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Rosa Montero describe 18 historias de amor en 'Pasiones'

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Rosa Montero describe 18 historias de amor en 'Pasiones'


AMELIA CASTILLA
Madrid 30 SEP 1999

Rosa Montero ha unido periodismo y literatura. El resultado de fusionar la curiosidad natural del reportero con el acercamiento que supone para el escritor meterse en la piel del personaje se llama Pasiones (Aguilar), una descripción de 18 historias de amor que de alguna manera han cambiado la historia. Pasiones e Historias de mujeres, su trabajo anterior, suponen el mismo tipo de acercamiento "a lo biográfico, lo histórico, el ensayo y la ficción", aseguró ayer la autora en la presentación de la obra. Los 18 idilios recogidos en Pasiones fueron publicados por El País Semanal y revisados por la periodista para su edición.La esencia de la pasión, en palabras de la escritora, es la enajenación que produce: "La pasión es uno de los sueños del ser humano. Es algo que enciende el mundo de colores, pero acaba convirtiéndose en una enfermedad". Para Rosa Montero, pasión es sinónimo de locura, y en Pasiones la hay para todos los gustos. Como ejemplo citó el caso de Rimbaud y Verlaine, que se instalaron en el daño mutuo; la peculiar historia de Lewis Carrol -"un pedófilo terrible"-, que se negó a reconocer su amor por Alice Liddel, o el "feliz" matrimonio de Stevenson y Fanny Vandegrift.

Rosa Montero / Nuria Labari y Myriam Chirousse, nuevas y buenísimas

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Rosa Montero

Nuevas y buenísimas

27 de junio de 2009

Existen textos de autores novatos -Nuria Labari y Myriam Chirousse- que al leerlos explotan como una supernova.


Llevo treinta años publicando ficción, y en este tiempo he leído innumerables textos de escritores novatos. Cuentos y novelas y capítulos sueltos que la gente me ha pedido que mirara. Muchos eran malos, bastantes tenían cosas interesantes, unos pocos estaban francamente bien. Algunos de los noveles que hace tiempo leí se convirtieron después en escritores profesionales y publicados. La narrativa es un oficio tenaz, un trabajo tan lento como la construcción de una estalactita, y con el tiempo he visto crecer literariamente a esos jóvenes que antaño ya mostraron buenas maneras. Siempre ha sido un crecimiento orgánico, natural; una mejora razonable y sutil. A la gente le gustan los cuentos de hadas, los triunfos artísticos instantáneos, esas mentirosas escenas de película en las que un cobrador de autobús demuestra de repente que pinta tan bien como Velázquez o una solterona rarita rompe a cantar como los ángeles. Pero en la vida real no existen estas apoteosis tipo Hollywood (salvo prefabricadas, como en el patético caso de la pobre Susan Boyle), y menos aún en la narrativa.



Los relatos de Labari son un minucioso recuento de los miedos, las soledades, las mentiras y las necesidades sentimentales de las personas

Y, sin embargo...
Ya se sabe que no hay una vara de medir por la cual se pueda decir sin discusiones si un libro es bueno o no. Dos lectores igual de preparados son capaces de disentir furiosamente sobre la misma novela, que a uno le puede parecer maravillosa y al otro un verdadero bodrio. Todo esto lo sé bien y, sin embargo, unas pocas veces en mi vida, muy pocas, he leído textos de autores novatos que han explotado ante mis ojos como una supernova. Textos que han llegado como un viento de fuego trayendo la promesa, al menos para mí, de un escritor formidable. Casualmente, dos de estas raras obras luminosas han coincidido ahora en su publicación en España. En su debut como autores. O, mejor dicho, como autoras, porque se trata de dos mujeres.
Una es Nuria Labari. Acaba de cumplir treinta años y hará cosa de cuatro o cinco leí sus primeros cuentos y me dejó pasmada. Eran historias crueles, originales, maravillosamente escritas desde no se sabe qué extraño lugar de la conciencia. Relatos de adolescentes o de niñas a medio camino del humor y el horror. Me enganchó de tal modo su voz personalísima que fui leyendo y releyendo una y otra vez durante todos estos años sus textos mercuriales, mientras ella iba madurando y mejorando. Mientras sus personajes iban creciendo y se ahondaba su desolación y su ironía. También vi cómo Nuria presentaba una y otra vez los relatos a diversos premios, sin conseguir jamás ni la menor mención. Cosa que a decir verdad no me extrañó: su obra es demasiado distinta, demasiado buena para ser apreciada por un jurado de gustos convencionales. Hasta que, al fin, Labari seleccionó trece de sus cuentos y formó con ellos un volumen titulado Los borrachos de mi vida. El libro ganó el último Premio de Narrativa de Caja Madrid y lo acaba de editar Lengua de Trapo.
Los relatos de Nuria Labari son un minucioso recuento de los miedos, las soledades, las rutinas, las mentiras y las necesidades sentimentales de las personas. Es tan aguda, tan afilada en su observación del comportamiento humano, que a veces tienes la sensación de estar asistiendo a una autopsia practicada en vivo. A una clase de anatomía patológica afectiva. Te ríes mucho con los cuentos, viendo esos hígados tan negros; y también te estremeces, al reconocerlos como algo cercano. Una de sus protagonistas habla de los inicios de su relación con un hombre: "Cuando llegué a su apartamento estaba sentado en el sofá mirando fijamente un huevo duro que se había servido directamente sobre la mesita del centro. En una esquina había fútbol, en un aparato de quince pulgadas, que parecía una radio con pretensiones en el salón vacío. (...) Un hombre tiene que estar muy mal para poner el fútbol en una tele tan pequeña y no bajar al bar". De alguna manera los cuentos de Labari se mueven en la aplastante vacuidad que gira en torno a un desolado huevo duro.
La otra autora tiene 36 años, se llama Myriam Chirousse y es de nacionalidad francesa, aunque ha vivido largo tiempo en España. La contraté como profesora hace cinco años, para refrescar mi oxidado francés, y a la tercera clase me dijo que escribía. Que llevaba doce o trece años redactando una inmensa novela con cientos de páginas. Le pedí que me trajera una muestra, más por cortesía que por verdadera curiosidad; y al día siguiente Myriam llegó con una carpetita con los primeros capítulos. Fue un descubrimiento, un rayo fulminante. Amor a primera vista con el texto. La novela de Myriam es una historia neorromántica y neogótica, una tempestad de palabras y emociones. Un libro de desaforadas aventuras. Con el trasfondo de la Revolución Francesa, dos personajes se encuentran y se pierden, se aman y se odian, se hieren y se perdonan. El relato se agita entre tus manos como un mar bravío, a veces jubiloso, a menudo sombrío. También en este caso fui leyendo durante dos años, en francés y capítulo a capítulo, la redacción final de esta novela. Ahora el libro, que se llama Vino y miel,acaba de salir en Francia con estupendas críticas (Miel et vin, Buchet Chastel); y será publicado en España en octubre en la editorial Alfaguara. No lo olvides.
Sí, ya sé que la calidad de un libro no es algo objetivo. Que a mí me puede gustar lo que tú odies. Sin embargo, siento una rara certidumbre sobre el talento de estas dos escritoras. Son nuevas, son jóvenes y todavía les queda mucho por aprender. Pero cuánta fuerza tienen, las malditas.
Los borrachos de mi vida. Nuria Labari. Lengua de Trapo. Madrid, 2009. 192 páginas. 18,20 euros. Vino y miel. Myriam Chirousse. Se publicará en Alfaguara en octubre . Miel et vin. Buchet Chastel. París, 2009. 544 páginas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de junio de 2009

Rosa Montero / Silenciada, enterrada, explosiva

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Fotografía de Gervasio Sánchez

Rosa Montero

Silenciada, enterrada, explosiva

El objetivo es conseguir en 2025 un mundo sin minas antipersona (una meta que Trump ha puesto muy difícil)


Rosa Montero / Uma injustiça enterrada e explosiva


29 de febrero de 2020


ME PARECE QUE no le hemos prestado suficiente atención a una noticia verdaderamente atroz: el insufrible Trump acaba de decir que Estados Unidos volverá a usar minas antipersona. Verán, estas minas son un invento de una perversidad espeluznante; poseen cargas explosivas muy pequeñas porque su fin no es matar, sino mutilar, reventar vientres o arrancar piernas y brazos, para debilitar al oponente obligándolo a cuidar y cargar con sus heridos. Son unos artefactos crueles que se ceban en la población civil. Por eso, cuando en 1997 se celebró la Convención de Ottawa para prohibir el uso de estas minas, la humanidad dio un paso de gigante. Salirse del acuerdo, como ha hecho Trump, es una infamia.
Pero ya que hablo de minas y de indecencia política, quiero hablar de los saharauis. Sí, de ese pueblo al que los españoles traicionamos y vendimos como ovejas a los marroquíes hace 45 años. Sí, esos mismos saharauis que tienen la justicia y los acuerdos de la ONU a su favor, pero que ni aun así consiguen recuperar su tierra. De hecho, cada día nos olvidamos un poco más de ellos.

Fotografía de Gervasio Sánchez

Y las minas son un perfecto ejemplo de ese olvido. Según el Landmine Monitor, el Sáhara Occidental está entre los países más invadidos de minas del planeta. Podría ser el más contaminado de los territorios habitados. Y el muro que divide en dos el Sáhara Occidental (a un lado los saharauis, al otro la zona ocupada por Marruecos) es el campo minado más largo del mundo. Se calcula que en la zona hay entre 7 y 10 millones de minas, colocadas durante la guerra por ambas partes del conflicto. La ONU y el Frente Polisario, que lidera la causa saharaui, han pedido repetidas veces a Marruecos mapas de localización de sus explosivos, sin ningún resultado. El desminado es caro, peligroso y difícil; las lluvias mueven las bombas en la arena, lo que complica aún más su localización. Por cierto que hay un grupo de aguerridas mujeres saharauis, las SMAWT (Sahrawi Mine Action Women Team, equipo saharaui de mujeres en acción contra las minas), que se dedican a esta arriesgadísima labor de cazadoras y neutralizadoras de explosivos.
El Frente Polisario, que acata la convención de Otta­wa y la de Oslo (contra las bombas racimo), ha hecho un enorme esfuerzo por limpiar sus artefactos explosivos y ha destruido todo su arsenal de minas antipersona (20.493 unidades) y de municiones en racimo (24.107). Marruecos, mientras tanto, sigue sin sumarse a Ottawa ni a Oslo. Para peor, sucede que tras el precario acuerdo de paz de 1991 entre Marruecos y el Polisario se creó una franja de exclusión de cinco kilómetros de ancho al este del muro, en donde no pueden entrar ni personal ni equipo militar, pero sí civiles.
Fotografía de Gervasio Sánchez

Esta zona, que ofrece reservas de agua porque se forman balsas al cortar el muro el cauce de los ríos, es atravesada todo el tiempo por los pastores nómadas y sus ganados, y ahí es donde están la mayoría de las minas. Entre 2014 y 2019 ha habido 186 víctimas; una de ellas estuvo 10 horas desangrándose ante la mirada impotente de los soldados, que no podían entrar a la zona de exclusión a rescatarlo (al fin lo sacaron civiles y hubo que cortarle la pierna). Además, cada vez hay más animales heridos o muertos por las explosiones, lo cual arruina la vida de los pastores.
Y siendo todo esto horrible, lo peor es que esta situación catastrófica que acabo de contar no existe oficialmente. Aunque ya hemos dicho que el Sáhara Occidental puede ser el territorio habitado más contaminado por minas antipersona de todo el planeta, no está en el foco de zonas a limpiar por la Convención de Ottawa, dado que no tiene estatus de país independiente.
Aún más, no dejan intervenir de forma oficial a los delegados saharauis en las conferencias antiminas. Ottawa se ha puesto como objetivo conseguir en 2025 un mundo sin minas antipersona (una meta que Trump ha puesto muy difícil), y yo me pregunto cómo se atreven siquiera a plantear semejante logro si no tienen en cuenta los millones de letales artefactos que riegan el Sáhara. He aquí una buena metáfora de la causa saharaui: es una injusticia indecentemente silenciada, enterrada, explosiva. 

Isabel Preysler alcanza la placidez a los 69 años

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Isabel Preysler alcanza la placidez a los 69 años


Maite Nieto
Madrid, 18 de febrero de 2020

La reina de la prensa del corazón celebra un lustro de relación sosegada con el escritor Mario Vargas Llosa y cede el protagonismo mediático a sus hijos


Maite Nieto
Madrid, 18 de febrero de 2020

Isabel Preysler cumple este martes 69 años y en su vida ha cambiado todo y no ha cambiado nada. Los años la han convertido en una mujer madura de belleza serena, que sigue conservando el tirón mediático que la persigue desde que hizo acto de presencia en España de la mano del cantante Julio Iglesias hace ya casi cinco décadas. También perpetúa el título que la corona como una de las mujeres más elegantes del panorama patrio y ese carisma entre misterioso e inalcanzable que enamora hasta a sus detractores cuando tienen la oportunidad de acercarse a ella y conocerla de cerca.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler

Sobre los secretos de su éxito se especuló mucho al principio. Después se consolidó como dogma que lo que es, es y no necesita explicación y nos dejamos de hacer preguntas sobre el porqué de su éxito. Algo tuvo que ver su historial amoroso —Julio Iglesias, Carlos Falcó, marqués de GriñónMiguel Boyer, ministro socialista, y ahora el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa— pero también hizo mucho su aire etéreo, su aparente calma en mitad del más furioso tsunami y, dicho con cierta ironía, su impecable estilo como anfitriona que le hizo colarse en las casas de todos los españoles recibiendo invitados con una bandeja de bombones en la mano.
De los dulces pasó a imagen de pavimentos de lujo y se coló a través de ellos en el mismísimo palacio de Buckingham alternando con Carlos de Inglaterra, el heredero más longevo de la historia británica. Pero Isabel Preysler era ya un icono y el príncipe solo uno más de los que entonces tenían el privilegio de codearse con ella. Al menos así era para muchos lectores de prensa rosa que tenían claro quién era su reina.



Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa llegan al Teatro Real de Madrid el pasado 13 de noviembre.
Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa llegan al Teatro Real de Madrid el pasado 13 de noviembre. CORDON PRESS


El tema es que tras dos separaciones, una viudedad, cinco hijos, seis nietos e incluso una imagen de parecido discutible en el Museo de Cera de Madrid, Isabel Preysler parece haber encontrado el nirvana de su ya histórico saber estar con raíces en familia bien de Filipinas. Después de dos años convulsos tras el ictus que sufrió Miguel Boyer en febrero de 2012, Isabel volvió a sorprender cuando a los 64 años salió del encierro social voluntario en el que se confinó para cuidar a su esposo, dispuesta a brillar de nuevo en actos sociales de postín. No lo hizo en solitario, sino de la mano de otro señor intelectual de bandera: Mario Vargas Llosa, el escritor y político peruano que se lanzó al vacío por ella y rompió un matrimonio de 40 años con Patricia Llosa.
No era la primera vez que Preysler paseaba al borde del acantilado mediático, ese que pilló siempre por sorpresa a sus respectivas parejas. Una vez más la filipina sonrió sin inmutarse, defendió el poder del amor y dejó que pasara la tormenta. Hoy que cumple 69 años, lo hace en mitad de la calma personal. Afianzada su relación, sin papeles de por medio, con el Premio Nobel cinco años después de saberse que entre ellos había más que una entrañable amistad; regia en su papel de madre y abuela amantísima, pero sabia a la hora de soltar las amarras de sus retoños; y ligera de equipaje porque los años le van diciendo que su estatus tiene férreas maromas que la afianzan a su pedestal pero que ahora es el momento de que sus hijos sean los que se batan el cobre en los mentideros.



