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Leila Guerriero / Para escucharte mejor

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Leila Guerriero

PARA ESCUCHARTE MEJOR

Leila Guerriero
1 de febrero de 2016


La conversación parece un valor indiscutible. Y los valores indiscutibles me resultan, en principio, sospechosos. Es natural que, en un siglo que se ufana de ser el más hiperconectado e hipercomunicado de la historia, una palabra como “conversación” sea tenida en alta estima. Yo, sin embargo, me pregunto cosas. Entre tantas, cómo es posible que millones de personas lanzadas a una bulimia comunicacional nunca antes vista, regurgitando a todas horas el contenido de sus pantallas táctiles, parezcan igual que siempre abroqueladas de manera férrea a sus convicciones y estén dispuestas —igual que siempre— a defenderlas a cualquier precio, incluidas bombas, persecuciones y matanzas; y me pregunto por qué lo mejor que pudimos encontrar en este siglo hipercomunicado e hiperconversatorio para definir el intento de comprender lo que nos resulta incómodo fue eso llamado “tolerancia”, un término que apenas disfraza con una pátina de corrección política el desprecio profundo que nos provocan los pareceres de otros. ¿A cuánta de toda la gente con la que hemos conversado le hemos dicho alguna vez, “Tenés razón”? ¿A diez, a cinco? Apuesto que a muchas menos.
Tanta gente tan convencida de tan diversas cosas (mi religión es mejor que la tuya, mi político es mejor que el tuyo, mi pobreza es mejor que tu riqueza, mi riqueza es mejor porque yo la pagué) hace pensar que vivimos, más que en un mundo hipercomunicado y conversacional, en un mundo en el que cada quien monologa consigo mismosin demasiado interés por lo que dicen —o monologan— los demás.
Sea como fuere, yo nunca estuve demasiado interesada en la conversación. Confieso: hablo poco. Solía tener un lema —no sé por qué uso el verbo en pasado— que decía que, con la pareja, no hay que hablar de cosas personales. Exageraba (¿exageraba?) pero tengo para mí que, cuando un miembro de la pareja le dice al otro “tenemos que hablar”, lo que en verdad está diciendo es a) “subamos al ring”, o b) “ahora te voy a demostrar que tengo razón”. Y siempre he creído que conversar no es querer vencer.

VIVIMOS EN UN MUNDO EN EL QUE CADA QUIEN MONOLOGA CONSIGO MISMO SIN DEMASIADO INTERÉS POR LO QUE MONOLOGAN LOS DEMÁS

De todos modos, he tenido algunas conversaciones memorables en mi vida, y fueron aquellas en las que aprendí algo —del mundo o de mí— que no sabía. Algo que me resultó, incluso, tenso, incómodo, revulsivo. Como cuando aquel hombre que me llevaba décadas, para iniciar una conversación que duraría años, me preguntó “¿Siempre fuiste tan lábil”? y yo sentí dos cosas: ganas de arrancarle los ojos, y al mismo tiempo, infinita curiosidad: ¿cuánto de razón o sin razón había en esa frase; cuánto de prejuicio o arbitrariedad?
Conversar, decía, no es querer vencer. Pero tampoco es un entretenimiento de señoritos sino un arte peligroso que, si está bien hecho, duele: afecta, molesta, nos descubre cosas que no sólo no sabíamos sino que, quizás, era mejor —más fácil— ignorar. Es probable que sea por causa de mi oficio —soy periodista, vivo de hacer preguntas— pero lo que más me importa de una conversación es poder —saber, querer— escuchar. Esa es la única forma que conozco de entender por qué nos pasa lo que nos pasa, de dónde venimos los que venimos, a dónde iremos si es que vamos hacia alguna parte. Mi abuela repetía que hablando se entendía la gente. Yo sigo sin creerle. La gente se entiende cuando guarda silencio. Cuando se queda callada y empieza, dolorosamente, a escuchar.


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El soul de Joss Stone

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Joss Stone


El soul de Joss Stone

LAS CLAVES
Carlos Olivares Baró
28 de abril de 2018
Joscelyn Eve Stoker, Joss Stone (Dover, Inglaterra, 1987) se paraba todas las tardes frente a la luna de su tocador y cantaba, imitando a Aretha Franklin y Dusty Springfield, piezas de soul. Dicen que se untaba tizne en su blanco rostro adolescente para hacer más real la escena. Modulaba hasta el cansancio en la soledad de su cuarto. El anochecer la sorprendía en medio de un sueño: se veía envuelta en un largo vestido granate cantando frente a las grandes divas del jazz (Ella Fitzgerald, Sara Vaughan, Billie Holiday…) en el 55 Bar del Bronx Neoyorkino.





Los aplausos la despertaban y se ponía hacer la tarea escolar que sus maestros le calificarían con rigor al día siguiente. A los 16 años, aquejada de dislexia, tuvo que dejar la escuela. “No porque fuera estúpida. No era muy estudiosa. Era un poco distraída y disléxica. Siempre fui una artista”, ha declarado muchas veces, la hoy famosa vocalista Joss Stone. / Su primera actuación fue precisamente en el instituto donde estudiaba, interpretando un estándar del vocalista y actor Jackie Wilson (Sr. Emoción), “Reet Petite”, éxito de los años 50. En 2001, con sólo 14 años, aparece en la BBC en Star For a Night con el popular tema de Donna Summer, “On the Radio”. Segura de sus potencialidades, viaja a Nueva York para realizar una audición convocada por el sello discográfico S-Curve, que le permite firmar contrato con la BMG del Reino Unido y compartir escenario con grupos notorios de la época como Blondie o Gladys Knight.




Colour Me Free
Artista:
Joss Stone
Género:
Neo-soul, R&B
Disquera:
Virgin Record

El soul y el R&B se asocian con vocalistas afroestadounidenses, nacidas en el Bronx, portadoras de acentos ásperos, subterráneos, graves y dolorosos. Joss Stone, que no nació en el Bronx ni es negra, ha roto con ese mito: sus inflexiones profundas, quebradas, duras y desgarradas la han convertido en una figura delsoul y del R&B que nadie se atreve a soslayar. Hermosa y exaltada, se presenta descalza con atuendo neo-hippie de singular diseño en los teatros del mundo. Su presencia deja boquiabiertos a muchos. / Contemporánea de Amy Winehouse, Adele, KT Tunstall y Duffy, vocalistas blancas de neo-soul. Pero, es la Stones, quien impone con más vigor sus modos en el gusto y preferencia de los melómanos: fuerza y espectros evocativos de la gran Dusty Springfield.
Compositora y también actriz, ha vendido más de doce millones de álbumes en todo el mundo. Dos premios Brit Award y un Premio Grammy. Herbie Hancock la convocó para la grabación de Possibilities (2005). / Escuchar a esta muchacha de sensual sonrisa y talante cómplice es un deleite. Pongo Colour Me Free: doce momentos de inusitado asombro. Evocaciones de Aretha Franklin, pero desde compases armónicos audaces, frescos y novedosos. Reminiscencias de Dusty Springfield en la tesitura, pero con más arrojo y gozo. / Dispónganse a entrar a las particularidades de Joss Stone. Desnuden sus oídos. Cuando lleguen a la pista 10, “It Believe It to my Soul” —una hermosa composición de Ray Charles— presten atención a los ataques del sax David Sanborn. No cesa el calor de este abril: el sol acompaña los arrestos de Joss Stone: temporal rítmico ineludible. Abril no es el mes más cruel: al menos, si escuchamos Colour Me Free.

LA RAZÓN






Joss Stone / Creativa y feliz

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Joss Stone, creativa y feliz

A la par que realiza su 'The Total World Tour', con el que recorre el mundo, la cantante cumple obras benéficas en cada país, que la hacen sentir plena


Azul del Olmo
Ciudad de México, 7 de julio de 2018

En una de las repisas de la casa de la cantante británi­ca Joss Stoneconviven un premio Grammy y dos Brit Awards que le recuerdan esa etapa en su carrera cuando se debía adecuar a las necesida­des que dictaba su disquera y la industria. Después sepa­rarse de la firma EMI, fundar su propia discográfica y con­vertirse en una artista inde­pendiente, Stone se enfoca en proyectos que la llenan de forma creativa y la hacen feliz.


Durante los últimos cua­tro años, la cantante britá­nica se ha enfocado en The Total World Tour, gira con la que recorre el mundo de for­ma sustentable y con la idea de hacer una obra benéfica en cada uno de los 204 países que completen el recorrido.
“Soy una persona muy lí­rica, es decir, si digo que voy a hacer una gira mundial es porque va a ser mundial... y si digo que voy a tratar a cada país de la misma forma, es exactamente lo que voy a ha­cer. Entonces uno de mis ami­gos que filman los conciertos un día me dijo que estaría bien que levantáramos imágenes de algunos lugares; pensé que era una idea increíble y que lo podíamos hacer en cada país que visitáramos y, además, ayudar como pudiéramos.
“Las necesidades van cambiando de país en país: en algunos necesitan dinero, en otros comida, pero la comida se acaba muy rápido, enton­ces buscamos que se hagan donaciones; en otros son me­dicinas o ropa, en otros ins­trumentos musicales”, explicó Stone en charla exclusiva con Excélsior.

https://www.youtube.com/watch?v=fJwE8edYEyw&index=14&list=RDYqLuGtssyGw
Joss Stone - It's a Man's World (Coco Mademoiselle)

La cantante originaria de Kent, Inglaterra. encontró la forma para que la gira llegue a países donde puede ayudar: los shows son los que con los ingresos generados permiten que se sumen destinos a la aventura que emprendió en 2014. Así, de 140 países ha au­mentado a 204, por lo que es­tará de gira por lo menos un año más.
Ser una artista indepen­diente le permite realizar es­tos proyectos y ayudar cuando ella quiera, o involucrarse en otros, como el álbum Mama Earth, y al final, explica, son las cosas que la hacen feliz.
“Mucha gente me ha pre­guntadopor qué hacer una gira así, o por qué utilizar el dinero que gano en ir a otro país o regalarlo a personas que ni conozco. Me dicen que estoy chiflada, pero yo pre­gunto: ¿para qué trabaja la gente?, para alimentar a sus hijos, mantener a su familia, vivir y eso es lo que los hace felices. Para mí es exacta­mente igual, trabajo para ha­cer felices a otras personas.
“Si puedo hacer feliz a mi mamá, a mi hermano, a mi fa­milia, a un chico en África con unos instrumentos musicales, o a un grupo de refugiados si­rios con ropa, lo hago porque eso es lo que a mí realmente me hace feliz”, añadió la intér­prete deYou Had Me.



Si bien Joss está enfocada en su labor filantrópica en los países en los que se ha pre­sentado con esta gira, tam­bién su independencia laboral le ha permitido realizar, jun­to a sus amigos Nitin Sawh­ney, Jonathan Joseph, Étienne M’Bappé y Jonathan Shorten, el proyecto Mama Earth, en el que la cantante hace una su­gerencia de lo que ella piensa que diría la Madre Naturaleza a los seres humanos.
“Es un proyecto que surgió un día cuando nos vimos, en realidad no fue algo que pla­neáramos antes, simplemen­te surgió. Somos un grupo de amigos que nos juntamos a hacer música un par de días y cada uno aportó su granito de arena, no es mi proyecto, es de todos, pero resultó que soy la única chica y soy la que canta, pero no, es un proyecto de cinco personas.
“Las canciones las escribí yo y sí, es lo que yo creo que la Madre Naturaleza nos diría a los humanos, es la interpre­tación que yo le doy. Cuando tenía unos seis o siete años leí un poema en la escuela que hablaba de la naturaleza y de la manera en la que hemos abusado de ella, de cómo ‘he­mos puesto concreto en sus venas’, y eso fue algo que se me quedó; ahora fue el tiem­po para poder plasmarlo en música y sólo nos llevó diez días hacerlo”, comentó entre risas Stone quien no descarta volver a la Ciudad de México en su próxima gira.
hch


Patricia Highsmith / Carol

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Patricia Highsmith
CAROL
Cate Blanchett
Rooney Mara


















Patricia Highsmith / Carol, una historia de amor

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Patricia y Carol, una historia de amor

La cumbre más difícil de alcanzar para una mujer es no ser jamás esa buena chica que se espera de nosotras


ELVIRA LINDO
5 FEB 2016 - 18:06 COT






Cate Blanchett, a la derecha, y Rooney Mara en un fotograma de la escena de la pelicula ‘Carol’. 
Cate Blanchett, a la derecha, y Rooney Mara en un fotograma de la escena de la pelicula ‘Carol’. 

