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Lola Ancíra / Confesión

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Lola Ancíra

CONFESIÓN


Tras varios minutos de estar frente al aparador lleno de frascos de diversos tamaños, observando detenidamente el interior del establecimiento, reconoce a otro hombre con la misma ocupación, pero cuya atención se centra ahora en él. Ambos, a una distancia comprometedora, empiezan a realizar movimientos que delatan su incomodidad. Es el del abrigo negro y raído quien inicia la breve conversación:
—El aroma particular de esta calle atrae a cualquiera, a cualquiera que haya perdido a alguien de por vida, quiero decir. A alguien que por más que se quiera o por lo profundo que llegue a ser el sufrimiento, no volverá a aparecerse jamás, al menos no más allá de los recuerdos. Esa esencia es la de la melancolía, ¿no la reconoces?
Tenso, el hombre de la gabardina café carraspea un poco para contestar:
—Durante meses se lo atribuí a mi alucinación, a esa necesidad de encontrar señales por doquier para constatar que en realidad no ha desaparecido, que mi soledad es momentánea y sólo basta mirar hacia el sitio indicado en el instante preciso para reafirmarlo.
—Décadas atrás, cuando el visionario padre de Jean-Baptiste Grenouille la inauguró, su finalidad era luchar contra la nostalgia al duplicar las notas aromáticas de los difuntos, crear lo más parecido a una copia fiel y conmovedora de los que ya no están. La única razón por la que no he requerido de sus servicios es porque el aroma que necesito permanece únicamente en mi memoria y, a pesar de múltiples intentos, no he encontrado la forma de extraerlo, así que me conforto buscando algo similar al consuelo en los rostros de sus clientes.
—No creerías por todo lo que he pasado para llegar hasta aquí, y siento que dar algunos pasos y empujar una puerta es el acto más irrealizable.
—Te sorprendería más saber cuántas personas pretenden vivir con tranquilidad hasta que dejan de ignorar la pesadumbre y se quiebran. Hay quienes incluso afirman que esto sólo es un engaño, pero es una mentira que los acerca poco o mucho a la felicidad. Seguramente en esa bolsa de tu gabardina, de la que no sacas la mano ni por error, traes alguna joya o prenda pequeña que ha quedado impregnada por la mezcla precisa del perfume y la esencia natural de alguien en particular, pero no estás seguro aún de querer ser dueño de esa presencia invisible y penetrante, de saber que con un dedo podrás invocarla y esparcirla por la sala, en tu habitación o donde lo creas irremediable o necesario.
—¿Crees que sea posible imitar el aroma de un hogar fulminado por las llamas de una catástrofe deliberada, alimentadas también por el cuerpo de uno de sus dos habitantes?


Lola Ancira (Querétaro, México, 1987) ha escrito artículos, cuentos y reseñas literarias para diferentes medios electrónicos e impresos. Es autora de «Tusitala de óbitos».






La droga es el amor / ¿Qué fue de Macaulay Culkin?

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¿Qué fue de Macaulay Culkin?

Fragmento del libro 'Este joven monstruo', de Charlie Fox, que publica en España la editorial Alpha Decay


"Todo estaría bien: la droga es el amor."





Macaulay Culkin, en una imagen de 'Solo en casa'.
Macaulay Culkin, en una imagen de 'Solo en casa'.

¿Qué fue de Macaulay Culkin? Cuando le pidieron que dirigiera el videoclip de la canción de Sonic Youth 'Sunday' en 1998, Korine sacó a la exestrella infantil de su prematuro retiro y realizó un inquietante vídeo que parece un estudio de su persona lleno de erotismo y drogadicción. Vemos a Culkin cavilando sombríamente ante el espejo y luego, cual seductor perverso, sacando los rojos labios para besar al espectador. En otro momento se quita una chistera —como un Fred Astaire atiborrado de sedantes— mientras las guitarras emprenden un viaje interestelar que evoca la distorsión y el aturdimiento que invaden su cabeza. Ese mismo año, y mientras rodaba el vídeo, Korine hizo un libro de fotografías titulado The Bad Son en el que vemos a un Culkin enfermizo, medio desnudo, espectral, que se divierte con unas bailarinas adolescentes. Un texto que precede a las fotos, escrito por Korine pero firmado con guasa por Culkin, una especie de fría confesión, retrata al joven como un sociópata amante de la juerga que hablaba con Dios cuando trepaba a los árboles y prendió fuego a su hermano mientras dormía. El ingenioso cineasta homosexual Bruce LaBruce dijo que el libro era «un curioso producto moderno: pornografía para niños de una estrella infantil acabada», y Korine dijo luego que Michael Jackson compró varios ejemplares.
Como es sabido, Culkin se retiró a los catorce años para vivir en paz con los millones que había ganado por su papel protagonista en las dos películas de Solo en casa (1990 y 1992) y en Niño rico (1994), y dejó de tener relación con su controlador padre. (Las tres películas tratan de la perversa diversión a la que puede entregarse un chaval cuando sus padres lo dejan solo en casa.) Era el niño favorito de América por su carisma de pillo gracioso, mezcla de Shirley Temple y Bart Simpson. Sin dar señales de vida durante años y objeto de fantásticos rumores, como si fuera un unicornio, se dijo que se había dado a las drogas, que se había hecho un ermitaño, que estaba muerto. Las estrellas infantiles tienen luego una vida dura que parece ser el cósmico castigo por su éxito precoz. El videoclip de 'Sunday' subvierte la imagen infantil de Culkin y expresa siniestros temores sobre lo que les ocurre a las estrellas infantiles cuando dejan de ser famosas. Peter Robbins, que de niño puso voz al Charlie Brown de Peanuts en seis películas de dibujos animados para televisión y en un largometraje, perdió su papel cuando cambió de voz. De mayor le diagnosticaron esquizofrenia paranoide y en 2015 lo condenaron a cinco años de cárcel por escribirle cartas amenazadoras a su mujer, de la que se había separado, y al propietario del parque de caravanas en el que vivía en California. Ganar una fortuna de niño, por tener un talento prodigioso, una estampa seráfica o simplemente una buena presencia, resulta ser muchas veces un terrible destino.
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Si necesitan dinero, hay chavales que se hacen homosexuales: «Quería que le chupara la polla. Yo estaba sin blanca y me ofrecía sesenta pavos y un montón de speed, así que…». Esta confesión verista, hecha por un prostituto, la encontramos insertada en la anárquica trama de Mi Idaho privado (1991) de Gus Van Sant. Esta película habla realmente de lo que es el deseo, homosexual y heterosexual, en esa primera escena en la que vemos a River Phoenix, un tío bueno que parece salido de la revista para adolescentes Tiger Beat, siendo el extático objeto de una gran mamada. Cuando se acerca al trémulo paroxismo, aparece la imagen de una casa que cae del cielo y se hace añicos con estrépito en pleno campo, reflejando así, de una manera muy gráfica (y desolada), el mundo interior del personaje. El hogar se ha destrozado: ¡a la mierda la familia! «En casa», como observa el crítico y poeta Wayne Koestenbaum, «nos enseñan a ser heterosexuales.» Para recordarnos que el dinero siempre está detrás de todos los placeres carnales de la película, incluidos los que busca el rico Keanu Reeves por los peores barrios de Estados Unidos (lo hace por entretenerse mientras espera heredar una fortuna de su padre), River consigue diez dólares de su cliente, un tipo gordo y malencarado que se esconde en el baño. Cuando el actor murió, Clark expuso grandes collages de fotos de Phoenix que había recortado de revistas, imitando el culto que rodea a los famosos que mueren prematuramente. Esos collages parecen sacados de la habitación de un fan psicótico.
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Sabemos algo sobre el confuso estado de las relaciones familiares cuando, sentados junto al fuego, River, casi sollozando, habla de tener un padre y un perro «normales», y Keanu no entiende a qué se refiere. Con la cara iluminada por el resplandor de las llamas, este se pregunta riendo qué puede ser un perro normal, mientras su amigo añora íntimamente a ese perro y a la familia «normal» que nunca tuvo. Tan sincero es River que de joven tuvo, en efecto, un perro, como muestra la página de un fanzine que vemos reproducida en The Perfect Childhood , un perro que se llamaba Justice. Pero, como inteligentemente dijo el escritor y crítico Hilton Als cuando la película se estrenó, todas las conversaciones sobre el padre ausente y el perro añorado son intrascendentes comparadas con los vívidos recuerdos que tiene de su madre. «Si Mi Idaho privado va de algo», escribe Als, «es de la madre como figura de eterno deseo, de vacío que tratamos de llenar con esta o aquella amada.» River busca a su madre por todo el país, únicamente para acabar, una vez más, tirado en la cuneta, solo e inconsciente. La historia es un bucle interminable que nos dice que su madre lo ha condenado a un futuro de abandono y amor no correspondido. Aunque si encontrara a su madre en alguna de las quiméricas formas que adopta (chica, chico, casa), todo estaría bien: la droga es el amor.
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(Prefiero no hablar de la impresión que me produjo la película la primera vez que la vi, cuando cumplí quince años, ni de lo que supuso para mí: ver a Phoenix arrastrándose drogado por una acera después de reírse mirando al cielo, o aullándole a ese atónito conejo, o las dolorosas escenas finales de la película: la llanura recorrida por la brisa, mieses doradas, unos ladrones que asaltan al pobre chico dormido. Todo el trauma psicológico de la orfandad está magníficamente condensado en esa escena en la que Phoenix, sollozando inconsolablemente, se recuesta en el regazo de su amigo sin ser capaz de recordar el color de la lejana casa de su madre, un hogar que se desintegró en algún lugar más allá del arco iris: ¿era verde o era azul?)
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¿Y qué decir de Ryan McGinley? Adolescentes desnudos corriendo por carreteras, fuegos artificiales, nubecillas que parecen pompas de jabón surcando el cielo rojizo, Levi’s, una joven doble de Audrey Hepburn que lleva a hombros un coyote —lengua colgando, uñas afiladas—: las fotos de este fotógrafo estadounidense son magníficos ejemplos de la mezcla de lo onírico y lo cursi. Muchas de las mejores fotografías de McGinley (fotos llenas de auténtica maravilla estival) están financiadas con el dinero ganado trabajando para grandes marcas y representan hábilmente la fantasía de una juventud loca que no tiene preocupaciones ni problemas. En estas fotos, el sexo es algo alegre de lo que se habla; todos los chavales parecen potrillos felices. Joven homosexual de Nueva Jersey, McGinley plasmó el trastorno de los sentidos que le provocó su maldito éxito: apareció en una instantánea esnifando una raya de coca sobre el pene de un colega, y fotografió a amigos puestos de ácido o de pcp. Cuando superó estos excesos, empezó a tratarlos como un ideal alucinógeno, creando una atmósfera poética que recuerda a Huck Finn. Sus preciosas fotografías de 2004 del público de los conciertos de Morrissey —fans estirando los brazos para tocar a su ídolo— irradian unos rosas y azules vivísimos, y parecen tomadas en un lugar a medio camino entre una discoteca y un acuario. En su libro Moonmilk(2009), vemos a jóvenes jugando en un paisaje como de ciencia ficción, lleno de grutas y simas que parecen que se derriten, bañado todo por una luz fosforescente.
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En la década de los dos mil, después de lo ocurrido en Nueva York, Washington, Madrid, Londres, con la amenaza terrorista siempre gravitando, por no hablar de los ataques que varios regímenes militares lanzaron en nombre de la «justicia» y que destruyeron regiones enteras de Oriente Medio, las ciudades dejaron de ser lugares atractivos por los que pasear. Hubo una huida psíquica al desierto, que se puso de manifiesto en todo, desde la música New Weird America (también conocida como freak folk ) hasta la película Gerry (2002) de Gus Van Sant. Lo bueno que tiene imaginarse el paraíso es que este nunca cambia: fruta, carne ansiosa, desconexión del mundo y un sol que juega entre los árboles. Como dice la letra de una canción: «Hay una luz que nunca se apaga».
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Chicos y chicas que se desmoronan, chicos y chicas con los dientes saltados, chicos y chicas que sueñan…
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¡Pero Idaho es divertidísima! Esta odisea de Van Sant, una road movie sobre un homosexual que se duerme, en la que se mezclan fragmentos del Enrique IV(1596-1599) de Shakespeare, está tan llena de alusiones, energías opuestas y citas que resulta irresistible y difícil de entender. Pensemos en esa maravilla digna de Cocteau que es el ruido que suena dentro de la caracola y que, como flotando en olas fantasmagóricas, le trae recuerdos a Phoenix, o en esos chicos que, al oscurecer, se ponen en fila como maniquíes y que parecen salidos del inminente Hustlers (1993) de Philip-Lorca diCorcia, o en el girasol artificial, que parece cogido de algún edén de pop art, con el que Phoenix juguetea coquetamente en un funeral. (Incluso cuando más absurda parece, o sobre todo cuando más lo parece, la película abre varios mundos que podríamos explorar.) O pensemos en esos chicos que se preguntan por las monstruosas complicaciones que les supondría pasar de ser prostitutos pagados a ser homosexuales de verdad, lo que comparan con una metamorfosis que los convertiría en una especie de Campanillas afeminadas: «Cuando empiezas a hacerlo gratis, te salen alas y te conviertes en un hada». O en ese Keanu que le vierte desde un tejado una bebida a Bob (el travieso Prince Hal y el vagabundo Falstaff), que pasa por la calle varios pisos más abajo, y anuncia la llegada del grueso personaje gritando: «¡Aquí llega Santa Claus!» y berreando con júbilo, como un Peter Pan que regresara al País de Nunca Jamás.
O en esas escenas en las que, entre tanto desorden, vemos coreografiado el sexo en una serie de poses fijas: las del trío que montan los chicos con Hans en Portland, mientras se oye la música de un circo lejano, y las de Keanu con la joven italiana en el país de Pasolini, en medio de la queda actividad de pájaros, caballos y viento en los árboles. Hay mucha fuerza en la película que se niega a asumir la responsabilidad de adoptar una forma determinada, y que se corresponden con las igualmente complicadas respuestas que la película da a la cuestión de ser un hombre (rechazo temeroso o aceptación desolada). «La homosexualidad», como afirmó el teórico Eve Kosofsky Sedgwick en 1992, es «la negativa a significar algo monolítico», una definición que cuadra con el intento de la película de realizar al mismo tiempo numerosas posibilidades cinematográficas: saga shakesperiana, melodrama social, manifiesto homosexual, retrato psicoanalítico. Las consecuencias son mentales, estéticas y eróticas. Y siempre tenemos la sensación de estar viendo cómo se desintegra lentamente una vida.
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Phoenix murió a los veintitrés años por sobredosis de heroína y cocaína la noche de Halloween de 1993. Su mito sigue intacto, como un cuerpo embalsamado. Su personaje padece narcolepsia, que podría ser otra manera más o menos indirecta de aludir a la heroinomanía. El yonqui no puede menos de reconocerse en un personaje que vive al ritmo fatal de las ensoñaciones, las pérdidas de la noción del tiempo y los sombríos retornos a la conciencia. La inconsciencia feliz, el deseo de ser incorpóreo, parecen mucho más atractivos que, digamos, la irritable euforia de la anfetamina o los placeres sinestésicos de los alucinógenos, por no hablar de las rutinas de la vida sobria. Esta búsqueda de la inconsciencia, esta necesidad absoluta de evadirse —de «ralentizar las cosas»— superan todas las demás formas de excitación.
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«Ojalá fuera un desecho», dice la chica de Act Da Fool , «y pudiera irme volando.»
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Uno de los chicos que cantan «Peanut butter, motherfucker» en Gummo no pronuncia bien «funeral»: «Fui a su fune’al», susurra, «fui a su tumba…». La voz se repite, los ecos resuenan generados con sintetizador, el fantasma de un duende con una camiseta de Black Sabbath nos susurra al oído.
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Aunque no tengan colmillos, alas ni ningún otro postizo que lucir, estos adolescentes punks o que han huido de casa son otra clase de monstruos: el joven punk violento y descontrolado que no tiene más poderes sobrenaturales que su juventud. Pero que un héroe juvenil efectivamente desconecte del mundo en un momento de pánico, tensión o trauma significa también que los monstruos pueden domesticarse y vencerse. Conforme crecemos, vamos rechazando la maldad juvenil, pero también la fantasía desaparece. Según todas las escuelas de pensamiento racional, esto es como un final feliz, o algo por el estilo.
Aunque, me digo, ¿qué clase de monstruo es el que invoca lo «racional» en el último momento? Un «Idaho privado» solo puede ser un mundo ideal dentro de nuestra mente, un lugar en el que podemos estar solos con nuestra madre y soñar; un mundo que conocimos vagamente y que perdimos. Como J. M. Barrie dijo del País de Nunca Jamás: «También nosotros hemos estado allí, seguimos oyendo las olas, pero ya no podemos volver». La juventud misma es un lugar perdido que nunca recuperaremos. Cualquier niño listo puede decirnos lo que «utopía» —paraíso— significa realmente.
Lejos del Paraíso, Gummo termina con unas imágenes de tornados que arrasan todo a su paso, mientras suena la lacrimosa balada de Roy Orbisson 'Crying':
               Porque no me amas y yo siempre lloraré por ti. 
              Tanta añoranza duele.
              Las casas vuelven a volar por los aires.
              «La vida es grande», susurra el narrador, «sin ella, estaríamos muertos.»




