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Pilar Adón / Marguerite Duras

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Marguerite Duras
Por Pilar Adón

Sobre la lápida de Marguerite Duras en el cementerio de Montparnasse hay una pequeña planta, un montón de pastillas blancas diseminadas a lo largo de la sobria piedra gris, dos flores y dos letras grabadas: M.D. También son dos las imágenes que podrían ilustrar el proceso desaforado de su existencia: la evocación de la preciosa niña cargada de erotismo que viajaba en un transbordador por el río Mekong con un sombrero de fieltro y los labios pintados de rojo oscuro y, justo en el otro extremo, la mujer con el rostro y el cuerpo devastados por el alcohol, vestida con una falda recta y chaleco sobre un jersey de cuello alto que, después de cuatro curas de desintoxicación, entró en un coma de cinco meses. Marguerite Duras saltó en un instante del principio al final de su vida pero, en la breve duración de ese instante, hizo lo que quería hacer: escribir.
Escribía y amaba lo que escribía hasta la obsesión. Ella misma se preguntaba qué era aquella necesidad mortal que había conseguido que viviera en un mundo paralelo al de los demás y que fuera existiendo cada vez menos porque todo, su esencia, se lo entregaba a la escritura devoradora. A los quince años le dijo a su madre que lo único que quería hacer en la vida era narrar y se preguntaba sinceramente qué hacía con su tiempo la gente que no escribía porque ella había llegado a pasar por el tamiz de la literatura incluso los recuerdos más dolorosos. Una de las manifestaciones más desgarradoras contra el nazismo aparece en su texto El Dolor en el que describe su impaciencia cuando, desde las ventanas de su casa en la rue Saint-Benoît, contempla apoyada en las persianas cómo la gente pasea y ella quiere gritar que en el interior de aquella habitación un hombre, su marido, ha regresado vivo del horror de los campos de concentración alemanes y que, a pesar de tener el cuello tan delgado que se puede rodear con una sola mano, todo lo que debe tomar es caldo en cucharillas de café porque su estómago se desgarraría con el peso de cualquier otro alimento.
Nació en 1914, el día 4 de abril, cerca de Saigón, en la Indochina francesa (lo que es hoy Vietnam del Sur). "No puedo pensar en mi infancia sin pensar en el agua. Mi país natal es una patria de agua", diría M.D. Era la primera niña de cinco hermanos, dos de ellos, Pierre y Paul, hijos del matrimonio y los otros dos, Jean y Jacques, hijos del padre con una esposa anterior que había muerto en Hanoi. Su padre, profesor de matemáticas, tuvo que ser repatriado a Francia cuando ella tenía sólo cuatro años a causa de unas fiebres infecciosas y jamás regresó a Indochina. Murió después de haber comprado una casa cerca del pequeño pueblo francés de Duras donde quería pasar el siguiente verano con toda su familia y que serviría, sin que él llegara a saberlo, para reemplazar en el futuro su propio apellido. Esta muerte dejó a la familia en una situación económica mucho más precaria y comenzaron a llegar las estrecheces. Los hijos crecieron como vagabundos por la selva, casi tomando un aspecto indígena y todo lo que podía hacer la madre para conservar su deseado y privilegiado aspecto occidental era alimentarlos con comida traída directamente desde Francia, comida que ellos aborrecían y que no aceptaban.
Marie Legrand, la madre de Marguerite, luchó contra la pobreza con todas sus fuerzas. Se aferró a sus posesiones, a su tierra que debía salvar continuamente del mar y del viento si quería que algo creciese de ella, mientras iba descubriendo el extraño atractivo de aquella niña que no se vestía como las demás, que tenía una manera propia de hacer las cosas y que podría resultar fascinante para los hombres. Marguerite conoció a su amante chino y ser ricos se convirtió entonces en una auténtica obsesión. Con el tiempo, la escritora consideraría que el dinero no cambiaba nada porque siempre conservaría "una maldita mentalidad de pobre". Para ella la pobreza al nacer era hereditaria y perpetua. No se podía curar.
Cualquier lector de Un dique contra el Pacífico o de El amante descubrirá que estos primeros datos de su biografía le son ya familiares. Porque leer los libros de Marguerite Duras implica leerla también a ella. En un verdadero acto de vivisección literaria, extraía su propio dolor, lo matizaba con el bálsamo de la escritura y luego lo entregaba a un lector que debía descubrir que aquello que leía en su obra no era simplemente el relato de la subsistencia vital de una escritora sino de la evolución individual de cada uno de sus personajes que no eran sino un reflejo novelado de lo ocurrido realmente a miles de seres humanos a lo largo del siglo XX. Marguerite Duras nos ofrece en sus libros una descripción de diferentes momentos cruciales en diferentes lugares del mundo tan fidedigna como la de cualquier historiador, pero con un añadido importante: ella muestra el sufrimiento, la esperanza y la compasión de los legítimos protagonistas de la Historia.
Su primer libro fue rechazado por la editorial Gallimard, pero siguió escribiendo y una vez terminada su siguiente obra, Les impudents, amenazó con suicidarse si no lograba que la publicaran. En 1943 entró en la resistencia mientras su querido hermano Paul, que había continuado junto a su madre en Saigón, moría de una bronconeumonía por falta de medicamentos. El dolor se le hizo insoportable y lo reflejó en La vida tranquila, el libro que estaba escribiendo y que Gallimard publicó en 1944. De esta manera Marguerite Duras obtuvo por fin el reconocimiento que esperaba, pero no pudo disfrutarlo porque la Gestapo detuvo a su marido en el apartamento de su hermana en la rue Dupin. En ese momento M.D. se propuso no escribir y no volvió a editar nada hasta 1950. Ella, que había amenazado con el suicidio si no llegaba a publicar, de repente se daba cuenta de lo nimio de la literatura comparado con el dolor de la realidad.
Literatura y realidad… Dos nociones difícilmente separables en esta autora que atrapa y devora porque su narración rezuma autenticidad y siempre es complicado renunciar al encanto de algo auténtico. En 1950 apareció su primer éxito literario, Un dique contra el Pacífico, y a partir de entonces fueron publicándose obras memorables como Los caballitos de Tarquinia (1953) que narra la experiencia de unas vacaciones en Italia, Días enteros en las ramas (1954), Moderato Cantabile (1958), Hiroshima mon amour (1959) que se convertiría en la famosa película de Alain Resnais y El arrebato de Lol V. Stein (1964), novela con la que alcanzó el apogeo de su actividad creadora. Según sus propias palabras en una entrevista concedida a la televisión francesa, escribir El arrebato de Lol V. Stein resultó especialmente complicado: "Escribir siempre es duro, pero en aquella ocasión tenía más miedo que de costumbre. Era la primera vez después de mucho tiempo que escribía sin nada de alcohol y tenía miedo de escribir cualquier cosa". Por supuesto, no creó cualquier cosa. Creó un personaje desposeído de sí mismo que ve en un baile cómo la persona a la que ama se está enamorando de otra y eso hace que ella quede relegada a un plano de casi inexistencia. Creó un personaje tan desesperado y, al tiempo, tan adorable que muchos años después la autora declararía que lamentaba no haber sido ella misma Lol V. Stein. Porque la había concebido, lo había escrito todo sobre ella, la había creado, pero no había sido Lol y por lo tanto sentía "ese duelo que he llevado toda mi vida por no ser Lol V. Stein".
En su siguiente novela, El Vicecónsul (1965), el protagonista sale al balcón de su casa en Lahore y dispara al aire. No dispara a los transeúntes ni a las palomas. "Dispara contra el dolor, la desgracia y contra el millón de niños que iban a morir de hambre en los próximos cuatro meses." Después vinieron La amante inglesa (1967), El amor (1971), El amante (1984), El dolor (1985), Emily L., La vida material… No voy a explicar más argumentos de sus novelas porque lo mejor, lo único, que se puede hacer es recomendar su lectura. Tampoco voy a concluir hablando de su muerte ni de las más recientes polémicas en torno a biografías no autorizadas, biografías póstumas, derechos a los que aspiran unos o a los que aspiran otros y estúpidos libros muy bien encuadernados llenos de fotografías. Todo eso no tiene nada que ver con la literatura y pocas veces he visto a un escritor (a una escritora) llorando ante su propia imagen en blanco y negro ofrecida en el transcurso de una conmovedora entrevista realizada en su piso de Trouville con motivo de la publicación del libro El amante de la China del Norte. Escuchaba con atención las declaraciones que ella misma había hecho en 1964 y 1965 acerca de sus libros El arrebato de Lol V. Stein y de El vicecónsul respectivamente y asentía con frecuencia haciendo diversos comentarios. "Cada libro supone para el autor su propio asesinato. Siempre hay una depresión posterior que se manifiesta a través de algo físico". Una mujer pequeña, sentada en un sillón, vestida con una falda marrón, un jersey del mismo color y un pañuelo oscuro ocultando el cuello, que hablaba de literatura con tranquilidad y que adoraba a sus personajes hasta el llanto. Una autora que se preguntaba cómo era posible escribir porque en un principio no había nada y de pronto había una página escrita: "No puedo explicarlo y creo que no hay ningún escritor que se libre de esta ignorancia". Una escritora que se planteaba semejantes dudas y que tenía una manera tan cautivante de ver el mundo que logró dejarnos libros espléndidos. Y supongo que eso es lo único que importa cuando hablamos de literatura. Los libros y, tal vez, la pasión de su autor. Lo demás, por qué no decirlo, es sólo decepción y podredumbre. 




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Laure Adler / Marguerite Duras

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Laure Adler
Marguerite Duras


Esta biografía contribuye a hacer más inteligible a la mujer y a la creadora, aunque subsista "esa parte de penumbra y de misterio". Porque Duras poseía una gran habilidad para reinventarse y confesar lo inconfesable.

Por Lourdes Ventura
El Cultural, 15 / 11 / 2000

“Las biografías que se escriben sobre mí no me interesan para nada. Mis libros deberían bastar”. Así respondió Marguerite Duras a la escritora Frédérique Lebelley que le proponía, como tantos otros lo hicieron antes, escarbar en su vida. También alzó los hombros con indiferencia y remitió a su obra cuando Laure Adler se ofreció para investigar en su pasado. Un pasado, unos textos y una filmografía que, a pesar de resultar archiconocidas para muchos de sus lectores, siguen sin iluminar del todo el camino de los biógrafos sucesivos y estudiosos de la obra durasiana, y que más parecen enrarecer el rastreo por la historia de una vida que como dijo Duras en El amante, “no tiene centro, ni camino, ni línea”.


Desde Julia Kristeva a Maurice Blanchot, pasando por Claire Cerasi, Philippe Boyer, el amigo y amante Dionys Mascolo, padre del hijo de Marguerite Duras, Aliette Armel, la citada Lebelley, cuya biografía Marguerite tachó de mezquina, Alain Vircondelet, Christine Blot-Labarrère, su último amor Yann Andréa, que relató la crisis alcohólica de 1982 en M.D., hasta Laure Adler, autora de la rigurosa biografía que nos ocupa, todos cuantos han escrito sobre Duras han realizado un buceo intelectual que se alimenta, precisamente, de esos espacios irreconocibles o confusos, siempre en el lado oscuro de la personalidad y la escritura de Marguerite Donnadieu, nacida en Gia Dinh, a poca distancia de Saigón, el 4 de abril de 1914.



Laure Adler edifica la identidad de Duras con datos sólidos, escritura cercana a la respiración de la protagonista y la intención de comprender las contradicciones de una vida siempre en el límite. Las relaciones entre la adolescente blanca y el amante chino, y los beneficios económicos que extrajo la arruinada madre de Marguerite Duras en el patético desmoronamiento de una fracasada aventura colonial, quedarán plasmadas en una evocación que no excluye la densidad humana de unas circunstancias extremas. Se sitúan en su contexto y lejos de todo juicio moral al menos algunas de las acusaciones que persiguieron a Duras a lo largo de su vida -la de aceptar un trabajo en la Comisión del control de edición en la Francia ocupada, la de mantener un triángulo amoroso con su marido Robert Antelme y su íntimo amigo y compañero político Dionys Mascolo y la de verse envuelta como espía de la resistencia en un affaire con el agente francés de la Gestapo, Charles Delval.



La extensa biografía de Adler, que ha obtenido en Francia el premio Femina de ensayo, contribuye a hacer más inteligible a la mujer y a la creadora, aunque subsista, según la autora, “una parte de penumbra y de misterio”. 
Porque Marguerite Duras, apellido tomado de la región del padre, poseía una gran habilidad para reinventarse, confesar lo inconfesable y fabricar leyendas sobre sí misma. Era experta, también, en eliminar pistas y embarrar el torrente de determinados episodios de su vida para que quedaran amplificados por el interés morboso o velados por las aguas revueltas, según los casos. Es ya sabido que en los últimos años, la autora de Moderato Cantabile hablaba de sí misma en tercera persona, y cuenta Adler que poco antes de su muerte, la escritora al releer sus propios textos, se preguntaba”:¿Esto es Duras?” “No parece Duras en absoluto”.

El alcohol y la escritura, unidos indisolublemente en la embriaguez vital de Marguerite Duras, ocupan un lugar decisivo en esta biografía. Adler cuenta con el testimonio de Y. Andréa, compañero de Marguerite hasta su muerte en 1996, a los 81 años, y rememora el tiempo en que Duras trabajaba en Emily L., en su retiro alcohólico (y doloroso por las desapariciones del amante homosexual) en el puerto de Quillebeuf. Yann y Marguerite bebían de seis a ocho litros diarios y apenas comían. La escritora se sentía repulsiva. “Me gustaba darme asco a mí misma. Me veía destrozándome. Era placentero aquel desplome”.

