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Cristina Morales / Una historia de mujeres estigmatizadas

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Cristina Morales

CRISTINA MORALES

Una historia de mujeres estigmatizadas, la ganadora del Premio Herralde de Novela 2018


Cuatro mujeres, primas, con diversos grados de discapacidad intelectual. Se llaman Marga, Nati, Patricia y Àngels. Viven en Barcelona y han pasado buena parte de sus vidas en centros para discapacitados. Pero a esa opresión le escapan. Su objetivo es la libertad de sus cuerpos y su sexualidad, no callarse. De eso trata la historia ganadora del Premio Herralde de Novela 2018: se llama Lectura fácil y lo escribió la española Cristina Morales.
“Una novela radical en sus ideas —dicen los organizadores—, en su forma y en su lenguaje. Una novela-panfleto, una novela-grito, una novela-puñetazo. Una novela en la que se entrecruzan voces y textos. Este libro es un campo de batalla: contra el machismo imperante, contra la opresión del sistema, contra la injusticia. Pero es también una novela que celebra el cuerpo y la sexualidad, el deseo entre mujeres, la dignidad de quien es señalada con el estigma de la incapacidad intelectual y la capacidad transgresora y revolucionaria del lenguaje”.
El premio, que se ha entregado año a año desde 1983, dota al ganador de 18.000 euros y de la publicación bajo el sello Anagrama. Su prestigio lo marcan las novelas ganadoras anteriores, entre ellas: Los detectives salvajes de Roberto Bolaño en 1998, El pasadode Alan Pauls en 2004 y Los Living de Martín Caparrós en 2011.


Cristina Morales
Cristina Morales

El jurado estuvo compuesto por Rafael Arias (librería Letras Corsarias, Salamanca), Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé. Éste seleccionó siete textos de los 445 presentados: Cristatus, de Cor Hilkema(seudónimo), Argentina; Degenerado, de Ariana Harwicz, Argentina; Los hombres más altos, de Fabián Martínez Siccardi, Argentina; Trayectoria, de Silván Salas (seudónimo), España; Una casa con jardín, de Itzel Guevara, México; Lectura fácil, de Cristina Morales, España; y El sistema del tacto, de A. Torrant (seudónimo), Chile. Esta última quedó como finalista. Su autora es la chilena Alejandra Costamagna.
El jurado dio su opinión sobre por qué eligió Lectura fácil como gran novela ganadora. “La mirada ácida e inteligente de Cristina Morales nos da el reflejo fiel de una sociedad quizá no apta para verse en este espejo”, dijo Rafa Arias. “Cristina Morales ejecuta una danza desenfrenada, desbordante de comicidad, en torno a la vida urbana, la cordura, la política y el sexo. Tan radical como divertida”, comentó Gonzalo Pontón. “En Lectura fácilCristina Morales impugna un canon de normalidad económico, social, político, moral, educativo. Y lo hace a través de una motosierra estilística que, a su vez, impugna el canon de normalidad literaria”, señaló Marta Sanz. “El hallazgo genial de cuatro voces desternillantes que gozan de la impunidad imprescindible a toda literatura verdadera”, dijo Juan Pablo Villalobos.


Novelas anteriores de Cristina Morales
Novelas anteriores de Cristina Morales

Nacida en Granada en 1985, Morales es licenciada en Derecho y Ciencias Políticas y especialista en Relaciones Internacionales, además de autora de las novelas Los combatientes (Caballo de Troya, 2013), Malas palabras (Lumen, 2015) Terroristas modernos (Candaya, 2017).
Sus cuentos han aparecido en numerosas antologías y revistas literarias. En 2017 le fue concedida la Beca de escritura Montserrat Roig, en 2015 la de la Fundación Han Nefkens y en 2007 la de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Actualmente es artista residente en la Fábrica de Creación La Caldera (Barcelona) como miembro de la compañía de danza contemporánea Iniciativa Sexual Femenina. 




Aixa de la Cruz / Sabina Urraca / Felices aquellas

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Anne Sexton en casa

CASAS DE ESCRITORES

“FELICES AQUELLAS…”: ESCAPAR DEL RUIDO PARA ESCRIBIR MEJOR, CON AIXA DE LA CRUZ Y SABINA URRACA

La cuestión le ha importado a —digamos “casi” — todo aquel que ha querido afirmarse como escritor: retirarse o no para escribir más y mejor. Ante el persistente sentimiento de culpa por dejarse distraer, y no producir esa tirada de páginas que hagan merecer el apelativo, los escritores tomaron un día el hábito del monje —laborar, callar— como aspiración;  y desde entonces no han dejado de mirar hacia allí. Y digo monje, pero es un anhelo precristiano: todos sabemos que el mito lo inventaron Horacio y Marcial, la crisis entre querer estar en Roma y enterarse de todo o marcharse a la finca de las afueras, en compañía de los cipreses. Por eso he bautizado como felices a las dos escritoras con las que he conversado, Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) y Sabina Urraca (San Sebastián, 1984), por el “Beatus ille/feliz aquel” con que Horacio hurgaba en la herida de escritor demasiado apegado a la urbe. De la Cruz y Urraca han encarnado el motivo, al menos por unos meses —bastantes ya, eso les da toda credibilidad— del Beatus Ille, y se han marchado, una al campo, a una casa sin agua corriente ni calefacción; otra a un lugar donde no conoce a nadie. ¿No es terrorífico? ¿No fantaseamos con ello todos los días? Por otro lado, ¿no lo hemos hecho ya todas, aunque sea durante un fin de semana; no seríamos capaces de hacerlo el mes que viene? Sí. Como digo, éste es casi un dilema cotidiano para todo escritor. Pero lo que importa es que, de Horacio a acá, no se ha resuelto. No sabemos si es lo que debemos hacer; si, como queremos creer, existe una solución a nuestra resistencia a la escritura, una resistencia que no sabemos explicarnos: ¿Por la qué odiamos tanto?  “I hate to write”, que dijo Anna Quindlen en su artículo The agony of writing. O más bien “Odio escribir, me gusta haber escrito”, que decía Dorothy Parker. Y queremos que algo cure este rechazo incomprensible a nuestro, por otro lado, único asidero, último hilo de convicción y amor duradero.




Beatae Illae
Sabina Urraca vive en el Valle del Padre Eterno, en La Alpujarra  Alta (Granada), en una casa junto al bosque. La oportunidad de mudarse allí surgió por casualidad y quiso aprovechar para concentrarse en la escritura de una novela, Las niñas prodigio. Aixa de la Cruz se ha instalado en Llanes (Asturias), en un piso cerca del mar. Un día se subió a un autobús de la línea cantábrica y recorrió pueblos hasta encontrar un alquiler barato, de esos que duran de septiembre a junio, hasta que vuelven los veraneantes. Aixa va a dedicar medio año a su nueva novela, La línea del frente, y la otra mitad del año a su tesis doctoral, sobre la representación de la tortura en la cultura popular después del 11-S. A quienes hemos leído sus relatos no nos sorprende esta elección; la tortura practicada a escalas muy diferentes está en Modelos Animales o Abu Ghraib. He conversado con Urraca y De la Cruz a través de respectivas sesiones de skype. Quería preguntarles cómo les va ahora que se han adentrado en los territorios mitológicos de la escritora aislada.
Ciudad y culpa
Ambas me muestran un hallazgo común: Madrid no tiene la culpa de nuestra tendencia a la dispersión. “En realidad es igual”, dice Sabina, “en el campo hay tantas distracciones como en la ciudad”. Lo explicó en  su post  De Madriz al campo: en el Valle del Padre Eterno la actividad se reparte entre luchar contra la corrosión de la naturaleza y socializar con los vecinos. En otro de sus hilarantes posts, Sabina desglosa las aplicaciones web que existen para  mejorar el rendimiento a la hora de redactar; el resultado nos dibuja a Sabina como una clownesca urbanita empeñada en luchar contra su propia curiosidad expansiva. “Me aburro de mí misma, soy incapaz de seguir una rutina; escribo a empujones”. De hecho, en sus intentos por forjar una disciplina en el retiro campestre “he probado cosas raras, como intentar dormir de día y trabajar por la noche, otra manera de vencer el miedo que me da la noche. Pero dormir de día en el campo es una locura”.
Aixa reconoce que “en Madrid me sentí un poco avasallada por el exceso de posibilidades. Nunca había vivido allí y me rodeaban demasiados estímulos.  Ahora estoy a gusto aquí, pero tampoco creo que sea la panacea. No hay un cambio radical en rendimiento, concentración, no cambian demasiado las cosas”. Al inicio de su aventura buscó esa productividad milagrosa que nos promete la fantasía de la huida: “Este escapismo no te soluciona la vida;  los primeros cuatro meses intenté imponerme una dinámica de trabajo de oficina muy cerrada, y lo que me pasó es que me bloqueé bastante, me forzaba a escribir a un ritmo en el que nunca había escrito”.
 Ahora que se ha acompasado a su nueva circunstancia, no sigue una rutina estricta: “Eliges tus horarios, decides un día trabajar hasta las cuatro de la madrugada, otro durante la mañana, cuando no vives con nadie es una libertad aún mayor. Te puedes pasar un domingo entero leyendo, al día siguiente trabajar ocho o diez horas si te sientes con ganas. Tengo siempre la sensación de que los días me cunden más”. Les pregunto si creen que ahora que existen las redes sociales la cuestión de residir en la ciudad o fuera de ella ha perdido relevancia, puesto que la hiperconectividad no cesa a no ser que estampes el móvil contra el suelo y cortes los cables del módem. Para las dos, las redes ofrecen un consuelo a ese vertiginoso cambio de vida que ninguna pantalla resuelve.  “La soledad a mí me tensa”, dice Sabina. “Y no me relajo, en soledad me vienen todos los demonios y eso para escribir me ha servido. Esto no me ha hecho producir mucho más, no me he vuelto una chica relajada del campo. La neurosis va por dentro, el estrés es el mismo”.
Pero, ¿por qué insistir en estas palabras: culpa, productividad? Nos tocan directamente desde modelos que no queremos habitar: catolicismo y neoliberalismo. “Lo hablo con otros escritores”, sostiene De la Cruz, “sentimos una especie de culpa porque en nuestro entorno la gente que no se dedica a escribir en el fondo considera que no tenemos un oficio de verdad. Yo cuando escribo una novela igual tengo que estar tres meses documentándome, pero se lo cuentas a tu madre, y le dices, ‘Ama, mi trabajo es estar en mi casa leyendo’, pero para ella es no hacer nada en todo el día. Tú sabes que es tu trabajo pero la percepción de la gente influye mucho, siempre estamos teniendo que compensar por esta idea de que vivimos del cuento, y creo que nos obsesionamos mucho con el rendimiento para justificar que acabamos produciendo algo”.
Aixa de la Cruz

