser. Cuando llegó a la casa preguntó por ella y por la descripción le dijeron que esa era Leonora Coll, que vivía en el quintopiso.

    El almuerzo era un poco de frijoles blancos, arroz y unas papas. Apenas si comió. No era tanto la falta de apetito como lo poco apetitosa que era la comida.

    Después del almuerzo su hija Ana quería comerse un tocinillo del cielo en el Carmelo y caminaron la escasa media cuadra hasta el restorán. El dulce costaba un peso y pensó que un dólar era demasiado pedir por un postre revolucionario. Mientras su hija se comía el tocinillo del cielo, él pidió un café pero el camarero le dijo que no podía servírselo, ya que el café era solamente para los que comieran en el restorán. Regresó a la casa donde tampoco había café ya que no le tocaba en la cuota todavía. ¿Y el café con leche de por la mañana?, preguntó. Eso no era café con leche. Era un ersatz preparado con leche, de la cuota que tocaba a la hija menor por no tener todavía siete años, y azúcar quemada. Sintió una repugnancia retrospectiva.

    Se sentó en la terraza. Viendo pasar la gente por la acera del frente y por los jardines del medio les vio una identidad extraña. Fue a buscar sus anteojos, preguntándole a Hildelisa si sabía dónde estaban -sí sabía-, para ver a los caminantes de más cerca. Cuando los encontró, regresó a la terraza. Vio venir más gente y se ajustó los anteojos. Observó el paso regular pero cansado, los brazos fláccidos a un lado, el aire lacio, y todos le parecieron como agobiados por un pesar profundo. Podía ser el sol de las tres de la tarde, pero siempre había habido sol en Cuba y esta gente eran de todo: cubanos viejos, de mediana edad y jóvenes. Y todos caminaban igual. Ya supo qué parecían: ¡los zombies de Santa Mira en la Invasión de los muertos vivientes!

    2


    Estuvo sentado en la terraza, mirando pasar la poca gente que atravesaba la avenida y se preguntó dónde estaba todo el mundo en esta ciudad antaño tan concurrida. Desde que vino de casa de Oscar y Miriam apenas si se había cruzado con un automóvil, las guaguas que pasaban por la esquina 23 abajo y arriba eran escasas y la gente de a pie era todavía menos. Reflexionando en esto se olvidó de ir a los títeres y al poco rato decidió caminar Avenida de los Presidentes abajo y llegarse a la Casa de las Américas, donde no había estado todavía.

    Entró primero a la biblioteca, donde estaba Olga Andreu, la bibliotecaria jefe, y Sara Calvo, su cuñada, asistente de Olga. Cruzó algunas palabras con Sara y Olga y nada parecía indicar lo que ocurriría no mucho tiempo después, cuando Sara y Olga fueron expulsadas de sus puestos por incluir un libro suyo en una lista de lecturas recomendadas. Ahora era casi la luna de miel con la Casa de las Américas y subió a ver a la persona favorita en la casa: Marcia Leiseca, tan bella y tan simpática como siempre. Se sentó en su oficina y estuvieron charlando un gran rato. Le gustaba hablar con Marcia porque su voz agradable y bien educada endulzaba todo lo que decía y aun las banalidades más comunes sonaban casi angelicales en sus oídos. Además que daba gusto mirar aquella piel blanca, rosa pálido, haciendo contraste con sus grandes ojos negros y su pelo también negro, saliendo la voz por entre los labios rosados y perfectamente dibujados.

    Al cabo entró Retamar y lo saludó muy afablemente. Le dijo que quería verlo antes que se marchara y él pensó si Roberto quería decir de Cuba o de la Casa pero no dijo nada. Es decir, dijo que sí. Pero antes de ver a Roberto le pidió a Marcia si podía ver a Haydée Santamaría, pues tenía algo que preguntarle desde Bruselas. Marcia salió y al poco rato regresó diciendo que Yeye -ese era el nombre familiar de Haydée Santamaría.- tenía unos minutos libres ahora. Salió a verla enseguida.

    Sucedía que traía una comisión de Bélgica y la persona adecuada para planteársela era Haydée Santamaría: estaba ella colocada lo suficientemente alto en la jerarquía revolucionaria y además era asequible para él. La diligencia debía haberse resuelto con el ministro Roa, pero él dudaba que Roa tuviera valor para plantear el problema más alto. La comisión era un recado de los socialistas belgas, transmitido a través de un abogado amigo de la embajada, quienes querían un punto de referencia para enfrentar los debates en el parlamento con suficiente conocimiento de causa. El asunto era los presos políticos cubanos, que en círculos contrarios a la Revolución llegaban a numerarse en más de quince mil. Había que preguntar en Cuba a quien conociera la cifra exacta para rebatir los argumentos de la oposición. Así se lo dijo a Haydée Santamaría, que fue poniéndose cada vez más roja -de color de la carne aunque también de actitud política.-y terminó por casi rugir una respuesta escandalosa: «¿Quince mil presos? Pues mira, chico, dile que si son quince mil o cincuenta y un mil es lo mismo. La Revolución no cuenta a sus enemigos sino que acaba con ellos». A esto siguió una perorata inaudible de alta que era sobre el derecho que tenía la Revolución de poner en la cárcel a sus enemigos y que la Revolución no tenía que darle cuentas a nadie, amigos o enemigos, de lo que hacía porque la Revolución sabía lo que hacía.

    Después de esta parrafada casi hegeliana, salió lo mejor que pudo de la oficina principal y llegó a la de Retamar, que volvió a sonreírle ampliamente. Roberto quería simplemente una colaboración para la revista Casa que ahora dirigía. Él le prometió que le enviaría un fragmento que había traído con él de Bruselas y al poco rato salió.

    Para limpiarse de la visita a Haydée Santamaría, volvió por la oficina de Marcia a regalarse con su piel y sus ojos y sus labios de sonrisa no sólo perfecta sino también sempiterna. Al cabo salió y fue hasta la biblioteca a convidar a Olga y a Sara a tomarse un refresco -Coca-Cola blanca- en el café del Recodo. Fueron los tres y luego regresaron hasta la biblioteca. Aquí las dejo a ellas y siguió él a recorrer el camino de regreso a su casa. Al pasar frente el ministerio de Relaciones Exteriores pensó que hacía días que no venía. Vendría mañana.

    Esa mañana se levantó tarde: el gallo había cantado a las cinco, como siempre, pero a las nueve los altavoces no habían comenzado todavía su estruendo mañanero. Se extrañó y extrañado se desayunó, inclusive extrañado salió al balcón y vio gente, mucha, entrando y saliendo al edificio de la calle 25, pero los altavoces siguieron estentóreamente mudos.

    Cuando llegó a la esquina de 23 donde esperaba el taxi o la guagua, lo que primero viniera, que lo llevaba al ministerio vio los periódicos que el vendedor tendía en el suelo y leyó los titulares del único periódico, Granma, que se publicaba. DESTITUIDO BEN BELLA decían los titulares. Cogió la guagua y llegó al ministerio para ver a los empleados ajetreados en extraños movimientos.

    En el pasillo central casi tropezó con el ministro Roa, quien al verlo abrió una puerta que era un clóset y la volvió a cerrar, regresando a su oficina rápidamente. En el antedespacho de Arnold Rodríguez estaban sus secretarios y Rogelio Montenegro que leía el Granma. «Está clarísimo», dijo dejando de leer. «Esto es cosa de la CIA. Ese Boumedienne es un agente del imperialismo». Parecería extraña la manera en que un funcionario menor se pone automáticamente de acuerdo con sus superiores: la teoría de que el golpe de Estado dado a Ben Bella en Argelia era asunto de la CIA circulaba por todo el ministerio. Más aún: fue la teoría oficial semipública pocos días después. La teoría oficial era que ambiciosos funcionarios menores habían complotado contra su superior que se suponía un amigo de Cuba. Por tanto, los nuevos regidores de Argelia eran enemigos de la Revolución. De ahí el silencio de los altavoces: automáticamente se había suspendido la reunión de lo mejor de la juventud cubana en Argelia. Estas eran las actitudes públicas. Privadamente -como lo supo él días después- Fidel Castro había hecho comentarios muy duros contra Boumedienne, al que acusaba de traidor. Pero ya él se lo figuraba desde que Boumedienne estuvo de visita en Cuba. Había salido de pesquería con él y Raúl Castro y desde los buenos días dichos muy temprano en la mañana no había vuelto a abrir la boca más que para dar las buenas noches al terminar la pesquería tarde en la tarde. «Estos tipos silenciosos son muy peligrosos», concluyó Fidel Castro sin siquiera tener en cuenta que Boumedienne bien podía no hablar una gota de español: de ahí su razón para hablar poco. Pero este era un argumento innecesario, ya Boumedienne había sido encasillado como agente del imperialismo y no era asombroso, lo asombroso era ver cómo Rogelio Montenegro se «había puesto en onda», como se decía en la jerga revolucionaria, en tan poco tiempo.

    Él se sentó en lo que ya había pasado a ser su silla, oyendo los comentarios de Montenegro y los de Arnold Rodríguez, a los que seguramente asistiría Roa de no haberse tropezado con él en el pasillo. Siguió todavía una media hora más y no preguntó a Arnold si Roa iría a verlo hoy porque era evidente que ya lo había visto. Para colmo, cuando llegó a la casa sacó la llave que no era para abrir la puerta de la calle: el día era tan malo para él como para Ben Bella o el Congreso de la Juventud cuya convocatoria no perifoneaban más los altavoces: en su casa lo esperaba el almuerzo de Hildelisa.