Los diferentes estratos del trabajo de Laure Adler ayudan a comprender las obsesiones de la apátrida que nunca abandonó la Indochina de la infancia y ahondan en la perspectiva literaria y en los debates políticos que acompañaron la existencia de la autora de El Vicecónsul. Absorbente y desmesurada, contagiada por la obra de Marguerite Duras y al mismo tiempo con el equilibrio objetivo del acopio de datos, la biografía de Adler es de una considerable lucidez y penetración.

Novelista, guionista y directora de cine, Marguerite Duras (Saigón 1914-Paris 1996), fue desde muy joven objeto de biógrafos y debates. A los 18 años abandonó la antigua colonia francesa de Indochina y se trasladó a París, donde estudió Matemáticas y Derecho y se doctoró en Ciencias Políticas. Permanentemente en pie de guerra, tomó parte activa en la Resistencia y militó en el Partido Comunista, del que fue expulsada por disidente en 1950. Con El Amante, Duras obtuvo los premios Goncourt y Hemingway y el reconocimiento popular.




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Ovidio Parades / Una mañana con Marguerite Duras

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Margarite Duras
Ovidio Parades
UNA MAÑANA CON MARGUERITE DURAS


A pesar de haber madrugado, como casi todos los días, la mañana transcurría ya a buen ritmo. Llegué a casa, después de un desayuno con mi madre en una terraza cercana a su casa y una buena caminata por la ciudad, y me metí en la cocina. Abrí una botella de vino y puse un cedé de Jeanne Moreau. "India song" sonando una y otra vez, la voz desgarrada de la actriz colándose por toda la casa. El sol entraba por la ventana de la cocina y Francesca quería atrapar el corcho de la botella con una de sus pequeñas patas. La pasta bullía en la cacerola y su sonido despistaba la atención de la gata. De repente, echando un vistazo a la página de Babelia, descubrí que la lectura elegida para el día era una novela de Marguerite Duras, "El amante". Ah, la Duras... La autora también de ese texto, "India song", de la película protagonizada por otra mujer estupenda, Delphine Seyring. Marguerite y el deseo. De eso trata toda su extensa obra, inclasificable y magistral, merecedora de un Nobel que -lamentablemente- no llegó a recibir. La textura del deseo en estado puro. Las pieles, los recuerdos, el calor. La inocencia. Los silencios. Los (significativos) espacios en blanco. La figura (impresionante) de la madre, como también puede constatarse en "Un dique contra el Pacífico", otra obra mayor de la autora. La figura del hermano menor (turbiamente presente en "Agatha", un delicioso librito hoy inencontrable, y en muchos otros de sus textos), del mayor. Recordé, de repente, todas las veces que había leído ese libro, "El amante", en aquella edición de Tusquets con su bellísimo rostro de adolescente en la portada. La primera vez que lo hice. Las conversaciones que tuve con mi tía Maru (a quien siempre se daba un aire físicamente: el pelo muy corto, el rostro curtido y el cigarrillo siempre entre los dedos) cuando venía a pasar los veranos aquí desde Bruselas, sobre la apasionante vida de la Duras. Su obsesión por el alcohol, por los hombres (por su amor y su deseo), por la escritura. Sobre todo, quizás, por la escritura. La pasión por la vida. Recordé muchas cosas, mientras preparaba la pasta y me servía otra copa de vino tinto y la alzaba por ella, por Marguerite, y Jeanne seguía cantando. Los libros que estaban agotados y que buscaba desesperadamente en todas las librerías, el sueño de viajar a París (aún, en aquella primera juventud, no lo había hecho) para conocer las calles y las terrazas donde se había sentado a beber y a ver pasar las tardes y las noches, las conversaciones con mi tía... Recordé todo eso y la gata, ya cansada, se había adormilado en su cesta. Y recordé también una de las últimas entrevistas que leí de ella, en el suplemento de EL PAÍS, poco antes de morir. La figura menuda, encogida por el paso del tiempo; las arrugas devorando aquella piel que tanto había deseado; el aparato en la garganta; las ropas (en contra de lo habitual) de vivos colores y ya muy gastadas; la luz de París en las fotografías, a lo lejos... Y los ojos, claros y llorosos. Decía que, en aquel tiempo, casi todo le hacía llorar: las noticias de los informativos, las desigualdades, las incansables luchas contra la derecha más furibunda, los recuerdos, la muerte de los amigos... Pero seguía allí, tan deteriorada por los excesos, devorada por el alcohol y la pasión de vivir, y tan lúcida. Y tan hermosa, pese a todo, en sus ochenta y pico años, en aquella devastación. Marguerite Duras, en el recuerdo de una mañana. En la formación de una vida, la mía.


Marguerite Duras / La duda es escribir

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Marguerite Duras
Marguerite Duras: la duda es escribir

Por Aloma Rodríguez
Letras Libres, marzo de 2014

Una joven con labios rojos y el rostro limpio. Una mujer casi anciana con el “rostro devastado” que recuerda a su amante de la China del Norte. La mujer que espera noticias de su marido capturado por los nazis y llevado al campo de concentración de Dachau. La escritora que afirma que “a los dieciocho años ya era demasiado tarde”. La joven temerosa de su hermano mayor y que busca el cariño de su madre. La blanca pobre en Indochina. La hija de la institutriz. La casera de un joven Enrique Vila-Matas. La escritora que se ha convertido en referente, expreso o no, de otros escritores. La mujer de las gafas de pasta, siempre con un cigarrillo en la mano, que aparece en las fotos en blanco y negro. La anciana que sonríe. La directora de cine. La escritora a la que Raymond Queneau aconseja que “escriba, no haga nada más”. A la que confunden por la calle con Marguerite Yourcenar. La ganadora del Goncourt con El amante, novela que escribe casi en un arrebato. Todas esas son Marguerite Duras (Gia Dinh, 1914-París, 1996), que habría cumplido cien años el 4 de abril.

Duras nació cerca de Saigón, en lo que era Indochina y ahora es Vietnam. Su padre murió en Francia cuando ella tenía siete años mientras el resto de la familia estaba en la colonia, donde su madre trabajó como institutriz. Tenía dos hermanos: Pierre, el mayor, adorado por su madre y temido por los pequeños (fumaba opio, robaba a su madre, acumulaba deudas, era violento y brutal, o al menos así lo recordó y describió siempre Duras), y Paul, el débil, el especial, el adorado por Marguerite y del que dirá que le hizo descubrir “el amor total”. Paul murió en 1942. Para Duras fue como si el mayor lo hubiera asesinado. Pero la obsesión por las relaciones familiares ya había empezado mucho antes de la muerte de Paul. Puede que empezara con la compra de terrenos que hizo la madre a orillas del Pacífico y la ruina posterior (las tierras estaban anegadas), la historia que relata en Un dique contra el Pacífico. Puede que empezara en el internado de niñas. O en alguno de los viajes a Francia. En El amante cuenta que supo pronto que quería escribir. Sin embargo, su madre prefería que estudiara matemáticas, como el padre. No sabemos cuándo empezó; el hecho es que, felizmente, empezó y Marguerite Donnadieu se convirtió en Marguerite Duras: la escritora cuyo estilo no se parecía al de nadie, que desde su tercera novela se convertiría en una de las narradoras más importantes de su generación y acabaría conquistando un lugar entre los clásicos (sus obras completas están publicadas en la prestigiosa colección La Pléiade).

En 1933 Marguerite Donnadieu se había instalado definitivamente en Francia, se casó en 1939 con Robert Antelme, del que se divorció, y en 1947 con Dionys Mascolo, padre de su único hijo, Jean, que trabajó en las películas de Duras. En 1943 publicó su primera novela: La impudicia, cuyo manuscrito envió a Gallimard bajo el título de La Famille Taneran y fue rechazado. En “Un lecteur de Marguerite Duras” (Cahiers Reanaud-Barrault, núm. 52, que se publicó en 1965 y recuperó Le Monde en el número especial dedicado a Duras en 2012), Raymond Queneau, que era lector en Gallimard, recordaba la llegada del manuscrito de La vida tranquila y la certeza de estar ante una escritora, una “profesional”. Queneau rescata el informe que escribió después de leer El square: “En M. D. hay una preocupación por la renovación, por la profundización de su arte, que es poco común entre las escritoras. Puede que aquí haya influencias de Compton-Burnett, se puede pensar también en ciertas tendencias del arte contemporáneo (Beckett, Ionesco e incluso Tardieu); pero eso son menos influencias propiamente dichas que pretextos en la búsqueda de su propia originalidad.”

Y esa búsqueda siguió y se percibe en sus libros: de un estilo más anglosajón en las primeras novelas (algunos críticos señalaron la influencia de Hemingway) pasa a una investigación de otra cosa, hasta encontrar su propia voz para luego someter el “estilo Duras” a una depuración. Partiendo de una tradición más clásica, sus novelas llegan al nouveau roman (pienso en La siesta de M. Andesmas). Su prosa tiene música y conseguirla fue una de sus preocupaciones: en la entrevista con Bernard Pivot enApostrophes, Duras afirma: “He logrado la escritura fluida que buscaba. Ahora estoy segura. Y con escritura fluida quiero decir escritura casi distraída, que corre, que pretende atrapar las cosas más que decirlas.” Un poco antes confiesa: “Empecé con Hiroshima mon amour a ser incorrecta [con el lenguaje].” Hay, además, una constante en la obra de Duras: la obsesión por la verdad, por saber, por contar y por contar de una manera determinada, por entender, una obsesión que desborda y se derrama en el papel. Duras se convirtió en un personaje apasionante: la sospecha del incesto, la relación con la madre, la vuelta de la colonia a la metrópoli, la Resistencia, el niño que nace muerto en 1942, la espera y la vuelta del marido del campo de concentración (que cuenta en La douleur, incluido en Cuadernos de la guerra), la amistad con Mitterrand, la expulsión del Partido Comunista, el alcoholismo, la desintoxicación, el impacto del Holocausto, el amor de Yann Andréa, al que dobla (casi triplica) en edad, y el treintañero chino con el que descubrió el sexo y el placer cuando era adolescente, como cuenta en El amante.

Su biógrafa, Laura Adler, escribe en el mismo especial de Le Monde: “Correr riesgos constantemente, hasta el riesgo de morir. El cuerpo como instrumento. La perdición como principio de aproximación. Ir lo más lejos posible. Con los demás, pero primero con ella misma. No protegerse nunca. Todavía menos de ella misma.” En Escribir, un libro-reflexión que parte de una conversación de 1993 filmada por Benoît Jacquot, Duras afirma: “Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba.” O: “nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe”. Más adelante: “La duda, la duda es escribir.” Y también: “Esa ilusión que tenemos –y que es justa– de ser la única persona que ha escrito lo que hemos escrito, sea nulo o maravilloso.” Y, contundente: “Y para escribir libros que me han permitido saber, a mí y a los demás, que era la escritora que soy.”


Marguerite Duras o el don de fascinar

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Marguerite Duras

MD o el don de fascinarPor BEATRIZ DE MOURA
Jueves, 19 de septiembre de 2002


Beatriz de Moura es editora de Marguerite Duras en España.


'Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los 18 años ya era demasiado tarde', leemos en la primera página de El amante, de la gran Marguerite Duras, auténtica diva de la literatura francesa del siglo XX. Todo parece indicar, por tanto, que a ella le ocurrió antes de los 18 lo que al común de los mortales nos lleva al menos cinco décadas. De hecho, algo definitivo empezó a ocurrirle a 'la niña' a los quince años y medio, cuando, en la travesía del río Mekong en dirección a Saigón, la mirada melancólica de un joven chino muy elegante se detuvo sobre aquel cuerpo frágil, aún casi infantil, que se adivina a través de un vestido raído de seda vagamente blanco que la brisa adhiere a la piel; lleva además un extraño sombrero de ala plana y unos zapatos de tacones altos de lamé dorado.

Por entonces, antes ya de esos 15 años, cuando todo está aún en suspenso en 'la superficie de la fuerza del río', la jovencita ya le había dicho a su madre que lo que quería era escribir. En realidad ya conocía el dolor de muchas pérdidas, de la humillación, de la pobreza, del deseo, y sabía que de eso escribiría un día. 'No se trata de que sea necesario conseguir algo, sino de que sea necesario salirse de donde se está' para hacerlo; eso también lo sabía ella segundos antes de que algo definitivo empezara a ocurrir, en el instante mismo en que el joven chino salió de su limusina, se acercó a ella temblando y le ofreció un cigarrillo inglés. En ese instante, la frágil quinceañera ya estaba preparada para lo que estaba por ocurrir, ya era mayor, casi adulta. Cincuenta y cinco años después, convertida ya en MD, ella misma nos lo confirma en El amante:'Desde el primer instante 'la niña' sabe algo así: que el hombre está en sus manos. (...) También sabe algo más: que, en lo sucesivo, ha llegado sin duda el momento en que ya no puede escapar a ciertas obligaciones que tiene para consigo misma. (...) La niña ahora tendrá que vérselas con ese hombre, el primero, el que se ha presentado en el transbordador'.

Que no se lleve a engaño el lector: no estamos ante una historia más de un primer amor. Por muchos motivos; tantos, que, por no abrumarle, me referiré sólo a dos: primero, porque, aunque -como en las novelas rosa o en los culebrones- el amante sea rico y la niña pobre, él chino y ella blanca, y ese deseo, ese amor, sean imposibles antes ya de empezar, esta historia, que ocurre en 1929 en la antigua Indochina, nos conduce mucho más allá de la simple anécdota; ilumina, con la contagiosa pasión que emana de ella, nuestra propia experiencia, por ajena y lejana que sea de la que lleva a la autora a confesar: 'A los 18 años envejecí. (...) Quienes me conocieron quedaron impresionados al volver a verme dos años después. He conservado aquel nuevo rostro. (...) Tengo un rostro destruido'.