Que la homosexualidad se cura es algo que hoy solo creen algunos fanáticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia. Pero en los años cuarenta, aquellos tratamientos psiquiátricos gozaban de cierto prestigio, estaban en la onda de las terapias freudianas y a sus puertas llamaban chicos y chicas de clase bien que querían erradicar de su alma la pulsión que les abocaba a sentirse atraídos por seres del mismo sexo. A uno de estos psiquiatras acudió la joven Patricia Highsmith, una chica de Texas que estudiaba en Barnard, la prestigiosa universidad de mujeres al norte de Manhattan. Patricia andaba pensando en casarse con su novio, otro joven escritor, pero la conciencia íntima de su ambigüedad sexual le hizo ponerse en manos de un médico. No se lo tomaba muy en serio, o no quería realmente curarse, porque cuando le propusieron una terapia con un grupo de mujeres casadas que padecían una homosexualidad latente, la joven dejó escrito que le divertía imaginar que se ligaba a alguna de esas señoras ricas carcomidas por su desviación. Casadas, ricas, mayores que ella. Ese era el tipo de mujer por el que se sentía atraída aquella joven morbosa, que a los 27 años ya tenía en un cajón Extraños en un tren, publicada un año más tarde.

En las Navidades de 1948, Patricia entró a trabajar en la sección de juguetes de Bloomingdale’s, para ganarse un dinerillo extra que le ayudara a pagar la terapia a la que asistía sin convencimiento. Fue allí donde una tarde vio entrar a una mujer envuelta en un abrigo de nutria, sofisticada, inconfundiblemente burguesa, con un pelo rubio que parecía iluminar el departamento. Highsmith, que ponía por delante su deseo a una posible patología, observó a la dama como solía hacer con las mujeres que le gustaban, de manera impertinente, escrutadora. Quiso creer que la elegante señora le devolvía la mirada con idéntica intensidad. Esa anécdota fue plasmada en unos cuantos folios aquella misma noche, fue el esbozo de The Prize of Salt.








La escritora norteamericana Patricia Highsmith durante su estancia en Lleida en la década de los ochenta.
La escritora norteamericana Patricia Highsmith durante su estancia en Lleida en la década de los ochenta. 


Leí la novela, en España titulada Carol, hace muchos años, bajo el influjo entonces de Ripley y su perverso atractivo de individuo amoral, y me pregunté si era posible que aquella historia de amor arrebatado entre dos mujeres podía haber salido de la misma pluma que esas otras novelas en las que la violencia sin culpa vertebraba las acciones de los personajes. En Carol había una rendición al amor, a un amor lésbico que no era castigado en el final, porque a pesar de que la mujer casada pierde la custodia de su niña, no parece un acontecimiento suficientemente dramático como para convertir el desenlace en un drama.
Highsmith se escondió tras un seudónimo para publicar la novela. Había una razón aún más poderosa que la de rehuir el escándalo: haber escrito una historia de amor, aunque fuera de amor prohibido, le causaba una insuperable vergüenza. “Esa novela apesta”, dijo en más de una ocasión. Pero no lo entendieron así sus lectores, sobre todo aquellas mujeres que vieron reconocidos sus deseos sexuales por vez primera en una novela digna, no en una publicación barata de quiosco más destinada a poner cachondos a los hombres que a contar el amor lésbico con solvencia literaria. Fue ese reconocimiento popular el que devolvió a la autora cierto aprecio por una obra recibida con estupor y condescendencia por los críticos.





Hay novelas cuya importancia va más allá de sus valores estrictamente literarios. Carol es, además de la única historia donde se adivina algo de la intimidad de la autora, un libro esencial, por valiente y rompedor, para todas esas chicas que decidieron no casarse con su novio y reconciliarse con su verdadero ser. Como no podía ser de otro modo en una historia firmada por Highsmith, hay un componente retorcido, al menos así lo veo yo, en la relación de la joven aprendiz y la señora burguesa. Se diría que están jugando a las mamás. De hecho, la joven Patricia confesaba en su diario una atracción perversa hacia su madre, con la que tuvo una relación que haría las delicias de un psicoanalista. Carol está ahora en los cines. Carol es Cate Blanchett y la chica callada pero de intensa mirada es Rooney Mara. La escritora fue tan guapa como la actriz que la representa, aunque el alcohol y las rarezas la convirtieran en una anciana a caballo entre dos sexos. Pero esa extravagancia demuestra que las mujeres no respondemos a un prototipo: Highsmith amaba a las mujeres tanto como las detestaba y nunca enmascaró su misoginia. Evitó cualquier rasgo sentimental en su escritura. Y a mí me atrae esa confusión mental que la llevaba a despreciar lo femenino y a desearlo furiosamente. Prefiero imaginar un universo que acepte las peculiaridades individuales a esa necesidad tan en boga de castigar el mal comportamiento, como reclama cierto puritanismo militante. Highsmith no fue una lesbiana ejemplar, pero es que la cumbre más difícil de alcanzar para una mujer es no ser jamás esa buena chica que se espera de nosotras.

Siberia / Del aislamiento a la desolación

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Del aislamiento a la desolación

El relato se estanca con el nulo dibujo de personajes, una cadencia que no es pautada sino morosa, y la gratuidad de ciertos diálogos


JAVIER OCAÑA
19 JUL 2018 - 16:14 COT

SIBERIA
Dirección: Matthew Ross.
Intérpretes: Keanu Reeves, Ashley St. George, Pasha D. Lychnikoff, James Gracie.
Género: thriller. EE UU, 2018.
Duración: 104 minutos.
Más que un lugar, que también, Siberia es un estado emocional. De aislamiento, de persecución, de purga. La Historia, con mayúscula, lo ha querido así, y cualquier historia, con minúscula, ambientada en sus tierras debería oler a frío y saber a represión.
Algo que intenta, aunque no consigue, el thriller estadounidense Siberia, incapaz de transmitir la desolación que pretende en un relato ambientado en parte en San Petersburgo, pero que tiene su núcleo central en una zona árida y rural cercana a la tundra. Con el más clásico de los mcguffins como excusa argumental, unos diamantes, su venta y su falsificación, la película renuncia a la fácil comercialidad del ritmo y del aparato de las secuencias de acción, que apenas tiene, para intentar abrazar el sello de los ejercicios de cine de autor.
Siberia juega incluso a ser conceptual, como lo era, por ejemplo, El americano (Anton Corbijn, 2010), en las antípodas climáticas pero con variadas semejanzas en su andamiaje narrativo y en su personalidad casi retro. Sin embargo, se queda en una vulgar sombra porque, aunque hay apuntes de estilo en sus primeros minutos, sobre todo por la utilización de su singular banda sonora, pronto se hunde en el tedio.
En su segundo largometraje, Matthew Ross, su director, pretende experimentar con el contraste entre el hielo y el fuego, entre la flema y el éxtasis, incluso en sus secuencias de sexo, cuatro polvos entre la misma pareja, con cuatro distintos modos de hacer el amor, o de fornicar, que seguramente no es lo mismo, entre la pasión y la decadencia. Pero el relato se estanca con el nulo dibujo de personajes, una cadencia que no es pautada sino morosa, y la gratuidad de ciertos diálogos presuntamente espectaculares, como un Tarantino de saldillo.
Que la secuencia climática pretenda ser un intercambio de parejas con felaciones al fondo ya da una idea de las intenciones de Ross: ir de frío y de abstracto para luego caer en el más fácil y ventajoso de los abismos.


Patricio Pron / “Ahora me es más fácil reírme del ridículo literario”

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Patricio Pron


Patricio Pron: “Ahora me es más fácil reírme del ridículo literario”

El escritor argentino publica el libro de cuentos 'Lo que está y no se usa nos fulminará'


Este es el hombre que dice ser Patricio Pron en uno de los cuentos de Lo que está y no se usa nos fulminará (Literatura Random House). En ese cuento, el verdadero autor inventa un personaje, Patricio Pron, que alquila actores para que hagan en su nombre la promoción de sus libros. El público termina amando más al actor que al autor verdadero.
Nacido en Rosario en 1975, Pron vivió en su infancia el torbellino argentino, del lado revolucionario, y se siente un poco como todos los argentinos de su edad, “hijo de desaparecidos”, aunque sus padres estén ahí, y bien saludables. Hablamos con el verdadero Pron.
Pregunta. ¿Es el hombre que dice llamarse Patricio Pron?
Respuesta. Eso dicen. Los escritores no somos más que una suma de prejuicios. Las entrevistas y lo que leemos sobre los autores confluyen en una especie de fantasma que se adhiere al escritor y que en algún sentido lo reemplaza.
P. Y ahí está usted haciendo de Pron en un cuento de Pron.
R. Y eso es ese Pron. Y es posible que el que hace de Pron, el actor, sea mejor que el tal Patricio. Pero no hay posibilidad de que haya competencia para hacer de mí en ningún sitio: puedo seguir siendo quien de veras soy.
P. ¿Y quién es usted, el verdadero o el falso?
R. No hay falsedad en literatura. Siempre he pensado que quien sea ese Pron no importa. Lo que importan son los libros que ha escrito, las contribuciones que haya hecho a la discusión. En cada libro existe la posibilidad de una redención modesta de las pequeñas faltas.
P. ¿Cómo entra la persona que es usted en los libros?
R. Algunos escritores hacen autobiografías o memorias. Lo que yo hago es vaciar los textos de toda referencia personal, pero a veces se cuelan. De una forma u otra, parte de todo lo que se cuenta en este libro me sucedió. Cuando finjo que no me pasó es cuando verdaderamente me sucedió a mí.
P. El énfasis en su propia persona de estas preguntas es porque aquí habla de todo lo que le concierne como autor: los editores, los otros autores, el público... ¿Cómo se siente en ese mundo en el que usted dice que hay tanta simulación?
R. Si lo deseamos, todos desarrollamos mecanismos para mantenernos al margen de los aspectos más sórdidos de este negocio. Se puede entrar de forma plena en ese juego, pero si, como en mi caso, eso no se es lo que se quiere, hay que recordar siempre que nuestro impulso inicial estuvo solo motivado por los libros. Una de las formas de resolver el problema de la inmersión en la sociabilidad literaria es riéndose de ello. Esa sociabilidad literaria puede ser decepcionante si uno comenzó a escribir con una visión épica de la vida de los escritores. En tiempos fue difícil, pero me resulta bastante fácil poder asumir el porcentaje de patetismo y ridículo que forman parte de la vida literaria.
P. Dijo “sórdido” refiriéndose al negocio en el que está.
R. Es un negocio sórdido a ratos, ennoblecido y salvado por un puñado de personas rectas y merecedoras de todo nuestro respeto y por otro puñado, incluso mayor, de personajes que trabajan en puestos del negocio editorial que son especialmente visibles. Lo que ocurre es que la conversación literaria se convierte cada vez más en conversaciones de comerciales en las que se cuelan reputaciones más basadas en lo que se vende que en lo que vale la pena.
P. ¿A qué aspira en ese ámbito en el que se encuentra?
R. No quiero la literatura como una homilía laica que sirva para arrojar migajas de verdad sobre un público informe. Concibo la literatura como un diálogo que conforma una comunidad. Una especie de república formada por autores y lectores. Y el propósito último es desaparecer detrás de los libros. Un día, hace mucho, escribí en Rosario sobre un tango. Escuché a mi alrededor a unos tangueros mayores que hablaban de mi texto como si lo hubiera escrito alguien de su edad. No dije nada, no me di por conocido. Eso escenificó lo que deseaba que sucediera conmigo y con mis libros.
P. ¿Tampoco le importaría no ser Pron?
R. En ocasiones los autores escribimos sobre lo que nos atemoriza. Y el temor a desaparecer es algo que tenemos todos. A ser olvidados. En cuanto a esa suplantación que de broma se hace en el cuento del que hablábamos, no hay problema: nadie querrá ser Patricio Pron, de modo que tengo que seguir siéndolo yo mismo hasta que, en efecto, desaparezca.
P. ¿A qué le tiene miedo?
R. A que la escritura se convierta en una rutina, a que escribir ficción y no ficción sea algo que pueda hacer sin volcarme por completo en ello. Creo que me he desprendido de algunos miedos. Por ejemplo, del temor a las opiniones de los demás.
P. Usted es muy serio. ¿Cómo ha logrado reírse de sí mismo?
R. Quizá al hecho de que la enorme inmigración judía llevó a Argentina el humor. Y quizá somos judíos sin saberlo, capaces de reírnos también del horror que hemos padecido.
P. En todo el libro hay referencias a Argentina, su autobiografía es argentina.
R. Sí, se podría decir que es un libro de regreso a mi país. En algún momento fantaseé con titularlo Mundo argentino, un título perfecto para este egocentrismo que tenemos los argentinos. Sería un mundo terrible, pero es posiblemente un mundo en el que los argentinos creemos que vivimos sintiendo que todo el mundo es argentino.
P. Imagine a un actor que sea Patricio Pron en el caso hipotético que pase lo que usted dice en el relato que implica su nombre.
R. Poniéndome en lo mejor, George Clooney, o John Cassavetes. En lo peor, Cantinflas, o uno muy gordo. ¡O una actriz! ¿Por qué no una actriz?