Tamara Falco con su madre, Isabel Preysler, en la presentación de un libro el pasado octubre.
Tamara Falco con su madre, Isabel Preysler, en la presentación de un libro el pasado octubre. GTRESONLINE


Isabel Preysler hace esperar a una televisión, retrasa un photocall y levanta murmullos a su paso. Hasta el propio Vargas Llosa (83 años) se ha convertido, según el foro en el que se presenten juntos, en el consorte y no en la estrella. Nada de esto la inmuta, está acostumbrada al efecto que causa desde hace años. Ahora prefiere gestionar la sorpresa que le ha provocado el éxito de su hija Tamara Falcó en MasterChef; la desaparición buscada de su primogénita, Chábeli Iglesias, reclusa de su propio deseo de anonimato entre Carolina y Miami, en Estados Unidos; el blindaje de su hijo Enrique Iglesias, que mueve masas y millones como cantante, pero pelea como gato panza arriba por mantener a salvo su intimidad —una lucha que solo rompe para presumir de su triple paternidad cuando los hijos que ha tenido con la extenista Anna Kournikova le derriten de felicidad—; para acoger en casa a su hija menor, Ana Boyer, cuando aterriza en España junto a su marido, el tenista Fernando Verdasco, y su hijo Miguel; y para sonreír cuando le preguntan por Julio José, su otro vástago, que parece ser el alma más libre de la familia, uno de los más sonrientes pero también el que menos suerte ha tenido en sus pinitos como cantante.
Queda Isabel Preysler para rato. El brillo de los mitos no se apaga fácilmente.

Vargas Llosa / Compañerito de carpeta

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José Miguel Oviedo


Mario Vargas Llosa

Compañerito de carpeta

Sólo los grandes críticos literarios son capaces de establecer jerarquías, dar un orden de ideas y valores a lo que, en un principio, parece una jungla. Es lo que hizo José Miguel Oviedo, siempre severo y exigente


4 de enero de 2020





Compañerito de carpeta
FERNANDO VICENTE

Cuando José Miguel Oviedo comenzó a escribir reseñas de libros en el Suplemento Dominical de El Comercio, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, hubo un cambio significativo en la cultura peruana. Hasta entonces no había habido críticos literarios propiamente hablando en el país, sino piadosos articulistas o historiadores de la literatura. José Miguel era un caso insólito. Sus textos eran verdaderos ensayos, comparables a los que, por aquellos mismos años, escribían Cyril Connolly en Londres, o Edmund Wilson y George Steiner en Nueva York. No exagero nada: la misma profundidad, la vasta información, la severidad y la exigencia idénticas. Ni qué decir que las víctimas de esos juicios críticos, buena parte de los escritores peruanos, lo detestaron.


Alguna vez, en nuestros esporádicos encuentros por el mundo, pregunté a José Miguel si la dureza de sus críticas no era injusta con los maltratados poetas, dramaturgos y novelistas peruanos. “No hay excusas”, me respondió con esa súbita ferocidad de los tímidos. “Escriben al mismo tiempo que Virginia Woolf, Faulkner o Borges. O que T. S. Eliot y Neruda. Deberían ser tan buenos como ellos o renunciar a la literatura”.
En esos mismos años, sin que José Miguel ni yo lo sospecháramos, la literatura hispanoamericana daría un vuelco espectacular, y aparecerían o se rescatarían obras como las de Onetti, Roa Bastos, Rulfo, Cortázar, Sábato, García Márquez y muchos otros, que pondrían a la literatura de América Latina en el interés y la curiosidad de medio mundo. Más tarde aquello se llamaría, nadie sabe por qué ni quién lo bautizó así, el boom. En su indispensable autobiografía (Una locura razonable: memorias de un crítico literario), José Miguel rinde justo homenaje al semanario Marcha, de Montevideo, y a dos críticos uruguayos, Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal, por haber contribuido en gran parte a ese fenómeno que ganó tantos lectores a nuestros escritores e hizo saber al mundo que no sólo rancheros borrachos y dictadores poblaban nuestras tierras; que había en ellas, también, una literatura interesante. Pero se olvidó de decir que acaso el mejor y más agudo crítico de esos años del boom fue él mismo. Ahí están los ensayos que escribió para probarlo; será evidente, sobre todo, cuando se reúnan en uno o varios libros las incontables críticas que, en revistas y periódicos de todo el continente, escribió el propio Oviedo sobre la nueva literatura hispanoamericana y sus autores.

José Miguel Oviedo, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa

Durante tres años fuimos compañeros de clase en el colegio de La Salle, de Lima, y durante uno compartimos la misma carpeta. Lo descubrí revisando viejos papeles, treinta o cuarenta años después, gracias a un dibujo hecho por él, en una cartulina blanca, de Ana María Álvarez Calderón, Reina de Belleza limeña de los años cincuenta, con esta dedicatoria: “A mi compañerito de carpeta, Mario Vargas Llosa” y firmado José Miguel Oviedo. Ninguno de los dos sabíamos entonces que ambos estudiaríamos letras (él en la Católica y yo en San Marcos) y que defraudaríamos a nuestras respectivas mamás siendo escritores (la suya soñaba con que él fuera un exitoso abogado y la mía que me dedicara a la diplomacia). Lo que nos interesaba entonces parecía ser el fútbol, en el que éramos a cual peor. Él se ha inventado en sus memorias (o yo lo he olvidado) que a mí entonces me decían “Coca Cola”, no sé por qué, porque nunca me gustó esa bebida efervescente que rastrillaba la garganta.



Le pregunté si la dureza de sus críticas no era injusta con los maltratados dramaturgos, novelistas y poetas peruanos

Cuando, en 1970, José Miguel aceptó ser director de Cultura del Gobierno Militar del general Velasco Alvarado, sus amigos temblamos. ¿Se sumaría a la demagogia frenética imperante? ¿Entregaría la cultura peruana a la banda de comunistas y congéneres que poco después capturaría los periódicos, las radios y las televisiones cancelando la libertad de prensa en el Perú? Lo hizo de manera impecable. No sólo resistió a los extremistas y a los propios militares que le preguntaban cuándo “entrenaba” la Orquesta Sinfónica, sino que promovió el teatro y la buena música y las artes, y publicó revistas literarias excelentes, y trajo a Lima exposiciones memorables como aquella dedicada al surrealismo. Pero el año y medio que pasó allí le destrozó los nervios y debió recurrir al yoga para sosegarse.

José Miguel Oviedo
en el matrimonio de Patricia Llosa y Mario Vargas Llosa

Sin una crítica de alto nivel, todo movimiento cultural es amorfo y se desarma en la confusión. Sólo los grandes críticos son capaces de establecer jerarquías, dar un orden de ideas y valores a lo que, en un principio, parece una jungla. Es lo que hizo Oviedo en aquellos años, en que fue viajando a la Argentina, a Chile, a Colombia, a Cuba, a México, y escribiendo cada semana —a veces, cada día— sobre lo que descubría y leía. Sus artículos y ensayos contribuyeron de manera decisiva a darle a la dispersa literatura del continente una unidad en la diversidad. Años más tarde, esta idea sería el meollo de su ambiciosa Historia de la literatura hispanoamericana (Alianza Editorial) en cuatro volúmenes, la mejor que se ha escrito y, acaso, la única que se puede leer de corrido de principio a fin.



Sin un escrutinio de alto nivel, todo movimiento cultural es amorfo y se desarma en la confusión

No sé si fue una buena idea la de José Miguel de irse a los Estados Unidos a enseñar, a lo que lo animamos muchos amigos. Albany, Indiana, Los Ángeles, Filadelfia. Allí pasaría el último cuarto de siglo de su vida. Le gustaba Nueva York, donde enseñaba en los veranos, por sus librerías, exposiciones y conciertos. Tenía una estabilidad económica de la que nunca gozó en el Perú y escribió libros ambiciosos sin caer en la jerigonza pretenciosa e ilegible que en los años setenta y ochenta se presentaba como la “crítica científica” de la literatura. Sus ensayos arrastraban siempre una huella de sus textos periodísticos, de manera que la barbarie latinoamericana estuvo siempre viva en él, además de la nostalgia. Pero en aquellos campus modélicos, ejercer la crítica era un quehacer sin riesgo ni misterio, algo muy distinto de aquel trabajo pionero, social y político, a la vez que literario, que Oviedo nunca dejó de añorar.

José Miguel Oviedo y Mario Vargas Llosa

Creo que los cinco años que pasó en el destierro de Indiana, en Bloomington, fue más o menos feliz. Así me pareció, por lo menos, aquella vez que fui a visitarlo a ese pueblecito lunar. Y acaso lo fue más en UCLA, en California, donde Martha, su mujer, trabajó en un hospital, ocupándose de cuidar a enfermos sin remedio que no podían valerse por sí mismos. Pero luego vinieron los años durísimos de Filadelfia, el accidente que lo tuvo un año en una clínica, el cáncer al que Martha sobrevivió, la decadencia física de los últimos años. La última vez que lo vi en persona, en la Feria del Libro de Guadalajara, tenía la cabeza y la barba blancas, parecía muy frágil, y su hija Paola lo arrastraba en una silla de ruedas. Pero su conferencia fue soberbia.
Cuando me enteré por Alonso Cueto de que estaba grave, llamé por teléfono a Paola. Me contestó ella misma, bañada en llanto. Toda la familia estaba allí, en el hospital donde acababan de internarlo. El médico les había dicho que el organismo de José Miguel no podía resistir más pulmonías. Como él ya no conseguía hablar, le acercaron el teléfono para que yo pudiera saludarlo. Le dije que lo quería mucho, que le agradecía lo generoso que había sido con mis libros, le aseguré que volveríamos a vernos. Luego de un largo silencio, escuché, lejanísima, su voz: “Gracias, Mario”. Pocas horas después había muerto. Que se termine, por fin, este año maldito que se llevó a tantos amigos y me ha dejado sin pasado, como un sobreviviente.

Vargas Llosa / Elogio de un reaccionario

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Roger Scruton


Mario Vargas Llosa

Elogio de un reaccionario

En este mundo degradado por la falsedad y la tontería, el fallecido Roger Scruton era un contraste formidable. Un conservador cuya desaparición genera un pavoroso vacío


18 de enero de 2020





Elogio de un reaccionario
FERNANDO VICENTE

Sir Roger Scruton, que acaba de morir liquidado por un cáncer sobrellevado con entereza, había nacido en 1944, y se convirtió en un conservador, según confesión propia, durante los disturbios callejeros de mayo de 1968, en París, cuando vio a los niñitos bien —grandes protagonistas de aquella caricatura de revolución— apedreando a los policías, abriendo barricadas en el barrio latino y proclamando a los cuatro vientos: “¡Queremos lo imposible!”.




Fue una de las personas más cultas que he conocido. Podía hablar de música, literatura, arqueología, vino, filosofía, Grecia y Roma o la Biblia y mil temas más, como un especialista, sin serlo en nada, pues, en verdad, era un humanista al estilo de los clásicos, y defendía en panfletos, artículos y libros —era una delicia leerlos—, un mundo absolutamente irreal que probablemente nunca existió, salvo en su imaginación y en los ensayos de algunos pocos soñadores como él.
El príncipe Carlos y Roger Scruton

“¿No te das cuenta de que esa Inglaterra que defiendes con tanto talento no existió nunca, salvo en tu fantasía?”, le dije alguna vez. “¿Que los dueños de los castillos y los caballos pura sangre son ahora unos parvenus millonarios y casi analfabetos que sólo hablan de whisky y de negocios? ¿Y que la caza del zorro, que promueves con ardor épico, está ya muerta y enterrada?”. Él no me tomaba nunca en serio, yo le parecía un subdesarrollado más, pero me escuchaba con resignación. Y disimulaba su impaciencia, porque era un hombre muy bien educado, sobre todo cuando delante de él me atrevía a defender las políticas de la señora Thatcher, con las que él discrepaba pues le parecían demasiado progresistas.
Era odiado universalmente por los intelectuales de su generación, lo que no dejaba de halagarle, pues, pese a ser un dinamitero cultural que daba siempre en el blanco, no carecía de coquetería burguesa. Con su gran melena pelirroja, que el tiempo fue blanqueando, y su aristocrático descuido en el vestir, estaba siempre leyendo y escribiendo sobre temas de actualidad. Entre libro y libro, se daba tiempo para montar briosos caballos y matar unos cuantos zorros. No tenía la paciencia de escribir aquellos profundos tratados que demoran años, a la manera de su lejano maestro, Edmund Burke, el gran debelador de la revolución francesa, porque vivía y actuaba en el presente: era lo que le apasionaba. Sobre las ocurrencias cotidianas opinaba sin tregua, con inmensa sabiduría, citas prodigiosas y argumentos a menudo tan reaccionarios que aterrorizaban a los pocos conservadores que existen todavía (incluso en Inglaterra). Fue ennoblecido por la corona británica en 2016, lo que, por supuesto, le halagó.


Roger Scruton




Era odiado universalmente por los intelectuales de su generación, lo que no dejaba de halagarle

Yo estuve abonado a la revista que dirigía, The Salisbury Review, durante unos meses, hasta que me di de baja cuando descubrí que sólo leía en ella sus editoriales, siempre espléndidos, aunque totalmente incompatibles con la realidad política y social de nuestros días y, probablemente, también con la de siempre. Nadie como sir Roger Scruton para ilustrar aquella gran distancia que, según Friedrich von Hayek, separa a un liberal de un conservador. Pero había en él una decencia básica, una indignación perfectamente justificada contra las grandes imposturas patentadas por la izquierda demagógica de nuestro tiempo, una inteligencia que desmenuzaba con acidez las modas ideológicas y las estupideces políticas, y era, en este sentido, un intelectual imprescindible, sobre todo teniendo en cuenta que nadie lo reemplazará.
No estaba contra el progreso en absoluto, a condición de que no se considerara progreso lo que proponían los marxistas o lo que defendemos los liberales. Pero nadie ha explicado mejor que él la importancia de las óperas, por ejemplo, incluso las más enrevesadas —digamos las de un Wagner— o de las obras maestras literarias, o de los grandes sistemas filosóficos, para entender el presente, actuar de manera responsable y dar un sentido a nuestra vida. Y seguramente ningún periodista ha encontrado una manera más sutil y pertinente de sacar enseñanzas morales y políticas de largo alcance analizando un hecho cotidiano ni defendido la cultura como una guía, en este desordenado mundo en que vivimos, para entenderlo y orientarnos en él.


Roger Scruton

La Inglaterra que él defendía era un mundo de formas y principios inmutables, en el que la religión y las leyes habían traído un progreso que no desaparecía a las clases, ni las igualaba, pero a todas les aseguraba la justicia y el orden. Una sociedad donde el privilegio implicaba una obligación moral de servicio público y donde la cultura —las artes, los libros, las ideas, los ritos, las acciones militares— eran el espejo de la vida, la única andadura que justificaba el ascenso social. Este mundo jamás existió, salvo en la fantasía de Scruton. Su modelo de político fue Enoch Powell, un conservador que conocía a los clásicos de memoria, pero que, aterrorizado con lo que creía una invasión de tercermundistas a las islas inglesas, profetizó un baño de sangre a Gran Bretaña si no ponía drástico fin a la inmigración. Nunca percibió que, detrás de los elegantes discursos de Powell, resoplaba el racismo. Y que todas las reformas que con enorme coraje llevaba a cabo la señora Thatcher tendían a hacer accesible a todo el mundo la verdadera libertad.



