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Rubem Fonseca / Paseo Nocturno / Cortometraje
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Rubem Fonseca / Paseo nocturno / Parte I
PASEO NOCTURNO
Parte I
Parte I
Traducción de Paula Vera
Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.
Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida?
La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta.
¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.
Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.
Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas.
La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.
La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.
“Passeio Noturno” de Rubem Fonseca
Os Melhores Contos Brasileiros de 1973
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Rubem Fonseca / Paseo nocturno / Parte II
Iba para mi casa cuando un carro se acercó al mío, tocando la bocina insistentemente. Una mujer conducía, bajé el vidrio del carro para entender lo que decía. Una bocanada de aire caliente entró con el sonido de su voz:
¿Qué ya no conoces a nadie?
Nunca había visto a aquella mujer. Sonreí cortésmente. Los carros de atrás tocaron el claxon. La avenida Atlántica a las siete de la noche está muy movida.
La mujer, moviéndose en el asiento del carro, colocó el brazo derecho fuera y dijo, mira, un regalito para ti.
Guardé el papel en el bolsillo. Al llegar a casa fui a ver lo que tenía escrito. Ángela, 287-3594.
Por la noche salí, como siempre hago.
Al día siguiente telefoneé. Una mujer contestó. Pregunté si estaba Ángela. No estaba. Había ido a su clase. Por la voz, se veía que debía ser la criada. Pregunté si Ángela era estudiante. Es artista, contestó la mujer.
Llamé más tarde. Ángela contestó.
Soy el tipo aquel del Jaguar negro, dije.
¿Sabes que no logré identificar tu carro?
Te recojo a las nueve para que cenemos, dije.
Espera, calma. ¿Qué fue lo que pensaste de mí?
Nada.
¿Yo te ligo en la calle y no pensaste nada?
No. ¿Cuál es tu dirección?
Vivía en la Lagoa, en la curva de Cantagalo. Un buen lugar.
Pregunté dónde quería cenar. Ángela respondió que en cualquier restaurante, siempre que fuera fino. Estaba muy diferente. Usaba un maquillaje pesado, que volvía su rostro más experto, menos humano.
Cuando telefoneé la primera vez me dijeron que habías ido a clase. ¿Clase de qué?, dije.
Modulación de voz.
Tengo una hija que también estudia modulación de voz. Eres actriz, ¿verdad?
Sí. De cine.
Me gusta mucho el cine ¿Qué películas has hecho?
Sólo hice una, que ahora está en fase de montaje. El título es medio bobo, Las vírgenes chifladas, no es una película muy buena, pero estoy empezando, puedo esperar, sólo tengo veinte años.
En la semi-oscuridad del carro parecía tener veinticinco.
Paré el carro en la Bartolomé Mitre y fuimos caminando en dirección al restaurante Mario, en la calle Ataulfo de Paiva.
Se pone muy lleno frente al restaurante, dije.
El portero guarda el carro, ¿no sabías?, dijo.
Lo sé muy bien. Una vez me lo abolló.
Cuando entramos, Ángela lanzó una mirada desdeñosa sobre las personas que estaban en el restaurante. Yo nunca había ido a aquel lugar. Intenté ver a algún conocido. Era temprano y había pocas personas. En una mesa un hombre de mediana edad con un muchacho y una chica. Sólo otras tres mesas estaban ocupadas, con parejas entretenidas en sus conversaciones. Nadie me conocía.
Ángela pidió un martini.
¿Tú no bebes?, Ángela preguntó.
A veces.
Ahora dime, hablando en serio, ¿de veras no pensaste nada cuando te pasé el papelito?
No. Pero si quieres, pienso ahora, dije.
Sí, Ángela dijo.
Existen dos hipótesis. La primera es que me viste en el carro y te interesaste por mi perfil. Eres una mujer agresiva, impulsiva y decidiste conocerme. Una cosa instintiva. Arrancaste un pedazo de papel de un cuaderno y escribiste rápidamente el nombre y el teléfono. Por cierto, casi no pude descifrar el nombre que escribiste.
¿Y la segunda hipótesis?
Que eres una puta y sales con una bolsa llena de pedazos de papel escritos con tu nombre y tu teléfono. Cada vez que encuentras un tipo en un carro grande, con cara de rico e idiota, le das el número. Por cada veinte papelitos distribuidos, unos diez te telefonean.
¿Y cuál es la hipótesis que escoges?, Ángela dijo.
La segunda. Que eres puta, dije.
Ángela siguió bebiendo su martini como si no hubiera oído lo que dije. Bebí mi agua mineral. Me miró, queriendo demostrar su superioridad, levantando la ceja —era mala actriz, se veía que estaba perturbada—y dijo: tú mismo reconociste que era un papelito escrito de prisa dentro del carro, casi ilegible.
Una puta inteligente prepararía todos los papelitos en casa, de la misma manera, antes de salir, para engañar a los clientes, dije.
¿Y si te jurara que la primera hipótesis es la verdadera? ¿Lo creerías?
No. O mejor, no me interesa, dije.
¿Cómo que no te interesa?
Estaba intrigada y no sabía qué hacer. Quería que yo dijera algo que la ayudara a tomar una decisión.
Simplemente no interesa. Vamos a cenar, dije.
Con un gesto llamé al maitre. Escogimos la comida.
Ángela se tomó dos martinis más.
Nunca fui tan humillada en mi vida. La voz de Ángela sonaba ligeramente pastosa.
Si yo fuera tú no bebería más, para poder quedar en condiciones de huir de mí, cuando sea necesario, dije.
Yo no quiero huir de ti, dijo Ángela vaciando de un trago lo que quedaba en el vaso. Quiero otro.
Aquella situación, ella y yo dentro del restaurante, me aburría. Después iba a ser bueno. Pero platicar con Ángela no significaba nada para mí, en ese momento interlocutorio.
Aquella situación, ella y yo dentro del restaurante, me aburría. Después iba a ser bueno. Pero platicar con Ángela no significaba nada para mí, en ese momento interlocutorio.
¿Y qué haces tú?
Controlo la distribución de tóxicos en la zona sur, dije.
¿Es verdad?
¿No viste mi carro?
Puedes ser industrial.
Escoge tu hipótesis. Yo escogí la mía, dije.
Industrial.
Fallaste. Traficante. Y no me está gustando este foco de luz sobre mi cabeza. Me recuerda las veces que estuve preso.
No creo ni una sola palabra de lo que dices.
Ahora yo hice una pausa.
Tienes razón. Todo es mentira. Mira bien mi rostro. Ve si consigues descubrir alguna cosa, dije.
Ángela me tocó levemente la mandíbula, levantando mi rostro hacia el rayo de luz que bajaba del techo y me miró intensamente.
No veo nada. Tu rostro parece el retrato de alguien haciendo una pose, un retrato antiguo, de un desconocido, dijo Ángela.
Ella también parecía el retrato antiguo de un desconocido.
Miré el reloj.
¿Nos vamos?, dije.
Entramos al carro.
A veces pensamos que una cosa va a salir bien y sale mal, dijo Ángela.
El azar de uno es la suerte de otro, dije.
El azar de uno es la suerte de otro, dije.
La luna ponía en la laguna una estela plateada que acompañaba el carro. Cuando era niño y viajaba de noche la luna siempre me acompañaba, traspasando las nubes, por más que el carro corriera.
Voy a dejarte un poco antes de tu casa, dije.
¿Por qué?
Soy casado. El hermano de mi mujer vive en tu edificio. ¿No es aquél que queda en la curva? No me gustaría que él me viera. Conoce mi carro. No hay otro igual en Rio.
¿No vamos a vernos más?, Ángela preguntó.
Me parece difícil.
Todos los hombres se apasionan por mí.
Lo creo.
Y tú no eres la gran cosa. Tu carro es mejor que tú, dijo Ángela.
Uno completa al otro, dije.
Bajó. Fue andando por la acera lentamente, demasiado fácil, y encima mujer, pero yo tenía que ir en seguida para casa, ya se estaba haciendo tarde.
Apagué las luces y aceleré el carro. Tenía que golpearla y pasar por encima. No podía correr el riesgo de dejarla viva. Ella sabía mucho respecto de mí, era la única persona que había visto mi rostro, entre todas las otras. Y conocía también mi carro. Pero, ¿cuál era el problema? Nadie había escapado.
Golpeé a Ángela con el lado izquierdo de la salpicadera, arrojando su cuerpo un poco adelante, y pasé, primero con la rueda delantera —y sentí el sordo sonido de la frágil estructura del cuerpo despedazándose— y luego atropellé con la rueda trasera, un golpe de misericordia, porque ya estaba liquidada, sólo que tal vez aun sintiera un distante resto de dolor y perplejidad.
Cuando llegué a casa mi mujer estaba viendo la televisión, una película en colores, doblada.
Hoy tardaste más. ¿Estabas muy nervioso?, dijo.
Estaba. Pero ya pasó. Ahora voy a dormir. Mañana voy a tener un día terrible en la oficina.
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Diego Manrique / El día en que la mueca de Mick Jagger se congeló
El día en que la mueca
de Mick Jagger se congeló
Hubo un tiempo en que nada podía detener el circo, pero la muerte de L'Wren Scott, su pareja durante 13 años, ha alcanzado al corazón del 'rolling stone'. La diseñadora era una 'rara avis' entre la aristocracia del rock. Formaba una extraña pareja con el ‘playboy’ devenido en empresario. Su pérdida ha recordado a sus satánicas majestades su propia mortalidad
DIEGO A. MANRIQUE 22 MAR 2014 - 00:01 CET
Mick Jagger, durante la actuación de los Stones en Shanghái el pasado 14 de marzo, cinco días antes de fallecer L’Wren Scott. / GETTY
Esta vez, sí. Mick Jagger y los Rolling Stones han sido alcanzados debajo de la línea de flotación. La decisión de suspender los conciertos en Australia y Nueva Zelanda, tras conocerse el suicidio de L’Wren Scott, de 49 años, no tiene precedentes. Los tres miembros oficiales de la banda se han unido públicamente a la consternación de Mick Jagger, que mantuvo una relación de 13 años con la diseñadora.
Que se sepa que, anteriormente, las muertes cercanas no detenían el circo. En 1969, reaparecieron en Hyde Park dos días después del ahogamiento de Brian Jones en su piscina. Brian llevaba un mes fuera del grupo y los Stones supieron convertir su show londinense en un homenaje al desaparecido. Al que, en realidad, detestaban y habían dejado por imposible.
En 1976, Tara, el segundo hijo de Keith Richards y Anita Pallemberg, fue hallado muerto en su cuna, en Suiza; tenía poco más de dos meses. Richards estaba en París pero no se movió: decidió que el concierto de esa noche seguiría adelante. En 2006, cuando falleció el padre de Jagger, tampoco se suspendió la actuación prevista en Las Vegas.
Los otros stones no celebraron la llegada de una mujer con ideas de como vestir a unos rockeros maduros
Así eran los Stones. Duros, profesionales, aparentemente insensibles. En los años salvajes, viajaban con un séquito que vivía al límite. Si alguien tropezaba y caía, ni siquiera miraban atrás. Aunque fuera un íntimo, como Gram Parsons, que les introdujo en las secretas claves del country: le derribó una sobredosis en 1973 y nadie viajó a Estados Unidos para presentar sus respetos al cadáver. Que, por cierto, fue robado e incinerado en el desierto. Lo más disparatado suele hacerse realidad entre la aristocracia del rock.
No es un mundo al que cualquiera puede acceder. Para alternar, los Stones prefieren gente libre de compromisos laborales, con encanto personal y carteras profundas. L’Wren Scott no daba el tipo: era una emprendedora muy ocupada, que de modelo saltó a diseñadora, tras funcionar como estilista para estrellas de Hollywood. Dirigía una empresa de moda, LS Fashion Ltd, que, según se ha publicado estos días, acumulaba pérdidas millonarias, algo desmentido ayer por un portavoz de la diseñadora. Su autoestima, su orgullo de creadora hecha a sí misma, impedía que se quejara o que pidiera a Mick Jagger que la rescatara.
En la tropa stoniana, era la última en llegar; no podía provocar el mínimo rumor de que se trataba de una cazadora de fortunas. Y mucho menos entre la extensa familia Jagger, que incluye hijas e hijos de cuatro madres diferentes (su nieta Assisi, hija de Jade, le va a convertir en bisabuelo). Los otros miembros del grupo, con estéticas bien definidas, tampoco celebraron la llegada de una mujer altísima, con conceptos muy claros sobre cómo debían vestir en los escenarios unos rockeros maduros. Con zafio machismo, algunos asociados insistían en denominarla “la Yoko Ono de Mick”.
La propia convivencia con Jagger estaba llena de inconvenientes. Asumía sus infidelidades, siempre que fueran discretas. Durante años, se instalaron en una suite del hotel londinense Claridge’s; luego, se hicieron su nido en el barrio de Chelsea. Encargaron obras, habitaciones especiales en previsión de que ella se quedara embarazada, pero no ocurrió.
La logística de juntar las agendas de dos personas tan atareadas resultaba endiablada. En materia de impuestos, Jagger es un residente en el extranjero, lo que le obliga a contabilizar escrupulosamente sus días de estancia en territorio británico, para no superar los 180 permitidos por Hacienda. No le faltan residencias —en Francia, Nueva York, la isla caribeña de Mustique—, pero las disfruta menos de lo que quisiera.
En contra de su imagen de playboy, Mick Jagger ejerce de hombre de negocios a tiempo completo. Su fortuna, estimada en 200 millones de libras esterlinas, se mueve. Superada la frustración por no haber logrado establecerse como cantante solista o actor, Mick invierte en negocios cercanos a sus pasiones. Como aficionado al críquet, fue pionero en ofertar transmisiones de grandes encuentros por Internet. Es uno de los productores de Get on up, una película biográfica sobre James Brown que se estrena en agosto. También tiene los derechos cinematográficos de Último tren a Memphis, la biografía canónica de Elvis, y prepara una serie para HBO en compañía de Martin Scorsese.
Una abeja obrera
La gente de la moda está indignada. En las noticias sobre la muerte de L’Wren Scott aparecía primero el nombre de Mick Jagger; ella era “la novia de”. Una vida plena quedaba reducida a una relación sentimental. Justo lo contrario de lo que ella ansiaba: en 2008, afirmaba “quiero ser conocida por lo que hago, no por a quien conozco”. Efectivamente, había vestido a Angelina Jolie, Michelle Obama o Nicole Kidman. Trabajó a las órdenes de Bruce Weber, Karl Lagerfeld, Herb Ritts, Thiery Mugler. Lanzó líneas de ropa, pero también de cosméticos o bolsos. Y ahora es un cliché: “El alma torturada de una gacela glamurosa”, titulaba el Daily Mail. A la hora de las comparaciones con el mundo animal, ella lo tenía claro: “Soy una abeja obrera”.
Educada en una familia mormona, L’Wren no estaba habituada al estilo de vida del rock; ni siquiera era aficionada a esa música. Se encontró compartiendo techo con un perfeccionista que se parece más a un atleta que a los rockeros de leyenda. Alguien calculó que, en sus buenos tiempos, Jagger andaba/corría unos veinte kilómetros en dos horas de concierto. Y eso no se consigue por casualidad o por genética. Mick hace ejercicio todos los días laborables, con un entrenador personal. Tiene su dietista particular y se ha pasado a la comida orgánica. ¿Drogas? Quizás si alguien invita y son días de asueto. ¿Alcohol? Solo si urge celebrar algo.
No le cuesta compartir sus secretos de salud y belleza. Por el contrario, mantiene la discreción —encaja malamente en la mitología del rock— sobre sus actividades como gestor. Gestor de su carrera y la de sus compañeros. Y esa es su gran hazaña, nunca reconocida.
Conviene recordar que los Rolling Stones fueron expoliados en los años sesenta por su segundo manager, Allen Klein. Cuando comenzaban los setenta, como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, juraron que eso jamás se repetiría. Y se transformaron en una eficaz máquina de hacer dinero. Cabalgaron sobre las olas más lucrativas: los conciertos en estadios, el merchandising, los patrocinios, los discos compactos.
A partir de los ochenta, los Stones no han tenido demasiados éxitos multimillonarios, pero han procurado que su catálogo de grabaciones clásicas esté siempre disponible y dinamizado por reediciones cuidadas.
Al timón, el antiguo estudiante de la London School of Economics. Asesorado discretamente por banqueros y otras figuras del establishment, Jagger ha logrado el prodigio de mantener unido a un grupo sometido a brutales tormentas internas y poderosas fuerzas centrífugas.