El segundo motivo se refiere a la voz narrativa de la Duras, que ha fascinado a tantos imitadores, destrozándolos, por supuesto, porque, de hecho, es única; su escritura le pertenece sólo a ella, y sólo suyo es el don de fascinar con ese estilo propio, inimitable.

Tuve el privilegio de conocerla poco después de que publicara en Francia El amante. Ella salía del infierno de una cura alcohólica y se sumía aún de vez en cuando en silencios insondables que había que respetar. Debíamos elegir una foto para la cubierta de nuestra edición española, la primera en otro idioma. Desparramó sobre una mesa un montón de fotos de aquellos tiempos, entre los 15 y los 17 años. De pronto, apareció el primer plano de un rostro deslumbrante, la mirada fija en nosotros, una mirada adolescente, triste y perversa, temerosa y atrevida a la vez. ¡Allí estaba 'la niña'! A MD le gustó que la eligiéramos sin vacilar. Esa foto dio luego la vuelta al mundo en la cubierta de incontables ediciones en otros idiomas, porque no cabía duda: era el rostro de MD antes de que se convirtiera en un 'rostro lacerado por arrugas secas', el mismo que teníamos nosotros delante aquella tarde de invierno en París mientras elegíamos la foto.

También le gustó la traducción de Ana María Moix, que ha conseguido transmitir en nuestro idioma a los lectores la fuerza, la peculiaridad de esa escritura inimitable. Esta fuerza convirtió El amante en algo desconocido e insospechado hasta entonces para MD: un best-seller, ¡ella, que ya había escrito más de veinte novelas, que era ya una autora consagrada! A partir de entonces, con el rostro y el cuerpo ya devastados por aquélla y otras experiencias feroces, pasó a ser venerada en el mundo entero.

Envidio de verdad a quienes lean por primera vez este libro, e invito a releerlo a quienes ya lo habían hecho, porque, al igual que los grandes clásicos, su lectura sigue estremeciendo y alumbrando nuevas emociones y reflexiones.





Beatriz de Moura / Traductor, traidor

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Traductor, traidor



Los que, directa o indirectamente, frecuentamos el llamado mundo del libro sabemos hasta qué punto escasean en nuestro país los buenos críticos literarios -y yo diría, incluso, los críticos literarios a secas-. Miguel Garcia Posada es, a mi juicio, uno de esos pocos. Por eso nunca pensé que llegaría el día en que le dirigiría una carta para polemizar con él acerca de una crítica, que considero algo superficial, a una traducción mía de la novela de Marguerite Duras El amante de la China del norte.Después del elogio encendido de este libro, García Posada termina así su crítica, publicada el 26 de octubre en el suplemento Babelia de EL PAÍS: "Los diálogos son cortantes, y al mismo tiempo fluidos, orales, nada manieristas. Lástima que la traducción no siempre esté a la altura del original. La versión española está plagada de galicismos, especialmente sintácticos, que son los que más chirrían". Dos preguntas: ¿se refiere él a los diálogos en francés o a los ya traducidos al castellano?, y ¿habrá leído detenidamente el original francés?
Porque, mire usted, señor García Posada, ¡todo el texto en francés de Marguerite Duras chirría! Ella misma comenta públicamente las "incorrecciones" voluntarias, meditadas, reiteradas de su texto. En una reciente entrevista concedida al número que está en la calle de la revista Ellede España vuelve a repetirlo. Contrariamente a El amante, en la que el lector leía -oía- el texto como una música, aquí la historia está contada por voces que, todas ellas, por razonas diversas, distorsionan sintácticamente el francés: la niña, porque es niña y se siente "de allá"; el Chino, porque su francés es imperfecto, y cuando está colgado de opio, aún más; el hermano pequeño, simplemente porque es "diferente"; Thanh, que es de Siam, según la propia autora en la novela, habla "la lengua de Thanh". Esas rarezas sintácticas -esa étrangeté-, al borde de la incorrección, aunque chirríen, son perfectamente legibles, inteligibles.
Limar o edulcorar en mi versión al castellano estas rarezas deliberadas de la autora hubiera sido una traición grave. Lo que probablemente a los franceses les resulte exótico, al señor García Posada, en castellano, le resulte galicismo sintáctico. Si esto, a un lector español, le resulta exótico, aunque perfectamente legible, ¡creo haber conseguido mi propósito!-



Marguerite Duras o el don de Dios

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Marguerite Duras

Duras o el don de Dios


Al pensar en esta escritora otrora célebre -también entre nosotros- lo primero que me viene a la cabeza es traducir su verdadero nombre, pues lo de "Duras" era un seudónimo que ocultaba su auténtico patronímico de "Donnadieu", que quiere decir algo así como "don de Dios" en francés, lo que no está tan mal para definirla al fin y al cabo. Pues esta escritora, nacida en Vietnam cuando era una colonia francesa en 1913, y muerta en París en 1996, licenciada en Derecho, casada con un resistente difícilmente rescatado de Dachau, con un hijo nacido de otra relación y repleta de aventuras, llegó a publicar cuarenta novelas, doce obras teatrales y a realizar veinticinco películas, más varios libros de artículos y entrevistas, antes de alcanzar el olor de santidad literaria diez años antes de morir, consiguiendo un premio Goncourt espectacular, El amante, que se vendió por doquier a millones de ejemplares. Y éste puede ser también un ejemplo de la vertiginosa rapidez con que la fama literaria desaparece hoy en manos de un mercado ansioso y voraz en busca de nuevos filones, por banales y vulgares que sean. ¿Sigue siendo la literatura un valor permanente en nuestros desdichados días?
"Desde muy temprano [desde los 18 a los 20 años, aludiendo a las arrugas que destruyeron su rostro juvenil] todo fue en mi vida demasiado tarde", dice Duras al principio de El amante, libro si no directamente autobiográfico, sí en buena medida inspirado en hechos de su propia vida, o en buena parte en comentarios surgidos en torno a fotografías de la época. Pues la larguísima obra de Duras está inspirada en las propias raíces de su existencia, arroja cables anclados en Oriente y Occidente. Sus primeras novelas -Los impúdicos es un intento existencial y Un dique contra el Pacífico, testimonial- revelaban su tendencia autobiográfica y su base existencialista, aunque poco después derivó hacia las vanguardias de la época, esto es, la moda delnouveau roman, en libros de gran fuerza y sencillez, El square y Moderato cantabile o Destruir, dice. Al mismo tiempo, escribe el guión de una de las películas más célebres del momento, Hiroshima mon amour, que filmada por Alain Resnais marca el acercamiento de Marguerite Duras al mundo del cine, que alternará desde entonces con la novela, tanto como guionista -en colaboración con Gérard Jarlot- como realizadora, donde plasmó también sus aficiones vanguardistas, más directamente que en la literatura, en 25 filmes muchas veces escritos "a la contra" del público de la época y bastante incomprendidos, pero que ampliaron de manera considerable el mundo de sus amistades y relaciones personales, pues sus libros fueron llevados a la pantalla por René Clément, Peter Brooks, Jules Dassin, Toni Richardson y Peter Handke. Y al respecto recuerdo la impresión que me produjo la lectura de India Song ("texto-teatro-filme"), la visión de la película rodada sobre él del mismo título, y de su complemento Su nombre de Venecia en Calcuta desierta, que rodada en su escenario vacío hace resonar en "voz en off" los diálogos de la anterior.
Después, Marguerite Duras alternó su residencia parisién de la rue Saint-Benoit, donde había nucleado un grupo, primero resistente en torno a François Mitterrand (quien salvó a Robert Antelme, autor después de un libro fundamental, La especie humana) y Dionys Mascolo, el padre de su hijo, luego comunista durante cinco años (de donde fue expulsada) y que luego alquilaría un ático al futuro escritor español Enrique Vila-Matas, quien ha escrito unos buenos recuerdos sobre ella, con una casa que compró en Neauphle-le-Chateau, donde siguió con su trabajo global e incesante, aunque al final se instalaría en Normandía, en la residencia las Rocas Negras, donde residió casi hasta su muerte, que sucedió en su domicilio parisién. Sus últimos años fueron los del trabajo incesante mientras luchaba contra el alcohol, la degeneración física, pues hasta llegó a estar en coma, del que salió cuando escribía los comentarios a sus imágenes que le proporcionaronEl amante, su éxito final. La compañía del joven homosexual Yan Andrea dulcificó los últimos días -le inspiró la magistral novela breve La enfermedad de la muerte y le hizo escribir algunos libros sobre sus imposibles amores-, mientras a su vez ella seguía con todas sus carreras, narrativa y cinematográfica, donde habría que citar, después del Goncourt, los textos maestros de la guerra (El dolor) y la nueva novela con que intentó corregir su éxito reciente, El amante de la China del Norte. Los últimos días en que la vi fue en diversas entrevistas de la televisión francesa, con un micrófono que ocultaba su traqueotomía, deslumbrante de lucidez, poesía y sencillez hasta los últimos momentos, dejándome el recuerdo de una artista conservadora y experimental, que superó con sencillez y poesía todos los misterios y todos los escándalos, que se le deshacían entre las manos. Lo dicho, un misterioso don de Dios, o de quien sea.





Así comienza / El amante / Marguerite Duras

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Marguerite Duras
EL AMANTE
Traducción de Ana María Moix

Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven usted era hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado".


*

Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquella en la que me reconozco, en la que me fascino.

*

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, el desarrollo de una lectura. Sabía también que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está desruida. Tengo un rostro destruido.


Marguerite Duras
El amante
Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 9-11


Lea, además






Marguerite Duras / El hermano ladrón

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Marguerite Duras con sus hemanos
Marguerite Duras
EL HERMANO LADRÓN
Traducción de Ana María Moix

Diré también lo que era, cómo era. Es así: roba a los criados para ir a fumar opio. Roba a nuestra madre. Registra los armarios. Roba. Juega. Antes de morir mi padre había comprado una casa en Entre-deux-Mers. Era nuestra única posesión. Juega. Mi madre la vende para pagar las deudas. No es suficiente, nunca es suficiente. Joven, intenta venderme a los clientes de la Coupole. Es por él por quien mi madre quiere seguir viviendo, para que siga comiendo, para que duerma abrigado, para que siga oyendo pronunciar su nombre. Y la propiedad que le compró cerca de Amboise, diez años de ahorros. Hipotecada en una noche. Ella pagó los intereses. Y todo el fruto de la tala de árboles que ya he mencionado. En una noche. Robó a mi madre moribunda. Se trataba de alguien que registraba armarios, que tenía buen olfato, que sabía buscar bien, descubrir las buenas pilas de sábanas, los escondrijos. Robó las alianzas, cosas así, mucho, las joyas, el sustento. Robó a Dô, a los criados, a mi hermano menor. A mí, mucho. La hubiera vendido a ella, a su madre. Cuando muere la madre hace venir al notario, enseguida, en mitad del transtorno de la muerte. Sabe aprovecharse del trastorno de la muerte. El notario dice que el testamento no es válido. Que la madre ha favorecido demasiado al hijo mayor a mis expensas. La diferencia es enorme, posible. Es muy dulce, afectuoso como siempre después de sus asesinatos o cuando necesita de tus servicios. Mi marido ha sido deportado. Se compadece. Se queda tres días. Lo he olvidado, cuando salgo no cierro nada. Registra. Guardo el azúcar y el arroz de mis cupones para cuando mi marido regrese. Registra y coge. Sigue registrando un armario pequeño, en mi habitación. Encuentra. Coge todos mis ahorros, cincuenta mil francos. No deja ni un solo billete. Deja el apartamento con sus hurtos. Cuando vuelva a verle no le hablaré del asunto, para él la vergüenza es tan grande que no podré hacerlo. Después del  falso testamento, el falso castillo Luis XIV fue vendido por un mendrugo de pan. La venta estuvo trucada, como el testamento.
Después de la muerte de mi madre está solo. No tiene amigos, nunca tuvo amigos, a veces tuvo mujeres a las que hacía "trabajar" en Montparnasse, a veces mujeres a las que no hacía trabajar, al menos al principio, a veces hombres pero que le pagaban, ellos. Vivía en una gran soledad. Eso aumentó con la vejez. Era simplemente un golfo, sus causas eran pobres. Creó el miedo a su alrededor, no más allá. Con nosotros perdió su verdadero imperio. No era un gángster, era un golfo de familia, un registrador de armarios, un asesino sin armas. No se arriesgaba. Los golfos viven como él vivía, sin solidaridad, sin grandeza, en el miedo. Tenía miedo. Después de la muerte de mi madre llevó una existencia extraña. En Tours. Sólo conoce a los camareros para los "soplos" de las carreras y a la clientela vinosa de los pockers de trastienda. Empieza a parecérseles, bebe mucho, se le han pegado los ojos inyectados, la boca torva. En Tours ya no le queda nada. Liquidadas las dos propiedades, nada. Durante un año vive en un guardamuebles alquilado por mi madre. Durante un año duerme en un sillón. Consienten en dejarle entrar. Quedarse allí un año. Y luego lo echan a la calle.
Durante un año debió esperar rescatar su propiedad hipotecada. Se ha jugado los muebles de mi madre, uno a uno, los del guardamuebles, los budas de bronce, los objetos de cobre, y luego las camas y luego los armarios y luego las sábanas. Y luego un día no le queda nada, eso le ocurre, un día tiene el traje que lleva puesto, nada más, ni una sábana, ni un cubierto. Está solo. En un año nadie le ha abierto su puerta. Escribe a sus primos de París. Tendrá una habitación de servicio en Malesherbes. Y con más de cincuenta años tendrá su primer empleo, el primer sueldo de su vida, es ordenanza en una compañía de seguros marítimos.Duró, creo, quince años. Fue al hospital. No murió allí. Murió en su habitación.