La Inglaterra que él defendía era un mundo de formas y principios que jamás existió, salvo en su imaginación

Era muy difícil no sentir una gran simpatía por él, aunque, como era mi caso, discrepara en lo esencial de sus ideas conservadoras. Porque había en sus tomas de posición una honestidad empecinada, algo muy distinto de los políticos de actualidad que suelen defender lo que no creen por razones de mera conveniencia y oportunidad, y han universalizado ese horrendo lenguaje político contemporáneo, hecho de lugares comunes y estereotipos, en el que las palabras disolutas han reemplazado a las ideas y valen para todo y todos, de manera que ya no sirven para nada, salvo justificar los apetitos, o disimular los pecadillos y pecadazos de funcionarios, dirigentes y teorizadores.


Roger Scruton

Que sir Roger Scruton usaba el lenguaje de otro modo, para decir lo que verdaderamente pensaba, aunque fuera insólito o, por lo menos, irreverente, nadie lo puede dudar, empezando por sus adversarios. El vocabulario político de nuestro tiempo está hecho de lugares comunes y tal vez ese abismo que percibimos entre lo que dicen los discursos de los profesionales de la política y la realidad de la vida política sea tan grande que la confusión haya hecho presa del mundo, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados. ¿A quién creer si lo que oímos por doquier son generalmente mentiras, cosas obvias o flagrantes disparates en los que no creen ni sus propios voceros? En este mundo degradado por la falsedad y la tontería, Scruton era un contraste formidable. Sostenía a veces lo insostenible pero no había pizca en él, sobre todo en su manera de expresarse, de insinceridad o de mera pose, sino convicciones graníticas y una risueña elegancia en la manera de decirlo. En ese sentido sí que lo vamos a echar de menos: su partida genera alrededor nuestro un pavoroso vacío.

Posters / The Seventh Seal

Stalin / La prudencia del tirano

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Josef Stalin, 1912

Stalin

La prudencia del tirano


Stalin tuvo unos antecedentes familiares y de formación atípicos en el marco del bolchevismo. Era de origen extremadamente pobre, georgiano y nada menos que educado en el seminario de Tbilisi. Allí se forjaron algunos de los rasgos dominantes de su personalidad. Muy pronto perdió la fe, pero su mentalidad siguió siendo de por vida religiosa. La importancia del nacionalismo georgiano entre los seminaristas tampoco dejó de afectar al futuro líder soviético, quien experimentó un proceso de transferencia similar a tantas otras personalidades que pasaron de la pequeña a la gran nación, del corso Napoleón al vasco Unamuno, manteniendo el mismo grado de intensidad e intransigencia en su sentimiento de adhesión. Otra rigidez, la dogmática, y la intención pedagógica teñida de maniqueísmo por el ejercicio habitual de las polémicas, vendrán también del tiempo de seminario. Y, por último, desempeñará un gran papel la coyuntura de persecución en que se desenvolvió su vida de estudiante. Entonces aprendió el joven Josif a fingir, a desconfiar de todo y a conocer la importancia de la disciplina y del ejercicio de una vigilancia implacable.
Así como la formación entre los jesuitas es capital para entender la peculiar forma de acción comunista en Fidel Castro, las duras vivencias del seminario constituyen el cimiento de la carrera hacia el poder del joven bolchevique. Éste, inicialmente, adopta el seudónimo de Koba, nombre de un héroe legendario de Georgia, y más tarde el de Stalin, el hombre de acero. Es buen organizador, camarada egoísta y distante durante la estancia en Siberia, polemista que, más que discutir, busca satanizar y destruir al oponente, por serlo, sin distinción de ideologías, y hábil a la hora de prestar servicios como teórico de la cuestión nacional a Lenin. En la forma y en las conclusiones ambos coinciden, de modo que Lenin tardará en darse cuenta de que 'el maravilloso georgiano' es en realidad un brutal 'nacionalista granruso', y que, desde su posición de poder como secretario general del partido, ya enfermo el líder de Octubre, no dudará en insultar a su esposa, la Krupskaya.A diferencia de un Trotski enfermo de teoría, Stalin descubrió lo que podía hacerse con el modelo organizativo del centralismo democrático para construir su propio poder personal. En los funerales de Lenin, sus famosos juramentos en nombre del partido le hicieron ya gran sacerdote de la nueva religión del leninismo. Y mientras que Lenin, Trotski o Bujarin son culturalmente occidentalistas, su lema es 'ex-Oriente lux'. Su tendencia al nacionalismo recubre el internacionalismo con la conocida fórmula de Rusia como 'patria del socialismo', de manera que cuando llegan las grandes purgas, lo primero que le importa es conservar el gran imperio ruso heredado de los zares. Conscientemente, se sentía un nuevo Iván el Terrible, personaje demasiado clemente a su juicio, entregado ante todo a aplastar a sus enemigos interiores. Para Stalin únicamente contaba el juego del poder, sin límite moral alguno y, por eso, se encuentra a gusto en la carrera de la complicidad y del engaño mutuo con Hitler, fallándole sólo la previsión de que un buen gánster como el germano no iba a atacar a su colega exponiéndose a un desastre. Y esta terrible imprevisión sirvió finalmente para acrecentar su duradera gloria.




Anna Ajmátova / Memorizar poesías para burlar a Stalin

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Anna Ajmátova según Modigliani


Memorizar poesías para burlar a Stalin

La poeta rusa Anna Ajmátova sabía que el dictador ruso la leía. Para evitar purgas, se aprendía sus versos y los transmitía, no los plasmaba en papel

Anna Ajmátova / La musa

MARTIN PUCHNER
25 FEB 2019 - 17:31 COT

Al principio, Anna Ajmátova, la poetisa rusa, trabajaba en su poema de la manera habitual. Componía siempre a mano, escribía los versos sobre el papel, después hacía correcciones y quizás leía en voz alta los versos para ver si sonaban bien. Normalmente hacía una copia en limpio y la enviaba a una revista, o la dejaba aparte hasta completar todo un ciclo de poemas y luego acudía a un editor. Antes de la Primera Guerra Mundial, había publicado varios volúmenes de esta manera, con gran aclamación. En Rusia se había convertido en una afamada poeta cuando todavía contaba veintipocos años, una elegante figura con chales largos, pelo negro y un porte que delataba su origen aristocrático. En París conoció a Amedeo Modigliani, un pintor convencido de su éxito futuro, que se enamoró de ella. Este había realizado algunos dibujos y pinturas de la joven Ajmátova que captaban las líneas elegantes y rasgos distinguidos de la poetisa, a la que los críticos no tardaron en llamar la Safo rusa.
Ajmátova se quedó con uno de los dibujos de Modigliani y le concedió un puesto de honor en la cabecera de su cama, pero su época de éxito en París hacía tiempo que se había desvanecido. Ahora, a mediados de la década de 1930, mientras componía un nuevo poema, ni siquiera le pasaba por la cabeza la idea de publicar: sencillamente, el Estado no se lo permitiría. Desde que Martín Luteropusiera de manifiesto lo que se podía lograr con la imprenta, las autoridades habían tratado de controlar a los editores y a los autores. Hacía tiempo que se requería permiso para muchos proyectos editoriales y se obligaba a personas como Cervantes a solicitar una licencia real. Sin embargo, estas licencias podían esquivarse, como bien sabía Franklin cuando publicó una Biblia sin permiso, y los libros podían imprimirse en el extranjero e introducir ejemplares de contrabando en el territorio censurado, como hicieron Marx y Engels. Fue en el siglo XX cuando por fin el Estado consiguió controlar la prensa, por lo menos en algunos países. Provistos de un poder centralizado, Estados totalitarios como la Unión Soviética y la Alemania nazi dominaban las armas y la mano de obra, pero también contaban con un ingente aparato burocrático para controlar a sus ciudadanos. Se crearon, tramitaron y acumularon innumerables expedientes. La burocracia, desarrollada 5.000 años antes con la invención de la escritura, se había convertido en una fuerza global y arrolladora. Anna Ajmátova nunca se involucró en actividades políticas, sin embargo, su voluminoso expediente policial tenía 900 páginas.
A sabiendas de que el Estado no permitiría que su poema fuera publicado, Ajmátova continuó escribiendo sin desfallecer, incluso en aquellos tiempos peligrosos. Después del asesinato en 1934 de un destacado funcionario, los arrestos y las ejecuciones se habían convertido en algo cotidiano. Nadie estaba a salvo de las garras de Guénrij Yagoda, el jefe de la policía secreta de Stalin, que arrestaba a los enemigos potenciales del dictador, a viejos camaradas, a cualquiera que pudiese albergar pensamientos de oposición o que simplemente estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado. Yagoda arrastraba también a los prisioneros que habían sido torturados para que confesasen sus pecados a los tribunales donde se celebraban farsas judiciales convertidas en espectáculos que sembraban el terror entre la población. Cuando el propio Yagoda fue arrestado, el pueblo experimentó un pánico mayor: si ni siquiera el jefe de la policía secreta estaba a salvo, entonces nadie lo estaba. Este comisario fue rápidamente sustituido por alguien todavía peor si cabe, Nikolái Yezhov, que dirigió el periodo más mortífero de la Gran Purga, hasta que él mismo siguió la suerte de su predecesor.
Durante todo este periodo, Ajmátova sabía que corría el riesgo de ser arrestada, porque desde la ejecución de su anterior esposo con falsas acusaciones, ella estaba en el punto de mira de las fuerzas de seguridad. El hijo de ambos también había sido arrestado, liberado, vuelto a arrestar y torturado. En cualquier momento, la policía secreta podía irrumpir en su apartamento y registrarlo, y un solo verso de su poesía, el verso equivocado, podía ser motivo suficiente para arrastrarla ante un pelotón de fusilamiento. Por esta razón memorizaba cada fragmento del poema tan pronto como lo terminaba y a continuación quemaba el papel en el que lo había escrito.
Ajmátova estaba especialmente expuesta porque la Unión Soviética era un Estado totalitario que mostraba gran interés por la poesía. La temprana fama de la poetisa se remontaba a la época anterior a la revolución rusa, hecho que la convertía ahora en sospechosa como escritora de otro tiempo, aunque nunca hubiera sido tradicionalista. Junto con su primer marido y un grupo de jóvenes artistas de ideas afines, había fundado un movimiento, el acmeísmo, que trataba de acabar con la oscura poesía simbolista de finales de siglo y reemplazarla por otra con un lenguaje más sencillo y claro (es posible que el término “acmeísmo” se inspirase en el nombre de Ajmátova). (...)



Tras memorizar y quemar el poema, para que este pudiera existir tenía que ser compartido y anidar en la mente de otros

Los líderes de la revolución rusa sabían perfectamente que su propia revolución se había gestado a través de textos clandestinos como El manifiesto comunista, y que este texto se había filtrado en el mundo del arte, inspirando movimientos literarios y artísticos revolucionarios. León Trotski, el líder intelectual de la revolución rusa, había encontrado tiempo para escribir Literatura y revolución, un libro sobre los nuevos movimientos literarios en el que atacaba a Ajmátova, que apenas tenía 30 años, tachándola de obsoleta. (...) Tras la muerte de Lenin en 1924, Stalin logró consolidar su poder forzando a Trotski al exilio, pero conservó el interés de este último por la poesía y siguió la pista de las actividades de Ajmátova (la suya no era la única poesía que leía, uno de sus favoritos era Walt Whitman). Ser objeto de la atención de Stalin era un arma de doble filo, porque, por un lado, cuando el hijo de Ajmátova fue arrestado en 1935, ella pudo escribir a Stalin directamente y suplicar por su vida. Para su sorpresa, su hijo fue liberado. No obstante, por otro lado, el interés de Stalin restringió drásticamente su capacidad de escribir y publicar. Resultó que un Estado obsesionado con la poesía era peor que un Estado indiferente a ella.
Para una poeta como Ajmátova, la poesía era peligrosa pero al mismo tiempo necesaria, porque le permitía canalizar la tristeza, el temor y la desesperación de un pueblo entero. Escribió un nuevo poema titulado Réquiem, en el que en vez de contar directamente una historia, porque los años de Stalin fueron demasiado aplastantes, demasiado incomprensibles, demasiado incoherentes, Ajmátova ofrecía fugaces instantáneas, unas pocas líneas de diálogo aquí, un incidente recordado allá, reducido todo a una frase o una imagen que convertía la historia en un lienzo de momentos minuciosamente elaborados. El fragmento más revelador habla de mujeres, madres y esposas, que acudían a diario a las puertas de la prisión y aguardaban para saber si sus seres queridos habían sido ejecutados o exiliados. “Quiero enunciar los nombres de aquella muchedumbre —escribió Ajmátova sobre aquellas mujeres—, pero se llevaron la lista y ahora está perdida”.
El poema que iba creando estaría a salvo mientras Ajmátova memorizase cada fragmento y después lo quemase, pero solo sobreviviría si ella sobrevivía. Para que el poema pudiera existir, tenía que ser compartido y anidar en la mente de otros. Con suma precaución, Ajmátova reunió a sus amigas más íntimas, no más de una docena de mujeres, y les leyó el poema una y otra vez hasta que se lo aprendieron al dedillo.
Extracto de El poder de las historias, de Martin Puchner, que publica Crítica el 26 de febrero. Puchner es catedrático ‘Byron and Anita Wien’ de Teatro y profesor de Literatura Inglesa y Literatura comparada en Harvard.


Vargas Llosa / El fin de Evo Morales

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Mario Vargas Llosa

El fin de Evo Morales

Bolivia parecía perdida para la democracia y la legalidad, pero quienes apoyaban al expresidente no sabían de lo que su pueblo valiente es capaz en defensa de su soberanía y libertad


30 de noviembre de 2019







El fin de Evo Morales
SR. GARCÍA

¿Hasta cuándo seguiremos leyendo que Evo Morales fue “el primer presidente indígena en la historia de Bolivia”? La frase es racista, pues se dice en elogio del personaje, como si ser “indígena” fuera un valor en sí mismo y resaltara la condición de jefe del Estado. Y es también dos veces inexacta, pues Bolivia ha tenido varios presidentes indígenas (algunos dictadores), como Perú, México, Ecuador y Guatemala, y basta oír hablar a Evo Morales para saber que no es un indio sino un mestizo cultural, como lo somos buena parte de los latinoamericanos, en muy buena hora.
Nicolás Maduro y Evo Morales

Los bolivianos se han librado de él no porque sea “indio” (que no lo es), sino porque mediante amaños múltiples se las arregló para permanecer 14 años en el poder, en contra de la Constitución boliviana. Y se disponía, mediante un fraude grotesco para el cual el escrutinio electoral fue suspendido durante un par de días por los miembros del Tribunal Supremo Electoral (ahora presos e imputados por la justicia), a quedarse indefinidamente en el Gobierno, como suelen hacer todos los caudillos militares y civiles latinoamericanos. Para el bravío pueblo boliviano fue demasiado, y en la formidable movilización que el intento de fraude provocó no sólo participaron las clases medias, sino buen número de indígenas, como los liderados por Marco Pumari, y todas las localidades de la Chiquitanía cruceña, que no perdonan a Evo Morales los incendios que han devorado buena parte de esa región amazónica.