Cierto que no podían imaginar que, con 70 años (72 en el caso de Charlie Watts, 66 en el de Ronnie Wood), estarían de gira por el mundo. En 2013, salieron a la carretera empujados por la demanda popular y mediática, por la coincidencia con el 50º aniversario de su debut. No montaron grandes producciones escenográficas, como era habitual. También incumplieron su promesa implícita de presentarse con un disco nuevo bajo el brazo, el detalle que proporcionaba dignidad a sus expediciones y les diferenciaba del resto de comerciantes en nostalgia.
No, no parece haber disco en marcha, aunque Jagger asegure que compone todo el tiempo. Ya es suficientemente complicado el reunirles con los músicos contratados para ensayar. Esta no es la típica banda perfectamente engrasada: los Stones requieren semanas de preparaciones para que aquello suene. Íntimamente, agradecen que varios de los conciertos previstos para este verano en Europa se desarrollen en festivales: menos presión, recitales más cortos. Se acabaron los excesos: todos economizan en energía. Y llevan mal que L’Wren Scott les haya recordado su propia mortalidad.
DE OTROS MUNDOS
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Rubem Fonseca / El otro
Rubem Fonseca / O outro (Pessoa)
Llegaba todos los días a la oficina a las ocho treinta de la mañana. El carro paraba a la puerta del edificio y yo bajaba, andaba diez o quince metros y entraba.
Como todo ejecutivo, pasaba las mañanas llamando por teléfono, leyendo memorandos, dictando cartas a mi secretaria y exasperándome con problemas. Cuando llegaba la hora del almuerzo, había trabajado duramente. Pero siempre tenía la impresión de que no había hecho nada útil.
Almorzaba en una hora, a veces en hora y media, en uno de los restaurantes de las proximidades y volvía al despacho. Había días que hablaba más de cincuenta veces por teléfono. Las cartas eran tantas que mi secretaria, o uno de los asistentes, firmaba por mí. Y siempre, al final del día, tenía la impresión de que no había hecho nada de lo que necesitaba haber hecho. Iba contra reloj. Cuando había una fiesta, a mitad de la semana, me irritaba, pues era menos tiempo el que tenía. Llevaba diariamente trabajo para casa, allí podía traducir mejor, no me llamaban tanto por teléfono.
Un día comencé a sentir una fuerte taquicardia. Además, ese mismo día, al llegar por la mañana al despacho, surgió a mi lado, en la acera, un sujeto que me acompañó hasta la puerta diciendo, “doctor, doctor, ¿podría usted ayudarme?” Le di unas monedas y entré. Poco después, cuando estaba hablando por teléfono con São Paulo, mi corazón se disparó. Durante algunos minutos latió con un ritmo fortísimo, dejándome extenuado. Tuve que tumbarme en el sofá, hasta que pasó. Estaba atontado, sudaba mucho, casi me desmayé.
Esa misma tarde fui al cardiólogo. Me hizo un examen minucioso, inclusive un electrocardiograma de esfuerzo y, al final, dijo que necesitaba bajar de peso y cambiar de vida. Me hizo gracia. Entonces me recomendó que dejara de trabajar algún tiempo, pero le dije que eso, también, era imposible. Finalmente, me prescribió un régimen alimenticio y me mandó que caminara por lo menos dos veces al día.
Al día siguiente, a la hora del almuerzo, cuando fui a dar la caminata recetada por el médico, el mismo sujeto de la víspera me detuvo pidiéndome dinero. Era un hombre blanco, fuerte, de pelo castaño largo. Le di algún dinero y proseguí.
El médico había dicho, con franqueza, que si no tenía cuidado, en cualquier momento podría tener un infarto. Tomé dos tranquilizantes aquel día, pero eso no fue suficiente para dejarme totalmente libre de tensión. Por la noche no llevé trabajo para casa. Pero el tiempo no pasaba. Intenté leer un libro, pero mi atención estaba en otra parte, en la oficina. Encendí la televisión, pero no logré aguantar más de diez minutos. Volví a mi caminata, después de la cena, y me quedé impaciente sentado en un sillón, leyendo los diarios, irritado.
A la hora del almuerzo el mismo sujeto se emparejó conmigo, pidiendo dinero: “¿Pero, todos los días?”, pregunté. “Doctor”, respondió, “mi madre está muriendo, necesita medicinas, no conozco a nadie bueno en el mundo, sólo a usted.” Le di cien cruceiros.
Durante algunos días el sujeto desapareció. Un día, a la hora del almuerzo, estaba caminando cuando apareció súbitamente a mi lado: “Doctor, mi madre murió.” Sin parar y apresurando el paso, respondí, “lo siento mucho.” Alargó su zancada, manteniéndose a mi lado, y dijo “murió.” Intenté desembarazarme de él y comencé a andar rápidamente, casi corriendo. Pero él corrió detrás de mí, diciendo “murió, murió, murió”, extendiendo los dos brazos contraídos en una expectativa de esfuerzo, como si fueran a colocar el ataúd de la madre sobre las palmas de sus manos. Por fin, paré jadeante, “¿cuánto es?” Con cinco mil cruceiros él enterraba a su madre. No sé por qué, saqué un talonario de cheques del bolsillo e hice allí, de pie en la calle, un cheque por aquella cantidad. Mis manos temblaban. “Ahora basta”, dije.
Al día siguiente no salí a dar mi vuelta, almorcé en la oficina. Fue un día terrible en que todo salía al revés: algunos papeles no fueron encontrados en los archivos; una importante competencia se perdió por una diferencia mínima; un error en la planeación financiera exigió que nuevos y complejos cálculos presupuestarios tuvieran que ser elaborados en régimen de urgencia. Por la noche, incluso con los tranquilizantes, mal conseguí dormir.
Por la mañana fui a la oficina y, en cierta manera, las cosas mejoraron un poco. Al mediodía salí a dar mi vuelta.
Vi que el sujeto que me pedía dinero estaba en pie, medio escondido en la esquina, acechándome, esperando que pasara. Di la vuelta y caminé en sentido contrario. Poco después oí el ruido de tacones de zapatos golpeando en la acera como si alguien estuviera corriendo detrás de mí. Apreté el paso, sintiendo un ahogo en el corazón, era como si estuviera siendo perseguido por alguien, un sentimiento infantil de miedo contra el cual intenté luchar, pero en ese instante él llegó a mi lado, diciendo “doctor, doctor.” Sin parar, pregunté, “¿ahora qué?.” Manteniéndose a mi lado, dijo “doctor, tiene usted que ayudarme, no tengo a nadie en el mundo.” Respondí con toda la autoridad que pude poner en la voz, “busca un empleo.” Dijo “no sé hacer nada, usted tiene que ayudarme.” Corríamos por la calle. Tenía la impresión de que la gente nos observaba con extrañeza. “No tengo que ayudarlo, de ninguna manera”, respondí. “Tiene que hacerlo, si no, usted sabe lo que puede ocurrir”, y me agarró del brazo y me miró, y por primera vez vi cómo era su rostro, cínico, vengativo. Mi corazón latía de nervios y de cansancio. “Es la última vez”, dije, parando y dándole dinero, no sé cuánto.
Pero no fue la última vez. Todos los días aparecía, repentinamente, suplicante y amenazador, caminando a mi lado, arruinando mi salud, diciendo es la última vez, doctor, pero nunca era. Mi presión subió más aún, mi corazón estallaba sólo de pensar en él. No quería ver más a aquel sujeto, ¿qué culpa tenía yo de que él fuera pobre?
Resolví dejar de trabajar un tiempo. Hablé con mis colegas de la dirección que estuvieron de acuerdo con mi ausencia por dos meses.
La primera semana fue difícil. No es sencillo parar de repente de trabajar. Me sentía perdido, sin saber qué hacer. Poco a poco me fui acostumbrando. Mi apetito aumentó. Empecé a dormir mejor y a fumar menos. Veía televisión, leía, dormía después del almuerzo y andaba el doble de lo que andaba antes, sintiéndome óptimo. Estaba volviéndome un hombre tranquilo y pensando seriamente cambiar de vida, dejar de trabajar tanto.
Un día salí para mi paseo habitual cuando él, el mendigo, apareció inesperadamente. Diablos, ¿cómo descubrió mi dirección? “¡Doctor, no me abandone!” Su voz era de pena y resentimiento. “Sólo lo tengo a usted en el mundo, no vuelva a hacerme eso, estoy necesitando algo de dinero, esta es la última vez, lo juro”, y arrimó su cuerpo muy cerca al mío, mientras caminábamos, y yo podía sentir su aliento ácido y podrido de hambriento. Era más alto que yo, fuerte y amenazador.
Fui en dirección de mi casa, él acompañándome, el rostro fijo vuelto hacia mí, vigilándome curioso, desconfiado, implacable, hasta que llegamos a mi casa. Le dije, “espera aquí.”
Cerré la puerta, fui a mi cuarto. Volví, abrí la puerta y al verme dijo “no haga eso, doctor, sólo lo tengo a usted en el mundo.” No acabó de hablar, o si acabó no lo oí, con el ruido del tiro. Cayó al suelo, entonces vi que era un niño delgado, con espinillas en el rostro y de una palidez tan grande que ni la sangre, que fue cubriendo su faz, conseguía esconder.
Rubem Fonseca
Feliz año nuevo, 1975↧
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Rubem Fonseca / Amarguras de un joven escritor
El día empezó mal desde temprano, cuando fui a la playa. No podía ver el mar, me hacía mal, por eso atravesaba la avenida Atlántica con los ojos cerrados, después volvía el cuerpo, abría los ojos y caminaba de espaldas por la arena hasta encontrar mi sitio, donde me sentaba de espaldas al océano. Cuando estaba atravesando la calle, sentí un miedo súbito, como si un carro me fuera a atropellar, y abrí los ojos. No vi ningún carro, pero vi el mar, sólo un segundo, sin embargo, un desgraciado instante de la visión dantesca de aquella horrenda masa verde azulada fue lo suficiente para provocarme una crisis de sudores fríos y vómitos, allí mismo en la acera. Cuando el ataque pasó fui a casa, me quité el pantalón y me dejé caer en la cama agotado, pero en seguida tocaron el timbre, y cuando miré por la mirilla vi en el corredor oscuro una figura toda encapuchada. Me asusté, estaba solo, Ligia había viajado, sólo podía ser un ladrón queriendo asaltarme, o un asesino, la situación en la ciudad no era buena. Intenté llamar a la policía, pero mi teléfono estaba descompuesto y el embozado tocaba el timbre insistentemente, poniéndome los nervios de punta. ¡Socorro!, grité desde la ventana, con la voz débil del miedo, pero el ruido de la calle no permitía que la gente me oyera, o quizás es que no se molestaban. El timbre continuaba tocando, el enmascarado no se iba, y yo, desnudo, dentro de la casa, lívido de miedo, sin saber qué hacer. Recordé que en la cocina había un cuchillo grande. Abrí la puerta blandiendo el cuchillo amenazadoramente, pero era una monja vieja quien estaba allí de pie, con aquella cosa que ellas usan en la cabeza. Me había equivocado. Cuando me vio desnudo, con el cuchillo en la mano, la hermana salió corriendo, gritando por el pasillo. Cerré la puerta aliviado y volví a la cama, pero poco tiempo después el timbre sonó de nuevo; era la policía. Abrí la puerta y el policía me dio un citatorio para presentarme a declarar el lunes, a causa de la queja de la monja, que, decía ella, había llamado a mi puerta para pedir limosna para los huérfanos y fue amenazada de muerte. ¿No te da vergüenza andar desnudo?, preguntó el policía. Increíble, no se podía andar desnudo ni siquiera dentro de casa. El domingo fue aún más complicado. La Ligia, que volvió inesperadamente, me vio en el cine con una muchacha, y allí mismo, mientras estaban proyectando la película, me llenó de golpes, un escándalo, me dieron veinte puntadas en la cabeza. No puedo continuar viviendo contigo, mira lo que hiciste conmigo, le dije cuando fue a recogerme al hospital, y Ligia abrió la bolsa y me mostró un enorme revólver negro, y dijo, si me engañas con otra mujer te mato. Confusiones que comenzaron mucho antes, cuando gané el premio de poesía de la Academia y mi retrato salió en el periódico, y creí que sería inmediatamente famoso, con las mujeres arrojándose a mis brazos. El tiempo fue pasando y nada de eso ocurría, un día fui al oculista y al decirle a la recepcionista, profesión escritor, preguntó ¿estibador? Mi fama duró veinticuatro horas. Fue entonces cuando apareció Ligia, entró al departamento alborozada y anhelante diciendo, no sabes las dificultades que tuve que vencer para descubrir tu dirección, ¡oh!, mi ídolo, haz de mí lo que quieras, y me conmoví, el mundo ignoraba mis realizaciones y aparece esta chica venida de lejos para postrarse a mis pies. Antes de ir a la cama dijo, dramáticamente, guardé el tesoro de mi pureza y de mi juventud para ti, y soy feliz. En fin, no tenía adónde ir y se instaló en mi departamento, cocinaba para mí y cosía para fuera, a pesar de ser mala costurera, arreglaba la casa, pasaba a máquina la larga novela que yo estaba escribiendo, hacía las compras en el supermercado con su dinero. Era un buen apaño, lo malo es que me obligaba a trabajar ocho horas diarias en la novela —ve hablando, decía, mientras mecanografiaba apresuradamente en la máquina. También controlaba mi bebida, y cuando dije que todo escritor bebía, dijo que eso era mentira, que Machado de Assis no bebía y que gracias a ella todavía no me había vuelto un pobre e infeliz alcohólico. Yo aguantaba todo eso, pero cuando me partió la cabeza creí que tenía que arreglármelas para salir de aquello sin que me diera un tiro, y una buena manera era fingirme impotente, cosa que ningún brasileño hace, ni siquiera para salvar el pellejo, pero mi desesperación era tanta que estaba dispuesto a pasar por la calle y que Ligia dijera, señalándome con su dedo grande y huesudo, ahí va ése, premiado por la Academia pero impotente. Cuando dije a Ligia que estaba en aquella situación, me arrastró al médico y dijo, doctor, está muy joven para ser impotente, ¿no le parece?, debe ser un virus o un gusano, quiero que le mande usted hacer todos los exámenes —y el médico me miró y dijo, ¿no fuiste tú premiado por la Academia? Así es la vida. Volvimos a casa, nos acostamos en el cuarto y cuando Ligia se durmió me levanté y saqué el revólver de su bolsa, para tirarlo a la basura, pero el edificio donde vivíamos era antiguo y no tenía basurero y me quedé con el revólver en la mano y sólo me venía a la cabeza la imagen de Marcel Proust, con bigotito y flor en la solapa, blandiendo el paraguas hacia las nubes, exclamando ¡zut! ¡zut! ¡zut! Al fin decidí salir y tirar el arma en una alcantarilla de la calle. Era noche entrada, y cuando me curvaba sobre el canalillo para introducir el revólver a través de la rejilla, llegó un negro con una navaja en la mano diciendo, echa para acá la lana y el reloj si no quieres que te raje. ¡Carajo, mi reloj es japonés de cuarzo, que no me quito de la muñeca ni para dormir y que se atrasa sólo un segundo en seis meses! Me levanté y sólo entonces el negro vio el revólver en mi mano, dio un paso hacia atrás asustado, pero ya era tarde, ya había apretado el gatillo, ¡bum!, y el negro cayó al suelo. Volví corriendo a casa diciendo, maté al negro, maté al negro, mientras en mi cabeza polifásica Joyce preguntaba a su hermana ¿puede un sacerdote ser enterrado con sotana?, ¿pueden ser celebradas elecciones en Dublín durante el mes de octubre?, hasta que llegué al cuarto, aún con el revólver en la mano, ¡zut! zut! ¡zut! y sin saber con certeza lo que hacía, volví a colocar el revólver en la bolsa de Ligia. Pasé el resto de la noche sin dormir. Cuando Ligia despertó dije, puedes matarme, pero me marcho, y comencé a vestirme. Ligia se arrodilló a mis pies y dijo, no me abandones, justo ahora que estás a la moda, con tu cabello negro peinado con brillantina, serás explotado por las demás mujeres, fuimos hechos uno para el otro, sin mí nunca acabarás la novela, si me dejas me mato, dejaré una terrible nota de despedida. La miré bien y vi que Ligia estaba diciendo la más absoluta verdad y por algunos instantes me quedé en la duda, qué era mejor para un joven escritor, ¿un premio de la Academia o una mujer que se mata por él, dejando una carta de despedida, culpándolo de ese gesto de amor desesperado? Para mí la novela ya acabó, dije, y puse una cara sarcástica y salí dando un portazo con estruendo. Me quedé parado en el pasillo algún tiempo, esperando que Ligia abriera la puerta y me llamara como siempre hacía cuando discutíamos, pero ese día eso no ocurrió. Yo tenía ganas de volver, y me sentía solo y además de eso estaba preocupado con la muerte del negro, pero seguí adelante y anduve por las calles hasta que entré en un bar a tomar una cerveza. En la mesa de al lado había una mujer y le sonreí, ella me devolvió la sonrisa y al momento estábamos sentados en la misma