    Salinger y otros nueve famosos desconocidos

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    Salinger y otros nueve famosos desconocidos


    Salinger, Elena Ferrante, Thomas Pynchon y otros famosos que hubieran preferido que no los conociéramos

    La escritora italiana Elena Ferrante ha vendido millones de libros, pero nadie sabe cuál es su verdadero nombre ni qué pinta tiene. No es la únicai

    Por JAIME RUBIO HANCOCK 
    09/11/2015 - 08:25 CET


    Hay un buen puñado de escritores, artistas y directores de cine que rehúyen la fama y prefieren la tranquilidad y la comodidad de su casa a todo ese lío de las entrevistas, las fiestas y las entregas de premios. Algunos simplemente son reservados, mientras que otros trabajan desde el anonimato con el objetivo de que nos centremos en su obra y no en su vida.
    Como en el caso de la escritora Elena Ferrante, que acaba de publicar en EspañaLa niña perdida, la cuarta y última novela de su tetralogía ambientada en la Nápoles de los años 50. La paradoja es que las elucubraciones acerca de su verdadera identidad sustituyen a los posibles cotilleos acerca de su vida privada.
    Hablamos de Ferrante y de otros nueve personajes públicos que han intentado ser lo menos públicos que han podido por elección personal, dejando aparte los casos en los que esta reclusión se ha debido a otras causas como a la fobia social.
    1. Elena Ferrante y la renuncia a la autopromoción
    Sabemos que su nombre es un pseudónimo, pero nada más: ni su rostro, ni su edad, ni siquiera si es un hombre o una mujer. Según recogía El Confidencial, la Universidad La Sapienza de Roma cotejó su escritura con la del resto de escritores italianos mediante un algoritmo (así descubrieron la novela que J. J. Rowling firmó con pseudónimo). Se llegó a la conclusión de que Ferrante escribe de forma muy parecida a Domenico Starnone y a su mujer, Anita Raja, quien además editó el primer libro de Ferrante. Ambos lo han negado. Pero esto pone de manifiesto las ganas que tenemos todos de saber quién se esconde detrás de esa firma.
    Ferrante apenas ha concedido entrevistas. Ha contestado por correo electrónico a las preguntas de Il Corriere de la Sera, afirmando que no se arrepiente de su anonimato. En The Paris Review explicó que estaba en contra de la “autopromoción impuesta de modo obsesivo por los medios”. El anonimato también le sirve para que no confundamos a la autora con la narradora. Pero claro, este anonimato también acaba siendo una herramienta publicitaria y este misterio también contribuye a la idea que nos formamos sobre la autora.
    2. J. D. Salinger: “Hay una paz maravillosa en no publicar”


    J. D. Salinger molando
    De Salinger hay pocas fotos y en una se nota claramente que no le gusta salir en ellas. Publicó una novela y tres libros de relatos entre 1951 y 1963. Ya cuando salió El guardián entre el centeno comenzó a rehuir la vida pública y en 1980 dejó de conceder entrevistas.
    En 2014, 10 años después de su muerte, se publicaron tres cuentos suyos escritos en los años 40, los únicos que los editores pudieron rescatar sin incurrir en la ira de sus herederos. Hay más, que se publicaron en los años 70 de forma ilegal en dos volúmenes. Cuando se editaron, Salinger explicó a The New York Times que “hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Esta publicación es una invasión horrible de mi privacidad. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo solo para mí y para mi propio placer”. No siempre hacen falta lectores. Sobre todo si uno de ellos es el asesino de John Lennon y asegura que tu libro le cambió la vida.
    3. Thomas Pynchon: “No está mal, seguid probando”


    Una de las pocas fotos de Pynchon
    Pynchon es otro autor del que no se sabe casi nada, aunque sigue escribiendo sus novelones intrigantes, personalísimos y, no nos engañemos, difíciles de seguir. Sólo se conocen un par de fotos suyas. También sabemos que se casó con su agente, Melanie Jackson, que su hijo nació en 1991 y que vive en Nueva York. Apareció en Los Simpson en 2004. Su personaje aparecía junto a una señal de neón que decía “La casa de Thomas Pynchon, entren” y una bolsa de cartón en la cabeza. Comentó el guión cuando se lo enviaron (“lo siento chicos, Homer es mi modelo y no pienso hablar mal de él”) y puso su propia voz.
    Poco más. Hay rumores, claro: se sugirió que era el propio Salinger, a lo que Pynchon contestó mediante una carta al Soho Weekly News que decía “no está mal, seguid probando”. También se apunta que escribe más libros con pseudónimo, como Cow Country, firmado por Adrian Jones Pearson y publicada en 2015.


    Thomas Pynchon en 'Los Simpsons'
    En New Republic, Alex Sephard siguió el rastro de Pearson, que negaba ser Pynchon -cosa que haría si fuera Pynchon, claro-. Pearson, que también escribe con pseudónimo, asegura que quiere que nos fijemos en su obra, no en su biografía. Sephard escribe que esto es irónico: “Cow Country está recibiendo una enorme cantidad de atención porque podría haber sido escrito por otro autor huidizo”. Es decir, estamos hablando de un libro escrito con pseudónimo por alguien de quien se sospecha que es otro escritor que escribe con pseudónimo, y lo que nos interesa es saber por qué escriben con pseudónimo.
    Por cierto, el documental sobre Pynchon, A Journey Into the Mind of [P] cuenta con la música de The Residents, el grupo que se tapa la cara con enormes globos oculares a modo de casco y cuya identidad también se mantiene anónima.
    4. John Swartzwelder, el autor de 59 episodios de Los Simpson
    Hablando de Los Simpson y de ermitaños modernos, hay que citar a John Swartzwelder. Nacido en 1950, es el autor de más guiones de la serie, 59, incluyendo clásicos como Bart el generalRasca, Pica y MargeA Bart le regalan un elefante, y Homie, el payaso
    Swartzwelder no suele aparecer en público e incluso corre el rumor entre los fans de que en realidad no existe y era un pseudónimo que usaban los guionistas cuando no querían firmar sus episodios o cuando habían escrito el episodio entre varios. El resto del equipo nunca le convenció para que participara en los comentarios de los DVD de la serie, más allá de un par de llamadas telefónicas.En una de ellas, la conversación termina sugiriendo que “es una pena que yo no sea realmente John Swartzwelder” y en la otra simplemente dice que está cocinando un filete. Eso sí, hay cameos de sus caricaturas (sin voz) en bastantes capítulos.
    Desde 2004, se dedica a escribir (y a autopublicar) sus novelas humorísticas protagonizadas por Frank Burly, un tipo grandote, torpe y no muy avispado. En ellas parodia la literatura de género. No sólo la detectivesca: hay viajes en el tiempo, invasiones alienígenas y superhéroes. Sobre estos libros, el guionista y productor de Los Simpson, Matt Selman, escribió en Time que Swatzwelder “es una de las mentes cómicas más grandes de todos los tiempos”.
    5. Harper Lee: 55 años sin publicar


    La escritora Harper Lee. Chip Somodevilla / Getty Images
    En 1960 publicó Matar un ruiseñor, que ganó el premio Pulitzer. No publicó otro libro en 55 años y practicamente no concede entrevistas. En 2007 le propusieron dar un discurso en la Academia de Honor de Alabama y respondióque “es mejor mantenerse en silencio que decir tonterías”.
    En 2015, cuando Lee tenía ya 88 años, vio la luz Ve y pon un centinela, que salió a la venta en 70 países. Se trata de una continuación a su primera novela, aunque al parecer la escribió antes. Estas más de cinco décadas de silencio alimentaron toda clase de rumores, incluyendo que Truman Capote, su amigo de la infancia, era el verdadero autor del libro. Al parecer, en un mundo en el que la norma establecida es ser extrovertido, es necesario dar (o buscar) explicaciones cuando alguien prefiere quedarse en silencio y no necesita llamar la atención.
    6. Greta Garbo: "No"


    Dejemos ya a los escritores, aunque eso suponga no hablar de Emily Dickinson, Emily Brönte y Cormac McCarthy, quien a pesar de su fama de huraño concedióuna entrevista nada menos que a Oprah Winfrey para hablar de La carretera y de signos de puntuación. 
    La actriz Greta Garbo, nacida en Estocolmo, no concedía entrevistas, no firmaba autógrafos, no acudía a los estrenos ni a las entregas de premios. Ni siquiera las tres veces que fue candidata al Oscar ni cuando le concedieron el honorífico en 1955. Cuando alguien le preguntaba por la calle si ella era Garbo, simplemente contestaba: “No” y se llevaba el índice a los labios, pidiendo silencio.
    Era una persona muy dulce con sus amigos, escribe L.A. Times, pero necesitaba silencio y tranquilidad. “Me siento capaz de expresarme solo a través de mis papeles, no con palabras, y este es el motivo por el que intento evitar hablar con la prensa”, recogía el New York Times en su obituario de 1990.
    7. ¿Quién es Banksy?


    Supuestamente, Banksy en Jamaica en 2004
    Banksy es un pintor, artista callejero, activista y candidato al Oscar por su documental Exit Through the Gift Shop. Se desconoce su identidad, a pesar de que ha llevado a cabo acciones en Nueva York, Viena, San Francisco, París, Barcelona e incluso Gaza.
    Sí sabemos que se crió en Bristol, Inglaterra, y que llegó a Londres en 1999, donde comenzó con sus acciones a partir de 2001. Se sospecha que es un tal Robin Gunningham, antiguo alumno de una escuela pública de Bristol que ahora tendría 41 años. Hay unas cuantas fotos de Gunningham, si es que ese es su verdadero nombre, siendo la más popular una tomada en Jamaica, que se publicó en 2008. Recientemente se ha añadido la de otro hombre al que se vio en su reciente sátira de los parques temáticos, Dismaland. Se da un aire, pero en realidad resultó ser el vigilante de un aparcamiento público. Lo que por otro lado sería una tapadera perfecta para Banksy.
    Sus fans más acérrimos no quieren saber quién es… Ni que se publique. Y como escribían en Salon, en realidad a todos nos gusta su anonimato: “Es mucho más divertido pensar en un Warhol enmascarado despreciando el arte mainstream y llevando la mística del grafiti anónimo a su inevitable conclusión. Banksy está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo”.
    El propio Banksy ha declarado que no tiene ningún interés en desvelar su identidad: “Solo intento que mis obras se vean bien, no estoy intentando que se me vea bien a mí”. De nuevo, nos encontramos con una paradoja, ya que de este modo también consigue que se le vea bien a él.
    8. Steve Ditko, el objetivista


    Ditko, en 1965
    Igual a alguno no le suena el nombre de este dibujante de cómics. En 1962 y junto a un tal Stan Lee, Ditko creó a un superhéroe algo más conocido: un tal Spider-Man. De hecho y aunque Lee es la cara famosa de los orígenes de este personaje, Ditko fue responsable de gran parte de las tramas (y de la personalidad) de Peter Parker.
    El dibujante no concede entrevistas, es de los que quiere que su obra diga todo lo que tiene que decir. Aunque de vez en cuando escribe cartas: en 2012 escribió una a un cliente de la tienda MidtownComics, en la que explicaba que no recordaba quién había diseñado el traje de Spider-Man.
    En 1966, Dirko dejó Marvel y comenzó a crear cómics en los que se notaba la influencia de Ayn Rand y el objetivismo, como Mr. A y The Question. El objetivismo es una corriente filosófica que defiende que la realidad existe como algo objetivo, que el hombre la percibe usando la razón y que somos libres, lo que supone que el gobierno no ha de meterse en nuestros asuntos. Su trabajo pasó a defender a los productores frente a los saqueadores, además del capitalismo, el individualismo y, también, la realidad más palpable, cosa que le llevó a negarse a dibujar vampiros, según recoge The New York Times.
    9. Bill Watterson dejó la fiesta a tiempo