Patricio Pron / Gatos

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Gatos

Hay lugares en el mundo donde los animales solo pueden ofrecer a sus dueños un hogar a la intemperie

PATRICIO PRON
3 AGO 2014 - 17:00 COT

Algo antes de morir, Richard Matheson se internó en su casa durante un incendio para salvar a su gato. Quizás sólo un escritor pueda entender la importancia de ese gesto: el autor de Soy leyenda y otros libros no arriesgó su vida para rescatar un manuscrito, una obra en curso o unos papeles, sino para salvar a su gato. No sabemos el nombre del afortunado, pero sí los de otros gatos de escritores, como Spider, el de Patricia Highsmith; Beppo, el de Jorge Luis Borges; Catarina, la gata a la que Edgar Allan Poe escribía cartas cuando estaba de viaje; Williemina,que había aprendido a apagar las velas con una pata para que Charles Dickens abandonara lo que estaba haciendo y se fuera a la cama.
En su libro Céline secreto, la viuda del autor de Viaje al fin de la noche recuerda aBébert, el gato que acompañó a la pareja en su huida de Francia en tren: “Bébertnos salvó la vida. Me sentía tan sola que me hubiera dejado morir si no fuera para que mi gato viviese. Era él quien nos creaba un pequeño hogar, un corazón que latía”. Céline había firmado panfletos antisemitas durante la Ocupación y huyó a Dinamarca, donde alternó la cárcel con viviendas precarias hasta que pudo regresar a su país.
En algún momento adoptó un perro y solía escribir con él atado a su cintura para que no devorase a Bébert, que siempre estaba vigilante. El gato “vivió con nosotros este trozo de historia, totalmente inmóvil en su mochila, sin pedir comida ni bebida, como abstraído dentro de sí mismo y en contacto directo con la atrocidad del mundo”, cuenta la viuda de Céline. En estos momentos, otros gatos (en Gaza, en Siria, en África, en Ucrania) contemplan con sus ojos esa atrocidad y ofrecen a sus dueños algo parecido a un hogar en la intemperie.




Robin Williams, Philip Seymour Hoffman y Lauren Bacall / Juguetes rotos e irrompibles

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Robin Williams

Juguetes rotos e irrompibles

Williams, Seymour Hoffman y Bacall han demostrado que el mejor efecto especial es el talento del actor

EL PAÍS
17 AGO 2014 - 17:00 COT


Juguetes rotos e irrompibles
MARCOS BALFAGÓN
Muerto Robin Williams y con Philip Seymour Hoffman (uno de los mejores actores de su generación) todavía en la memoria, ha vuelto la fatigosa muletilla del juguete roto. Cuando no se sabe nada que decir sobre el trabajo profesional de un actor que acaba de morir se resucita el título de la película de Summers y ya está todo dicho. El caso es que ni Williams ni Seymour Hoffman respondían al cliché. Eran actores respetados, con proyectos en marcha y jugosas retribuciones. Williams explotó con notable éxito sus cualidades de hombre orquesta de la interpretación y Seymour Hoffman demostró (en Antes que el diablo sepa que has muerto o en Los idus de marzo, por ejemplo) que el mejor efecto especial es el talento del actor. La maquinaria Hollywood trabaja así: exprime el talento de sus actores (de los que tienen genio), exacerba sus depresiones y destila de ellas el instante de una interpretación insuperable. No es que sean juguetes rotos; es que tienen que ser rompibles para que el cine obtenga la plusvalía actoral en la pantalla. Buena parte de la historia de Hollywood está tejida con desiertos de drogas, océanos de alcohol y galaxias de sexo (léase Hollywood Babilonia, de Kenneth Anger); es, en fin, el humus que abona la cosecha.
Pero, claro, otra parte del catálogo actoral es irrompible. Puede ser por suerte, porque están bien acompañados o porque ese era el destino señalado por su carácter. Es el caso de Lauren Bacall, fallecida después de una vida sin accidentes reseñables. Tenía la mirada oblicua (lateral o vertical, a elegir) y sardónica, sonrisa de superioridad y fragilidad escurridiza. Un Dashiell Hammet perezoso hubiera dicho que estaba hecha de la materia de los ensueños. Construyó sin dificultad dos o tres películas memorables (a saber, El sueño eterno, Escrito sobre el viento y Mi desconfiada esposa) y se dejó mecer hasta el fin de sus días por el recuerdo asociado de Humphrey Bogart.

Desafortunadamente, será recordada por la frase sumisa en Tener y no tener: “Si me necesitas, silba”. Merece un recuerdo mejor. Como la que estampa al propio Bogart en El sueño eterno: “No es usted muy alto” (por ahí le apretaba el zapato a Humphrey). La respuesta es la de un hombre curtido en mil zafarranchos verbales: “Hice lo que pude”. Y se quedó con la chica.

EL PAÍS







Robin Williams fue nuestro genio

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Robin Williams

Robin Williams fue nuestro genio

Un colaborador español del cómico recuerda al hombre que dio vida al genio de 'Aladdin'


RAÚL GARCÍA
16 AGO 2014 - 17:04 COT

Los ojos todavía se me estaban acostumbrando a Hollywood, a mi primer trabajo en los míticos estudios Disney, al sentimiento de ser el primer español por esa meca del dibujo animado, cuando conocí a Robin Williams. Llegué en 1991 para trabajar en Aladdin. Iba asignado como animador a la unidad que supervisaba Eric Goldberg, encargada de lo que entonces era uno de los personajes secundarios del filme, el genio de la lámpara.
Robin Williams (en el centro), acompañado del equipo de animadores de Disney. Arrodillado y con gafas, Raúl García.

Desde el primer día pensamos en utilizar la voz de un cómico y gracias al Popeye de Robert Altman el nombre de Williams rondaba nuestras cabezas. Menos la de Jeffrey Katzenberg, entonces presidente de la división de animación en Disney. La única forma de convencerlo fue prepararle un test de animación utilizando uno de sus antiguos monólogos. Williams hablaba de esquizofrenia. Nosotros mostramos al genio desdoblándose en múltiples personalidades. Incorporamos los rasgos del actor y desde ese momento Robin Williams fue nuestro genio.
Y de pronto llegó el verdadero Robin, el de carne y hueso. Todos nos agolpamos en la cabina de grabación para verle y fuimos testigos de algo extraordinario. Llegó silencioso y tímido al micrófono. Me llamó la atención que de cintura para abajo Williams tenía la fragilidad de un bailarín y de cintura para arriba, el musculoso torso de un luchador. De pronto, con la primera toma, fue como si alguien hubiera apretado un interruptor y Robin se transformó en una máquina de improvisar. Nuevos diálogos, imitaciones, bromas muy poco Disney inundaron el estudio con su energía. Nuestras carcajadas, a veces inevitables, arruinaron alguna que otra toma. Fue una grabación inolvidable que siempre acababa igual, con el Robin tímido y callado, mitad bailarina mitad forzudo de circo, que había entrado en el estudio.
Su actuación nos cambió a todos el concepto de lo que debía ser el genio. Ante tal raudal de ideas, chistes e imitaciones, los animadores nos dejamos llevar por su locura e incorporamos imágenes como la del genio en plena metamorfosis entre Jack Nicholson y Robert de Niro, de elefante bailando a pequeña abeja con gafas de piloto. Su actuación nos dio la oportunidad de crear un personaje inolvidable que para nada estaba en las páginas del guión. Incluido ese cartel de Aplauso que sólo resumió lo que sentimos al oírle grabar.






Con la primera toma, se transformó en una máquina de la improvisación

Al terminar la animación, Robin volvió al estudio porque quería hacerse una foto con los animadores. En un falso acento ruso nos sacó a la calle y no dudó en colocarse en la cabeza una coleta similar a la del genio que uno de los animadores había confeccionado. Teñido de rubio para el rodaje de Toys, hoy no era el hombre tímido de otros días sino el genio de la fiesta, bromeando sobre su reciente depilación para el papel en su próxima película y sobre nuestra pinta de “raperos blancos” posando para la foto.
Volví a trabajar con él en Señora Doubtfire. Fue divertido verle hacer en el rodaje lo que le había visto hacer en la realidad, interpretar a un doblador de filmes animados. Los estudios Warner contrataron al mítico Chuck Jones para dirigir el segmento animado con el que empieza la película y yo me salté cualquier exclusividad con Disney (y mis fines de semana) con tal de volver a trabajar con Williams.
Desde entonces, siempre que coincidíamos, hablábamos de volver a hacer algo juntos en animación, un medio que adoraba. Estuve allí cuando la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood le concedió el premio Cecil B. DeMille a toda su carrera. Algún que otro periodista se molestó con sus bromas. Yo no podía dejar de reír. Cuando fui a felicitarle, me devolvió el cumplido aunque iba dirigido a mis gafas. Williams era un auténtico gafapasta, siempre con los bolsillos llenos de diferentes modelos a cual más de diseño que disfrutó enseñándome. Volvimos a hablar de trabajar juntos. “¿Quizá en Backyard Heroes?”, le pregunté sobre un proyecto que le había hecho llegar. Le gustó la idea. Al agente, no.





Me llamó la atención que de cintura para abajo era frágil como un bailarín

La última vez que coincidimos fue durante la première en Washington de Noche en el museo. Para entonces había sufrido un amago de ataque al corazón y acababa de salir del hospital. Se le veía algo más apagado. “¿Qué tal ese corazón?”, le pregunté. “Por aquí, refunfuñando”, me contestó mientras volvía a iluminarse dándole voces a su propio corazón.
Al conocer la noticia de su muerte, sentí la marcha como si fuera uno de los nuestros pero también recordé las imágenes que inspiró en nosotros en Aladdin. Especialmente esa en la que el genio logra realizar su deseo: por fin ser libre.
Raúl García es codirector de El lince perdido y animador en clásicos de Disney como Aladdin, La bella y la bestia, Hércules, Pocahontas, Fantasía 2000 y El rey león. Miembro de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, en la actualidad ultima su próximo largometraje animado,Extraordinary Tales, basado en historias cortas de Edgar Allan Poe.

Lo nunca visto del Genio de Robin Williams en ‘Aladdin’

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Robin Williams

Lo nunca visto del Genio de Robin Williams en ‘Aladdin’

23 años después del estreno del film, un lanzamiento especial revela las tomas eliminadas del actor



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"Escribimos el Genio para Robin [Williams] sin saber si aceptaría. Hubiéramos estado en grandes problemas si hubiera dicho que no", recuerdan hoy los directores Ron Clements y John Musker, que se encargaron hace 23 años de convencer a una de las grandes estrellas de la comedia para que cediese sus laringes al carismático secundario mágico de Aladdin (1992). Dos décadas después del estreno y un año después de la muerte de Robin Williams, el Genio, uno de sus personajes más carismáticos, sigue vivo. Ahora, Disney saca de su baúl una selección de esas jornadas eternas de risas e improvisación que pasó el actor en el set de grabación. Cumplió mucho más que tres deseos para Disney.