Charlie Fox / Este joven monstruo / Reseña

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Charlie Fox

ESTE JOVEN MONSTRUO


Charlie Fox / Héroes Modernos - Alpha Decay
Traducción de Juan Manuel Salmerón

¿Qué es un monstruo? Y, sobre todo, ¿a partir de qué características lo identificamos y lo reconocemos?
He aquí la cuestión de partida de este ensayo del crítico cultural Charlie Fox. Alfred Jarry, el inmortal autor de la pieza teatral Ubú Rey, también reflexionó al respecto: identificaba la monstruosidad con cualquier forma de belleza inagotable que pudiera encontrarse en la naturaleza, y esa percepción, que choca frontalmente con la idea tradicional del monstruo –un ser deforme, desagradable, que provoca miedo y rechazo–, es la que nos da la medida de la riqueza del debate. Porque en realidad no sabemos exactamente lo que son los monstruos. El monstruo encaja tanto en la definición de ser repugnante como de criatura irresistiblemente bella. La monstruosidad es una construcción cultural que se ha modificado con el paso de los años y que ha explotado en múltiples direcciones en la era de la comunicación y el arte de masas. Y para Fox, el monstruo supremo es el adolescente. Este es un libro sobre jóvenes creadores, de Rimbaud a Harmony Korine, de Michael Jackson a Rainer Werner Fassbinder, que desafiaron las normas de su época. 


El recorrido de este ensayo abarca desde Pesadilla en Elm Street a Buffy, cazavampiros, del videoclip de John Landis para el «Thriller» de Michael Jackson a los zombis de la saga Rec, y de la madrastra de Blancanieves al Demogorgon de la serie Stranger Things. A su vez, Este joven monstruo es un recorrido por la psique de una amplia variedad de artistas que buscaron en la diferencia, la provocación y el rechazo de los demás su manera de expresarse. Una celebración de la vida en los márgenes.

«Charlie Fox escribe sobre monstruos espeluznantes y fabulosos, pero en realidad nos está hablando de la cultura, que es la única y mejor vía de escape para el monstruo. Es un escritor deslumbrante, increíblemente erudito, y leer este libro es una gozada. Los ensayos de Fox giran alrededor de galaxias de conocimiento. Mediante su domesticación de lo difícil, nos invita a nosotros, los lectores, a convertirnos también en monstruos.» CHRIS KRAUS, autora de Amo a Dick

«¡Por el amor de Dios! ¿De dónde ha salido este crítico de 25 años, demasiado sabio para su edad? Este libro es una bocanada de aire gloriosamente putrefacto, y hay que tenerlo muy en cuenta. Por fin ha llegado el nuevo Parker Tyler que estábamos esperando. Al señor Fox hay que tomárselo en serio.» JOHN WATERS, The New York Times





César Vallejo / A mi hermano Miguel

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César Vallejo

A mi hermano Miguel

In memoriam






Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: “Pero, hijos…”
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.


César Vallejo / Los heraldos negros
César Vallejo / París, octubre 1936
César Vallejo / Piedra negra sobre piedra blanca
César Vallejo / A mi hermano Miguel


Las ‘casas clavo’ o cómo resistir a un derribo durante 14 años

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Una 'casa clavo', en Luoyang. Una 'casa clavo' de tres plantas resiste en mitad de una carretera de Luoyang (en la provincia China de Henan), en una imagen de mayo de 2016. El propietario no alcanzó con las autoriedades un acuerdo de compensación para derribarla


Las ‘casas clavo’ o cómo resistir a un derribo durante 14 años

Las autoridades de Shangái tiran, tras más de una década de negociaciones, una vivienda que había quedado en mitad de una carretera


XAVIER FONTDEGLÒRIA
Pekín 19 SEP 2017 - 11:06 COT
En 2003, la familia Xu recibió un aviso de las autoridades de Shanghái en el que se les advertía de que su vivienda de tres pisos debía ser demolida. La calle Huting norte estaba sujeta a obras de ampliación por el aumento del tráfico en la zona y su casa, junto a muchas otras, era una de las afectadas por esta operación de reurbanización. Todos los vecinos aceptaron entonces la compensación de las autoridades locales y se mudaron, con lo que la calle pasó de dos a cuatro carriles. Aunque no en todo su recorrido: a la altura del número 238, la casa de los Xu ha seguido en pie 14 años más por la tenacidad de sus propietarios.
La familia consideró que la compensación que se les ofrecía entonces no era suficiente para dejar su casa. Tras varias rondas de negociaciones que no fructificaron, las autoridades decidieron llevar a cabo las obras igualmente. Durante más de una década, la casa ha quedado literalmente pegada a la carretera y ha sido objeto de admiración para unos y de fastidio para otros.

En 2015, informa el periódico The Paper, las autoridades intensificaron los contactos con la familia para forzar su salida. Fueron numerosas llamadas telefónicas y hasta ocho reuniones con el propietario, un hombre de 87 años, que "tras analizar objetivamente las ventajas y desventajas de mudarse", decidió en agosto firmar finalmente el contrato. No están claros los motivos reales, pero una de las mujeres que habitan la casa explicó al digital SixthTone que la familia había sido objeto de críticas y elucubraciones entre el vecindario: "Ha habido demasiados rumores en los últimos años, diciendo que queremos un precio más alto y nos han criticado por ser gente egoísta (...) Varios dicen que hemos recibido miles de millones de yuanes. Si así fuera, nos habríamos mudado hace mucho tiempo", dijo.


Los 14 años de rebeldía terminaron en apenas 90 minutos, el tiempo que tardaron las excavadoras en demoler la casa durante la madrugada del domingo al lunes y el que necesitaron los empleados para apartar las ruinas.
Casos como el de la familia Xu no son raros en China. En mandarín se les llama dingzihu, literalmente casa clavo, porque sus propietarios se aferran a ella oponiéndose a la compensación de las autoridades o de promotores inmobiliarios al considerarla injusta. Son, generalmente de forma involuntaria, voces críticas al voraz proceso urbanizador que ha sufrido el país y sobre todo a las formas utilizadas para sacar de sus casas a los afectados por la construcción de una carretera, un nuevo bloque de apartamentos o un flamante centro comercial. Hay miles de casos similares cada año, cuya práctica totalidad acaban igualmente desalojados tras un dictamen judicial. Los que más resisten terminan en ocasiones con el agua corriente y luz cortadas e incluso siendo amenazados por matones a sueldo de las empresas inmobiliarias.
Según las autoridades, la familia ha sido compensada con cuatro apartamentos en Shanghái de nueva construcción, de acuerdo con "el mismo estándar" que se aplicó al resto de vecinos hace 14 años. El Gobierno, dicen los medios, nunca subió la oferta. Sin embargo, y teniendo en cuenta que entre 2003 y 2017 los precios de la vivienda en la metrópolis china se han incrementado de media un 850% (o multiplicado por nueve), al menos sobre el papel la tenacidad de los Xu ha tenido premio.

Triunfo Arciniegas / Casas en el aire
La última casa de Amy Winehouse busca nuevo dueño

Casas clavo chinas

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Durante dos años, la familia que habitaba esta “casa clavo” en Chongquin rechazó dejar el hogar en el que habían vivido sus antepasados durante tres generaciones. La constructora les quitó la luz y el agua y comenzó a excavar un foso de diez metros alrededor de la casa, donde estaba proyectado construir un centro comercial de seis plantas.