    El dibujante en 1986. AP
    El periodista dos veces ganador del Pulitzer, Gene Weingarten, fue en 2005 a Chagrin Hills, donde vive Bill Watterson, y se alojó en un hotel. Aunque conocía su dirección, no quiso molestarle, ya que sabía que el creador de Calvin y Hobbes valora mucho su intimidad, así que dejó una nota a sus padres diciéndoles que quería entrevistarle y que estaba dispuesto a esperar “hasta que el infierno se congelara”. El agente de Watterson le llamó al día siguiente y le dijo que Bill no hablaría. Weingarten se rindió. El infierno tardó un día en bajar a temperaturas bajo cero.
    Bill Watterson dibujó las tiras de Calvin y Hobbes entre 1985 y 1995, rechazando toda petición de que sus personajes participaran en publicidad o en productos de merchandising (lo que por otra parte llevó a muchísimo producto pirateado). Desde entonces se ha dedicado a pintar y a seguir esquivando entrevistas.
    En 2013 dibujó tres tiras para el webcomic Pearls Before Swine. Cosa que no se supo hasta después de que se publicaran. Y después concedió una entrevista aMental Floss, la segunda desde 1995, en la que aseguraba no arrepentirse de su retirada de las tiras cómicas: “Siempre es mejor dejar la fiesta pronto. Si hubiera seguido, aprovechando la popularidad de la tira y repitiéndome durante otros cinco, 10 o 20 años, la gente que ahora echa de menos Calvin y Hobbes estaría deseando mi muerte y maldiciendo a los periódicos por publicar tiras aburridas y antiguas como las mías, en lugar de buscar talento más nuevo y fresco. Y yo estaría de acuerdo con ellos”.
    Dejar la fiesta pronto es un clásico de los introvertidos. Watterson ha tenido la suerte de poder hacer lo que le ha dado la gana: trabajar en lo que le gusta, dejarlo en alto y poder obviar todo lo que le resultaba molesto, incluyendo las tazas para tiendas de souvenires y las entrevistas. Ni siquiera es fácil encontrarfotos suyas. “Ah, la vida de un dibujante de tiras para periódicos -ironizó, justamente, en una entrevista concedida en 2010, la primera desde 1989-, cómo echo de menos a las groupies, las drogas y las habitaciones de hotel destrozadas”.
    La entrevista de Mental Floss fue citada en The GuardianWired y Rolling Stone, entre otros medios. Seguro que Weingarten la leyó.
    10. El mayordomo de Stanley Kubrick


    Stanley Kubrick
    De la necesidad de estar solo de Kubrick se cuentan muchas historias, al parecer muy exageradas. De nuevo, se trata de darle sentido al hecho de que alguien no se sienta atraído por los aspectos más ruidosos de la notoriedad. Sí que es cierto que en los años 80 y en los 90, después de haber filmado obras maestras como2001, una odisea del espacio y Atraco perfecto, poca gente sabía qué cara tenía. Corre el rumor de que los fans iban a su casa de Hertfordshire para intentar hablar con él, pero Kubrick se hacía pasar por el mayordomo. Y colaba. Normal: si vives en un sitio llamado Hertfordshire has de tener mayordomo.
    Eso sí, a principios de los años 90, un tal Alan Conway viajó por el Reino Unidohaciéndose pasar por Stanley Kubrick para conseguir mesa en restaurantes y hueco en las fiestas de la alta sociedad. Incluso hay película sobre el personaje, protagonizada por John Malkovich.


    Alan Conway, que se hizo pasar por Stanley Kubrick
    Acerca de Conway, Andrew Anthony escribió en The Guardian que Kubrick había dejado atrás la fama, pero “la celebridad aborrece el vacío. Si Kubrick no quería existir en público, alguien tenía que inventarlo”. Conway ni se le parecía (decía que se acababa de afeitar), pero “la gente quería creer que uno de los hombres más reservados del planeta había decidido revelarse justamente a ellos”.


    John Malkovich interpretando a Alan Conway haciéndose pasar por Stanley Kubrick en 'Colour Me Kubrick'

    EL PAÍS


    Londres / Con Miriam Gómez y su tarántula

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    Miriam Gómez

    Con Miriam Gómez y su tarántula

    La viuda de Cabrera Infante es adicta a las joyas de Christopher St. James. 

    Su Londres también es fantástico



    Miriam Gómez lleva en su adorado Londres más de cuarenta años. Compartió la mayoría de ellos con su marido, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, hasta el fallecimiento de este en 2005. Miriam es, ante todo, generosa con lo que posee, ya se trate de la vasta cinemateca que difunde en el blog de Zoé Valdés o de bienes intangibles como su conocimiento de Londres. Su deseo de que el visitante se lleve el mejor recuerdo de la ciudad es evidente en todas sus recomendaciones. Aquí figuran algunas:

    01 El Kensington de T. S. Eliot

    Para disfrutar Londres hay que conocer su historia", comenta Miriam cuando paseamos por South Kensington, su barrio de siempre. De ahí que en plena Gloucester Road, a dos pasos del metro del mismo nombre, señale que en el 133 de la calle vivió J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, y repare también en la iglesia anglicana de St. Stephen: "Aquí fue sacristán durante veinticinco años T. S. Eliot, y en estas calles están inspirados sus poemas sobre gatos que dieron lugar al musical Cats". En efecto, una placa en la iglesia confirma el dato.
    Cuando sale a comer por el barrio, Miriam frecuenta Mohsen, "una fondita persa donde tú mismo te puedes traer el vino de casa". Aunque South Kensington sea una especie de sucursal de Francia en Londres, a Miriam no se le ocurre entrar en un bistró: "Es una bobería: son lugares caros y en España los hay mejores".

    02 Tiendas sin mañana

    Así llama Miriam a TK Maxx, Fopp y Poundland, tres de sus edenes de la oferta favoritos. En todos ellos la mercancía varía prácticamente a diario, cosa que, para Miriam, es un aliciente. Entramos en la sucursal de TK Maxx en Hammersmith, una tienda sobreiluminada y multicolor cuya misión es, como cuenta Miriam, "cumplir esos pequeños deseos que una tiene". Esos pequeños deseos se pueden traducir en una chaqueta de Vivienne Westwood rebajadísima o en una falda de Valentino que en su día costaba 600 doradas libras y allí se adquiere por 129. El consejo de Miriam es contundente: "Si no compras al momento, te quedarás sin lo que quieres, pues apenas traen productos repetidos".
    Enfrente, y bien escondido en el centro comercial Kings Mall, está Poundland, la versión esterlina del todo a cien de antaño: cualquier objeto vale aquí una libra. "He traído a millonarias y a sus nannies y todas quedan encantadas". Seguimos la ruta: los empleados de Fopp, donde conviven música, películas y series de TV, saludan a Miriam afables, como suelen hacer con las buenas clientas. Se le van los ojos al CD Spanish sketches, de Miles Davis. "Lo teníamos en vinilo, pero Guillermo se lo regaló al Loco de la Colina"; por suerte, la pequeña negligencia de su marido se suple pagando tres modestas libras.

    03 El imperio de la baquelita

    Entre los teatros y las librerías de Charing Cross se encuentra Cecil Court, una calle peatonal que nos retrotrae al Londres de principios del XX. Sus tiendas exponen carteles de circo con tipografías retro, primeras ediciones de novelas, mapas y también joyas de fantasía como las de Christopher St. James, diseñador que ha elaborado sus creaciones para Sexo en Nueva York, El fantasma de la ópera o Shakespeare in love. Miriam es asidua de este imperio de la baquelita y la pedrería insólita. "Tengo una tarántula negra como esa del escaparate. La llevo en la solapa del abrigo y la gente se queda impresionada", comenta Miriam. También posee una pulsera-cocodrilo comprada allí por una razón de peso: "Su forma me recuerda a la isla de Cuba".

    04 Por Covent Garden

    Durante décadas, Miriam fue actriz profesional, de ahí su interés por el templo de St. Paul, a dos pasos de la Ópera de Covent Garden: "Es la iglesia de los actores; aquí celebran sus funerales y homenajes". St. Paul -no confundirla con la catedral homónima- posee su propia compañía de teatro en activo, además de un jardín trasero donde, desde 1633, se puede descansar del bullicio de la zona. El paseo continúa: a unos metros está la perfumería Penhaligon's, con olores que la pituitaria de Winston Churchill ya disfrutaba, pues era usuario de uno de sus perfumes: el Blenheim Bouquet. Y para comer, un restaurante donde los amigos de Miriam quedan siempre contentos: Rules, inaugurado solamente nueve años después de la Revolución Francesa. Su decoración a base de taxidermia nos deja ver que la caza es su especialidad. En Rules, la comida inglesa se dignifica y se hace inmune a las chanzas y burlas clásicas que tradicionalmente circulan sobre ella. No estaría de más poder preguntarles a Dickens, Graham Greene o Evelyn Waugh su opinión al respecto, pues eran asiduos comensales.
    Para terminar, Miriam suplica a los visitantes que no se suban al típico autobús turístico: "Si toman el número 11 en Trafalgar Square, les llevará por los mismos sitios". Seguiremos sus consejos a pies juntillas.
    » Mercedes Cebrián es autora de la novela La nueva taxidermia (Mondadori).

    Guía

    Comer
    » Restaurante Mohsen. 152, Warwick Road. Kensington (020 76 02 98 88).
    » Restaurante Rules. 35, Maiden Lane, Covent Garden (www.rules.co.uk).
    Comprar
    » FOPP. 1, Earlham Street.
    » Poundland. Centro comercial Kings Mall, Hammersmith.
    » TK Maxx. 57, King Street, Hammersmith.
    » Joyería Christopher St. James. 14, Cecil Court, Charing Cross.
    » Perfumería Penhaligon's. 41, Wellington Street, Covent Garden (www.penhaligons.com).
    Visitas
    » Iglesia de St. Paul (Covent Garden). Bedford Street. WC2E 9EDwww.actorschurch.org.
    » Iglesia de St. Stephen. Gloucester Road, SW7. http://www.saint-stephen.org.uk/

    EL PAÍS



    Miriam Gómez / Las mujeres salvaron a Cabrera Infante de la pena por Cuba

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    Guillermo Cabrera Infante y Miriam Gómez
    Fotografía de Néstor Almendros

    Miriam Gómez

    "Las mujeres salvaron a Cabrera Infante 

    de la pena por Cuba"

    La viuda del escritor presenta en Madrid Mapa dibujado por un espía, la crónica escrita con las tripas de su último viaje a la isla

    MARTA CABALLERO | 14/11/2013 


    Miriam Gómez, viuda de Cabrera Infante, presenta en Madrid Mapa dibujado por un espía, la crónica inédita del último viaje a Cuba del escritor. Foto: El Mundo

    Como el niño que imagina que el monstruo vive dentro del armario, Miriam Gómez observó temblorosa durante años un cajón de su casa en Londres. Sabía que estaba allí, pero no era capaz de acercarse siquiera. En la Habana recreada que compartió con su marido, Guillermo Cabrera Infante, donde están los recuerdos de sus vidas, los libros, las fotos y la memoria que conservan las paredes, también habitaba una peligrosa desconocida, la crónica que el narrador escribió en su último viaje a Cuba, del que volvió roto: "Guillermo me dijo que era la base para un futuro libro, que aquello había sido una catarsis. Me pidió un sobre, lo guardó en él y escribió un título: Ítaca vuelta a visitar. Yo lo metí en un cajón. Nunca volvimos a mencionarlo".