A la luz de su propio fuego
Cuando les pregunto si les ha animado algún referente de escritor ermitaño, se apresuran a negar: “Me parecía un cliché eso de irse al campo” (Sabina), “No soy nada mitómana” (Aixa). Pero el desmentido dura poco; quién no atesora datos biográficos de otros escritores como si fueran objetos mágicos. Sabina piensa en Salinger, en la caseta al fondo de su jardín, “escribiendo para no publicar. Me fascina eso de Salinger, porque yo estoy muy condicionada por los lectores, gente que va a leer mi libro esperando algo concreto. Tengo miedo de que piensen que es de risa”. Y aclara que en Las niñas prodigio no está trabajando el tono habitual de sus artículos, de un sarcasmo felizmente autosuficiente.
Aixa nombra a una eremita literaria fundacional: Emily Dickinson, que a los treinta y tantos años decidió no volver a traspasar el umbral de la casa familiar, y relacionarse con el mínimo imprescindible de personas. “En su caso no se trataba de la dicotomía ciudad/campo sino del encierro, que siempre me ha atraído bastante; yo en un decimoquinto piso en Tokio estaría igual de aislada que en Llanes y disfrutaría lo mismo”. En la novela aborda la creciente incomunicación de su protagonista: una mujer que se instala en Santoña para visitar cada semana a un recluso del Penal de El Dueso. “Casi toda la novela transcurre dentro de la casa de ella; sólo ve al recluso, a un vecino drogadicto que vive enfrente y a un conserje.  Entre capítulos hay una escena teatral: un vis a vis en la prisión. Es una reflexión sobre cómo a través del teatro se construye la identidad”. Y confiesa un temor, que siempre ha de acompañar al proceso de escritura: “Tengo miedo de ponerme demasiado intelectual. La tesis está clara: una chica que se da cuenta de que tanto el amor romántico como la identidad es una construcción. Pero me da miedo que el discurso se coma la novela”.
Lectura
¿Han cambiado los hábitos de lectura? Para las dos, los ritmos se han mantenido, aunque lo que ha variado es la oferta. Sabina se alegró de descubrir una biblioteca pública, pero al explorar las estanterías tuvo que resignarse a libros a los que no se habría acercado en otras circunstancias: Helen Fielding o Javier Marías, por ejemplo. Las visitas de amigos con regalos y encargos han conseguido equilibrar la situación, y últimamente Urraca ha leído y releído a Lydia Davis, Miranda July, Michel Houellebecq (“El mapa y el territorio tiene algo que me recuerda a mi situación, porque [atención, spoiler] Houellebecq se convierte a sí mismo en un personaje que se traslada al campo… pero acaba descuartizado”), Fréderic Biegbeder o Valérie Mrejen. Aixa de la Cruz ha repasado también los fondos de la biblioteca municipal, para acabar releyendo títulos “que descubrí en la adolescencia y, por tanto, podría decirse que no había leído realmente. Mi gran momento fue volver a sumergirme en Mortal y rosaun día soleado, frente a los acantilados”. Sin embargo, también ha conseguido que sus visitantes le traigan alguna novedad: Estrómboli, de Jon Bilbao. Por otro lado, “en Llanes no hay librerías; hay más bien papelerías con algún bestseller. Así que Kindle me salva la vida”. Ahora está leyendo Cocaína, de Daniel Jiménez.
Volver
Las dos coinciden también cuando les pregunto si se arrepienten del paso dado. Volverían a hacerlo; de hecho, Aixa ha decidido que se queda. “No quiero volver a una ciudad grande. Para qué voy a estar en Madrid pagando ochocientos euros por un piso horrible cuando vivo al lado de la playa por la mitad de dinero;  aquí salir un día que hace bueno es el plan, mientras que en Bilbao o en Madrid salir es salir a consumir algo: a comprarte un libro, a tomar unas copas”. Urraca sí vuelve a la ciudad, pero no duda en afirmar que repetiría la experiencia. Se da entonces la contradicción de que, aunque digan que el aislamiento no mejora el proceso de escritura, sí parece haberlo enriquecido. Que han profundizado, que han conseguido escuchar el silencio y por lo tanto se han acercado a la palabra. Volviendo a Emily Dickinson, es importante recordar aquello que le dedicó Susan Huntington Gilbert Dickinson, amiga/amada/cuñada, a su muerte: “Según fue recorriendo la vida, su naturaleza sensible se apartó de mucho contacto personal con el mundo, y se volvió cada vez más, por compañía, a su propia gran riqueza de recursos personales, sentándose a partir de entonces, como alguien dijo de ella, “a la luz de su propio fuego”.




Casas de escritores / Un recorrido por la casa de Alberto Moravia

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Un recorrido por la casa de Alberto Moravia 25 años después de su muerte
Un recorrido por la casa de Alberto Moravia 25 años después de su muerte


CASAS DE ESCRITORES


Una casa con unas maravillosas vistas sobre el río Tíber en la que Moravia permaneció desde 1962 hasta su muerte, en 1990, y en la que convivió con las dos mujeres con las que estuvo casado, ambas escritoras, Elsa Morante y la española Carmen Llera.




Sencilla, está invadida por más de 12.000 libros con los que el literato quiso entender la guerra, conocer el mundo y profundizar en la pintura, la literatura, el cine y la arquitectura, un lugar que permite conocer mejor la intimidad del escritor y que está abierto a visitas, pero solo el primer sábado de cada mes y previa cita.
Fueron los libros el refugio de Moravia durante su infancia y hasta los 30 años, un joven enfermo de tuberculosis que tuvo que permanecer en la cama con el único entretenimiento en la literatura, donde más tarde logró el prestigio internacional.
Algunos de ellos conservan los secretos más íntimos de la vida del también periodista y político, como los dedicados por su primera mujer, la escritora Elsa Morante, o por su amigo íntimo y genio del cine Pier Paolo Pasolini.
Hay obras en distintas lenguas, entre ellas italiano, inglés, francés y español, de autores como Antonio Machado y Jorge Luis Borges, además de varios ejemplares de "Don Quijote de la Mancha".
Las repisas tienen también todas las novelas del escritor, como "La Campesina", publicada en 1957 y con la que Moravia se convirtió en uno de los escritores italianos más populares y leídos, o éxito como "La Noia", "El conformista" o "El desprecio".
Hay también decenas de documentos sobre teatro en los que este genio romano buscó inspiración para profundizar en un género que también cultivó (su obra teatral más importante es "El Dios Kurt", de 1967).
En las estanterías todavía permanece la huella de otra de sus grandes pasiones, la política, que le llevó a ser europarlamentario en los años 80 y a pedir en Estrasburgo la prohibición de las armas nucleares.
Los libros rodean el lugar más personal y en el que más tiempo pasaba Moravia, un estudio con una amplia ventana en la que todavía se puede ver, tal como la dejó él, una máquina de escribir Olivetti y acompañada por varios retratos del autor que hicieron amigos suyos.
Detrás del escritorio está el teléfono, que Moravia prefería tener alejado a cierta distancia para obligarse a levantarse de su silla -a pesar de su cojera- y con el que siempre pedía a sus interlocutores que acortaran los mensajes y fuesen escuetos, al igual que lo fue su literatura.
Fue a través de este teléfono desde el que Moravia recibió la triste noticia de la muerte de su amigo Pasolini.
Las paredes de los estantes principales están adornadas con máscaras procedentes de África y objetos que recuerdan su faceta de viajero incansable, que mantuvo hasta sus últimos días, porque Alberto Moravia visitó en 1987, a la edad de 80 años: Zimbabue, Marruecos, Etiopía, Rusia, China, Alemania y París.
Una vivienda de 200 metros cuadrados, con grandes ventanales y una bella terraza, pero sin excesos, reflejo de la vida y literatura del escritor, en la que los mayores tesoros de Moravia eran algunas pinturas hechas por amigos suyos, además de sus preciados libros, y discos de música.
Música clásica que Moravia escuchaba a un volumen muy alto cuando, ya mayor, tenía sordera, pero que siempre le acompañaba al lado de su cama y mientras indagaba entre sus papeles y leía con atención los periódicos.
Esta misma casa vivió hace 25 años la muerte del genio, quien, con 83 años, falleció mientras se afeitaba, un ritual obligatorio para él todas las mañanas y que mantuvo también cuando vivió escondido, perseguido por las autoridades fascistas.
María Salas Oraá


Casas de escritores / Vargas Llosa hipoteca su casa después de que Hacienda le reclame más de 2 millones

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Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler


Vargas Llosa hipoteca su casa después de que Hacienda le reclame más de 2 millones


Redacción
06/11/2018

Mario Vargas Llosa ha tenido que hipotecar su mansión en Madrid, la famosa propiedad de la calle Flora, para poder hacer frente a los 2,1 millones de euros que le reclama Hacienda. Así pues, hasta que el literato peruano no resuelva su deuda, la casa pende de un hilo fiscal.
Vargas Llosa cuenta con un competente servicio jurídico a su cargo que le aconsejó mantener la deuda suspendida para que no entrara en fase ejecutiva, tal y como ha avanzado este martes El Confidencial. De este modo, los abogados y el mismo escritor pretenden demostrar que la cantidad reclamada no es tal.
El Nobel ha pedido una hipoteca privada con Hacienda por la cantidad que se le exige, poniendo como aval las escrituras de la vivienda que un día compartió con su segunda mujer
No obstante, el Nobel ha pedido una hipoteca privada con Hacienda por la cantidad que se le exige, poniendo como aval las escrituras de la vivienda que un día compartió con su segunda mujer, Patricia Llosa, y que asumió cien por cien después del divorcio.
El asunto no acaba aquí, y es que, para colmo, la vivienda no está a nombre del autor de La fiesta del Chivo. De hecho, no tiene nada a su nombre en España. Una sociedad holandesa, Jurema BV, cuenta como titular, que es la entidad de la que es accionista mayoritario el escritor. Antes la casa estuvo a nombre de otra entidad neerlandesa, pero en febrero de 2018 decidió el cambio de una sociedad a otra.
La vivienda no está a nombre de una sociedad holandesa
Si Isabel Presyler decidiera darse el ‘sí, quiero’ (recordemos que el escritor ya tiene los papeles necesarios del divorcio), de un modo u otro esta sería su dote: una casa de 300 metros cuadrados, a nombre de una sociedad holandesa y con una hipoteca privada.