*

Mi madre nunca habló de ese hijo. Nunca se quejó. Nunca habló del registrador de armarios a nadie. Esta maternidad fue como un delito. La mantenía oculta. Debía de considerarla ininteligible, incomunicable a cualquiera que no conociera a su hijo como ella lo conocía, ante Dios y solamente ante El. Decía de él trivialidades insignificantes, siempre las mismas. Que si hubiera querido habría sido el más inteligente de los tres. El más “artista”. El más fino. Y también el que más había querido a su madre. El que, en definitiva, la había comprendido mejor. No sabía, decía, que podía esperarse eso de un hijo, tal intuición, una ternura tan profunda.

*

Volvimos a vernos una vez, me habló del hermano menor, muerto. Dijo: "Qué horror esa muerte, es abominable, nuestro hermano pequeño, nuestro pequeño Paulo".
         Queda una imagen de nuestro parestesco: es una comida, en Sadec. Ellos tienen diecisiete y dieciocho años. Mi madre no está con nosotros. Él mira cómo mi hermano menor y yo comemos, y luego deja el tenedor, sólo mira a mi hermano menor. Le mira muy largamente y luego le dice de repente, muy calmadamente, algo terrible. La frase se refiere a la comida. Le dice que debe ir con cuidado, que no debe comer tanto. El hermano menor no contesta. El otro sigue. Le recuerda que los trozos grandes de carne son para él, que no debe olvidarlo. Si no, dice. Pregunto: ¿por qué para ti? Dice: porque es así. Digo: ojalá te mueras. No puedo seguir comiendo. El hermano menor tampoco. El espera a que el hermano menor se atreva a pronunciar palabra, una sola palabra, sus puños cerrados están prestos encima de la mesa para destrozarle la cara. El hermano menor no dice nada. Está muy pálido. Entre sus pestañas, el inicio del llanto.

*

Cuando muere es un día triste. De primavera, creo, de abril. Me telefonean. Nada, no me dicen nada más. Lo han encontrado muerto, en el suelo, en su habitación. La muerte llevaba ventaja sobre el final de su historia. En vida ya estaba acabado, era demasiado tarde para que muriera, era un hecho desde la muerte del hermano pequeño. Las palabras subyugantes: todo está consumado.

Ella pidió que los enterraran juntos. Ya no sé dónde, en qué cementerio, sé que en el Loira. Están los dos en la tumba, sólo los dos. Es justo. La imagen es de un esplendor intolerable.




Marguerite Duras / El cuerpo de Hélène Lagonelle

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Marguerite Duras
El cuerpo de Hélène Lagonelle
Traducción de Ana María Moix

Vuelvo junto a Hélène Lagonelle. Está tendida en un banco y llora porque cree que voy a dejar el pensionado. Me siento en el banco. Estoy extenuada por la belleza del cuerpo de Hélène Lagonelle tendido contra el mío. Ese cuerpo es sublime, libre bajo el vestido, al alcance de la mano. Los senos son como jamás los he visto. Nunca los he tocado. Hélène Lagonelle es impúdica, no se da cuenta, se pasea completamente desnuda por los domitorios. Entre las cosas más bellas creadas por Dios, está ese cuerpo de Hélène Lagonelle, incomparable, ese equilibrio entre la estatura y la manera en que el cuerpo sostiene los senos, fuera de él, como algo aparte. Nada más extraordinario que esa redondez exterior  de los senos sostenidos, esa exterioridad dirigida hacia las manos. Incluso el cuerpo de pequeño culí de mi hermano menor se eclipsaba frente a ese esplendor. Los cuerpos masculinos tienen formas avaras, recluidas. Tampoco se echan a perder como las de Hélène Lagonelle que quizá sólo duren un verano, calculando largo, nada más. Hélène Lagonelle procede de las altiplanicies de Dalat. Su padre es funcionario del puesto. Llegó hace poco tiempo, en pleno curso escolar. Tiene miedo, se te pone al lado, se queda ahí sin decir nada, llorando con frecuencia. Tiene la tez rosada y morena de la montaña, destaca, aquí, donde todas las niñas poseen la palidez verdosa de la anemia, del calor tórrido. Hélène Lagonelle no va al instituto. Hélène Lagonelle no sabe ir a la escuela. No aprende, no retiene. Asiste a los cursos primarios del pensionado pero eso no sirve para nada. Llora contra mi cuerpo, y acaricio sus cabellos, sus manos, le digo que me quedaré con ella en el pensionado. Ignora que Hélène Lagonelle es hermosa. Sus padres no saben qué hacer con ella, intentan casarla. Lo más deprisa posible. Hélène Lagonelle encontraría todos los novios que quisiera, pero no los desea, no desea casarse, desea volver con su madre. Ella. Hélène L. Hélène Lagonelle. Al final hará lo que su madre quiera. Es mucho más hermosa que yo, que la del sombrero de clown, calzada de lamé, infinitamente más casable, Hélène Lagonelle, Hélène, pueden casarla, instalarla en la conyugalidad, asustarla, explicarle lo que le da miedo y no comprende, ordenarle esperar ahí, esperar.


*

Hélène Lagonelle, ella, Hélène, todavía no sabe lo que yo sé. Sin embargo, ella, Hélène, tiene diecisiete años. Como si lo adivinara, nunca sabrá lo que yo sé.

*

El cuerpo de Hélène Lagonelle es torpe, aún inocente, qué dulzura la de su piel, como la de ciertos frutos, está a punto de no ser percibida, un poco ilusoria, es demasiado. Hélène Lagonelle inspira deseos de matarla, incita al maravilloso sueño de matarla con sus propias manos. Lleva sus formas de flor de harina sin ninguna sabiduría, las exhibe para que sean amasadas por las manos, para que la boca las coma, sin retenerlas, sin conocerlas, sin conocer tampoco su fabuloso poder. Me gustaría comer los senos de Hélène Lagonelle como él come mis senos en la habitación de la ciudad china donde cada tarde voy a profundizar en el conocimiento de Dios. Ser devorada por esos senos de flor de harina que son los suyos.

*

Mi deseo de Hélène Lagonelle me extenúa. 
Mi deseo me extenúa.
Quiero llevarme a Hélène Lagonelle, allí donde cada tarde, con los ojos entrecerrados, me hago dar el placer que hace gritar. Me gustaría entregar Hélène Lagonelle a ese hombre que  hace eso encima de mí para que, a su vez, lo haga encima de ella. En mi presencia, que ella lo haga según mis deseos, que se entregue allí donde yo me entrego. El rodeo del cuerpo de Hélène Lagonelle, la travesía de su cuerpo, es el medio por el que alcanzaría el placer de él, entonces definitivo.
 Para morirse.

*

La veo como participando de la misma carne que ese hombre de Cholen pero en un presente irradiante, solar, inocente, en una eclosión repetida de sí misma, en cada gesto, en cada lágrima, en cada uno de sus fallos, en cada una de sus ignorancias. Hélène Lagonelle, ella es la mujer de ese siervo que me proporciona el goce tan abstracto, tan intenso, ese hombre sombrío de Cholen, de China. Hélène Lagonelle es de China.
No he olvidado a Hélène Lagonelle. No he olvidado a ese siervo. Cuando me marché, cuando le dejé, estuve dos años sin acercarme a ningún otro hombre. Pero esa misteriosa fidelidad debía de ser a mí misma.
Sigo estando en esta familia, es ahí donde habito con exclusión de cualquier otro lugar. En su aridez, en su terrible dureza, en su malignidad siento la más profunda seguridad en mí misma, en lo más profundo de mi esencial certidumbre, sé que más tarde escribiré.

*

Ese es el lugar donde agarrarme más tarde, una vez ido el presente, con exclusión de cualquier otro lugar. Las horas que paso en el apartamento de Cholen hacen aparecer ese lugar envuelto en una luz fresca, nueva. Es un lugar irrespirable, rayana la muerte, un lugar de violencia, de dolor, de desesperación, de deshonra. Y tal es el lugar de Cholen. Al otro lado del río. Una vez cruzado el río.

*



No he sabido qué fue de Hélène Lagonelle, si murió. Fue ella la primera en dejar el pensionado, mucho antes de mi viaje a Francia. Regresó a Dalat. Su madre le pidió que volviera a Dalat. Creo recordar que para casarla, que debía encontrar un novato llegando de la metrópoli. Quizá me equivoque, quizá confunda lo que creía que le sucedería a Hélène Lagonelle con esa partida obligada, reclamada por su madre.



Marguerite Duras
El amante
Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 92- 96


Lea, además

Marguerite Duras / Un día

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June March
El amante, de Jean-Jacques Annaud
1991
Marguerite Duras
UN DÍA
Traducción de Ana María Moix

Un día no está delante del instituto. El chófer está solo en el coche negro. Me dice que el padre está enfermo, que su joven señor ha regresado a Sadec. Que él, el joven chofer, ha recibido órdenes de quedarse en Saigón para llevarme al instituto y acompañarme al pensionado. El joven señor regresó al cabo de unos días. De nuevo estaba en la parte trasera del coche negro, el rostro vuelto para no ver las miradas, siempre con el miedo. Nos besamos, sin pronunciar palabra, abrazados, ahí, hemos olvidado, delante del instituto, abrazados. En el beso lloraba. El padre seguiría viviendo. Su última esperanza se desvanecía. Se lo había pedido. La había suplicado que le dejara retenerme con él contra su cuerpo, le había dicho que debía comprenderle, que también él debía haber vivido al menos una vez una pasión como ésa en el transcurso de su larga vida, que era imposible que hubiera sido de otro modo, le había rogado que le permitiera vivir, a su vez, una vez, una pasión semejante, esa locura, ese amor loco de la chiquilla blanca, le había pedido que le dejara el tiempo de seguir amándola antes de volver a mandarlo a Francia, de dejársela aún, aún un año quizá, porque no le era posible dejar ya ese amor, era demasiado nuevo, demasiado fuerte todavía, todavía demasiado en su violencia naciente, que todavía era demasiado terrible separarse de su cuerpo, y más teniendo en cuenta, el padre lo sabía perfectamente, que eso nunca más volvería a producirse.
El padre le había repetido que prefería verlo muerto.
Nos bañamos juntos con el agua fresca de las tinajas, nos besamos, lloramos y volvió a ser algo para morirse, pero esta vez, ya, de un inconsolable goce. Y después le dije. Le dije que no había que arrepentirse de nada, le recordé lo que había dicho, que me iría de todas partes, que no podía decidir mi conducta. Dijo que incluso eso le daba igual en lo sucesivo, que todo se había desbordado. Entonces le dije que yo era de la misma opinión que su padre. Que me negaba a seguir con él. No aduje razones.


Marguerite Duras
El amante
Barcelona, Tusquets, 1984, pp. 104- 106


Marguerite Duras / El amante / Despertares del deseo

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Elamantemirada
Tony Leung y Jane March en la adaptación al cine de El amante, dirigida por Jean-Jacques Annaud.

Winston Manrique Sabogal
DESPERTARES DEL DESEO 
Y DEL PLACER
EN "EL AMANTE"

El País, 25 de julio de 2012

“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. (…)
Diré más, tengo quince años y medio.
El paso de un transbordador por el Mekong.
La imagen persiste durante la travesía del río.
Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación. (…)
No son los zapatos la causa de que, ese día, haya algo insólito, inaudito, en la vestimenta de la pequeña. Lo que ocurre ese día es que la pequeña se toca la cabeza con un sombrero de hombre, de ala plana, un sombrero de fieltro flexible de color de palo de rosa con una ancha cinta negra.
La ambigüedad determinante de la imagen radica en ese sombrero. (…)
En el transbordador, junto al autocar, hay una gran limusina negra con un chófer con librea de algodón blanca. Sí, el coche mortuorio de mis libros. Es el Morris Léon-Bollée. (…)
En la limusina hay un hombre muy elegante que me mira. No es un blanco. Viste a la europea, lleva el traje de tusor blanco propio de los banqueros de Saigón. Me mira. Ya estoy  acostumbrada a que me miren. Miran a las blancas de las colonias, y a las niñas blancas de doce años también. Desde hace tres años los blancos también me miran por las calles y los amigos de mi madre me piden amablemente que vaya a merendar a su casa a la hora en que sus mujeres juegan tenis en el Club Deportivo. (…)
Quince años y medio. El cuerpo es delgado, casi enclenque, los senos aún de niña, maquillada de rosa pálido y de rojo. Y además esa vestimenta que podría provocar risa pero de la que nadie se ríe. Sé perfectamente que todo está ahí. Todo está ahí y nada ha ocurrido aún, lo veo en los ojos, todo está ya en los ojos. (…)

Elamantebesosexo










La pequeña del sombrero de fieltro aparece  a la luz fangosa del río, sola en el puente del transbordador, acodada en la borda. El sombrero de hombre colorea de rosa toda la escena. Es el único color. Bajo el sol brumoso del río, el sol del calor, las orillas se difuminan, el río parece juntarse en el horizonte”.
Es el inicio de la confesión. Es el viaje que Marguerite Duras emprende río arriba hacia el secreto de su vida en Indochina. Allá empieza todo en su vida, allí acaba todo en su vida. Lo escribió en 1985 en una novela corta titulada El amante. Pasajes de una vida repleta de sentimientos, emociones, desesperación y sueños convertidos en fragmentos literarios que van de aquí para allá en un breve periodo de tiempo y espacio; a la vez que salda cuentas con su madre en un entorno de cierta penuria y donde ella ya sabe que quiere escribir. La obra mereció el Premio Goncourt y luego fue llevada al cine. 