CASAS CLAVO CHINAS

Las llamadas “casas clavo” son edificios que siguen en pie, clavados, implacables, resistiendo y desafiando a las grúas del progreso, mientras nuevas infraestructuras o modernas construcciones se erigen a su alrededor. Sus dueños se niegan a demolerlas por no llegar a acuerdos con las miserias que les ofrecen los constructores y conviven con las obras y la maquinaria, hasta que, finalmente, no les queda más remedio que rendirse. Y no son uno ni dos los casos de “casas clavos” que tienen lugar en China.




Niu Chuangen y Zhang Zhongyun, que rondan los 60 años, resistieron todo lo que pudieron en la pequeña parcela donde se situaba su casa, en Zoazhuang, provincia de Shandong, mientras enormes y amenazadores rascacielos se erigían a su alrededor. Cuando los trabajadores de las obras comenzaron a retirar la tierra que rodeaba la casa, sus inquilinos se quedaron sin luz ni agua. Por si eso no fuera poco, el matrimonio recibía amenazas regulares de gánsters y tuvo que luchar contra varios intentos ilegales de demolición.

Casa clavo frente a un edificio comercial  en Changsha, provinciia de Huan, 2007



En un rincón de Shanghái, rodeado por una pared de cemento, se encuentra uno de los campos más valiosos del mundo entre escombros y basura. El barrio de Guangfuli es el sueño de un inversionista inmobiliario: una parcela en medio de uno de los mercados inmobiliarios más caros y de rápido crecimiento del mundo. Pero la realidad es más parecida a una pesadilla puesto que cientos de personas que viven allí que se negaron a abandonar sus casas destartaladas durante casi 16 años. En la imagen, Tao Weiren se sienta frente a su casa de dos pisos en el barrio de Guangfuli de Shanghái, el 24 de marzo de 2016.ALY SONG


La imagen, de noviembre de 2012, muestra una 'casa clavo' en Wenling, en el este de China. Sus dueños rechazaron la compensación de 34.600 euros que les ofrecía el Gobierno para demolerla y exigieron una suma mayor.

Una 'casa clavo', en un lugar en construcción en enero de 2008. En la pancarta se puede leer: "Pidiendo firmemente al Gobierno que castigue al promotor que derribó mi casa. Devolverme mi casa". 

Una casa bloquea una carretera de un barrio residencial en Nanning, en el sur de China (abril de 2015).

Un edificio residencial viejo rodeado por una carretera, el 18 de junio de 2015, en Guangzhou, provincia de Guangdong. El plan era demoler el edificio pero varios residentes se negaron a abandonarlo por no llegar a un acuerdo con las autoridades.CHINA STRINGER NETWORK

Una 'casa clavo', en Yichang, en marzo de 2013. La tierra alrededor fue excavada para construir una carretera.

Una casa de tres pisos se encuentra en la calle central del distrito de Luolong, lo que obliga a detener la construcción de una carretera, el 16 de mayo de 2015 en la provincia de Henan, China.

Una 'casa clavo', en medio de una zona cubierta con una lona protectora en Hangzhou, provincia de Zheijian, el 26 de septiembre de 2016. 

En esta fotografía tomada en 2007 se puede ver una 'casa clavo', propiedad de Choi Chu Cheung y su esposa Zhang Lian-hao, que se negaron a aceptar la compensación ofrecida por la constructora de un centro financiero.
 

Dos 'casas clavo' en una zona en construcción en Taiyuan, provincia de Shanxi, el 24 de marzo de 2016. Los propietarios se negaron a abandonar sus hogares y ser reubicados.

Una 'casa clavo' de tres plantas resiste en mitad de una carretera de Luoyang (en la provincia China de Henan), en una imagen de mayo de 2016. El propietario no alcanzó con las autoriedades un acuerdo de compensación para derribarla


Una 'casa clavo' parcialmente demolida (la última en la zona) en un lugar en construcción en Hefei, provincia de Anhui, en febrero de 2010. El propietario exigía una mayor compensación a cambio de su casa. 
EL PAÍS
COKINGIDEAS




Daisy Zamora / Preñez

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Daisy Zamora
PREÑEZ




Esta inesperada redondez
este perder mi cintura de ánfora
y hacerme tinaja,
es regresar al barro, al sol, al aguacero
y entender cómo germina la semilla
en la humedad caliente de mi tierra.

Daisy Zamora
En limpio se escribe la vida
Editorial Nueva Nicaragua, 1992



Juan Rulfo no se acaba nunca

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Juan Rulfo no se acaba nunca

La Feria Internacional de Guadalajara homenajea al autor de 'Pedro Páramo' en su centenario


DAVID MARCIAL PÉREZ
Guadalajara (México) 3 DIC 2017 - 16:08 COT



Los escritores Gonzalo Celorio, Rosa Beltrán, Fernando del Paso y Élmer Mendoza participan durante el homenaje a Juan Rulfo.
Los escritores Gonzalo Celorio, Rosa Beltrán, Fernando del Paso y Élmer Mendoza participan durante el homenaje a Juan Rulfo.  EFE

Fernando del Paso le contó a Francia la muerte de Juan Rulfo. En 1986, desde la emisora de radio con la que colaboraba al salir de la embajada, el diplomático y escritor mexicano leyó una carta de despedida a su paisano y maestro que sonó de nuevo este viernes en el pabellón principal de la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) durante el homenaje al autor de Pedro Páramo. “Perdóname Juan si no te escribí nunca, pero como me dijeron que tu nunca respondías las cartas, pues para qué. Y ahora me arrepiento. Yo tuve la culpa, fui yo el que me fui de México. Y no fue ayer sino hace muchos años cuando nos reuníamos cada miércoles en el café, donde pasamos años y felices vidas platicando de libros y fumando como chacuacos”.
Rememorando aquellas tardes, el premio Cervantes rompió el tono solemne con una de sus muletillas irónicas. “Aunque nos vimos muchas veces nunca compartí con Juan ninguna sustancia que pusiera en peligro su integridad como escritor. Éramos solamente cafetomanos y tabacómanos”. Juan Rulfo tendría ahora 100 años. Fernando del Paso tiene 82 y durante este tiempo casi siempre que ha podido se ha encargado de recordar su deuda con al autor jaliciense. Como en 2007, durante la lectura del discurso de recepción del premio FIL, en el mismo salón donde se sentó este miércoles, con su melena blanca y su saco a cuadros. “Aunque ya han pasado 20 años sin escribirte –dijo en aquella ocasión– tengo ya más años de los que tú tenías cuando te fuiste. Aun así, tú serás siempre mi mayor, una figura inalcanzable”.
Borges consideraba Pedro Páramo no solo una de las mejores novelas de la literatura latinoamericana, sino “una de las mejores novelas de la literatura a secas”. García Márquez la leyó dos veces seguidas la misma noche que llegó a sus manos y comparó el impacto con la Metamorfosis de Kafka. Susan Sontag lo definió como uno de los libros más influyentes del siglo XX. La lista de grandes nombres que le han rendido pleitesía continúa con Günter Grass, Elías Canetti, Kenzaburo Oe, Tahar Ben Jelloun o Urs Widmer.



Sobre Rulfo se ha escrito más que sobre ningún otro autor mexicano

“Prácticamente todos los grandes autores mexicanos han escrito sobre Rulfo –señaló Rosa Beltrán, académica y escritora– y muchos de los más importantes del mundo también entendieron muy rápido su importancia”. Ensayos, artículos, entrevistas, valoraciones de carácter filológico, estructuralista, narratológicos, psicoanalítico, anecdótico. Sobre Rulfo y su obra –apenas 300 páginas entre Pedro Páramo y el Llano en llamas– se ha escrito más que sobre cualquier otro autor mexicano.
“¿Por qué?”, se preguntó retóricamente la académica mexicana. “Porque a mas de 50 años de su publicación, la obra rulfiana sigue siendo tan enigmática que entendemos que solo a través de esos trabajos podemos comprenderla realmente”. Y, si como decía Borges, un clásico es un autor cuya obra produce inagotablemente nuevos significados para los lectores, “es previsible que las interpretaciones sigan produciéndose año con año”.
Para Del Paso, la influencia de Rulfo en otras novelas se percibe de forma sutil, porque va más allá del estilo, más allá de lugar común sobre las estampas rurales de sus obras. “Se trata de una actitud particular ante el silencio y la muerte”.
El escritor norteño de novela negra, Elmer Mendoza, explicó por su parte que la figura de Rulfo “es tan grande que nos cobija a todos”, y la comparó también con un tipo de pez voluminoso y escurridizo con el que jugaba de niño en el estanque del rancho de la familia: “nunca pude agarrarlo”.
EL PAÍS

DE OTROS MUNDOS

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Cuentos
El llano en llamas (1953)

DRAGON

BIOGRAPHIES II





James Nachtwey / “La fotografía tiene el poder de relatar la historia desde nivel del suelo”

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James Nachtwey, durante su ‘master class’ en la Universidad de Navarra. 






James Nachtwey: “La fotografía tiene el poder de relatar la historia desde el nivel del suelo”


El fotoperiodista neoyorkino, que ha documentado durante tres décadas las secuelas de la violencia y el dolor, recogió este miércoles el Premio Luka Brajnovic en Pamplona


DANIEL BURGUI IGUZKIZA
Pamplona 26 MAR 2015 - 07:05 COT


Repasar los 35 años de oficio del fotoperiodista James Nachtwey (Nueva York, 1948) diapositiva a diapositiva, desde que comenzó en 1981 con el conflicto de Irlanda del Norte hasta las protestas en Tailandia que en 2014 le incrustaron una bala en su pierna izquierda, en la penumbra y acompañados por la serenidad y seguridad de su voz, no es una clase magistral de periodismo, es una clase de historia actual. Extraordinaria y espeluznante.

Y así lo definió él mismo el pasado miércoles en Pamplona: “La fotografía tiene el poder de relatar la historia, lo que pasa en nuestro mundo hoy, desde nivel del suelo”.



Su obra es un detallado catálogo que recopila minuciosamente el dolor y crueldad de la humanidad del final de un siglo y el desgraciado principio de otro: el hambre, la guerra, la pobreza, la indiferencia y las enfermedades. “Algunas de estas imágenes retan a los espectadores porque son incómodas, pero ni la más incómoda de todas ellas es capaz de reproducir el dolor que experimentan millones de personas en guerra”.
Sin embargo, hay en todas ellas esperanza. “Mi trabajo está dirigido a apelar a través de imágenes a los mejores instintos de la gente: la generosidad, la tolerancia, la capacidad de identificarse con las vidas de otros y, quizás lo más importante, el rechazo para aceptar lo inaceptable ", explica el reportero.


Precisamente este profundo sentido de la dignidad y su compromiso con los derechos humanos es el que le llevó a la facultad de comunicación de la Universidad de Navarra, donde recogió el XIII Premio Luka Brajnovic y ofreció en sus aulas una exposición de su trabajo ante un boquiabierto público, eminentemente universitario, que se puso hasta dos veces en pie para ovacionarlo.




Aun en los lugares más oscuros y en las situaciones más tenebrosas hay lugar para la belleza

Él, un hombre discreto y minucioso —dicen que canceló su agenda de la mañana y obligó a cambiar el proyector donde se iban a mostrar sus imágenes hasta que se vieron perfectas—, hizo brillar esa humanidad: repentinamente interrumpía su propio discurso frente a una de sus imágenes, como la que tomó en El Salvador en 1984. En la foto, tres niñas, tres campesinas ataviadas con coloridos vestidos, observan escondidas tras un árbol cómo un helicóptero eleva el vuelo removiendo nubes de polvo en un campo de fútbol. “Son mariposas de colores”, proclama Nachtwey de pronto, como si se le revelase un pensamiento repentino en voz alta ante doscientas personas.
“Hay algo muy conmovedor para mí acerca de la inocencia de esas chicas en esta foto, con sus vestidos de domingo, recién planchados al salir de misa. Es un momento de lírica, de poesía, en medio de una situación brutal. El helicóptero está ahí recogiendo soldados heridos”, narra Nachtwey. “Aun en los lugares más oscuros y en las situaciones más tenebrosas hay lugar para la belleza, para lo bueno”, detalla después.


Al terminar la charla, que no deja indiferente a nadie, una muchacha —que resulta ser especialista en Comunicación e Historia del Arte— afirma en la cafetería de la facultad: “Esa foto es un cuadro de Gauguin”. Y efectivamente la joven doctoranda en crítica de Arte desvela y detalla con desparpajo su teoría: La visión tras el sermón, una pintura postimpresionista que muestra a unas jóvenes bretonas ocultas tras un manzano, en similar composición y forma a la foto, observan cómo Jacob lucha contra un ángel alado; una transmutación del helicóptero y la guerra.