Este detrás de las cámaras, animado para la ocasión, será una de las piezas clave en la edición diamantes del Blu-ray remasterizado de Aladdin, que saldrá a la venta en Estados Unidos el próximo martes 13 de octubre, para celebrar el aniversario de este clásico Disney. Una nueva oportunidad inédita de ver a Williams en su terreno más fértil, imitando a Obi-Wan Kenobi, Richard Nixon, James Dean y hasta a los ejecutivos de Disney. Introduciendo en el pasado conceptos modernos e improvisando en cada segundo las acciones del personaje azul, incluso cuando se le caía el café en los guiones. España, eso sí, tuvo que conformarse con el cómico Josema Yuste, de Martes y 13.
La celebración ha servido, además, para reunir en el matinal de ABC Good Morning America al compositor Alan Menken con el reparto y el equipo original. "Cuando nos enteramos de su muerte, nos acordamos de la última escena de la película. Robin era como el genio, con una gran personalidad pero sensible", recuerdan. 
EL PAÍS



Así fueron los últimos días de Robin Williams

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Robin Williams
Tributo callejero
Los Angeles, 2014

Así fueron los últimos días de Robin Williams antes de su suicidio

La nueva biografía del actor revela los problemas e inseguridades que asaltaron al cómico antes de quitarse la vida en 2014


ROCÍO AYUSO
Los Ángeles 10 MAY 2018 - 11:01COT

El suicidio de Robin Williams en 2014 pilló a todos por sorpresa. Sin embargo, fueron muchas las señales que indicaban que algo andaba mal en la vida de uno de los mayores cómicos que Hollywood ha conocido. Un declive que el periodista del New York Times Dave Itzkoff ha recogido en su nueva biografía, Robin. “Fue uno de los cómicos más lanzados que he conocido. El artista más arriesgado”, afirma Billy Crystal. Un actor que parecía tenerlo todo, pero que durante los últimos años estuvo poseído por el sentimiento de haber llegado a su final“Lo que vi [aquel día] fue un hombre asustado”, cuenta Crystal sobre una de las últimas veces que estuvo con su amigo y compañero de profesión. El intérprete es una de las voces consultadas en esta biografía, que saldrá a la venta el próximo 15 de mayo y en la que también participan la tercera esposa de Williams, Susan Schneider; su primogénito, Zak Williams, y su nuera, Alex Mallick, además de otros muchos actores, amigos y compañeros de trabajo.

Con la ayuda de todos ellos, Itzkoff logra retratar al artista. La sensación que le asaltaba en los últimos años venía marcada por una carrera en declive, lejos de los tiempos en los que ganó el Oscar por El indomable Will Hunting o cuando su voz dio vida al genio de Aladdin. También estaba en declive su fortuna. Como dijo el cómico en una ocasión, “divorciarse es caro”. Y él lo había hecho dos veces, primero de Valerie Velardi y después de Marsha Garces, con quien tuvo otros dos hijos. En el libro se muestra a un Williams que nunca llegó a superar el peso de su segundo divorcio y cómo este había dividido a su familia, especialmente en cuanto a la relación con sus hijos. “Tenía la seguridad de que nos había defraudado. Nunca acabó de aceptarlo. Algo triste porque todos le queríamos y solo queríamos su felicidad”, recuerda su hijo en el libro.
A las dificultades personales y laborales se unieron diferentes problemas de salud de los que durante un tiempo no supo la causa. Incluso el diagnóstico de Parkinson, en 2014, pudo haber estado equivocado, según se recoge en el libro de Itzkoff. La autopsia indicó que Williams padecía una forma de demencia incurable que tiende a manifestarse de forma agresiva en el cerebro y suele aumentar el riesgo de suicidio.
En medio de estas crisis estaba un hombre como Robin Williams, que vivía para su arte, que había dedicado 35 años a su carrera y, superados los 60, no sabía hacer otra cosa. Sin embargo, como declaró a muchos de sus allegados, Williams pensaba que era incapaz de volver a hacer reír a su público. “No puedo. No sé cómo ser gracioso”, le dijo llorando por aquel entonces a Cheri Minns, durante años su amiga y encargada de su maquillaje. Para entonces, la serie que le había devuelto a la televisión, medio en el que se dio a conocer al principio de su carrera, había fracasado, y las invitaciones que recibía de sus amigos para que regresara a los escenarios como monologuista le abrumaban. Siempre las rechazaba.
Según la biografía, su deterioro físico llegó a afectar su prodigiosa memoria, imposibilitando que el actor se aprendiera sus guiones. También presentaba problemas digestivos, a la hora de dormir, al orinar. Su voz había cambiado, había perdido mucho peso y sus músculos se paralizaban incomprensiblemente. El diagnóstico de Parkinson hizo realidad los peores temores del mejor amigo de Christopher Reeve. “Se sintió atrapado en su cuerpo”, recuerda otra de sus amistades, Cyndi McHale.
En esta crisis personal y laboral, Williams se fue aislando de todos. Según la biografía de Itzkoff, su tercera esposa, diseñadora gráfica, estaba acostumbrada a mantener una vida más independiente del actor que aquella a la que se había acostumbrado con Marsha, quien actuó durante años como su manager y le organizaba frecuentes encuentros y cenas con sus amigos. El matrimonio comenzó a dormir en habitaciones separadas, cada una en un extremo de la casa. Y meses antes de su muerte, Williams recurrió a un centro de desintoxicación que había conocido años atrás, cuando tuvo problemas de adicción, en busca de un lugar en el que meditar y encontrarse a sí mismo.
“En retrospectiva, siento que tendría que haber pasado más tiempo con él. Porque alguien que necesitaba apoyo no recibió lo que quería”, recuerda ahora su hijo. El cuerpo de Williams fue hallado sin vida en su casa al norte de San Francisco. Se había ahorcado con su cinturón. Unos amigos encontraron el cadáver mientras su esposa le esperaba para hacer meditación juntos. Era la primera noche en mucho tiempo que parecía haber dormido bien y no quería despertarle.


El volcán Robin Williams nunca se apaga

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Robin Williams



El volcán Robin Williams nunca se apaga

Un documental de la HBO y un libro repasan la vida y las adiciones del cómico estadounidense, un actor torrencial sin límites considerado el mayor talento de su generación


GREGORIO BELINCHÓN

Twitter Madrid 17 JUL 2018 - 13:45 COT




Robin Williams, a finales de los setenta, en una fotografía que aparece en el documental 'En la mente de Robin Williams'. En el vídeo, el tráiler. MARK SENNET





Estaba inerte, mirando al suelo, con los brazos colgando, completamente quieto y callado". En 1986 el fotógrafo Arthur Grace recibió el encargo de Newsweek de seguir durante un mes la gira de Robin Williams. El primer día que vio la preparación del cómico minutos antes de un show pensó que se había quedado dormido: "De repente, cuando le llamaron, estalló". Como una explosión, una dinamo de creación constante de una energía brutal. Sin freno, sin límites, sin red, sin censura. Desaforado. Volcánico. Solo así entendía la comedia Robin Williams. Interpretaba a Dios drogado creando al ornitorrinco, se convertía en la vagina hablante de Whoopi Goldberg en un telemaratón benéfico televisado a todo EE UU, se burlaba de sí mismo hasta la autoflagelación más dolorosa. Todo sin dar respiro. E imitaba. Imitaba, saltaba de un personaje a otro en segundos sin parar de correr por el escenario. Durante horas, semanas, meses. "Tengo miedo a ser aburrido, al día en que mi mente no pueda arrancar", contaba. Y cuando intuyó que empezaba a perder el control de su cerebro, Robin Williams se suicidó.

Robin Williams

El 11 de agosto se cumplirán cuatro años del fallecimiento de Williams (Chicago, 1951 - Tiburon, California, 2014), uno de los cómicos más talentosos del siglo XX. Al menos, seguro, fue el que más energía emanó desde el escenario. La cadena HBO estrenó ayer En la mente de Robin Williams, un documental de Marina Zenovich que revisa cronológicamente la vida del artista. Al filme le falta cierta chispa, justo la que le sobraba a su protagonista, y prefiere detenerse en las adicciones que marcaron su vida y sus películas más conocidas aunque menos arriesgadas, como El club de los poetas muertos o Good Morning, Vietnam, antes que en el proceso de creación de su arte y en sus trabajos fílmicos más arriesgados: Aladdin, El rey pescador, Retratos de una obsesión o Insomnio. Todo lo contrario que el libro Robin, del periodista de The New York Times Dave Itzkoff,una minuciosa investigación sobre alguien que, como defiende el mismo Itzkoff, "estaba igual de increíblemente dotado para la comedia que para el drama, y por tanto no debería de ser etiquetado".








DOS PERSONAJES PARA LA HISTORIA

El volcán Robin Williams nunca se apaga

De entre los miles de personajes que creó Robin Williams, el cómico tenía dos cercanas a su corazón. El documental se detiene en su interpretación de Esperando a Godot junto a Steve Martin, una aventura teatral en la que se embarcó en otoño de 1988 en Nueva York, dirigidos por Mike Nichols. “Aprendí a que las pausas son parte de la comedia”, cuenta Williams, “porque Martin es el rey del tempo cómico”.
La otra llegó de la animación: su Genio de Aladdin aún no ha sido igualado. El español Raúl Garcíafue el responsable de animación del personaje. De viaje en Madrid, reside en Los Ángeles, García recuerda: “Era el tipo más tímido del mundo, callado... Hasta que se ponía delante del micrófono y parecía que se apretara el interruptor. Era una fuente de ingenio. De cintura para arriba era un luchador de grecorromana y de cintura para abajo una bailarina y lo movía todo a la vez. Se le dio carta blanca para la improvisación, y llevó la película por caminos que nosotros ni imaginábamos: no habíamos previsto cambiar tanto visualmente al genio en cada plano. De cada línea de diálogo podía sacar hasta 15 minutos de improvisación".
La relación entre Williams y García, que cuenta varias anécdotas sabrosas de él, creció: "Nos hicimos amigos, gracias a él me contrataron para hacer la secuencia de animación de Señora Doubtfire. Hablábamos mucho. La última vez que nos vimos fue tras su operación de corazón, y bromeamos sobre nuestros problemas de salud”.

Pero Williams fue ante todo un cómico, y lo mejor de En la mente... es la posibilidad de verle en acción en teatros de todo Estados Unidos. Su verborrea genial, su capacidad inabarcable de improvisar, de crear un personaje y dejarlo atrás por otro en segundos. En agosto de 1986 se encerró dos noches en el Metropolitan Opera House de Nueva York ante 3.800 personas. Él solo, en un escenario desnudo. Y en sendas actuaciones de dos horas, de las que cerca del 25% -cuentan sus amigos admirados- era material nuevo que nunca le habían escuchado antes. "Los monólogos son un mecanismo de supervivencia", dice en off en pantalla. Como apuntan varios de sus compañeros, su exparejas y sus hijos, Williams solo vivió para una cosa: hacer reír. Eric Idle, otro grande y colega de Williams, ilumina su carácter cuando apunta: "Necesitaba transmitir y tener gracia; a la vez era una luz que no sabía cómo apagarse". Billy Crystal,su amigo íntimo, lo refrenda: "La risa era su droga porque significaba aceptación". Siempre en busca de un abrazo, del cariño, procediera de quien procediera.