Duras (Saigón, 1914-París, 1996), una de las más significativas representantes del nouveau roman de la literatura francesa, evoca con profunda sinceridad aquel despertar a la vida sensual y sexual, al placer, a esos momentos en los que las miradas ajenas tornean la existencia antes de que lo haga la propia conciencia de la persona. Todo está ahí. Instintos, pasiones, miedos, secretos, deseos y sentimientos claros, pecaminosos o desconocidos ya anidan en ella a los quince años y medio, sólo aguardan su hora para revelarse. Y aquellos despertares los revive Marguerite Duras en esta intensa novela donde el verano parece el cómplice no buscado pero esperado.
La suya es una iniciación a la vida inquietante, turbadora, cuando menos singular a la mirada oficial y común, pero más habitual de lo que pensamos: una adolescente tanteando en sus instintos y a punto de estallar la florescencia de su belleza, se enreda en una relación con un rico comerciante chino de 26 años. Lo que empieza como un juego de atracción y seducción y poder  metamorfosea en una relación de vaivenes de deseos, amores y cautiverios emocionales y subyugantes que precipitan los años, el tiempo… la dicha de la desdicha en la que una escritora se ha puesto delante de su espejo.
“El hombre elegante se ha apeado de la limusina, fuma un cigarrillo inglés. Mira a la jovencita con sombrero de fieltro, de hombre, y zapatos dorados. Se dirige hacia ella. Resulta evidente: está intimidado. Al principio, no sonríe. Primero le ofrece un cigarrillo. Su mano tiembla. (…)
Elamantecoche









Repite que es realmente extraordinario verla en ese transbordador. Por la mañana, tan pronto, una chica tan hermosa como ella, usted no se da cuenta, resulta inesperado, una chica blanca en un autocar indígena. (…) ¿Me permite que la lleve a su casa, en Saigón? Está de acuerdo. El hombre dice al chófer que recoja del autocar el equipaje de la chica y que lo meta en el coche negro.
Entra en el coche negro. La portezuela vuelve a cerrarse. Una angustia apenas experimentada se presenta de repente, una fatiga, la luz en el río que se empaña, pero apena. Una sordera muy ligera también, una niebla, por todas partes.

Nunca más haré el viaje en el autocar destinado a los indígenas. En lo sucesivo, tendré a mi disposición una limusina para ir al instituto y para devolverme al pensionado. Cenaré en los locales más elegantes de la ciudad. Y seguiré ahí, lamentándome de todo lo que haga, de todo lo que deje, de todo lo que tome, tanto lo bueno como lo malo”.
El hombre está en manos de la niña adolescente. Ella lo sabía antes de que él se le acercara. Un duelo. Ella cree saber lo que ella quiere, intuye lo que él cree saber sobre lo que desea de ella…





“Le dice: preferiría que no me amara. Incluso si me ama, quisiera que actuara como acostumbra a hacerlo con las mujeres. La mira como horrorizado, y le pregunta: ¿quiere? Dice que sí. Él ha empezado a sufrir ahí, en la habitación, por primera vez, ya no miente sobre esto. Le dice que ya sabe que nunca le amará. Le deja hablar. Dice que está solo, atrozmente solo con este amor que siente por ella. Ella dice que también está sola. No dice con qué. Él dice. Me ha seguido hasta aquí como si hubiera seguido a otro cualquiera. Ella responde que no puede saberlo, que nunca ha seguido a nadie a una habitación. Le dice que no quiere que le hable, que lo que quiere es que actúe como acostumbra a hacerlo con las mujeres que lleva a su piso.
Le ha arrancado el vestido, lo tira, le ha arrancado el slip de algodón blanco y la lleva hasta la cama así desnuda.  (…) La piel es de una suntuosa dulzura. El cuerpo. El cuerpo es delgado, sin fuerza, sin músculo, podría haber estado enfermo, estar convaleciente, es imberbe, sin otra virilidad que la del sexo, está muy débil, diríase a merced de un insulto, dolido. Ella no lo mira a la cara. No lo mira. Lo toca. Toca la dulzura de su sexo, de la piel, acaricia el color dorado, la novedad desconocida. Él gime, llora. Está inmerso en un amor abominable”.

Elamantebeso







El dolor se ha instalado en ambos. No son conscientes del todo, no quieren reconocer su alcance… pero deseo, amor y dolor… y angustia se trenzan en un solo sentimiento que alguien podría llamar pasión, pero en ellos también es simple y llanamente una forma de huida y orfandad.  

“No sabía que sangraba. Me pregunta si duele, digo que no, dice que se siente feliz. Seca la sangre, me lava. Le miro hacer. Insensiblemente vuelve, se vuelve otra vez deseable. (…) Descubro que le deseo. (…)
Me habla, dice que enseguida supo, ya desde la travesía del barco, que yo sería así después de mi primer amante, que amaría el amor, dice que ya sabía que le engañaría y que también engañaría a todos los hombres con los que estuviera. Dice que, en lo que a él respecta, ha sido el instrumento de su propia desdicha. Me siento feliz con todo lo que me vaticina y se lo digo. Se vuelve brutal, su sentimiento es desesperado, se arroja encima de mí, come los pechos infantiles, grita, insulta. Cierro los ojos a un placer intenso. Pienso: lo tiene por costumbre, eso es lo que hace en la vida, el amor, solo eso. Las manos son expertas, maravillosas, perfectas”.



Y así transcurre el primer verano de la pasión perpetua de esa niña-adolescente que huye, que busca, que cuenta, que se descubre, que confiesa su revelación ante la transfiguración del placer que confunde con otras cosas como amor, ¿o al revés?. Y todo lo que ello conlleva y conllevará en su vida, como reconoce al comienzo de la novela: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”. La niña-adolescente se siente feliz. Vive y descubre ese ahora pleno que cree la llevará a la conquista de un futuro dichoso. Allí busca refugio, su madre y su hermano vivo y su hermano muerto rodean su vida:
 “En mi infancia, la desdicha de mi madre ha ocupado el lugar del sueño”.
“Nunca bailo con mi hermano mayor, nunca he bailado con él. Siempre cohibida por el inquietante recelo de un peligro, el de ese atractivo maléfico que ejerce sobre todos, el de la proximidad de los cuerpos”.
“Ese insensato amor que le profeso (a su hermano pequeño muerto) sigue siendo para mí un insondable misterio. No sé porqué le quería hasta ese extremo de querer morir de su muerte. Hacía diez años que nos habíamos separado y cuando sucedió raramente pensaba en él, le quería, parece, para siempre y nada nuevo podía alcanzar ese amor. Yo había olvidado la muerte”.

Elamanteella












Hay mucho más bajo las palabras confesadas, hechos y pensamientos para los que no hay palabras. Secretos, ambigüedades, revelaciones, desespero y como un náufrago parece, a veces, la narradora de El amante. También está a la espera. ¿De qué?  Tal vez de lo tenido antes de que todo se contaminara, se volatilizara y ella se pasara el resto de su vida tratando de atrapar sus pedazos. Un pasaje hacia el final de la novela muestra para mí el lado más conmovedor de esta  novela devastadora de Marguerite Duras, en esas palabras no hay amor, seducción, juego o poder ni ningún sentimiento hacia otro, solo búsqueda, solo espera y esperanza, y con él cierro este largo post:

“Recuerdo mal los días. La luminosidad solar empañaba los colores, aplastaba. De las noches me acuerdo. El azul estaba más lejos que el cielo, estaba detrás de todas las densidades, recubría el fondo del mundo. El cielo, para mí, era esa estela de pura brillantez que atraviesa el azul, esa fusión fría más allá de cualquier color. El aire era azul, se cogía con la mano. Azul. El cielo era esa palpitación continua de la brillantez de la luz”.
Con esta hermosa imagen terminó el viaje al Verano literario de hoy. Un repaso a un periodo estival cuando, menos sui géneris y tan turbador como bello. ¿Qué opinan ustedes de El amante?
El amante. Marguerite Duras. Traducción de Ana Maria Moix.

Jean-Jacques Annaud / Las tres mujeres de "El amante"

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Jane March

Las tres mujeres de 'El amante'

El director Jean-Jacques Annaud y la actriz Jane March presentan la película en Madrid



Tres mujeres han sido claves para El amante, la última película del director francés Jean-Jacques Annaud: Marguerite Duras, autora de la novela; Jane March, la joven protagonista del filme, y Jeanne Moreau, la voz en off que narra la historia. "No quería la voz de Duras, quería su fuerza. Tenía que ser una voz con edad, amor, tabaco y el poder de una vida difícil y maravillosa al mismo tiempo. Sólo podía ser Jeanne Moreau", dice el director, que vio esa misma fuerza en el perfecto rostro de Jean March, una chica de los bajos fondos londinenses.
"Jeanne Moreau y Marguerite Duras, que se conocen desde hace muchos años y son grandes amigas, se han peleado. Ahora se odian, pero en realidad se aman. Así son estas mujeres tan fuertes. Para ellas es difícil ser encantadoras. Son demasiado vulnerables. No pueden sobrevivir de otra manera", cuenta Annaud."La actriz también es de esta naturaleza. Oculta su fragilidad con una dureza insoportable", dice mientras mira a Jane March, la joven protagonista de El amante, que se estrena el viernes en España. Annaud desafió a Duras, que tenía sus propias candidatas, y eligió a la inglesa para el papel. "Fue el silencio de Jane lo que me impresionó. No es un silencio forzado, tiene el misterio y la fuerza que requería el personaje", dice el director.




"No podía complacer a Duras porque sabía que cambiaría a la chica una y otra vez. No le gustaba Jane porque la elegí yo. Pero en realidad no le gustaba ninguna porque ninguna era ella. Y es lógico, porque es duro ver la memoria de uno en imágenes que por mucho que se parezcan a la realidad son una recreación", añade el director de En busca del fuego, El oso y su gran éxito, El nombre de la rosa. "Nadie daba un duro por el proyecto; Umberto Eco vendió los derechos de su libro por tan poco dinero que sólo pudo comprarse un coche con el dinero de una película que ha dado millones", dice.
Annaud, que se crió cinematográficamente en la publicidad -ha rodado más de 500 anuncios-, dice que de francés sólo tiene el pasaporte. "Vivo en los países en los que proyectan mis películas, mi casa son los hoteles y mi dinero me lo gasto en viajar por países exóticos", añade. A sus 49 años brinca, se exalta, se ríe y exagera mientras habla sin parar. Jane March, de 19 años, no se mueve. "Ahora vivo en París y quiero estudiar francés", dice. "Leí la novela el mismo día de la selección. Me lo he pasado bien rodando la película, pero las escenas de sexo fueron duras. Lloré mucho, lloraba todo el día. Odiaba al actor chino, a todo el equipo y a mí misma. Estaba muy nerviosa", cuenta mientras saca un cigarrillo y pide fuego. Jane March va pintada y lleva unos tacones enormes que no disimulan su pequeña estatura.
"Cualquier actriz joven es comparada con una Lolita, pero no se puede decir que Duras haya sido una Lolita, no tiene sentido", dice. "Nunca había venido a España. Ayer estuve paseando por Madrid, qué bonito", añade con la voz muy baja. "Sé que mi personaje es muy cruel, pero ella también es víctima de esa crueldad. Todos podemos ser crueles, no importa la edad, aunque quizá la crueldad de una adolescente es la más terrible porque no es consciente de ella. Creo que todas hemos pasado por historias parecidas a la de El amante,porque llega un momento en que queremos conocer nuestros límites, aunque lo que a Duras le ocurrió con 15 años ahora sucede con 12".

Amigos

Annaud, que lleva una camisa tan blanca como su pelo y unos pantalones tan azules como sus ojos, cree que Marguerite Duras, que ha criticado violentamente la película y al director, siempre será su amiga. "Así es su carácter", dice. "Lo cierto es que todos los que intentan escribir un guión juntos acaban odiándose, aunque en el fondo se crean unos lazos que jamás se romperán. Además, ahora ha ocurrido algo curioso. Marguerite, que niega haber visto la película, me ha llamado y me ha dicho que quiere conocer a Jane. Se van a conocer, algo que Marguerite no había querido hasta ahora"."Duras, que era una mujer bellísima, preciosa, no entiende cómo ha podido transformarse en lo que es ahora. El paso del tiempo ha sido muy cruel con su cuerpo, y eso es algo que ella reconoce y dice, pero que no consiente que nadie se lo diga, que nadie se lo recuerde. Ver a Jane será un insulto para ella y su fragilidad".



Marguerite Duras / Amor en Indochina

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Marguerite Duras

Amor en Indochina

  • 'EL AMANTE'

La infancia y primera juventud de la escritora francesa Marguerite Duras en Indochina es la base de buena parte de su producción literaria, pero en especial de tres novelas que escribe a lo largo de más de cuarenta años. En ellas narra cada vez con mayor intensidad y un estilo literario más depurado el fracaso de la aventura familiar en Oriente y la dura vida que llevan cerca de Saigón su padre, sus dos hermanos y ella.La primera de estas novelas es Un dique contra el Pacífico, publicada originalmente en 1950, y narra la fracasada lucha familiar contra el océano y origen de su ruina. Sobre ella, René Clement escribe y dirige en 1957 una versión cinematográfica protagonizada por Silvana Mangano, Anthony Perkins y Alida Valli. Tiene cierto éxito, pero en España nunca se estrena por los habituales problemas de censura de la época.