mesa. Era estudiante de enfermera, pero lo que le gustaba era el cine y la poesía. Fernando Pessoa, Drumond, Camões (el lírico), aquella cosa masticada de siempre, Fellini, Godard, Buñuel, Bergman, siempre lo mismo, rayos, siempre las mismas figuras. Está claro que la cretina no me conocía. Cuando le dije que era escritor, noté que su rostro se encendió de curiosidad, pero al decir mi nombre, preguntó desanimada, ¿cómo?, y repetí y dio una sonrisa amarilla, nunca había oído hablar de mí. Tomamos caipiriña, en mi cabeza una nube agradable, Conrad diciendo que viví todo aquello y la chica repitiendo la pregunta, ¿sobre qué escribes? Sobre personas, dije, mi historia es sobre personas que no aprendieron a morir y tomamos algunas caipiriñas más. Escribe una historia de amor, dijo la enfermera, y ya era noche avanzada y fui hacia la casa, entré tambaleante y dije a Ligia que estaba en la cama durmiendo, ¿la historia que estamos escribiendo es de amor?, pero Ligia no me respondió, permaneció en su sueño profundo. Entonces vi el recado en la mesita de la cabecera, junto con el frasco vació de píldoras tranquilizantes: José, adiós, sin ti no puedo vivir, no te culpo de nada, te perdono; quiera Dios que un día te conviertas en un buen escritor, pero me parece difícil; viviría contigo, aunque impotente, pero tampoco de eso tienes la culpa, pobre infeliz. Ligia Castelo Branco. Sacudí a Ligia con fuerza, pero estaba en coma. Intenté telefonear, pero mi teléfono está descompuesto, zut, zut, Gustave, le mot juste, bajé las escaleras corriendo, cuando llegué a la cabina, vi que no tenía ficha para el aparato y a aquella hora estaba todo cerrado. Y de repente, ¡diablos!, apareció un asaltante, ¡rayos!, ¡maldita desgracia!, pero no, no, ahí reconocí al asaltante, era el mismo negro al que yo había disparado, ¡estaba vivo! Él también me reconoció y salió corriendo, quizá con miedo de llevarse otro tiro. Corrí detrás de él gritando, ¡eh!, ¡eh!, ¿tienes una ficha de teléfono?, mi mujer lo está pasando mal, necesito llamar a la Cruz Roja y corrimos unos mil metros hasta que se detuvo, respirando con dificultad, estaba desnutrido y enfermo, y apenas y consiguió decir jadeante, por favor, no me des un tiro, soy casado y tengo hijos que mantener. Dije, quiero una ficha para el teléfono. Tenía una ficha para prestarme, atada a un hilo de nylon. Llamé a la Cruz Roja, tiré de la ficha para arriba y la entregué al ladrón, le pregunté si no quería ir a mi casa, a darme apoyo moral. Fuimos, y el ladrón, que se llamaba Eneas, hizo café para los dos mientras yo me lamentaba de la vida. No lo tomes a mal, dijo Eneas, pero creo que tu mujer ya estiro la pata, está fría como una lagartija. La Cruz Roja llegó, el médico examinó a Ligia y dijo, voy a tener que avisar a la policía, no toques nada, esos casos de suicidio tienen que ser comunicados, y me miró extrañado, ¿habría leído todo el recado? Al oír la palabra policía, Eneas dijo que ya era la hora de retirarse, ya sabes cómo es, lo siento mucho, amigo, y se marchó, dejándome solo con el cadáver. Lloré un poco, a decir verdad muy poco, no por falta de sentimiento, pero es que mi cabeza estaba en otras cosas. Me senté a la máquina: José, mi gran amor, adiós. No puedo obligarte a amarme con el mismo amor que yo te dedico. Tengo celos de todas las bellas mujeres que viven a tu alrededor intentando seducirte; tengo celos de las horas que pasas escribiendo tu importante novela. Oh, sí, amor de mi vida, sé que el escritor necesita soledad para crear, pero esta alma mezquina mía de mujer enamorada no tolera compartirte con otra persona o cosa. Mi querido amante, ¡fueron momentos maravillosos los que pasamos juntos! Siento tanto no poder ver terminado ese libro que será sin duda una obra maestra. ¡Adiós! ¡Adiós!, quiéreme mucho, acuérdate de mí, perdóname, pon una rosa en mi sepultura de Día de los Difuntos. Tu Ligia Castelo Branco. Firmé, haciendo la letra redondita de Ligia, y coloqué la carta en la mesita de cabecera, después cogí la carta que ella había escrito, la rompí, puse al fuego los pedacitos y tiré las cenizas en la taza del sanitario. Impotente y mal escritor —¡mierda!, ¿qué hice yo para que me tratara así?—; yo era gentil, apasionado, ¿no? —mientras pensaba en eso fui al refrigerador y cogí una cerveza—, trataba a Ligia con consideración y dignidad, ¿no?, si alguien mandaba en alguien, era ella la que mandaba en mí, ella era una persona libre, yo era quien estaba obligado a hacer gimnasia, dieta, dejar de beber —me levanté y cogí otra cerveza—, y ahora ella decía que era difícil que me convirtiera en un gran escritor; ¿qué fue lo que hice?, amé y fue así como ella me pagó, tragándose un frasco de mogadon y dejando una carta llena de calumnias —cogí otra cerveza y miré a Ligia en la cama, ahora su rostro estaba en reposo—, era bonita, y mucho más en aquellos momentos en que estaba pálida, sin pintura, y se veían las pecas en el rostro y los labios quedaban desarmados —me levanté y tomé otra cerveza— pobre Ligia, ¿por qué te enredaste con un escritor?, y me acerqué a ella y la agarré por el brazo que comenzaba a ponerse duro, además de frío, y dije, ¿eh?, ¿eh?, ¿por qué te enredaste con un escritor?, somos todos unos egoístas asquerosos, y tratamos a las mujeres como si fueran nuestras esclavas, tú ganabas el dinerito para sustentarnos y yo creaba la filosofía, ¿eh? —y me levanté, cogí otra cerveza y volví cerca de Ligia, pues aún no había terminado mi discurso—y continué, desperdiciamos nuestra vida, pensando que dos personas podían ser una sola, pobres ingenuos esperanzados —juro que en ese instante el pecho de Ligia se dilató como si hubiera suspirado—, los gusanos van a comerte, amor mío —y tomé otra cerveza, ¡zut!, por qué había tanta cerveza, aquello sí que era una ama de casa—, los gusanos van a comerte, pero quiero que sepas esta verdad...; en ese instante, mi borracha memoria me falló y me quedé allí, al lado del feo cadáver sin saber qué decir, besé los labios de Ligia con insoportable asco, fui al refrigerador y cogí la última cerveza, después de todo no era tan buena ama de casa, mi sed aún no se terminaba, y en ese instante llegó la policía. Dos hombres, uno me preguntó enseguida quién era yo y el otro cogió la carta, y los dos la leyeron y no le dieron más importancia, continuaban una conversación anterior —hasta que uno de ellos preguntó, ¿andaba nerviosa?—, hicieron preguntas que yo no entendía, el tiempo no pasaba, yo quería dormir, uno me preguntó, ¿el teléfono está descompuesto?, tenemos que llamar a los peritos, y el otro dijo, matarse por un raquítico de éstos, las mujeres están locas, y salió a llamar a los peritos por la radio del carro, mientras el colega se quedó fumando —era una mañana opresiva—, desde la ventana yo veía todas las chimeneas de los edificios de apartamentos, echando una humareda blanca, millares de basureros humeantes, trayendo de vuelta, por el aire, como un ángel maldito, la basura tirada fuera —mi cuerpo era raquítico pero era mío, así como mi pensamiento polifásico—. Entonces llegaron los peritos con máquinas fotográficas, cuadernos de apuntes, cintas métricas; llegaron dos hombres más, vestidos con una especie de uniforme que parecía una versión pobre de un traje elegante de verano, y tiraron el cuerpo de Ligia en una caja de aluminio y llevaron a Ligia para los gusanos —no aprendiste a morir, desgraciada, ¿tampoco tú?— y el policía que dirigía me citó para declarar al día siguiente, harían la autopsia del cuerpo y después quedaría a mi disposición —¿para qué?— y se fueron, llevándose la carta de Ligia. Imaginé los diarios del día siguiente, Hermosa Mujer se mata por Joven Escritor —no tengo la culpa de lo que ocurrió, dijo el Joven y Renombrado Escritor al ser entrevistado por este informativo, lamento mucho la muerte de esta pobre y alocada criatura, es todo lo que puedo decir— el reportaje de este diario descubrió que no es la primera vez que una mujer se mata por amor al Joven Escritor, hace dos años, en Minas Gerais —no, Minas Gerais no, mejor en el mismo Rio— hace dos años, en Rio de Janeiro, una Francesa estudiante de antropología —basta de pensamiento polifásico, pensé, y salí y fui al bar y estaba en la tercera caipiriña cuando se sentaron en una mesa de al lado dos muchachas y una empezó a decirme luego, eh. Eh, yo, y cogí mi vaso y cambié de mesa; una era modelo de anuncios de televisión y la otra no hacía nada. ¿Y tú? Soy asesino de mujeres —podría haber dicho, soy escritor, pero eso es peor que ser asesino, los escritores son amantes maravillosos, pero sólo por unos meses, y maridos asquerosos el resto de la vida— ¿y cómo las matas? —veneno, el lento veneno de la indiferencia— una se llamaba Iris, la que no hacía nada, y la otra Susana, llámame Suzie. No me acuerdo de nada más, estaba borracho y desperté al día siguiente con resaca —con menos de treinta años y ya sufriendo los lapsus de la memoria de los alcohólicos, además de ver doble mi palimpsesto después de la cuarta caipiriña. Salí, compré los diarios y sólo El Día daba la noticia de la muerte de Ligia; costurera se mata en Copacabana, era el título, en la sexta página, y en letra pequeña estaba escrito que el compañero de la costurera había dicho que la mujer sufría de los nervios. Fui a la Comisaría y esperé dos horas a que el escribano me atendiera. Puso papel en la máquina: Que el declarante vivía maritalmente con Ligia Castelo Branco, la suicida, Que el día 14 de julio salió de casa para tomar una copa, dejando a Ligia en la casa que habitaban, en la calle Barata Ribeiro, 435, depto. 12, Que al volver, horas después, verificó que la referida Ligia estaba en coma, y llamó a la Cruz Roja, Que al llegar, el médico constató la muerte de Ligia, Que Ligia dejó una carta aclarando que se había suicidado, Que la policía avisada por el médico llegó poco después, siendo el local peritado y el cuerpo llevado al Instituto Médico Legal. Firmé debajo de donde me indicó. En la Comisaría estaba un fotógrafo de prensa que me preguntó si tenía algún retrato de la chica, suicidio, ¿verdad? Un caso de amor loco, dije, y los diarios no dijeron nada, la carta es conmovedora. El tipo dijo que estaba trabajando con un novato que era una bestia, aprendiz y analfabeto, que él mismo escribiría el asunto, ¿cuál es el nombre de ella?, ¿y el tuyo?; y me fotografió desde varios ángulos mientras yo le decía, soy escritor, premiado por la Academia, estoy escribiendo una novela definitiva, la literatura brasileña está en crisis, una gran mierda, ¿dónde están los grandes temas de amor y muerte? Fui a dormir esperando el día siguiente y todo salió en el diario, destacado, mi retrato, flaco, romántico, pensativo y misterioso y debajo la leyenda comillas amor y muerte no se encuentran en los libros comillas. El rótulo era Diseñadora del Society Se Mata Por El Amor De Conocido Escritor. Ligia Castelo Branco, la hermosa y conocida diseñadora de la high society, se mató ayer, después de romper con su amante, renombrado novelista brasileño. Mi corazón latía de satisfacción, la carta había sido transcrita con integridad y bajo el retrato de Ligia estaba escrito comillas bella joven se mata pero al mundo no le importa comillas. La noticia hablaba además de mi libro, mencionaba mis palabras en la Comisaría, inventaba una vida elegante para Ligia, felizmente el periodista era un mentiroso. Al trabajo, bramé en mi pensamiento polifásico, y volví corriendo a casa, me senté frente a la máquina de escribir, dispuesto a terminar mi novela en una sola acometida, incluso sin mi Anna Grigorievna Castelo Branco Snitkina. Pero no salía una sola palabra, ni una siquiera, miraba el papel en blanco, torcía las manos, me mordía los labios, bufaba y suspiraba, pero no salía nada. Entonces procuré recordar la técnica que usaba: Ligia mecanografiaba mientras yo permanecía caminando y dictando las palabras. Me levanté e intenté repetir el mismo proceso, pero era imposible, gritaba una frase, corría, me sentaba a la máquina, escribía rápidamente, después me levantaba, caminaba, dictaba otra frase, me sentaba, escribía, me levantaba, dictaba, me sentaba, caminaba, me sentaba,levantaba, pero al poco tiempo verifiqué que eran enteramente idiotas las palabras que estaba escribiendo en el papel. Con Ligia yo no leía las palabras a medida que iban siendo escritas, es eso, pensé, con Ligia permanecía caminando por la sala, arrojando las palabras sobre ella, mientras ella golpeaba velozmente en el teclado y yo sólo veía el resultado más tarde, a veces al día siguiente. Intenté escribir, sin leer lo que estaba escribiendo, dejando correr mi pensamiento, pero vi que todo estaba resultando una porquería intragable, entonces, entonces, horrorizado comprendí todo —con las manos trémulas, y el corazón helado, cogí las hojas mecanografiadas por Ligia y leí lo que estaba escrito, y la verdad se reveló brutal y sin apelación, quien estaba escribiendo mi novela era Ligia, la costurera, la esclava del gran escritorzuelo de mierda, no había allí una palabra que fuese verdaderamente mía, ella era quien había escrito todo y aquello iba a ser verdaderamente una gran novela y yo, joven alcohólico, ni por lo más mínimo percibí lo que estaba ocurriendo. Me tumbé en la cama con ganas de morir, sí, sí, como dijo aquel ruso, la vida me enseñó a pensar, pero pensar no me enseñó a vivir, y entonces el timbre tocó y entró un hombre calvo, barrocamente vestido, pañuelo rojo en el bolsillo, anillo de rubí, corbata dorada con un alfiler de perla, camisa de colores y traje a rayas, que se presentó como detective Jacó y me pidió que escribiese el nombre de Ligia completo en un papel, y yo lo escribí y él se marchó y yo volví a tumbarme en la cama, triste y con hambre,un hambre tan fuerte que me hizo levantar e ir al bar, donde bebí varias botellas de cerveza, lo que alivió mi dolor. Volví a casa y releí la novela deLigia: una obra maestra irretocable, podría ser publicada tal como estaba, sólo quien supiera que no había sido terminada, y eso nadie lo sabía, percibiría que faltaba alguna cosa, pero pensándolo bien ¿qué cosa era esa?, ¿qué estaba esperando Ligia para dar el libro por terminado? Eso era fácil de responder, Ligia no iba a acabar nunca, la novela que ella fingía que estaba escribiendo era lo que me unía a ella, Ligia temía que el fin del libro fuera el fin de nuestra relación y en medio de mi pensamiento polifásico surgió la certeza de que Ligia no quería suicidarse, sólo darme un susto; si quisiera suicidarse podría haberse dado un tiro en la cabeza, manejaba las armas con perfección, ¿por qué habría de tomar mis malditas píldoras? El timbre tocó y era Jacó, el detective, usando ahora ropa de colores, otro alfiler en la corbata; entró, se sentó diciendo, mis pies me están matando, ¿puedo quitarme los zapatos?, usaba calcetines de colores y sus pies trasudaban a perfume, hedor que aumentó cuando Jacó sacó un frasquito del bolsillo y roció más perfume sobre los calcetines. Estás en un mal negocio, hijo mío, la Técnica probó que falsificaste la firma de la muerta y las píldoras fueron compradas con una receta a tu nombre y además de eso ya quisiste matar a una monja sin ningún motivo a no ser satisfacer tu ya ahora comprobado genio violento. Protesté, ¿violento?, yo soy un alma gentil y dulce, usted no me conoce, y me callé la boca, pues Jacó levantó el pie derecho hasta la nariz, olió y dijo, lo que más odio es el olor a quesos, y además de eso, prosiguió, hay la discusión entre la muerta y tú, tenemos la declaración del médico, y finalmente —Jacó sacó del bolsillo un calzador de tortuga donde estaba escrito Hotel Casa Grande y colocó cuidadosamente los pies en los zapatos—, finalmente aparecieron dos muchachas en la Comisaría que dijeron haberte oído decir en un bar que ya habías envenenado a algunas mujeres, vámonos, hijo mío. Puedo explicarlo todo, dije, pero Jacó me interrumpió, lo explicas en la Comisaría, vámonos. Cogí el libro y bajamos juntos, entré en el coche de la policía, mi pensamiento polifásico —novelista famoso acusado de crimen mortal— editores en fila llamando en las rejas de la cárcel, consagr
Rubem Fonseca
Feliz año nuevo, 1975
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Rubem Fonseca / Nau Catrineta
Desperté oyendo a tía Olimpia declamar la Nau Catrineta∗ con su voz grave y potente de contralto.