Esa necesidad de hacer reír venía de su madre. Robin Williams fue criado como hijo único por un viajante de la compañía Ford y una exmodelo. Años después supo que cada uno de sus progenitores había tenido un hijo en matrimonios precedentes y apagó así, con su relación fraternal, algo de la soledad que había sufrido de crío. En su primera actuación, en el instituto, imitó en la fiesta de graduación a un profesor, y descubrió el placer de los aplausos. Tras estudiar Interpretación en la escuela Marin y representar La fierecilla domada en el festival de Edimburgo en 1971, Williams entró en el tercer curso de la prestigiosa escuela Juilliard, en Nueva York, junto a quien se convertiría en la otra gran estrella de esa quinta de la institución: Christopher Reeve. Al finalizar sus estudios se mudó a la otra costa, a San Francisco. Allí encontró su sitio en una hornada incipiente de nuevos cómicos de la stand-up comedy estadounidense. David Letterman, en sus inicios humorista antes que periodista, rememora el primer día en que vio una de sus actuaciones: "Por su energía, pensé que podía hasta volar".

La tele le catapultó a la fama al encarnar al marciano coprotagonista de la serieMork y Mindy (1978). Era capaz de grabar un episodio -con público en directo- después actuar en el mítico local  angelino The Comedy Store e, incansable, volver a actuar en otro club, The Improv. "Una noche", asegura Idle, "logró ponernos a rezar a todo el público para que muriera un alborotador que gritaba al fondo del local". Llegó el éxito, y con él, la cocaína -"Es la forma que tiene Dios de decirte que ganas demasiado dinero", ironizaba Williams- y el alcohol. El fracaso de Popeye le hundió en las adicciones, y de ellas salió cuando descubrió que había sido la última persona en ver con vida a otro genio, John Belushi, que murió de sobredosis.
Siguieron años de éxito en los escenarios, de una fama internacional —aunque ningún doblador puede estar a su altura—. También de divorcios, de una operación de corazón y de un mal diagnóstico de párkinson. Como cuenta el libro de Itzkoff, en la autopsia se descubrió que en realidad sufría de demencia con cuerpos de Lewy, un síndrome degenerativo del cerebro “que alteró la percepción de la realidad de Robin, y probablemente le llevó a hacer algo que no quería”. Su cuerpo fue apagándose, su chispa desapareció, y Williams decidió ahorcarse en su dormitorio. Steve Martin apunta en pantalla: “Robin estaba bastante cómodo en el escenario y bastante incómodo en la vida”.

Jean-Louis Trintignant dice adiós al cine y empieza a despedirse de la vida

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Jean-Lous Trintignant

Jean-Louis Trintignant dice adiós al cine y empieza a despedirse de la vida

El actor, de 87 años, anuncia su retirada y revela que no tiene ya fuerzas para luchar contra el cáncer que padece


SILVIA AYUSO
París, 21 de julio de 2018

Jean-Lous Trintignant no puede más. O no tiene ganas. A sus 87 años, y aquejado de un cáncer de próstata, el actor francés se despide de las películas y, en cierto modo, de la vida. “Creo que el cine se acabó para mí”, anuncia en una entrevista con el diario Nice Matin publicada hoy viernes. Tampoco tiene fuerzas, reconoce, para combatir la enfermedad que lo afecta. “No lucho. Dejo que las cosas pasen. Hay un médico marsellés que va a probar una cosa nueva. Pero no hago quimioterapia, aunque estaba ya preparado”, revela.



Volver a someterse a la dura disciplina de un rodaje es algo para lo que ya no se siente capaz. “Acabo de rechazar trabajar en una película de Bruno Dumont. Era interesante, pero tengo miedo de no estar a la altura físicamente”, explica el actor de reconocidos títulos como RojoAmor o Z. “Ya no me muevo solo, siempre necesito a alguien a mi lado que me diga: cuidado, hay un mueble delante de ti, te vas a dar un trompazo”, cuenta no sin una cierta ironía. De este modo Happy End, la última película de Michael Haneke, de título engañoso, que se estrena hoy viernes en España, pondrá un final, también poco feliz, a una larga carrera con más de 120 títulos que lo han convertido en un referente del cine francés y europeo del último medio siglo.

Una carrera de cuyo éxito —desde el Oso de Plata por El hombre que miente (1968) al César a mejor actor por Amor (2012)— dice seguir sintiéndose, hasta hoy, sorprendido. “Soy extremadamente tímido (…) No estaba hecho para un trabajo en público”, asegura. “Además, la fama nunca me interesó demasiado. La primera vez, hace gracia. Pero después ya no”.

Trintignant no abandona nunca la ironía, pero deja entrever que el cansancio empieza a poder más que las ganas de vivir. “Hace un año que no salgo” de casa, cuenta. “No puedo leer, porque me estoy quedando ciego. Y los libros eran un gran placer. Veo la televisión, escucho música, duermo mucho. Me quedo en el sofá, reflexionando sobre las cosas buenas y malas. Sin hastío, por suerte”, explica.

De todos modos, a Trintignant se le acabaron las ganas de vivir hace tiempo. “Hace 15 años que estoy muerto”, asegura en referencia al fallecimiento de su hija Marie Trintignant a causa de los golpes que le propinó su entonces pareja, el músico francés Bertrand Cantat. El caso ha aflorado en los últimos meses a causa de la gira en solitario que emprendió el artista y que tuvo que interrumpir a causa de las protestas de grupos feministas en pleno movimiento del MeToo. “He vivido dos dramas que me afectaron mucho. Sobre todo el último, el de mi hija Marie. Sí, eso me ha afectado mucho y cuando digo que estoy muerto, me refiero a eso”, reconoce el actor, que también se define como “un gran pesimista”. “Ese es mi drama —continúa— hay gente que nace optimista, yo siempre veo el vaso medio vacío”.


Amor, de Michael Haneke / La devastación y el afecto

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Jean-Louis Trintignant
Emmanuela Riva
Isabelle Huppert

La devastación y el afecto

La posición de la cámara de Haneke extrae todo el potencial dinámico y narrativo del movimiento de sus personajes protagonistas

JORDI COSTA
Madrid 10 ENE 2013 - 18:57 COT



Michael Haneke da instrucciones a Emmanuelle Riva y a Jean-Louis Trintignant en el rodaje de 'Amor'.
Michael Haneke da instrucciones a Emmanuelle Riva y a Jean-Louis Trintignant en el rodaje de 'Amor'.

En la entrevista que le hizo Guillermo Cabrera Infante, o su alter ego G. Caín, a Anthony Mann en 1958, publicada en la revista Carteles, el cineasta definía a Ernst Lubitsch como “un director que sabía exactamente dónde situar la cámara”. Y añadía: “Para un director de cine colocar la cámara es como encontrar la palabra justa un escritor”. Algo parecido podría decirse del austriaco Michael Haneke, cineasta que parece definir su identidad estilística en la precisión. A los pocos minutos de metraje de Amor, la posición de la cámara de Haneke logra no solo hacer inteligible la arquitectura del confortable piso donde vive el matrimonio protagonista —dos ancianos profesores de música—, sino también extraer todo el potencial dinámico y narrativo del movimiento de sus personajes sobre ese espacio… Dos notas que empezarán a extraviarse entre los renglones de una partitura limpia que, poco a poco, les irá resultando laberíntica, indescifrable.
Colocar la cámara en el lugar preciso quizá no sea suficiente para acreditar la grandeza de un cineasta. Hay otro factor muy importante en este Amor que el espectador ya no podrá quitarse jamás de encima —hasta ese punto este último trabajo de Haneke apela, incomoda, provoca y desafía a todos—: la voluntad de arriesgarse, de seguir siendo fiel a una poética, pero adentrándose en territorios inéditos. Haneke nunca había hablado antes —o, por lo menos, no así, no como aquí— del sentimiento. Amor encuentra su mejor síntesis en otro ejercicio de precisión: un plano y un contraplano. La mirada perpleja de quien se asoma a un abismo inesperado al sujetar el rostro del objeto de sus afectos. La mirada extraviada, vaciada de identidad, de Emmanuelle Riva, bloqueando por primera vez, en la más temprana intuición de la catástrofe, toda posibilidad de comunicación y reconocimiento.


AMOR
Dirección: Michael Haneke.
Intérpretes: Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert, Alexandre Tharaut, William Shimell.
Género: drama. Austria, 2012.
Duración: 127 minutos.

En Amor, un viejo matrimonio se enfrenta a la lenta, pero imparable enfermedad terminal de uno de sus miembros. La devastación del tiempo sobre el cuerpo y la identidad no es el único centro del discurso: la traumática negociación del afecto por parte del personaje encarnado por Jean-Louis Trintignant pulsa las notas más conmovedoras y, en ocasiones, agresivas del conjunto. Ante el cuerpo convaleciente de su esposa, el personaje de Trintignant rememora una película que vio en su infancia —quizá desvelando cómo le gustaría a Haneke que su Amor fuese recordado por un espectador aún incapaz de enfrentarse a todas sus cargas de profundidad— y habla de los sentimientos enfrentados tras asistir a un funeral. Pese a la mirada cartesiana de Haneke, Amor no es una película de certidumbres, sino todo lo contrario: no hay una sola respuesta posible, ninguna respuesta es fácil… al igual que esa bofetada que puntúa un momento clave y que inmediatamente es matizada por una eclosión de culpa.
Amor es puro Haneke, pero, al mismo tiempo, es algo que el austriaco no había hecho nunca: una película humanísima, sin autoengaños, ni infecciones sentimentales. Una obra mayor y… problemática.


Cosas que deberías saber sobre Isabelle Huppert

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Isabelle Huppert





Cosas que deberías saber sobre Isabelle Huppert, la gran sorpresa de los Globos de Oro

Sí, se puede ser una sorpresa y al mismo tiempo una gran diva del cine europeo con 40 años de carrera, más de 100 películas y varios personajes memorables a tu espalda. Cosas de la industria.