Casas de escritores / Escritores en casa

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Paul Auster
CASAS DE ESCRITORES
Escritores en casa



Agatha Christie
Anne Sexton

Scott Fitzgerald
Mark Twain



Ernest Hemingway

Henry Miller

John Updike

Jorge Luis Borges

Juan Marsé


Susan Sontag

Truman Capote

Vera y Nabokov

Gabriel García Márquez

Antonio Muñoz Molina

Marie Kondo quiere matar de aburrimiento a los desordenados

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Marie Kondo quiere matar de aburrimiento a los desordenados

Que alguien tan sosa y tan poco telegénica triunfe se debe a que su religión tiene muchos fieles: la gente ordenada es moralmente superior


SERGIO DEL MOLINO
9 ENE 2019 - 09:39 COT

Marie Kondo es una autora japonesa famosísima por su método para alcanzar la felicidad mediante el orden hogareño. Tras vender millones de libros, ahora triunfa en Netflix con un reality titulado ¡A ordenar!, en el que ayuda a familias que rozan el síndrome de Diógenes a mantener una casita cuca donde las pilas de ropa sucia no amenacen con devorar a los niños. El éxito del programa es inexplicable, porque es tan aburrido como suena. Si en lugar de una mujer japonesa que sonríe todo el rato y habla bajito, lo presentara un Alberto Chicote a grito pelado ("joder, qué cantidad de mierda coleccionáis, en esta casa no vivirían ni los cerdos más cerdos de Cerdilandia, etcétera"), la cosa ganaría muchísimo.
Que alguien tan sosa y tan poco telegénica como Marie Kondo triunfe se debe a que su religión tiene muchos fieles. La idea sobre la que hace equilibrios es una verdad aceptada universalmente: la gente ordenada es moralmente superior. El reproche no tiene que ver con la higiene ni con la estética, sino con la virtud y el vicio. Un desordenado es una persona abyecta.
Como desordenado crónico que soy, llevo toda la vida soportando este reproche sordo (a veces, explícito y gritón), y siempre he sentido que hay algo nazi en esa superioridad moral, como creo que hay algo nazi en la doctrina de Marie Kondo. Los deseos de limpieza y pulcritud siempre esconden un asco hacia el mundo, hacia la masa, hacia lo incontrolable. En los más inocentes de los casos, son ilusiones de control de una vida que, en el fondo, se sabe inmanejable, pero que se soporta mientras los lápices estén en su cubilete, y los libros, en los estantes. Los desordenados somos un memento mori, un recordatorio perenne de que las minucias no van a librarte de catástrofe alguna y de que el caos no se puede contener fuera de los muros de una casa. Por eso somos odiosos. Por eso tiene que venir Marie Kondo a matarnos de aburrimiento.

Un colectivo feminista pide la retirada de la estatua de Allen en Oviedo

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UN COLECTIVO FEMINISTA PIDE LA RETIRADA DE LA ESTATUA DE ALLEN EN OVIEDO



Woody Allen observa su estatua en Oviedo el 15 de mayo de 2005.
Woody Allen observa su estatua en Oviedo el 15 de mayo de 2005. PACO PAREDES





La concejala de Atención a las personas e Igualdad del Ayuntamiento de Oviedo, Marisa Ponga, no ha querido pronunciarse sobre la posibilidad de retirar la estatua de Woody Allen de la calle Milicias Nacionales, una vez que la hija del cineasta afirmó haber sufrido abusos sexuales de pequeña.
La ciudad de Oviedo decidió realizar una estatua de bronce al cineasta en 2002, cuando Allen recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. La Plataforma Feminista de Asturias pidió el pasado 25 de noviembre, coincidiendo con la manifestación contra la violencia hacia la mujer, que se retirase esta estatua. Ahora, con la nueva carta de la hija de Woody Allen, publicada esta semana, la Plataforma ha vuelto a pedir al Consejo de Igualdad del Ayuntamiento ovetense que pida al Consistorio la retirada de la misma por entender que debe retirarse "este homenaje a un abusador y un depravado".
La concejala de Igualdad, presidenta de dicho Consejo, ha afirmado que, en caso de que esta propuesta se plantee en la próxima reunión del Consejo, la misma "se valorará y debatirá" en su seno.
Ahora que el Consejo se reunirá en breve, desde la Plataforma consideran que debería abordarse este asunto. "Estamos pendientes para ver si lo van a hacer o no". Si el Consejo finalmente no decide pedir al Ayuntamiento la retirada de la estatua, la Plataforma presentará una petición formal ante el Consistorio.

EL PAÍS





¿Le ha llegado la hora a Woody Allen?

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¿Le ha llegado la hora a Woody Allen?

Amazon Studios se plantea no estrenar la próxima película del realizador neoyorquino, de quien están abjurando las estrellas de sus anteriores trabajos


Rocío Ayuso
Los Angeles, 29 de enero de 2018

Cuando el huracán Harvey sacudió Hollywood, a Woody Allen le pilló presentando su último trabajo a la prensa. “Es trágico para las mujeres que tuvieron que pasar por esto y para Harvey Weinstein que tuviera una vida tan retorcida. Una historia triste sin ganadores”, reconocía el realizador a EL PAÍS. Su actriz en Wonder Wheel, Kate Winslet, añadía que de toparse con alguien así le daría con el zapato en la cabeza. Pero en este clima Allen hacía una advertencia: “Solo espero que no nos lleve a una caza de brujas”. Tres meses más tarde las tornas han cambiado. Al legendario actor, escritor y director parece llegarle su hora tras 25 años perseguido por el escándalo. Winslet calla mientras otros muchos le repudian. La lista aumenta cada día. Desde Natalie Portman a Mira Sorvino, Colin Firth, Greta Gerwig, Susan Sarandon, Reese Witherspoon, Rebecca Hall, Rachel Brosnahan o más recientemente Timothée Chalamet, todos han jurado no trabajar con Allen en solidaridad con las acusaciones de Dylan Farrow, que asegura que su padre adoptivo abusó de ella cuando tenía 7 años.
Amazon Studios, según diversas publicaciones estadounidenses, se está planteando qué hacer con la nueva película del realizador de 82 años, A Rainy Day in New York, que financia íntegramente la productora (ha costado 25 millones de euros). Incluso podría dejarla inédita. Más claro parece que está será su última colaboración, porque el principal valedor de Allen en la compañía, Roy Price, tuvo que dejar la presidencia de la productora en octubre acusado él mismo de abusos sexuales. "Amazon apoyó mis libros, mis películas y mis series. Pero no tengo más relación. Me dan el dinero y yo les hago una película”, se distanció en su momento Allen de Price. Ahora le toca a él.
Farrow acusó a Allen por primera vez en 1992, en mitad de la amarga separación entre el realizador y su musa de 12 años, 13 películas y tres hijos, Mia Farrow. Meses antes quedaba al descubierto la relación entre Allen, 55 años, y la hija adoptiva de la actriz, Soon-Yi Previn, de unos 20 (se desconoce su fecha de nacimiento). Hubo dos investigaciones independientes, pero en ambos casos no se encontraron pruebas contra Allen. Periódicamente las acusaciones, siempre negadas por el director, vuelven a resurgir. Una sombra de duda que nunca detuvo al realizador, produciendo una película al año incluso en tiempos de crisis.Si alguien pensó que la carrera del autor de Annie Hall o Manhattan estaba acabada entonces, se equivocó. Tomando como ejemplo la última década, Allen ha dirigido 10 filmes, una miniserie televisiva -Crisis en seis escenas, también para Amazon-, tiene en posproducción A Rainy Day in New York, y otro guion a punto para filmar. Galardonado con cuatro oscars, uno de ellos lo recibió tras las acusaciones al igual que otros honores como el premio Príncipe de Asturias (2002) o el galardón Cecil B. DeMille a toda su obra (2014).
¿Por qué ahora iba a ser diferente? Porque como recordó Dylan Farrow, casada y madre, ha llegado su momento. El clima ha cambiado gracias entre otras cosas a la labor de su hermano Ronan Farrow, el hombre que expuso en toda su crudeza los abusos sexuales y de poder cometidos en Hollywood. Y Ronan siempre creyó a su hermana, como ahora toda una nueva generación de estrellas.
En su última negativa, Allen reiteró su inocencia asegurando que la familia Farrow utiliza con “cinismo” la oportunidad ofrecida por el movimiento Time’s Up. No es el único que habla de oportunismo. Chalamet fue censurado por escudarse en una supuesta cláusula inexistente en su contrato por la que no podía criticar a Allen. De ahí que su gesto altruista de donar el salario por su trabajo —algo que también han hecho Rebecca Hall, Selena Gomez y Griffin Newman— en A Rainy Day in New York fuera analizado como parte de su campaña en esta temporada de premios en la que el actor está nominado por Call Me By Your Name.
En el caso de Woody Allen, a diferencia de otros grandes nombres caídos en desgracia en estos dos últimos añosm solo una mujer ha denunciado al autor. Como recuerda en su defensa su biógrafo Robert Weide, acostarse con la hija adoptiva de su pareja -que no de Allen, que ni siquiera vivía con ella- puede parecer moralmente erróneo, lo mismo que la diferencia de edad que les separa, “pero eso no le convierte en pederasta”. Y las acusaciones de Dylan, de las que nunca se encontraron pruebas, han sido consideradas durante mucho tiempo un “asunto de familia” donde el pasado de Mia Farrow no hace más que polarizar los bandos. Moses Farrow, otro de los hijos de Mia, asegura que las acusaciones fueron “plantadas” por su madre en la mente de una niña demasiado impresionable. Allen, casado desde hace 20 años, aún cuenta con muchos defensores, como Diane Keaton o Alec Baldwin, que salió en su apoyo insistiendo en que trabajar junto al neoyorquino fue “un privilegio”.
Pero los tiempos que corren harán cuando menos un futuro más cuesta arriba para el autor de 82 años. Artículos como el de Por qué dejé ver películas de Woody Allen en la popular página cinematográfica RogerEbert.com hacen poco por su popularidad. “La vida ha cambiado también para Woody Allen pero no se puede negar su larga carrera”, resume Kim Masters, jefa de sección de The Hollywood Reporter. Sin financiación, público o prestigio que ofrecer a sus estrellas, el ocaso del octogenario puede estar cada vez más cerca.



Woody Allen niega los abusos a su hija adoptiva

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Woody Allen según Roberlan

Woody Allen niega los abusos a su hija adoptiva

El director sostiene que Dylan y su madre, Mia Farrow, se aprovechan "cínicamente" del movimiento 'Time's Up' para rescatar "una denuncia desacreditada"


AFP
Nueva York, 19 de enero de 2018


El célebre cineasta Woody Allen insiste en que nunca abusó de su hija adoptiva Dylan, y acusó a la familia de su expareja Mia Farrow de aprovecharse del movimiento Time's Up para reavivar una "denuncia desacreditada".


"Aunque la familia Farrow está cínicamente usando la oportunidad brindada por el movimiento Time's Up para repetir esta denuncia desacreditada, eso no la torna más verdadera hoy que en el pasado", escribió Allen, de 82 años, en un comunicado divulgado el jueves. "Nunca abusé de mi hija, como concluyeron todas las investigaciones hace un cuarto de siglo", añadió.
Las declaraciones del legendario director de cine, que ha dirigido más de 50 películas y ganó cuatro Oscar, fueron difundidas como respuesta a una entrevista televisiva que su hija adoptiva Dylan Farrow, de 32 años, concedió a CBS en momentos en que el movimiento Time's Up contra el acoso sexual sacude a Estados Unidos, y que será transmitida en su totalidad este jueves.
Dylan Farrow asegura desde hace años que su padre la toqueteó cuando tenía siete años, y en la entrevista dice esperar que ahora finalmente el mundo le crea, aunque las autoridades no hallaron pruebas y Allen nunca fue condenado. El cineasta asegura que todo es un invento de su expareja Mia Farrow para vengarse porque Allen la dejó en 1992 por Soon-Yi Previn, hija adoptiva de la actriz y el músico André Previn que entonces tenía 21 años.
Los servicios de bienestar infantil de Nueva York y un hospital de Connecticut investigaron en la época las denuncias de Mia Farrow "y concluyeron que no hubo abuso" y que "posiblemente una niña vulnerable fue entrenada para contar esa historia por su airada madre durante una separación tormentosa", dijo Allen.
"El hermano mayor de Dylan, Moses, ha dicho que vio a su madre hacer exactamente eso: entrenando incansablemente a Dylan, tratando de hacerle creer que su padre era un depredador sexual peligroso. Parece que funcionó, y tristemente, estoy seguro de que Dylan realmente cree lo que dice", aseveró Allen.
"Soy creíble y digo la verdad", dijo Dylan Farrow, según un extracto de la entrevista a CBS. Allen "está mintiendo, y ha estado mintiendo por mucho tiempo". Pero ahora numerosos actores como Natalie Portman aseguran que le creen. Greta Gerwig, Mira Sorvino, Evan Rachel Wood, Ellen Page, Rebecca Hall o Timothée Chalamet afirman que ya no trabajarán con el director. Algunos de ellos, como Chalamet, Hall y Selena Gómez, protagonistas de su último filme, A Rainy Day in New York, donaron sus salarios a asociaciones que defienden a víctimas de abusos sexuales.