UNA VIDA DE OSCAR


Aunque es un profesional extremadamente humilde, sus publicaciones en TIMEThe New York Times y las principales cabeceras del planeta, así como su apabullante lista de galardones y premios le certifica indudablemente como uno de los mejores reporteros de este siglo: cinco veces ganador de la medalla de oro Robert Capa, dos veces ganador de la foto del año en el World Press Photo, dos veces ganador del premio Bayeaux a los corresponsales extranjeros, siete veces ganador del Magazine Photographer of the Year y otras tantas ganador del premio Leica.
Y otras tantas distinciones a su compromisos social y humano como la beca Eugene Smith, el premio Martin Luther King, Alfred Eisenstaedt y ahora el Luka Brajnovic. Miembro de la Real Sociedad Fotográfica y doctor honoris causa en Bellas Artes por la Universidad de Massachusetts. Incluso estuvo nominado al Óscar un documental War Photographer que relataba cómo era su día a día.

Esta disertación no es nada descabellada considerando el trabajo de un fotoperiodista, que antes de comenzar su carrera en 1972 en un modesto periódico, el Alburquerque Journal, había estudiado Historia del Arte y Ciencias Políticas. Él mismo se interrumpe más tarde en otra de sus fotografías para que no pase desapercibida: una silueta humana blanca, como pintada, sobre un suelo negro. Resulta ser la brutal huella que ha dejado sobre el pavimento carbonizado el cadáver de un hombre asesinado en Kosovo, en 1999. Una sofisticada estela de muerte. “Es como una pintura rupestre”, reafirma Nachtwey. “Nos recuerda al arte de las cavernas y cómo de primitivos podemos llegar a ser a veces”.
Su visión del fotoperiodismo es así, arte y acción: “Confío plenamente en la inteligencia de mis lectores para desentrañar lo complejo”.


Pero también está claro al ver su obra, que la carga de esa complejidad y de un mundo brutalmente violento y cruel se hace muy pesada para un solo hombre. Muy densa. ¿Qué es realmente lo que mueve a James Nachtwey, lo que le da energías para soportar tanto dolor? “Un claro sentido del propósito, del deber y el compromiso”, responde.
“Lo que me empuja a seguir y me ayuda a superar los obstáculos físicos y emocionales es tener fe en el periodismo”, cuenta casi emocionado. “Creo que tiene el valor en sí mismo y la capacidad de transformar las situaciones y levantar las conciencias de la gente. El periodismo es generosidad: ofrecer, regalar, a las personas que lean y vean algo de quién y de qué preocuparse. Algo que cuidar. Así trato de canalizar la rabia, el miedo o la vergüenza que me provocan algunas situaciones en hacer mejor mi trabajo”.


Y habla de aquella vez en 1992 que decidió, ante la negativa de sus editores, viajar por su cuenta y con sus propios ahorros a documentar la hambruna en Somalia. Intuyó que era relevante mostrar aquello. Y ver la muerte por hambre fue algo que a él también le cambió para siempre.




Ni la más incómoda de todas mis fotografías hace justicia al dolor al sufrimiento que padece los millones de personas afectadas por la guerra

A su regreso, su historia fue portada en el The New York Times Magazine y sus imágenes tuvieron un impacto tan grande y directo que movilizaron un dispositivo de las Naciones Unidas y disparó la recaudación para la emergencia del Comité Internacional de Cruz Roja para ayudar a un millón y medio de personas, en la que fue entonces la mayor operación humanitaria desde la II Guerra Mundial. Al tiempo, un delegado de la Cruz Roja en Somalia le dio a Nachtwey personalmente las gracias por sus fotos.


“Es el reconocimiento más valioso que he tenido jamás en mi carrera, más que ningún premio que me puedan dar, porque lo que hacemos en realidad es muy poco e insignificante, pero puede conseguir mediante el rigor y la empatía que la gente no quede indiferente”, narra.
“Es por eso, que no he visto el tiempo ni el momento de tirar la toalla, precisamente porque he compartido tiempo con personas que lo han perdido todo, literalmente: sus casas, sus familias, su modo de vida, o sus ropas. Que han sufrido en una escala épica y no se han acobardado o dado por vencidos. Ser pobre no significa ser desesperanzado. Así que si ellos no abandonaron, si en esos lugares había espacio para la esperanza, el humor y la bondad, ¿Qué derecho tengo yo para rendirme? ¡Me queda tanto por aprender, me queda tanto por ver!”.
EL PAÍS







DANTE




James Nachtwey / El fotógrafo que estaba ahí

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James Nachtwey, el fotógrafo que estaba allí



Ricardo García Vilanova
7 NOV 2016 - 18:05 COT

Desde que empuñó una cámara hace cuatro decenios, James Nachtwey decidió ser fotógrafo de guerra. Desde entonces, ha tomado algunas de las mejores imágenes de los conflictos de nuestro tiempo. Su obra nos enseña lo que no queremos ver. Perfeccionista, riguroso, infatigable. En activo a los 68 años, acaba de recibir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Su colega de oficio Ricardo García Vilanova esboza un retrato sobre él.




JAMES NACHTWEY es la antítesis del fotógrafo de conflicto que busca el reconocimiento personal por encima de su propio trabajo, banalizando así la vida y la muerte de las personas que aparecen en sus imágenes.
Lamentablemente, existe una mitificación de esta profesión. Llegamos a sublimar la labor de aquellos que cubren conflictos olvidando que hay muchas razones para hacerlo. Dejando a un lado la naturaleza de estas, la misión de un fotógrafo que se envuelve en el dolor ajeno ha de ser contar esas historias y no la suya propia.
Para este trabajo hacen falta grandes dosis de empatía y respeto. La de Nachtwey (Siracusa, Nueva York, 1948) no es una impostura en busca de unos likes, si bien es cierto que las oportunidades y la realidad que le han tocado vivir por el origen de su pasaporte son muy diferentes de las que han disfrutado otros. Ha trabajado y sacrificado mucho, pero eso no siempre es suficiente. Muchos se han quedado por el camino, porque hay una gran parte que depende de la suerte. Llamémosla suerte “buscada”. Su mérito no es solo que ha sido capaz de llegar, sino también de mantenerse.
Impacto del segundo avión contra las Torres Gemelas, el 11-S. “Creí que tenía todo el tiempo del mundo para hacer la foto. En el último instante me di cuenta de que estaba a punto de ser barrido”, confesó a la revista Time.pulsa en la fotoImpacto del segundo avión contra las Torres Gemelas, el 11-S. “Creí que tenía todo el tiempo del mundo para hacer la foto. En el último instante me di cuenta de que estaba a punto de ser barrido”, confesó a la revista Time.JAMES NACHTWEY / AGENCIA CONTACTO
Su carácter perfeccionista, introvertido, abstemio y de alguien que vive solo para y por su trabajo le ha valido para ser uno de los referentes vivos de esta profesión, el espejo en el que muchos querrían ver el final de sus carreras.
Denostado por algunos, alabado por otros, solo hay una cosa innegable en su persona. Él estaba allí, y eso es un hecho, porque lo demuestran sus imagenes. La fotografía no es solo apretar un botón, hay que llegar donde no hay nadie para poder hacerlo, para conseguir esa cercanía personal y compositiva. Eso es lo verdaderamente difícil y lo que marca esa inolvidable cita de Capa: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es porque no te has acercado lo suficiente”.

Nachtwey dice que valió la pena, que algunas de sus imágenes redundaron en cambios. Quizá fueran otros tiempos, en los que las revistas y periódicos buscaban que sus informaciones tuvieran un interés para la sociedad, un interés que con los años la propia sociedad fue diluyendo.
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DANTE