CARLOS MEGÍA 
11 ENE 2017 06:10



La actriz parisina, posando con el Globo de Oro a la mejor actriz dramática. FOTO: GETTY
Susan Sontag, escritora americana clave tanto en el periodismo como en el activismo del siglo XX, dijo de ella que era la “artista total”, la actriz “más inteligente que había conocido nunca”. Ferocidad, avidez, apetito, predisposición a asumir riesgos, coraje… Todos esos adjetivos fueron también referidos a la misma intérprete, resumidos después como una mayestática virtud: “la ausencia de temor”. Sontag parece tener razón. A primera vista, y a segunda, el rostro deIsabelle Huppert expresa de todo menos miedo. La actriz francesa alcanzó este pasado domingo el momento más mediático de su carrera al llevarse el Globo de Oro a la mejor actriz dramática por delante de muchas de las favoritas para los Oscar como Amy Adams y Natalie Portman. El culpable de tal honor es su poderosísimo personaje protagonista en el controvertido filme Elle, de Paul Verhoeven, que también se llevó a casa el premio a mejor película de habla no inglesa. Un rostro tan habitual como indescifrable que nos despista sobre su verdadera edad o estado de ánimo, tan complejo como cualquiera de sus personajes. A sus 63 años, Huppert globaliza por fin su estatus de estrella del cine europeo e independiente, refrendado por cualquier cinéfilo pero ignorado por el espectador intermitente. Hasta hoy.
Es la incontestable musa del cine europeo
40 años de carrera. Más de 100 películas a sus espaldas. 15 nominaciones a los premios del cine francés. Tres premios del cine europeo. Dos a la mejor actriz del Festival de Cannes. Premio Donostia en el Festival de San Sebastián. Que se refieran a ella como la “Meryl Streep europea” no es un halago atrevido (quizá solo en este caso), sino la constatación de una realidad fehaciente. Igual que la Streep ha trabajado con todos los grandes directores norteamericanos, de Woody Allen a Clint Eastwood; Huppert ha pasado por la cámara de Jean Luc Godard, Claude Chabrol o Michael Haneke, con quien rodó La pianista, probablemente su trabajo más conocido hasta el pasado año. Según ella, solo se le escapa uno, Pedro Almodóvar. Que ambas actrices fueran las grandes protagonistas de los recientes Globos de Oro es una sorprendente muestra de buen gusto impropia en este tipo de premios. No todo está perdido.
Su carrera en Hollywood fracasó al poco de empezar
Hija del gerente de una empresa de cajas fuertes y una profesora de inglés, Isabelle Huppert se licenció primero en filosofía y letras en la Universidad de la Sorbona. Tras decantarse por arte dramático al poco tiempo, su salto al estrellato es casi inmediato, logrando el Bafta a la actriz revelación por La encajera. Su éxito en el cine francés le regaló un pasaporte para cruzar el charco. Con 27 años protagonizó La puerta del cielo de Michael Cimino, el último gran western clásico.La superproducción fue un fracaso de crítica y público, recaudando menos de una décima parte del coste y hundiendo para siempre a su productora, United Artists (absorbida por la Metro), y la carrera de su director. Cimino, que venía del exitazo de El cazador, apostó todo por darle el papel protagonista a una desconocida actriz francesa, cuyo inglés fue tildado de “incomprensible” por los críticos. Huppert tuvo que volver a su país natal para reconstruir su dilapidada proyección. Hoy en día, y como tantas otras antes que ella, La puerta del cielo es considerada una obra maestra incomprendida. El inglés de Huppert, agradeciendo el premio en los Globos, se entendía perfectamente.
Isabelle Huppert
Huppert y Kris Kristofferson en ‘La puerta del cielo’, uno de los batacazos históricos de Hollywood. FOTO: UNITED ARTISTS
Su papel es el más polémico del año
Una directiva de una empresa de videojuegos es violada por un hombre enmascarado. Lejos de llamar a la policía, decide buscar a su agresor. Cuando por fin da con él, intercambia el deseo de venganza por el deseo sexual, convirtiéndose en una especie de sociópata que desafía cualquier posible empatía con el espectador. La reacción del personaje de Huppert ante la violación ha dado lugar a una de las polémicas más feroces del año cinematográfico, dividiendo a aquellos que creen que el filme es un poderoso alegato de empoderamiento femenino y a los que piensan que es mera propaganda neomachista que trivializa las agresiones sexuales. Aliñada además por una buena dosis de situaciones cómicas, la provocación causada parece un objetivo consciente. El director Paul Verhoeven (Instinto Básico) tuvo que llevarse su proyecto de Estados Unidos a Francia, ya que varias de las mejores actrices de Hollywood se negaron a interpretar el papel protagonista. “No les gustó y nunca explicaron por qué. No creo que sea tanto por la violación como por cuándo descubre quién es su agresor. En la narrativa cinematográfica americana se esperaría que esta fuera una película de venganza, y no lo es”explicó el cineasta. Huppert dijo sí. ¿Cuántas estrellas se arrepentirán ahora de su decisión al verla recoger las decenas de honores?
Las estrellas la adoran
Precisamente algunas de las actrices que rechazaron el papel de protagonista enElle se han deshecho en elogios hacia la parisina. Dos de ellas, Nicole Kidman y Julianne Moore, la situaron como un modelo a seguir. “Me encanta la peligrosidad de su carrera”, afirma Kidman. “Para mí, es la mejor actriz del mundo”, sostiene Jessica Chastain. “La reina de hielo”, como la definió The New York Times, ha expandido su monarquía a la meca del séptimo arte. Su conversión en musa del cine norteamericano llega en forma de Globo de Oro, convirtiéndola de manera automática en sorprendente favorita para los Oscar. Los premios sienten predilección por las actrices francesas (en los últimos años, Charlotte Rampling, Marion Cotillard y Emmanuelle Riva han sido nominadas), pero la carta de Huppert parece la más factible de todas ellas. “Pues claro que quiero ganar, ¿quién no querría?”, contestaba Isabelle Huppert en una entrevista sobre sus posibilidades de cara a los premios.
Isabelle Huppert
En ‘Elle’, Isabelle Huppert interpreta a una mujer que reacciona de forma atípica ante una violación. FOTO: CORDON PRESS
Si tiene un personaje difícil, better call Isabelle
Ambigua y frágil, sensual y perturbadora, valiente e inocente…. La diversidad de los roles que ha interpretado Huppert es solo comparable a los de Meryl Streep. Sin embargo, la oscuridad y riesgo de los papeles que interpreta está fuera de cualquier registro. La perversa directiva de Elle, la profesora masoquista de La pianista o la esposa abortista en la Francia nazi de Un asunto de mujeres se desmarcan de cualquier arquetipo. “La gente puede ser buena y mala, estar feliz y triste. La vida es compleja”, afirmaba la parisina en The Telegraph, que la comparaba con una femme fatale digna de las obras de Hitchcock. Su prolífica carrera no se ha visto frenada por la palpable escasez de papeles para las mujeres que entran en la madurez. En 2016, el año de su explosión mainstream, ha estrenado cinco películas. El año que viene, la web IMDB le adjudica hasta siete.Un trabajo que contrasta con su voluntad. “Me gustaría ser invisible”, decía enuna mesa redonda con otras actrices en la carrera para los Oscar. Esperemos que, al menos en pantalla, ese deseo no se cumpla nunca.






Isabelle Huppert / "Quizá se me sobrevalora"

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Isabelle Huppert

Isabelle Huppert: "Quizá se me sobrevalora"

La diva francesa sostiene que la facilidad es inversamente proporcional a los halagos que recibe.


LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
22 JUN 2018 - 12:21 COT

Sentada al lado de Carlos Saura con una blusa vainilla a juego con su cutis y su pelo durante un homenaje a ambos en la embajada de Francia, Isabelle Huppert parece lo que es. Una mujer madura —mejor no mentarle la edad, según pide por persona interpuesta— fina, elegante más de huesos que de ropa, y francesa a más no poder según mandan los tópicos. Poco que ver con la camaleona que incendia o hiela la pantalla según le dé la real gana. Hechas las —gélidas— presentaciones, la Huppert no empieza a hablar hasta que todo —to-do— está a su gusto. Parece muy acostumbrada a dar indicaciones y que se le obedezca sin réplica. La primera, ella.
 ¿Cómo lleva una misma ser la imagen de Francia en persona?
Me soprende que me diga eso. Uno siempre se vive de forma diferente a como le ven los demás. Pero me siento muy honrada.
¿Qué atributos suyos se podrían aplicar a su país, y viceversa?
Es difícil contestar. ¿En qué medida una persona puede representar a un país, cuando lo que representa a un país es la diversidad? Pero si hablas del cine francés, de su ambigüedad, complejidad y riqueza de matices, sí que puedo sentirme portadora de todo eso.
Siempre se la pinta como fuerte y frágil a la vez. ¿No le cansa?
No, porque, afortunadamente, esa foto fija es bastante acertada. Es muy vaga, y todo el mundo es frágil y fuerte a la vez. La diferencia es que yo he tenido la gran suerte de poder comunicar eso a través de muchas películas.





LA HUPPERT EN PERSONA.


 Es una de las leyendas del cine mundial y, por mucho que lo disimule, lo sabe. La actriz Isabelle Huppert (París, 1963) ha trabajado con los directores más exigentes y su versatilidad sigue sobrecogiendo. Esta semana recibió el Prix de la Amistad Hispano-francesa.

Bueno, pues ya puesta, confiese una fortaleza y una debilidad.
Le podría decir, por ejemplo, que me siento con mucha energía y muy perezosa, muy curiosa y muy indiferente a la vez, aunque no sé si eso es una debilidad. Y ya le he confesado muchísimo de mí.
Ese podría ser un titular, sí.
Sí, me he dado cuenta según lo decía. Se me ha escapado. Pero, por quitarle hierro, diré que la indiferencia no tiene por qué ser un defecto. Como actriz, sobre todo de teatro, tiendes a crearte un mundo propio. Sales a escena, te inventas un mundo, estás metida en él, y eso te hace ser un poco indiferente a todo lo que es ajeno.
¿Qué piensa una al mirarse al espejo y ver a Isabelle Huppert?
Ni siquiera entiendo qué dices.
¿Cómo se vive teniendo un personaje público tan acusado?
Bueno, te sientes un poco usurpadora. Ves que te atribuyen un valor y una grandeza que tú sabes que no tienes porque sabes quién eres. Es el precio por la fama.
¿Se siente sobrestimada o una impostora que vende su moto?
Sobrevalorada, quizá. Pero de vender la moto, nada, porque me siento muy orgullosa de la gente con la que he trabajado y de las cosas que he hecho. La sensación de estar sobrevalorada es porque lo que hago, lo hago con muchísima facilidad. Los halagos son muy pomposos. Y ese boato se lleva mal con esa facilidad mía.
Saura acaba de decir que teme opinar de mujeres por si se le tacha de machista. ¿Cree que los hombres están descolocados?
Es interesante y provocador su temor a que las mujeres adopten roles masculinos. Provocación por provocación, diré que sigue habiendo misoginia, pero no viene solo de los hombres, sino de las mujeres, conviente introducir el matiz. De todos modos, cuando se tiene que luchar por derechos, la unica opción es pisar fuerte, hacerse oír. Eso no es hablar como los hombres, pero sí imponerse.
¿Mujeres misóginas? ¿Podemos ser las peores enemigas?
No, sencillamente es algo que ocurre. No podemos hablar de las mujeres como si todas estuvieran al margen de celos, envidias y conflictos. Sería una visión muy edulcorada de las cosas que pasan.
Algunos varones dicen que no se atreven a seducir. ¿Pose?
Con todo lo que ha pasado, creo que sí hay una actitud de sospecha. Se ha armado mucho ruido y todo eso se calmará, porque las mujeres saben distinguir cuando se nos propasan y cuando nos toman por tontas.
La diferencia es el respeto
Exacto. Bastantes guerras hay para que haya una permantente entre hombres y mujeres.
Queremos amor y no guerra.
Queremos vivir juntos.



El genio de Isabelle Huppert sostiene la casi insostenible osadía de Haneke en 'La pianista'
Oscars 2017 / Isabelle Huppert en lice, "La La Land" nominé 14 foisIsabelle Huppert / "Je me sens libre"

García Márquez en Dublin

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García Márquez en Dublín

La visita del colombiano hizo posible la convergencia de tres inmortales de la literatura universal