Woody Allen afronta un parón en su ritmo de producción por primera vez desde 1981

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Woody Allen


Woody Allen afronta un parón en su ritmo de producción por primera vez desde 1981Las acusaciones de abusos sexuales han afectado a su costumbre de hacer una película por año

SANDRO POZZI
Nueva York 29 AGO 2018 - 17:02 COT

Woody Allen no es capaz de encontrar la financiación que necesita para rodar nuevas películas, debido al menoscabo que ha sufrido su reputación tras las acusaciones de abuso sexual de su hija adoptiva, Dylan Farrow. El director de cine, de 82 años, siempre negó estas acusaciones y nunca fue procesado en Estados Unidos. Pero ahora se ve obligado a parar, algo que no hacía desde 1981.


La hija de la actriz Mia Farrow reveló en una entrevista con Vanity Fair hace cinco años que el cineasta había abusado de ella cuando tenía siete años. Volvió a relatarlo por carta a The New York Times un año después. Pero no fue hasta el pasado enero, en una entrevista con el programa This Morning de la CBS, cuando su denuncia retumbó con fuerza.
Desde entonces, en pleno terremoto en el mundo de Hollywood por los abusos del productor Harvey Weinstein, destapados hace casi un año por su hermano Ronan Farrow, la imagen de Woody Allen cayó en picado. Actores que en el pasado trabajaron con él, como Michael Caine o Rebecca Hall, tomaron distancia o lamentaron públicamente haber trabajado a sus órdenes hasta el punto de donar los salarios que recibieron a organizaciones dedicadas a proteger a las víctimas.
Woody Allen
Nueva York, 23 de agosto de 2018


Una máquina creativa

Allen es una máquina creativa. A lo largo de su carrera ha dirigido 48 títulos, el último A Rainy Day in New York para la plataforma streaming de Amazon. También respaldada por los estudios de Jeff Bezos es Wonder Whell. En este momento tiene tres películas más cerradas con esta productora y hay un cuarto proyecto en marcha para 2020 que necesita patrocinador. “Ama trabajar”, señalan desde su entorno en el New York Post, “nunca cogió unas vacaciones”. Las mismas fuentes explican que “necesita tomarse un descanso hasta que encuentre financiación”. Aunque algunos en el mundo de Hollywood le ven como una persona “tóxica”. El portavoz de Allen niega que la información publicada por el New York Post sobre la falta de financiación sea veraz. Amazon no opina sobre el asunto.
Pero no se trata solo de una cuestión de imagen o de dificultades para dar con actores. Pese a su trayectoria, desde hace años sus películas arrastran problemas para generar ingresos en taquilla. El escándalo le cierra más las puertas para lograr ese respaldo, especialmente en Europa.

Amazon se convirtió en su flotador. Firmó con sus estudios la distribución de cinco películas, cuando estaba liderado por Roy Price. El ejecutivo se vio forzado a dejar la productora de cine el pasado octubre, también por una acusación de abuso sexual.






‘La chica del tambor’, de John Le Carré / El espionaje en los años setenta

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Florence Pugh como Charlie en 'La chica del tambor'.


‘La chica del tambor’: El espionaje en los años setenta

Los hijos de John Le Carré vuelven a recuperar una obra de su padre en una serie


ROCÍO AYUSO
Los Ángeles 11 ENE 2019 - 12:01 COT
A Alexander Skarsgard La chica del tambor le pilló rodando en España. Nunca se había leído ese libro, pero El espía que surgió del frío, también de John le Carré, es una de las primeras novelas de espionaje que leyó en su vida y su recuerdo es imborrable. Por eso se zambulló en el guión que le mandaron los hermanos Simon y Stephen Cornwell, los hijos de Le Carré (nacido David Cornwell) que ahora están recuperando el trabajo de su padre para una nueva generación y para un nuevo medio, la televisión. Por eso y porque esta nueva miniserie de seis episodios centrada en el conflicto Palestino-israelí estaba entre los proyectos más buscados en Hollywood tras el éxito de la adaptación que hizo el mismo equipo para televisión con El infiltrado. Lo que Skarsgard no esperaba era quedarse toda la noche en vela devorando las páginas hasta el final. “No podía dejar de leerlo. Y con Park Chan-wook como director. Me fue muy fácil decir que sí”, se sincera el actor sueco con EL PAÍS. Movistar + acaba de estrenar la serie en España

Nadie pareció preguntarse qué sentido tenía hacer un remake de la película que protagonizó Diane Keaton en 1984, solo un año después de la publicación de este best-seller. Incluso con el propio Le Carré entre los guionistas el filme nunca consiguió el éxito esperado. Tampoco se preguntaron por la vigencia de este clásico del espionaje de los setenta en un mapa geopolítico muy cambiado y en el que el terrorismo tiene otro rostro. Al revés, como subraya Skarsgard, la fuerza del material y sobre todo el nombre del realizador coreano borró cualquier sobra de duda.
Se trata del primer trabajo televisivo de Park, autor de festines visuales como Oldboy y La doncella, y su inesperado interés por una obra que fue traducida en Corea en 2005 solo vino acompañado de dos peticiones: libertad estilística y contar con la casi desconocida actriz Florence Pugh como protagonista. “Yo tampoco me lo creía. Sabía del proyecto pero estaba tan fuera de mi alcance”, asegura la intérprete británica, de 23 años, desconocida para todos los que no vieron su Lady Macbeth, porque quienes como Park no han podido olvidarla. Pugh ni había nacido en los años en los que transcurre la trama, pero la actriz hasta lo agradece. “Me permitió ser quién no soy”, afirma al diario. Lo mismo le ocurre a la mini serie que ha preferido conservar la trama en esa tumultuosa década en lugar de trasladar la tensión a un conflicto más cercano como los hermanos Cornwell hicieron con El infiltrado. Como ha recordado el realizador coreano a la prensa, él mejor que nadie sabe lo que es vivir los últimos coletazos de la Guerra Fría nacido en un país todavía dividido como es Corea.

Pero La chica del tambor es bastante más que una historia de espionaje. Serie de alto presupuesto, totalmente justificado tras el éxito de crítica y público de El infiltradoLa chica del tambor paseó a sus protagonistas por el mundo, rodando en los verdaderos lugares que Le Carré detalló en su novela. Y eso incluye una noche de rodaje en la Acrópolis griega. “Nadie había rodado en 60 años o así y verte allí, solo, bueno con el equipo de producción pero sin la manada de turistas, de noche y esperando el amanecer fue una experiencia inolvidable. Hasta que fuimos al templo de Poseidón en Sunia, y fue otra experiencia increíble con vistas al Mediterráneo”, describe Skarsgard de un rodaje que completó en Londres.
Tanto los actores como la crítica coinciden al señalar que en el formato de serie limitada la obra de Le Carré ha encontrado su medio. “La historia es tan densa que necesita seis horas para respirar”, confirma Pugh enamorada de un libro que desconocía antes. Lo mismo dice la revista Variety en su crítica donde describe la miniserie como “fabulosa” y un nuevo ejemplo de la televisión de autor gracias a ese toque Park.



DIRIGIR SIN PALABRAS


La única duda con el fichaje de Park fue el tema de la comunicación. En lo visual no hubo ningún problema. “Su estilo se nota hasta en el último detalle”, admira Pugh. Es el idioma el que no domina. A Skarsgard nunca le preocupó. “Viví otra experiencia con un director español que puso en escena Bodas de sangre en Gothenburg (Suecia). El sabía mucho de Lorca pero poco de sueco”, se ríe ahora sin decir el culpable. Con Park fue diferente. “Tampoco habla inglés pero te tiene en los detalles. Es tan preciso”, sopesa. Pugh está de acuerdo. “Tiene un traductor llamado Wonjo que también es productor y que es su voz. Su conexión es tan cercana que no se pierde nada en la traducción”, confirma la actriz.
EL PAÍS

Muere el editor Claudio López Lamadrid

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Claudio López Lamadrid


Muere el editor 

Claudio López Lamadrid

El director editorial de Random House y coordinador de Penguin Random House en América Latina ha fallecido como consecuencia de un infarto cerebral



El editor Claudio López Lamadrid, nacido en Barcelona en 1960, ha fallecido como consecuencia de un infarto cerebral. Director editorial de Random House y coordinador de todo el grupo Penguin Random House en América Latina, trabajó toda su vida pese a formar parte de una familia aristocrática (los marqueses de Comillas): aprendió el oficio de editor de muy joven en la editorial Tusquets, la empresa que comandaban su tío Antonio junto a su esposa Beatriz de Moura, que le mandaron a París seis meses a trabajar con Christian Bourgois con la idea de que, en el futuro, les sucediera al frente del sello. Pero, a los 29 años, abandonó la editorial para ponerse a trabajar como traductor y crítico literario freelance. Participó, junto a su amigo Ignacio Echevarría, en la creación de Galaxia Gutenberg.