Natalia Carbajosa / De erotismo y literatura

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Natalia Carbajosa

De erotismo y literatura


Escribir un relato erótico no es difícil. ¿Quién no ha contado alguna vez un chiste subido de tono y lo ha aderezado con detalles de su propia imaginación, buscando la exactitud verbal, anticipando con cuidados indicios el desenlace y vertiendo con estudiado mimo el dramatismo y la comicidad? De ahí a ponerlo por escrito no va tanta distancia. Escribir un relato erótico que no contenga nada más tampoco parece cosa del otro mundo. Novelas hay, y voluminosas, de esas que se llaman «de ingredientes», en las que los autores van dosificando convenientemente los elementos: un tanto de sexo, un tanto de violencia… claro está que hay que saber escribir o, mejor dicho, redactar, para poder hacerlo. Pero otra cosa muy distinta es ubicar uno o varios episodios eróticos en un contexto más amplio, en el que dichos episodios se relacionen con naturalidad con el resto de preocupaciones de la existencia humana: el amor, la muerte, la vida, que diría el poeta; la soledad, la ambición, los sueños no cumplidos, la nostalgia, el rencor, la amistad, el poder… y mezclar en todo el humor y el drama sin renunciar a un ápice de empatía; esto es, consiguiendo que el lector no deje de sentir como suyas las vicisitudes de los personajes, que no los vea de pronto ajenos a sí mismo porque el escritor, por pereza o por falta de talento, le haya reducido al papel de voyeur. Escribir así, con Eros formando parte de la vida, es hacer literatura.
La narrativa española de las últimas décadas cuenta con un volumen de relatos de Marina Mayoral, felizmente reeditado ahora, que cumple con creces las condiciones recién mencionadas. Su título, tomado del arranque de un poema de Kavafis («Recuerda, cuerpo»), constituye un apropiado resumen de los doce cuentos que componen el volumen: la educación o, más bien, la ausencia de educación sentimental y sexual de una sociedad —la de la España predemocrática— en la que nadie, y menos aún las mujeres, podía expresar sus deseos íntimos. El poema de Kavafis, citado al comienzo del libro, dice así:
Recuerda, cuerpo, no solo cuánto fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en los ojos brillaron
y temblaron en las voces —y que hicieron
vanos los obstáculos del destino […]
Aunque pueda resultar extraño, a quien esto escribe, los versos de Kavafis le trasladan sin esfuerzo al «Recuerde el alma dormida» de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. En ellas, el imperativo «recuerda» mantiene la acepción del verbo medieval «acordar», es decir «despertar» («despierte el alma dormida»); mientras que en los versos del poeta de Alejandría se mantiene la etimología del latín «re-cordare», o sea, volver a traer al corazón. Esta deliberada confusión semántica que aquí se propone viene a cuento porque, precisamente, el mandato que reciben los personajes de los cuentos de Marina Mayoral, en un contexto en el que todo lo referente al cuerpo ha de permanecer soterrado y por supuesto separado de lo que, en la cultura occidental, hemos dado en llamar su contrario (el alma), parece no ser otro que «despierta, cuerpo»: cuerpo que es también corazón («cor, cordis»), receptáculo que, a su vez, solemos identificar con el alma.
Y así, de ese mandato al que, en mayor o menor medida, todos los personajes responden, porque nadie puede sustraerse a lo que algún otro escritor ha descrito como «la fuerza de la sangre», surgen encuentros inesperados con extraños que cambian para siempre el rumbo de una vida. O bien la vida cotidiana continúa discurriendo al calor de una nueva sabiduría física, dejando al descubierto una parte de cada criatura que a ellas mismas, hasta entonces, les resultaba ajena o permanecía vedada e inaccesible. Curiosamente, el erotismo resultante de estas experiencias, a veces tamizado de melancolía no reñida con la comicidad, explícito a la par que elegante, sensual y lleno de ternura, asimétrico en cuanto a las clases sociales implicadas y abordado desde muy variados puntos de vista narrativos, se convierte en un poderoso foco que arroja luz sobre esas zonas oscuras del alma que nunca antes habían aflorado en toda su limpidez y plenitud. En otras palabras: el alma jamás habría despertado del todo, de no ser por la oportuna/inoportuna irrupción del cuerpo en la escena. Se trata, pues, de un verdadero ejercicio de fusión, reunión o reunificación de lo que, en primer lugar, no debió separarse, con el permiso de Platón y del cristianismo.
Por otro lado, la sabiduría adquirida a través del cuerpo deja en los personajes una aceptación de la incoherencia insalvable en la que les coloca esa nueva consciencia de la piel. Los ejemplos abundan: un conquistador empedernido cuya virilidad queda a salvo en manos, literalmente en las manos, de una desconocida; una mujer que piensa devotamente en su marido cuando tiene relaciones con otros hombres; un apuesto sacerdote que posee todos los instintos de un depredador Casanova; una abnegada hija y maestra que acepta el extraño equilibrio de su doble vida… El conflicto que para todos ellos abre la llamada de la carne es a la vez su redención: la belleza y el placer del cuerpo los vuelve más complejos y, por ende, más humanos, aun cuando en público escrutinio pudieran ser duramente censurados. Únicamente los dos últimos cuentos, «La última vez» y el que da título a la colección, «Recuerda, cuerpo», quizá más traspasados por la ternura y la nostalgia que los demás sin llegar a caer en el sentimentalismo, se desvían un tanto de la tónica general. El primero, por estar narrado no desde el punto de vista de quien ha adquirido la experiencia del placer físico, sino de quien sufre sus consecuencias y se debate en la incertidumbre del saber y no saber del todo; el segundo, por constituir una versión magistral del clásico «lo que pudo haber sido y no fue», eso que confiere a las historias de amor frustrado su carta de inmortalidad.
Si bien el tema erótico establece el hilo conductor, en mayor o menor grado, de todos los relatos que conforman el libro, es el estilo lo que le da su tono característico, a pesar de la variada participación de distintas voces. En un lenguaje directo a la vez que cuidado, no exento en ocasiones de ciertos guiños metaliterarios al lector, Marina Mayoral va construyendo personajes sólidos y creíbles en situaciones insólitas que, no obstante, nunca resultan estridentes ni pierden su naturaleza literaria para convertirse en mera anécdota o chiste, lo que hubiera sido fácilmente el caso en manos menos expertas. Sin menospreciar en absoluto la novela, además, debemos tener presente que el cuento es un género muy complejo justamente por su concisión, es decir, por tener que presentar en cuatro pinceladas situaciones y ambientes que, en este caso, aluden a lo que no está a la vista ni resulta socialmente aceptable. Por otra parte, en los libros de cuentos sucede como en los de poesía: al margen de cada unidad compositiva en sí, se requiere una labor de ensamblaje que relacione unas piezas con otras, que las haga dialogar entre ellas.
En el caso de Recuerda, cuerpo, son muchos los elementos lingüísticos y referencias a lugares y personajes los que nos remiten a un universo compartido, pero entre todos ellos destaca la belleza y poesía de los títulos: «Aquel rincón oscuro», «Adiós, Antinea», «El dardo de oro», «Los cuerpos transparentes»… Y, por supuesto, «Recuerda, cuerpo», excelente colofón para un libro que, por cierto, no ha perdido un ápice de vigencia en los veinte años transcurridos entre su primera edición en 1998 y la más reciente. Y es que, aunque cambien las circunstancias y los usos sociales, y a pesar de la liberación sexual, los deseos humanos y los conflictos de nuestro yo con nuestro propio cuerpo, no menos que en su relación con otros, siguen siendo universales. Su lugar en la psique sigue siendo, como refiere acertadamente el primer cuento, «aquel rincón oscuro», por cuanto nos obliga a relacionarnos con el mundo desde un plano ignoto, si no ya por escrúpulos morales o religiosos, porque abre la puerta a una parte de nuestro ser que nunca terminamos de conocer.
Por otro lado, con humor y con memorable comprensión de la fragilidad humana está contada la admiración que todos sentimos por la armonía física y de carácter en «La belleza del ébano». Ese es el apropiado título del cuento en el que con más claridad, a mi entender, se contrapone el elogio de aquel donde cuerpo y alma encuentran, por fin, acertado equilibrio («Era el ideal clásico: la inteligencia, el talento, en un cuerpo bello, deseable y que sabe hacerse desear») con la mirada amorosa que suple lo que falta, con muy buena voluntad, en una hechura menos armoniosa: «un arquitecto famoso que para hacer el amor se quitaba antes que nada los pantalones y después el calzoncillo, y se quedaba con los faldones de la camisa flotando en torno a algo que apenas se entreveía, sobre unas piernas magras y blancas, más blancas aún por el contraste de los calcetines negros […] Pero ella lo quería, quería a aquel tipo bajito, que había echado tripa y había perdido el pelo a su lado y que tenía talento, eso no se lo negaba nadie». A este respecto, tuve la suerte de conversar con la autora, quien me explicó la concepción neoplatónica que sostiene la trama del cuento; y es que, cuando nos enamoramos de alguien en la juventud y el amor perdura a lo largo de los años, seguimos anteponiendo la imagen de ese momento inicial, esa primera pulsión (como dice la canción de Serrat: «recuerde —¡sí, recuerde!— antes de maldecirme / que tuvo usted la carne firme / y un sueño en la piel / señora»), a la decadencia física que a todos nos va transformando en otra cosa. Así, gracias a ese complejo mecanismo psicológico que hace del ojo un almacén de la memoria antes que un órgano visual, podemos responder con dignidad a nuestros hijos cuando nos preguntan: «¿Pero por qué te casaste con papá, si tiene barriga, y está calvo, y está hecho un cascarrabias y un hipocondriaco, etc., etc.?». Ay, que poco saben ellos todavía de las tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida…
Algunos de estos relatos poseen resonancias clásicas (don Juan, King Kong, Safo, el rey Midas) o están situados en la mítica ciudad de Brétema, tan cara a toda la literatura de Marina Mayoral. Sin embargo, la «mitología» que, en mi opinión, los preside con más fuerza que el resto de elementos, aunque estos se hallen perfectamente integrados en las distintas tramas, es precisamente ese canto a la belleza del cuerpo, a su poder transformador y su reivindicación de los sentidos, tanto para ser despertado en la plenitud de sus facultades, como para ser recordado el resto de la vida a través del velo amable de aquella primera imagen. «Cómo temblaron por ti, en las voces, recuerda, cuerpo», a decir del poeta. Pues eso. Que el cuerpo sea voz, y que viva el erotismo hecho literatura.



Yoshiharu Tsuge / El hombre sin talento / Reseña

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elhombresintalento
El hombre sin talento (Yoshiharu Tsuge). Gallo Nero, 2015. Rústica. 15 x 21 cm. 226 págs. B/N. 19 €

Yoshiharu Tsuge
EL HOMBRE SIN TALENTO

Para entender la clave de El hombre sin talento de Yoshiharu Tsuge hay que asumir en primer lugar que el título es, básicamente, mentira. Es así como puede profundizarse en los múltiples niveles de una obra que parece sencilla, que parece, simplemente, contar una serie de vivencias depresivas, pero que lanza sus hilos en direcciones muy diferentes, incluso contradictorias. Porque Tsuge se proyecta en un personaje que tiene talento, pero escoge no emplearlo. Es un autor de manga con prestigio, de obra escasa pero muy apreciada. Podría, con esfuerzo, vivir de ello. Pero escoge deliberadamente no hacerlo porque «en el mundo del manga no se aprecia el arte, se considera algo superfluo» (p. 173). Abraza la derrota y el fracaso con una actitud autodestructiva que contrasta con sus intentos de iniciar negocios que intuye lucrativos pero que casi parece, secretamente, que desea que fracasen. ¿Cómo puede entenderse eso? Puede recurrirse a la explicación médica y hablar de depresión. Desde luego El hombre sin talento puede leerse como una gran tragedia, como la historia de una familia que pasa mil penalidades por la apatía de un hombre que, como dice su esposa, se empuja a sí mismo a la perdición. Pero en su posición hay algo más, que tiene que ver cómo se ve el artista a sí mismo. Lo que en algunos autores parece un recurso literario, una postura intelectual desde la que construir la obra propia —y pienso en la ética del fracaso que describió David M. Ball en su ensayo sobre la obra de Chris Ware, publicado en Supercómic. Mutaciones de la novela gráfica contemporánea (Errata Naturae, 2013)—, aquí parece una íntima decisión vital que Tsuge no es capaz de superar. Podría haber sido el más grande, pero escogió no serlo. Y en esa decisión, paradójicamente, reside su verdadera grandeza, porque contándonos por qué no nos cuenta nada, creó una obra que dejó un poso que, seguramente, nunca habría dejado con una obra larga seriada.
Tsuge, decía antes, en realidad sí tiene talento. Domina el lenguaje de un modo profundo, comprende sus mecanismos y emplea recursos estandarizados del manga para describir con el dibujo sin subrayados, sin salidas de tono, rechazando o moderando concienzudamente aquellas herramientas que Osamu Tezuka —el padre que la generación de Tsuge tuvo que matar— fijó para el manga juvenil de aventuras. Las caras pueden tener un realismo neutro o virar a la caricatura sutil, e incluso pueden ambas cosas convivir en la misma viñeta. Su Japón es un Japón que ha quedado en los márgenes de la modernidad, casi atrapado en el tiempo, lleno de miseria y de personas que se niegan a abandonar ese mundo antiguo que equivocadamente juzgamos más sencillo, más puro y justo. Es imposible no acordarse de Seth y su mirada melancólica a un pasado que no existió, y compararlo con el patetismo de Tsuge. Los personajes del canadiense pueden ser figuras tristes, pero el pasado por el que suspiran tuvo cierto brillo. Tsuge y la pandilla de buscavidas con los que se relaciona, en cambio, se aferran a aspectos del pasado inútiles, porque en su falta de utilidad reside su atracción irresistible. En los diferentes capítulos del libro, su protagonista intenta hacer negocio vendiendo pájaros cantores, cámaras fotográficas de segunda mano, antigüedades y —lo más llamativo— piedras de río. Todo responde a una promesa de negocio basada en un coleccionismo que ya no existe, que ha pasado de moda o que, en realidad, nunca fue cosa más que de cuatro personas con dinero y mucho tiempo libre.
hombre sin talento int
Cuanto más rápida sea la transición entre tradición y modernidad, más víctimas deja por el camino; es decir, más individuos son incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos. La sociedad japonesa, por la historia específica del país, es un ejemplo perfecto de esto, y es algo que revela muy claramente la lectura de El hombre sin talento. En el fondo, lamentarse de que la gente de hoy —de los años ochenta en los que Tsuge escribió el manga— no tiene tiempo de pararse a admirar una roca con una forma caprichosa no deja de ser una manera muy mezquina y estrecha de miras de juzgar los tiempos modernos. Ese puñado de personajes que desfilan por las páginas del libro, que se quejan de los aficionados, de cómo antes sí que se apreciaban las cosas que ellos venden, son patéticos porque, en realidad, lo que están demandando es una élite aristocrática, la existencia de unos pocos escogidos que puedan comprarles su chatarra. Lo más interesante es que, por si fuera poco, Tsuge llega tarde a todo. No añora nada que viviera, simplemente le atraen los ecos del negocio que podría haber hecho y nunca hará. Del mismo modo, parece necesitar convencerse de ello y, en uno de los diálogos más interesantes, se lamenta junto al vendedor de pájaros de que la gente joven ya no aprecia el canto hermoso de las aves canoras japonesas, y prefiere comprar vistosos pájaros extranjeros cuya cría no requiere mucho esfuerzo. La metáfora enseguida se hace explícita, y la conversación deriva a una disquisición sobre la sociedad japonesa, y cómo la gente da la espalda a aquello que cuesta trabajo y abraza lo inmediato: cómo se abandonan los buenos viejos valores en favor de lo nuevo, que es por definición incierto. Es un discurso que puede parecer reaccionario pero que gracias al punto de vista narrativo, deliberadamente ambiguo, queda en una encrucijada entre lo que el protagonista hace y dice, y lo que el Tsuge autor expone, porque no termina de posicionarse.
La narración fragmentada ayuda a esa ambigüedad. Vemos al protagonista y su familia en varios momentos de sus vidas, desordenados. En el presente, donde empieza la historia con los intentos por vender piedras de río, el matrimonio está ya prácticamente roto, aunque nunca se verbalice. Lo simboliza la figura de su esposa, siempre de espaldas en este capítulo. Es un personaje, por cierto, clave para entender El hombre sin talento, y que pasa de estimularle, de pedirle que dibuje aunque no le encarguen nada, a odiarlo por sus planes absurdos para ganar un dinero que jamás llegará. Cada vez más apartado de la realidad cotidiana, contrastará la alegría y excitación con la que aborda el negocio de reparación y venta de cámaras de segunda mano —lucrativo durante un breve tiempo, justo el suficiente como para que los pocos coleccionistas de cámaras ya tengan todo lo que buscan— con la resignación apática que muestra en su puesto de piedras. En él, parece ya en la última fase de un proceso que Tsuge vincula tenuemente con el budismo, pero al que da un trasfondo perturbador. Paralelamente, y tal vez para enfatizar o simbolizar ese desapego por la vida, la narración se sumerge en elementos cuasi sobrenaturales o míticos, a través de historias espectrales, narradas en tercera persona y, por tanto, más filtradas, menos ciertas que la narración directa autobiográfica. De hecho, incluso se cuestiona Tsuge si lo que le cuentan no estará exagerado. La última historia o capítulo del libro cuenta la historia de Seigetsu, un poeta vagabundo que se desprendió de toda posesión material y regalaba su arte. Y que murió, inevitablemente, en la más sarnosa miseria. El protagonista de El hombre sin talento, por el contrario, eligió no regalar su arte, pero tampoco lo vendió. No hizo nada más que seguir tumbado bajo su chamizo, esperando que alguien, al menos una vez en la vida, apreciara la belleza de una piedra que encontró en el río.