El amante

L'amant (1991). Director: Jean-Jacques Annaud. Guionistas: Gérard Brach, Jean-Jacques Annaud. Fotografía: Robert Fraisse. Intérpretes: Jane March, Tony Leung, Frèderique Meininger, Arnaud Giovaninetti, Melvil Poupard. Francia-Reino Unido. Estrenada en Madrid: Palacio de la Música, Cid Campeador, Novedades, Aluche, Parquesur, Minicines Majadahonda, Multicines Fuenlabrada, Multicines Villalba, California (versión original).
La segunda novela de la serie es El amante, originalmente se publica en 1984 y tiene una enorme repercusión. Supone que Marguerite Duras gane el codiciado Premio Goncourt, se traduzca a múltiples idiomas, se vendan muchos miles de ejemplares y vuelva a hacerse una adaptación cinematográfica.Producida por el arriesgado productor e irregular realizador Claude Berri y dirigida por el especialista en grandes producciones europeas Jean-Jacques Annaud con la colaboración en el guión del prestigioso Gérard Brach, la adaptación cinematográfica de Eamante es, antes que nada, lo que se llama un producto de calidad europeo, con versión original en inglés, pensado para luchar en su propio terreno contra el dominante cine norteamericano.
El problema de esta cara y espectacular versión de El amante es que la cuidada reconstrucción de la Indochina de finales de los años veinte, la belleza de los escenarios naturales donde se ha rodado, en lugar de ayudar al desarrollo de la sutil historia de amor entre una pobre francesa de poco más de 15 años y un rico chino de 35, van en contra de ella.
La historia, lo que interesa, lo que se quiere contar, son las ocho escenas entre los amantes que se desarrollan en el pequeño apartamento de soltero del chino. El resto es casi un innecesario adorno, del que podía haberse prescindido, pero que al darle tanta importancia se come en exceso la película.
Los autores, conscientes en alguna medida de este problema, han tratado de compensarlo eligiendo para los papeles protagonistas a una modelo de gran belleza, Jane March, y a un actor chino de enorme prestancia, Tony Leung, pero en los que cuenta más la perfección de sus cuerpos desnudos que su trabajo interpretativo.
De manera que el resultado es una exótica historia de amor en Indochina narrada con un exceso de frialdad, pero con la suficiente carga erótica para que el público se sienta atraído. Y a la que además se ha dado una terrible mano de barniz intelectual, en la voz en off que jalona toda la acción, y que en el original corresponde a Jeanne Moreau, que no sólo resulta innecesaria, sino sobre todo pedante. Sólo sirve para recordar, en una burda imitación de su prosa, que está basada en una novela de la famosa Marguerite Duras.
A la vista de los resultados, de la forma en que han trivializado su novela, su vida, se comprende que Marguerite Duras no sólo se negase a seguir colaborando en el. guión, sino que su enfado la llevase a escribir una tercera novela sobre el mismo tema.

Por tercera vez

Así nace El amante de la China del Norte, originalmente publicada en 1991, donde vuelve a contar por tercera vez la misma historia, pero ahora incluyendo todo tipo de indicaciones para hacer una versión cinematográfica, algo así como un peculiar guión.Cineasta además de novelista, .director de 15 personales largometrajes, Marguerite Duras habría hecho una versión de El amante que no se parecería en nada a ésta. Hubiera desaparecido toda la parafernalia que la rodea y hubiera existido poco más de los ocho encuentros entre los amantes en el recoleto piso de soltero del chino. El resultado habría estado mucho más cercano a su novela, el. cuerpo y alma, pero hubiese resultado bastante menos comercial.



La joven Marguerite Duras y la verdad de su amante

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La joven Marguerite Duras 

y la verdad de su amante

Los diarios, escritos en su adolescencia por la autora francesa, revelan sus primeros amor



Creíamos que Marguerite Duras (Saigón 1914-París 1996) lo había contado todo. De su infancia pobre y feliz en Indochina, de su adolescencia dramática en el mismo país, de su difícil juventud, de su compromiso político, de sus amores. Unos cuadernos escritos entre 1943 y 1949 y que permanecían ocultos en un armario desde que el IMEC (Instituto Memorias de la Edición Contemporánea) los heredó en 1995, a la muerte de la escritora, vienen a completar lo que sabíamos y, sobre todo, a cambiar el tono del relato.


Es la editorial POL la que publica las 446 páginas bajo el título Cahiers de la guerre et autre textes. Por ejemplo, para cualquier conocedor de la obra de Duras, la figura de la madre, tal y como aparece en la formidable Un dique contra el Pacífico, es la de una mujer que lucha contra el destino, una heroína desesperada que se enfrenta a las olas del océano como batalla contra la corrupción administrativa. Si recordamos El amante también recordaremos la delicadeza del amante chino, su paciencia de hombre enamorado y el misterio de esa espera. El dolor nos pone ante el regreso, del campo de concentración, de Robert Antelme, antropólogo y escritor también de un único libro, La especie humana. En otros libros Duras nos pone en contacto con el mundo en el que ha vivido una vez acabada la II Guerra Mundial. Se trata de El marinero de Gibraltar o de Los caballitos de Tarquinia que evocan las vacaciones italianas de Duras con su esposo, su amante Dionys Mascolo y su amigo editor y escritor Elio Vittorini.

"Sentí de golpe un contacto húmedo y fresco en mis labios. Me produjo repulsión"
Los cuadernos que aparecen ahora privan a la madre de esa grandeza de locura de tragedia griega y nos la muestran como una luchadora desequilibrada, como alguien que no soporta la menopausia, que tiene grandes dificultades para manejar hijos y criados, alguien que empuja a su hija a la prostitución para que su amante le pague, a ella también, noches de copas en Saigón, lejos de la ruinosa casa, que no se encuentra frente al Pacífico, sino ante el mar de China. "Mi madre fue para nosotros una vasta llanura por la que erramos mucho tiempo sin encontrar su dimensión" escribe Marguerite refiriéndose a su difícil relación entra la madre y sus hijos.
La vergüenza de la pobreza, de ser una francesa colonizadora pobre, aparece en todas la notas de Duras. "Era la podredumbre de Raigón" dice de ella misma, haciéndose eco de unos rumores que aseguran que "me acuesto con indígenas". En ese momento "tenía 15 años y Léo aún no me había tocado". Va sola al cine y no tiene dinero para pagarse una butaca entre la colonia francesa. "Cuando llegué las luces estaban prendidas. Era demasiado pronto, la sesión no había empezado. Al fondo de la platea había las tres hileras ocupadas por franceses. Tuve que cruzar todo el cine bajo la mirada de la platea. Sola. Nadie te acompañaba cuando ibas a los asientos populares. No di ningún paso atrás. La travesía de la sala por mi personaje se dio en medio del profundo silencio provocado por la aparición misma del personaje. Recuerdo que no recuerdo como caminé. El mundo entero me miraba. Nunca había visto una blanca en aquellas hileras de sillas. Todo, sabía todo lo que pensaban y yo lo pensaba al mismo tiempo. Todo bailaba ante mis ojos y me sentía en un estado de irrealidad avanzada. Mantenía una relación estrecha con la vergüenza. Era la vergüenza en marcha. Simplemente, era ridícula".
La literatura, el poder relacionar ese momento de angustia con la construcción de una vida, dentro de la estructura de un relato, había dado otra dimensión a esa vergüenza. Ella, la heroína de las novelas, lucha contra ella o es derrotada por la vergüenza pero la trasciende, la sitúa en un contexto novelesco. En el fragmento la joven Marguerite se encuentra "sentada en una silla de mimbre, transpirando a mares, con el bolso en las rodillas" y se le hace interminable la espera hasta que se apagan las luces y la película le permite escapar al mundo.
La madre le pega. El hermano mayor le pega aún más fuerte. "Creía que mi hermano iba a matarme". Él le lanza de cabeza contra un piano. Los golpes acaban por ponerla en los brazos de Léo, el amante chino, en realidad anamita. Y mucho menos distinguido y bello que en la novela: "Sentí de golpe un contacto húmedo y fresco en mis labios. La repulsión que me produjo es literalmente indescriptible. Empujé a Léo y escupí. Léo no sabía que hacer. Me había besado un feto, la fealdad había entrado en mi boca, había comulgado con el horror. Escupí en el pañuelo, escupí sin parar, escupí toda la noche y, al día siguiente, al recordar, escupía de nuevo".
No todo remite a los años en Indochina. Duras también opina de De Gaulle, y se indigna cuando este logra capitalizar para sí el trabajo de la Resistencia, opina sobre literatura y manifiesta su admiración por Rimbaud, Shakespeare, Dostoievski o Molière y su aburrimiento ante madame de Sevigné, Corneille o Racine. "Prefiero las obras hijas de la inspiración que las que son fruto de la inteligencia humana. En realidad sólo soy sensible a la inteligencia de los animales" dice y relaciona esa actitud con el daño que le hacían los insultos -basura, guarra, ladilla-que le dispensaba su hermano y que ella estimaba merecidos.
Como sucede siempre en estos casos, idénticos a las exposiciones que nos muestra los esbozos más o menos inspirados que luego han de convertirse en una tela inmortal, es obligado preguntarse sobre el interés real de estos cuadernos. ¿Nos permiten leer la obra de Duras bajo otra luz? ¿El personaje cobra otra dimensión? El carácter abiertamente autobiográfico de la creación de Duras hace que los cuadernos tengan un valor especial, que se lean como parte integrante de un todo, como un capítulo más de un único libro que engloba novelas, ensayos, teatro o cine. En cualquier caso, quedan más de cuarenta cajas de notas pendientes de lectura y análisis.



Marguerite Duras / India Song / El grito del deseo

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India Song,

de Marguerite Duras

El grito del deseo



Marguerite Duras hace películas para estar ocupada. Sencillamente. Porque, «si tuviera la fuerza para no hacer nada, no haría nada. Como no poseo la fuerza para no ocuparme de nada, hago películas. Esa es la cosa más auténtica que puedo decir a propósito de mi tentativa cinematográfica ». La más auténtica, pero no la única.La historia de India Song es una historia de amor, inmovilizada en ese instante extremo en que todo sentido se tiñe de pasión. Envolviendo a esa historia, hay otra historia, la del horror: hambre y lepra, mezcladas con la humedad pestífera del monzón; e inmovilizada, asimismo, en el gran paroxismo de lo cotidiano. Aquí, todas las referencias a la geografía física, humana y política son totalmente falsas. Los nombres geográficos poseen sólo sentido musical. Sobre ellos suena una rumba inolvidable. Es la noche del baile; el baile de S. Thala... Un lugar del recuerdo o del olvido. Mil lugares erotizados. Y la autonomía inquietante de las voces.
¿De quién es esa voz plural? «Son dos voces, dos personas que no pueden ser identificadas por el espectador ni por mí; son como dos lectores salvajes, en el sentido político del término, que se acuerdan de algo, de algo que han olvidado. La historia de India Song yo la reconstruí a partir del olvido de esa historia. Son voces intemporales, hablan en pasado, pues, desde que comienza la película, la muerte de Anne-Marie Stretter es anunciada... La historia es contada al revés. Todo ese primer período cubre la vida casi inexistente de Anne-Marie Stretter en Calcuta. Y, en la segunda parte, por el contrario, las voces de la recepción son conjugadas en presente. Y cubren un momento de la vida de esa mujer. Ya no son independientes, son voces intrínsecas ligadas a la historia. Y las voces de la tercera parte son la mía y la del hombre con quien viví; es una recuperación de la historia. Un especialista de la narración novelesca, de haberle yo anunciado cómo haría India Song,me hubiese dicho: "Usted va en busca del fracaso total." Porque, claro, no puede ser contada al revés una historia. En toda narración, siempre hay unwestern que acecha, un cierto suspense que aquí yo rompo desde la primera imagen. Y ese desequilibrio de la narración pienso que es la raíz del éxito deIndia Song.»
Uno evoca el momento del grito insostenible. Y ella sigue: «Para mí, es el grito del deseo. Sé que roza lo insoportable. Pero es un grito orgasmático. Si hay algo en la película que corresponda a una historia del deseo, es ese grito. Hay personas que desean abandonar la sala en ese instante. Se me ha dicho, además, que la película finalizaba con ese grito. Y que luego se trataba de otra película.» Tal vez. De todas formas, la rumba llega: «Casi con vulgaridad, cumpliendo una función igualitaria que es la función de la música en India Song. De ahí que esa música llegue fatídicamente para superponerse sobre cualquier acontecimiento. Cuando encontré esa música, me sentí muy dichosa.»
Música bailable. Y otro lenguaje. Con palabras insólitas y en modo alguno intercambiables: «Cuando utilicé la palabra inteligencia en India Song hubo gente que me paró en la calle para decirme: "Es imperdonable que haya utilizado esa palabra.Eso me dio un poco de vértigo; una se pregunta en manos de quién está el cine. Da un poco de miedo, sí. Es como si existiese una barrera creada por el gremio para evitar la intrusión del lenguaje en el cine. Una segregación, un racismo contra la inteligencia; como si la inteligencia fuese lo vergonzoso del hombre.»
Pero ¿qué es India Song? Sin duda, una tragedia.





Francis Bacon / Marguerite Duras

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FRANCIS BACON
Por Marguerite Duras
París, 1971

La Quizaine Literaire, 1971

“No dibujo. Empiezo haciendo todo tipo de manchas. Espero lo que llamo “el accidente”: la mancha desde la cual saldrá el cuadro. La mancha es el accidente. Pero si uno se para en el accidente, si uno cree que comprende el accidente, hará una vez más ilustración, pues la mancha se parece siempre a algo.