Posteriormente, entró como responsable de Grijalbo Mondadori y, al fusionarse este grupo con Random House, se encargó de la división literaria de la multinacional de Bertelsmann. Vivió, pues, la transformación de la industria editorial desde “cuando estaba en manos de unos pocos editores selectos” al dominio de los grandes grupos, que sin embargo, repetía a menudo, “a mí nunca me han impedido trabajar como un editor independiente”.
Claudio López Lamadrid y Pilar Reyes

Vivió la transformación de la industria editorial desde “cuando estaba en manos de unos pocos editores selectos” al dominio de los grandes grupos


Clave de la expansión de su grupo editorial en América Latina, explicó recientemente a este diario que “ahora facturamos allí el 50% o 60%, antes solo el 40%”. De sus grandes hitos como editor, escogía La broma infinita de David Foster Wallace, pues “todo el mundo me dijo que estaba loco, lo contraté siendo muy joven, por una cantidad elevada, yo era muy inconsciente. Ahora no me atrevería, me he vuelto prudente con la edad. Entonces me tiré a la piscina y ha resultado un superventas, se vende cada año y ha funcionado como buque insignia del sello. Hoy lo rechazaría del miedo que me daría pillarme los dedos”. Sus sellos introdujeron a muchos grandes nombres de la literatura estadounidense en el mercado en español y fue el editor de referencia –si hubiera que escoger uno- de la agente literaria Carmen Balcells.
Cultivaba enormemente la relación personal con los autores, con los que compartió momentos irrepetibles e innumerables confidencias. Eso le gustaba mucho más que el trato con los medios de comunicación o los críticos, tareas que dejaba en manos de sus colaboradores. Su última pareja fue la escritora Ángeles González-Sinde, ex ministra de Cultura con Rodríguez Zapatero. Tuvo un hijo con su primera esposa, la también editora Miriam Tey, y una hija con Elsa Serra, propietaria del restaurante El Salero, del Borne.
Con él desaparece uno de los mayores editores que ha habido en el mundo hispano y, por tanto, en el mundo, con un catálogo impresionante que incluye a nombres como Gabriel García Márquez, Philip Roth, J.M.Coetzee, Orhan Pamuk, César Aira o Javier Cercas, entre muchos otros.

Claudio López Lamadrid / Nunca conocí a Philip Roth

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Philip Roth


Claudio López Lamadrid
Nunca conocí a Philip Roth

24 de mayo de 2018


Nunca conocí a Philip Roth. Estuve a punto en un par ocasiones, pero en ambos casos se frustró todo poco antes. Tampoco llegué a conocer a David Foster Wallace, quien meses antes de quitarse la vida se había comprometido a venir de promoción a Barcelona, una ciudad que amaba. Como tampoco he conocido nunca al tercer as de mi catálogo de autores norteamericanos: el esquivo y huidizo Cormac McCarthy. Con este, al menos aún tengo tiempo.
Empecé a publicar a Roth cuando el agente norteamericano Andrew Wylie decidió «migrar» a su autor de los sellos Alfaguara y Seix Barral y cobijar toda su obra en una misma casa. Fue en el año 2004 y con su novela «La conjura contra américa», un libro en el que Roth cambiaba las historia de los Estados Unidos al imaginar que en lugar de Franklin Delano Roosevelt las elecciones a la presidencia las ganaba Lindbergh, héroe de la aviación y antisemita declarado. Y con la novedad llegaba el fondo impresionante del autor, diez libros más, cuatro o cinco obras maestras, y más adelante una sucesión de novelas más breves, pero más intensas si cabe: «Elegía», «Sale el espectro», «Indignación» (la mejor de su postrera etapa), «Humillación» y «Némesis» (la primera y las tres últimas reunidas posteriormente en un volumen imprescindible: «Las némesis»).
Nunca conocí a Philip Roth por lo que atesoro las veces en las que tuve contacto o relación con él por circunstancial que esta fuera. Recuerdo por ejemplo que en el año 2006 recibí una llamada del secretario de los premios Príncipe de Asturias en la que se me comunicaba que si Roth se comprometía a venir a España a recoger el premio le concedían el premio de las letras de ese año. Llamé entonces a Estados Unidos y pregunté si estaría dispuesto a personarse en octubre en Oviedo. Roth dijo que no podía garantizarlo, que dependía de su estado físico, de la enfermedad que acababan de detectarle. El premio Príncipe de Asturias de ese año fue entonces a parar a Paul Auster. Seis años después, en 2012, la Fundación le entregaría el mismo premio a pesar de que tampoco pudo viajar a Oviedo a recogerlo.



Nunca conocí a Philip Roth pero recuerdo un intercambio de correos a raíz de la traducción de una de sus novelas: «Everyman». La traducción correcta del término sería «hombre corriente», «un hombre cualquiera», pero a él no acababa de gustarle, quería títulos contundentes, contundentes como lo fueron sus últimos libros. Tras las idas y vueltas con nosotros y con su traductor, quedó el título de «Elegía», tan alejado del original y al mismo tiempo tan cercano al contenido de la novela.
Nunca conocí a Philip Roth en persona y sin embargo, como tantos lectores fieles a su obra, lamento su pérdida como si le hubiera tratado a diario.

Escritoras de América Latina, al fin visibles

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Escritoras de América Latina, al fin visibles

Un gran número de narradoras gana protagonismo en la literatura en español lejos de las etiquetas y los estereotipos


Winston Manrique Sabogal
21 de agosto de 2015


Cristina Rivera-Garza, Wendy Guerra, Guadalupe Nettel, Lina Meruane, Claudia Piñeiro, Samanta Schweblin, Rosa Beltrán, Claudia Amengual…
La onda de silencio que ha cubierto a las escritoras latinoamericanas se ha roto del todo. Sus voces, diversas y de todas las generaciones avanzan por el umbral de una época dorada para la literatura al abrirse paso contra las etiquetas, el machismo, la discriminación, los tópicos, los prejuicios, la incultura o la inercia del ninguneo del mundo del libro, la sociedad y los medios de comunicación. Aunque la visibilidad y el reconocimiento de esas autoras es mayor en España que en su propio continente.
…Piedad Bonnett, Leila Guerriero, Sofía Segovia, Aurora Venturini, Yolanda Arroyo, Zoé Valdés, Laia Jufresa, Flavia Company, Marbel Sandoval Ordóñez…
Son algunos de los nombres de narradoras que ya tienen un lugar en la memoria de los lectores, unas cuantas empiezan abrirse paso y muchas más que no cesan en su empeño de publicar. Pertenecen a una estirpe de creadoras de un continente que la gente relaciona sobre todo con grandes poetisas como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, Rosario Castellanos, Blanca Varela o Ida Vitale.

“Al sabernos excluidas de la tradición nos sentimos libres del imperativo de honrar sus convenciones”, dice Carolina Sanín

“La suerte es que hablamos de mujeres de generaciones muy diversas: De Hebe Uhart (1936) o Griselda Gambaro (1928), pasando por Laura Restrepo (1950) hasta llegar a Gisela Leal (1987), por dar solo unos pocos nombres. Están ubicadas a lo largo de toda la geografía de la lengua, es decir, no es un fenómeno que se da solo en tal o cual país. Visitan todos los géneros: el teatro, la poesía y la novela por supuesto. Y sus temas son tan amplios como nombres hay. Me parece que sienten la libertad de contar cualquier cosa y de hacerlo sin responder a ningún deber ni estereotipo”. Este es el mapa descrito por Pilar Reyes, que lleva dos décadas oteando y analizando la literatura latinoamericana en su condición de lectora y editora, primero en Alfaguara Colombia y desde hace unos años en España.
…Selva Almada, Carolina Sanín, Isabel Mellado, Valeria Luiselli, Rita Indiana, Mayra Santos-Febres, Pola Oloixarac, Giovanna Rivero, Betina González…
Esa proliferación y normalización de nombres en la literatura rompe y desafía lo establecido. Varias de estas narradoras denuncian la prolongación de prácticas de otras épocas: creen que la historia literaria sigue sin hacer justicia a las mujeres, se sienten excluidas de la tradición, perciben un trato que mezcla la condescendencia y el asombro ante sus libros y notan cierta desigualdad frente a los hombres.
“Tengo la impresión de que en ocasiones el interesante, y fundamental, matiz político de la narrativa escrita por mujeres en Latinoamérica ha alejado su obra de los lectores más acomodados de nuestro país (España), que cuando se han acercado a parte de la literatura latinoamericana lo han hecho buscando aún ‘lo real maravilloso’, lo exótico’ o cierta forma de ‘empalago emocional’, es decir, las propuestas menos interesantes de una literatura rica, riquísima”, explica Julián Rodríguez, editor de Periférica, atento a la creación e innovación literaria en español.


La escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres.ver fotogalería
La escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres.


Nombres que conviven con los clásicos y con los de narradoras contemporáneas y populares que empezaron a romper hace unas décadas ese silencio sobre la literatura latinoamericana escrita por mujeres. Entre esos nombres contemporáneos figuran las chilenas Isabel Allende, Marcela Serrano y Diamela Eltit; las argentinas Clara Obligado y Ana María Shua; la colombiana Laura Restrepo; las nicaragüenses Claribel Alegría y Gioconda Belli; la cubana Reina María Rodríguez; las uruguayas Cristina Peri Rossi y Carmen Posadas y las mexicanas Ángeles Mastretta, Margó Glanz y Elena Poniatowska, segunda latinoamericana Premio Cervantes y única narradora, la otra fue la poeta cubana Dulce María Loynaz. Y, detrás de ellas, las argentinas Victoria y Silvina Ocampo, la chilena María Luisa Bombal o la mexicana Elena Garro que abrieron desde la primera mitad del siglo XX ese universo más allá de lo masculino o femenino donde lo que cuenta es la literatura.
…Sabina Berman, Karla Suárez, Consuelo Triviño, Andrea Jeftanovic, Mayra Montero, Daniela Tarazona, Gisela Leal, Reina Roffé, Bárbara Jacobs…
Cada vez que la argentina Leila Guerriero, autora de Una historia sencilla(Anagrama), escucha la palabra “mujeres” relacionada con la palabra “literatura” no puede —ni quiere— evitar erizarse un poco: “Más allá de que es verdad que antes había menos mujeres escritoras —y menos mujeres astronautas, chefs, presidentas, empresarias, conductoras de autobuses—, seguir pensando cualquier universo creativo en términos de género no hace más que reproducir un punto de vista perimido que transforma un hecho evidente (que las mujeres somos capaces de conducir un autobús, ir al espacio o escribir novelas y ensayos) en motivo de sorpresa o admiración. Algunos de mis escritores favoritos son mujeres pero jamás pensaría en ellas como ‘mujeres’ sino como ‘personas que están entre mis escritores favoritos’. Prefiero pensar que si hoy la presencia de mujeres en la literatura de nuestros países es mayor a la de hace algunos años, no se debe a una moda, ni a que las editoriales tienen que cumplir con determinado cupo femenino como consecuencia de la corrección política que nuestro siglo ha erigido como el único dios ante el que hay que prosternarse, sino a que, como en todos los demás ámbitos, esas mujeres pueden ejercer su vocación sin pedir permiso ni disculpas y, sobre todo, a que están escribiendo (como sus colegas varones, sin que eso le llame la atención a nadie) buenos libros”.