Evo Morales

Ahora, expulsados del país los cerca de ochocientos cubanos armados de dólares y de fusiles y un número grande de venezolanos que oficiaban de fuerza de choque del exmandatario, Bolivia está en calma, esperando las nuevas elecciones que han decidido por unanimidad (sí, por unanimidad) tanto la Cámara de Diputados como la de Senadores, con los votos entusiastas —créanme, por favor, aunque les parezca mentira— de los congresistas del Movimiento al Socialismo (MAS), es decir, el mismísimo partido de Evo Morales. Senadores y diputados decidieron, también por unanimidad, que el expresidente no podrá ser candidato en esas futuras elecciones, pues lo prohíbe la Constitución. Las futuras elecciones, organizadas por varias instituciones internacionales, entre las cuales figuran las Naciones Unidas, la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos, contarán, por supuesto, con observadores independientes que garanticen la pureza de esos comicios.


Bolivia está en calma, esperando las nuevas elecciones que se han decidido por unanimidad

¿Dónde está el problema, pues? Está en los 23 muertos, la mayoría heridos de bala, que se produjeron durante los violentos disturbios que tuvieron lugar en distintas ciudades de Bolivia a raíz del intento de fraude electoral que sublevó a los ciudadanos y los echó a la calle a protestar. ¿Quiénes les dispararon? La acusación de que fueran los policías y soldados no está demostrada aún y hay razones más que suficientes para asegurar que los partidarios del exmandatario, en especial los cocaleros del Chapare y los ciudadanos de El Alto, militantes del MAS, estaban armados hasta los dientes (lo están todavía) y causaron, por lo menos en parte, buen número de aquellas víctimas. Ojalá que los tribunales bolivianos lo establezcan con precisión y los culpables sean sancionados con severas penas de cárcel.


Aunque las políticas económicas de Evo Morales no seguían para nada las del “socialismo del siglo XXI” (felizmente para los bolivianos), él era un vasallo fiel y retórico de Cuba y Venezuela y en sus discursos y pronunciamientos demagógicos se llenaba la boca elogiando a Fidel y Raúl Castro, al comandante Chávez, a Maduro, a la pareja despótica que deshonra la tierra de Rubén Darío, y llenaba de improperios a los “imperialistas” y “reaccionarios” del mundo entero. Cuba, Venezuela y Nicaragua estaban felices con él, por supuesto, y la mejor manera de saberlo es la desesperación que ha cundido en esos tres países al descubrir que Bolivia ha dejado de ser el dócil aliado con que contaban y que lo más probable es que en adelante ese país, recuperada su democracia, se alineará con el Grupo de Lima, es decir, con los países democráticos del nuevo continente, que superan en gran número a las dictaduras revolucionarias.
¿Qué papel ha jugado en todo esto México? Tristísimo, por supuesto, una reminiscencia atroz del viejo PRI que, cuando estaba en el poder, se jactaba de ser el país donde todos los perseguidos por esos malos Gobiernos sudamericanos encontraban asilo, y podían despotricar a su gusto contra sus verdugos, siempre y cuando no se metieran con México, donde el Gobierno de turno cometía todas las tropelías habidas y por haber a la sombra de la cómoda careta progresista. El Gobierno de López Obrador se apresuró a mandar un avión especial a rescatar a Evo Morales de sus presuntos asesinos, a recibirlo con honores, a él y a su exvicepresidente (el Lavrenti Beria boliviano, Álvaro García Linera), y a permitirle despotricar y calumniar a su país como viene haciéndolo, y a ocultar el hecho decisivo, es decir, que el pueblo boliviano se levantó contra su tiranía en razón del fraude electoral que se disponía a perpetrar, como lo ha dicho, en un memorable discurso, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, el primer dirigente de la Organización de Estados Americanos que, en su larga historia, se preocupa decisivamente por impulsar la democracia en América Latina.

Evo Morales y la democracia


El problema está en los 23 muertos, la mayoría heridos de bala, que se produjeron durante los disturbios

Quiero mucho a Bolivia, donde pasé casi diez años de mi infancia, y siempre me han irritado los estúpidos prejuicios que encuentro por doquier de europeos que se atreven a menospreciar aquel país, y a juzgarlo con valores distintos a los que utilizan para juzgar a los países europeos y a su propia patria. Evo Morales, por ejemplo. Cuando recorrió Europa, luciendo su célebre chompita y repitiendo las idioteces que suele decir en sus discursos, cuántos europeos lo escuchaban embobados, ni más ni menos que si se tratara de un monito del zoológico y encima parlanchín. Ese secreto racismo ha estallado en Europa a diestra y siniestra (sobre todo a siniestra) en estos días, mientras el pueblo boliviano se movilizaba contra un fraude electoral y, una vez más en su historia, conseguía arrojar del poder a un dictadorzuelo corrompido. Si este adjetivo les parece excesivo a mis lectores, tengan la bondad de creerles a los propios partidarios de Evo Morales, es decir, a los diputados y senadores del MAS, que constituyen la mayoría del Congreso boliviano, y que acaban de votar unánimes a favor de nuevas elecciones, porque reconocen el fraude electoral que se iba a perpetrar.
Bolivia parecía perdida para la democracia y la legalidad. No ha sido así, gracias a la valentía y al arrojo de ese pueblo que, cuando yo era niño y vivía en Cochabamba, incluso en los carnavales salía a las calles armado de machetes, por si acaso. Mucho se apresuraron Cuba, Venezuela y Nicaragua en creer que tenían en sus garras al pueblo boliviano. No sabían de lo que este pueblo valiente es capaz en defensa de su soberanía y libertad.

Vargas Llosa / Un intelectual catalán

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Mario Vargas Llosa

Un intelectual catalán

El penalista Javier Melero ha publicado un libro sobre el ‘procés’ catalán ecuánime, sano y simpático que nos recuerda, sobre todo, las cosas que compartimos y que hay un territorio en que podemos amistarnos


14 de diciembre de 2019



Un intelectual catalán
FERNANDO VICENTE

En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), un amigo me regaló un libro dedicado al procés independentista y le dije que el asunto me tenía hasta la coronilla y que dejé de leer la prensa al respecto desde que el Tribunal Supremo dictó la sentencia, condenando a quienes pretendieron emancipar a Cataluña de España, violando así la Constitución. “No es lo que te imaginas”, me insistió. “El autor es antiindependentista y sin embargo defiende a Joaquim Forn. Te aseguro que te interesará”.
Comencé a hojear El encargo, de Javier Melero, esa misma noche, seguro de que me aburriría a la segunda página, pero dos horas después todavía lo estaba leyendo. Y lo continué dos días después, en el avión que me llevaba a Guatemala, donde la cantidad de compromisos me impidió seguir la lectura, pero lo terminé en el viaje a Miami. Y ahora lo recomiendo sobre todo a los lectores que están ya hartos de oír hablar del procés catalanista. El libro de Melero se ocupa de él, por supuesto, pero de una manera tan libre, tan sin orejeras, con tanta gracia y personalidad, y en un español tan certero, que no tiene desperdicio.
¿Quién es Javier Melero? Por lo visto, un distinguido penalista catalán, que ha enseñado en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y sido socio de estudios de prestigio internacional. Pero, por encima de todo eso, es un escritor ameno y ocurrente, divertido y feroz, que cuenta las cosas relacionadas con el movimiento independentista y el juicio a que dio lugar con total sencillez, sin darles demasiada importancia, convenciendo a sus lectores de que tampoco la tenían, pues todo eso se inscribe en el despelote histórico español, de mucho ruido y poquitísimas nueces.
El autor recuerda a los intelectuales de la Barcelona de los 70, cultos, actuales, irónicos y sofisticados
Está contra el independentismo, en efecto, pero sin pasión y hasta con cierto aburrimiento, porque detesta todas las cosas que tienen que ver con himnos y banderas, y, por ejemplo, a sus amigos independentistas los llama, tomándoles el pelo, “los mártires del proceso” y aún cosas peores. Pero no es menos severo con los llamados españolistas, y en general sus tiros más mortíferos van contra los seres apasionados y militantes de lo que sea, pues enturbian la vida y nos apartan de las cosas agradables que ella tiene, como los cigarrillos, el boxeo, las películas, los libros, el Dry Martini y una buena comida. Sus amigos cubren toda la palestra ideológica y, por ejemplo, entre los adversarios del independentismo catalán figura nadie menos que Arcadi Espada, con quien cena en el libro y, además, firma un manifiesto solidario cuando la Generalitat intenta procesarlo por un artículo.
A mí me recuerda mucho a esos intelectuales catalanes que conocí en Barcelona, los años que viví allá entre 1970 y 1974, muy cultos y actuales, algo frívolos, siempre irónicos y sofisticados, que, a la manera de Josep Pla, no creían en nada y se burlaban de todo, salvo tal vez de la cultura. Ellos desaparecieron súbitamente cuando el puñado de independentistas se multiplicó y empezó a llenar las calles y avenidas de la Ciudad Condal. Me alegro de que por lo menos uno de ellos esté vivo y escribiendo, pues constituían una especie que alegraba la vida, le inyectaba ideas y poses divertidas y sacaba a las letras y a las artes de las academias y seminarios, y las aireaba en los cafés, los bares y las discotecas.
El libro de Melero tiene lugar dentro del juicio del procés, pero, en vez de ocuparse de lo central que ocurre en él, se concentra felizmente en las minucias e insignificancias marginales, como las ropas que llevan los fiscales, jueces y abogados y testigos, y las caras que ponen en los momentos más graves, así como de las charlas que los ocupan en los descansos, y todo ello con un ingenio tan sutil y pertinente que, de alguna manera difícil de definir pero inequívoca, va sacando a la luz todo lo que el famoso procés quisiera ocultar. Sus viñetas de personajes son memorables y ellas rescatan o sepultan a gentes de ambos bandos; le interesan la ropa y la elegancia, la seriedad y la sonrisa de las caras, la manera de expresarse, sus bromas y su malhumor y sus transformaciones a la hora de rendir su testimonio ante el Tribunal. Toda una sociedad pintoresca aparece allí, entre la que hay personas serias, eminentes, e idiotas consuetudinarios, contra los que suele ser implacable, porque entre todos los horrores de este mundo, el que Javier Melero no tolera es la estupidez de los humanos, por ejemplo la de los testigos que, sin darse cuenta, dan testimonios que favorecen a sus adversarios.
Sus viñetas de personajes son memorables y ellas rescatan o sepultan a gentes de ambos bandos
Su profesión le interesa, desde luego, pero, más que para encumbrarla a las grandes causas, el Estado, la Libertad, la Democracia, como un juego arriesgado y sutil, en el que el talento —es decir, el conocimiento, el esfuerzo, el manejo de las trampas— determina la victoria o la derrota. Él no tiene problema en trazar una línea de defensa de su cliente que no coincide necesariamente con la de los abogados de los otros imputados, pero procura, en lo posible, no interferir con la de éstos, aunque a veces ocurre, qué se le va a hacer.
Conoce tanto Madrid como Barcelona, su ciudad, que, en un momento sorprendente de su libro, le arranca unas frases sentimentales, aquel rinconcito de la Diagonal donde transcurrió su infancia, un lugar donde todas las tiendas fracasaban y es ahora un rincón tan concurrido y exitoso como la Quinta Avenida o los Champs Elysées. En Madrid, va al Retiro y sabe la historia de los grandes edificios, quién y cuándo los construyó, y los buenos menús de las tascas más escondidas. Debe de tener los pulmones tapizados de nicotina, pero no se avergüenza en absoluto del gozoso fumar, y del boxeo no sólo sabe de memoria todas las vidas y peleas de los grandes boxeadores, sino que también da y recibe puñetazos periódicos boxeando en el gimnasio que frecuenta. Las películas que cita son todas de gran calidad, y asimismo los libros, pero se diría que aquellas le interesan más que estos últimos. Tal vez me equivoco, porque no escribiría tan bien si fuera así: todos los buenos escritores son ávidos lectores.
La ironía suele ser un arma de doble filo, una manera de darle menos importancia a aquello de lo que se habla, de rebajarle la mordacidad o el veneno que encierra, pero en Javier Melero es simplemente una manera de expresarse, algo que forma parte de su ser, y por eso nos parece natural e inevitable, una manera de ver las cosas, de descubrir lo que hay en ellas y en las personas de más secreto, de escudriñarlas como hacen las máquinas sanitarias. Y, también, de volcar sobre ellas una corriente de simpatía, de amistad, algo que, por encima o por debajo de las diferencias, las acerca y hermana. El encargo es uno de esos raros libros, sobre todo en nuestra época, que nos levanta la moral, que no escamotea las grandes diferencias que separan a las personas en los asuntos religiosos, políticos, o de gustos y costumbres, pero nos recuerda sobre todo las cosas que compartimos, que, por encima de las diferencias, hay un vasto territorio en el que podemos entendernos y hasta amistarnos y querernos. Hace mucho tiempo que no leía un libro tan ecuánime, sano y simpático. Estos adjetivos me hubieran hundido en la ignominia a cualquier libro que cayera en mis manos hace algunos años. Pero el de Javier Melero me ha hecho reflexionar y convencido de que también un libro bueno puede ser excelente literatura.

Vargas Llosa / España en el escaparate

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Ilustración de Fernando Vicente

Mario Vargas Llosa

España en el escaparate

José Varela Ortega ofrece su visión de un país antiguo, el más longevo imperio europeo, que fue conformando un gigantesco conglomerado de seres diversos, unidos por el idioma y la historia

1 de febrero de 2020



España en el escaparate
FERNANDO VICENTE

José Varela Ortega debe haber trabajado en la documentación de su extraordinario libro España. Un relato de grandeza y odio (Espasa) muchos años y no hay duda de que seguirá trabajando en él, en cada una de sus reediciones —va ya en la segunda—, porque este ensayo es una de esas tentativas imposibles que, muy de cuando en cuando, se imponen a sí mismos ciertos autores de excepción, y de los que resultan, también a veces, admirables realizaciones, como los ensayos históricos de la polémica famosa entre Américo Castro (España en su historia) y Sánchez Albornoz (España. Un enigma histórico). Su libro está a esas alturas intelectuales y, en su campo específico, no hay ninguno que se le compare.
Conviene, ante todo, decir que este ensayo tiene muy poco que ver con el libro de Elvira Roca Barea Imperiofobia y leyenda negra, interesante investigación que comenté en esta misma columna y que estudia, como indica su título, las falsedades, exageraciones y absurdas fantasías que para mermar el prestigio de España difundieron sus enemigos. El de José Varela Ortega es mucho más ambicioso y se propone nada menos que historiar todo —sí, todo— lo que han dicho a favor o en contra de España sus amigos, adversarios y, entre ellos, por supuesto, no sólo los extranjeros, sino también los propios españoles. Y, la verdad es que, aunque su empeño era inabarcable, uno tiene la impresión, leyendo este grueso volumen, de que estuvo a punto de alcanzarlo. Su búsqueda no se limita a libros y periódicos, sino también películas, tanto ficciones como documentales, cuadros, grabados, fotografías, tiras cómicas y hasta memes y chismografías orales.
Aunque parezca mentira, este libro está muy lejos de ser un simple catálogo, y se lee con un interés sostenido, por su amenidad y la ironía, que Varela Ortega debe haber heredado de sus maestros ingleses, pues se formó en Gran Bretaña, con que, manteniendo una perfecta neutralidad sobre aquello que cuenta, lima las aristas de las mentiras excesivas o los elogios desmedidos, se burla de las tonterías e idioteces, y detalla con simpatía las cosas inteligentes y creativas que han dicho sobre España tanto sus impugnadores como sus defensores.