No se puede comprender el accidente. Si se pudiera comprender, se comprendería también el modo en que se va a actuar. Ahora bien, este modo en el que se va a actuar, es lo imprevisto, no se lo puede comprender jamás: It's basically the technical imagination: “la imaginación técnica.”

Entiende usted, el tema es siempre el mismo. Es el cambio de la imaginación técnica lo que puede “dar la vuelta al tema”, el sistema nervioso personal. Imagine escenas extraordinarias, esto carece de todo interés, desde el punto de vista de la pintura, esto no es imaginación. La verdadera imaginación está construida por la imaginación técnica. El resto es la imaginación imaginaria, y esto no lleva a ninguna parte.


No puedo leer a Sade por este motivo. No me asquea del todo, pero me aburre. También hay escritores mundialmente conocidos que tampoco puedo leer. Escriben cosas que son historias sensacionales, sólo esto. But they have not technical sensation.

Es siempre por medio de los técnicos, como se encuentran las verdaderas aperturas. La imaginación técnica es el instinto que trabaja fuera de las leyes, para volver al tema sobre el sistema nervioso con la fuerza de la naturaleza.

Hay jóvenes pintores que excavan la tierra, tomar la tierra y luego exponen esta tierra en una galería de pintura. Es tonto, y prueba la falta de imaginación técnica. Es interesante que tengan ganas de cambiar de tema, hasta el punto de llegar a esto: arrancar un pedazo de tierra, y ponerla sobre un pedestal. Pero, lo importante sería que la “fuerza”, con la cual arrancan la tierra, “regresara”. Que el pedazo de tierra sea arrancado, sí, pero que sea arrancado a su sistema personal y hecho con su imaginación técnica.”



 - La noción de progreso en la pintura, ¿es una falsa noción?

- Es una falsa noción. Tome la pintura paleolítica del Norte de España, no me acuerdo del nombre de la gruta. Ahí se encuentran, en las figuras, movimientos que nunca han sido mejor captados. El futurismo está “completamente” allí. Es la escenografía perfecta del movimiento.

- La noción del progreso personal, ¿es falsa también?

- Menos falsa. Se trabaja sobre uno mismo para obligarse a desarrollar las cosas de forma cada vez más aguda.

- ¿Qué es el peligro?

- La sistematización. Y la creencia en la importancia del tema. El tema no tiene ninguna importancia. El talento puede regresar, marcharse. Las excepciones de la historia son Miguel Ángel, Ticiano, Velásquez, Goya, Rembrandt: nunca regresión.

- Se progresa ¿cómo? - Work. Work makes work . ¿Está usted de acuerdo?

- No. Es necesario un punto de partida. Sin esto, es inútil trabajar. Cuando leo ciertos libros, encuentro que escribir de un determinado modo es aún escribir menos, que no escribir en absoluto. Que leer de determinada manera es aún leer menos que no leer en absoluto, etc.
En pintura es parecido. Pero no se sabe nunca con la imaginación técnica, ésta puede dormir y un buen día despertarse. Lo principal es que esté allí.

- Volvamos a las manchas de color.

Sí. Espero siempre que llegue una mancha sobre la que construiré “la apariencia”.

- ¿Siempre son las manchas las primeras en salir?

- Casi siempre. Son los “acontecimientos que me suceden”, pero que suceden a merced de mí, por mi sistema nervioso que ha sido creado en el momento de mi concepción.

- ¿La “felicidad de pintar” es acaso una noción tan tonta como la de “la felicidad de escribir”?

- Igual de tonta.

-  ¿ Se siente usted en peligro de muerte cuando pinta?

- Me pongo muy nervioso. Sabe usted, Ingres lloraba durante horas antes de empezar un cuadro. Sobre todo un retrato.

- Goya es sobrenatural.

- Quizá no. Pero es fabuloso. Conjugó las formas con el aire. Parece que sus pinturas están hechas de la materia del aire. Es extraordinario, fabuloso. El mayor Goya, para mí, está en el museo de Castres y es La Junta de Filipinas.

- A qué ha llegado la pintura en el mundo?

- A un momento muy malo. Debido a que el tema era tan difícil, fuimos hacia lo abstracto. Y, lógicamente, éste parecía ser el medio hacia el que tenía que ir la pintura. Pero, como en el arte abstracto se puede hacer cualquier cosa, se llega simplemente a la decoración. Entonces, parece que el tema vuelve a ser necesario, pues sólo el tema hace trabajar a todos los instintos y buscar y encontrar los medios de expresarlo a él, el tema. Ve usted, volvemos a la técnica.

- ¿No había pintado nunca antes de los treinta años?

- No. Antes yo era un drifter, ¿cómo lo traduce usted?

-El que va a la deriva.

- Siempre miré la pintura. Y en un momento dado me dije: quizá yo mismo.. Tardé quince años en llegar a algo. Empecé a hacer algo a los cuarenta y cinco años. La suerte que tuve fue no aprender nunca la pintura con profesores.

-¿La crítica respecto a su trabajo?

- Siempre estuvo contra mí. “Siempre” y “todos”. Desde hace algún tiempo los hay que dicen que soy un genio, y otras cosas así. Pero, esto no cuenta. Me habré muerto antes de saber quién soy, porque para saberlo, el tiempo tiene que pasar. Sólo con el tiempo se empieza a ver el valor.

- Con frecuencia hemos hablado juntos del “accidente”.

- No puedo definirlo. Sólo se puede hablar “en torno”. En sus cartas, Van Gogh tampoco ha hecho otra cosa que hablar “en torno” a la pintura. Sus ¡toques”, al final de su vida, la fuerza de sus toques, no requieren de ninguna explicación.

- Inténtelo, desde el exterior.

-Pues si tomáramos materia y la lanzáramos contra un muro o sobre una tela, se hallarían enseguida rasgos del personaje que quisiéramos retener. Esto se habría hecho sin voluntad. Se llegaría a un estado inmediato del personaje, y fuera de la ilustración del sujeto. Cuando los pintores pintan un piso hacen manchas en la pared, antes de empezar su trabajo, se trata del mismo modo de conseguir un estado inmediato de la materia. Los expresionistas abstractos americanos han intentado pintar de esta manera, pero con la fuerza de la materia.
No es suficiente. Sigue siendo decoración.
La fuerza no debe ser, no está en la fuerza de lanzar la materia. La fuerza debe estar completamente congelada en el tema. La materia lanzada sobre el muro, quizás el accidente, sabe. Lo que sucede después es la imaginación técnica.

- ¿Duchamp?

- Se ha cargado la pintura americana para cien años. Todo viene de él, y todos. Lo que es curioso, muy curioso, es que él hacía la pintura más estética del siglo XX. Pero su trazo era muy firme, y su inteligencia era muy firme.




- Podemos llamar al accidente, la suerte o el azar?

-Sí, estas palabras son todas las mismas.

- Cómo es el momento privilegiado, cómo se define?

-Es cuando los “músculos” trabajan bien. Entonces las manchas parecen tener más sentido, más fuerza.

- Todo es concreto.

-Todo. Yo no entiendo mis cuadros mejor que los demás. Los veo como válvulas de mi imaginación técnica en distintos niveles. No hay nadie a quién se pueda enseñar un cuadro, y que sea capaz de ver qué hay de nuevo en este cuadro.

- Dice usted no comprender, y sus cuadros estallan de inteligencia.

- ¿Es posible esto?

- Lo creo. Conocí a una niña que preguntaba: ¿qué es el calor, cuando no hay nadie que tenga calor? Yo le pregunto:¿qué es la inteligencia cuando el pensamiento está ausente de ella? ¿Qué es la inteligencia cuando nadie experimenta o nadie utiliza esta inteligencia con fines críticos, juicios, etc.? ¿No estamos muy cerca de lo que usted llama instinto?

- Estoy de acuerdo. Quisiera hacer retratos, y todas mis pinturas, con el mismo choque que usted recibe en la vida ante la “naturaleza”.

- Y, por esto, cree en este trabajo dentro de la imbecilidad?

- Absolutamente, completamente. A veces el sentido crítico aparece, el cuadro se hace visible durante un instante, luego se va.

- Cuando trabaja usted?

-  Por la mañana, con la luz. Por la tarde, voy a los bares o a las salas de juego. A veces, veo amigos. Para trabajar tengo que estar completamente solo. Nadie en la casa. Mi instinto no puede trabajar si los demás están ahí, y cuando uno los ama es peor- sólo puede trabajar con la libertad.


© Marguerite Duras
La Quizaine literaire, 1971

Traducción: Zona Erógena, Nº 12 (1992)



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Juegos de seducción/ Ocho novelas sobre el placer y el deseo

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Juegos de seducción

Ocho novelas de todos los tiempos sobre el universo del placer y el deseo.




La lozana andaluza
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Escrita en diálogos dramáticos a principios del siglo XVI, bajo la influencia deLa Celestina, por un cierto Francisco Delicado, clérigo de quien poco se sabe y que aparece como personaje en su propia ficción. La lozana andaluza es una obra maestra del Renacimiento español. Aldonza, la protagonista, es experta en las artes de la cocina y del dormitorio, y en enlazar los placeres del amor con los de la gastronomía. Contrapunto femenino de los héroes masculinos de la picaresca, sus aventuras de cama en cama retratan sin piedad la sociedad española (y sobre todo romana) de la época. Como apunta Juan Goytisolo, con La lozana andaluza "el amor carnal desaparece del horizonte de nuestra literatura". La lozana andaluza es no sólo la última novela erótica de la literatura española clásica: es también una de las más audaces y más divertidas.



La pianista
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Más fruto de los fantasmas patriarcales que del deseo erótico femenino, la mujer que acepta o anhela ser sometida jalona la literatura amorosa, desde la demasiado paciente Griselda hasta la protagonista de L'histoire d'O. Elfriede Jelinek, utilizó ese personaje clásico dándole otra vuelta de tuerca. La pianista que da título a su novela ansía liberarse de los yugos sociales y familiares, y encuentra en el delirio amoroso, en el que parece rendirse a la dominación de un hombre, una forma distorsionada de poder. Digo parece, porque es ella quien dicta las leyes del juego, obligándolo (y obligándose) a trascender todos los límites. . Como todas las novelas de Jelinek, La pianista es una llamada a la rebelión contra el conformismo, en la cual la violencia física y mental parece ser el arma más eficaz para redimir una causa que se daba por perdida.
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La literatura erótica corre a menudo el riesgo de caer en la fría descripción clínica o en un vocabulario infantil y soez. En Este latente mundo, José Luis de Juan evita ambas trampas, reinventando un lenguaje que hace eco a la antigua poesía amorosa y a la tradición mística. Dos historias entrelazadas componen esta magnífica novela. La primera cuenta la vida de Mazuf, escriba sirio en la Roma del siglo I, pederasta y poeta; la segunda es la crónica de las aventuras eróticas de un estudiante americano en Harvard hoy. Ambos protagonistas comparten la homosexualidad y el crimen; también ambos buscan en el lenguaje literario un instrumento para dar sentido a sus desordenadas vidas. A través de estas narraciones paralelas, va revelándose el mundo latente que da su nombre a la novela, un mundo sensual, febril, ininterrumpido, inolvidable.


La casa de las bellas durmientes
Yasunari Kawabata
El acto erótico implica ardor, desasosiego, movimiento. Concebirlo en cambio como estático, inerte, es depurarlo de su realización material y concederle una suerte de eternidad visionaria. La amada inmóvil que ansiaba Nervo, la callada seductora que cantaba Neruda, el dormido Adonis de Shakespeare son encarnaciones del deseo suspendido, nunca logrado. Yasunari Kawabata compuso a principios de los años sesenta una perfecta novela corta para relatar ese estado de erotismo contenido. Transcurre en un prostíbulo de reglas particulares: las mujeres, todas muy jóvenes, que allí se encuentran, duermen a lo largo del día. Los clientes, casi todos ancianos, pagan para mirarlas. La casa de las bellas durmientes es una de las más logradas obras eróticas de nuestro tiempo.




Las relaciones peligrosas
Pierre Choderlos de Laclos
Según Denis de Rougemont, la aristocracia francesa de fines del siglo XVIII, al no poder ya demostrar su autoridad en conquistas militares, se resolvió a hacerlo a través de conquistas eróticas, narradas en obras libertinas cada vez más audaces y desaforadas, que concluyen con los catálogos filosófico-pornográficos del Marqués de Sade. Para Pierre Choderlos de Laclos, el campo erótico sirve de espejo a esta crisis de autoridad y al cambio social anunciado en vísperas de la Revolución Francesa. Publicada en 1782, Las relaciones peligrosas es la culminación de una larga trayectoria de literatura libertina y epistolar. La correspondencia entre el Vizconde de Valmont y la Marquesa de Merteuil propone un complejo y fatal juego erótico de seducción y trampa, en el cual las reglas son dictadas por una sociedad a punto de expirar.


Lolita
Vladimir Nabokov 
Desde Graham Greene a Borges, escritores del mundo entero se aliaron para declarar Lolita una obra maestra satírica, sin duda erótica, pero singularmente literaria. Narrada en la voz de un pedófilo engreído y pedante, Lolita es una ambigua crónica de seducción y estupro en la cual la víctima acaba atrozmente redimida y el victimario condenado al ridículo por sus lectores. Nabokov inventó para esta novela un lenguaje generoso, recargado, barroco, que se desliza casi imperceptiblemente, a medida que avanza en su impudor, hacia lo sensual y delicadamente físico. Sabemos que el objeto del deseo del narrador es inadmisible, nefasto, y sin embargo, al mismo tiempo, gracias a la magia literaria de Nabokov, descubrimos en él un oscuro y febril erotismo que cobra fuerza en el hecho mismo de estar prohibido.