Reniego de ti demonio
que me ibas a tentar
mi alma es sólo de Dios
el cuerpo lo doy al mar.
Lo tomó un ángel en brazos
y no nos dejó ahogar,
dio un reventón el demonio,
se calmaron viento y mar
y por la noche la Nau Catrineta
estaba en tierra varada.
Recordé entonces que era el día de mi vigésimo primer aniversario. Las tías debían estar todas en el pasillo, esperando que me despertara. Estoy despierto, grité. Entraron a mi cuarto. Tía Helena llevaba un viejo y sobado libro con pastas de cuero con presillas de metal dorado. Tía Regina traía una bandeja con mi desayuno, y tía Julieta una cesta con frutas secas, cogidas en nuestro huerto. Tía Olimpia vestía el traje que usó al representar la École des femmes, de Moliere.
Todo es mentira, dijo tía Helena, ni el demonio reventó, ni ángel ninguno salvó al capitán; la verdad está toda en el Diario de a bordo, escrito por nuestro remoto abuelo Manuel de Matos, que tú ya leíste, y en este otro libro, el Decálogo Secreto del tío Jacinto, que vas a leer hoy por primera vez.
En el Decálogo Secreto estaba definida mi misión. Era el único varón de una familia, reducida, además de mí, a cuatro mujeres solteronas e implacables.
El sol entraba por la ventana y oía los pájaros cantando en el jardín de la casa. Era una hermosa mañana. Mis tías preguntaron ansiosas si había elegido ya a la moza. Respondí que sí. Daremos una fiesta de cumpleaños hoy por la noche. Tráela aquí para conocerla, dijo tía Regina. Mis tías me cuidaron desde que nací. Mi madre murió de parto y mi padre, primo hermano de mi madre, se suicidó un mes después.
Dije a las tías que conocerían a la dulce Ermelinda Balsemão esa misma noche. Sus rostros se llenaron de satisfacción. Tía Regina me entregó el Decálogo Secreto del tío Jacinto y todas salieron solemnemente del cuarto. Antes de comenzar la lectura del Decálogo telefoneé a Ermé, como yo la llamaba, y le pregunté si quería cenar conmigo y las tías. Aceptó satisfecha. Abrí entonces el Decálogo Secreto y comencé a leer los mandamientos de mi misión: Es obligación inexcusable de todo primogénito de nuestra Familia, por encima de las leyes circunstanciales de la sociedad, de la religión y de la ética...
Mis tías retiraron sus más pomposos vestidos de gala de los armarios y baúles. Tía Olimpia vistió su ropa favorita, que guardaba para ocasiones muy importantes, el traje que usó para representar Fedra por última vez. Doña María Nunes, nuestra gobernanta, construyó enormes y elaborados peinados en la cabeza de cada una; como era praxis entre las mujeres de la familia, las tías nunca se habían cortado el pelo. Me quedé en el cuarto, después de leer el Decálogo, levantándome de la cama de vez en cuando para ver el jardín y el bosque. Era una misión dura, que mi padre había cumplido y mi abuelo y mi bisabuelo y todos los demás. Saqué a mi padre de la cabeza en seguida. Aquél no era el mejor momento para pensar en él. Pensé en mi abuela que era anarquista y fabricaba bombas en el sótano de aquella casa sin que nadie lo sospechara. Tía Regina acostumbraba decir que todas las bombas que explotaron en la ciudad entre 1925 y 1960 fue la abuela quien las fabricó y tiró. Mamá, decía tía Julieta, no soportaba las injusticias y esa era la manera de demostrar su desaprobación; los que murieron fueron en su mayoría culpables y los pocos inocentes sacrificados habían sido mártires de una buena causa.
Desde la ventana de mi cuarto vi, iluminado por el claro brillo de la luna llena, el coche de Ermé, con la capota levantada, entrar lentamente por el portalón de piedra, subir el camino ladeado de hortalizas y parar frente a la alta casuarina que se erguía en el centro del césped. La brisa fresca de la noche de mayo desordenaba sus finos cabellos rubios. Por unos instantes Ermé pareció oír el sonido del viento en el árbol; después miró en dirección a la casa, como si supiera que yo la estaba observando, y pasó la bufanda alrededor del cuello, atravesada por un frío que no existía, a no ser dentro de ella. Con un gesto abrupto, aceleró el carro y partió, ahora resueltamente, en dirección a la casa. Bajé a recibirla.
Tengo Miedo, dijo Ermé, no sé por qué pero tengo miedo. Creo que es esta casa, es muy bonita, ¡pero es tan sombría!
Tienes miedo de las tías, dije.
Llevé a Ermé a la Sala Pequeña, donde estaban las tías. Quedaron impresionadas con la belleza y la educación de Ermé, y la trataron con mucho cariño. En seguida vi que había recibido la aprobación de todas. Será esta misma noche, dije a tía Helena, avisa a las otras. Quería terminar pronto mi misión.
Tía Helena contó animadas aventuras de los parientes, que remontaban al siglo XVI. Todos los primogénitos eran y son obligatoriamente artistas y carnívoros y, siempre que es posible, cazan, matan y comen la presa. Vasco de Matos, uno de nuestros abuelos, comía hasta los zorros que cazaba. Más tarde, cuando comenzamos a criar animales domésticos, nosotros mismos matábamos los carneros, conejos, patos, gallinas, cerdos y hasta los becerros y vacas que comíamos. No somos como los demás, dijo tía Helena, que no tienen valor para matar o incluso ver matar un animal y sólo quieren saborearlo inocentemente. En nuestra familia somos carnívoros conscientes y responsables. Tanto en Portugal como en Brasil.
Y ya hemos comido personas, dijo tía Julieta; nuestro remoto abuelo, Manuel de Matos, era segundo de la Nau Catrineta y se comió a uno de los marineros sacrificados para salvar a los otros de la muerte por hambre.
Escuchen ahora, señores, una historia para pasmarse, allí viene la Nau Catrineta, que tiene mucho que contar..., recité, imitando el tono grandilocuente de tía Olimpia. Todas las tías, con excepción de Olimpia, tuvieron un acceso de risa. Ermé parecía acompañarlo todo con curiosidad.
Tía Julieta, apuntándome con su largo dedo, blanco y descarnado, donde brillaba el Anillo con el Sello de Armas de la familia dijo: José está siendo entrenado desde pequeño para ser artista y carnívoro.
¿Artista?, preguntó Ermé, como si aquello le divirtiera.
Es Poeta, dijo tía Regina.
Ermé, que era estudiante de letras, dijo que adoraba la poesía — después quiero que me enseñes tus poemas— y que el mundo necesitaba mucho de los poetas. Tía Julieta preguntó si conocía el Cancionero portugués. Ermé dijo que había leído alguna cosa de Garret, y que entendía el poema como una alegoría de la lucha entre el Mal y el Bien, acabando éste por vencer, como se acostumbra en tantas homilías medievales.
¿Entonces crees que el ángel salvó al capitán?, preguntó tía Julieta.
Es lo que está escrito, ¿no? De cualquier forma, son sólo versos salidos de la imaginación fantasiosa del pueblo, dijo Ermé.
¿Entonces no crees que ocurrió un episodio verdadero semejante al poema, en el navío que llevaba de aquí para Portugal, en 1565, Jorge de Albuquerque Coelho?, preguntó tía Regina. Ermé sonrió delicadamente, sin responder, como hacen los jóvenes con los viejos a quienes no quieren desagradar.
Diciendo que conocían, ella y las hermanas, todos los romances marítimos que trataran del tema de la Nau Catrineta, tía Regina salió de la sala para volver poco después, cargada de libros. Éste es El náufrago salvado, del poeta castellano Gonzalo de Berceo; éste, las Cantigas de Santa María, de Alfonso el Sabio; éste, el libro del pobre Teófilo Braga; éste, la Carolina Michaëlis; éste, un romance incompleto del ciclo, encontrado en Asturias con versos reproducidos de las versiones portuguesas. Y éste, y éste otro, y éste —y tía Regina fue arrojando los libros sobre la mesa manuelina en el centro de la Sala Pequeña—, todos llenos sólo de especulaciones, raciocinios sin fundamento, falsas proposiciones, impostura e ignorancia. La verdad histórica la tenemos aquí en este libro, el Diario de a bordo, de nuestro remoto abuelo Manuel de Matos, segundo del navío que en 1565 llevó de aquí para Portugal a Jorge de Albuquerque Coelho.
Después de esto fuimos a la mesa. Pero el asunto no había sido zanjado. Era como si el silencio de Ermé estimulara a mis tías aún más a hablar del asunto. En el poema, que los juglares se encargaron de difundir, el capitán es salvado de la muerte por un ángel, dijo tía Julieta. La verdadera historia, que está en el diario de nuestro remoto abuelo, nunca se supo, para que se protegiera el nombre y el prestigio de Albuquerque Coelho. ¿Te están gustando los calamares? Es una receta antigua, de la familia, y este vino viene de nuestra hacienda en Villa Real, dijo tía Regina. El historiador Narciso Acevedo, de Oporto, que tiene parentesco con nosotros, felizmente no de sangre —sólo está casado con nuestra prima María de la Ayuda Fonseca, de Sabrosa—, alega que, durante el viaje, algunos marineros hicieron un requerimiento a Albuquerque Coelho, para que él los autorizara a comerse a varios compañeros muertos de hambre y que Albuquerque Coelho se había rehusado enérgicamente, diciendo que mientras estuviera vivo no permitiría la satisfacción de tan brutal deseo. Ahora bien, dijo tía Olimpia, en verdad lo que pasó fue enteramente distinto; los marineros que murieron de hambre habían sido tirados al mar y Manuel de Matos notó que muchos, tal vez todos los tripulantes del navío, inclusive Jorge Albuquerque Coelho, morirían simultáneamente de hambre. Hablando de esto, este cabrito que estamos comiendo fue criado por nosotros mismos, ¿te agrada al paladar? Antes que Ermé respondiera, tía Julieta continuó: la tripulación fue entonces reunida por Manuel de Matos, nuestro remoto abuelo, y mientras Jorge Albuquerque Coelho se desentendía postrado en el lecho de su cabina, se decidió, por mayoría de votos —y aquí uso las propias palabras del Diario, que sé de memoria—, jugarse a la suerte la ventura de ver cuál habría de ser matado. Y la suerte fue echada cuatro veces y cuatro marineros fueron matados y comidos por los sobrevivientes. Y cuando la Nau San Antonio llegó a Lisboa, Albuquerque Coelho, que se enorgullecía de su fama de cristiano, héroe y disciplinador, prohibió a todos los marineros que hablaran del asunto. De lo que al final se filtró, se hizo la versión romántica de la Nau Catrineta. Pero la verdad, cruda y sangrienta, está aquí en el Diario de Manuel de Matos.
La sala pareció oscurecer y una bocanada de inesperado aire frío entró por la ventana, alanceando las cortinas. Doña María Nunes, que nos servía, se encogió de hombros y por unos instantes se escuchó un fuerte silencio profundo, casi insoportable.
Esta casa es tan grande, dijo Ermé, ¿vive alguien más aquí?
Solamente nosotros, dijo tía Olimpia. Nosotros mismos lo hacemos todo, con la ayuda de doña María Nunes; cuidamos el jardín y la huerta, nos dedicamos a la crianza de animales, limpiamos la casa y, cocinamos, lavamos y planchamos la ropa. Esto nos mantiene ocupadas y sanas.
¿Y José no hace nada?
Es Poeta, tiene una misión, dijo tía Julieta, la guardiana del Anillo.
¿Y porque es poeta no come? No tocaste la comida, dijo Ermé.
Estoy guardando mi hambre para más tarde.
Cuando terminó la cena, tía Helena preguntó si Ermé era una persona religiosa. Las tías siempre rezaban una novena, en compañía de doña María Nunes, en la pequeña capilla de la casa, después de la cena. Antes que salieran para la capilla —Ermé declinó la invitación, lo que me agradó, pues podríamos quedarnos juntos, solos— besé tía por tía, como lo hacía siempre. Primro tía Julieta, un rostro flaco y huesudo, nariz larga y ganchuda, los labios finos del dibujo de la hechicera de mis libros de hadas de la infancia, ojos pequeños y brillantes, contrastando con la palidez del rostro —hasta entonces no sabía por qué era ella la Guardiana del Anillo, tuve ganas de preguntarle, ¿por qué eres tú quien usa el Anillo?, pero sentí que lo sabría muy en breve. Tía Olimpia era morena, de ojos amarillentos, me besó con sus labios gruesos y su boca ancha y su nariz grande y su voz modulada; para cada sentimiento tenía ella una mímica correspondiente, casi siempre expresada en el rostro por miradas, muecas y gestos. Tía Regina me miró con sus pequeños ojos astutos y desconfiados de perro pequinés —era tal vez la más inteligente de las cuatro. Tía Helena se levantó cuando llegué cerca de ella. Era la más alta de todas y también la más vieja y la más bonita; tenía un rostro noble y fuerte, parecido al de la abuela María Clara, la anarquista tiradora de bombas, y estaba señalada por las hermanas como el arquetipo de la familia; las hermanas decían que todos los hombres de la familia eran guapos como ella, pero la fotografía de tío Alberto, el otro hermano de ellas, más joven que mi padre y que murió de peste en África cuando luchaba al lado de los negros, mostraba una figura de monumental fealdad. Tía Helena pidió permiso para decirme una palabra en privado. Salimos del comedor y conversamos por unos instantes tras las puertas cerradas.
Cuando volví las otras tías ya se habían retirado.
Es graciosa la forma en que hablan. Sólo se tratan de tú para acá, y tú para allá, dijo Ermé.
Usamos el usted para los empleados y para los desconocidos sin importancia, dije. Así era en Portugal y continuó en Brasil, cuando la familia vino para acá.
Pero no tratan a la gobernanta de usted.
¿Doña María Nunes? Pero ella es como si fuera una persona de la familia; está en nuestra casa desde tiempos de la abuela María Clara, antes incluso de que mi padre y mis tías hubieran nacido. ¿Sabes cuántos años tiene? Ochenta y cuatro.
Parece un marinero, con el rostro lleno de arrugas, quemada por el sol, dijo Ermé. Es diferente de ustedes, ¡tú eres tan pálido!
Es para poder tener cara de poeta, dije. Vamos al lugar que más me gusta de la casa.
Ermé miró los estantes llenos de libros. Es aquí donde paso la mayor parte de mi tiempo, dije. A veces duermo aquí en ese sofá; es una especie de cuarto-biblioteca; hay también un pequeño baño aquí al lado.
Estábamos de pie, tan próximos que nuestros cuerpos casi se tocaban. Ermé no tenía ninguna pintura en el rostro, en el cuello, en los brazos, pero su piel brillaba de salud. La besé. Su boca era fresca y cálida, como vino maduro.
¿Y tus tías?, preguntó Ermé cuando la acosté en el sofá.