España es el único caso en el que examinó si era justa o injusta la conquista y si los indígenas era bien tratados

Una conclusión evidente es que, en cada periodo histórico en que han gozado de libertad —no han sido muchos en su trayectoria—, los españoles se cuentan más entre quienes han sido críticos feroces de su país que entre quienes lo defendían y valoraban. Esto no es una crítica sino un elogio, porque lo que mantiene viva a una sociedad y la hace progresar no son el ditirambo y la adulación sino el espíritu pugnaz y la actitud indómita, es decir, el cuestionamiento constante de sus instituciones y costumbres por sus intelectuales y dirigentes políticos. España es el único caso, en la historia, de un imperio que en plena conquista de América reúne, por exigencia de sus críticos, sobre todo religiosos, una gran asamblea en Salamanca para determinar si era justa o injusta la conquista y si los indígenas —¿eran hijos de Dios y tenían alma?— estaban bien tratados. En Inglaterra u Holanda, alguien como el indomable agustino Bartolomé de las Casas y sus hirientes ataques a la ocupación de América por los conquistadores hubiera sido ahorcado, por supuesto. Y el Siglo de Oro, cuando España alcanza una superioridad intelectual sobre el resto de Europa, antes de que comience la decadencia, es una época de crítica profunda, saludable en el caso de un Cervantes, y retorcida y amarga en el del desafortunado Quevedo, por ejemplo.
El caso de la Generación del 98 y sus ramificaciones es muy interesante y está espléndidamente reseñado en el libro de Varela Ortega. La desaparición de la última colonia —Cuba—, la derrota en la guerra con Estados Unidos, lleva a sus miembros a descubrir su propio país. Con ojos críticos, sí, pero también comprensivos y generosos, y a abrirse a Europa y al mundo, de los que sus congéneres estuvieron apartados demasiado tiempo, y es a través de ese contacto con el propio país y sus mejores tradiciones que escritores como Azorín, Valle-Inclán, Unamuno, Pérez de Ayala, para no hablar del principal rompedor de fronteras, Ortega y Gasset, conectarán con el resto del planeta. España vuelve a ser, desde el punto de vista intelectual, un país europeo y no sólo consumidor sino productor de ideas y logros artísticos, literarios y filosóficos. El país se pone de moda y muchos extranjeros lo visitan o se instalan aquí, atraídos por el “color local” —el flamenco, las ruinas, los toros—, y algunos de ellos dejan testimonios tan estimulantes como los de Gerald Brenan o George Borrow.

Un país es un hormiguero donde, bajo la superficie que podría parecer uniforme, estallan las diferencias

Mención aparte merecen las notas a pie de página de España. Un relato de grandeza y odio. Son abundantes y a veces muy largas, pero nunca están de más y se leen como pequeños ensayos independientes. Le sirven a Varela Ortega para constituir un relato aparte, menos importante que el principal, pero siempre iluminador, y con frecuencia divertido por los rasgos de humor y de erudición pintoresca que delatan. A mí me han recordado estas notas a pie de página las que acompañan el espléndido ensayo sobre La Celestina de María Rosa Lida de Malkiel. “¡Cada nota es un verdadero artículo!”, exclamaba mi amigo Sergio Beser, con quien leímos al mismo tiempo ese soberbio logro de agudeza crítica y erudición, cuando éramos profesores allá en la Inglaterra de los años setenta.
Las conclusiones que pueden sacarse de este ensayo son perfectamente previsibles: sobre España y los españoles se ha dicho todo lo que se puede decir, sobre todo en lo excesivo: el país es triste y alegre, sus habitantes gárrulos o escuetos, apasionados o austeros, místicos y sensuales, violentos y pacíficos, crueles y generosos, como si, de acuerdo a la idiosincrasia y los valores de cada época, España y los españoles los encarnaran siempre, pese a ser incompatibles entre sí. ¿No se podría decir lo mismo de todos los países? Sin duda. Porque, simplemente, la unidad que buscan aquellas fórmulas no existe ni ha existido nunca, salvo en las fantasías de los ideólogos. Un país es un hormiguero donde, por debajo de la superficie que podría parecer uniforme e idéntica, estallan las diferencias. Y mucho más en nuestra época, que ha hecho desaparecer todas las tribus, es decir, aquel periodo histórico cuando el individuo no existía todavía y el ser humano era solo parte de la comunidad. Es verdad que las distintas lenguas fueron diferenciando a las sociedades, así como las creencias religiosas, y los usos y costumbres, pero uno de los grandes méritos del libro de José Varela Ortega es demostrarlo en un caso concreto y específico. La visión de España delata mucho más la subjetividad de quienes la elogian o la impugnan, que la realidad diversa y múltiple que ella es, un país antiguo, el más longevo imperio europeo, que, a través de múltiples vicisitudes, se fue extendiendo y conformando un gigantesco conglomerado de seres diversos, unidos por el idioma y la historia, donde, a condición de buscarlo sin prejuicio, cabe el mundo entero en su fantástica diversidad. El libro de José Varela Ortega será uno de esos ensayos memorables que se seguirán leyendo cuando todo ello sea evidente, si los prejuicios nacionalistas —quién iba a decir que resucitarían— lo permiten y no nos ciegan otra vez.

Italia registra un nuevo récord con 475 fallecidos en 24 horas

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Roma


Italia registra un nuevo récord con 475 fallecidos en 24 horas

La curva de contagios sigue subiendo mientras el sistema sanitario, con más de 2.600 médicos, enfermeros y auxiliares infectados por el coronavirus, se encuentra al borde del colapso


Lorena Pacho
Roma, 18 de marzo de 2020

El avance del coronavirus no da tregua en Italia. El país ha registrado 475 muertos en las últimas 24 horas, un 19% más que el martes. Hasta ahora, nunca habían fallecido tantas personas en un solo día desde que el contagio salió a la luz el pasado febrero, según Protección Civil. El país transalpino, de 60 millones de habitantes, cuenta ya 2.978 muertes y es el segundo del mundo con más víctimas, por detrás de China, donde viven casi 1.400 millones de personas y donde han muerto 3.242 pacientes que se habían contagiado.

Nápoles


El presidente del Instituto Superior de Sanidad italiano, Silvio Brusaferro, explicó que la curva de contagios aún está en fase de aumento y que todavía no ha pasado suficiente tiempo como para ver los resultados de las medidas de aislamiento. También señaló que la progresión de los contagios se está estabilizando, a pesar de que en el último día se han contabilizado 2.648 casos más. “No debemos rendirnos, los datos nos dicen que este es el camino justo”, dijo. Brusaferro ha recordado recientemente también que la media de edad de los fallecidos con coronavirus en Italia es de 80 años y que el país, con una media de edad de 44,3 años, es una nación más envejecida que China, con una media de 37,4 años.

Los expertos señalan que todavía es pronto para poder fijar una tasa de mortalidad del virus, ya que en Italia solo se están realizando pruebas a pacientes con síntomas graves, por lo que el número real de contagiados podría ser muy diferente al oficial.

Una mujer protegida con una máscara espera en un solitario andén de una estación de metro, en Milán.MOURAD BALTI TOUATI

Mientras siguen creciendo los contagios por coronavirus en Italia y el sistema sanitario, sobre todo en el norte, está al borde del colapso, aumenta también la preocupación por el progresivo incremento de sanitarios contagiados. Según los últimos datos publicados por el Instituto Superior de la Sanidad, recogidos hasta el 17 de marzo, del total de personas contagiadas de coronavirus en Italia, 2.629 son profesionales sanitarios: médicos, enfermeros o auxiliares, lo que supone en torno al 8% de todos los casos positivos en el país. Según un estudio elaborado por la Fundación Gimbe, un ente privado dedicado a la investigación y la formación en materia de salud, estos números doblan la cantidad conocida de sanitarios contagiados en China, donde se originó la pandemia. El ente ha tomado como referencia los datos de la publicación científica JAMA, de la Asociación Médica Estadounidense, que cifra el porcentaje de sanitarios contagiados en el país asiático en el 3,8% del total de los afectados.

El presidente de este organismo, Nino Cartabellotta, habla de un “número enorme” de contagios entre los profesionales de la medicina en Italia y explica por qué esa situación es tan alarmante: “Si se enferman los profesionales que están en primera línea en esta emergencia, el servicio sanitario no podrá asegurar la asistencia a la población”. Por otro lado, los médicos contagiados “pueden propagar la infección a los pacientes, especialmente a los más frágiles, que son el blanco preferido de las complicaciones de la COVID-19, lo que empeora el cuadro clínico y aumenta la mortalidad”, señala Cartabellotta. Y agrega: “Necesitamos urgentemente suministrar a los centros de salud equipos de protección personal siguiendo la lógica de ‘todo lo que sea necesario’. Si queremos ganar esta guerra es esencial cuidar a los cuidadores”.



El presidente de la Federación nacional de los colegios de médicos, Filippo Anelli, y Silvestro Scotti, secretario general de la Federación Italiana de Médicos de Familia (FIMM), han denunciado las condiciones precarias del personal sanitario. “Faltan medios de protección para los médicos de base y, además, los profesionales que han estado en contacto con casos positivos no deberían trabajar sin haberse hecho la prueba de coronavirus”, indicó Anelli en declaraciones a la agencia italiana ADN Kronos. Y pidió que se extiendan pruebas para los profesionales de la sanidad, también para los que no presentan síntomas. “Los médicos se quejan porque ven cómo a los políticos y deportistas se les hacen las pruebas, incluso si están bien”, lamentó.

Bérgamo, en la región de Lombardía, es la provincia más afectada por la pandemia, con 4.305 personas contagiadas y más de 400 muertes. Allí ha fallecido uno de los primeros médicos de familia que se contagiaron. Se trata de un hombre de 65 años que llevaba varios días ingresado. “Es un escenario de apocalipsis”, protestó Guido Marinoni, el presidente del colegio de médicos de Bérgamo. El sanitario explicó en una entrevista con el diario La Repubblica que, sobre un total de 600 médicos, 118 están enfermos o en cuarentena.



En Lodi, otra de las provincias más afectadas, con 1.445 casos, el martes falleció el secretario provincial de la Federación de médicos de medicina general, un hombre de 57 años, afectado de una grave pulmonía causada por la COVID-19 y que, según los medios locales, no tenía patologías previas. El sanitario era médico de familia en Codogno, la localidad donde se registró el primer contagio.

La Asociación de Médicos Dirigentes (ANAAO) ha enviado una carta al primer ministro, Giuseppe Conte, y al ministro de Sanidad, Roberto Speranza, con las firmas de 45.000 profesionales de la salud para pedir que se realicen pruebas a todos los sanitarios y se dote al personal de los hospitales de equipos de protección individual y mascarillas apropiadas para evitar exponerlos al contagio.



Muere Eduard Limónov, polémico político y escritor, a los 77 años

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Muere Eduard Limónov, polémico político y escritor, a los 77 años

El líder del partido La otra Rusia, cuya fama se disparó por el libro que le dedicó Carrère, ha fallecido en un hospital de Moscú


Maria R. Sahuquillo
Moscú, 17 de marzo de 2020



Político, novelista incendiario, punk, guerrillero, extremista, poeta maldito. Eduard Limónov ha muerto este martes en Moscú a los 77 años. El líder del partido de extrema izquierda y complicada definición La otra Rusia y ferviente opositor a Vladímir Putin ha fallecido en un hospital de Moscú, según un breve comunicado de su formación política. El escritor, autor de más de 70 novelas y ensayos, cobró fama en Occidente sobre todo gracias al libro de Emmanuel Carrère, Limonov, traducido a 23 idiomas, que recorría su vida. Pero también por las imágenes que le mostraban disparando una ametralladora en el asediado Sarajevo junto al líder serbobosnio Radovan Karadzic.


Limonov y Yelena Shchapova


“El día de mi muerte será luto nacional”, dijo hace dos años en una entrevista. Aunque con el paso del tiempo, la presencia del hombre que se autodefinió como “inconformista por naturaleza” se había ido diluyendo del panorama político y artístico ruso. El partido no ha informado de la causa de la muerte del artista, pero medios rusos aseguran, citando a fuentes cercanas, que se ha debido a las complicaciones después de varias cirugías y que padecía cáncer. En los últimos meses, el político y escritor había pasado varias veces por el hospital por problemas de salud. Limónov, casi como un personaje de novela épica, ha fallecido en plena pandemia de coronavirus y con medio mundo en crisis.



Nacido en Dzerzhinsk con el nombre de Eduard Veniaminovich Savenko, adoptó el apellido Limónov como nom de plume casi en la adolescencia. El poeta de vanguardia se exilió de la Unión Soviética en 1974. Alguna vez relató que aquella salida fue forzada y que se debió a su negativa a convertirse en un soplón para el KGB. Así, Limónov terminó por llegar a Nueva York, donde se hizo un habitual del legendario club punk CBGB, en el que conoció a los Ramones. De aquella época, que le marcó profundamente, es su novela más conocida de las cuatro traducidas al castellano, Soy yo, Édichka (Marbot Ediciones).


Eduard Limónov


En Rusia, aunque es famoso entre los jóvenes inconformistas rusos por su literatura y su papel más punk, la ciudadanía en general le conoce por su parte política y disidente. En los turbulentos años noventa, recién llegado a Moscú de su última etapa en el exilio, en Francia, fundó el Partido Bolchevique Nacional, un movimiento que buscaba fusionar la ultraizquierda y la ultraderecha –siempre se dijo que era una mezcla explosiva de nazis y comunistas- para oponerse a Borís Yeltsin. En 2001, ya con Vladímir Putin en el poder, fue acusado de terrorismo, de tratar de derrocar el orden constitucional y de compra ilegal de armas. Cumplió dos años, la mayor parte de ellos, en libertad condicional. En 2007, la formación fue ilegalizada. Fundó entonces La otra Rusia. En 2012 trató de presentarse a las presidenciales contra Putin. La Comisión Electoral no se lo permitió. Pese a eso, siempre había mantenido una voz disidente firme y activa contra el putinismo. Aunque defendió fervientemente la anexión rusa de la península ucrania de Crimea y algunos informes han sostenido que mantenía vínculos con los militares apoyados por el Kremlin que luchan en el conflicto del Este de Ucrania.

Limónov se encogía de hombros cuando se le llamaba nazi o comunista. “Estoy en un nivel inalcanzable", dijo en una entrevista con el conocido youtuber ruso Yuri Dudd. “Europa es muy demodé, muy conservadora”, comentó el año pasado también sobre esa contrariedad en una entrevista con este diario. Durante años, ha sido un visitante no deseado en muchos círculos intelectuales occidentales sobre todo debido a su relación con la guerra de los Balcanes, en especial con el serbobosnio Radovan Karadzic, responsable, entre otras cosas, del genocidio de Srebrenica. Sobre todo, desde que aquellas tremendas imágenes de Limónov con su ametralladora en el cerco de Sarajevo, en el galardonado documental Serbian Epics, dieron la vuelta al mundo. Incluso Carrère, que en ese momento preparaba su libro Limónov (Anagrama), se llegó a plantear seguir adelante con él. El novelista, guerrillero, político y polemista siempre trató de minimizar aquel incidente, que le costó contratos de publicación en EE UU y Europa, asegurando que disparaba en realidad en un campo de tiro.



Italia supera a China en cifra de muertos al registrar 3.405 fallecidos

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Italia: 3.405 fallecidos

Italia supera a China en cifra de muertos al registrar 3.405 fallecidos

En las últimas 24 horas, se han registrado en todo el país 4.480 nuevos casos, ya llegan a los 41.035 infectados


Roma, 19 de marzo de 2020


Italia se ha convertido este jueves en el país con mayor número de muertos por el nuevo coronavirus al contabilizar ya 3.405 fallecidos, una cifra que supera los 3.245 muertos que ha habido en China, donde se originó esta pandemia.