Gerardo Vilches es licenciado en Historia y realiza su tesis doctoral sobre revistas satíricas de la transición. Escribe sobre cómics en su blog, The Watcher and the Tower, desde 2007. Colabora en Rockdelux, y ha publicado textos en la revista Quimera, en la antología de ensayos Radiografías de una explosión y en Panorama: la novela gráfica española hoy. También es autor de Anatomía de un oficinista japonés (Bang, 2012) y de Breve historia del cómic (Nowtilus, 2014). Ha participado en varios congresos, moderado mesas redondas y presentado novedades para diversas editoriales. Codirige CuCo, Cuadernos de cómic. En Entrecomics publica reseñas y artículos desde 2011.


Yoshiharu Tsuge / 'El hombre sin talento', un manga entre el arte y la locura

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Ilustración de Yoshiharu Tsuge


'El hombre sin talento', un manga entre el arte y la locura


  • Es la obra maestra de Yoshiharu Tsuge y su primera publicada en España

  • La historia de un dibujante de manga que lo deja todo para buscar piedras especiales


Jesus Jiménez
02.12.2015 | actualización 10h16


"Todavía no me he rendido, tengo sueños...' (El hombre sin talento)
Por fin llega a España una de las grandes obras del manga japonés que, como tantas otras, los aficionados esperábamos desde hace décadas: El hombre sin talento (Gallo Nero) una obra de culto firmada por Yoshiharu Tsuge que nos hace volver a plantearnos la relación que hay entre el arte y la locura y si la gente con trastornos mentales puede ser más creativa que los considerados normales.
Y es que Yoshiharo Tsuge (Tokio, 1937) es un artista que tuvo graves problemas mentales. Ya desde muy joven le diagnosticaron Eritrofobia (el miedo a ruborizarse frente a los demás), lo que le impidió relacionarse normalmente con el resto de la gente. Intentó desaparecer en varias ocasiones (a veces nadie sabía nada de el durante días) y con sólo 25 años intentó suicidarse.
Viñeta de 'El hombre sin talento'Viñeta de 'El hombre sin talento'

Fue asistente del gran dibujante Shigueru Mizuki (fallecido esta misma semana a los 93 años) y consiguió un gran prestigio como dibujante de manga en el Japón de los años ochenta, pero al ver la primera traducción de una de sus obras al francés (El hombre sin talento) se llevó tal cabreo que dejó de dibujar para siempre (en 1987).
Renunció al éxito y a su propia obra, lo abandonó todo, quedándose al margen de la sociedad. Desde entonces vive entre la pobreza y la depresión. También prohibió que sus obras se tradujesen a otros idiomas, lo que nos había privado de su arte hasta ahora.
Viñetas de 'El hombre sin talento'Viñetas de 'El hombre sin talento'

Un manga autobiográfico

Esas obsesiones, su arte y su locura quedan reflejadas en esta obra, con una gran carga autobiográfica, que es la obra de un loco, pero no un loco maravilloso sino de un loco pesimista e incluso cruel consigo mismo. Pero que, a través de sus obsesiones, nos va lanzando reflexiones y cuestiones que nos hacen pensar sobre las cosas realmente importantes.
Preguntas para las que no tiene respuestas (ni siquiera se lo plantea) y con las que comparte sus miedos e inseguridades, que también son los nuestros. Cómo los afrontemos ya es cosa nuestra. De hecho, las pocas veces que el responde a una de sus preguntas, siempre lo hace con una gran carga de pesimismo.
Un auténtico delirio creativo, salpicado de tintes oníricos y surrealistas, que nos incomoda; pero que también nos invita a reflexionar sobre la vida, el arte y la locura. Como las grandes obras.
Portada y página de 'El hombre sin talento'Portada y página de 'El hombre sin talento'

Una obra excepcional

Publicado en Japón en 1985, El hombre sin talento es la historia de Sukezo Sukegawa, un dibujante de manga (con esposa e hijo) que deja de dibujar para intentar sobrevivir con oficios tan peregrinos como vendedor de cámaras fotográficas antiguas (qué el mismo repara sin tener ningún conocimiento) e incluso vendiendo piedras del río cercano a su casa. Pero fracasará en todo sin excepción, lo que le llevará a fantasear con hacerse monje o descubrir una cura para el cáncer o las hemorroides.
Este manga también es un reflejo de la sociedad japonesa de los ochenta, en lucha constante entre el progreso y la tradición. Su transformación inevitable en una sociedad de consumo al estilo occidental; y donde seguían abiertas las heridas de su derrota en la Segunda Guerra Mundial (todavía lo están).
Una obra que, como comentábamos, también plantea debates sobre la creación artística, sobre la relación del artista con su obra, las raíces de la sociedad japonesa y la relación del hombre con la naturaleza. De hecho el protagonista manifiesta en varias ocasiones su intención de esfumarse en la naturaleza.
Viñetas de 'El hombre sin talento'Viñetas de 'El hombre sin talento'

El ‘Suiseki’, el arte de encontrar piedras

Una piedra perfecta encierra dentro de sí una montaña, nos enseña el valle, sugiere el viento y las nubes. Nos revela el universo (El hombre sin talento).
Todas esas reflexiones las lleva a cabo a través del "Suiseki", el arte de encontrar piedras; una disciplina milenaria en Oriente que consiste en buscar piedras que, sin ningún tipo de manipulación, nos recuerden a un paisaje. También se admiten las que nos recuerden a algún objeto o animal, pero siempre que estén relacionados con la naturaleza. Se lelgan a pagar cantidades millnorias por algunas y hay numerosas subastas en internet. Aunque su época de mayor popularidad ya ha quedado atrás.
En esas piedras, Yoshiharu Tsuge encuentra la forma de mostrarnos la mirada del artista y del que observa el arte y se deja fascinar por el, y por la belleza de la naturaleza.
Aún así, siempre se deja llevar por el pesimismo, de forma que el protagonista admira a esa gente que ha encontrado piedras con formas especiales, y a las que ponen nombres rimbombantes, mientras que las suyas tienen nombres como soledad y tristeza. Y es que en esas piedras, el dibujante encuentra una forma de dar salida a sus sentimientos. Porque este cómic es, ante todo, un manga de sentimientos.
Viñetas de 'El hombre sin talento'Viñetas de 'El hombre sin talento'

Una obra de gran belleza

El Hombre sin talento también es una aguda reflexión sobre las tradiciones japonesas y sobre cómo Japón ha entrado en la modernidad sin renunciar a sus costumbres más antiguas. En el manga hay pequeñas descripciones de la vida en Japón, de las tradiciones e incluso de alguna leyenda. Porque también es un manga que habla de muchísimas cosas sin que te des cuenta.
Destacar, por último, la belleza de sus páginas. Algunas son auténticos poemas visuales. Como en muchas grandes obras japonesas del cine y el manga, todo transcurre con un tiempo muy pausado, que nos da la oportunidad de disfrutar de los pequeños detalles de los que están llenos estas páginas.
Viñetas de 'El hombre sin talento'Viñetas de 'El hombre sin talento'
Varias grandes editoriales llevaban años intentado conseguir los derechos para la publicación de El hombre sin talento en España, sin conseguirlo. No sabemos cómo lo ha logrado Gallo Nero pero se lo agradecemos, destacando la cuidada edición, muy fiel a la original, y la excelente traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.
Para terminar os recomendamos la entrevista de nuestra compañera Laura Barrachina (La hora del bocadillo) al experto en cómics Álvaro Pons, en la que cuenta todas estas cosas, y muchas más, de una forma mucho más amena e interesante.
La hora del bocadillo - "El hombre sin talento" de Tsuge con Álvaro Pons - 21/11/15




Yoshiharu Tsuge / El hombre sin talento / Autobiográfico y nostálgico

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Yoshiharu Tsuge 
El hombre sin talento 
Autobiográfico y nostálgico

Publicado en Japón en 1985, El hombre sin talento es la historia de Sukezo Sukegawa, un dibujante de manga sin éxito que se improvisará vendedor de piedras y de cámaras fotográficas antiguas pero fracasará en todo sin excepción.



Las ansias por solucionar su desastrosa situación económica le llevarán a fantasear con hacerse monje o con descubrir una cura para el cáncer o las hemorroides.




Obra de culto, El hombre sin talento es también un fascinante viaje a través de la cambiante sociedad japonesa donde siguen abiertas las heridas de la desastrosa derrota de la Segunda Guerra Mundial y donde se respira el profundo trauma generado por su rápida conversión a una sociedad de consumo.




Yoshiharu Tsuge nació en 1937 en Tokio. Personaje misterioso y escurridizo, es el artífice de una de las obras más singulares e innovadoras dentro de la industria del manga. Sus publicaciones podrían enmarcarse dentro de tres bloques distintos: uno inspirado en los viajes, otro en los sueños y el último, al que pertenece El hombre sin talento, que es autobiográfico y nostálgico. Todas sus historias son crudas y están salpicadas de tintes oníricos y surrealistas.


En 1987 publica Despedida, su última obra. No volvió a dibujar. Su vida constantemente en vilo entre la pobreza y la depresión, se descompuso. Decidió quedarse al margen de la sociedad o, más bien, eligió hacerlo de una vez por todas. Emprendió varios negocios fallidos (vender cámaras, por ejemplo), pero el aburrimiento siempre terminó por vencerle. Si dejó de dibujar no fue por una razón concreta, simplemente dejó de hacerlo.





Jesús Ferrero / Con permiso del personaje

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Con permiso del personaje


JESUS FERRERO
6 AGO 2011

Con De vidas ajenas de Emmanuel Carrère nos hallamos ante una narración del género "novela no-ficción" tan en boga en este momento, que tiene una peculiaridad: el autor ha dejado leer su relato a las personas que lo protagonizan para que le diesen su aprobación (y al parecer se la dieron tras sugerir algunos retoques). Dicho de otra manera: como si varias personas relacionadas entre sí le encargasen a un pintor un retrato de grupo en el que todos los modelos estuviesen de acuerdo con la forma en la que van a ser representados. ¿Ese sería tocar la realidad o sería más bien abrazar enteramente la ficción, la ficción del yo y de sus representaciones más o menos piadosas?
Dicho lo cual, me apresuro a decir también que De vidas ajenas es una novela que se lee sin querer, como a veces leemos sin querer esos buenos reportajes de fondo en los que el narrador intenta atravesar a su manera las imágenes que nos muestra. De algún modo De vidas ajenas se convierte en una narración sobre la dignidad humana, haciendo suyo el lema vital del psicoanalista Pierre Cazenave, que en su obra Le Livre de Pierre propone "una solidaridad incondicional con la congoja insondable que entraña la condición humana".