Nunca vienen aquí, no te preocupes. Su cuerpo tenía la solidez y el olor de un árbol de muchas flores y frutos y la fuerza de un animal salvaje libre. Nunca podré olvidarla.
¿Por qué no buscas un empleo y te casas conmigo?, preguntó Ermé. Reí, pues no sabía hacer nada, a no ser escribir poemas. ¿Y para qué trabajar? Era muy rico, y cuando mis tías murieran iba a quedar más rico aún. Yo también soy rica y pretendo trabajar, dijo Ermé. Está bien, vamos a casarnos, dije. Me vestí, salí de la biblioteca y fui hasta el aparador.
Sin decir una palabra, doña María Nunes me dio la botella de champaña con las dos copas. Llevé a Ermé a la sala pequeña y, apartando los libros que aún estaban sobre la mesa manuelina, coloqué el champaña y las copas sobre ella. Ermé y yo nos sentamos, lado a lado.
Saqué del bolso el frasco negro de cristal que tía Helena me había dado aquella noche y me acordé de nuestro diálogo tras la puerta: Yo mismo tengo que elegir y sacrificar a la persona que voy a comer en mi vigésimo primer año de vida, ¿no es así?, pregunté. Sí, tú mismo tienes que matarla; no uses eufemismos tontos, vas a matarla y después a comerla, hoy mismo, fue el día que tú escogiste y eso es todo, respondió tía Helena; y cuando dije que no quería que Ermé sufriera, tía Helena dijo, ¿y nosotros acostumbramos hacer sufrir a las personas? Y me dio el frasco de cristal negro, adornado de plata labrada, explicando que dentro del frasco había un veneno poderosísimo, del que bastaba sólo una ínfima gota para matar; incoloro, insípido e inodoro como agua pura, la muerte causada por él era instantánea —tenemos este veneno hace siglos y cada vez se pone más fuerte, como la pimienta que nuestros remotos abuelos traían de la India.
¡Qué frasco tan bonito!, exclamó Ermé.
Es un filtro de amor, dije, riendo.
¿De veras? ¿Lo juras? Ermé también reía.
Una gotita para ti, una gotita para mí, dije, echando una gota en cada copa. Quedaremos locamente enamorados uno del otro. Llené las copas de champaña.
Yo ya estoy locamente enamorada de ti, dijo Ermé. Con un gesto elegante se llevó la copa a los labios y sorbió un pequeño trago. La copa cayó de su mano sobre la mesa, partiéndose, e inmediatamente el rostro de Ermé se abatió sobre los fragmentos de cristal. Sus ojos permanecieron abiertos,como si estuviera absorta en algún pensamiento. No tuvo tiempo ni de saber lo que ocurrió.
Las tías entraron al saloncito, acompañadas de doña María Nunes.
Estamos orgullosos de ti, dijo tía Helena.
Todo será aprovechado, dijo tía Regina. Los huesos serán molidos y se los daremos a los cerdos junto con harina de maíz y saúco. Con las tripas haremos salpicón y sopas de ajo. Los sesos y las carnes nobles tú los comerás. ¿Por dónde quieres empezar?
Por la parte más tierna, dije.
Desde la ventana de mi cuarto vi que la madrugada comenzaba a despuntar. Me puse la casaca, como mandaba el Decálogo, y esperé a que vinieran a llamarme.
En la mesa grande del Salón de Banquetes, que nunca en mi vida había visto que fuera usado, cumplí mi misión, con mucha pompa y ceremonia. Las luces de la inmensa lámpara estaban todas encendidas, haciendo brillar los negros trajes de rigor que las tías y doña María Nunes usaban.
No pusimos mucho picante para no estropear el gusto. Está casi cruda, es un pedazo de nalga, muy blando, dijo tía Helena. El gusto de Ermé era ligeramente dulce, como ternera lechal, pero más sabroso.
Cuando engullí el primer bocado, tía Julieta, que me observaba atentamente, sentada como las otras alrededor de la mesa, retiró el Anillo de su dedo índice, colocándolo en el mío.
Fui yo quien lo sacó del dedo de tu padre, el día de su muerte, y lo guardaba para hoy, dijo tía Julieta. Eres ahora el jefe de la familia.
∗ A Nau Catrineta es uno de los romances más sabios y repetidos en Brasil conservando el original llegado de Portugal. Hoy puede oírse aún, especialmente en el nordeste brasileño, en la zona del Maranhão, en diferentes versiones De origen discutido, este romance viene a representar la síntesis de la tragedia de las navegaciones por el Atlántico.
Rubem Fonseca
Feliz año nuevo, 1975↧
The Rolling Stones / Anybody Seen My Baby
El video fue filmado en Nueva York, en 1997, bajo la dirección de Samuel Bayer. La bella muchacha es Angelie Jolie, por supuesto. La canción fue compuesta por Mick Jagger, Keith Richards, KD Langa y Ben Mink, y pertence al álbum Bridges to Babylon.
The Rolling StonesAnybody Seen My Baby
She confessed her love to meThen she vanished
On the breeze
Trying to hold on to that
Was just impossible
She was more than beautiful
Closer to ethereal
With a kind of
Down to earth flavor
Close my eyes
It's three in the afternoon
Then I realize
That she's really
Gone for good
Anybody seen my baby
Anybody seen her around
Love has gone
And made me blind
I've looked but I just can't find
She has gotten lost
In the crowd
Lea, además
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New York Stories / Life Lessons / The Rolling Stones / Paint it Black
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Keith Richards sin los Rolling Stones
F.N. Madrid 13 JUL 2015 - 22:21 CEST

Concierto de The Rolling Stones en el Santiago Bernabeu de Madrid. / CLAUDIO ALVAREZ (EL PAÍS)
Los discos en solitario de los miembros de los Rolling Stones han pasado siempre sin pena ni gloria, tal vez por eso haya tardado Keith Richards más de 20 años en sacar un nuevo trabajo al margen de su banda de toda la vida. Según ha anunciado su discográfica, Virgin EMI, el célebre guitarrista publicará el próximo 18 de septiembre su tercer álbum sin los stones desde que viese la luz en 1992 el intrascendenteMain Offender. Su nombre:Crosseyed Heart.
Dice en la nota de prensa su creador, quien ha compuesto la mayoría de las canciones, que se trata de “una clase magistral de 15 lecciones” con aires de rock,country, blues y reggae. Antes de su publicación para después de verano, el 17 de julio se presentará el sencilloTrouble, una “delicia guitarrera” en la que el británico toca la eléctrica, la acústica y el bajo además de prestar su voz y hacer los coros.
A la espera de los resultados, lo único cierto es que el guitarrista se ha rodeado de algunos de los mejores músicos de acompañamiento de las últimas décadas. "Viejos colegas", según sus palabras, como el baterista Steve Jordan, que coproduce el álbum junto a Richards, el teclista Spooner Oldham, los guitarristas Waddy Wachtel y Larry Campbell, que toca la pedal steel, el saxofonista Bobby Keys o el cantante Aaron Neville, quien hace coros en Nothing On Me. Sin embargo, la colaboración más llamativa es la de otra superestrella: Norah Jones, que canta en la composición Illusion.
Este álbum llegará después de que los Rolling Stones, que no sacan un trabajo nuevo desde 2005, pongan fin a su gira mundial en este mes de julio. De esta forma, Richards, de 71 años, podrá concentrarse en el último trimestre del año en la promoción deCrosseyed Heart. El guitarrista ha publicado otros dos discos de estudio en solitario titulados Talk Is Cheap (1988) y Main Offender(1992), además de la actuación en directo Live at the Hollywood Palladium, December 15, 1988. Ninguno de especial relevancia comercial ni artística.
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The Rolling Stones / Satisfaction / Un grito de frustración y deseo
The Rolling Stones
‘Satisfaction’: Un grito de frustración y deseo

Los Rolling Stones. / MICHAEL OCHS ARCHIVES
Todo fue tan simple como juntar un riff y un par de frases. El riff era sucio, manchado de distorsión. Las frases era tan contundentes como el dibujo de la guitarra: I can't get no, satisfaction. Ambos elementos, juntos y manejados por los Rolling Stones, subieron la temperatura del verano de 1965. Satisfaction fue una de las primeras señales evidentes de que la música pop empezaba a ser algo reivindicativo.
Con ella sonando en las radios, los Beatles se topaban con unos rivales a la altura de las circunstancias y también con el reverso de su optimismo juvenil. Aunque todavía no de un modo oficial, la inevitable competición entre ambas bandas había comenzado a principios de año, cuando en las listas de los álbumes punteros coincidieron Beatles for sale y Rolling Stones 2. Los estilos de ambas formaciones iban creciendo en medio de la histeria colectiva que producían sus canciones. Los Stones no iban tan rápido como los de Liverpool y tampoco eran aún tan certeros. Su segundo álbum presentaba una pequeña evolución respecto a su debut y con él, y gracias a canciones propias como Off the hook, dejaban de ser simplemente un grupo británico haciendo rhythm & blues norteamericano.
Parte del mérito de ese cambio era de Andrew Loog Oldham, el avispado mánager del grupo. A petición suya, Mick Jagger y Keith Richards habían comenzado a componer más –en ocasiones bajo el seudónimo Nanker Phelge, que englobaba a varios miembros del grupo-, y los títulos propios fueron ganando terreno a las versiones de Chuck Berry, Muddy Waters y The Coasters o Buddy Holly con las que habían ido forjando su repertorio. El esfuerzo no tardó en dar sus recompensas. A principios de 1965 editaban The last time, que copa las listas, el primero de una larga lista de singles coronados por canciones originales que afianzaría la personalidad musical del quinteto. Estados Unidos también les había recibido con entusiasmo, algo que quedó patente cuando en la primavera de 1965 comparecieron de nuevo en el Ed Sullivan Show y la insistencia del público les obligó a improvisar un bis. Fue esa misma gira la que terminaría inspirando el primer clásico del tándem Jagger-Richards. Allí grabaron Satisfaction, su primer éxito internacional.
Richards se despertó una mañana tarareando un riff. Lo tocó con una guitarra acústica y lo dejó registrado en la grabadora que llevaba consigo. Jagger tardó tan solo 10 minutos en ponerle letra a una canción que prácticamente hablaba sola. Según el cantante, la frustración de las giras y el agobio del consumismo yanqui hicieron que los versos fluyeran, aunque en realidad, lo que hicieron los Stones con aquella canción fue dotar de contenido sexual más o menos explícito a una canción pop.
Los Beatles seguían llevándoles ventaja como fenómeno pop, ahora gracias también a Help!, que fomentaba su faceta cinematográfica, y en diciembre, con Rubber soul, volvían a dar muestras de una voluntad musical evolutiva que los Stones no empezaron a explotar plenamente hasta 1966, con la publicación de Aftermath. Mientras tanto, sus singles fueron incrementando el nivel de creatividad y adrenalina. Satisfaction, con aquel riff magnético le plantaba cara al de “You really got me” de The Kinks, fue el detonante de algo enorme que ocurriría a continuación, no solo en la carrera de los Stones, también en el rock. Un grito de frustración y deseo que concedió una nueva dimensión a la recién nacida música pop.
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Hugo Boss / El sastre que nunca vistió a Hitler
Hugo Boss,
el sastre que nunca vistió a Hitler
» Desmontando mitos. Entre las muchas patrañas que corren sobre los nazis, persiste el bulo de que Hugo Ferdinand Boss (1885- 1948, en la imagen) fue el sastre personal de Adolf Hitler. Lo mismo que BMW trata de evitar que sus coches desaparezcan de las calles acomodadas de Nueva York o Tel Aviv, la multinacional suaba Hugo Boss teme que se acabe imponiendo la noción de que el sastre Boss diseñó los trajes de los nazis o le midió el tiro del pantalón a Hitler. El historiador Roman Köster acaba de publicar un informe en el que descarta ambos extremos. Es verdad que Hugo Boss fue un nazi convencido que se afilió al NSDAP en 1931, pero los jerarcas nazis tenían sus propios sastres en Berlín. Los tristemente famosos uniformes negros de la SS fueron diseñados por sastres de la organización. Boss, como otros empresarios textiles, los fabricaba con los patrones que le llegaban de los cuarteles generales de Berlín.
» Los vínculos nazis. Dice Köster que su "temprana militancia" nazi le sirvió para que se dispararan sus beneficios "y le salvó de la bancarrota en 1931". Sus amigos nazis le encargaron la fabricación de camisas pardas para la SA. Lo que es peor: Boss usó trabajadores esclavizados en sus talleres de Metzingen, todavía hoy sede de la empresa. 140 mujeres y 40 prisioneros de guerra polacos. Hugo Boss solo empezó a operar internacionalmente a partir de 1970. La empresa nada tiene ya que ver con los descendientes del sastre pardo y pertenece en buena medida a un grupo de inversión británico. Aseguran sus portavoces que ha contribuido a fondos de compensación de las víctimas de los trabajos forzados en la época nazi.
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Inge Quandt / La mujer más rica de Alemania en 1978
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Fotografía de Juha Arvid Helminen |
La mujer más rica de Alemania deja más de cien mil millones de pesetas de herencia
- Fue la mujer del único superviviente del suicidio de la familia Goebbels
JULIO SIERRA 30 DIC 1978
La muerte de la mujer más rica de la República Federal de Alemania ha resucitado la memoria de Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, que se suicidó con casi toda su familia cuando parecía inminente el fin del III Reich. En el fallecimiento de Inge Quandt, también han concurrido detalles particularmente dramáticos que hacen recordar el fallecimiento del ministro hitleriano, antepasado político de la señora Quandt. Julio Sierra informa desde Bonn.
El día de Navidad por la mañana, la servidumbre de la lujosa residencia de la familia Quandt, en Bad Homburgo, un castillo con veintitrés habitaciones, descubría muertos en la cama a los señores de la casa. Inge Quandt, de 48 años, parecía haber sufrido un infarto. A su lado, su tercer marido, el banquero Hans-Hilman von Halem, de 46 años, yacía cubierto el rostro por una toalla empapada de sangre. En su mano mantenía aún el revólver con el que se había disparado un tiro en la boca. Inge era la mujer más rica de Alemania y un eslabón en una fatídica historia familiar que se remonta al Tercer Reich.Hace casi once años justamente, el primer marido de Inge Quandt, Harald, se estrellaba el 23 de diciembre de 1967 en su avioneta, cerca de Turín. Harald fue el único superviviente de los hijos de Magda Quandt, esposa de Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler. Magda y su marido decidieron asesinar a cinco de sus hijos, cuando dieron por perdida la existencia del Reich, y se suicidaron poco antes de que entraran en Berlín los aliados. Harald se libró de este final por encontrarse prisionero de los soviéticos. El primer marido de Magda había accedido a otorgar a Goebbels la mano de su mujer, a cambio de ciertas ventajas económicas que harían posible la construcción de un imperio, basado al principio en la fabricación de textiles y después en la producción de armamento.
Al finalizar la guerra Günther Quandt logró superar la barrera de la desnazificación «gracias a sus múltiples conocimientos comprometedores para terceras personas», según Friedrich Kroeck, experto en la historia de las grandes familias de la época. Este imperio, diría el mismo experto, «no merecio desde luego los honores de la santidad».
Su hijo lograría incrementar el potencial de los Quandt por procedimientos similares a los de su padre, muerto trágicamente en 1954. Al perecer también Harald a bordo de su avioneta, su mujer, Inge, heredó una fabulosa fortuna basada en cuatro consorcios y cuatro productos básicos: las empresas Industrieweke de Karls Ruhe, Varta, de Francfort, la metalurgia Busch-Jaeger-Duerener y la fábrica de coches BMW, de Munich. Los productos son las baterías Varta, el automóvil BMW, los alimentos infantiles Milupa y las armas Mauser.
Inge Quandt, madre de cinco hijas, decidió concentrarse en la bolsa y declinar todo compromiso empresarial. Los 4.000 millones de marcos anuales (unos 160.000 milloñes de pesetas), de beneficios empezaron a crecer proporcionalmente a la racionalización de las empresas en que la señora Quandt era accionista mayoritaria: de 110.000 trabajadores sus fábricas redujeron sus plantillas hasta limitarse a 40.000 el número actual de sus empleados. Mientras las cinco hijas aguardan la apertura del testamento, este fin de semana (el entierro del matrimonio Quandt tendrá lugar el próximo día 2 de enero), los representantes de los trabajadores han reclamado garantías de que no se procederá a nuevos despidos. Un portavoz de la empresa ha manifestado que no se introducirán transformaciones sustanciales en los consorcios controlados por la familia.