CARLOS SALINAS DE GORTARI
13 JUN 2014 - 07:04 COT

Resulta paradójico que en Irlanda desconozcan la visita que Gabriel García Márquez hizo a ese país, siendo uno de los pueblos que más valora la literatura. Los irlandeses se consideran “salvadores de la civilización” por las obras clásicas que sus monjes copiaron y conservaron durante la Edad Media. Y decidieron recurrir a la literatura para “inventar Irlanda” como una comunidad histórica, y como una cultura de resistencia ante la imposición durante siglos de Inglaterra, su vecino más que incómodo, imperial. Tal vez eso contribuye a explicar que Irlanda, siendo un país que no llega a cinco millones de habitantes, cuenta con cuatro Premios Nobel de Literatura, a pesar de que quien tal vez más lo merecía, James Joyce, nunca lo recibió.
Precisamente el 16 de junio de 1997, durante la gran fiesta joyceana de Bloomsday, la que celebra el día durante el cual transcurre el Ulises, Gabriel García Márquez recorrió Dublín y alrededores en un peregrinaje secular que le hizo admirar aún más esa gran nación. Y durante ese recorrido, Gabo vinculó a otros dos grandes de la literatura universal. García Márquez conservó la experiencia como un momento singular.
Acompañado de su esposa Mercedes, Gabo aceptó la invitación que le hice para compartir unos días en esa tierra de sorprendente fortaleza literaria. Yo residía temporalmente en Irlanda por la sugerencia de Ted Sorensen, asesor del presidente Kennedy, de raíces irlandesas, quien me aconsejó: “Si quieres escribir un libro, ve a Irlanda”. Con mi esposa Ana Paula Gerard recibí a los ilustres huéspedes, y con ellos a José Carreño Carlón y su esposa Luci.
Gabo venía precedido del alboroto que había producido su propuesta en Zacatecas de “simplificar la gramática y jubilar la ortografía”. Lo disfrutaba enormemente. Pero ese 16 de junio en Dublín empleó la discreción para absorber la fortaleza del país. Los García Márquez y los Carreño se hospedaron en el hotel Shelbourne, frente a Stephen’s Green, el parque predilecto de Joyce. Al caminar por Grafton Street, dominada por peatones, decidimos cambiar el curso y tomar la paralela, Dawson, la cual nos llevó a la librería más importante de la ciudad: Hodges Figgis. Poblada de entusiastas jóvenes, niños y adultos, la librería sorprendió gratamente a Gabo por la diversidad de sus títulos distribuidos en varios pisos.
Resultó grato encontrar todo un sitio dedicado a las obras de García Márquez. Entonces, Gabo revisó varios ejemplares con ojos concentrados, tanto la traducción de Gregory Rabassa de Cien años de soledad como la de Edith Grossman de El general y su laberinto. Su expresión fue de satisfacción a pesar de recordar que “traduttore tradittore”. Todavía conservo ambos ejemplares. Mientras conversábamos en la cafetería de la librería, recordamos que en sus más de doscientos años de existencia la librería fue citada por el propio Joyce en la primera hora del Ulises al escribir: “La virgen en la ventana de Hodges Figgis”.
La vitalidad de la ciudad se extendía hasta las afueras, en Bray, donde cenamos en la casa que rentábamos y compartimos recuerdos y tomamos una foto. Decidimos ir al día siguiente a la torre Martello en Sandycove, una de las antiguas vigías imperiales y ahora museo, pues ahí precisamente arranca el Ulises su periplo modernizado de un solo día. La inspiración la tuvo Joyce en 1904 cuando pernoctó varias noches en esa torre. Ahí compartió Gabo su admiración por el autor y esa obra. Hizo entonces un apasionado comentario sobre el final delUlises, más de veinte páginas convertidas en un párrafo que no se interrumpe ni por comas ni por puntos. Fue un momento que convirtió en mágica la realidad que nos rodeaba.
La conversación unió a dos titanes literarios. Surgió la referencia que de Joyce hizo Hemingway en su obra París era una fiesta. En su texto, Hemingway señaló que en París Gertrude Stein no volvía a invitar a quien mencionara dos veces al escritor irlandés. Pero para el Nobel norteamericano, “Joyce es grande. Y un buen amigo”, según asentó en ese testimonio escrito. Y a continuación se recordó que Hemingway relata haber encontrado finalmente a Joyce mientras paseaba solo por el bulevar Saint-Germain; lo invitó a beber una copa en Les Deux Magots.
A Gabo le brillaron intensamente los ojos al mencionarse este pasaje en la obra de Hemingway. Yo sabía el motivo de su emoción. Y Gabo lo recordó. Sólo unos años antes, en París en 1992, Gabo había relatado su encuentro con Hemingway precisamente en el Barrio Latino. Lo hizo mientras tomábamos sus ostras preferidas en La Coupole. Esa noche había concluido una cena a la que me invitó el presidente Mitterrand en el Elíseo, donde tuve el honor de que me acompañara Carlos Fuentes. Al salir, el ministro de Cultura Jack Lange amablemente nos convidó a visitar las obras de restauración de las murallas originales en los cimientos del Louvre. El momento se volvió especial cuando Gabo se incorporó al recorrido. Después, mientras degustábamos las ostras, Gabo rememoró que precisamente en el Barrio Latino había tenido su primer y único encuentro con Hemingway. Y fue mientras ambos caminaban, pero en sentidos opuestos, cuando el joven y desconocido reportero colombiano vio al titán en la acera opuesta. A Gabo lo embargó la emoción y sólo alcanzó a gritarle: “¡Maestro!”. Hemingway le devolvió una cálida sonrisa y siguió su camino sin imaginar que aquel que le había lanzado tan elogiosa expresión era su par, pero en ciernes. Ese encuentro ocurrió en 1956, cuando Hemingway recuperó un baúl que había dejado casi treinta años antes y en el cual estaban las libretas en las que narraba sus años en París y que se convertiría precisamente en su libro París era una fiesta, el cual empezó a escribir el año siguiente en Cuba.
Como si todo estuviera dando vueltas, la conversación durante la visita de Gabo en Dublín hizo posible la convergencia de tres inmortales de la literatura universal. Estos recuerdos son permanentes por la calidad humana, la generosidad y el inmenso talento de un ser humano universal: por eso si bien Gabriel García Márquez no se va, Gabo siempre nos hará falta.

Pablo Fuentes / La oscura relación entre James Joyce y su hija Lucia

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Lucia Joyce


Pablo Fuentes
LA OSCURA RELACIÓN
ENTRE JAMES JOYCE Y SU HIJA LUCIA

La oscura relación entre James Joyce y su hija Lucía. “La locura estuvo muy cerca de James Joyce, lo rozó y dejó su huella en Lucia”, señala el autor de este trabajo que examina la compleja relación entre padre e hija: “Joyce estaba seguro de que Lucia iba a salir de la noche de la locura cuando él terminara el Finnegan’s Wake, que llamaba el libro de la noche”.


Maravilla salvaje


Su padre, James Joyce, la llamó “maravilla salvaje”; era la luz de sus ojos desfallecientes, él decía que la cabeza de su hija tenía “la claridad despiadada del relámpago”, que era una artista mejor que él, el escritor ya reconocido y genial. Para su familia, y para los biógrafos de su padre, la muchacha no era más que una pobre loca, bizca, problemática, que arruinó la salud y las finanzas del padre con sus extravagancias, arrebatos y múltiples tratamientos, desde médicos y psiquiátricos hasta los más exóticos que consumieron toda su vida. Los estudiosos dicen que la musa, la inspiradora de Joyce fue su esposa, Nora Barnacle, la madre de la loca, pero, secretamente, su padre puso a Lucia Joyce en el centro, ella fue el faro iluminador de su obra maestra final, cuya difícil realización avanzaba en contrapunto con el deterioro psíquico de su hija.


Ella quiso ser artista. Fue una promisoria bailarina, discípula de Raymond Duncan, el hermano de Isadora; también dibujaba y pintaba; todo el tiempo escribía, cartas, diarios, y también, al parecer, fue autora de una novela hoy perdida. Hasta fue actriz, en una película de Jean Renoir. Dicen que su madre desalentaba permanentemente esa vocación y que la rechazaba a ella, desde su nacimiento. También sufría los permanentes celos de su hermano mayor. Había nacido en un hospital de indigentes en Trieste, hablaba cuatro idiomas. Aunque su lengua materna era el inglés, en su casa se hablaba sobre todo italiano y ésa era la lengua en la que se comunicaba con su padre, en la que se escribía con “Bababo”, como lo llamaba.


Su locura se desencadenó cuando se enamoró apasionadamente de un joven amigo de su padre, también escritor, alto y silencioso y que le hacía, a veces, de secretario en la confección de ese libro monumental que consumía los días paternos. El rechazo de Samuel Beckett la sumió en un estado catatónico que duró varios días; a partir de ahí empezó el vertiginoso descenso de Lucia Joyce por la oscuridad de la “histeria pitiática”, de la “hebefrenia”, de la “manía neurasténica”, de la esquizofrenia, como fue diagnosticada por una legión de médicos. Beckett, su amor imposible, decía que no podía corresponderla porque él no tenía sentimientos humanos.


A partir de ahí se acentúo lo que ya era: alucinaciones auditivas, monólogos bizarros, fugas, intentos de incendio, episodios de erotomanía, agresiones físicas y verbales sobre todo a la madre. Ante los reiterados fracasos de los tratamientos, James Joyce negaba la locura de su hija, la veía más bien como una artista frustrada e incomprendida, decía que solamente él la entendía, que compartían el mismo lenguaje, que Lucia era “un ser especial al que yo puedo entender en casi todo”. Para intentar salvarla, afirmaba que los textos incomprensibles, extraños, llenos de neologismos de Lucia se comparaban, eran parecidos a sus propios escritos, los de un proyecto en curso llamado, precisamente, “Work in Progress”, lo que después iba a ser el Finnegan’s Wake, la obra maestra que revolucionó la literatura occidental y donde Lucia, la hija, cuyo nombre había elegido él mismo, es esa luz filial, esa estrella cuyos rastros aparecen por toda la novela.


La familia vivía en Zurich y consultaron por Lucia a Carl Jung, el discípulo renegado de Freud, que, en su momento, se había interesado en Ulysses, su obra maestra anterior, y había escrito un artículo al respecto que Joyce había despreciado bastante. Lucia recelaba de “ese suizo gordo y materialista que intentará adueñarse de mi alma”, que la entrevistó y que examinó con mucho interés sus textos y cartas. En una entrevista, Joyce le habló de la semejanza de los escritos, le mostró sus propios borradores, a lo que Jung contestó con un “sí, pero donde usted nada, ella se ahoga”. Y así era, de la escritura de James Joyce, como una tarea donde las palabras sirven para armar un objeto que invade el mundo, a la escritura de Lucia, es efecto de la invasión de un cuerpo por palabras que no son reconocidas como propias.


James Joyce escribió en una carta: “La chispa o el genio que yo poseo, sea lo que sea, ha sido transmitido a Lucia para encender un fuego en su cerebro”. Pero también pensaba Joyce que ese fuego era la escritura de ese libro revolucionario y absoluto, el Finnegan’s, que lo que quemaba a Lucia era el calor insoportable de esas palabras en fricción, en estallido permanente que construían la novela. Estaba seguro de que Lucia iba a salir de la noche de la locura cuando él terminara ese libro, que llamaba el libro de la noche y que transcurre en la oscuridad, en un sueño circular del que se despierta en otro sueño. O del que no se puede despertar nunca, como le pasaba a Lucia.



Libro de la noche


En la primera página de Finnegan’s Wake, una larga onomatopeya de cien letras, a puras consonantes, introduce la historia. Una historia simple, mítica, circular y cómica. E imposible de leer, por lo menos en un sentido convencional. La fama de Finnegan’s... como libro impenetrable, ilegible, parecería estar justificada en esta primera entrada. A medida que lo exploramos, el libro nos revela la simpleza de su estructura: con la base de la lengua inglesa, Joyce introduce todas las alternativas de la oralidad, el argot, las jergas, los errores de pronunciación, los efectos fonéticos del habla, los neologismos, los significados superpuestos, la condensación y el desplazamiento aplicado a cada palabra, y, además, la infección virósica de otras lenguas, dieciocho reconocidas y expresiones en otras cuarenta y cinco, que hacen más extraño aún ese inglés anonadado, estragado por un permanente contrapunto verbal políglota. Finnegan’s... juega, desde la propia intención del autor, con la idea de la ilegibilidad. Las asociaciones que puede hacer el lector, tanto de sentido como de sonido, son infinitas y a la vez insuficientes, por más conocedor de lenguas o erudito que se pueda ser. En todo caso Finnegan’s Wake exige un lector particularizado, que pueda entrarle por donde sea para, aun de esa forma, ver en sus frases lo que pueda o lo que quiera.


En la segunda página, el libro mutante nos da la pista del título: la caída y muerte de Tim Finnegan, héroe de una célebre balada irlandesa: borracho, albañil, cae de un andamio y muere. La onomatopeya cósmica indica su caída. El libro retorna al pasado, construye su propia historia, el relato se desintegra en una vorágine de referencias históricas, legendarias, con personajes que cambian de nombre y lugar en cada línea. Al final del capítulo, como en la canción, Finnegan despierta en su velorio (Finnegan’s wake, “despertar de Finnegan”) en el momento que se escucha, en lengua irlandesa, la palabra usqueadbaugham, o sea, “whisky”, cuyo significado literal es “agua de vida”, bebida que salpica y así resucita al presunto difunto. Finnegan’s es, también, un libro sobre el despertar y sobre el agua, encarnada en el río Liffey, que atraviesa Dublín, flujo de permanente origen y cambio. El sistema de sustituciones, cambios de escenarios, mutaciones de personajes y lenguas, la vida autónoma de cada palabra es lo que va a ir armando el relato, construyendo la historia en medio de los ruidos de la noche y el sueño.


Joyce había dotado a Ulysses de muchas claves para su comprensión; de ahí su luminosidad a pesar de su dificultad. Ulysses es un libro sobre la jornada, el día, desplegado en toda la geografía de la ciudad de Dublín. Preguntado sobre la diferencia entre los dos libros, Joyce decía que no se parecían en nada, que “Ulysses y ‘Work in Progress’ son el día y la noche”. Finnegan’s Wake es un libro nocturno sobre los ruidos del mundo y cómo suenan en los sueños de unos personajes, el tabernero Humphrey Chimpden Earwicker y su familia, que duermen en su taberna de Dublín. Todos los elementos históricos y míticos del libro, aunque hagan alusión al mundo, se van a situar en referencia a la ciudad fetiche de Joyce, al mundo nocturno y al sueño.