De vidas ajenas

Emmanuel Carrère
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama. Barcelona, 2011
260 páginas. 18 euros

El narrador cree haber llegado al final a esa solidaridad incondicional tras un tortuoso camino por las muertes de algunos conocidos, y por las diferentes maneras de asumir la pérdida de los que los conocían y amaban.
El libro comienza con un episodio de muerte masiva: el tsunami que devastó Ceilán (Sri Lanka), para luego abordar la muerte de modo mucho más íntimo y en forma de cáncer, que para el narrador tiende a ser, temerariamente, una enfermedad del ser más que de la carne.
En líneas generales el libro es "irreprochable" y está saturado de buena conciencia. Lo relacionan con Dostoievski, pero eso es sencillamente una locura. Sí que parece muy relacionado sin embargo con la nueva narrativa nórdica, donde la non fiction novel está alcanzando su mejor definición.
Todo lo anteriormente dicho no merma el valor de este libro de Carrère que supone, entre otras cosas, un vivo acercamiento antropológico a la manera que ahora tenemos de asumir la muerte, y de paso también la vida, pues no sería vano indicar que si bien la muerte planea poderosamente por encima y por debajo de toda la narración, lo que al final siente el lector es el deslizamiento mismo de la vida como una cadena de conciencias de la que van desapareciendo eslabones, que obligan a nuevas yuntas y nuevas conexiones.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de agosto de 2011



Jesús Ruiz Mantilla / La hora de la transparencia literaria

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La hora de la transparencia literaria

Autores como Cercas, Muñoz Molina, Kirmen Uribe, Laurent Binet o Emmanuel Carrère invitan al lector a compartir el mecanismo de creación de sus novelas tras el fenómeno de la autoficción



JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid 1 MAY 2017 - 16:48 COT





La transparecencia literararia sucede a la autoficción.
La transparecencia literararia sucede a la autoficción. EULOGIA MERLE

La era de la transparencia no solo es válida para la política, la economía, el periodismo o la acción social, también la literatura transita ya por esa senda. Algunos autores lo han puesto en práctica mucho antes, incluso, de que los lectores lo demandaran. Es, quizá, un audaz signo para afrontar los tiempos o un reto experimental; puede que ambas cosas a la vez. De manera consciente e inconsciente pero efectiva y arriesgada son varios los que han desarrollado a estas alturas lo que podríamos calificar de transparencia literaria: mostrar al lector cómo ha sido el proceso de creación de la novela que tiene en sus manos.
Desde hace unos años, autores franceses como Laurent Binet o Emmanuel Carrère en sus obras HHhH, caso del primero, o Limónov y El reino, el segundo, así como Antonio Muñoz Molina (Como la sombra que se va), Kirmen Uribe en varias novelas y, sobre todo, Javier Cercas, que reincide en su última obra, El monarca de las sombras, entran de lleno en esta arriesgada tendencia que viene del tronco cervantino pero que también han desarrollado previamente Milan KunderaJulio Cortázar o Sebald.
De cualquier forma, es algo que supera la ya manida fiebre por la autoficción. Más arriesgado y exigente, pero a la vez, divertido. Para el autor y el lector. Un juego de espejos desnudos donde quien entra debe retratarse a fondo. Descubrir pócimas, airear secretos… “Me gusta esa idea de la transparencia, aunque no sé hasta dónde lleva. ¿No se parece a ese propósito de la arquitectura modernista, de mostrar sin adornos la estructura de un edificio?”, se pregunta Muñoz Molina. “Creo que para Cercas y Carrère se trata de una poética muy establecida. Para mí ha sido una fase. Mientras escribía Como la sombra que se va tenía grandes reservas. ¿No es narcisismo de literato escribir sobre el escritor, hacer de la escritura parte de la historia? ¿No conduce esto rápidamente al amaneramiento? No lo sé. Yo hice lo que podía hacer. Quise, sobre todo, que la historia personal tuviera una cualidad de confesión que la salvara, si era posible, del juego posmoderno”, señala el académico.
En el caso de Binet, el autor francés encuentra placer en el mero riesgo. “Lo disfruto porque concibo la novela como una conversación entre autor y lector en la que entra en juego esa suspensión de lo improbable. Además, no me satisface el hecho de contar sencillamente una buena historia. Una buena novela debe incluir un marco de reflexión, esa metanovela”, afirma. Tampoco lo ve como un simple juego: “Se trata de algo que se adentra en el corazón mismo del relato. Esa imbricación compleja entre la narración, quien lo escribe y quien lo recibe es lo que me interesa”.
De hecho es el lector quien construye la obra maestra, no tanto el autor, comenta Cercas recordando a Paul Valéry. “Un lector riguroso, con sutileza, con lentitud, con tiempo e ingenuidad armada. Sólo él puede hacer una obra maestra, decía Valéry. Ese lector encarnizado es el lector con el que todos los escritores soñamos, y quizá, al mostrarle el propio proceso de construcción de la novela, lo que queremos es que se sumerja hasta el fondo en ella, que la haga suya por completo y nos ayude a cumplir el sueño de todo autor de escribirla”. Algo parecido sostenía Joseph Conrad: “La mitad del libro es cosa mía. La otra mitad, del lector”.
LA CRISIS DE LA SINCERIDAD
Otro elemento del entramado que ayuda a comprender la necesidad de transparencia en el campo de la creación literaria se encuentra en la crisis global de la sinceridad. Así lo defiende Anna Caballé, autora entre otros trabajos de Narcisos de tinta. Ensayo sobre la literatura autobiográfica en lengua castellana (1939-1975) o los trabajos biográficos Francisco Umbral. El frío de una vida (Espasa, 2004) o Carmen Laforet. Una mujer en fuga en colaboración con Israel Rolón (RBA, 2010). “La narrativa postmoderna ha topado con una reacción inesperada: después de que la sinceridad cayera en el desprestigio, por considerar que no era más que una especie de conveniencia personal. Hemos descubierto que la insinceridad nos molesta todavía más. Tuvimos ocasión de comprobar sus dañinas consecuencias en la política y en la economía, incluso en la historia”.
Esa necesidad de transparencia como propiedad de la verdad, por tanto, se ha impuesto en la sociedad occidental. “Y acarrea interesantes consecuencias en el mundo narrativo. Varios autores exploran en sus obras nuevas maneras de enfrentarse a sus historias y a los hechos que se cuentan y en ellas el problema de la verdad (relación texto-mundo real) tiene máxima relevancia. No es que se lo planteen a gran escala, lo hacen en la medida en que como narradores su función es relevante para la credibilidad de la historia, exponiendo por ello los procesos de conocimiento que han conducido a su narración y mostrando sus costuras”.
En eso coinciden los tres autores consultados, pero también en otros parentescos. “Los hay, pero creo que son involuntarios. Cada uno de nosotros ha llegado por su cuenta y por vías a menudo distintas. Faulkner lo llamaba el polen de ideas: soluciones semejantes en las que convergen escritores distintos, lejanos y a veces desconocidos entre sí, porque esas soluciones están, como el polen, en el aire del tiempo”, asegura Cercas.
Y en este tiempo impera la transparencia en medio de una absoluta reivindicación del eclecticismo y la libertad creativa. “La pregunta es”, lanza Cercas, “¿no es la ficción consustancial a la novela? ¿Puede haber una novela sin ficción o es simplemente un engendro aberrante?”. Y la respuesta: por qué no va a existir… “Milan Kundera dice con razón que los novelistas sólo debemos responder ante Cervantes. Y la primera regla que nos dio él fue esta: hagan ustedes lo que les dé la gana. Es decir, la primera regla de la novela es que no tiene reglas, o, si se prefiere, que no tiene otras reglas que las que el propio novelista impone a sus novelas. Estas deben ser distintas en cada una de ellas porque si hay dos novelas que tienen exactamente las mismas reglas, una de las dos es mala”.
Javier Cercas

Pero el autor de Soldados de Salamina, sean cuales sean las reglas, prefiere además contar con la complicidad del lector: “Por muchos motivos. Primero, porque el propio proceso de hacerse la novela es tan importante como la historia o historias que cuento en la novela, y me parece fundamental que el lector lo conozca. Segundo, porque del diálogo entre la historia o historias que cuenta la novela y el proceso de hacerse surge o debe surgir una novela más rica y más profunda, como del diálogo entre el pasado y el presente, entre la historia y la ficción y entre lo colectivo y lo individual que se dan en paralelo. Y tercero, porque es la forma de implicar a fondo al lector en la novela”.
Kirmen Uribe se rije también por los parámetros de la transparencia. Empezó a probarlo en Bilbao-Nueva York-Bilbao y lo ha continuado hasta su última novela, La hora de despertarnos juntos (ambas en Seix Barral). "Creo humildemente que, sobre todo, hay una razón estética en todo esto. O, si me apuras, filosófica y ética. Detrás hay una búsqueda de nuevas formas de ficción, que deviene de un hartazgo de la ficción pura y de la novela convencional. Dicho con tres palabras: no nos la creemos. Han perdido verosimilitud. Y por ello, ahora mismo, los novelistas nos preguntamos por qué no volver a lo real, por qué no pisar tierra de nuevo, por qué no se utilizar vidas reales para hacer, eso, ficción", afirma el autor vasco.
Para Uribe, la noción del autor ha cambiado: "Desconfiamos de la voz omnisciente, del autor que lo sabe y lo controla todo. El que nosotros incoprporamos duda, comete errores, va aprendiendo cosas a medida que la novela avanza. Está, por así decirlo, a la misma altura del lector". Ahora, la relación autor-lector no es más vertical, sino totalmente horizontal, añade. "Por ejemplo, mi última novela, La hora de despertarnos juntos -centrada en el ya pasado conflicto vasco-, está escrita a tiempo real, es decir, va incorporando los hallazgos que hace el autor sobre los protagonistas y, cada vez que encuentra un documento real sobre ellos, la novela da un giro copernicano. La historia se va completando poco a poco. Al acabar, no solamente los personajes han cambiado (algo que se le exige a cualquier novela moderna) sino también el autor".
Para Anna Caballé, profesora titular de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, el dilema filosófico entre verdad absoluta y verdad relativa se ha trasladado a la novela, en este aspecto. “Por ejemplo, la facilidad con que ha prosperado la idea de que por todas partes hay ficciones y espejismos ha reducido el nivel de seriedad con que un narrador debería enfocar los problemas vinculados a la honestidad de su relato. Si la verdad no es más que un espejismo ¿a qué viene preocuparse por ella? Sin duda la autoficción nació de ese relativismo posmoderno que no cree más que en el texto”.
¿Cabe hablar pues de una poética de la transparencia como alternativa a la autoficción? “Puede representar hasta un alivio”, cree la experta.





Carrère es el rey

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Carrère es el rey

'Le Royaume' arrasa en las librerías parisinas pero le ha salido un competidor: las memorias de Valérie Trierweiler


ÁLEX VICENTE
6 OCT 2014 - 03:54 COT




Emmanuel Carrère.
Emmanuel Carrère.

Si visitan la capital francesa, fíjense en un escaparate al azar de su medio millar de librerías. Lo más probable es que den con Le Royaume. De entre las 607 novedades publicadas en esta rentrée literaria, este libro se ha erigido en campeón de la selección natural. Aunque debe de ser inoportuno hablar en términos darwinistas, cuando el libro relata los primeros días de "esa pequeña secta judía que se acabó convirtiendo en el cristianismo". No la firma un historiador santurrón, sino un escritor como Emmanuel Carrère, a quien nadie presuponía ningún fervor. Pero sí lo tuvo: durante tres años, hace más de 20, se sintió "tocado por la gracia". Se volvió a casar por la Iglesia, bautizó a unos hijos ya crecidos y empezó a acudir a misa diaria. Tras recordar ese breve encuentro con la fe, Carrère reexamina los evangelios fascinado por su misterio pero crítico con "la extravagante invasión de los valores cristianos" a la que asistimos.
Como panes y peces, los ejemplares se multiplican: Carrère se acerca a los 250.000 libros vendidos. Su éxito asombra a quienes siguen creyendo en el mito de la Francia irreligiosa, laica desde 1905 y anticlerical. Pero en realidad refleja la relación esquizoide de los autóctonos con la fe. Si pasan por aquí, sintonicen France Culture una mañana de domingo y toparán con la oración. Visiten cualquier iglesia de la periferia y descubrirán su overbooking de bautizos y comuniones. Salgan al balcón y verán a millones de católicos, como temible contrapoder, desfilando contra el matrimonio homosexual. Enciendan la televisión: sorprenderán a Sarkozy, cual profeta resurrecto. Carrère solo se ha visto superado por una rival, dispuesta a vengarse de su rey David particular, uno que no iría sobrado de caridad respecto a los desdentados. Se llama Valérie Trierweiler, y el cielo también se le ha caído encima.
EL PAÍS



Javier Rodríguez Marcos / Libros para quedar mal

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Libros para quedar mal

La clave de las grandes autobiografías es que en ellas siempre peligra la vida del artista


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
26 JUL 2016 - 17:02 COT




Juan Goytisolo y Jean Genet, en 1958, fotografiados por Monique Lange.
Juan Goytisolo y Jean Genet, en 1958, fotografiados por Monique Lange.