Ilustración de Ana Juanampliar foto
Ilustración de Ana Juan


La calidad literaria es lo único que también interesa a Claudio López de Lamadrid, director editorial de Literatura del Grupo Penguin Random House, sin ocultar algunas sombras en el ecosistema del libro: “No distingo entre la literatura hecha por mujeres y aquella hecha por hombres, y sin embargo es un tema que me preocupa porque creo en las cuotas y procuro siempre incorporar voces femeninas a mis catálogos. Algunos de los escritores que edito cuya carrera más me interesa son mujeres. De todos modos, sí es cierto que la tendencia es a ningunear un poco a las autoras frente a los autores, y una tendencia es a olvidarse de ellas en balances, repasos y menciones”.
Ese olvido al que se refiere López de Lamadrid sucede más en el propio continente latinoamericano. “En México y en general en América Latina la narrativa escrita por mujeres se abrió camino a mediados de los años 50, con Elena Garro, seguida de Rosario Castellanos y un nutrido grupo de mujeres cultas y creadoras de grandes obras que padecieron (y lo siguen padeciendo después de muertas) el machismo exacerbado de los hombres que dominaban la vida intelectual”, explica Nubia Macías, directora del Grupo Planeta para México,Centroamérica y EEUU y exdirectora de la Feria del Libro de Guadalajara. “En nuestro continente”, añade Macías, “siempre se habla de los ‘grandes autores’ cómo si sólo fueran hombres. La historia sigue sin hacerles justicia a las mujeres escritoras, salvo por Sor Juana, a la que se le rinde culto... y sobre todo gracias al ensayo sobre ella escrito por Octavio Paz. Esta actitud no ha cambiado: Elena Poniatowska, la más reciente Premio Cervantes fue denostada por más de un intelectual latinoamericano justo cuando le dieron el galardón. Ahora hay un grupo muy amplio de mujeres que, a fuerza de talento y del reconocimiento de los lectores, ha ganado terreno, pero a quienes el establishment sigue escatimándoles el reconocimiento: Mayra Santos-Febres, Wendy Guerra, Mónica Lavín, Brenda Lozano, Liliana Blum, o Carmen Boullosa”.
…Luisa Valenzuela, Carla Guelfenbein, María Eugenia Ramos, Patricia de Souza, Fernanda García Lao, Yanitzia Canetti, Laura Esquivel, Ema Wolf, Alejandra Costamagna…
Un lastre histórico cuyo presente analiza Carolina Sanín, crítica literaria y autora colombiana de Los niños (Siruela), desde la esquina de la ironía y el pragmatismo: “Al sabernos relativamente excluidas de la tradición literaria de nuestra región, las escritoras latinoamericanas podemos sentirnos libres del imperativo de honrar las convenciones de esa tradición y ser ajenas a la aspiración de que se nos reconozca como sus representantes”. A veces, afirma Sanín, “en la emoción con la que se reciben las obras de estas escritoras no encuentro la celebración de un descubrimiento liberador, sino una mezcla de condescendencia y asombro. Otras veces, me parece que se percibe a la escritora como fraudulenta”. En la fantasía latinoamericana, añade Sanín, “quien escribe es un hombre; la mujer pretende ser escritora. Quizás se piensa que, al escribir, ella en realidad hace otra cosa: algo misterioso, una suerte de brujería amenazante, un sabotaje. Y tal vez así es”.


La escritora mexicana Guadalupe Nettel.ver fotogalería
La escritora mexicana Guadalupe Nettel.


Solo que su hechizo creativo es el mismo de cualquier sexo. Un asomo a ese mundo más innovador y arriesgado lo ofrece la chilena Diamela Eltit, cuya última novela es Fuerzas especiales (Periférica): “Resulta fundamental la relación entre escritura y literatura. Es precisamente la escritura como gesta o como gesto la que puede ampliar lo que entendemos por literatura: remodelar sus bordes, ampliar sus fronteras, registrar en sus movimientos el estado y hasta el estallido de las técnicas. Se trata de ingresar en la letra como un territorio estético para provocar un tumulto de imágenes entre las que sin embargo se aloja el silencio. La unión entre el exceso y el silencio no deja de ser un desafío”. Eltit reconoce que le interesa mantener una política de escritura que “afronte el riesgo y hasta el abismo que puede producir el goce de la letra con la letra”. Las posibilidades son muchas, aunque ella prefiere transitar “por algo parecido a una literatura okupa, ocasional, en constante movimiento, aunque esté cerca de ser desalojada letra a letra o frase a frase, justo en medio de la calle”.
...Nona Fernández, Myriam Moscona, Natalia Berbelagua, Julia Álvarez, Damaris Calderón, Inés Mendoza, Daína Chaviano, Pilar Quintana, Gabriela Alemán…

“En los años cincuenta, las mujeres se abrieron camino ante el machismo de la vida intelectual”, sostiene Nubia Macías

La mexicana Brenda Lozano, autora de Cuaderno ideal, no cree que haya historias o frases ideales, "y pareciera que escribir, como leer, mucho tienen de cuaderno, más como un camino y sus desviaciones que un punto final. (¡Ese Apocalipsis!)". El pasado y el presente lo ve en Josefina Vicens, "que abrió puertas en México". Recuerda que "en tiempos en los que lo mexicano era el gran tema (pienso en Rulfo, Paz, el joven Carlos Fuentes), escribió El libro vacío, una bellísima novela más cercana a lo que se escribe hoy, mirando los temas de la vida cotidiana y la imposibilidad de escribir". No duda en afirmar que en México, Argentina, Chile o Colombia hay cosas muy buenas, y le interesa, sobre todo, lo que se escribe ahora.
Narrativas más tradicionales o más innovadoras, pareciera que la edición de libros creados por mujeres estuviera normalizada. Casi un centenar de ellas copan las librerías latinoamericanas y españolas. Pese a ello, surge, inevitable, el interrogante: "¿Es difícil publicar?", se pregunta la colombiana Marbel Sandoval Ordóñez, autora en su país de En el brazo del río, y contesta: "Mucho y más cuando se es mujer. La voz de las mujeres en la literatura colombiana sigue siendo marginal y lo digo como buena lectora, que siempre busca voces nuevas, y como escritora". Sandoval Ordóñez, que vive ahora en Madrid, cuenta que la industria editorial colombiana "ha abierto más espacios a la poesía escrita por mujeres, quizá porque la consideran femenina, que a la narrativa". Su experiencia en España no es muy diferente: "Aquí, una voz nueva tiene dificultad para abrirse camino, más si no se escribe, como en mi caso, lo que el mercado quiere. ¿Y que quiere el mercado?, le pregunté a un editor experimentado. Historias como las de la crisis, me respondió. Sin palabras. Para ese tipo de historias vuelvo al periodismo que es mi cuna".
…Lucía Puenzo, Lena Yau, Ana Nuño, Alia Trabucco, Ángela Becerra, Andrea Maturana, Brenda Lozano, Mónica Lavín, Fietta Jarque...
Escribir, escribir. No cesan en su empeño, como cualquier escritor. La ruta de la uruguaya Claudia Amengual, autora de Cartagena (Alfaguara), es la búsqueda de superar desafíos estéticos en cada nueva obra. Insiste en que su condición de mujer nada tiene que ver con la calidad de esas obras, “aunque sí con una textura distinta que enriquece el universo literario en el que aún predominan los escritores”. Admite que es posible intentar una definición de literatura femenina y de literatura masculina, “pero desde una teoría seria y no con meros clichés de género”. Así es que mientras el tema no se aborde con esa seriedad, Amengual prefiere hablar de la calidad literaria “sin pensar en otras etiquetas reductoras”. Tiene la convicción de que la única y mejor manera de reivindicar sus derechos como escritora es comprometiéndose con su trabajo y con sus lectores: “Es decir: escribiendo”. Como los hombres.
...Carmen Boullosa, Inés Bortagaray, Lilián Pallarés, Jacinta Escudos, Dorelia Barahona, Teresa Dovalpage, Carolina Sborovsky, Inés Fernández Moreno, Dolly Mallet, …


WASAP A UNA JOVEN BLOGUERA


LAURA RESTREPO
A Laura Quinceno, que en su blog me pregunta cómo pinta hoy el panorama para las mujeres escritoras.
Creo que bien, tocaya, siempre y cuando no incurras en uno de estos tres noes:
1. No pretender volverte rica con las letras. Ganarte el pan, sí, eso es otra cosa y es tu derecho elemental, como lo es para cualquier carpintero, dentista o astronauta.
2. No dejarte apabullar por el carrusel de los prestigios. La cultura que no tiene qué comer se alimenta de vanidad. Y del reciclaje de antiguos prestigios: tú, mi amigo, tú eres como Kafka. Gracias, gracias, pero ¿tú? Tú, en cambio, eres como Joyce. Y este que ahora publicamos, este es de la altura de Faulkner. ¡Y miren este nuevo Proust en el cielo de los suplementos culturales! Y así va pasando la pelota, como en el fútbol de las grandes ligas: entre varones.
3. No apostar a los premios, que hoy por hoy no significan mucho. Han proliferado tanto, que los entregan más fácilmente que las tarjetas de crédito. A estas alturas hay más premios literarios que escritores, y lo que es más grave, parece haber más escritores que lectores.
Laura Restrepo es escritora colombiana, autora de Hot Sur (Planeta) y Delirio (Alfaguara).
EL PAÍS

Claudio López Lamadrid, director de Penguin Random House, fallece en Barcelona a los 59 años

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Claudio López Lamadrid, retratado por Daniel Mordzinski.


Muere el editor Claudio López Lamadrid

El director editorial de Penguin Random House fallece en Barcelona a los 59 años


Carlos Geli
Barcelona, 12 de enero de 2012

El editor Claudio López Lamadrid murió ayer viernes a los 59 años en Barcelona tras sufrir un infarto en las oficinas de la multinacional Penguin Random House. López Lamadrid se había convertido en las últimas dos décadas en una de las grandes referencias de la edición en español a ambos lados del Atlántico. Su apuesta por la literatura latinoamericana le llevó no solo a seguir el impulso arrollador de un gigante como Gabriel García Márquez, con quien trabajó estrechamente en sus últimos años, sino también a apoyar la obra de autores como César Aira, Fogwill, Samantha Schweblin, Fernanda Melchor o Cristina Rivera Garza. También acompañó la obra de nobel como J. M. Coetzee, Orhan Pamuk o V. S. Naipaul.
Descendía de familias de marqueses, de los Comillas y los Lamadrid, pero empezó en el sector desde el escalafón más bajo, con apenas 17 años: su tío Antonio López Lamadrid, coeditor de Tusquets junto a Beatriz de Moura, le pidió un día que le ayudará a llevar los pesados paquetes de libros en la que era la primera mudanza del sello. Así, como mozo accidental, arrancaba la trayectoria de quien a los pocos años se convertiría en uno de los nombres clave de la historia contemporánea de la edición en España, gracias a una carrera de 40 años que se vio ayer inesperadamente truncada.
“Un editor ha de tener pasión, olfato y saber relacionarse”, resumía. Contaba con las tres virtudes. La primera, fundamental, ya venía de esos días de carretear paquetes y de pelearse con las devoluciones, en esos tiempos en que los libreros aún marcaban los precios con lápiz en el interior, cifras que él se encargaba de borrar. Cada vez más implicado en la editorial y absorbiendo, como buen observador, los quehaceres de Beatriz de Moura, que le enseñó también sus secretos, le enviaron seis meses a París para que siguiera su aprendizaje con otra institución, Christian Bourgois.A finales de los setenta entró ya plenamente en labores de edición y redacción editorial, que desarrolló durante una década. Entonces, decidió que debía alejarse de la sombra familiar. Inició un breve peregrinaje por las afueras del sector, como crítico literario y como traductor de autores como Tom Spanbauer. Fue por poco tiempo: “No me gustaba; ni mi dominio del inglés era tanto, ni el rigor de mis lecturas el necesario”, admitía años después, con su característica sinceridad.