Petronio fue autor de una vasta novela picaresca de la cual sólo sobreviven algunos fragmentos de dos de sus libros. Éstos sin embargo bastan para revelarnos una obra maestra. Dos jóvenes libertinos, Encolpio y Ascylto, recorren Campania y el sur de Italia en busca de un antídoto para curar la insuficiencia sexual de Encolpio, consecuencia de la maldición del dios Príapo. Habita la novela un sinnúmero de personajes cómicos y trágicos que se encuentran y desencuentran en desconectados episodios eróticos y costumbristas. Rige la novela un regocijante desorden, mientras que su involuntaria naturaleza fragmentaria le otorga un ritmo frenético y un extraordinario poder narrativo. Más que ninguna otra obra de la antigüedad, elSatiricón nos ofrece una visión privilegiada de la vida cotidiana en la Roma clásica.


El amante
Marguerite Duras (Francia)
En 1984, con El amante, Duras se convirtió en un best seller mundial. Situada en la Indochina en guerra, la historia de la joven francesa enamorada de un hombre chino causó escándalo. Primero porque la heroína que acepta los amores del enemigo era tildada de colaboracionista; segundo porque su relación transgredía fronteras raciales; tercero (lo más inadmisible para la burguesía francesa) porque describía a una familia colonial que aceptaba dinero de un nativo para financiar sus exigencias. Secretamente, el escándalo mayor lo produjo la descripción física del amor prohibido, el placer carnal de la protagonista con su amante y que Duras transformó, con un lenguaje depurado, sensual y preciso, en escena de voyeurismo para el recatado lector. Después volvería a escribir la historia (que hoy sabemos autobiográfica) bajo el título El amante de la China de Norte.

EL PAIS


‘El maestro y Margarita’ que Bulgákov quemó debuta en castellano

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‘El maestro y Margarita’ 

que Bulgákov quemó 

debuta en castellano

La versión más fiel a la visión del autor llega a las librerías españolas en una nueva traducción de Marta Rebón



Ilustración de Alfonso Barrera para la nueva edición de 'El maestro y Margarita'.
Finales de marzo de 1930. Mijaíl Afanásievich Bulgákok (Kiev, 1891 - Moscú, 1940) escribe, en una carta al Gobierno presidido por Mijaíl Kalinin y dirigido en su economía por Iósif Stalin: "Y yo mismo he echado al hornillo con mis propias manos el manuscrito de la novela sobre el diablo [...]". Cuando termina la carta, deja de dictar, mira a Yelena Serguéievna Bulgakóva, su tercera mujer y la Margarita de su obra maestra, y le dice: "Bueno, ahora que ha sido escrito, debería hacerse de verdad". Una a una, las páginas del original de El maestro y Margaritacaen al fuego. Más tarde, la escribiría de memoria otra vez. Pero aquella primera versión, de la que quedaban algunos vestigios, borradores, y fragmentos de las páginas adheridos al lomo de sus cuadernos, desapareció en las llamas.
Salto en el tiempo a 1990. La crítica literaria Lidia Yanóvskaia publica el que se considerará de ahí en adelante el manuscrito canónico de la novela fundiendo todos los textos y borradores disponibles de Bulgákov. Pero su trabajo se benefició de una reconstrucción a la que dedicó dos arduos años Marietta Chudakova, encargada de lidiar con todo el archivo del autor y de reconstruir, frase a frase, esa versión quemada, con la ayuda también de la viuda de Bulgákov, Serguéievna. Ahora, más de 40 años después de la traducción de la primera versión de la novela traducida por Amaya Lacasa para Alianza Editorial en 1968, la editorial Nevsky Prospects publica por primera vez en castellano esta versión traducida por Marta Rebón. "Hasta la edición de 1990, la historia textual de la novela de Bulgákov era un poco caótica, con diferentes versiones que iban añadiéndose conforme el tiempo pasaba" indica James Womack editor de Nevsky junto a su mujer, Marian Womack. "La edición de 1990 fue la primera en crear un texto sólido, a partir de lo que hasta entonces había sido un texto fragmentario". Ricardo San Vicente, profesor de la Universidad de Barcelona, experto en Bulgákov y prologuista de esta edición, cree que esta nueva versión es una buena noticia: “Sobre todo, cuando hoy tenemos una versión rusa en la que se ha recuperado todo lo que Bulgákov hubiera querido ver incluido en su obra, gracias trabajos como los de Marietta Chudakova”.


Retrato de Mijaíl Afanásievich Bulgákov, autor de 'El maestro y Margarita'.
Chudakova —que ha sido invitada por la Universidad de Barcelona a un acto junto a los editores para hablar de esta versión canónica el próximo 24 de abril, en Sant Jordi— recuerda la minuciosa labor de armar el puzle de Bulgákov en la Biblioteca Lenin: “Para ser capaz de etiquetar dicha carpeta[El Maestro y Margarita – novela] Primera Versión, necesitaba estar segura de esto al cien por cien. Comencé a revisar el texto, palabra por palabra, en estas líneas que aparecían incluso arrancadas. Conté cuántas palabras tenía cada frase. Después empecé a reconstruir las partes perdidas de forma hipotética. Y cuatro horas más tarde me di cuenta de que estaba reconstruyendo el manuscrito que el propio autor había quemado”. El método de Chudakova se valió del estudio exhaustivo de todos los manuscritos del autor, hasta interiorizar cada giro de su estilo: "Nos convencimos de que su arsenal retórico se componía de una serie de palabras y expresiones muy queridas, que ocupaban un lugar especial. En otras palabras, podemos hablar de cierto grado de previsibilidad en cualquier texto de Bulgákov".
El Maestro y Margarita camina entre dos aguas: la sátira política a la Rusia soviética de los planes quinquenales de Stalin y el amor por lo fantástico. “La sátira es consustancial a la obra de Bulgákov; así lo dice él mismo en su carta a Stalin”, asevera San Vicente. “La obra se alimenta del mito fáustico y las diversas lecturas de la Biblia, en concreto la Pasión y muerte de Cristo. Las diferentes lecturas de Fausto giran en torno a la inversión de los valores morales: si Stalin aparece como un símbolo positivo en la realidad soviética, si Stalin es Dios, yo prefiero seguir al Diablo”. Pero este componente político no estrecha, para el estudioso, la universalidad de la novela: “La gracia del libro está en que, estando pegada a la realidad del Moscú de Stalin, es universal. Nos intenta convencer a todos que ‘los manuscritos no arden’ y que el amor lo puede todo”.


Portada de la nueva edición de 'El maestro y Margarita', que traduce la versión canónica del texto de 1990 en base al trabajo de Marietta Chudakova.
Que Bulgákov haya muerto a mediados del Siglo XX, el año que viene se cumple el 75º aniversario de su fallecimiento, no es óbice para que la Rusia de Putin tenga mucho que ver con autor y obra. Para empezar, en 2006 Viktor Losev presentó otra versión más de El maestro y margarita. Pero los editores de Nevsky no han escogido esta versión: “La edición de Losev presenta la novela bajo un prisma mucho más alegórico que la versión de Yanovskaia. La figura de Woland se identifica de forma directa con Stalin, una decisión que, además de poder ser objeto de contra-argumentaciones, nos parece que cierra algunas interpretaciones igual de válidas. Preferimos con mucho una versión con un mayor equilibrio entre la sátira política y el ejercicio imaginativo”. Pero Marietta Chudakova cree que la dirección de su país le daría al autor para algo más que presentar objeciones a cómo se le interpreta: “Él no soportaba los sobornos, el pillaje, la corrupción. Tampoco las restricciones en la libertad de expresión. En su carta al gobierno de la URSS en 1930, Bulgákov escribió: ‘la lucha contra la censura, de cualquier tipo y bajo cualquier gobierno, es mi deber como escritor, tanto como lo es apelar por la libertad de prensa. Creo firmemente en esta libertad, e incluso diría que si un escritor sugiriera solamente que esta libertad no es necesaria, sería lo mismo que si un pez declarase que no necesita el agua’. No tengo duda de que la Rusia de hoy en día inspiraría a Bulgákov a escribir una segunda parte de la novela ferozmente sarcástica”.


Milan Kundera abandona la guarida

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Milan Kundera

Milan Kundera abandona la guarida

El autor rompe su silencio, que no su secreto, con ‘La fiesta de la insignificancia’

Francia aplaude su vuelta a la novela 14 años después de su última obra




Milan Kundera. / FERNANDO VICENTE
Con ironía, menor pesadumbre de la esperada por algunos y apartado pero atento, ha regresado Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929) al panorama de las letras europeas. Francia esperaba la aparición en las librerías de La fête de l’insignificance (Gallimard), que será publicada en septiembre en España por Tusquets (antes llegó a Italia con 100.000 ejemplares vendidos y un eco discreto). Y lejos de resolverse, el enigma del escritor esquivo y huraño, escondido y voluntariamente escindido de su lengua materna —escribe en francés desde La lentitud, aparecida en 1994— queda un poco más abierto ahora.
“Ligero como una pluma de perdiz o de ángel”, compara Le Monde, Kundera vuela alto en la novela que aparece ahora 14 años después de La ignorancia. ¿Dónde se ha metido? ¿Qué ha hecho? Apartarse, ocultarse, leer en francés, alemán y checo, las lenguas que domina. Ahondar quizás en los vericuetos kafkianos que tanto le apasionan y reconocer en ellos las señales de este tiempo difuso, escurridizo.
Kundera intenta pasar inadvertido con su vocación de autor invisible, pese a las polémicas que le han perseguido sobre todo en su país de origen. Allí, desde que se exilió en 1975, los desencuentros han sido constantes. Ha sido acusado de haber colaborado con el régimen comunista y él se ha negado a revisar sus traducciones del francés al checo —“Por falta de tiempo”, ha llegado a decir; léase, no le da la gana—. Ha roto casi todos los vínculos que le unían a la República Checa. Eso, tras haber desmenuzado brillantemente a una tierra central y sufrida, serena y humillada por las grandes lacras del siglo XX.

Bibliografía selecta

La broma (1967).
El libro de los amores ridículos (1968).
La vida está en otra parte (1972).
La despedida (1973).
El libro de la risa y el olvido (1979).
La insoportable levedad del ser (1984).
El arte de la novela (1986).
La inmortalidad (1988).
La lentitud (1995).
La identidad (1998).
La ignorancia (2000).
La fiesta de la insignificancia (septiembre de 2014, en español).
El peso de un legado oscuro en busca de la luz —o del absurdo— ha definido su obra desde El libro de los amores ridículos a La broma, de La vida está en otra parte a La insoportable levedad del ser —publicado en su país en 2004, pero un clásico desde mediados de los ochenta—. También ha servido de guía a su cada vez más enigmático y polisémico estilo en libros como La inmortalidad, La lentitud o en esta última entrega, que en español se titulará La fiesta de la insignificancia.
Beatriz de Moura, su editora, está traduciendo al español una obra de la que el autor llevaba un tiempo hablando a sus íntimos. Comienza con tintes eróticos y aires de Muerte en Venecia posmodernos, entre la contemplación de un ombligo y la comparación del sagrado símbolo romántico de los senos femeninos con la efigie de la Virgen María.
De Moura, entregada y ferviente defensora de Kundera, avanza algunos detalles: “Están presentes casi todos los temas preferidos del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con sus facetas —desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura—, la zafiedad de los falaces…”.

En este tiempo, el escritor se ha dedicado a apartarse y a ocultarse
Todo ello, con un punto de humor. Es lo que más ha sorprendido a su editora hispana. Ese magistral equilibrismo entre líneas: “Fácil de leer, pero difícil de comprender”, asegura. “En conjunto, Kundera hace una desenfadada visión del mundo que no cesa de caer en lo irrisorio y que termina en un festejo burlesco”.
En esa profunda levedad coinciden las reseñas francesas e italianas. “El gran retorno de Kundera”, reza Le figaro. “El último vals…”, señala Le Nouvel Observateur, previendo que ya no habrá más. Como una “pequeña y encantadora comedia humana” recibió el libro La Repubblicaal tiempo que Il Corriere della Sera lo definía como un “divertimento surrealista y una parábola felliniana en la que se mezclan personajes con elucubraciones extravagantes”.


Milan Kundera
Foto de Aaron Manheimer

Más Falstaff que Hamlet se nos presenta de nuevo Kundera en esta etapa final de su vida y su obra, con 85 años cumplidos este mismo mes. Imprevisible y libérrimo, insólito e inesperado, en el tiempo que ha mediado desde su última entrega literaria, el autor ha ingresado en la colección de la Pléiade de Gallimard, algo así el olimpo de las letras francesas, donde se codea con Proust y Balzac. Y también ha vivido instalado en la polémica: en 2008 una revista checa le acusó de delatar en 1950 a la policía comunista a un estudiante, que cumplió 22 años de cárcel.

Están presentes sus temas preferidos”, dice la editora Beatriz de Moura
Entre tanto, Kundera ha gozado en España de una fiel y creciente legión de seguidores, que lo descubrió gracias al ojo clínico de Toni López Lamadrid (1938-2009). Compañero de Beatriz de Moura, fue él quien la empujó a presentarse un buen día en París para convencerle de que publicara con Tusquets. Había llegado a sus oídos que no estaba contento con su anterior editorial en España y quería cambiar. “Me sometió a un tercer grado”. A partir de ahí, comenzaron a labrar su amistad, que dura hasta ahora. Uno de sus secretos: no suelta prenda. Es imposible enterarse a través de ella ni donde vive, ni en qué trabaja.



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