Sin embargo, los medios financieros parecen seguros de que la enorme fortuna de Inge Quandt se distribuirá sin condiciones entre sus cinco herederas, más, quizá, una hija de cinco años de su tercer marido habida en un anterior matrimonio de éste. La difunta multimillonaria conmocionó los medios financieros en diciembre de 1974 cuando vendió al jeque de Kuwait un paquete de acciones que poseía en la empresa Daimler-Benz y cuyo valor se remontaba a 800 millones de marcos (32.000 millones de pesetas), el 14% del capital base de los fabricantes del coche Mercedes.
En cuanto a las herederas, la mayor, Katharina, de veintiocho anos, tiene tres hijos, y está casada con un fotógrafo de Hamburgo. Gabriele, de veintiséis, estudia Sociología y en más de una ocasión ha hecho declaraciones públicas contra su acaudalada familia. Anette, de veinticuatro años, está casada con un marino hamburgués y trabaja en un hogar de ancianos. Bettina, de quince, va todavía al instituto. Fatricia, de once años, estudia bachillerato y no llegó a conocer a su padre, Harald, ya que este murió diez semanas después de su nacimiento. Tres mil millones de marcos, (120.000 millones de pesetas), la fortuna calculada del patrimonio en acciones de los Quandt, deberá ser suya antes del último día del año.
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Lady BMW cayó en las garras del gigoló
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Susanne Klatten, una de las dueñas de la empresa automovilística BMW, en una imagen de enero de 2006. |
'Lady BMW' cayó en las garras del gigoló
Susanne Klatten, heredera de la empresa automovilística alemana, fue extorsionada por un amante que le amenazó con difundir grabaciones de sus escarceos sexuales
JUAN GÓMEZ 9 NOV 2008
Helg Sgarbi tiene un don para las mujeres. Más exactamente, para las millonarias. Oficial del Ejército suizo, licenciado en Derecho, conserva a sus 43 años un aspecto juvenil y cultiva un encanto indefenso que conmueve a mujeres maduras y poderosas. Mujeres como Susanne Klatten, de 46 años, heredera de la empresa automovilística BMW, cuyo patrimonio se estima en 8.000 millones de euros. Esta madre de familia, rubia, delgada y discreta, célebre por su timidez, ha declarado a la policía italiana que Sgarbi, "un hombre fascinante de ojos azules, alto y delgado", le pareció enseguida "muy triste y digno de que lo ayudaran". Nada más conocerlo en el bar de un hotel de la ciudad austríaca de Innsbruck, sintió una "gran cercanía". Era el 17 de agosto de 2007 y, sin que ella lo supiera, acababa de caer en la trampa de una red de chantajistas.
Un 'gurú', cómplice del 'novio', grababa desde una habitación contigua los encuentros entre éste y la rica empresaria
Meses más tarde, Ernano Barretta, acaudalado gurú de una secta local de los Abruzos, en Italia, reconoció, en una conversación grabada por la policía, cuál fue "el mayor error" de su vida: Susanne Klatten, lady BMW, la mujer a la que habían pedido 50 millones de euros a cambio de no divulgar vídeos de su adulterio, no cedía. "¿Tienes idea de quién es? ¡Es demasiado poderosa! ¡La mujer más rica de Alemania!".
Desde que, hace una semana, salió a la luz el chantaje de Sgarbi y Barretta, la heredera de BMW y el gigante químico Altana es, además, la protagonista pública de una historia de infidelidad, engaños, extorsión y lavado de cerebro con cuyo argumento, de puro rocambolesco, costaría arreglar una ficción verosímil.
El gigoló Helg Sgarbi mantuvo relaciones íntimas con Klatten durante ocho semanas. Ahora se sabe que ella sólo fue el pez más gordo que picó el anzuelo de Barretta, del que Sgarbi era el cebo por convicción religiosa.
Ernano Barretta, ex mecánico, charlatán milagrero, es el gurú de la pequeña secta a la que son adeptos Sgarbi y su esposa, Gabriele (de 39 años). Barretta, de 63 años, tiene el refugio Valle Grande, un hotel en Pescosansonesco (Italia), donde sus discípulos trabajaban para él. Además de prestarle servicios sexuales a su capricho, los creyentes debían proporcionar a Barretta determinadas cantidades de dinero. Cuando Sgarbi, abandonados ya su apellido de soltero y su trabajo en el banco Credit Suisse, no pudo satisfacer las demandas financieras, el líder le encargó la caza de millonarias para su extorsión.
La denuncia presentada por Klatten contra su ex amante Sgarbi destapó la trama urdida por el grupo sectario de Barretta entre Zúrich y la localidad italiana de Pescosansonesco para chantajear a mujeres maduras y millonarias. Haber caído en ella le costó a Klatten más de siete millones de euros y, ahora, la publicación mundial de su torpeza. Apenas un año después de que un documental desvelara el pasado nazi de la fortuna familiar, su infidelidad asesta otro grave estacazo a la proverbial discreción de uno de los clanes industriales más poderosos del mundo, los Quandt, del que Klatten forma parte.
Todo empezó el 17 de agosto de 2007 en Innsbruck. El galán Sgarbi abordó a Susanne Klatten. La reconoció por alguna de las escasas fotos que existen de ella en Internet. Empezó así la inopinada amistad entre Susanne Klatten, casada y madre de tres hijos, modelo de discreción y sobriedad, y el sectario cazafortunas Helg Sgarbi. Unos días más tarde se reunieron en la habitación 629 del Holiday Inn de Múnich-Schwabing. Nada de lujos asiáticos: el precio medio para dos personas en este hotel de cuatro estrellas, sin minibar ni suplemento confort, es de 109 euros. Desde la habitación contigua, Barretta grababa con una cámara oculta el apasionado encuentro sexual. Esta excursión al adulterio de clase media fue sufragada, sin duda, por Sgarbi. Klatten no sospechaba que, ya desde el primer día, el delincuente había reservado la habitación 630 para que su compinche Barretta manejara desde allí la cámara de vídeo.
Fueron ocho semanas de "relación sentimental", en palabras de Klatten. Una serie de citas en el Holiday Inn, todas grabadas; una excursión alpina que les proporcionó "días inolvidables" y una salida a Francia. El galán no tuvo que esforzarse demasiado para obtener la simpatía de Klatten, que demostró un natural generoso para su patrimonio, estimado en 8.000 millones de euros.
Cierto día, Sgarbi narró la más grave de sus lastimosas historias. Le contó a su amante que había atropellado a un niño en Estados Unidos. Para mayor desgracia, era el hijo de un mafioso. Le hacía falta mucho dinero para evitar que le asesinaran como venganza. La mujer accedió a prestárselo y le citó el 11 de septiembre de 2007, de nuevo en el Holiday Inn de Múnich, pero esta vez en el garaje, donde sólo pasaron de mano en mano siete millones de euros. Barretta se entusiasmó cuando Sgarbi le entregó aquel "metro cúbico" de billetes de 500 euros.
El 9 de octubre, Susanne Klatten decidió acabar con los encuentros. Así se lo dijo a Sgarbi. Pero éste le envió un mes después un DVD con "imágenes explícitas" de sus citas. Pedía 49 millones de euros y amenazaba con distribuir grabaciones comprometedoras en las empresas, fundaciones y organizaciones en las que ella tiene parte. Si bien es de suponer que alguien tan rico como Klatten siempre cuenta con que puedan quererlo por su dinero, el chantaje enfureció a la empresaria. Klatten quedó en enero pasado con Sgarbi para entregarle el dinero y, antes de que llegara al lugar convenido, el donjuán estaba en manos de la policía austriaca. Diez meses después, medio mundo conoce los detalles de la historia.
La acaudalada Susanne Klatten, nacida Quandt en 1962, está casada con Jan Klatten y, tras la muerte de su padre en 1982, controla el 50,1% de Altana y el 12,5% de BMW; junto con su madre y su hermano Stefan, entre los tres son dueños del 47% del grupo automovilístico. El jueves pasado, Klatten anunció su intención de hacerse con el resto de Altana por 910.000 millones de euros. Sólo los dividendos de estos dos grupos empresariales añaden cada año cientos de millones de euros a su patrimonio. El año pasado, Altana pagó 2.400 millones de euros a su propietaria. La revista norteamericana Forbes, famosa por las listas de personas ricas, incluyó en enero pasado a Susanne Klatten en un reportaje titulado Los multimillonarios de los que usted nunca ha oído hablar. Aparte de su fortuna, el rasgo que mejor ha definido durante décadas a la familia Quandt es la discreción. La riqueza no es nada nuevo para ellos, tampoco los divorcios y las infidelidades; la publicidad, sí.
Rüdiger Jungbluth, autor de La caja fuerte de BMW (Ed. Lid, 2006), es uno de los escasos periodistas que ha entrevistado a los dos herederos de BMW, Stefan y Susanne, hijos de Herbert Quandt y de la mujer con la que éste casó en terceras nupcias, hasta ese momento su secretaria, Johanna Brunn -que hoy cuenta con 82 años-. La impresión de primera mano que obtuvo sobre Klatten se corresponde con lo poco que se sabía de ella antes de su aventura con Sgarbi: "Extraordinariamente disciplinada, extraordinariamente cuidadosa, dedicada al trabajo y del todo reacia a participar en lo que llaman jet-set". De estos rasgos de carácter y de su biografía, que él conoce bien, el periodista Jungbluth deduce que las experiencias de esta semana "deben de estar siendo horribles para ella".
Jungbluth, que reconoce "cierta simpatía" por la heredera, cuenta cómo, una vez obtenido su máster de negocios en una prestigiosa escuela de Lausana, Klatten quiso familiarizarse con su empresa. Bajo el seudónimo de Susanne Kant, trabajó como becaria en la planta de BMW de Ratisbona. Allí conoció al ingeniero Jan Klatten, su actual marido. Desde la boda, en 1990, Klatten se ha dedicado a la administración de sus empresas. Paga los impuestos en Alemania y hace donaciones periódicas a la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido de la canciller Angela Merkel.
La discreción de los miembros más jóvenes de la familia responde también a que pasaron su adolescencia durante los años de plomo del terrorismo de izquierdas alemán. Jürgen Ponto, banquero asesinado por la Baader-Meinhof en 1977, era buen amigo de Herbert Quandt.
"Vivimos con total normalidad, como muchas otras familias", decía Johanna Quandt en el documental El silencio de los Quandt. Según se mire. Precisamente la retransmisión de ese documental, hace ahora un año, puso a la familia Quandt en boca de millones de alemanes. La dramática cinta muestra las estrechas relaciones entre el patriarca Günther Quandt y el régimen nazi, con el que también colaboró el propio Herbert. Los negocios de su antecesor habían vivido durante la dictadura de Adolf Hitler unos años excelentes debido al rearme y a la utilización de trabajadores esclavos en AFA (después Varta), la empresa familiar por aquel tiempo, que llegó a contar con un campo de concentración propio para una planta de Hannover. La reacción de los Quandt ante la difusión de estos hechos históricos fue tardía y, para sus críticos, poco convincente. El montaje del documental contrapone el llanto de un superviviente con la frialdad algo obtusa de Sven Quandt. El hermanastro de Susanne y primer hijo varón de Herbert exhibe tranquilamente su falta de conmiseración por las miles de víctimas de las inhumanas condiciones de trabajo en fábricas de su padre durante el nazismo. El devastador efecto permite al espectador explicarse por qué Susanne y Stefan prefieren no abrir la boca.
La fortuna de los Quandt se remonta a principios del siglo pasado y a la industria textil prusiana. Herbert Quandt, casi ciego por una enfermedad de retina, pasó sin muchos problemas la desnazificación impuesta por los aliados. Su militancia dentro del NSDAP de Hitler y los horrores del campo de concentración de Hannover no impidieron que retomara sus actividades industriales después de la guerra, igual que hizo su hermanastro Harald, a quien un providencial encierro británico le alejó del suicidio de su madre, Magdalena, que se había divorciado de Günther para casarse años más tarde con el ministro nazi de Propaganda, Josef Goebbels. Antes de suicidarse por miedo al avance del Ejército Rojo hacia Berlín, el matrimonio Goebbels asesinó a sus seis hijos comunes, hermanastros de Harald.
La compra de BMW en 1959 fue el golpe maestro de Herbert, que legó el consorcio a su última esposa y a los dos hijos que tuvo con ella. Susanne y Stefan Quandt nunca han concedido una entrevista regular a periodistas de ningún medio. De su imagen modesta y estilo de vida se dice que se corresponden con la legendaria tacañería familiar. La dueña del 12,5% de BMW conduce un Mini, el automóvil más pequeño de los que fabrica su empresa.
En un pueblo italiano de Los Abruzos, Ernano Barretta llevaba hasta el pasado junio un tren de vida bien distinto. Barretta, autoproclamado "instrumento divino"; su esposa, Beatrice Batschelet (60), y sus hijos Marcello (31) y Clelia (35), convivían en un ostentoso hotel de su propiedad conocido en la región como El Principado. Los Barretta usaban 10 automóviles de las marcas más caras: Lamborghini, Rolls-Royce, Ferrari y Porsche. En Pescosansonesco no rigen los mismos criterios que en la casa de Klatten. Ochenta policías italianos allanaron el recinto en la Operación Secta en junio y se incautaron de 1,7 millones de euros repartidos en escondrijos diversos. Mientras, su peón Sgarbi, el gigoló por encargo, vivía con suma modestia.
Los italianos descubrieron que la extorsión a Klatten no fue la primera: la fortuna y las posesiones del charlatán -decía que podía caminar sobre las aguas y que era el representante de Dios en la tierra- provienen de al menos otras cuatro víctimas de las maquinaciones de Barretta y los encantos de Sgarbi. Como primera reacción a su encarcelamiento, Barretta sostuvo que el chantaje a Klatten fue una venganza por el abuelo de Sgarbi, que, según él, era judío y pasó por un campo de concentración.
Según el portavoz de los Quandt, Klatten decidió denunciar a Sgarbi cuando se percató de que la relación sólo tenía un trasfondo criminal y de que fue exclusivamente venal desde el principio. Lo interesante de esta explicación es que puede inferirse que Klatten había partido de un supuesto amoroso cuando conoció al agente de la secta de Barretta. Diversos medios se han lanzado a buscar explicaciones a su inusitado comportamiento. Tanto el periódico suizo Tagesanzeiger como el alemán Bild consultaron a sendos psicólogos. Comparan a Sgarbi con el libertino vizconde de Valmont. Se habla del sexo, del hipotético enamoramiento de Klatten, de la soledad del poderoso...
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Emerge el pasado nazi de los dueños de BMW
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Fotografía de Juha Arvid Helminen |
Emerge el pasado nazi de los dueños de BMW
La familia Quandt, una de las más ricas de Alemania, evitó durante décadas que se investigara su pasado. Hasta que un documental reveló el oscuro origen de su patrimonio. Hoy confiesan sin tapujos que el tercer Reich apuntaló su imperio
JUAN GÓMEZ 15 OCT 2011
Además de su maña para sobrevivir a guerras y cambios de régimen, los Quandt reúnen otras cualidades de la más rancia oligarquía empresarial alemana: rechazan la publicidad, amontonan cantidades fabulosas de dinero, tienen fama de tacaños y saben que entre sus patriarcas hubo nazis redomados.
La familia Quandt se cuenta entre las más ricas e influyentes del país y, por tanto, del mundo. La fortuna combinada de sus integrantes, propietarios entre otras cosas de la automotriz BMW, supera los 23.000 millones de euros. La bancarrota moral de Alemania entre 1933 y 1945 no acarreó la bancarrota económica de la que pervive como última gran dinastía fabril del país. Al contrario. Según certifica la concienzuda biografía familiar que presentó este lunes en Múnich Joachim Scholtyseck, los 12 años de nazismo apuntalaron un imperio en pleno ascenso al olimpo corporativo.