Proximidad con los autores









Claudio López Lamadrid, a la izquierda, con James Ellroy.
Claudio López Lamadrid, a la izquierda, con James Ellroy. DANIEL MORDZINSKI


Esas labores temporales de freelance, sin embargo, le llevaron a contactar con Círculo de Lectores, donde, desarrollando el proyecto literario y el sello de nueva creación de Galaxia Gutenberg, acabó encontrando dos pilares sobre los que sustentó su oficio: su lugar al lado de los escritores y del también editor y crítico Ignacio Echevarría, quien se convertiría en uno de sus grandes amigos.
El ojo de Gonzalo Pontón le llevó a Grijalbo Mondadori en 1997 para cubrir la marcha de Daniel Fernández. Llegó en el momento en que el grupo italiano empezaba a formar el embrión de lo que hoy es, tras la entrada de Bertelsmann, Penguin Random House. El equipo italiano venía capitaneado por un hiperactivo, sagaz y leído gestor, Riccardo Cavallero, con el que congeniaría en lo profesional y en lo personal: “Ha sido uno de mis grandes mentores”, admitía López Lamadrid. Con él llevó a cabo su primer gran catálogo: el de Literatura Mondadori, donde, junto a nuevos valores de la novela estadounidense del cambio de siglo, aparecerían algunos nombres señeros de la nueva narrativa latinoamericana que él consolidó, como César Aira.
Ya no dejaría nunca la multinacional, la segunda mayor en lengua castellana, pero siempre trabajó con las maneras y el amor al oficio de los editores de la vieja escuela con los que empezó. “Sentía verdadera devoción por la literatura de calidad, algo que no era fácil en tiempos como los que corren para los grandes grupos. Era un hombre muy cercano y tenía una relación muy próxima con sus autores”, cuenta el venezolano Gustavo Guerrero, responsable de las publicaciones en español del emblemático sello francés Gallimard. “En ese sentido era un editor de otro tiempo”.
Desde un despacho con una miríada de libros en pilas no muy bien dispuestas y una pizarra de las de yeso garabateada o llena de dibujos, ejercía como director literario de todo el grupo, donde demostró una de sus grandes virtudes: la dirección de equipos. A ello unía un pragmatismo inusual en el sector, que le llevó en más de una ocasión a desestimar el fichaje de un gran nombre si consideraba que ese libro no tenía el nivel de su obra precedente. Y a dejar escapar a algunos de los que ya estaban en su catálogo si creía que iban a tener mejores opciones en la competencia. “Del mismo modo que los autores cambian de editorial, los editores pueden cambiar de autores”, defendía con su voz grave, que a veces sonaba un poco atropellada.
“No tengo ni serenidad ni temple”, afirmaba, desmintiendo su propio lema en las redes sociales, donde se mostró muy activo desde sus primeros balbuceos; era casi legendaria su serie de selfis junto a escritores, grandes o pequeños. Fue editor en el sentido anglosajón, pulía el original con el autor o el traductor. También ayudaba que ese trabajo era anónimo, no dejaba rastro y le permitía ser invisible, algo que practicaba tanto en su vida profesional como en la privada. Padre de dos hijos, su pareja era actualmente la escritora y guionista Ángeles González-Sinde, ex ministra de Cultura.
Con un envidiable olfato para la oportunidad, acabó conformando un catálogo de rutilantes firmas, que incluía a David Foster Wallace o, más recientemente y en el ámbito del español, en el que trabajó con intensidad los últimos 15 años, a: Emiliano Monge, Nona Fernández, Rodrigo Fresán, Javier Calvo, Alma Guillermoprieto, Elvira Navarro, Rafael Gumucio, Raúl Zurita, Sergio del Molino, Mercedes Cebrián o Patricio Pron. En los últimos tiempos asumió la misión de acercar la literatura latinoamericana a España. Esto le llevó a viajar incansablemente por el continente de feria en feria, de festival en festival, siempre dispuesto a participar en charlas y debates. “Latinoamérica sigue siendo el presente de la edición en lengua castellana”, sostenía hace poco más de un año. También supo incorporar (y aún más difícil, mantener) a Philip Roth, Cormac McCarthy, James Ellroy, Javier Cercas…
Licenciado en Derecho, notable melómano y periquito (seguidor del Español) en lo futbolístico, decía que sus escritores españoles favoritos eran Juan Marsé, Rafael Sánchez Ferlosio y Javier Marías. Con los años, los tres habían acabado en su catálogo, gracias también a las sucesivas fusiones de editoriales señeras como Alfaguara, Lumen, Debate o Aguilar. “Tengo el mejor trabajo del mundo. Llegar una mañana a tu despacho y encontrarte con un manuscrito de Marsé es algo impagable”, decía. Eso ya no podrá ser más.



Las letras en español lloran la muerte de López Lamadrid

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Claudio López Lamadrid se hace un selfi con el escritor César Aira. 


Las letras en español lloran la muerte de López Lamadrid

El editor, fallecido el viernes, supo subrayar tanto la importancia de los jóvenes escritores como la solidez de los mayores


JUAN CRUZ
Madrid 12 ENE 2019 - 15:22 COT

Detrás de un escritor de Penguin Random House, grupo editorial en el que trabajó los últimos 20 años de su vida y en el que ejercía de director literario, estuvo siempre Claudio López Lamadrid, que murió el viernes en Barcelona víctima de un infarto a los 59 años.

Entre los escritores a los que sirvió su educadísima inteligencia editorial estuvieron Gabriel García Márquez, Orhan Pamuk, Susan Sontag, César Aira o Javier Cercas. La lista de su vasto catálogo, hecho con vista, audacia y exigencia, la completan otros nombres a los que él trataba con idéntica filosofía: un editor es el puente entre la calidad y el público. Entre los nuevos, Emiliano Monge, Laura Fernández, Elvira Navarro, Patricio Pron, reinaba ayer la desolación por la ausencia de la sombra eficaz que él constituía.
Fue ese puente entre la creciente calidad literaria hispanoamericana y el público de las dos orillas, pues a él se debe, en gran parte, la nueva conexión narrativa que tiene al español como eje de expresión y de lectura. De la estirpe de Beatriz de Moura (con la que trabajó en Tusquets, junto a su tío Toni López), Carlos Barral o Jordi Herralde, fue un puente que construyó con otros cómplices en su propio grupo, Núria Cabutí, su consejera delegada, Pilar Reyes, la directora colombiana de Alfaguara, y Miguel Aguilar, mano derecha del viaje hispanoamericano del editor ahora fallecido.
En las ferias y en las presentaciones iba un paso por detrás de los autores; su figura de gentlemande Barcelona estaba pendiente de sus disgustos y de sus gustos, y a lo máximo que llegó, en la imagen pública de su cercanía, fue a compartir sustanciosos selfis que fueron explicación fotografiada de su disponibilidad. Fue un gran comunicador editorial, capaz de explicar con gestos mínimos la importancia de los jóvenes y la solidez de los mayores.
La suya era una pasión eficaz; en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, de la que era asiduo ferviente, organizó el lanzamiento del joven peruano Jeremías Gamboa. Reunió a todos los editores de Random House de América. Ante un auditorio mundial, el editor hacía su trabajo: crear expectativa, buscar eco, celebrar la alegría de publicar. Pasó con Gamboa, que no tendría más de 30 años, y con otros jóvenes, a los que promovió al oído de periodistas por naturaleza descreídos. Su capacidad de convicción la daba su historia de aciertos, y su modo de decir, mezcla de caballero viejo y de joven audaz que hizo del fular un modo de presentarse como un clásico en un mundo organizado por computadoras.
Ese trabajo difícil contribuyó también a no malgastar los grandes nombres propios a su cargo como el de García Márquez. Organizó con tiento la catalogación de su trabajo para que ni antes ni después de muerto las librerías se convirtieran en una orgía desordenada de obras del Nobel. Uno de los hallazgos que más se le pondera es el de David Foster Wallace y La broma infinita. Tuvo la fortuna, él lo dijo, de estar en un oficio en la que pudo editar a sus favoritos, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Marsé o Javier Marías. Y ha logrado el mayor éxito que puede alcanzar un editor, haber dejado una experiencia admirada siendo, como Kim de la India, el amigo de (casi) todo el mundo.

Claudio López Lamadrid / Un perfeccionista

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Claudio López Lamadrid

Claudio López Lamadrid

Un perfeccionista

Fue mi editor y mi amigo, una de esas figuras "más grandes que la vida" con las que todo escritor debería medirse alguna vez



PATRICIO PRON
11 ENE 2019 - 17:19 COT

Un editor tiene que dar la cara y defender sus elecciones”, sostuvo en alguna ocasión Claudio López de Lamadrid; más recientemente, en una conversación con Ignacio Echevarría, sostuvo que “hacer bien los libros no es tarea sencilla[…]: aparte de práctica y experiencia, se necesita cierta vocación, al menos una vocación de perfeccionismo, de trabajo bien hecho o como quieras llamarlo”.


Dos líneas de trabajo que constituyen la parte del león de su legado: por una parte, la publicación en español de la más reciente narrativa norteamericana, una apuesta de enorme riesgo por entonces si se considera la juventud de los autores que publicó (Jonathan Lethem, Dave Eggers, Chuck Palahniuk, Michael Chabon, Denis Johnson, entre otros) y la ambición a menudo desconcertante de sus obras, por ejemplo La broma infinita, de David Foster Wallace, de la que fue uno de los primeros valedores.


Buen conocedor de la literatura latinoamericana, López apostó por la circulación de ésta en España, así como de la literatura española en América Latina, en el que constituye el segundo de sus legados a los lectores en esta lengua. María Moreno, Rodrigo Fresán, Emiliano Monge, Fogwill, Javier Calvo, Belén Gopegui, César Aira, Javier Cercas, Alma Guillermoprieto, Alberto Fuguet, Rafael Gumucio, Pablo Raphael, Horacio Castellanos Moya, Raúl Zurita y Mercedes Cebrián son algunos de los autores con cuya publicación contribuyó decisivamente a lo que acabó llamando el "mapa de las lenguas", la construcción de un territorio literario que López (que confiaba ciegamente en las posibilidades que se abrían a la publicación en América Latina con la digitalización y la emergencia de pequeñas editoriales regionales, de las que era lector asiduo) conformó y pobló como pocos editores lo han hecho en los últimos decenios.


Un cierto pudor impide a quien esto escribe profundizar en su relación con Claudio López; pero no mencionar esa relación es difícil y tal vez inapropiado. Claudio López fue mi editor y mi amigo, una de esas figuras "más grandes que la vida" con las que todo escritor debería medirse alguna vez: su carácter era volcánico, su vocación era absoluta, su afán de perfeccionismo (también en la elección de sus colaboradores, a los que formó) era enorme. Escribir a sabiendas de que sería el primer lector de mis libros (pero también su principal defensor, si estos superaban su escrutinio) suponía un desafío enorme; la suya era la mirada de un dios colérico y gracioso y de una generosidad sin medida. La relación entre los autores y sus editores es proverbialmente difícil, y su importancia, desafortunadamente, sólo se mide en la pérdida. La de Claudio López es muy grande, tan grande como lo eran sus entusiasmos, sus convicciones, su compañerismo, la perplejidad y el dolor con los que quien esto escribe debe ahora acostumbrarse a conjurar su nombre en pretérito.