    Hoy la viuda del escritor está en Madrid para presentar el resultado de que un día reuniera el valor suficiente para abrir aquel paquete: "No podía dejar que sus Obras completas se publicaran sin ese libro y sabía que había que editarlo cuanto antes, mejor". Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores acaba de lanzar al mundo aquellos papeles bajo el título Mapa dibujado por un espía, una memoria escrita con las tripas de los cuatro meses que tuvo que pasar allí, pues se había desplazado a la isla sólo para enterrar a su madre, pero el régimen aplazó su vuelta a Bruselas, donde trabajaba como agregado cultural. En ese tiempo, el escritor recuperó los modos cubanos, pero se topó de bruces -paseando, conversando con los viejos amigos...- con un gobierno que había dejado de atender a razones, con un pueblo perseguido, con una ciudad sitiada por la policía y plagada de espías.

    Antes de leerlo, como medida de precaución, Gómez entregó el manuscrito a Toni Munné. Cuando volvieron a verse, él le advirtió: "Miriam, te va a destrozar. No he podido dejar de leerlo. Es algo tan duro, tan increíble...". Gómez hizo lo que tenía que hacer y un día, tumbada en la cama, lo devoró de principio a fin. "Me quedé vacía, por lo duro que era y también al leer que en Cuba no sólo había tenido escarceos sino que se había enamorado de otra mujer. Pero, a la vez, también me di cuenta de lo buen cubano que era, de lo buen padre que era, de lo duro que fue ese desengaño con su país".

    A su mujer le costó digerir el romance que Cabrera tuvo en la isla. Sin embargo, pronto volvió a su memoria la devoción que él tenía hacia el género femenino, una característica inevitable que ella asumió cuando vivían juntos: "Para él las mujeres eran la salvación, desde que era pequeño. Así se entiende el amor que tenía por su madre, le gustaba recordar cómo la miraba con sus amigas, allí en Cuba. Describía una escena en el campo en la que ellas conversaban sobre cine y literatura, porque eran muy cultas, y se acordaba de cómo cruzaban las piernas... decía que en ese momento desprendían un olor maravilloso. ¿Se lo puede imaginar? ¡Estamos hablando de un niño de cinco años!", se asombra Gómez. Tal era su devoción por las féminas, que cuando Cabrera Infante ya era un señor mayor su mujer le tenía que afear la conducta: "¡Pero Guillermo, por favor! No te puedes quedar observándolas de esa manera, te van a decir que eres un mirón, ¿No ves que esto ya no es normal a día de hoy?", le reñía ella. Pero es que era así, las miraba y las trataba como si fueran flores, a ella a la primera: "Yo era lo principal, era exquisito conmigo, siempre gentil, tuve mucha suerte de estar con un hombre que me tratara así".

    Estas reflexiones le ayudaron a entender que aquel affaire del que nunca habló había salvado a su marido de la caída a los infiernos en la que le habría sumido el regreso a Cuba. Una pesadilla que, no obstante, le acompañó el resto de su vida: "En el libro se ve cómo aquella experiencia lo cambió todo, a él y su literatura. Vio cómo el mundo que conocía, el carácter cubano, la fiesta, la libertad... había quedado destruido. La obra es una memoria pura de todo aquello", lamenta Gómez, que sin embargo está feliz al ver que el libro está gustando, dando que hablar y, sobre todo, haciendo que la figura de Cabrera Infante vuelva a estar viva.

    Escrita a bocajarro, sin juegos de palabras, la obra encierra el mayor desengaño de la biografía de un escritor que, a pesar de aquella experiencia, trató de que su vida posterior en Inglaterra fuera una comedia, como evoca su viuda: "Intentamos quedarnos con el recuerdo maravilloso y nunca olvidamos la suerte de ser cubanos y de haber nacido en esa época, de vivir todo lo que vivimos. Por eso nuestra casa de Londres es una Cuba en pequeñito; tanto, que recuerdo que una vez vino un médico a ver a Guillermo y, por un momento, se descolocó, el pobre no sabía dónde estaba".

    Hablar del presente de Cuba no es fácil para Miriam Gómez, que se afana en recordar que Cabrera predijo muchas de las tragedias que se están produciendo hoy tanto dentro como fuera de la isla: "Él sabía que Europa acabaría pagando el fracaso del comunismo y también que España perdería su originalidad al europeizarse. Lo decía, decía que prefería a España diferente... Y era consciente de que no había en el mundo ni Norte ni Sur, de que antes o después todo el mundo está al Sur". Sobre su país, está segura de que sufriría mucho si hoy pudiera ver lo que allí sucede: "Están vendiendo la nación, este medio hermano que gobierna ahora es un horror. Guillermo decía que eran como Jekyll y Hyde, sólo que ya no se sabe quién es quién. Lo terrible es que si este señor te vende una pasta que pudre los dientes, la gente la compra. Es un gangster político", condena.

    A los políticos, rememora, el escritor no podía ni olerlos. Se burlaba de ellos y a menudo decía que prefería estar en la compañía de un delincuente: "Qué desprecio les tenía, estaba seguro de que la política enfermaba a las personas. Esos son los que han fulminado el futuro de Cuba, que no lo tiene, porque su presente es demasiado espantoso. Respeto mucho a la gente que está luchando allí, a las damas de blanco, a los negros, a los que apalean constantemente. Allí ya no hay nada, no se crea música, no hay alma, la han eliminado. El caso cubano no es muy diferente al de Gadafi. Hoy viven de lo que les manda Miami y han decidido no tener hijos, de modo que la población está envejeciendo. Y no hay médicos, nada. No sé qué va a pasar. No parece que fuera se den cuenta, las modas son terribles, se apoyan unas causas y luego se tarda mucho en ver el horror que suponen, porque uno puede luchar contra una idea, pero no contra un sentimiento. ¿Qué me dice de lo de Venezuela? Ese señor es una comedia, tiene guayabitos en la cabeza. ¿Y de lo que vimos en Camboya? Venía un chino con el librito rojo bajo el brazo y la cabeza llena de cocaína a decirnos qué, ¿qué?".

    Cierra Gómez la entrevista con una frase tristísima: "El pueblo cubano es el más desgraciado del mundo". Cabrera Infante nunca se recuperó de aquella idea. La medicina dijo que era bipolar; su mujer, que tenía en el alma una tristeza inmensa por la isla. Es la tristeza que se asoma en esta obra que ahora llega a las librerías, un golpe en las entrañas que marcó el resto de sus días.

    Sandro Romero Rey / Miriam Gómez vuelta a visitar

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    Miriam Gómez
    Fotografía de Lalo Borja
    Miriam Gómez vuelta a visitar
    Por Sandro Romero Rey

    El Malpensante No. 149
    Febrero de 2014

    En noviembre de 2013, Galaxia Gutenberg publicó Mapa dibujado por un espía, la tercera obra de Guillermo Cabrera Infante editada póstumamente. En esta entrevista, la viuda del escritor repasa recuerdos desvaídos de Cuba y narra sus avatares en la tarea de preservar la herencia literaria de Caín.