La escena mítica del misterio de la muerte y de la resurrección, simbolizada en el libro con la caída del albañil de la balada, dio comienzo al libro, y todas las noches de la historia, todos los mitos, se condensan en la noche de Humphrey Chimpden Earwicker, el tabernero cuyo sueño de culpa, castigo y resurrección es todo el Finnegan’s Wake.


Como toda novela, Finnegan’s es una novela familiar. La familia de Humphrey es lo que, en términos modernos, llamaríamos irónicamente una familia disfuncional. Los conflictos de esta familia encuentran su correspondencia en la historia del mundo, en las leyendas, en el sistema mismo de la cultura humana. Es más, se reproducen en la Naturaleza misma, en la geografía y la geometría, en la aritmética –el sistema de números– que regula todo el libro. Ese retorno temático, de conflicto familiar, de genealogías, de fricciones de padres, hijos, hermanos, se encuentra también en elementos de la naturaleza: los árboles, los ríos. Y también involucra la relación entre las lenguas, los nombres, los lugares. En toda la novela, el protagonista es designado e invocado con nombres distintos, siempre con las mismas iniciales, “HCE”. Su mujer, Anna Livia Plurabelle, ALP, lleva el nombre de la mujerrío, amnis livia, el río Liffey a cuyas orillas se encuentra la taberna donde sueñan HCE y todos sus nombres. La familia del libro, y el libro mismo, reproducen incesantemente una estructura binaria: al matrimonio de HCE y ALP se corresponde el dúo de los hermanos enemigos, sus hijos, Shem y Shaun, cuyo conflicto cósmico atraviesa toda la historia y cuyo objeto central de disputa es la hermana pequeña, Issy, siempre presentada como dos que en realidad son una, la hija atávica, ángel y princesa. En su libro, Joyce da a la cuestión familiar, una dimensión arquetípica, mítica y, justamente por eso mismo, un estatuto universal.


En Finnegan’s todas las cosas, todas las palabras, sueñan. Toda la novela transcurre en el espacio del sueño, quizás de una pesadilla que abarca toda la historia y que es la historia que se cuenta en el libro. “La historia es una pesadilla de la que trato de despertar”, decía Stephen Dedalus en Ulysses. Así, la historia penetra en los mismos intersticios de cada palabra, en su polisemia, soñando los hechos y poniendo a dormir a la lengua inglesa. Peso del lenguaje, peso de la historia, las palabras en su pesado devenir dejan entrever unos hechos que, al ser presentados, son en realidad otros, como en un sueño.


En Finnegan’s Wake, la lengua vive más allá de su fijación significante en la caja de sonidos que es el libro. Un libro hecho con palabras fermentadas, como las denomina Joyce, que lo escribe casi en estado de ceguera y cuyo primer efecto es su sonoridad inquietante.



Islas que chocan


La escritura de Joyce deshace el sentido y expone el hueso de la palabra, o sea desnaturaliza el lazo de la letra con el significante. La escritura joyceana, con su tratamiento particular de la lengua, la hace sufrir, retorcerse y también gozar. Una escritura como la del Joyce derrota las interpretaciones: por eso Lacan llamaba a Joyce “desabonado del inconsciente”. En su seminario, Lacan se pregunta si Joyce estaba loco. No responde, pero insinúa que la locura estuvo muy cerca, lo rozó y dejó su huella en Lucia. Una de las cuestiones centrales en la relación entre Joyce y Lucia era la creencia del padre en la afirmación de la hija, según la cual esas palabras que la enloquecían le eran impuestas en forma telepática. En esto Lacan afirma que todas las palabras son impuestas, que la palabra es un parásito, o, mejor, un virus; locura común a todos, anudada por su escritura en Joyce y, en el caso de Lucia, desatada.


Loca y ahogada, como la Ofelia de Hamlet, pero por el agua de las palabras impuestas, por un goce no invocado sino invasor, Lucia Joyce no pudo anudar, ante la carencia de un padre demasiado presente pero totalmente lejano por su extrema singularidad, y por la función aduanera de una madre celosa, feroz y estragante. Hubo amor, pero no asunción del lugar del padre. Eran demasiado parecidos, compartían demasiados códigos como para que ella pudiera ser alcanzada en pleno por él. Lacan tendía a ver a Lucia como la caricatura atormentada y frenética de su padre en versión femenina, una artista genial que no llegó a cocerse, quedó cruda en sus desvaríos.


Desesperado ante el fracaso de los tratamientos, Joyce impulsa a Lucia al diseño de tipografías que ella ejecuta con gran destreza. Lucia dibuja letras, y esto la pone en un lugar paródico respecto a su padre. Joyce conmina a sus amigos escritores a utilizar esos diseños para las publicaciones de sus libros. El padre intenta empujar por fuera, desde la voluntad y el sacrificio amoroso, lo que no se pudo anudar por dentro. Comparten códigos, Lucia quiere corresponderle ese amor intentando escribirle al Papa y al rey de Inglaterra para solicitar el reconocimiento de su padre. Intenta viajar a Irlanda para reparar el malentendido entre su padre y su patria de origen. Son simétricos, sacrificio por sacrificio, intento de compartir la locura y las palabras ante la falla de la circulación de la insignia fálica por un lado y la reparación por la suplencia del otro. Pero, así y todo, o por eso mismo, viven en islas diferentes, islas que se chocan, pero tan lejanas como Irlanda.



Pablo Fuentes es psicoanalista.
Fragmento de un trabajo presentado en las IV Jornadas Clínicas de Nota Azul, noviembre de 2010.
Página 12. 23 de diciembre de 2010


El nuevo ‘boom’ de las letras irlandesas / El fenómeno Sally Rooney

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El nuevo ‘boom’ de las letras irlandesas

El fenómeno Sally Rooney llega a España como avanzadilla de una nueva hornada de escritores que despuntan por su talento y su crudeza tras los estragos de la crisis


Barcelona 24 JUL 2018 - 14:41 COT



La escritora Sally Rooney.
La escritora Sally Rooney.  EL PAÍS

Hay una nueva generación de escritores recorriendo las calles de Dublín y no se parece a nada que la haya antecedido. Lo único que les une es que, por primera vez, no tienen que irse a ninguna parte para publicar. Si en los 90, Colm Tóibín y otros de su talla, como Roddy Doyle, tenían que cruzar el charco y plantarse en Londres para, después de vérselas con el sinfín de autores autóctonos, lograr publicar; en el mundo después de la crisis, no sólo no tienen que subirse a ningún ferry, sino que tampoco tienen que adecuarse a nada y pueden ser tan valientes como su literatura se lo pida. Ellos, se diría, siempre han estado ahí, y lo han estado todo el tiempo, sólo que hasta que no estalló la crisis y los enormes sellos empezaron a despedir a editores que decidieron que no tenían nada que perder y que iban a montar sus propios sellos y, también, sus propias revistas, para echar mano de todo aquello que no se estaba publicando, nadie les había escuchado.

“Es algo que está ocurriendo en todas partes. Es un fenómeno global. A mayor concentración editorial, en poco tiempo, mayor atomización. Están surgiendo en todas partes, a raíz de la crisis, pequeñas editoriales que apuestan por autores sin miedo a que no funcionen, porque creen en ellos". La que habla es Laura Huerga, una de las pocas editoras en España que se ha atrevido a publicar a un escritor de esta nueva ola de la literatura irlandesa: Kevin Barry. Su sello, Rayo Verde, ha editado sus dos primeras novelas, Ciudad de Bohane y Beatlebone. ¿Cómo lo conoció? "Ganó el prestigioso premio Impac, y eso hizo que nos lanzáramos. Nos fascinaba su manera de forzar la lengua hasta extremos inconcebibles. Sabíamos que la traducción iba a ser complicada, pero creíamos mucho en él", contesta. ¿Es esa la manera de que un joven y desconocido valor, una futura estrella de las letras, llegue a cruzar una frontera como la nuestra? "Sí, todo ayuda".

Algo parecido ha ocurrido con Sally Rooney. Sally Rooney nació en 1991 y publicó su primera novela, Conversaciones entre amigos (Literatura Random House), en 2017. El libro es un poderoso 'coming of age' sentimental construido a partir del deseo femenino. Tal y como contaba la ganadora del Booker Anne Enright, la literatura irlandesa ha tenido que ver, históricamente, con romper todo tipo de silencios. Y el único que quedaba por romper era el de la mujer. Y ese silencio es el que ha roto la primera novela de Rooney. Contada desde el punto de vista de Frances, una poeta de 21 años cuya mejor amiga es su propia ex, la novela relata el affaire entre la propia Frances y un guapísimo actor en horas bajas ante la atenta mirada de su mujer, y de la ex de la protagonista, con una crudeza sentimental exenta de casi todo menos de deseo. Rooney se suma así a las voces de las aún por traducir Belinda McKeon, Eimear McBride, Sara Baume, Claire Keegan y la ya en las filas de Alianza Lisa McInerney.










El escritor Colin Barrett.
El escritor Colin Barrett.  EL PAÍS


Pero no todo son chicas en la nueva literatura irlandesa. Daniel Osca, al frente de Sajalín Editores, fue uno de los primeros en apostar por el ya hoy, pese a su juventud, nombre clave de esta nueva ola: Colin Barrett. Barrett creció en las afueras de las afueras y escribió un puñado de cuentos ambientados en una ciudad ficticia en la que la vida era casi tan cruda como en el Knockemstiff de Donald Ray Pollock y los reunió en la epatante Glanbeigh. "Irlanda es un buen sitio en el que encontrar buenos autores aún por descubrir hoy", dice Osca, que anuncia, feliz, la incoporación a su catálogo para el año próximo de Donal Ryan, el nominado este año —hace apenas unos días— al Man Booker por su última novela. Ellos no publicarán la última, sino la primera The Spinning Heart,de la que se hicieron, en Irlanda, "500 copias" en una primera edición "que se agotó antes incluso de ponerse a la venta". En The Spinning Heart hay crisis en el campo y hay un coro de 21 voces huyendo del desastre y lamentándose por ello. Nada que ver con la fabulosa 'new sincerity' a la irlandesa de Rooney. Se diría que, por encima de todo, lo que hay en la nueva literatura irlandesa es diversidad, y riesgo.

Una diversidad que, como decía Huerga, existe gracias al fin del mundo que se dio después de la crisis. Porque en Irlanda, hoy, hay nuevas revistas —Stinging Fly es una de ellas— en las que publicar y nuevos sellos, como el que comandan Sarah Davis-Goff y Lisa Coen: Tramp Press. Sarah y Lisa perdieron su trabajo en un gran sello durante la crisis y decidieron montar el suyo propio, en el que sólo piensan apostar por aquello que las vuelva literalmente locas. Como reza su manifiesto: "Publica sólo material por el que quemarías tu casa o saltarías por la ventana; sé valiente, no te alejes nunca de la pila de manuscritos recién llegados de cualquier parte". Y podría decirse que ese es el espíritu. Y que lo más probable es que, con un espíritu así, la nueva literatura irlandesa llegue muy lejos.




ADIÓS JAMES JOYCE, ADIÓS FLANN O’BRIEN


Aunque no tengan nada en común, lo cierto es que las propuestas del nuevo boom de le literatura irlandesa huyen, cada una a su manera, de la ópera del delirio que constituyeron los clásicos que anteceden a todo aquel que intenta abrirse camino en el mundo de las letras irlandesas: el Ulises de James Joyce (1882-1941), o el puñado de obras fantásticamente absurdas de Flann O’Brien (1911-1966). 


Se sitúan, estas nuevas historias, en un entorno urbano —adiós colina verde, adiós Edna O’Brien (1930)—, a menudo suburbial y durísimo —como el que describe Colin Barrett en Glanbeigh (Sajalín)—, y en cualquier caso, distinto a sus notables predecesores.
EL PAÍS

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