Pablo Raphael / Claudio López Lamadrid

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Claudio López Lamadrid


Claudio

En un mundo donde los editores son cada vez más gerentes de mercadotecnia, Claudio entendía que la literatura es una forma de resistencia


Pablo Raphael
12 de enero de 2019




Claudio López Lamadrid, retratado por Daniel Mordzinski.
Claudio López Lamadrid, retratado por Daniel Mordzinski.

Pablucas’, me decía Claudio López Lamadrid. O primo. Alguna vez le presté un árbol genealógico que enlazaba a los de la Madrid de Colima con los López de Lamadrid de Cantabria. Claudio regaló ese documento a su padre y a su vez bromeaba diciendo que unos hijos eran enviados a la guerra para defender el blasón familiar, otros a la iglesia para ganar el reino de los cielos y los más pequeños al nuevo continente para deshacerse de ellos. Yo le decía que la rama americana venía de Potes y no de Comillas y que ningún ancestro nos unía tanto como Orhan Pamuk, porque fue gracias a una conferencia sobre el futuro que el escritor turco impartió Barcelona, que conocí a quien poco tiempo después se convertiría en mi editor, como lo fue de muchísimos que le debemos tanto en ambas orillas del Atlántico.
A la cabeza me viene una bufanda al estilo tan The López que me regaló un cumpleaños, un libro autografiado por James Ellroy que olvidó en Manzanillo, la técnica de viajar sin maleta para quienes vivíamos a caballo entre Madrid y Barcelona, la mítica entrevista que para Quimera le hizo Enrique Díaz, una fantástica boda en Puerto Escondido, las carcajadas que le arrancaba Juan Antonio Montiel, la terraza donde cerramos la edición de Clipperton y las horas tan largas que me dedicó para hablar de la literatura como una forma de pensamiento. También se aparece en los recovecos de la cabeza ese restaurante de mariscos muy cerca del Hotel de las Letras donde hacía ensaladas de personas y tantas veces comí con él y amigos hoy entrañables como Patricio Pron y Diego Celorio. En estas horas pienso en Miguel Aguilar, Ricardo Cayuela, Carlota del Amo y Melca Pérez, en Teresa, en Fer y Paz, en Paula, María y Emiliano y así la lista crece tan interminable como la gente que lo quiso y hoy se rompió. Veo las fotos de sus hijos y sus veranos. Escucho esa voz ronca, de frases cortas y preguntas como disparo y apenas me creo que ese sonido no sucederá más. Ni los abrazos a sus inseparables como Ignacio Echevarría y Cristóbal Pera. Ni las fotos que le encantaba tomarse, ni el detalle con que cuidaba a escritores tan distintos como Rodrigo Fresán o Jordi Soler. Tampoco habrá forma de que siga honrando a quienes lo cincelaron como editor: Toni López Lamadrid y Beatríz de Moura.
Apenas hace un mes lo busqué en la FIL de Guadalajara y, en medio de la vorágine, se abrió espacio para tomarnos un café largo porque teníamos interrumpida la gestación de un libro que ya no leerá. Breve destrucción. En un mundo donde los editores son cada vez más gerentes de mercadotecnia, Claudio entendía que la literatura es una forma de resistencia cuya hazaña está en la lentitud. Y se daba el tiempo para ella, como un jedi en la Tierra, a contracorriente.
Aún ayer tuve tiempo para llamarle y no lo hice cuando quería decirle lo mucho que me había conmovido un mensaje abierto que horas antes había publicado en Instagram: Hoy cumple años mi poeta favorito: Raúl Zurita. El poeta del amor al cielo, al mar infinito, los desiertos de Chile y los acantilados. Del amor a todas las creaturas.
Nadie diría que ese poema titulado Guárdame en ti y las palabras adicionales que Claudio escribió, eran también una despedida que el gran Zurita agradeció con los ojos humedecidos: Entonces guárdame en ti/ en los torrentes más secretos que tus ríos levantan/ y cuando ya de nosotros solo quede algo como una orilla tenme también en ti/ guárdame en ti como la interrogación de las aguas que se marchan/ Y luego, cuando las grandes aves se derrumben y las nubes nos indiquen que se nos fue la vida entre los dedos/ guárdame en ti/ tenme en ti/ en la brizna que aún ocupe tu voz clara y remota/ como los cauces glaciares que la Primavera desciende.
No puedo dejar de pensar en Ángeles y el día que me la presentó aquella mañana de café, periódico, pan y zumo de naranja. Eso es la felicidad y aquello fue un domingo barcelonés que dibujó al Claudio que guardaré siempre, despeinado y elegante. Luminoso.



Sergio del Molino / La columna que Claudio López Lamadrid rechazaría

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Claudio López Lamadrid

La columna que Claudio López Lamadrid rechazaría

Para el mundo era una fiera, pero yo le recuerdo tímido y frágil. Un niño que jamás perdió la mirada franca y apasionada por la literatura


Sergio del Molino
12 de enero de 2019

Sé que Claudio López Lamadrid rechazaría este texto. Por sentimental, por idiota y porque no habla de televisión por ningún lado. Me lo devolvería tachado en rojo y me diría: haz lo que quieras, pero esto no funciona. Solo me quedaría el recurso de halagar su vanidad, como hacía António Lobo Antunes cuando le mencionaba en sus libros de crónicas. Lo siento, pero Claudio ha muerto, y no sé ni quiero escribir de nada que no sea Claudio.
Ya tendrán tiempo los lectores en español, a ambos lados del océano, de echarle de menos. Ya se percatarán de lo que hemos perdido, de su enormidad insustituible. No merece la pena que explique más lo que otros han explicado muy bien. Yo he perdido a un amigo, a un editor y a una persona sin la cual no existirían mis libros más queridos. Orfandad es la palabra que me sale y que intento reprimir por respeto a sus hijos, pero creo que Claudio ejerció la paternidad abundantemente, de muchas maneras y en muchos registros.
Le entregaba los manuscritos aterrorizado. Aunque él celebraba la recepción y me mandaba un wasap nada más imprimir el documento con una foto del tocho y un mensaje que decía “qué suerte tengo de leer lo nuevo de Sergio del Molino”, yo sufría ansiedad extrema. Paseaba insomne por mi casa esperando su reacción y temiendo su rechazo. Cómo no temerlo, con su porte de marqués, su voz, su habilidad para el sarcasmo más fino.
Para el mundo era una fiera, pero yo le recuerdo tímido y frágil. Un niño que jamás perdió la mirada franca y apasionada por la literatura, que aún esperaba sorprenderse. En la presentación del último libro que me publicó llegó tarde a la librería y no quedaban sillas. Se sentó en el suelo, junto al estrado, y le subió a la cara toda su timidez feroz e intelectual, en conflicto con su orgullo de editor. En el suelo, sentado a lo indio, despojado de todos los atributos de poder, era aún más grande.






Claudio López Lamadrid / Casco, niño, moto

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Claudio López Lamadrid
Foto de Daniel Mordzinski


Claudio López Lamadrid

Casco, niño, moto

Claudio López Lamadrid transmitía seguridad, esa sensación de que con él las cosas solo podían salir bien


“Lo único que tiene un editor son sus autores."
Claudio López Lamadrid

Claudio López siempre se iba antes de tiempo de los sitios. Mal equipado para la paciencia y con un umbral de aburrimiento muy bajo, dominaba el arte de la desaparición, hasta el punto de convertirlo en uno de sus encantos. Un extraño talento para la seducción en ausencia: cuanto menos estaba Claudio, más le quería la gente. Era capaz de convocar reuniones en su despacho y escabullirse a la mitad. A veces no era fácil desaparecer sin dar explicaciones: el trabajo de editor incluye una parte considerable de acompañar a los autores. Sin embargo, él se salía siempre con la suya, actuando de manera inesperada o farfullando alguna excusa surrealista que resumía, hasta hacer incomprensibles, varios argumentos. En una ocasión, para justificar que tenía que irse nada más cenar y dejaba tirado a un autor importante en un rincón inhóspito de la ciudad, intentó alegar que tenía que recoger a su hijo y solo tenía un casco para la moto así que no podía llevarle a ningún lado. Lo que dijo en realidad fue “casco, niño, moto” y aprovechó el desconcierto y la perplejidad que esas palabras generaron para subirse a la moto y desaparecer. Desde entonces, “casco, niño, moto” se convirtió en su lema, y en la mejor definición de su modus operandi.




Aunque dosificaba con cuentagotas su presencia, todo el mundo le conocía, y todo el mundo quería estar con él. Más que magnetismo, lo que tenía Claudio era un campo gravitacional propio de escala global e intensidad superior. Una vez establecido el contacto, físico o virtual, quedabas ligado a él por siempre en una órbita más o menos lejana, pero que indefectiblemente te acercaba como poco en momentos concretos del año: una FlL de Guadalajara, una feria de Fráncfort, alguna presentación, un viaje a Buenos Aires o Santiago. Allí tejía planes, sembraba libros y alimentaba amistades. El eco internacional de su desaparición es buena muestra de la red de afectos y complicidades que construyó. Su inmensa generosidad, la seguridad que transmitía, esa sensación de que con él las cosas solo podían salir bien, nos llevó a muchos a ser prohijados gustosamente y generaba una lealtad ciega entre quienes trabajábamos con él. También ayudaba, claro, lo divertido que era, lo bien que nos lo pasábamos. Estaba convencido de que tenía el mejor oficio del mundo, y a su lado esa convicción era verosímil. La fuerza de su personalidad y el éxito de su ejemplo humanizaron con creces el rostro de la edición de los grandes grupos en nuestro idioma; a cambio, ahora más que un editor, perdemos un trozo de alma.
Claudio siempre colocó a los autores y sus obras en el centro de todo: “Lo único que tiene un editor son sus autores”, decía con gesto serio. En su despacho presumía de dos butacas desvencijadas que le habían acompañado durante 20 años, varios edificios y tres fusiones, y de una pizarra cubierta por frases y dibujos esbozados a tiza. Una cita de Eliot destacaba: “For last year’s words belong to last year’s language / And next year’s words await another voice / And to make an end is to make a beginning” (“Las palabras de ayer pertenecen al ayer / y esperan otra voz las que vendrán mañana. / Y trazar un final es trazar un comienzo”). Hasta ayer no reparé en que quizá eso resumía su idea de la edición, poner en valor las palabras de ayer y buscar la voz que vendrá mañana. Me hubiera gustado preguntarle si era así, pero empeñado como siempre en irse antes de tiempo farfulló un último “casco niño moto” improvisado y nos dejó con la cabeza llena de planes ahora irrealizables, el corazón hecho añicos y condenados a arrastrar una deuda de gratitud inmensa e impagable.
Miguel Aguilar es director literario de Debate y Taurus. 
EL PAÍS




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