    Fotografía de Lalo Borja
    Tras su muerte en Londres, en el año 2005, el escritor Guillermo Cabrera Infante se ha ido consolidando como un clásico. Y cuando un escritor se convierte en un clásico, quiere decir que le cae bien a todo el mundo. Incluso sus detractores más acérrimos han decidido “tomar su pedazo” de Caín para su santoral particular. Baste solo con mirar lo que está sucediendo en su Cuba natal: de ser, desde 1968, un autor proscrito y condenado por el régimen, en el nuevo milenio pareciera que existiese un toque de tolerancia en la isla, un “aquí no ha pasado nada con Cabrera”, y ya se han publicado dos libros donde su “prehistoria” se convierte en patrimonio de la humanidad. Estos dos libros, Sobre los pasos del cronista, el quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965 y su complemento, Buscando a Caín, escritos al alimón por Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, han sido recibidos por los “cabrerófilos” de fuera de Cuba con evidente desconcierto, por no decir con ira. Porque inventarse una supuesta objetividad sobre su obra, después de haberlo considerado el peor de los gusanos, no produce sino sospechas. ¿Qué pretenden los jerarcas de la cultura oficial cubana con la tolerancia hacia el autor de Tres tristes tigres? ¿Por qué publicar sendos libros donde se reivindica la figura olvidada de la primera esposa del escritor, de quien Cabrera se separase mucho antes de su partida hacia Europa y de la que no quiso saber más? ¿Hay, en realidad, un diáfano interés por buscar un acercamiento entre los cubanos de la isla y sus mejores intelectuales en el exilio? Sí: convertirse en un clásico trae sus consecuencias.
    Por fortuna su viuda, la inseparable Miriam Gómez, en su ya legendario apartamento del South Kensington londinense, ha seguido organizando los tesoros de su marido. Para que no se le olvide a nadie, ni en el infierno ni en el paraíso, quién era Caín. Miriam Gómez continúa publicando lo que Guillermo Cabrera Infante dejó en cientos de carpetas, demostrando con creces que se trata de la obra de alguien que no vivió para escribir sino que, a juzgar por sus libros póstumos, escribió para vivir.
    Cuando Cabrera Infante murió, no pocos lectores se preguntaron si había quedado algo inédito en el silencio de sus armarios. Tres años después, Miriam Gómez y sus colaboradores comenzaron a entregar las respuestas: en 2008, apareció La ninfa inconstante, una novela donde el escritor “admite su exilio”, según palabras de su esposa. Cuando todo parecía consumado y los seguidores de su obra se preparaban para la edición de sus obras completas, vino la segunda bomba: la publicación, en 2010, de Cuerpos divinos, una crónica impecable sobre la isla prerrevolucionaria, con un tono que no se parece ni al de Tres tristes tigres ni al de La Habana para un infante difunto y que no obstante, una vez despojada de sus prendas, el lector sabrá reconocer en ella la traviesa silueta de Cabrera Infante.
    Pero la sorpresa mayor apareció, sin campañas de expectativa, en las librerías españolas en noviembre de 2013. Un volumen de 396 páginas, publicado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores (quienes son los responsables de las ediciones de toda su obra posmórtem) y titulado Mapa dibujado por un espía. En la presentación del editor, Antoni Munné, se dan todas las pistas acerca de este tesoro inesperado. No será tarea de estas líneas repetir lo ya escrito. Lo que sí viene a cuento es recordar: 1) que este Mapa… terminó siendo, a no dudarlo, lo que Cabrera Infante llamaba, en su momento, Ítaca vuelta a visitar; 2) que se está al frente de un texto sin humor, sin juegos de palabras, seco, como el rostro del escritor en las fotografías; 3) que se trata de un libro autobiográfico, sobre los meses que pasó Cabrera “atrapado” en La Habana, antes de partir definitivamente para Europa en 1965, y 4) que, a pesar de ser un libro autobiográfico, todo está escrito en tercera persona, no en la primerísima ídem que era habitual en el autor.
    En la primera visita que hiciera a Londres, en el invierno de 1990, el autor de estas líneas se propuso conocer a Cabrera Infante. Y lo logró, gracias a la hospitalidad desinteresada de Guillermo y Miriam (recuerda: una ventana protegida por una planta que parecía no dejar de crecer nunca; una biblioteca que la hija de la cónsul de Colombia en Londres llamaría “la casa libro”; un olor a cigarros y el puro humo envolviendo las palabras del autor deHoly Smoke…), en una tarde que se convertiría en la primera de una serie de muchas visitas a Gloucester Road para hablar de cine, de literatura, de política, de España, de Inglaterra y, cómo no, de La Habana difunta. A finales de los noventa, el autor de estas líneas (a quien llamaremos “él”, en homenaje a la tercera persona en la que se esconde el narrador de Mapa…) vivió en Londres durante un año, en el número 9 de Brechin Place, a cinco minutos a pie de la casa de los Cabrera. “Estás al lado de donde vivió la viuda de George Orwell”, le dijo Guillermo en alguna ocasión. “A veces iba a llevarle la correspondencia que le llegaba por equivocación a nuestra casa. Ella vivía en el 153 y nosotros en el 53. Un uno nos unía”.
    El autor de Tres tristes tigres parecía un hombre muy serio y los inesperados silencios en los que se hundía siempre los llenaba, de manera oportuna, la elocuencia de Miriam Gómez. Cabrera se sentaba en su sillón de cuero negro, donde siempre daba las entrevistas cuando era filmado en su casa (si el lector no ha visto el documental Asaltar los cielossobre el asesino de Trotski, le recomiendo que salte y asalte el YouTube). En ese sillón se sienta ahora Miriam Gómez, quien no parece vivir sola. Está rodeada, tomada, poseída, por un pasado descomunal. Ella lo sabe. Han pasado los años. Muchos años que, sin embargo, no impiden regresar al principio.
    Cuando el visitante toca, Miriam Gómez aparece en la puerta, con su sonrisa de ojillos rasgados. Se abrazan. Ella tiene un saco de lana beige (“habano”, se le dice en Colombia, para ayudar a las coincidencias), un pantalón negro que protegía sus largas piernas inmortalizadas en los libros de su marido, y unos zapatos deportivos que indican su permanente actividad, como si en cualquier momento fuese a salir corriendo. El apartamento es el mismo de veintitantos años atrás (una biblioteca de pared a pared; una escalera para poder alcanzar los libros de la parte superior; el televisor, un aparato a la orden del día, así como las montañas de películas en DVD, tan grandes como la vieja colección de copias en VHS...), solo que ahora es Miriam la que se sienta en el sillón de cuero negro y pareciera continuar con una conversación empezada tiempo atrás, a la que se le pone pausa y luego se recupera en el instante interrumpido.
    Él piensa en Mapa dibujado por un espía y mira a su alrededor: al frente, unos armarios modernos, con puertas blancas. “Allí debieron estar los originales guardados, durante 45 años”, piensa, pero no pregunta nada todavía. Le confiesa a Miriam Gómez su entusiasmo por el libro: opina que no le parece un libro inacabado. “Al contrario”, le dice a Miriam, “me pareció contundente el tono de su narración, sin arabescos, sin juegos de palabras…”. Ella lo interrumpe: “No podía ser un libro con juegos de palabras. Ese libro es de una amargura tal, que no admitía sino la manera como está escrito”. Según aclara Antoni Munné, Mapa dibujado por un espía toma su nombre de una anécdota que le contó Alejo Carpentier a Cabrera, al mostrarle un mapa del siglo XVIII de La Habana, dibujado por un espía inglés. Con los años, ¿se había convertido gci en ese espía inglés?
    “Miriam, en el libro se cuenta todo lo que sucedía con Guillermo en Cuba. Pero, ¿qué pasaba contigo, mientras tanto, en Bruselas? ¿Qué hiciste durante esos cinco meses en los que tu marido debió quedarse anclado en La Habana?”. Miriam lo mira con una sonrisa de tristeza: “En estos días me estaba acordando de Bélgica, porque en la televisión inglesa hicieron un programa donde le preguntaban a la gente qué estaba haciendo el día en que mataron a Kennedy. Y se me vino a la cabeza la casa de la delegación cubana, donde vivíamos todos. Esa noche, estábamos comiendo y viendo las noticias, cuando anunciaron que habían matado al presidente de los Estados Unidos. En ese momento, Aldama, que era un watusi enorme, comenzó a saltar como un loco y a gritar: ‘¡Lo logramos! ¡Lo logramos!’. Guillermo y yo nos retiramos a un parquecito que había detrás de la casa, para poder hablar tranquilos, y comentamos aterrados el asunto: si ya estaban empezando a matar presidentes de otros países, ni queríamos saber lo que seguía”.
    El narrador recuerda el Mapa dibujado por un espía, cuyo prólogo empieza con una extensa semblanza del temible Aldama: “Ciertas criaturas parecen haber sido creadas por la Divina Providencia, por la Naturaleza o por el Azar con el solo propósito de encarnar una metáfora”, dice Cabrera en tercera persona. El lector piensa que le van a hablar de un héroe mitológico, pero pronto se dará cuenta de que está a punto de ingresar en el territorio de la epopeya, de la odisea personal del narrador, del viaje de Ulises a una Ítaca sin Penélope. “Mi trabajo en la Embajada –recuerda Miriam– consistía en descodificar los cables que siempre llegaban en clave. Había que hacer una operación simple, convertir los números en letras, y eso le causaba mucho asombro a Guillermo porque él era malísimo para las matemáticas. Mientras él estaba en Cuba, yo continuaba normalmente con mi trabajo, aunque en ese momento ya todos nos sentíamos observados”. El autor de estas líneas la interrumpe: “Hay un libro que se ha quedado sin escribir, Miriam”, le dice, muerto de la curiosidad. “El libro de los Cabrera Infante en Europa”. Pero ella parece no escucharlo. ¿Quieres un poco de sake?, pregunta, modesta, cambiando de tema.
    Claro que el narrador quiere un poco de sake. Pero ya la historia había comenzado. Así que la dama continúa: “Pronto me di cuenta de que, desde Cuba, estaban dando la orden para que la señora de Cabrera Infante regresara inmediatamente a la isla. Yo nunca dije nada, por supuesto. Porque la sola idea de volver a La Habana me producía terror”. Ella quería reunirse con Cabrera, pero no en La Habana, ni por asomo. Ella sabía que él estaba atrapado en la isla y que el sitio de reunión debía ser cualquiera, menos el país de donde habían salido. “A través de mensajeros, Guillermo me mandaba a decir que no podía moverme de Europa. Así que me dediqué a esperar. Y a comer y a comer. Estaba tan nerviosa que lo único que hacía era comer. Subí tanto de peso, que luego me tocó hacer una dieta especial”. Así pasaron los meses, hasta que Miriam recibió un nuevo cable: “Voy para allá con las niñas”.
    Miriam se quedó de piedra. Si no tenían dinero para vivir los dos, mucho menos tendrían para vivir los cuatro. “Guillermo era una persona muy poco práctica. Llegó a Bruselas vía Madrid. Y, en vez de dejar las maletas guardadas en España, se vino hasta Bélgica con las maletas y las dos niñas de su primer matrimonio. No pudimos sacar nada, porque el sobrepeso era impresionante y no teníamos ni para comer. Por otro lado, yo no podía decirle una palabra por teléfono sobre la traída de las niñas, porque, de repente, era parte del acuerdo al que había llegado. Guillermo salió gracias a sus viejos amigos comunistas, que intercedieron por él ante esa banda de psicópatas que estaba instalada en el poder. Sobre todo ese tal Barbarroja, que murió hace unos años”.
    Según cuentan al final de la edición de Mapa..., donde ayudan al lector con una “Guía de nombres”, el tal Barbarroja era Manuel Piñeiro, uno de los fundadores del Movimiento 26 de julio, creador de los sistemas de seguridad del régimen y casado ¡con Marta Harnecker!, la autora de aquellos manuales marxistas que asfixiaron a la juventud en los años sesenta. Miriam tiene los peores recuerdos de Barbarroja, quien moriría en circunstancias confusas, entre las que no estuvo ausente la idea del suicidio. Y el narrador recuerda el artículo de Cabrera sobre la pulsión suicida de la sociedad cubana, e imagina que Barbarroja podría haber engrosado la lista de los que se noquearon con su propio puño. “Ese hombre mataba hasta con la mirada”, concluye Miriam.
    Al entrar en territorios onomásticos, el visitante decide continuar preguntando por los personajes citados en el libro. ¿Sabía ella algo del dramaturgo Antón Arrufat, tantas veces citado en los libros y artículos de su marido? “Ay, el pobre Arrufat…”, evoca Miriam. “Guillermo lo entendía muy bien, porque sabía de la muerte trágica de sus padres y de todas las humillaciones que vivió en Cuba, donde no lo dejaron surgir para nada. Hace años, llamaron de Le Monde a preguntarle a Guillermo cuál era el autor cubano más destacado en la isla y él propuso a Arrufat, no porque fuera el mejor, sino para ayudarlo porque sabía de su situación dramática. Efectivamente, lo declararon el mejor escritor, gracias a la recomendación de Guillermo. Años después, vino Arrufat a Londres y pidió venir a visitarnos. De repente, durante la conversación dijo: ‘Menos mal que cuando Fidel supo que yo estaba castigado, ordenó que me sacaran y me pusieran en circulación. En ese momento, Le Monde me nombró el mejor escritor de Cuba’. ¿Te imaginas? Nadie sabe para quién trabaja”.
    Miriam continúa nadando entre los documentos y los recuerdos. En la casa no cabe un papel más, un libro más, una película más. Ella salta de un tema a otro, porque se entusiasma con suma facilidad, cuando hay que hablar de los asuntos relacionados con los libros de su marido. Le comenta al visitante que ha tenido problemas con la traducción al inglés de La ninfa inconstante y le muestra fragmentos de los originales. Todos los sobres parecen muy organizados y al narrador le entran unas ganas inmensas de conocer el Mapa dibujado por un espía en su primerísima versión.
    Ya no recuerda si fue ella la que se puso de pie y regresó con los papeles o si fue él quien se los pidió. El hecho es que ella desapareció por un momento y pronto regresó con dos sobres blancos. Del primero de ellos, sacó unas hojas amarillas por el tiempo, amarradas con una cabuya. Le entregó los originales sin ningún problema. Él los miró, como si le hubiesen entregado los Manuscritos del Mar Muerto. En las primeras páginas, los epígrafes no habían sido escritos a máquina (como las 314 restantes), sino que eran frases recortadas de algún libro o de alguna revista. Al interior, el texto sagrado y la palabra FIN indicando que se había llegado al point of no return. En el segundo sobre, había de todo. Fragmentos y fragmentos, señalados indistintamente como “Ítaca” o como “Mapa”, con caligrafías y tintas diversas. Al narrador le gusta que, en la nota inicial del libro, Toni Munné haya denominado al primer sobre como un urtext, al igual que el Ur-Hamletque alguna vez el narrador vio representar a los actores del Odin Teatret. Es decir, versiones iniciales de una obra que será elaborada con posterioridad.