En octubre de 1955 Juan Goytisolo, que tenía 24 años, conoció en París a una joven empleada de Gallimard —su futura mujer, Monique Lange— que después de hablar con él de literatura y vida literaria, le preguntó —para ponerlo a prueba— si era ambitieux (ambicioso). Él entendió un vicieux (un vicioso) y, cómicamente, se apresuró a tranquilizarla. Fue días después de que Jean Genet, íntimo de Lange, le preguntara “a quemarropa”, en una cena con otros comensales, si era “maricón”. Confundido, Goytisolo le respondió que había tenido “experiencias homosexuales”, algo que hasta entonces no había “manifestado en público”. La réplica de Genet, fue tronante: “¡Experiencias! ¡Todo el mundo ha tenido experiencias! ¡Habla usted como los pederastas anglosajones! Me refería a sueños, deseos, fantasmas”.
Dejando a un lado la civilizada paradoja de que alguien pregunte algo así tratando a su interlocutor de usted, hay que decir que Juan Goytisolo escribió dos títulos impagables sobre esos sueños, deseos y fantasmas: Coto vedado y En los reinos de taifa. Se publicaron en 1985 y 1986, hace ahora 30 años, y desde entonces son un hito de la escritura autobiográfica. Y lo son tanto por el raquitismo que padecía el género en España cuando aparecieron —algo ya corregido con creces— como por la radicalidad de la empresa: Goytisolo se arriesga a quedar mal y eso es clave en un libro de memorias que pretenda ser grande. La diferencia entre los grandes y los pequeños es la misma que existe entre una operación de cirugía estética y otra a corazón abierto: en las dos hay anestesia —escritura— y riesgo —publicación—, pero solo en una peligra la vida del artista.
En la era del selfie, que invita a confundir autoindulgencia y autobiografía, las obras que se arriesgan a quedar mal son un género que sigue su propio ritmo. Aunque el Autorretrato sin retoques de Jesús Pardo sigue estando en el podio —“era un corrupto en busca de corruptores”, llega a decir de sí mismo—, el curso pasado Héctor Aguilar Camín se sumó a la carrera con Adiós a los padres, magistrales memorias de infancia. Allí, junto al relato de la ausencia de su progenitor, que dejó tirada a la familia, el escritor mexicano se atreve a explicar cómo esa herida produjo en él un “gesto de suficiencia, hijo no de la vanidad sino del desamparo, que el resto de mi vida negaré ante propios y extraños, y ante mí mismo, con mano militar”.
Por supuesto, la escritura de este tipo de libros tiene algo de balsámico: una autobiografía no es un atestado. Y para demostrarlo, ahí están joyas como Verano, de Coetzee; Otra vida, de Per Olov Enquist; El acontecimiento, de Annie Ernaux; o Instrumental, de James Rhodes.
A veces, además, un escritor se arriesga a quedar mal y lo consigue. Es el caso de Emmanuel Carrère, que en Una novela rusa —que, faltaría más, no es rusa ni novela— lleva al extremo la primera persona para pintarse como un ser mezquino que, en plena paranoia sentimental, publica un relato de verano con el único propósito de que sirva como instrucciones sexuales a su sufrida novia cuando esta, ajena al montaje, se lo encuentre al abrir el periódico.
Producir ciertos efectos con las palabras no está al alcance de cualquiera. A veces esos efectos son secundarios y se traducen en lo que el eufemismo llama daños colaterales. Puede que sea la posibilidad de ese daño lo que produzca sensación de verdad. Y que el resto sea solo literatura.


Investigaciones del incrédulo Emmanuel Carrère

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Emmanuel Carrère


Investigaciones 

del incrédulo Emmanuel Carrère

En su próxima novela, el escritor francés convierte a san Pablo y san Lucas en personajes. 'El reino' aborda la capacidad de contagiar la fe


Lorenzo Silva
4 de agosto de 2015


A grandes rasgos, existen dos tipos principales de novela histórica: la que podríamos llamar de trasfondo histórico, es decir, aquella en la que sobre el telón de fondo de una determinada época se nos narran las peripecias de personajes ficticios que se pretenden más o menos verosímiles; y la novela histórica propiamente dicha, en la que los personajes se corresponden con personas que realmente existieron y cuya caracterización se pretende más o menos fidedigna. También existe otra clase de novela, llamémosla seudohistórica, en la que el autor maneja hechos y nombres reales a su antojo, sin ningún reparo en tergiversar o amañar lo que le convenga, pero ésta no interesa aquí.
La novela histórica, en cualquiera de sus dos versiones expuestas, presenta una dificultad esencial: respecto de lo que no vemos o tocamos, y en especial respecto del pasado más o menos remoto, no tenemos más que conjeturas, mejor o peor fundadas; demasiado poco, en el mejor de los casos, para hacer esa clase de afirmaciones terminantes que el lector está habituado a esperar de la narración. La dificultad se agudiza cuando hablamos de novelas históricas en las que los protagonistas lo son también. Éste es el caso de la última novela de Emmanuel Carrère, Le Royaume (de próxima aparición en castellano bajo el título de El reino, publicada por Anagrama), que para más complicarse no versa sobre personajes cualesquiera. En rigor, los protagonistas de su libro vienen a ser nada menos que san Pablo y san Lucas, y al fondo otro, Jesús, al que, se reconozca o no su historicidad, no puede negarse su formidable influencia.



Entre las muchas virtudes de un libro por varias razones excelente, destaca la manera en la que el autor lidia con su complejidad sustancial

Entre las muchas virtudes de un libro por varias razones excelente, destaca la manera en la que el autor lidia con su complejidad sustancial. Ya en otros de sus libros, como El adversario o Limónov, había demostrado Carrère su maestría para acercarse a una historia real y un personaje existente sin colar en ningún momento sus hipótesis por hechos probados; dando al lector lo que es posible dar a partir de una documentación que siempre es incompleta y cuestionable, habituándole a convivir con la incertidumbre y en cierto modo invitándole a salir de su zona de comodidad para arriesgar sus propias suposiciones. Este ejercicio lo lleva ahora al extremo por la entidad de las figuras que comparecen en su relato, pero también porque se trata de seres marcados por la impronta de la fe, y cuya historia versa, justamente, sobre la capacidad de suscitar la fe en otros.
Ni san Pablo ni san Lucas conocieron a Jesús. San Lucas, todo un hallazgo como personaje literario, era un griego que no visitó Tierra Santa hasta su edad adulta, en un viaje que Carrère narra con singular pericia, planteando la posibilidad de que recabara de personas que habían conocido a Jesús informaciones que le llevaran a imprimir un especial carácter a su Evangelio. Con estos mimbres, Carrère, que inserta como es habitual en él extensos tramos de autoficción, referidos a su propia experiencia como católico creyente y practicante primero, y agnóstico declarado y sobrevenido después, levanta un monumental edificio narrativo que nos empuja a reflexionar (por cierto: desde el respeto siempre) sobre el hecho de la creencia y la increencia; sobre el dogmatismo férreo, representado por Pablo, y la duda que lleva a conceder espacios al contrario, de la que atisba aquí y allá destellos en Lucas. Un argumento que, incorporado a una historia de hace 20 siglos, no puede ser más contemporáneo.






Investigaciones del incrédulo Emmanuel Carrère


La fe no está probado que mueva montañas, pero sí que ha movido y mueve la Historia. De todos los pasajes enjundiosos que contiene el libro, permítaseme escoger uno y, a falta aún de la edición española, traducirlo directamente del original: “No, no creo que Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya regresado de entre los muertos. Simplemente, que eso pueda creerse, que yo mismo lo haya creído, me intriga, me fascina, me descoloca, me perturba (no sé qué verbo es más apropiado). Escribo este libro para no creerme que sé más, no creyéndolo, que aquellos que sí lo creen y que yo mismo cuando lo creía. Escribo este libro para no darme la razón”. Admirable. Amén de necesario.


EL PAÍS





El incendio de Los Ángeles asola las mansiones de los famosos

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Uno de los cuatro incendios forestales en California el miércoles


El incendio de Los Ángeles asola las mansiones de los famosos

Las llamas amenazan las propiedades de Rupert Murdoch, Beyoncé, Reese Witherspoon o Jennifer Aniston. Paris Hilton, la modelo Chrissy Teigen o las actrices Kate del Castillo y Chelsea Handler han sido evacuadas


Desde la madrugada del pasado martes, el sur de California sufre cuatro incendios que han arrasado más de 35.000 hectáreas y han forzado la evacuación de más de 200.000 personas, y uno de los barrios más afectados es Bel Air, famoso por ser el hogar de muchas celebridades. Las casas de Jennifer Aniston, Elon Musk, Beyoncé y Jay-Z están bajo la amenaza del fuego. En este vecindario también posee una mansión con un viñedo el magnate de medios de comunicación Rupert Murdoch, que según el canal NBC habría sido alcanzada por las llamas.

Un helicóptero de los bomberos apaga el fuego que afecta al viñedo propiedad de Rupert Murdoch en el barrio de Bel Air, en California.ampliar foto
Un helicóptero de los bomberos apaga el fuego que afecta al viñedo propiedad de Rupert Murdoch en el barrio de Bel Air, en California.  REUTERS


Muchos famosos y sus familias han compartido imágenes devastadoras a través de sus redes sociales, donde han aprovechado para informar de sus evacuaciones. “¡Este incendio salvaje en Los Ángeles es aterrador! Mi casa ahora está siendo evacuada para sacar a todas mis mascotas de allí de manera segura. Gracias a todos los bomberos que están arriesgando sus vidas para salvar la nuestra. ¡Sois unos verdaderos héroes!”, escribió Paris Hilton a sus más de 17 millones de seguidores.









This wild fire in LA is terrifying!😭 My house is now being evacuated to get all of my pets out of there safely. Thank you to all the firefighters who are risking their lives to save ours. You are true heroes! 🙏

El cantante Lionel Richie anunció que cancelaba su actuación programada para el miércoles porque estaba ayudando a trasladar a su familia a un "lugar más seguro" para escapar del incendio. La actriz Kate del Castillo informó en directo a través de su Instagram cómo abandonaba su casa y cómo la nube de humo se acercaba a su residencia. “Se está incendiando todos Los Ángeles. Me estoy yendo de mi casa porque todo se está quemando y mi casa está ahí atrás”, explicaba la mexicana.





Due to the devastating California Wildfires, and helping family evacuate to a safer place, I unfortunately have to cancel my show tonight. I look forward to returning to the stage this weekend and performing for my fans... https://www.ticketmaster.com/Lionel 

La modelo Chrissy Teigen, esposa del cantante John Legend, también se encontraba entre los evacuados. "Nunca pensé que algún día tendría que jugar el juego de verdad: ¿qué obtendrías en caso de un incendio?", escribió en Twitter. "Estamos bien y estaremos bien, pensando en todos los demás afectados y continuando con mi intenso amor a los bomberos durante toda la vida", agregó.
La actriz y cómica Chelsea Handler tuiteó el miércoles que estaba evacuando su casa de Los Ángeles, y también aprovechó la oportunidad para lanzarle un dardo al presidente Trump. “Justo ahora me han evacuado de mi casa. Esto es como Donald Trump, que está poniendo el mundo en fuego. Sentido literal y figurado. Que todo el mundo se mantenga a salvo. Tiempos oscuros.”, escribió en la red social.




I pray everyone in Los Angeles is safe from these fires and THANK YOU to all of the fire fighters working so hard to keep everyone safe!

Just evacuated my house. It’s like Donald Trump is setting the world on fire. Literally and figuratively. Stay safe everyone. Dark times.

La madre de Ariana Grande, Joan Grande, y su hermano, Frankie Grande, expresaron su gratitud por el Departamento de Bomberos de Los Ángeles mientras huían de sus hogares en Los Ángeles. “Por primera vez en mi vida he tenido que evacuar mi hogar... ¡Mi corazón se está rompiendo por todos los californianos afectados por los incendios!”, tuiteó la madre de la artista.
Las actrices Reese WitherspoonGwyneth PaltrowJennifer Garner y Harrison Ford tienen casas que también pueden estar en peligro si las llamas se propagan y no han dudado en enviar su apoyo y agradecimiento a los bomberos, además de describir en sus redes sociales los cielos llenos de humos y la extensión de las llamas, como hizo Kourtney Kardashian, hermana de la estrella de la telerrealidad Kim Kardashian en su Instagram.




Las llamas han forzado el cierre parcial de una de las principales arterias de tráfico en Los Ángeles, la autopista 405, que pasa al pie del famoso museo The Getty Center, cerrado hasta este jueves hasta nuevo aviso. La institución artística alberga obras maestras de Edouard Manet o Rembrandt. "Un sistema de filtración de aire protege las obras del humo, que fue diseñado para soportar incendios”, dicen desde el Twitter oficial del museo.
La prestigiosa Universidad UCLA, ubicada en las cercanías, también ha tenido que ser evacuada con muchos de sus estudiantes utilizando máscaras respiratorias y se han cerrado decenas de escuelas.

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