Las autoridades sanitarias del país han informado esta tarde de 427 nuevas víctimas mortales, mientras que los contagios se elevan a 41.035, alrededor de la mitad de los 90.928 casos registrados en China. De los 33.190 casos activos, el 8% se encuentra en la UCI, mientras que 4.440 pacientes han sido dados de alta. La región de Lombardía concentra la mayoría de los muertos (2.168).

El jefe de la Protección Civil, Angelo Borrelli, y el presidente de la Sociedad Italiana de Pediatría, Alberto Villani, negaron tener evidencia de escasez de medicamentos en los hospitales y alabaron las medidas puestas en marcha por el Gobierno de Giuseppe Conte para frenar la epidemia.

Turistas en Italia


“No podemos predecir con exactitud cuándo se producirá el pico de infecciones, pero sabemos que las medidas, si los ciudadanos respetan las normas, permitirán a Italia salir de esta situación. Los otros países nos miran y se inspiran en nuestras medidas", han explicado Borrelli y Villani en una rueda de prensa.

En las últimas 24 horas, se han registrado en todo el país 4.480 nuevos casos. Del total de 33.190 positivos que hay en la actualidad, 2.249 pacientes se encuentran ingresados en cuidados intensivos, alrededor del 8% del total. Otras 15.757 personas están hospitalizadas y 14.935 están en aislamiento en sus domicilios.


Como en días anteriores, Lombardía sigue siendo la región más afectada, con 19.884 casos (2.171 más) y 2.168 fallecidos, seguida por Emilia Romaña con 5.214 casos (689 más) y 531 muertos, y Véneto, con 3.484 casos (270 más) y 115 fallecidos.

El presidente de la Sociedad Italiana de Pediatría, Villani, ha indicado en la misma comparecencia que hasta el momento se han registrado 300 casos de niños contagiados por coronavirus en el país, ninguno de los cuales está grave. “No es un problema pediátrico”, ha defendido.

El nuevo balance se conoce después de que el primer ministro, Giuseppe Conte, haya avanzado este jueves que el Gobierno prorrogará las medidas de confinamiento impuestas para frenar la pandemia del coronavirus cuando concluya su vigencia el próximo 3 de abril.



Apenas un día antes, Italia registró un incremento récord en la cifra de fallecidos, con 475 nuevas víctimas confirmadas en 24 horas. Ese mismo día, en Bérgamo, la provincia más afectada por el brote, camiones blindados del Ejército tuvieron sacar de la ciudad setenta ataúdes que se acumulaban en el cementerio local, completamente desbordado por la emergencia, ya que las funerarias no dan abasto y los féretros se acumulan en los camposantos y en las iglesias, donde no puede oficiarse ningún tipo de ceremonia, tampoco los funerales.




Vargas Llosa / Regreso a Berlín

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Mario Vargas Llosa

Regreso a Berlín

Hace 28 años la ciudad estaba todavía en ruinas, sobre todo en el Este, y ahora crece y se reconstruye de manera desaforada. Es un formidable centro de cultura, paraíso de la música, los museos y el teatro


15 de febrero de 2020





Regreso a Berlín
FERNANDO VICENTE

Al poeta José Emilio Pacheco, el olfato le decía si los libros eran buenos o malos. Yo estuve en una librería de Estados Unidos con él; olía los anaqueles y las narices le ordenaban lo que debía comprar o rechazar. A mí me ocurre con las ciudades lo que a él con los libros; me basta llegar a un aeropuerto o una estación y de inmediato sé si aquella ciudad me acepta o me resiste. Con Berlín supe al instante que podría vivir allí toda la vida y que también mi esqueleto reposaría feliz en tierra berlinesa. Estuve allá todo el año 1992 y ahora he vuelto apenas por tres días, también al Wissenschaftskolleg, para escuchar a un nuevo fellow, mi amigo Efraín Kristal, que va a escribir un libro sobre Borges. Nos explica con lujo de detalles lo que ya lleva avanzado y, no hay duda, será un ensayo lleno de revelaciones y sorpresas.

Aunque los 28 años han cambiado el aspecto de la ciudad —entonces estaba todavía en ruinas, sobre todo en el Este, y ahora crece y se reconstruye de manera desaforada—, sigue siendo el paraíso de la música, de los museos y del teatro: un formidable centro de cultura. Hace casi tres décadas, pasear por Unter den Linden hacia la Isla de los Museos era andar entre ruinas; ahora, han reaparecido los palacios y las óperas, y mansiones suntuosas y a veces feas, como la Embajada rusa, que ocupa siempre toda una inmensa manzana. Entonces, el arquitecto italiano Renzo Piano había ideado la resurrección de Potsdamer Platz; recuerdo que traía buzos rusos, que trabajaban sumergidos en el agua, y regresaban a Rusia en avión para pasar los fines de semana con sus familias. Ahora Potsdamer Platz refulge en la noche con sus bellos y gigantescos edificios iluminados, uno de los cuales es el famoso Museo del Cine, y otro, el Teatro Marlene Dietrich, a quienes los berlineses han perdonado, por lo visto, que durante la guerra cantara para los soldados norteamericanos...
No sé si existen en el mundo muchos centros como el Wissenschaftskolleg, pero, en todo caso, deberían abundar. Es un centro público, que invita cada año a entre treinta o cuarenta investigadores de distintos países y disciplinas, por un semestre o un año, para que completen una investigación o terminen un libro. La única obligación que tienen es hacer una exposición ante los otros becados sobre lo que piensan hacer y, luego, almorzar dos o tres veces por semana con los otros investigadores. El año que pasé allí, el personaje más misterioso era un rumano; había sido profesor universitario en tiempos de Ceaucescu. Dictaba un curso marxista contra la religión, pero, según nos explicó, secretamente se convirtió a aquello que denostaba en sus clases y ahora era un experto en ángeles, es decir, un angeólogo. Nos hizo una exposición sobresaliente sobre la miríada de ángeles —y todas sus variantes y números— que pueblan el paraíso. Lo que nunca pudimos saber es si creía realmente en aquello que contaba. Veintiocho años después, me dicen que nadie ha conseguido averiguarlo todavía; eso sí, el rumano en cuestión ha sido desde entonces nada menos que ministro de Relaciones Exteriores de su país. Está clarísimo que, crea o no en ellos, los ángeles agradecidos sí creen en él.
Otro de los fellows, al que me encontraba todas las mañanas en el gimnasio, no era menos extraordinario. Había sido aceptado en Oxford, donde esperaba dedicarse a Egipto. Pero el arabista que era su maestro lo convenció de que se dedicara más bien al Sudán, país del que la universidad acababa de adquirir documentos muy antiguos. Así lo hizo. Y se convirtió, a juzgar por la bella exposición que nos hizo, en un extraordinario experto en ese país. Conocía su historia, su geografía, las variantes de su lengua. Pero no había pisado nunca el país fundamentalista al que había dedicado la vida, ni lo pisaría, pues era judío y, encima, israelí. Había volcado toda su ciencia y su vida entera a un país en el que jamás pondría los pies. Y no hay duda de que lo quería con todo su corazón. Hablaba emocionado de los sudaneses que, disfrazados y tomando mil precauciones, viajaban a entrevistarse a escondidas con él en Europa.




Potsdamer Platz refulge en la noche con sus bellos edificios iluminados, entre ellos el Teatro Marlene Dietrich

Nada más entrar al Kolleg, descubro a Eva, que nos daba clases de alemán, al amanecer. Pensé con terror si me iba a preguntar si todavía recordaba de memoria el poema de Goethe que, en los días de euforia, solía recitar a gritos. Pero no lo hizo, felizmente. Y también estaba allí, como venido del fondo de los siglos, quien dirigía la institución cuando yo estuve en ella: Wolf Lepenies. Ha pasado muchos años en el Instituto de Altos Estudios de Princeton, y ahora ha vuelto a Berlín como fellow de la institución que dirigió varios años con mano maestra. Filósofo, ensayista, políglota, Lepenies nos deslumbraba cada vez que abría la boca, y, sobre todo, cuando proponía algún brindis: lo hacía citando alguna idea o verso o frase que venía siempre al caso. No han pasado los años por él; sigue siendo el mismo de entonces, por lo menos en simpatía y versación. Él me presenta al novelista de este año, el búlgaro Georgi Gospodinov, y a la nueva directora del Kolleg, la historiadora Barbara Stollberg-Rilinger.
Una cosa que me impresiona es que todos los fellows de este año me parecen muy jóvenes; me dicen que hay, entre ellos, varios músicos y un médico que dirige un gran hospital en Estados Unidos. Yo recuerdo que entre nosotros había un coreógrafo que enseñaba ejercicios de relajamiento en las noches. La institución repartía entradas para los conciertos, las óperas y las funciones de teatro. A mí me encantaban, sobre todo, aquellos espectáculos montados en Berlín oriental por jóvenes que armaban sus escenarios entre las ruinas, y que eran, por lo general, inmigrantes de los países del Este. Su presencia era un indicio de la pujanza y versatilidad de la vida cultural de la vieja capital alemana, que recobraba ya entonces, en el campo de la cultura, su condición de abierta al mundo, de ciudad multicultural y multilingüística.


El año que pasé allí, el personaje más misterioso era un rumano; había sido profesor universitario en tiempos de Ceaucescu

Gracias a Wolf Lepenies pude estudiar y fichar muchos dibujos y grabados de George Grosz, dispersos en museos y galerías de Berlín. Ahí deben estar todavía, en alguna maleta olvidada, las muchas fichas de ese ensayo que nunca escribí sobre aquel virulento dibujante y pintor que, creo, encarnó mejor que nadie los años convulsos de Weimar. Trabajé mucho en él y hasta fui a visitar en Estados Unidos a uno de sus hijos, un músico de jazz, que me mostró cartas y hasta un álbum de familia de Grosz. De pronto, en este viaje, me entraron ganas irresistibles de retomar aquel proyecto, olvidado desde entonces. Pobre Grosz: se salvó de milagro de que los nazis lo mataran, enfurecidos con las feroces caricaturas que hacía de ellos. Fueron a su departamento, en Berlín, y él los recibió amablemente, haciéndose pasar por el mayordomo del pintor, y aprovechando esa confusión para escapar por la ventana. En Estados Unidos, el terrible Grosz se suavizó y perdió el odio y la furia que lo hacían pintar. Se volvió bueno y sus cuadros perdieron la pugnacidad y virulencia de antaño. Regresó a Berlín sólo en 1945. Y, aquella noche, festejado por los amigos, bebió sin límites; al volver al piso que le habían prestado, se desbarrancó en las escaleras y el guardián lo encontró muerto a la mañana siguiente, en el sótano, de los golpes que se dio.
Grunewald, el bosque de Berlín en el que está el Wissenschaftskolleg, no ha cambiado tanto como el resto de la ciudad. Ahí están los lagos, los árboles, ahora pelados por el invierno, las bandadas de tordos que resisten el frío y, por supuesto, los corredores que se enfrentan a los vientos atroces y a las heladas. Caminé muchas veces por este bosque en aquel año y fui dando forma a ese enjambre de fichas que me permitieron recordar y describir la campaña electoral que, por tres años, me tuvo lejos de mi máquina de escribir y de los libros, mi verdadera vocación. Volví a ella y por eso siempre he tenido una enorme gratitud a aquel año berlinés. Este rápido viaje, treinta años después, es un buen momento para recordarlo.

Vargas Llosa / ¿Regreso al Medioevo?

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Médico de la peste negra


Mario Vargas Llosa

¿Regreso al Medioevo?

La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. El coronavirus será una pandemia pasajera. Lo que no pasará es el miedo a la muerte, que nos acompaña como una sombra


14 de marzo de 2020


¿Regreso al Medioevo?
FERNANDO VICENTE

El coronavirus comienza a hacer estragos en España. O, mejor dicho, el espanto que causa ese virus proveniente de China ocupa todos los noticiarios y radios y periódicos, se cierran colegios y universidades, bibliotecas y teatros, se paralizan las Fallas de Valencia, se cancelan los plenos de las Cortes, los eventos deportivos se celebrarán sin público, pese a que los distribuidores dicen que habrá provisiones se ven semivacías las estanterías de los supermercados, lo que indica que la gente se carga de productos de primera necesidad para lo que entiende será un largo encierro, y, por supuesto, en las conversaciones privadas no se habla de otra cosa.




Todo esto, en términos prácticos, es muy exagerado, pero no hay nada que hacer: España tiene miedo y los Gobiernos, el nacional y los de las autonomías, salen al frente de la pavorosa enfermedad con medidas cada vez más estrictas que, de una manera general, los españoles aprueban e, incluso, exigen que sean más extensas e intensas. Es por gusto que las estadísticas oficiales digan que, hasta el 11 de marzo, hay apenas 47 muertes por culpa de la pandemia y que, por ejemplo, la simple gripe es más asesina que ella, pues causa por lo menos seiscientas muertes anuales, y que son muchos más los que se recuperan del coronavirus que los que perecen por culpa de él, que España tiene uno de los sistemas de salud mejores en el mundo —por encima de la media europea— y que el trabajo que vienen realizando los médicos y sanitarios en todo el país es eficiente y está a la altura del desafío, etcétera.
Jamás las estadísticas han sido capaces de tranquilizar a una sociedad roída por el pánico y ésta es una buena ocasión de comprobarlo. En medio de la civilización ha reaparecido la Edad Media, lo que significa que muchas cosas han cambiado desde entonces, pero muchas otras no. Por ejemplo: el miedo a la peste. Y, a propósito, la literatura tiene un renacer inevitable en esos períodos de miedo colectivo: cuando no entiende lo que pasa, una sociedad va a los libros a ver si ellos se lo explican. La peor novela de Albert Camus, La peste, tiene un súbito renacimiento y tanto en Francia como en España se hacen reediciones y ese libro mediocre se ha convertido en un best seller.


Nada de esto podría estar ocurriendo si China Popular fuera un país democrático y no la dictadura que es

Nadie parece advertir que nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es. Por lo menos un médico prestigioso, y acaso fueran varios, detectó este virus con mucha anticipación y, en vez de tomar las medidas correspondientes, el Gobierno intentó ocultar la noticia, y silenció esa voz o esas voces sensatas y trató de impedir que la noticia se difundiera, como hacen todas las dictaduras. Así, como en Chernóbil, se perdió mucho tiempo en encontrar una vacuna. Sólo se reconoció la aparición de la plaga cuando ésta ya se expandía. Es bueno que ocurra esto ahora y el mundo se entere de que el verdadero progreso está lisiado siempre que no vaya acompañado de la libertad. ¿Lo entenderán de una vez esos insensatos que creen que el ejemplo de China, es decir, el mercado libre con una dictadura política, es un buen modelo para el tercer mundo? No hay tal cosa: lo ocurrido con el coronavirus debería abrir los ojos de los ciegos.


La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. Sobre todo en la Edad Media. Era lo que desesperaba y enloquecía a nuestros viejos ancestros. Encerrados detrás de las recias murallas que habían erigido para sus ciudades, defendidos por fosos llenos de aguas envenenadas y puentes levadizos, no temían tanto a esos enemigos tangibles contra los que podían defenderse de igual a igual, enfrentarlos con espadas, cuchillos y lanzas. Pero la peste no era humana, era obra de los demonios, un castigo de Dios que caía sobre la masa ciudadana y golpeaba por igual a pecadores e inocentes, contra la que no había nada que hacer, salvo rezar y arrepentirse de los pecados cometidos. La muerte estaba allí, todopoderosa, y después de ella las llamas eternas del infierno. La irracionalidad estallaba por doquier y había ciudades que trataban de aplacar a la plaga infernal ofreciéndole sacrificios humanos, de brujas, brujos, incrédulos, pecadores sin arrepentir, insumisos y rebeldes. Cuando Flaubert viajó a Egipto, todavía vio leprosos que recorrían las calles tocando campanas para advertir a la gente que se apartara si no quería ver (y contagiarse) de sus llagas purulentas.
Por eso casi no aparece la peste en las novelas de caballerías que son otro aspecto, más positivo, del Medioevo: en ellas hay proezas físicas extraordinarias, el Tirant lo Blanc derrota él solo a gigantescos ejércitos. Pero los adversarios de los caballeros andantes son seres humanos, no diablos, y lo que el hombre medieval teme son los diablos, esos demonios que escondidos en el corazón de las epidemias golpean y matan sin discriminar a culpables e inocentes.





El viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilización

Ese viejo terror no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilización. Todo el mundo sabe que, como ocurrió con el SIDA o con el Ébola, el coronavirus será una pandemia pasajera, que los científicos de los países más avanzados encontrarán pronto una vacuna para defendernos contra ella y que todo esto terminará y será, dentro de algún tiempo, una noticia mustia que apenas recordarán las gentes.
Lo que no pasará es el miedo a la muerte, al más allá, que es lo que anida en el corazón de estos terrores colectivos que son el temor a las pestes. La religión aplaca ese miedo, pero nunca lo extingue, siempre queda, en el fondo de los creyentes, ese malestar que se agiganta a veces y se convierte en miedo pánico, de qué habrá una vez que se cruce aquel umbral que separa la vida de lo que hay más allá de ella: ¿la extinción total y para siempre?, ¿esa fabulosa división entre el cielo para los buenos y el infierno para los malvados de un dios juguetón que pronostican las religiones?, ¿alguna otra forma de supervivencia que no han sido capaces de advertir los sabios, los filósofos, los teólogos, los científicos? La peste saca de pronto a estas preguntas, que en la vida cotidiana normal están confinadas en las profundidades de la personalidad humana, al momento presente, y hombres y mujeres deben responder a ellas, asumiendo su condición de seres pasajeros. Para todos nosotros es difícil aceptar que todo lo hermoso que tiene la vida, la aventura permanente que ella es o podría ser, es obra exclusiva de la muerte, de saber que en algún momento esta vida tendrá punto final. Que si la muerte no existiera la vida sería infinitamente aburrida, sin aventura ni misterio, una repetición cacofónica de experiencias hasta la saciedad más truculenta y estúpida. Que es gracias a la muerte que existen el amor, el deseo, la fantasía, las artes, la ciencia, los libros, la cultura, es decir, todas aquellas cosas que hacen la vida llevadera, impredecible y excitante. La razón nos lo explica, pero la sinrazón que también nos habita nos impide aceptarlo. El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompañará siempre como una sombra.

China censura los libros de Vargas Llosa tras un crítico artículo sobre el coronavirus

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China censura los libros de Vargas Llosa tras un crítico artículo sobre el coronavirus

La Embajada de ese país en Lima ha acusado al autor de publicar “opiniones irresponsables”





“El espanto que causa ese virus proveniente de China…” escribía el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su columna del último domingo en este periódico, en la que criticaba duramente el sistema político de China y los esfuerzos para acallar las voces de denuncia en la primera fase de la epidemia de coronavirus en ese país. La frase —y toda la tribuna— han causado una airada reacción en China. Además de un duro comunicado de la Embajada de ese país en Lima, que califica el artículo de “irresponsable”, las obras del autor también parecen haber sido censuradas temporalmente.

Da igual que Vargas Llosa haya visitado varias veces China y sea un escritor muy admirado en ese país. A las pocas horas de que se conociese el contenido de su tribuna, sus obras desaparecían misteriosamente de la venta por Internet. En las principales plataformas chinas de venta electrónica de libros, como Dangdangwang, la búsqueda de sus novelas arrojaba descorazonadores “no disponible” en existencias propias. Tan solo aparecían algunos volúmenes disponibles en pequeñas librerías independientes. Lo mismo ocurría en Taobao, la principal plataforma de venta por Internet del país. Al introducir los caracteres del apellido “Llosa”, como se conoce popularmente al escritor en China, apenas se obtenía algún resultado, o aparecían obras de Julio Cortázar, cuyo apellido cuenta con ideogramas similares.

Curiosamente, y en una aparente demostración de que la censura se había impuesto a toda prisa, la búsqueda por el nombre completo, en caracteres chinos, del Nobel de Literatura sí arrojaba algunos resultados más y permitía adquirir en Taobao obras como La tía Julia y el escribidor o las Cartas a un joven novelista.







La escritora y activista tibetana Tsering Woeser fue una de las primeras en dar a conocer públicamente el boicot, y anunciaba desde su cuenta de Twitter que se había apresurado a comprar tres novelas del escritor hispanoperuano antes de que desaparecieran.





略萨乳滑了。他的书会不会下架?赶紧选了三本。向他表示致意。话说略萨中文译著不少啊😂



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El hijo del novelista, Álvaro Vargas Llosa, respondía a una admiradora que le alertaba de la censura desde China en un tuit: “Gracias. Recuerdo bien el impresionante recibimiento del público y los escritores chinos en uno de los viajes que hicimos juntos allí. Nada de lo que haga Pekín mermará el cariño de mi padre, a quien he transmitido la información, por los lectores, escritores y editores chinos”.



@AlvaroVargasLl la represalia que ha adoptado el gob. chino es sacar sus libros de circulación, esto ha causado conmoción en los círculos literarios. Tu padre tiene gran influencia en más de una generación de escritores chinos, es admirado por el pueblo, el régimen, es otra cosa.
Gracias. Recuerdo bien el impresionante recibimiento del público y los escritores chinos en uno de los viajes que hicimos juntos allí. Nada de lo que haga Pekín mermará el cariño de mi padre, a quien he transmitido la información, por los lectores, escritores y editores chinos.


Vargas Llosa queda incluido así en la lista, cada vez más larga, de autores y productores culturales o deportistas internacionales que durante un periodo más o menos extenso de tiempo han soportado el boicot oficial chino tras haber hecho pública alguna idea contraria al discurso oficial. Eso incluye desde el actor Brad Pitt tras protagonizar Siete años en el Tíbet hasta, hasta más recientemente, al futbolista alemán de origen turco Mesut Özil por pronunciarse en defensa de la minoría uigur en Xinjiang.

En su comunicado, la Embajada china en Lima acusa al autor de Conversación en la catedral de haber escrito en su artículo una “serie de críticas absurdas y sin fundamento contra China” y lanza una encendida defensa de la respuesta del país a la epidemia de coronavirus cuyos primeros casos se detectaron en Wuhan en diciembre. El 20 de enero, Pekín reconoció el contagio entre seres humanos y el 23 de ese mes impuso una cuarentena sobre la ciudad que se acabaría extendiendo a toda la provincia de Hubei y, en menor grado, a muchas otras zonas del país.

“El pueblo chino también ha demostrado su gran sentido de responsabilidad y disciplina, haciendo grandes esfuerzos y sacrificios, para encerrar el virus en su epicentro, ganando tiempo para que los otros países se preparasen. En este momento, la epidemia en China está prácticamente controlada”, apunta la embajada. “Si el señor Vargas Llosa, como figura pública, no está dispuesto a colaborar (en la lucha contra la epidemia), al menos que no difunda opiniones irresponsables y prejuiciosas que no sirven para nada”, agrega.

Especial irritación les merece la frase arriba mencionada. Decir que el virus era “proveniente de China” se ha convertido en un absoluto tabú para un Gobierno, el de Pekín, que ha emprendido una importante campaña para cambiar la narrativa internacional sobre el papel de China en la pandemia: de ser el lugar donde se detectaron los primeros casos y estalló el problema tras intentar silenciarlo, a ser un Estado responsable que ha sabido imponer medidas con decisión, ha podido resolver su crisis y ahora contribuye a ayudar al resto del mundo. “La Organización Mundial de Salud (OMS) expresó claramente que no se ha logrado identificar el origen de la Covid-19 hasta el momento. Por tal motivo, se deben evitar las expresiones discriminatorias y difamatorias relacionadas con un determinado país o región. En base a eso, consideramos que la expresión ‘ese virus procedente (sic) de China’ en dicho artículo es inexacta”.

EL PAÍS





Triunfo Arciniegas / Caperucita Roja en búlgaro

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Триунфо Арсиниегас

Biografía

ЧЕРВЕНАТА ШАПЧИЦА
превод: Гергана Владимирова

Triunfo Arciniegas / Caperucita Roja


Този ден в гората намерих най-красивото цвете в живота ми. Аз, който винаги съм бил чувствителен и ужасен почитател на красотата, ми се стори, че не съм достоен за него и потърсих някого за да му го подаря.
Отидох тук, отидох там, докато не се натъкнах на момичето, което наричаха „Червената шапчица”. Познавах я, но никога не съм имал възможност да се приближа до нея.
Бях я виждал от края на април да отива към училище с нейни съученици. Толкова луди, толкова палави, винаги в облак прах, никога не се спираха да говорят с мен, нито ми помахваха с ръка за сбогом.
Какво забавно момиче. Със смъкнати чорапи до глезените и с пеперуда вързана за опашката на косата й. Оставах да слушам смеха й сред дърветата. Написах й писмо, намерих го дни по-късно, покрито с прах, непрочетено на същото дърво, и прободено със същата топлийка.
Веднъж я видях да се забавлява, като дърпаше куче за опашката. Друг път хвърляше камъчета по прилепите на камбанарията. А последния път беше хванала сиво зайче за ушите и го носеше нанякъде…никой повече не го видя.
Спрях колелото и слязох. Поздравих я с уважение и радост. Тя направи с дъвката си балон толкова голям, колкото целия свят, после го спука с нокът и го сдъвка отново.



Почесах се зад ухото, изритах едно камъче, поех дълбоко въздух, винаги със скритото зад гърба цвете. Шапчицата ме погледна от горе надолу и отговори на моят поздрав без да спира да дъвче.
- Какво искаш? Ти ли си страшния вълк?
Онемях. Да, бях вълк, но не и страшен. Аз само исках да й подаря току-що откъснатото цвете. Показах й го внезапно, сякаш беше номер от фокусник.
Не очаквах да ме аплодира като магьосниците, които изваждат зайци от шапката си, но този неин жест на безразличие направо ме побърка. Заеквайки й казах:
- Искам да ти дам това цвете, хубаво момиче.
- “Това цвете?” Не виждам защо.
- Пълно е с красота, казах изпълнен с емоция.
- Не виждам красотата - каза малката Червена шапчица.
- Това е цвете като всяко друго.
Извади дъвката и я разтегна. После я превърна в топче и я върна в устата си. Тръгна си, без да се сбогува. Чувствах се наранен, дълбоко наранен от презрението й, толкова, че очите ми се насълзиха. Качих се на колелото и я настигнах.
- Погледни следите от сълзите ми.
- Падна ли? - каза тя. - Бягай в болницата.
- Не паднах.
- Така изглежда, защото не виждам раните ти.
- Раните са в сърцето ми - казах.
- Ти си идиот.
Изплю дъвката със силата на куршум. Отново си тръгна, без да се сбогува. Усетих, че прахът са гърдите ми, пронизани от куршума на дъвката за балончета. Реката от кръв се простираше, за да стигне до момичето, което вече никъде не се виждаше.
Нямах сили да се кача на колелото. Седях цял следобед, потънал в мъка. Без да го осъзнавам, изтръгнах едно след друго венчелистчетата от цветето.
Приближих се по-близо до изоставената камбанария, но не намерих утеха и сред прилепите, които привечер се отдалечиха.
Хванах една бълха от корема си, смачках я яростно и разпръснах парчетата на вятъра.
Блъскайки велосипеда, с тежестта на презрението върху костите и сърцето ми, по-разрушено и от сухо листо, утъпкано от сто коня, отидох в града и изпих няколко бири.
“Хубав карнавален костюм”, казаха ми някои пияници и поискаха да го пробват.
Същата вечер имаше фойерверки. Всички празнуваха. Видях Червената шапчица с родителите й в парка. Ядеше огромен шоколадов сладолед и беше безсрамно щастлива.
Тръгнах си бързо, като душа, носена от дявола.
Няколко дни по-късно на горския път видях Червената шапчица отново.
- На училище ли си тръгнала? - попитах я и скоро разбрах, че никой не посещава училище със сребърни сандали, къса блуза, показваща пъпчето и пола толкова къса, като за кукла.
- Във ваканция съм, каза тя. - Или смятате, че това е униформата ми?
Вятърът идваше отдалеч и се загнезди в пъпа й.
- И какво имаш в кошницата?
- Вкусна торта за баба ми. Искате ли да я опитате?
Почти припаднах от вълнение. Малката Червена шапчица ми предложи от тортата си. Какво да правя? Да приема или да й кажа, че току-що съм обядвал?
Ако приема, ще изглежда, че съм нетърпелив и груб: това все пак беше торта за баба й. Но ако откажа поканата, щях да нараня Червената шапчица и никога повече нямаше да ми говори. Тя ми се стори толкова мила, толкова красива. Казах “да”.
- Отрежете си парче.
Зае ми ножа си и много внимателно си отрязах едно парче. Изядох го деликатно, възпитано. Исках да я накарам да види, че съм с изискани маниери, че не съм просто един обикновен вълк. Тортата не беше много вкусна, но не й казах, за да не я обидя.
Щом свърших, почувствах нещо странно в стомаха си, пробождане, което се издига нагоре и се превръща в изгаряне на сърцето ми.
- Това е експеримент - каза Червената шапчица. - Носех го, за да го пробвам с баба ми, но ти се появи първи. Кажи ми дали ще умреш.
Остави ме да лежа на пътя и да се оплаквам.
Такава беше тя, малката Червена шапчица, толкова красива и толкова перверзна. Почти й се разсърдих. Отне ми доста време да й простя: три дни.
Върнах се към горската пътека и я срещнах. Заклевам се, тя се радваше да ме види.
- Рецептата работи - каза тя. - Ще я продам.
И с цялата си щедрост ми каза тайната рецепта: костен прах от прилепи и човки от лястовици. И някои билки, чието име не знаех. Останалото целият свят го знае: масло, брашно, яйца и захар в правилните пропорции.
Също ми каза, че се нуждаела от една много специална услуга от мен и да я придружа до къщата на баба й. Въртях си опашката по целия път. Сърцето ми звучеше като локомотив на влак.
Предвид звука от гърдите обясних на Червената шапчица, че ще се подлагам на операция, за да монтират заглушител на сърцето ми. Тичахме. Потта заля корема й, кръгъл и дълбок, съвършенството на Вселената. Щом стигнахме до къщата, тя натисна звънеца и каза:
- Изяж баба.
Ококорих се.
- Хайде, направете го сега, когато имате шанс.
Не можех да повярвам. Попитах я защо.
- Тя е богата, вкусна баба - обясни тя. - И аз искам да я наследя.
Нямах друг изход. Всички знаят това. Но искам да се знае, че го направих по любов.