    Se acercaban las dos de la tarde. Londres parecía un poco menos gris y de vez en cuando el teléfono sonaba para interrumpir la charla: una vecina, un abogado, otra amiga lejana. Él le hacía gestos a Miriam, por si quería que se fuese, pero ella negaba con su dedo índice y colgaba sin demora. Y volvían al manuscrito: “Cuando Guillermo estaba vivo, mi labor consistía en cortarle lo que le sobraba. Su problema siempre era el mismo: le pedían un artículo de siete páginas y lo escribía de doce. Él era nocturno y yo soy diurna. A las seis ya tengo los ojos abiertos. Así que Guillermo me dejaba los textos y mi misión era bajarlos al límite que pedían los editores. El problema es que eso ahora ya no se puede. Los libros tienen que salir como los dejó. Aquí ya no puede haber límites”.
    Miriam se pone de pie y va hasta el armario blanco de enfrente: “Mira. Aquí al fondo estaba el manuscrito. Guillermo me dijo que se lo guardara y me pidió que no lo fuese a leer. Y yo respeté su decisión. Además que me daba miedo, porque yo sospechaba que ahí había algo que me iba a doler mucho. Años después, Guillermo volvió a sacarlo y le puso el nuevo título. Cuando murió, mandé a pasar a un disco duro todo lo que había, menos este sobre. Hasta que tomamos la decisión con Toni: ese libro debía salir”.
    No debió ser fácil. No solo por lo que Miriam ha repetido en muchas entrevistas con respecto a su falta de nostalgia de La Habana (“para Guillermo, Cuba se convirtió en una pesadilla con la que soñaba todas las noches”), sino porque en la última parte del libro se cuenta una historia de amor entre el narrador y una jovencita llamada Silvia Rodríguez (no, no era un juego de palabras con el nombre del triste cantautor), una historia de amor tan descarnada y sincera, que el narrador de estas líneas no evita la tentación de preguntarle a Miriam sobre su reacción ante la lectura. “¿Guillermo no te contó nada de esa historia?”, le dice, tratando de entrar en materia ardiente. “Me la contó por encimita”, dice la viuda. “Pero nunca con tantos detalles”, y sonríe nerviosa. “Muchos años después, Guillermo tenía casi la certeza de que esa niña era una agente que le habían puesto para seguirlo”.
    Él no puede decir nada. No estuvo allí, solo conoce los datos del libro, y en el libro el narrador no opina: se limita a vivir, a esperar y a seguir cazando damas, como en La Habana para un infante difunto. Piensa en la imagen del infante mirando por la ventana de su apartamento habanero, observando a las vecinas de enfrente, y le dice a Miriam que esa imagen es similar a la de Memorias del subdesarrollo, la película del desaparecido Tomás Gutiérrez Alea. “No, no. Esa idea ya estaba en sus libros anteriores. Eso no viene de la película de Titón”, aclara Miriam. El visitante recuerda el capítulo de La Habana… titulado “La visión del mirón miope”, donde se anuncia con orgullo: “En esa atalaya amorosa por la noche descubrí el arte de mirar”. Y sí. Cabrera era un mirón, como el James Stewart de La ventana indiscreta, un cinéfilo inclemente, voyeur profesional.
    A él le inquieta saber cómo vive ahora Miriam Gómez. Piensa en Anita y Carolita, las hijas de Cabrera. ¿Valdría la pena preguntarle por sus vidas, instaladas en Londres desde mediados de los años sesenta? Pero enseguida se da cuenta de que darle un tema a Miriam Gómez es jalar una cuerdita de la que se desprenden mil recuerdos simultáneos. Así que, cuando le pregunta por lo que está viendo ahora en cine, si vio Chico & Rita de Fernando Trueba, por ejemplo, ella se despacha: “No, no he podido verla. Trueba me la mandó, pero no he sido capaz de verla, porque no me gusta ver cosas sobre Cuba. El otro día vi una entrevista con Fidel Castro y me preguntaba: pero, ¿cómo no nos dimos cuenta a tiempo de que ese hombre estaba loco? ¡Si hasta mirada de loco tenía desde esa época! No, no me gusta ver cosas de Cuba. Con Guillermo decidimos que nuestra vida iba a ser una comedia loca y así lo asumimos. Vivimos en el mejor país del mundo, tenemos excelentes amigos, a veces nos han mortificado por nuestras ideas, pero hemos seguido adelante y no nos preocupamos por estar hablando de Cuba todo el tiempo. Los que insisten son los periodistas, que siempre quieren saber qué es lo que uno está pensando”.
    Cuando el narrador de estas líneas estuvo por primera vez en esa casa, Cabrera acababa de terminar el guion de The Lost City para Andy García. Le pregunta entonces a Miriam, ahora que la película se terminó y tuvo una recepción modesta, qué opinaron sobre el resultado: “Yo no la vi. Guillermo vio una primera versión y pensó que, con el poco dinero que tenía para hacerla, había quedado bastante aceptable. Pero Andy cambió muchísimo el guion original. En las obras completas, vamos a publicar una versión novelada que dejó escrita Guillermo con el mismo título”.
    Al narrador le hubiera encantado pedirle los originales y darles una ojeada, pero se contuvo. Y se contuvo porque Miriam se entusiasmó con las películas que había visto en 2013: está obsesionada con el cine oriental. El japonés, el filipino y, sobre todo, el coreano. Lo sabe todo. En especial, sobre el cine de Lee Chang-don, o el de su impulsor, Park Kwang-su, o sobre la célebre “trilogía de la venganza” de Park Chan-wook. “En este momento, es el mejor cine que se está haciendo en el mundo, ¿no te parece?”. Él le pregunta por Poesía, la película que ganó como mejor guion en Cannes en 2010, pero Miriam le confiesa que no ha querido verla todavía. “Procuro que no me invada la tristeza. Me gusta ser una persona optimista y a veces esas películas me producen un poco de miedo. En esta ciudad, cada vez que presiento la tristeza, me meto en un museo y al momento se me pasa. O busco ciertas películas. Este año ha sido maravilloso, porque descubrí esas cajas estupendas con todo Kurosawa y me las devoré. Después he seguido con todo Ozu, con todo Mizoguchi. Y ahora, Corea. Pido las películas a donde sea. Por fortuna, a Corea del Norte no hay que pedir nada. No es por la vejez que tengo los ojos rasgados”.
    Ella le brinda otro sake. El narrador por fin entiende: El sabor del sake es un filme clásico de Ozu. De nuevo, el cine domina la tarde y el Mapa dibujado por un espía se queda encima de la mesa. Al narrador le gusta ver a Miriam Gómez tan entusiasta, tan llena de ganas de sorprenderse. Y si se trata de hablar de cine, no la para nadie: pasa de Hirokazu Koreeda a Takeshi Kitano, de Yoji Yamada a Ridley Scott, de Vanishing Point a Quentin Tarantino. Ella, entusiasmada en el sillón negro de su marido, parece continuar con la tradición: la tradición de una pasión por las letras, por la verdad, por la generosidad y por el cine. Ella, allí, en esa tarde de otoño londinense, parece indicar que el camino continúa y que la conversación puede seguir sin detenerse, porque hablar sobre cine y literatura seguirá siendo la mejor forma de recordar al inmenso Guillermo Cabrera Infante y de instalarse en su feliz Arcadia de todas las noches. 


    Sandro Romero Rey
    Cali, 1959

    Trabaja como profesor en la Facultad de Artes de la Universidad Distrital. En 2010 publicó El miedo a la oscuridad.


    Guillermo Cabrera Infante / Abril es el mes más cruel

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    Guillermo Cabrera Infante
    ABRIL ES EL MES MÁS CRUEL

    No supo si lo despertó la claridad que entraba por la ventana o el calor, o ambas cosas. O todavía el ruido que hacía ella en la cocina preparando el desayuno. La oyó freír huevos primero y luego le llegó el olor de la manteca hirviente. Se estiró en la cama y sintió la tibieza de las sábanas escurrirse bajo su cuerpo y un amable dolor le corrió de la espalda a la nuca. En ese momento ella entró en el cuarto y le chocó verla con el delantal por encima de los shorts. La lámpara que estaba en la mesita de noche ya no estaba allí y puso los platos y las tazas en ella. Entonces advirtió que estaba despierto.