"Todas las familias tienen su lado oscuro", zanjó en 2007 Sven Quandt, uno de los herederos del imperio
Günther y Herbert Quandt, nazi el padre y nazi el hijo, participaron desde primera fila en el esfuerzo bélico de Hitler y en el gran expolio de bienes judíos orquestado por el régimen hasta 1945. Han corrido ríos de tinta sobre la supuesta "fascinación" que los nazis ejercían sobre los alemanes, pero se habla menos de la colosal rapiña que llamaron arisierung: la apropiación de los bienes de los judíos de Alemania y los territorios ocupados. El Deutsche Bank, por poner un ejemplo ilustre, afanó la berlinesa Banca Mendelssohn. Pero también muchos pequeños tenderos se lucraban gracias al boicot a la competencia judía, lo mismo que algunos funcionarios ascendían gracias al despido de sus superiores por razones "raciales". A principios del siglo XX había más de 600.000 judíos en Alemania. Su paulatina deshumanización legal desde 1933 y su posterior exilio o supresión biológica (asesinato y cremación) presentaron una oportunidad de medro y de lucro para millones. No solo de ideología vive el hombre.
Al teléfono desde Baviera, Scholtyseck confirma que el nazismo de Günther y Herbert Quandt fue "oportunista". Günther decía que los nazis lo "persiguieron implacablemente". Es cierto que pasó unas semanas en la cárcel de Moabit, víctima de una oscura intriga sin mayores consecuencias. El empresario, ya entonces muy rico, tomó buena cuenta de la arbitrariedad de la dictadura y "decidió conscientemente sacar partido de ella". Las grandes empresas alemanas, lo mismo que el Ejército y las instituciones públicas, se convirtieron en los compinches necesarios de Hitler. Los Quandt "fueron parte del régimen".
Así pudieron, entre otras maniobras "contrarias a la decencia", apropiarse de las fábricas del judío Henry Pels en 1937. Durante la guerra siguieron ojo avizor sobre cualquier otra presa. La fábrica de baterías AFA (hoy Varta) de Hanóver obtuvo además su propio campo de trabajos forzados. Allí se fabricaban acumuladores eléctricos para la flota submarina y para los cohetes V-2. Günther (1881-1954) y Herbert (1910-1982) eran nazis de última hora, pero bastaba. El padre se hacía fotografiar con varias condecoraciones en la solapa: su insignia del NSDAP, la medalla al Mérito de Guerra y una que lo distinguía honoríficamente como wehrwirtschaftsführer (líder de la industria de defensa).
Günther decía tras la guerra que fue un "enemigo acérrimo" de Joseph Goebbels. Amigos no eran. El ministro de Propaganda se casó con su exmujer, Magda, en 1931. Le quitó a su hijo Harald para educarlo junto a los seis vástagos que tuvo con esta. Por suerte para él, Harald estaba preso de los británicos cuando Joseph y Magda Goebbels envenenaron a sus seis hijos para que no vieran el hundimiento del régimen. Harald Quandt murió en 1967 en un accidente de su avión privado. Su hija Gabriele dice que él "quería mucho a sus seis hermanastros" asesinados por los Goebbels en el búnker de Hitler. La mayor solo tenía 12 años.
Nazis los hubo en las mejores familias. Fritz Thyssen, magnate del acero y tío político de Carmen Thyssen-Bornemisza, escribió él mismo un libro titulado Yo financié a Hitler. Tuvieron sus nazis los Krupp, fabricantes de tremendos cañones y otros ingenios para las carnicerías europeas. También nazi y también archimillonario fue Friedrich Flick, el mismo que se hizo famoso en España cuando el entonces presidente Felipe González aseguró en el Parlamento que "ni Flick, ni Flock" habían financiado ilegalmente al PSOE. Krupp y Flick (sin noticias de Flock) fueron condenados por crímenes de guerra en los juicios de Núremberg. La reputación de los Quandt, en cambio, salió indemne de sus muy lucrativas aventuras nazis. Hasta 2007.
Nadie antes que Scholtyseck había podido hurgar sin restricciones en los archivos de los Quandt. Se lo permitieron hace tres años, después de que un documental de la televisión pública NDR llevara a las salas de estar de toda Alemania la historia de los dueños de BMW. Muestra el regreso del superviviente del campo de trabajo de AFA Carl-Adolf Soerensen. Uno de los 50.000 esclavos que trabajaron gratis para los Quandt: "Siempre que sueño estoy aquí de vuelta, en el campo". Habla en danés sobre las condiciones de trabajo que mataron a decenas de sus compañeros. "Era el infierno". El partisano antinazi danés rompe a llorar y se disculpa en alemán, "es demasiado".
En el documental de 2007, esta escena viene seguida de una entrevista a Sven Quandt. Resulta pasmoso cómo el hijo de Herbert y nieto de Günther, nacido en 1956, se enreda en una estrambótica negación del pasado nazi de su padre y de su abuelo antes de zanjar: "Todas las familias tienen su lado oscuro". La fortuna familiar y ciertos negocios le permiten dedicarse a lo que más le gusta, que es correr rallies y conducir deportivos. Aquellas declaraciones pusieron a los Quandt en la picota y les llevaron a encargar el informe del profesor Scholtyseck.
Del resto de los Quandt se sabe poco. Johanna Quandt, tercera y última esposa de Herbert, fue al principio su secretaria. Los 5.200 millones de euros en los que se tasa el patrimonio de la octogenaria empalidecen solo en comparación con los 9.000 millones de su hija Susanne.
Susanne Klatten (49 años), hermanastra de Sven, comparte BMW con su madre y su hermano Stefan. Es dueña absoluta de la química Altana, uno de los gajos de AFA. No concede entrevistas. Hace tres años destapó (muy a su pesar) un sonado escándalo de chantaje, cuando un suizo llamado Helg Sgarbi le sacó 7,5 millones de euros a cambio de no revelar sus relaciones íntimas. Klatten está casada desde 1990, pero terminó denunciando al gigoló. Fue condenado a seis años de prisión en 2009. Las escapadas de Klatten al adulterio de clase media en el Holiday Inn de Múnich dieron que hablar en medio mundo. Rüdiger Jungbluth, uno de los pocos periodistas que ha tratado a Klatten, cree que el escarnio público "debió de resultarle muy duro". Pero supo regresar a su vida normal de madre de familia, conductora de un Mini y mujer más rica de Alemania.
Empujado por la inminente publicación del libro de Scholtyseck, Stefan Quandt (45 años; 4.900 millones de euros) concedió el 23 de septiembre su primera entrevista, junto a su prima Gabriele. Preguntados por el semanario Die Zeit, ambos aceptan con pocas reservas el contenido del libro. Explica la hija de Harald Quandt que su contenido "es doloroso y nos avergüenza".
Las potencias aliadas no persiguieron a Günther ni a ningún otro Quandt. Recompusieron el imperio tras la rendición incondicional. En 1959, Herbert se hizo con BMW en las mismas narices de la omnímoda Mercedes-Benz. Su anciana esposa y sus hijos Susanne y Stefan controlan el gigante automotriz de 100.000 empleados y 35.000 millones de euros.
Benjamin Ferencz, que fue fiscal en los juicios de Núremberg, evaluó en 2007 la implicación de Günther Quandt en el entramado económico del nazismo a la luz de las nuevas investigaciones: fue "tan culpable como todos los demás". Como Krupp, como Flick y como Thyssen. Criminales de guerra.
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Muere Johanna Quandt, la viuda más rica de Alemania
Joanna Quandt, en noviembre de 2012. / W. KUMM (EFE)
Johanna Maria Quandt tenía casi 30 años y era dueña de un rostro hermoso cuando comenzó a trabajar, en 1955, como asistente en la oficina de Herbert Quandt, uno de los empresarios más ricos de Alemania. En menos de cinco años, la joven conquistó el corazón del patriarca, con quien se casó en 1960. Cuando Herbert Quandt murió, en 1982, su viuda se convirtió en la mujer más rica de Alemania, dueña junto con sus hijos Susanne y Stefan del 46,7% de las acciones de BMW y de otro paquete multimillonario de participaciones en varias empresas germanas.
El lunes pasado, Johanna Quandt murió a la edad de 89 años, en la intimidad de su mansión en Bad Homburg, un exclusivo barrio residencial cercano a Francfort y su deceso provocó el milagro de revivir la historia de una mujer, que siempre defendió la intimidad de su vida, evitó como pudo el glamour que rodea a los millonarios alemanes y nunca concedió una entrevista.
"Ella fue la verdadera jefa de BMW", señala el diario Süddeutsche Zeitung, al recordar el rol que jugó la viuda en la empresa bávara. Cuando el patriarca y padre de sus dos hijos murió, Johanna Quandt asumió el rol de jefa de la familia y comenzó a dirigir las empresas que había heredado de su esposo. De la noche a la mañana, la mujer ocupó el cargo de vicepresidenta de exclusiva Junta de Vigilancia de BMW y en el gigante químico Altana. Y, casi cono el milagro bíblico, la viuda multiplicó la riqueza que había heredado hasta convertirse en la mujer más rica del país, un título que ahora ostenta su hija Susanne.
"Johanna Quandt fue la fuerza motriz de BMW durante más de 50 años y aportó un entusiasmo y una pasión poco común a la empresa, además de un gran apoyo y solidaridad", señaló el consejero delegado de BMW, Harald Krüger, en un primer homenaje a la mujer que tomó las riendas de la empresa que su difunto esposo, Herbert Quandt, había salvado de la quiebra y evitado que la emblemática firma bávara fuera vendida a Daimler Benz en un lejano 1959.
En contra de todos los sabios consejos que recibió de sus asesores que le aconsejaron que vendiera su paquete de acciones de BMW, el patriarca arriesgó su fortuna, inyectó una suma multimillonaria en la empresa y, al cabo de pocos años, la inversión se convirtió en uno de los mayores éxitos industriales en la Alemania de posguerra.
Después de su muerte, la tradición perduró y el apellido Quandt es hoy sinónimo de la prosperidad que ostenta BMW, un gigante automotriz que tan solo el año pasado transfirió más de 800 millones de euros a la familia en concepto de dividendos. Cuando la viuda abandonó las riendas del imperio en 1997 y sus hijos Susanne y Stefan cogieron la estafeta, la gran dama de BMW se dedicó a cultivar la leyenda de una mujer rica, sobria, amante de su privacidad, generosa y, aún más importante, de una matriarca que supo mantener a su familia alejada de los escándalos que suelen empañar la imagen de clanes familiares, como los Porsche y los Piëch.
Pero Johanna Maria Quandt nunca pudo borrar el pasado negro de los Quandt, una familia que se enriqueció durante la dictadura nazi. Günther Quandt, el padre de su esposo, empleó a más de 50.000 esclavos en su industria de armamentos y aumentó su fortuna al apropiarse de innumerables empresas que pertenecían a industriales judíos.
La viuda, tan severa en cuidar de su privacidad sufrió un verdadero martirio cuando su hija Sussane, fue víctima de un chantaje multimillonario al sucumbir a los encantos de un gigolo suizo. El amante filmó sus encuentros amorosos y le exigió el pago de 40 millones de euros. La mujer, en lugar de acceder al chantaje denunció a su amante a la policía, quien fue condenado, en 2009, a una pena de seis años de cárcel.
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Joan Didion / El año del pensamiento mágico
ANDREA AGUILAR Madrid 6 JUN 2006
El femenino plural. Esta desinencia verbal ha inspirado dos nuevas colecciones: Nos-otras de la editorial RqueR, y Palabra de mujer de Global Rythm Press. "Se trata de dar voz a ideas nuevas o antiguas que aportan argumentos nuevos sobre un tema tan manido como el de las mujeres. El feminismo es un término y un movimiento desprestigiado en la generación actual. Aunque quedan muchas reivindicaciones pendientes, el feminismo parece encorsetado y ha perdido contacto con las cosas que pasan en la calle", afirma desde RqueR Milena Busquets.
Los textos memorialísticos y de no ficción a los que dará cabida su colección abordarán "todos los temas que afectan a las mujeres y que puedan interesar" desde una perspectiva abierta, en la que no descarta la participación de los hombres como autores y lectores. "Son reflexiones que nos interesan a todos. No creo en la división entre hombres y mujeres: será juntos o no será", asegura. La colección de artículos escritos por Esther Tusquets en la década de los setenta y publicados entonces en La Vanguardia y la revista Debate, reunidos bajo el título Prefiero ser mujer, ha inaugurado el nuevo sello. "Este libro permite ver lo que ha cambiado y lo que queda por hacer. La España de la que habla parece muy lejana pero hay asuntos que se mantienen igual", sostiene Tusquets. En septiembre, dos nuevos títulos darán continuidad a la vocación plural y abierta de Nosotras: ¿Qué habéis hecho con la revolución sexual?, de Marcela Lacub, y Memorial de los infiernos, la autobiografía de una prostituta argentina de los años setenta, firmada bajo el pseudónimo Ruth Gabriel.
Sin renunciar al ensayo ni al pensamiento, en Palabra de mujer pretenden además incorporar ficción, epístolas y poesía escritas por mujeres. Su primer título, el estremecedor y brillante testimonio de Joan Didion El año del pensamiento mágico -que se presenta hoy a las 13 horas en el Círculo de Bellas Artes-, marca de alguna forma la línea sobre la que quieren trabajar. Victorianas y libertinas por un lado y Modernistas, modernas y beligerantes, por otro, estas dos subcolecciones sientan las bases de Palabra de mujer. Al segundo grupo pertenece Didion, una de las grandes escritoras estadounidenses apenas publicada en España, que obtuvo el National Book Award con el ensayo autobiográfico con el que arranca la colección. "Su historia es muy dura, pero gracias al estilo con el que marca la distancia logra hacer una obra importante", afirma Olivia de Miguel, traductora de este libro y directora de la nueva colección. El año del pensamiento mágico muestra de alguna forma "la mirada menos rígida y más redonda", que según De Miguel caracteriza a las mujeres actuales. "No es una cuestión de discriminación positiva. Esta colección sólo intenta reunir la palabra de la mujer y aportar al discurso común una mirada diferente", concluye.
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Joan Didion / La experiencia del dolor fue obsesiva para mí
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Joan Didion |
Joan Didion
"La experiencia del dolor fue obsesiva para mí"
En poco tiempo, la autora norteamericana Joan Didion (Sacramento, 1935) vio morir a su marido, el también escritor John G. Dunne, y a su hija Quintana. Fruto de esas devastadoras pérdidas escribió El año del pensamiento mágico, un libro sobre la muerte, un tema tabú en Estados Unidos.
"La novela y el ensayo son como la noche y el día. Escribir ensayo es una actividad racional, mientras que escribir una novela es algo muy parecido a soñar"
En diciembre de 2003, tras visitar a su hija, que se encontraba en coma en un hospital neoyorquino, el escritor John Gregory Dunne caía fulminado por un ataque al corazón delante de su esposa, la también escritora Joan Didion, cuando la pareja se disponía a cenar. Didion señala que aunque desde niña se había acostumbrado a buscar refugio en la literatura cuando se sentía asediada por las dificultades, tardó diez meses en iniciar la redacción de El año del pensamiento mágico. El libro es un intento de trascender el estupor y sinsentido en que nos deja sumidos el dolor cuando experimentamos la muerte de alguien muy cercano. Ochenta y ocho días después ponía punto final a un texto cuya escritura le permitió comprender lo cerca que había estado, literalmente, de la locura. La historia tiene una coda cruel. Cuando su hija recuperó la consciencia, Joan Didion pasó por el doloroso trance de comunicarle la noticia de la muerte de su padre. Aparentemente recuperada, Quintana Dunne asistió a una ceremonia funeraria celebrada en la catedral de Saint Patrick y al cabo de unos días se desplazó en avión a California, su lugar de residencia habitual. Pero poco después de tomar tierra en el aeropuerto de Los Ángeles le sobrevino una embolia pulmonar que exigió su internamiento en cuidados intensivos. Murió unos meses después, con 39 años, uno menos de los que había durado el matrimonio de sus padres. El año del pensamiento mágico estaba ya redactado cuando falleció su hija y aunque su tema es el poder devastador de la muerte, Didion no alude en él a esta circunstancia. "Creo que mi visión de la muerte no cambió tan radicalmente con la pérdida de John como con la de Quintana; ahora son muy pocas las cosas negativas que me pueden suceder", afirmó. Son palabras que ponen de relieve la impresionante fortaleza interior de Joan Didion, una mujer de aspecto físico sumamente frágil, que movida por la urgencia de comunicar su experiencia a otros, aceptó someterse a los rigores de una gira de promoción que tenía muy poco que ver con razones comerciales.
PREGUNTA. Su libro rompe con uno de los grandes tabúes de la sociedad norteamericana, atreviéndose a abordar de manera frontal el tema de la muerte.