Макар че Червената шапчица казваше, че съм го направил от глад. Полицията повярва в това и започнаха да ме преследват, за да отворят корема ми, да извадят бабата, да ме напълнят с камъни, да ме хвърлят в реката, и никога повече да не се чуе за мен.
Искам да изясня и други въпроси сега, когато имам вашето внимание, господа. Червената шапчица ми каза да облека дрехите на баба й, и аз го направих, без да се замислям. Не виждах много добре с тези очила. Момичето ме заведе за ръка в гората, за да си поиграем и после избяга и започна да вика за помощ.
Затова ме видяха облечен като баба. Не исках да изяждам Червената шапчица, както тя крещеше. Аз и също не обичам да се обличам като жена, слабостите ми не стигат чак толкова далеч. Винаги съм облечен като вълк.
Това е нейната дума срещу моята. И кой не вярва на Червената шапчица? Аз съм просто вълкът от историята. Освен полицията, господа, никой не иска да чуе за мен.
Дори и малката Червена шапчица. Сега повече от всякога съм горският вълк, самотен и изгубен, отровен от пренебрежителното отношение.
Никога не съм казвал на Червената шапчица за лошото ми храносмилане, което баба й ми причини, и никога няма да имам друг шанс с нея.
Сега тя е много богато момиче, винаги ходи с мотоциклет или кола, и е трудно да я достигна на моето колело макар и с рамка.
Трудно е, безполезно и опасно. Един ден, когато се видяхме каза, че ако продължавам да я притеснявам, ще си направи кожено палто от мен и ми показа острието на ножа си.
Страх ме е. Мисля, че е способна да изпълни заплахата си.




Триунфо Арсиниегас

Триунфо Арсиниегас (Triunfo Arciniegas), колумбийски писател, е роден в Малага, Колумбия. Завършил е Университета в Памплона, специалност преводи на текст, магистър по литература от Pontificia Universidad Javeriana de Bogotа. Бил е член на Националния съюз на писателите и на редакционния съвет на списанието Puesto de Combate. Когато е на дванадесет години, семейството му емигрира в Памплона, където живее и прави литературни и театрални работилници в селските училища в бедните квартали Чихара, Ел Наранхо и Алтогранде - Колумбия. Режисира детския театър „Синята ябълка”. Участва в работни срещи със Сатоши Китамура и Хавиер Саес Кастан. Освен че е илюстрирал някои свои книги, той е илюстрирал и за издателя „Норма” през 1991 г. „Седемнайсет басни на лисицата” от Жан Музи. Издал е много книги за деца със собствени илюстрации, новели, книги за възрастни, поезия и театрални произведения. Притежава награди за: Награда на III конкурс на фондация за култура „Testimonio”, 1983 г. с „Жената- Комета”; Награда „Енка” за детска литература, 1989 г. с „Битките на Розалино”; Награда „Comfamiliar del Atl?ntico”, 1991 г. с „Червената шапчица и други зли истории”; Национална награда за литература и култура - Колумбия, 1993, жанрова литература за деца, с “Момичето от Трансилвания и други любовни истории”; Национална награда за култура, Колумбия, 1998 г., в детския игрален жанр, с „Торкауто е стар лъв”; Награда за детска литература „Паркър”, 2003 г., с историята: „Негърката и дявола”; X Национален конкурс за кратка история “Хорхе Гайтан Дуран”, 2007 г., с “Мъртви жени от любов”; 2016 IBBY Honor List, за книгата „Откраднати писма”. Номиниран за наградата Ханс Кристиан Андерсен (2018).

Гергана Владимирова

Гергана Атанасова Владимирова е родена на 24.09.1972 г. в гр. Перник. Завършила е „Специална педагогика” със степен магистратура през 1999 г. в ЮЗУ„Н. Рилски” Благоевград От 2002 до 2013 г. живее със семейството си в провинция Каталуния в Испания и в Тенерифе, Канарските острови. Там е работила като възпитател в училище. В момента работи като ресурсен учител към РЦПППО, гр. Кюстендил. Владее испански, каталунски, английски и португалски език. Пише стихове на български и испански език. Рисува. Правила е изложби в Испания.

Nataly Londoño / Caperucita Roja evanescente, luminosa

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Lobo y Caperucita
Ilustración de Mateo Rivano



Caperucita Roja evanescente, luminosa 


Por Nataly Londoño

Me gusta huir. Ojalá siempre al campo. Me gusta huir y llegar al campo y encontrar una casita rodeada de eucaliptos, empotrada en el verde de alguna montaña. Antes de llegar allí me gusta esa sensación de escape: odiar el tráfico de Medellín y luego perderme en una carretera que tiene muros de pinos de mil años y allá arriba, en el cielo, un colchón de motas de algodón. Ahí sí, me gusta llegar a la casita de puertas y ventanas color madera, sentir el frío de La Ceja, ver el paisaje y entrar rápido antes de que el blanco algodón se convierta en  gris oveja y se desate en furiosas corrientes de lluvia. Me gusta entrar y percibir la soledad, poner a hacer café, y planear que a la mañana siguiente voy a levantarme temprano para ir a comprar un litro de leche recién ordeñada. Sin saberlo, me gusta quedarme en una casa que no tiene manecillas de reloj.
Llueve y ha llovido con fuerza. Y alguna fotografía me hace recordar los pasos de mis ancestros. Estoy en una casa con muchas historias y muchas voces. Una casa a la que siempre quiero regresar aunque la cabeza se me llene de palabras pronunciadas por algún vagabundo, algún personaje de ficción o algún recuerdo olvidado, quién sabe. ¿No te cansas de estar ahí sentada viendo llover? ¿Disculpa? Digo que si no te cansas de estar ahí sentada viendo llover, llevas tres días en las mismas: lluvia, café, lluvia, café. Mmm, no me canso, me gusta la lluvia y el café, ¿vos quién sos? Caperucita Roja. ¿La Caperucita de quién? La de TriunfoArciniegas. Sí, sé quién es. Sonreí. ¿Lo conoces? Sí, él es una persona bien particular. Sonrió.
El lobo y el autor
Ilustración de Mateo Rivano



2014. La primera vez lo vi de lejos, en la Fiesta del libro, rodeado de estudiantes de universidad. La segunda lo sorprendí sentado en el piso de una estación cualquiera del Metro, a un lado de los torniquetes: inmutable, observador, silencioso, solitario, paralelo. La tercera me lo encontré en Versalles (el restaurante que visitaban Borges, Sabato y Marta Traba, el sitio donde Manuel Mejía Vallejo escribió ‘Aire de tango’, y el punto de encuentro de los nadaístas, “esos jóvenes irreverentes que en los años sesenta sacudieron la tranquilidad de Medellín”), comiendo empanada argentina y tomando jugo de mandarina. Nos saludamos aquel día y después nos fuimos a caminar sin rumbo, y en ese caminar descubrí que Triunfo muy pocas veces habla sobre su obra; que sus amigos son unos cuantos; que aún conserva a su niño interior; que nunca sale sin cámara fotográfica y que si te descuidás, guarda en su memoria SD mil retratos tuyos. Esas primeras imágenes que tengo de él, son las que concibo siempre que intento recordarlo: un tipo que prefiere escuchar a hablar, y que cuando habla es para liberar a las historias que tiene amarradas en el corazón.
¿Será que algún día deja de llover? ¿No te gusta la lluvia? No. A mí me encanta… contame, ¿cómo fue que te escapaste del libro? Lo dejaste abierto ayer sobre la mesita de noche, no fue difícil salir de ahí. Veo… qué raro entonces. ¿Por qué? Porque si saliste vos, ¿cómo es que el resto no salió? ¿Cuál resto? El resto de personajes de ‘Caperucita Roja y otras historias perversas’: el sapito que comía princesas, la bella durmiente, los tres cerditos, el lobo feroz… me refiero a las otras paradojas, los otros cuentos, a los demás. Ah… ellos, sí, no, es que cuando salí cerré el libro. Hubo silencio. ¿No te cansas de tomar café? No, ¿vos no te cansás de masticar chicle? No.  Hubo silencio. ¿Sabes?, para tener 25 años te ves muy joven. Será porque vivo cautiva en 137 páginas, en un hogar donde el tiempo no es tiempo. Hubo silencio. ¿Esta casa es tuya? No, es de mi abuela. Me recuerda a la casa de la mía. ¿Y te da nostalgia recordarla o qué? Sí. Nunca me lo hubiera imaginado. ¿Por qué? Porque vos misma obligaste al lobo feroz a que se la comiera para reclamar la herencia… pobre él, es verdad aquello de que “el lobo siempre será malo si solo escuchamos la versión de Caperucita”, y vos le hiciste hasta para vender a ese animal, que al fin y al cabo, ni feroz era.

Autorretrato
Triunfo Arciniegas

2015. Lo vi (otra vez) por ahí, un día cualquiera, caminando el gris asfalto de Medellín: Triunfo es un tipo alto, moreno, que viste jeans y camisas de botones, a veces chaquetas de cuero o buzos de lana. Triunfo es un poeta narrador cuentero, un bloguero ilustrador  al que le encanta el chocolate y toma café todo el día; el que le agradece a sus perros, Toto del Carmen y Hannibal Lecter, que lo saquen a pasear de vez en cuando a las tres de la madrugada para no encontrarse con nadie en las calles del pueblo en donde está su casa; el que hoy duerme en Cúcuta o Bogotá pero amanece mañana en Brasil  o en La Habana o en Nueva York, un viajero, un hombre sin hogar, ¿un gato?; el que siempre ha dicho que “la obra es pública pero la vida es íntima” y sin embargo alguna vez escribió un poema titulado ‘Biografía’: “con el lápiz del trompo / el niño escribe sobre el polvo / la historia de su vida”; el que hace de los relatos fantásticos tradicionales sus propias versiones miserables o perversas, porque lo que le gusta es jugar con los referentes culturales; un tipo que no sé con qué tiempo ha leído tanto tanto, que tiene más de medio centenar de libros publicados, que ha trabajado mucho no solo en el ejercicio de la literatura, sino también en el mundo de la traducción, en el de la docencia, en el de la fotografía. Un tipo sobre el que muchas voces han hablado: la del poeta Jaime Fernández Molano: “Sigue lejano (al tiempo y a la luz pública) el día en que el niño Triunfo, con el corazón roto por primera vez, comenzara a escribir sus primeras líneas sin presentir el futuro que este oficio le traería: las cartas de amor a su abuela Emperatriz, que por circunstancias familiares de fuerza mayor había tenido que abandonar en Málaga, para partir al lado de sus padres rumbo a Pamplona”. La del también escritor de literatura infantil, Octavio Escobar: “Y sabíamos, aunque no lo dijéramos en voz alta, que en sus minicuentos, depurados durante años, y entre las líneas de sus cuentos, novelas y obras de teatro para niños y jóvenes, dormían fragmentos de exquisita poesía”. La de Juan Manuel Roca: “A veces acude al expediente, como buen observador de la pintura, de realizar un óleo sobre tela en el que entrelaza el lenguaje. Entonces deja en el lector la sensación de que la palabra pinta, de que el verbo dibuja más allá de abstracciones y figuraciones”. La dulcísima voz de Isabel Barragán, la famosa amiga de Esteban Carlos Mejía: “Con su literatura, Triunfo se inventa otro mundo, un mundo hermoso, pues es creyente fervoroso de la belleza como razón para vivir”. Y la de la escritora Yolanda Reyes, quien después de haberle dedicado un artículo precioso, reflexiona: “Y a pesar de que han pasado tantos años, a veces pienso que apenas lo conozco y a veces pienso exactamente lo contrario: con él, uno no sabe nunca a qué atenerse. Quizás, parodiando al mismo Triunfo, cabe la posibilidad de que me lo haya inventado. A fuerza de desconocerlo y de reconocerlo en lo que escribe, entre la magia y el silencio, cabe la posibilidad de que haya tenido que inventármelo para escribir este retrato”.
Pero la culpa no es del todo mía, los escritores son los que le dan a uno mala fama, no soy una niña ingenua, lo sé, pero tampoco la mujer malvada del cuento. Sus ojos estaban lluviosos.  Lo he estado buscado, pero no logro dar con su paradero… ¿A quién? Al lobo, el otro día encontré a Arciniegas en ‘Los tres mirlos’, le pregunté por él, me respondió: “vino y se fue” y juró no saber a dónde. Sí, yo sé de qué hablás, en el fondo me alegré por el lobo: supe que después de tener que huir del bosque por tu culpa, se convirtió en un lector disciplinado, que a veces escribe, que va por ahí muy intelectual diciendo cosas como: “El dolor es la esencia de la poesía”. ¿Quién te contó? Triunfo lo escribió y yo lo leí… el día en que lo encontraste en ‘Los tres mirlos’ no fuiste la única, después de vos llegaron otras ficciones a hacerle reclamos: uno de los siete enanitos le puso problema por qué escribió que la bella durmiente es bizca, y así. ¿Y dónde está escrito eso? Mujer, en un cuento que incluyeron en el libro del que te saliste, a manera de festejo por tus 25 años de publicación. ¿Cómo se llama el cuento? ‘Las razones del Lobo’. Puede ser, vi el título en el índice pero no me animé a caminar por sus letras. Andá a caminar entre ellas que allí están todas tus respuestas, y de paso apreciá las bonitas ilustraciones que hizo sobre ustedes Mateo Rivano. Lo haré… larga vida, Nat. Y se fue tal cual llegó: evanescente, luminosa.
Ilustración de Triunfo Arciniegas

2016. Volvimos a los días en que la gente se habla por teléfono y el teléfono tenía mala señal, así que fue todo muy fragmentado, muy: ¿qué?, no te entendí. Él desde la sala de espera de un hotel, yo desde mi casa: Supe que te incluyeron en la Lista de Honor IBBY 2016, qué emoción, felicitaciones. Gracias, eso supe yo también. Hubo risas. Por ahí vi una fotografía tuya que rodaba en Facebook y que tenía de leyenda: “Celebrando los 25 años de Caperucita!”. Me sorprendí porque justo esa semana estuve hablando con alguien sobre ese libro. Triunfo, ¿los niños de hace 25 años son los mismos niños de hoy? Los niños son los mismos, con otros juguetes. Nosotros tuvimos caballitos de madera, ahora ellos tienen “tablas”. La magia existe desde la época de las cavernas: esa fascinación por lo desconocido. El ansia por las historias nunca se acaba. Vengo de los cuentos de hadas, que funcionan desde hace trescientos y más años porque apuntan a los principios fundamentales de la vida. Se cayó la llamada. Volvimos a intentarlo: De los cuentos infantiles clásicos se han hecho todas las versiones del mundo, ¿las tuyas en qué se diferencian de las demás?, ¿cuál es tu aporte a esos relatos? El humor y el descaro, diría. Tiendo al disparate pero nunca me olvido del dolor, de la miseria, del lado oscuro de la luna. Hay veneno en mis líneas pero estoy de parte de la vida definitivamente. Otra vez el pi pi pi pi retumbó en mi oído, marqué nuevamente: Para esta nueva versión algunas historias cambiaron… Sí, se presentó la oportunidad de una nueva edición en SM y la aproveché para volver a trabajar el libro. Fueron tres meses delirantes y felices. El impulso me alcanzó para escribir dos nuevas historias. La editora, María Fernanda Paz-Castillo, aceptó una, donde los personajes le piden cuentas al autor y que resulta un cierre maravilloso para el libro. Y la señal murió definitivamente.  


No ha parado de llover. Me doy un tiempo para adorar el olor a humedad; un tiempo azul para pensar que esta casa es mi refugio; un tiempo para ir a recoger los libros que dejé en la mesita de noche desde que llegué y sobre los que no regreso sino hasta ahora. Me doy un tiempo para pensar que aquí se mantienen vivos los días en que, de pequeña, algunos fines de semana me era concedido el privilegio de sentirme dueña del aire, del campo, de la tierra. Me doy un tiempo para despedirme de los muros de bahareque, de la quimera y de los recuerdos. Es hora de volver a la ciudad con esta historia diluida en un cuaderno que alberga garabatos por letras.

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