    —¿Qué dice el dormilón? — preguntó ella, bromeando.
    En un bostezo él dijo: Buenos días.
    —¿Cómo te sientes?
    Iba a decir muy bien, luego pensó que no era exactamente muy bien y reconsideró y dijo:
    —Admirablemente.
    No mentía. Nunca se había sentido mejor. Pero se dio cuenta que las palabras siempre traicionan.
    —¡Vaya! —dijo ella.
    Desayunaron. Cuando ella terminó de fregar la loza. vino al cuarto y le propuso que se fueran a bañar.
    —Hace un día precioso —dijo.
    —Lo he visto por la ventana —dijo él.
    —¿Visto ?
    —Bueno, sentido. Oído.
    Se levantó y se lavó y se puso su trusa. Encima se echó la bata de felpa y salieron para la playa.
    —Espera —dijo él a medio camino—. Me olvidé de la llave.
    Ella sacó del bolsillo la llave Y se la mostró. Él sonrío.
    —¿Nunca se te olvida nada?
    —Sí —dijo ella y lo besó en la boca—. Hoy se me había olvidado besarte. Es decir, despierto.
    Sintió el aire del mar en las piernas y en la cara y aspiró hondo.
    —Esto es vida —dijo.
    Ella se había quitado las sandalias y enterraba los dedos en la arena al caminar. Lo miró y sonrió.
    —¿ Tú crees ? —dijo.
    —¿Tú no crees? —preguntó él a su vez.
    —Oh, sí. Sin duda. Nunca me he sentido mejor.
    —Ni yo. Nunca en la vida —dijo él
    Se bañaron. Ella nadaba muy bien, con unas brazadas largas, de profesional. Al rato él regresó a la playa y se tumbó en la arena. Sintió que el sol secaba el agua y los cristales de sal se clavaban en sus poros y pudo precisar dónde se estaba quemando más, dónde se formaría una ampolla. Le gustaba quemarse al sol. Estarse quieto, pegar la cara a la arena y sentir el aire que formaba y destruía las nimias dunas y le metía los finos granitos en la nariz, en los ojos, en la boca, en los oídos. Parecía un remoto desierto, inmenso y misterioso y hostil. Dormitó.
    Cuando despertó, ella se peinaba a su lado.
    —¿Volvemos? —preguntó.
    —Cuando quieras.
    Ella preparó el almuerzo y comieron sin hablar. Se había quemado, leve, en un brazo y el caminó hacia la botica que estaba a tres cuadras y trajo picrato. Ahora estaban en el portal y hasta ellos llegó el fresco y a veces rudo aire del mar que se levanta por la tarde en abril.
    La miró. Vio sus tobillos delicados y bien dibujados, sus rodillas tersas y sus muslos torneados sin violencia. Estaba tirada en la silla de extensión, relajada, y en sus labios, gruesos, había una tentativa de sonrisa.
    —¿Cómo te sientes? —le preguntó.
    Ella abrió sus ojos y los entrecerró ante la claridad. Sus pestañas eran largas y curvas.
    —Muy bien. ¿Y tú?
    —Muy bien también. Pero, dime... ¿ya se ha ido todo?
    —Sí —dijo ella.
    —Y... ¿no hay molestia?
    —En absoluto. Te juro que nunca me he sentido mejor.
    —Me alegro.
    —¿Por qué?
    —Porque me fastidiaría sentirme tan bien y que tú no te sintieras bien.
    —Pero si me siento bien.
    —Me alegro.
    —De veras. Créeme, por favor.
    —Te creo.
    Se quedaron en silencio y luego ella habló:
    —¿Damos un paseo por el acantilado?
    —¿Quieres?
    —Cómo no. ¿Cuándo?
    —Cuando tú digas.
    —No, di tú.
    —Bueno, dentro de una hora.
    En una hora habían llegado a los farallones y ella le preguntó, mirando a la playa, hacia el dibujo de espuma de las olas, hasta las cabañas:
    —¿Qué altura crees tú que habrá de aquí a abajo? —Unos cincuenta metros. Tal vez setenta y cinco. —¿Cien no?
    —No creo.
    Ella se sentó en una roca, de perfil al mar, con sus piernas recortadas contra el azul del mar y del cielo.
    —¿Ya tú me retrataste así? —preguntó ella.
    —Sí.
    —Prométeme que no retratarás a otra mujer aquí así.
    Él se molestó.
    —¡Las cosas que se te ocurren! Estamos en luna de miel, ¿no? Cómo voy a pensar yo en otra mujer ahora.
    —No digo ahora. Más tarde. Cuando te hayas cansado de mí, cuando nos hayamos divorciado.
    Él la levantó y la besó en los labios, con fuerza.
    —Eres boba.
    Ella se abrazó a su pecho.
    —¿No nos divorciaremos nunca?
    —Nunca.
    —¿Me querrás siempre?
    —Siempre.
    Se besaron. Casi en seguida oyeron que alguien llamaba.
    —Es a ti.
    —No sé quién pueda ser.
    Vieron venir a un viejo por detrás de las cañas del espartillo.
    —Ah. Es el encargado.
    Los saludó.
    —¿Ustedes se van mañana?
    —Sí, por la mañana temprano.
    —Bueno, entonces quiero que me liquide ahora. ¿Puede ser?
    Él la miró a ella.
    —Ve tú con él. Yo quiero quedarme aquí otro rato más.
    —¿Por qué no vienes tú también?
    —No —dijo ella—. Quiero ver la puesta de sol.
    —No quiero interrumpir. Pero es que quiero ver si voy a casa de mi hija a ver el programa de boseo en la televisión. Usté sabe, ella vive en la carretera.
    —Ve con él —dijo ella.
    —Está bien —dijo él y echó a andar detrás del viejo.
    —¿Tú sabes dónde está el dinero?
    —Sí —respondió él, volviéndose.
    —Ven a buscarme luego, ¿quieres?
    —Está bien. Pero en cuanto oscurezca bajamos. Recuerda.
    —Está bien —dijo—. Dame un beso antes de irte.
    Lo hizo. Ella lo besó fuerte, con dolor.
    Él la sintió tensa, afilada por dentro. Antes de perderse tras la marea de espartillo la saludó con la mano. En el aire le llegó su voz que decía te quiero. ¿O tal vez preguntaba me quieres?
    Estuvo mirando al sol cómo bajaba. Era un círculo lleno de fuego al que el horizonte convertía en tres cuartos de círculo, en medio círculo, en nada, aunque quedara un borboteo rojo por donde desapareció. Luego el cielo se fue haciendo violeta, morado y el negro de la noche comenzó a borrar los restos del crepúsculo.
    —¿Habrá luna esta noche? —se preguntó en alta voz ella.
    Miró abajo y vio un hoyo negro y luego más abajo la costra de la espuma blanca, visible todavía. Se movió en su asiento y dejó los pies hacia afuera, colgando en el vacío. Luego afincó las manos en la roca y suspendió el cuerpo, y sin el menor ruido se dejó caer al pozo negro y profundo que era la playa exactamente ochenta y dos metros más abajo.


    El caso Gustavo Petro / Cuando la arrogancia nos enceguece

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    Gustavo Petro

    CUANDO LA ARROGANCIA NOS ENCEGUECE, 

    EL CASO DE GUSTAVO PETRO


    Por Berta Lucía Estrada
    16 de marzo de 2012


    Durante cerca de 10 años fui funcionaria pública, por eso creo conocer muy bien como la mayoría de las personas que llegan a los altos cargos, bien sea por elección popular o por designación temporal, sufren una transformación que compite con la velocidad de la luz. Rápidamente el poder les hace creer que son seres poco menos que divinos, o al menos que están por encima del pueblo que los ha elegido, por eso olvidan al día siguiente de ser nombrados todas las promesas hechas para lograr el puesto anhelado.
    Confieso que durante mucho tiempo sentí verdadera admiración por Gustavo Petro, me parecía que era un hombre de una enorme valentía, máxime que Colombia es un país en el que para poder sobrevivir hay que ser cobarde, o al menos parecerlo, como es mi caso personal. No obstante, el día en que le dio su apoyo incondicional al actual procurador, el respeto y la admiración que sentía por él, desaparecieron en menos de lo que canta un gallo.
    Y si hoy hago público mi sentimiento de desengaño con respecto al señor Petro, es porque me parece inaudito el hecho de haber despedido, vía twitter, a un alcalde local, en este caso específico al alcalde local de Mártires. No solamente está exponiendo al erario público, léase: nosotros, los contribuyentes, a pagar una jugosa demanda laboral, sino que está humillando a un ser humano;  no por el hecho de prescindir de su colaboración, sino por la forma como le hizo saber que ya no formaba parte de la administración que él preside.
    Muchos de los alcaldes y secretarios creen que la ciudad es su feudo personal y que los ciudadanos son simplemente sus siervos; es lo que le está pasando a Petro. Lástima que tanta inteligencia se vea obnubilada por el acceso al poder, lo que corrobora la impresión que siempre he tenido que no hay nada tan peligroso como el poder mismo.
    Nota: He recibido mucho correos en los que los lectores expresan su descontento con esta crítica sobre Petro, y los acepto sin reservas; exceptuando aquellos que insultan y que utilizan palabras soeces o que amenazan. Lo que creo que no han entendido es que yo no lo criticaría por sus actos administrativos cuando aún no ha cumplido tres meses en el cargo de burgomaestre de Bogotá. Estoy hablando de ética, de respeto por el ser humano; y en la crispación actual de Colombia, en parte producto de la aciaga noche que vivimos durante 8 años, hablar de respeto se ha vuelto una necedad. Pero prefiero ser necia, y boba, como muchos de los lectores me lo han dicho, a olvidar que aún en las peores circunstancias hay que tener presente que somos seres humanos y que ningún cargo, por importante que sea, nos pone por encima de los otros.


    Felipe Zuleta Lleras / El día sin Petro


    BERTA LUCÍA ESTRADA
    Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua,ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia, Canadá y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.

    Alcaldía de Bogotá / Triste adiós para Gustavo Petro

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    Gustavo Petro

    2 OCT 2015 - 12:56 PM
    Encuestas en Bogotá

    "Triste adiós" para Petro que solo 19% de bogotanos considere buena su gestión

    En el Concejo de Bogotá recordaron las cifras de una reciente encuesta que también dice que sólo el 18% confía en Petro.
    Por: Redacción Bogotá
    Este viernes en el Cabildo Distrital recordaron las cifras reveladas por la encuesta de ‘Bogotá Cómo Vamos’ en donde bajan las cifras de confiabilidad hacia el alcalde Gustavo Petro y también acerca de su gestión.
    De acuerdo al sondeo, el 19 por ciento de los bogotanos considera buena la gestión de Petro, el año pasado ante esta misma pregunta la percepción de los capitalinos aumentaba un poco con un 35%. La confianza hacia el burgomaestre también pasó de 33% en 2014 a 18% este año.
    “Los bogotanos le acaban de pasar la cuenta de cobro al gobierno de la Bogotá Humana por su falta de gestión y por el incumplimiento de sus promesas. No lo estoy diciendo yo, que desde el Concejo he venido advirtiendo los graves problemas de incumplimiento de la administración con la ciudad”, así lo dijo la concejal Lucía Bastidas.
    Para la cabildante, “cayó dramáticamente la confiabilidad que el año pasado estaba en el 33 por ciento. Que tan poca gente confíe en el alcalde y en su gestión solo muestra que no estábamos equivocados. Hay que ver temas como el sistema integrado de transporte: cuatro años después, la implementación del sistema sigue en pañales y la encuesta refleja que solo el 53 por ciento de la ciudad sabe que existe, pero no sabe cómo usarlo”.
    Por otro lado, solo el 19 por ciento de los usuarios se sienten satisfechos con el servicio de TransMilenio, “y con razón, porque como lo he denunciado insistentemente, la administración permitió que se deteriorara por no hacer a tiempo las ampliaciones y ajustes a las estaciones y portales y haber postergado de manera indefinida la construcción de la troncal de la Boyacá, para la cual el Concejo le aprobó el cupo de endeudamiento. Varios debates he realizado sin respuesta”.
    Bastidas dice que de la inseguridad no hay mucho que decir. La encuesta muestra que el 59 por ciento de la gente se siente insegura en la ciudad. “Pero claro, si es que en este gobierno no hemos conocido una política clara contra la inseguridad y el Fondo de Vigilancia y Seguridad, que administra los recursos de la seguridad, ha estado sumido en medio de los escándalos y la corrupción”.
    Finalmente, la concejal dice que es evidente que “los ciudadanos no han creído en ese discurso y, antes por el contrario, el 51 por ciento cree que las acciones de este gobierno han sido poco transparentes”.