RESPUESTA. De hecho, la actitud de los norteamericanos ante la muerte fue uno de los motivos que me llevaron a escribir El año del pensamiento mágico. Yo misma había rehuido siempre encararme con el tema de la muerte, hasta que un día no me quedó más remedio que hacerlo y cuando sucedió, me di cuenta de que no estaba preparada. La muerte era terra incognita. No había mapas para adentrarse en ella. Comprendí que mi obligación era romper el sortilegio y entrar, aunque fuera a ciegas.
P. ¿Por qué "pensamiento mágico"?
R. Los antropólogos y los psiquiatras hablan de "pensamiento mágico" para referirse a una actitud mental que nos hace sentirnos firmemente convencidos de que tenemos poderes para influir en el curso de los acontecimientos. El pensamiento mágico es característico de los niños. Cuando una pareja se divorcia es frecuente que los hijos se sientan culpables; tienden a creer que la causa de la separación es su mal comportamiento. Los ritos propiciatorios que buscan provocar la lluvia son un ejemplo muy característico de pensamiento mágico entre adultos. Cuando perdí a mi marido me aferré al pensamiento mágico con una intensidad que después me causó asombro. Me negaba a tirar sus zapatos porque estaba convencida de que si los conservaba, John volvería a por ellos.
P. En el libro habla de experiencias muy íntimas, ¿le resultó difícil escribirlo?
R. Fue una experiencia difícil y dolorosa, pero también reconfortante. La verdad es que El año del pensamiento mágico fue un libro inevitable, no estaba en mi mano no escribirlo. Cuando le puse punto final, me di cuenta de que había sido una experiencia luminosa.
P. ¿Le costó trabajo dar con una estructura adecuada?
R. Tuve muchas dificultades para encontrar una estructura adecuada. De hecho no me resultó posible empezar el libro hasta que comprendí que tenía que reproducir con toda fidelidad la manera en que viví la experiencia de la muerte de John. Revivía de manera incesante los momentos más dolorosos, el impacto de la muerte, pero cada vez que volvía a los hechos mi visión de los mismos cambiaba levemente, y eso es lo que hice al escribir el libro, volver una y otra vez sobre lo mismo, con variaciones. La estructura de El año del pensamiento mágico es obsesiva, porque la experiencia del dolor y la pérdida fue obsesiva. En el libro regreso incesantemente a los acontecimientos clave, intentando ver alguna salida diferente, como si las cosas hubieran podido discurrir por otro cauce. Todo giraba en torno a mi obsesión, y en el libro también hago que todo vuelva sobre sí mismo de manera obsesiva.
P. ¿Por qué le da tanta importancia a la poesía?
R. La poesía ha sido siempre fundamental para mí, desde que era niña, y lo sigue siendo. La poesía me ha acompañado y consolado en todo momento. En mi cabeza escucho constantemente retazos de poemas.
P. Cuando terminó El año del pensamiento mágico dijo que estaba segura de que habría reacciones adversas de la crítica. ¿Ha sido así?
R. Para asombro mío, la respuesta de la crítica ha sido sumamente positiva. Aunque también es cierto que a algunos lectores les resultó incómodo que abordara un tema tabú y ahondara en cierto tipo de sentimientos de manera tan abierta.
P. Desde los comienzos de su carrera ha alternado el ensayo y la ficción, aunque hace algún tiempo que no publica una novela. ¿Qué género le plantea más dificultades? ¿Tiene intención de volver pronto a la novela?
R. La novela y el ensayo son como el día y la noche, mejor dicho, como la noche y el día. Escribir una novela es como adentrarse en una noche muy larga y oscura. El ensayo es luminoso, su escritura tiene lugar a pleno sol. No quiero decir con esto que el ensayo sea un género fácil, no lo es ni mucho menos, sólo que escribir ensayo es una actividad racional, mientras que escribir una novela es muy parecido a soñar. En estos momentos no me siento inclinada a entrar en ese largo sueño, pero no descarto hacerlo más adelante.
P. Siempre ha dicho que le interesaban más las imágenes que las ideas. ¿Le ha ayudado eso en su labor como guionista?
R. Curiosamente, mi predilección por las imágenes no me ha servido para escribir guiones. La satisfacción que me ha dado escribir guiones tiene que ver con aspectos técnicos. Es algo que se me da bien, como cocinar. No tiene nada que ver con la escritura, propiamente dicha. Los guiones no contemplan la figura del lector. No está previsto que se lean. Son una herramienta al servicio del director.
P. ¿Qué nos puede decir del proyecto teatral que lleva a cabo con su amiga Vanessa Redgrave?
R. Trabajo en un monólogo dramático que empieza a partir de los hechos que narro en El año del pensamiento mágico. Sólo habrá un personaje, representado por Vanessa Redgrave. La obra se estrenará en marzo de 2007, en Nueva York. Me está encantando hacer este trabajo.
P. ¿Cuál es su ideal de estilo?
R. Economía, claridad, sencillez. No hay nada más difícil que la aparente facilidad. Una vez efectué un examen minucioso del principio de Adiós a las armas, de Hemingway. Conté las comas, los adjetivos, las frases, las cláusulas... y me di cuenta de lo complejísima que era su manera de estructurar el trabajo. Sin embargo, cuando se lee la prosa de Hemingway se tiene la sensación de que se está delante de un arroyo cristalino que discurre por un cauce de granito.
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Joan Didion / El año del pensamiento mágico / Entre dos muertes
Entre dos muertes
EDUARDO LAGO 2 SEP 2006
Un estilo preciso, una lucidez en la visión de los temas que retrata y un tono alejado del sentimentalismo definen la prosa de Joan Didion. A pesar de esa aparente frialdad, sus libros consiguen emocionar vivamente a sus lectores.
En una entrevista concedida a este periódico con motivo de la publicación de Lunar Park, Bret Easton Ellis colocaba a la cabeza de la lista de autores norteamericanos contemporáneos de mayor relieve a Joan Didion, para constatar a renglón seguido la sorpresa mayúscula que causaba siempre entre los escritores estadounidenses comprobar que alguien del calibre de Didion fuera una perfecta desconocida, no ya en España, sino en general en toda Europa. El hecho resulta llamativo no sólo porque estamos ante una narradora de gran calado, en cuyo haber figuran cinco novelas de sumo interés, sino porque Joan Didion posiblemente sea uno de los nombres de más prestigio (para muchos, el primero) entre quienes hoy día cultivan el género ensayístico en Estados Unidos.
Californiana de quinta generación, la autora de El año del pensamiento mágico (su último libro, con el que ha ganado el Premio Nacional del Libro estadounidense en la modalidad de no ficción y publicado en España por Global Rhythm Press) le atribuye un significado al hecho de haber nacido en aquella parte del mundo ("los nativos de California vivimos con plena conciencia de que en cualquier momento puede sobrevenir una catástrofe natural").
La obra de no ficción de Didion ejemplifica a la perfección el género conocido como "ensayo personal", una forma de escritura cuyo objetivo es someter a examen circunstancias de orden histórico o sociológico desde una perspectiva radicalmente subjetiva. La fuerza de los ensayos de Didion estriba en que su autora está siempre presente en lo que describe o analiza; en ellos la experiencia subjetiva discurre paralelamente a las circunstancias objetivas, que en ocasiones pueden revestir caracteres catastróficos. El entronque de la realidad a observar con las experiencias personales provoca una eficaz identificación con los lectores.
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Con una voz extraordinariamente precisa, reflejo de la claridad de su visión, sirviéndose de un tono enteramente exento de sentimentalismo, Didion dirige una mirada irónica -con frecuencia teñida de cierto fatalismo- hacia los temas que trata. El férreo control que ejerce sobre sus propias emociones produce un efecto de frialdad que es inversamente proporcional a la reacción que provoca en sus lectores. Ácida, inteligente, provocativa, sumamente crítica, para algunos Joan Didion es una testigo incómoda de los tiempos que nos ha tocado vivir. Sus ensayos pueden resultar inquietantes, o llegar a molestar, porque obliga a mirar de frente cosas que algunos preferirían no tener que afrontar.
En sus ensayos, recogidos en seis volúmenes que abarcan cuatro décadas, Didion posa su mirada inquisitiva y descarnada en temas y lugares muy diversos, desde América Latina al Sureste asiático, pasando por distintos puntos clave de la geografía urbana y humana de su propio país (California, Miami, Nueva York). Su mayor virtud consiste en sacar a flote falsedades y contradicciones, independientemente de que se ocupe de las vicisitudes del movimiento feminista, las trampas de la clase política instalada en Washington o la vacuidad que subyace al hedonismo imperante en Hollywood. Entre sus trabajos más notables destacan Slouching toward Bethlehem (1968), The White Album (1979),Salvador (finalista del Premio Pulitzer en 1983), los memorables reportajes que dedicó a las campañas presidenciales de 1988 y 1992, y Political Fictions (2001), cuyo tema central es la vida política estadounidense, que a la autora le parece cada vez más desprovista de autenticidad. En 2003 publicó dos libros que son como dos pinzas que al cerrarse atrapan desde perspectivas complementarias la realidad de su país: De donde vengo e Ideas fijas: Estados Unidos después del 11-S. En el primero vuelve sobre uno de sus temas más constantes, California como espacio emblemático del caos en el que vive atrapado el individuo contemporáneo. En el segundo aborda con lucidez y valentía el trauma que supusieron los atentados de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas neoyorquinas, avanzando la idea de que la gravedad del atentado se deriva específicamente del hecho de suponer una implosión intencional de las ironías de la historia.
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El año del pensamiento mágico, título número trece en su haber, es por lo íntimo y doloroso del tema su libro más personal. Como es característico en ella, se sirve de algo que compete a la experiencia subjetiva para llevar a cabo un análisis del tabú que impide a los norteamericanos de hoy enfrentarse sin traumas al tema de la muerte. Formalmente, quizá sea el libro que mejor refleje el incesante ejercicio de ascesis que constituye la dedicación a la literatura por parte de Joan Didion, cuyo ideal consiste en deshacerse en la medida de lo posible del menor vestigio que remita a lo que normalmente entendemos por estilo. Didion, que afirma ser incapaz de estar inactiva ni un instante, ha seguido adelante, superando el impacto de sus tragedias personales, yendo más allá de donde dejó las cosas en su último libro. En la actualidad trabaja junto con su amiga la actriz Vanessa Redgrave en un proyecto teatral cuyo propósito es ahondar en el duro ejercicio de introspección iniciado con El año del pensamiento mágico.
El año del pensamiento mágico. Joan Didion. Traducción de Ángela Olivia de Miguel Crespo. Global Rhythm Press. Barcelona, 2006. 212 páginas.
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Francia prohíbe ‘Love’ a los menores tras las presiones conservadoras
Francia prohíbe ‘Love’ a los menores
tras las presiones conservadoras
La justicia cambia la clasificación de la película de Noé, con escenas de sexo no simulado
El Gobierno recurre el veto ante la reacción del sector del cine
La justicia francesa acaba de prohibir el acceso de los menores de 18 años a las salas donde se proyecte Love, la nueva película del sulfuroso director Gaspar Noé, un melodrama de alto contenido sexual que ha puesto en pie de guerra a los revitalizados círculos ultraconservadores del país. La asociación Promouvoir, que lucha por “la promoción de los valores judeocristianos” y “la obstaculización del incesto, la violación y la homosexualidad”, según sus estatutos, ha liderado una exitosa campaña para impedir que los menores puedan ver la película.
Love se estrenó el 15 de julio en las salas francesas como “desaconsejada a los menores de 16 años”, tras recibir el aval del Centro Nacional del Cine, que concede las clasificaciones para la explotación comercial de las películas de estreno. Sin embargo, el Tribunal Administrativo de París ordenó el 31 de julio alterar esa clasificación y reservar la entrada a los mayores de 18 años, tras una denuncia de la asociación conservadora. La justicia argumentó que su gráfico contenido podía “herir la sensibilidad de los menores”.
Gaspar Noé no tardó en reaccionar. “Nos encontramos frente a un anacronismo absoluto, que es el propio de los reaccionarios, pero también del Estado islámico. Lo chocante no es que exista, sino que Francia le dé la razón”, explicó al diario Libération. “Mi película es inofensiva, pero parece molestar. Lo que me angustia es que, a causa de este tipo de cosas, los directores o productores puedan empezar a tener miedo. Existe un riesgo de que los cineastas o los guionistas se autocensuren”, declaró el director de 51 años, nacido en Argentina e instalado en París desde los setenta. En 2002, Noé ya provocó el escándalo con Irreversible, que contenía una brutal escena de violación de nueve minutos.
Rodada en 3D y con actores desconocidos, Love está protagonizada por Murphy, estudiante de cine estadounidense residente en París, que recibe una llamada que le anuncia la desaparición de su expareja Electra, con la que compartió un devastador amour fou. El protagonista evocará entonces esa relación pasional y excesiva que terminó con una dolorosa separación. Lo hará con todo lujo de detalles, incluyendo tríos sexuales, encuentros en un club de intercambio, una escena en la que interviene un transgénero (criticada por la transfobia del protagonista) e incluso una eyaculación en primer plano.
Contra las referencias sexuales
La campaña contra Love es el último ejemplo de la incesante (y exitosa) movilización contra la cultura por parte de los grupos ultraconservadores en Francia. En junio, un grupo de vándalos roció con pintura una obra del escultor Anish Kapoor en los jardines de Versalles, después de que el artista describiera su escultura como “la vagina de la reina”, aludiendo a su aspecto, que podía recordar a los genitales femeninos.
Kapoor criticó entonces a “una fracción muy minoritaria para la que todo acto creativo supone una puesta en peligro de un pasado sacralizado hasta el extremo”.
En 2014, una escultura inflable en forma de juguete sexual, a cargo del artista Paul McCarthy, fue desinflada en París, tras generar críticas del colectivo tradicionalista Printemps Français. Además, un grupo de manifestantes de extrema derecha logró interrumpir un espectáculo del coreógrafo Olivier Dubois en la Vendée. Protestaban porque sus bailarines iban desnudos.
Su elegante puesta en escena y su voluntad de romper con la representación habitual del sexo en pantalla no logran esconder, sin embargo, un argumento tirando a raquítico. Presentada en el pasado Festival de Cannes con críticas negativas, Love ha sido promocionada en Francia como la primera cinta de autor con escenas de sexo no simuladas.
Poco público
Ni siquiera el escándalo ha llevado al público a las salas: Love no logrado seducir a más de 30.000 espectadores. Su prohibición a los menores no es solo simbólica; puede tener notables efectos económicos, como que se retire de algunos cines y descienda su coste en su emisión en televisión.
Solo un último giro podría salvar aLove. El ministerio de Cultura ha presentado un recurso ante el Consejo de Estado, última instancia de la jurisdicción administrativa en Francia, para revocar esa prohibición. Curiosamente, la titular de Cultura, Fleur Pellerin, se había mostrado inicialmente favorable a vetar la película a los menores e incluso exigió al Centro Nacional del Cine que reconsiderara su primera decisión “con la esperanza de obtener una clasificación más severa”, según el productor y distribuidor de la película, Vincent Maraval, que interpreta en Love un pequeño papel de policía libertino. Las reacciones de buena parte del sector del cine francés, que ha denunciado un ataque a la libertad de expresión, habrían forzado a la ministra a dar marcha atrás. El Consejo de Estado tiene ahora dos meses para dictar sentencia.
De momento, la asociación Promouvoir se apunta un nuevo tanto en la defensa por sus valores. La organización fue fundada en 1996 por el abogado André Bonnet, próximo al político ultraderechista Bruno Mégret. Desde entonces, ha logrado que la justicia francesa prohíba que los menores vean películas como Ken Park, Saw 3D o la segunda parte de Nymphomaniac.
“Desde hace 15 años, directores sin escrúpulos quieren reintroducir la pornografía en los circuitos para el gran público”, afirmó Bonnet en una entrevista al portal Allociné. “A menudo, este cine tiene como objetivo confeso participar en la destrucción de las estructuras sociales y familiares en nombre de un libertarismo sin límite. Y apunta justamente a los menores, como Valmont en Las amistades peligrosas, con ese vértigo que da la perversión de los más jóvenes”.
Según Le Monde, Bonnet habría participado en los recientes combates que el frente ultraconservador ha librado contra el gobierno de François Hollande. En 2013, acusó al ejecutivo de querer “eliminar la diferenciación entre géneros” en la escuela y participó en la poderosa movilización contra el matrimonio homosexual, interviniendo en una reunión en la que comparó el texto que lo legalizaba con “el ascenso del nazismo y el marxismo-leninismo”.
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