    Premio Cervantes 2015 / Fernando del Paso pone adjetivos como si tuviera un salero

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    PREMIO CERVANTES 2015

    “Fernando Del Paso pone adjetivos 

    como si tuviera un salero”

    Los escritores y lectores mexicanos alaban la obra del sexto premio Cervantes concedido al país norteamericano

    Fernando Del Paso
    Fernando Del Paso, en 2012. / ULISES RUIZ BASURTO (EFE)
    Cuenta Elena Poniatowska que cuando su madre tomó Noticias del Imperio paró de inmediato la lectura por su contenido “escandaloso”. “Mi madre no se podía creer que alguien hablara de que la emperatriz [Carlota] se masturbaba”, recuerda. “Escandalizó a muchos”. Poniatowska está contenta. Han concedido el Premio Cervantes al escritor mexicano Fernando Del Paso después de que ella lo ganase hace dos años. Dice que lleva varias horas intentando llamar a la casa del autor pero que no ha conseguido comunicarse. “Lo entiendo. Es la locura. Cuando me lo dieron a mí, lo primero que pensé es que deberían de habérselo dado a él”.
    La anécdota sobre los supuestos hábitos sexuales de la emperatriz Carlota, la esposa de Maximiliano de Habsburgo, se incluye en la obra magna de un escritor a quien Jorge Volpi califica como “uno de los novelistas más importantes del mundo”. Porque Del Paso hace sus obras con disciplina, erudición, estudio y sentido del humor. “Adjetivos”, añade Poniatowska. “Pone adjetivos como si tuviera un salero”.
    Fernando Del Paso“Es un novelista que hace una novela como tal”, completa Volpi. “Hablamos del trabajo de un escritor que se lleva 10 años en el trabajo de un libro”. El autor de La tejedora de sombras enumera sus obras de memoria, como quien las tiene grabadas a fuego. José TrigoPalinuro de MéxicoNoticias Del Imperio. “Ha sabido retratar momentos clave en la historia de México dotados de enorme vida interior”.Los enamorados de la literatura caen rendidos ante la obra de Del Paso. “Libros largos, complejos, pero a la vez divertidísimos”, comenta Antonio Ortuño, escritor de Méjico y uno de los 20 autores elegidos como los más destacados de su generación por Conaculta, el organismo oficial mexicano dedicado a la cultura. “Soy fan, me vestiré de naranja, de trajes amarillos”, bromea al referirse al estilo de dandi del nuevo Premio Cervantes. “Es un novelista extraordinario, radical, riguroso, irónico. Tiene algo de humor negro, de talento natural pero trabajado”, afirma. “Quizá con un estilo excesivo para la capacidad de comprensión de la sociedad mexicana”, se aventura.
    Del Paso es, para muchos las generaciones más jóvenes de escritores y lectores mexicanos, una presencia fortísima, un reto de mil páginas. Así lo recuerda el autor David Miklos: “Fue una presencia continua en casa de mis padres, durante mi última infancia y primera adolescencia. Miraba, siempre con curiosidad, la edición de Palinuro de México, que mi madre preservaba en su librero: antes de las palabras, que leía en sumo desorden, quedaba hipnotizado por su intrincada y bella portada, la mejor que le han hecho a cualquiera de sus novelas. Después (que en tiempo delpasoiano significa casi una década) apareció en casa Noticias del imperio en 1987, con Carlota enmarcada en un verde casi fluorescente, y tal evento coincidió con que una amiga preparaba una prueba teatral que consistía en monologar como la emperatriz, en voz de nuestro autor: antes de leerlo, lo escuché, en una voz femenina, experiencia indeleble en mi memoria. Mucho tiempo después estuve en Trieste, en el palacete de Miramar mismo, y allí se me apareció la voz de Carlota en palabras de Del Paso: qué mejor lugar para entender la grandeza de su novela, que es la prueba fehaciente de que la historia le debe mucho, demasiado, a la literatura”.
    “Hablamos del trabajo de un escritor que se lleva 10 años en el trabajo de un libro”, opina Jorge Volpi
    Y hasta Trieste ha llegado su obra. Claudio Magris, en la última FIL de Guadalajara, se sentó en primera fila durante el homenaje a Octavio Paz en que participó Del Paso, y fue el primero en darle la mano al terminar el acto. “Influenció mi obra un tanto a ciegas”, recordaba entonces, cuando recibió el premio FIL 2014. Pero Del Paso mismo dijo en marzo de este año, al recibir el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria que los premios no sirven solo para la galería. “¿Es ético aceptar premios por nuestra obra y limitarnos a agradecerlos en público, como lo hago en estos momentos? No lo sé. Pero vale la pena plantear si nuestra posición sirve para algo”.



    Yoani Sánchez / De la información a la acción

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    El grito
    Arte callejero
    La Habana, 2015
    Fotografía de Triunfo Arciniegas
    OANI SÁNCHEZ

    De la información a la acción

    Mi abuela sólo sabía escribir la primera letra de su nombre. Firmaba los documentos con una "A" grande y casi infantil. A pesar de ser analfabeta, Ana me aconsejaba con insistencia que estudiara y aprendiera todo lo posible. Sin embargo, aquella lavandera que nunca fue al colegio, me impartió la mejor lección de mi vida: la tenacidad y la necesidad de trabajar duro para alcanzar los sueños. Ella me inculcó la urgencia de la "acción". Una "Acción" con "A" mayúscula, como la única letra que podía escribir de su nombre.
    Sin embargo, la acción puede ser un problema si no viene debidamente acompañada por la información. Un ciudadano desinformado es presa fácil de los poderes, víctima segura de la manipulación y del control. Es más: un individuo sin información no puede ser considerado siquiera un ciudadano pleno, porque sus derechos estarán constantemente vulnerados y no sabrá el camino a seguir para reclamarlos y restituirlos.
    Los regímenes autoritarios se caracterizan por un estricto control de la prensa y un alto desprecio a la libertad informativa. Para esos sistemas, el periodista es un ser incómodo al que hay que domesticar, silenciar o eliminar. Se trata de sociedades donde el reportero sólo es reconocido cuando repite el discurso oficial, aplaude a las autoridades y canta loas al sistema.
    De la frustración entre mis deseos de saber y el muro de silencio que la prensa oficial cubana le impone a tantos temas, nació la persona que soy ahora
    Hace cuarenta años que vivo bajo un Gobierno para el que la información es traición. Al principio, cuando aprendí a leer y comencé a acercarme a la prensa nacional, con sus titulares optimistas y sus cifras de sobrecumplimiento económico, creí a pie juntillas lo que decían aquellos periódicos. El país que sólo vivía en la tinta del diario oficial del Partido Comunista de Cuba se parecía al que mis maestros me explicaban en la escuela, al de los manuales de marxismo y los discursos del Máximo Líder... pero no se parecía a la realidad.
    De la frustración entre mis deseos de saber y el muro de silencio que la prensa oficial cubana le impone a tantos temas, nació la persona que soy ahora. Mi primera reacción ante tanta manipulación y censura –como la de tantos de mis compatriotas– fue simplemente dejar de leer aquella prensa servil al poder, aquella propaganda que se disfrazaba bajo el nombre de periodismo. Como millones de cubanos, busqué la información clandestina, las noticias censuradas y aprendí a escuchar las emisoras de radio que llegaban desde el extranjero a pesar de las interferencias que el Gobierno aún les impone.
    Me ahogaba si no me informaba. Pero después llegó otro momento. Un momento en que pasé a la "acción". Ya no me bastaba saber todo aquello que me escondían y descifrar la verdad detrás de tanta cifra adulterada y tanto editorial grandilocuente. Quería ser parte también de quienes narraban la realidad cubana. Así empecé mi blogGeneración Y, en abril de 2007, con lo que emprendí el camino sin retorno del informador y el periodista. Un sendero lleno de peligros, gratificaciones y mucha responsabilidad.
    Durante los últimos ocho años he vivido todos los extremos de la profesión periodística: los honores y los dolores; la frustración de no poder acceder a una conferencia de prensa oficial y la maravilla de encontrar a un cubano de a pie que me da el más valioso de los testimonios. He vivido momentos de ensalzar esta profesión y otros en que quisiera no haber escrito nunca la primera palabra. No hay periodista que no cargue con sus propios demonios.
    Siento que si hubiéramos pasado a la acción y hubiéramos ejercido el derecho a informar e informarnos desde mucho antes, ahora Cuba sería un país donde un periodista no sería sinónimo de profesional domesticado o de criminal furtivo
    Ahora, dirijo un medio de prensa: 14ymedio, el primer diario independiente que surge dentro de Cuba. Ya no soy la adolescente que apartaba de sus ojos la prensa oficial, buscaba fuentes alternativas de noticias y más tarde comenzaba un blog como quien abre una ventana hacia las entrañas de un país. Ahora tengo nuevas responsabilidades. Dirigir un equipo de periodistas que cada día deben cruzar la línea de la ilegalidad para hacer su trabajo.
    Soy responsable por cada uno de los reporteros que conforman la redacción de nuestro diario. Los peores momentos son cuando alguno de ellos demora en volver después de una cobertura y debemos llamar a la familia para anunciarle que está detenido o está siendo interrogado. Esos son los días en que quisiera no haber escrito la primera palabra... De no haber escrito la primera palabra en el momento en que lo hice, sino mucho antes.
    Siento que si hubiéramos pasado a la acción y hubiéramos ejercido el derecho a informar e informarnos desde mucho antes, ahora Cuba sería un país donde un periodista no sería sinónimo de profesional domesticado o de criminal furtivo. Pero al menos hemos empezado a hacerlo. Hemos pasado de la información a la acción, para ayudar a cambiar una nación desde la noticia, el reportaje y el periodismo. Una acción con "A" mayúscula, como aquella que mi abuela dibujaba sobre unos papeles que nunca supo bien lo que decían.



    Jorge Gómez Jiménez / Una historia de herejes

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    Jorge Gómez Jiménez

    Una historia de herejes



    Ayer a la salida del mercado el vigilante, un muchacho flaco con rostro desvalido, me pide permiso para “visualizar” mi bolso. Lo abro y mira con asombro el libro de quinientas páginas que descansa en su interior.

    —Tronco e biblia, hermano.

    —No es una biblia.

    —¿Ah no? ¿Y qué es?

    —Es todo lo contrario.

    Saco el volumen y lo pongo en sus manos. Es Herejes, de Leonardo Padura. No sé por qué, quizás ganas puras de hablar, le digo:

    —Es una novela de un autor cubano.

    El muchacho me mira a los ojos y me devuelve el libro.

    —Esos cubanos están metidos en todos lados.



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