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Alejandra Pizanik y Ana Cristina César / La sociedad de las poetas muertas

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Ana Cristina César




La sociedad 

de las poetas muertas

Poesía. Un recorrido por la vida y la obra de Alejandra Pizarnik y Ana Cristina César, cuyo libro “El método documental” acaba de traducirse al español y aquí es analizado por Luis Gusmán.

Aurimar Nunes
05 / 11 / 2013

Las vidrieras de las librerías de Buenos Aires suelen exhibir fotos de la poeta argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972): la mano apoyada en su rostro, pelo corto, los ojos apuntando muy lejos. La imagen de Pizarnik trae a la mente otro recuerdo fotográfico: la jovial poeta brasileña Ana Cristina César (1952-1983), de quien recientemente la editorial Manantial publicó El Método documental . Tratemos de comparar la trayectoria artística y personal – ¿acaso existe la una sin la otra? – de estas dos voces femeninas fundamentales en la poética latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX sin limitar la conexión a sus trágicos suicidios.
Primero, es importante reconocer la vasta bibliografía y biografías disponibles, como las de Cristina Piña y César Aira sobre Pizarnik, o las de Moriconi y Flora Sussekin acerca de Ana C, como ella misma solía firmar. Además de registros audiovisuales como Memoria Iluminada: Alejandra Pizarnik , de Virna Molina y Ernesto Ardito, y el documental Bruta Aventura em Versos , de Letícia Simões. En cuanto a sus propias obras, serán familiares y amigos, como Olga Orozco y Ana Becciú, en el caso de Pizarnik y, en el de Ana Cristina César, la madre, Maria Luiza César y el poeta Armando Freitas Filho, los que compilarán y organizarán la mayor parte de sus trabajos póstumos.
Una mirada sobre sus orígenes proporciona un juego de espejos al estilo de Pizarnik y Ana C. De familias de clase media, la formación en buenas escuelas influirá en sus caminos hacia las Letras. La tímida Flora, que cambiaría su nombre por el de Alejandra, asiste a la Escuela nº 7 de Avellaneda y a la Zalman Reizien Schule. Después titubea entre las clases de Filosofía de la UBA y la Escuela de Periodismo, donde le atrae la cursada de Literatura Moderna de Juan Jacobo Bajarlía, quien la aproxima a Joyce, Breton y Proust, hasta la publicación de su primer libro a los diecinueve años, La tierra más ajena .
Ana Cristina César creció en un ambiente familiar intelectualizado – el padre sociólogo y periodista y la madre profesora de literatura – y ya publicaba poemas a los 7 años de edad en el diario carioca Tribuna da Imprensa. En la primaria funda revistas literarias y viaja para hacer un intercambio en Londres, en 1969, en la Richmond School for Girls. Al regresar en 1977 se licencia en Letras y hace su maestría en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Rio de Janeiro. Divulga su producción poética y crítica y es incluida en 1976 en la importante compilación 26 poetas hoje , organizada por Heloísa Buarque de Hollanda.

Alejandra Pizarnik
Los viajes y temporadas en Europa son otro elemento común a las dos. Alejandra Pizarnik vive en París de 1960 a 1964, cuando entabla lazos con escritores latinoamericanos y extranjeros ahí residentes, tales como Julio Cortázar, Italo Calvino, su gran amiga Olga Orozco y Octavio Paz, quien escribiría después el prólogo para Arbol de Diana en 1962.
En las postrimerías de los 60 Pizarnik gana una beca Guggenheim y viaja a Nueva York y después retorna a París. Es emocionante para un lector brasileño ver que Pizarnik incluye, como uno de los epígrafes del poema “Del silencio”, en 1971, el siguiente verso de Solombra (1963), último libro publicado por Cecília Meirelles: “Sinto o mundo chorar como língua estrangeira”. Ana Cristina César, sin embargo, criticó a Meirelles, pues creía que fomentaba los estereotipos de una poesía femenina tradicional, sin la ferocidad ni la sexualidad que darán el tono a los trabajos de Ana C, quien escribe, en 1979, el artículo “Literatura y mujer: esa palabra de lujo”.
Después del primer intercambio, Ana Cristina César trabaja como profesora de literatura inglesa y en 1979 viaja otra vez a Inglaterra para estudiar en la Universidad de Essex, donde imprime una edición independiente de su libro Luvas de Pelica y concluye su maestría al presentar una traducción comentada del cuento “Bliss”, de Katherine Mansfield.
Comúnmente asociada al movimiento de la “poesía marginal” de los años 70 en Brasil, integrado por poetas como Chacal, Cacaso y Chico Alvim, Ana C. utilizó los propios procedimientos del grupo para criticarlo, concentrándose en diálogos imaginarios y utilizando referencias literarias clásicas. El rigor que otorgaba a sus poemas la alejó de la tendencia cruda de la poesía-mimeógrafo de aquel grupo.

Alejandra Pizarnik


Habiendo frecuentado, a fines de la década del 50, el círculo literario de la revista Poesía Buenos Aires y el Grupo Equis, Alejandra Pizarnik fue, desde su temprana juventud, influenciada por André Breton, Lautréamont, lo que de alguna forma complementaba el tratamiento psicoanalítico realizado con León Ostrov.
¿Habrían sido fortuitas las elecciones de Alejandra Pizarnik por París y de Ana Cristina César por Londres o un índice de la importancia de aquellos centros culturales para su formación literaria? Ambas se dedicaron a traducir autores que dejarían decisivas improntas en sus estilos: Pizarnik tradujo Eluard y Breton, quienes le abrieron las puertas del surrealismo, y Ana C. aprovechó los viajes a Inglaterra para traducir Emily Dickinson (a quien Pizarnik le dedica un poema en La última inocencia , de 1956), Sylvia Plath y Mansfield. De igual manera, Ana Cristina César y Alejandra Pizarnik abrazaron la crítica literaria. En el caso de Alejandra, la edición de su Prosa Completa rescata textos de crítica sobre Cortázar, Molinari, Artaud, Borges y Bioy Casares. Ana C. colaboró con reseñas para diarios y revistas, y su tesis de maestría Literatura não é documento fue publicada por el Ministerio de Educación y Cultura del Brasil. En 1999 se editó el volumen Crítica e Tradução , el cual se publica ahora en Argentina y que reúne, además de la tesis, artículos, ensayos y conferencias antes publicados en Escritos da Inglaterra y Escritos do Rio.
Las cartas y diarios, normalmente considerados géneros literarios menores, adquieren fundamental importancia en Alejandra Pizarnik y Ana Cristina César. Los Diarios 1960-1968 de la argentina expresan muchas de las angustias y miedos entramados en su poesía. La poeta brasileña, a su vez, transformó la escritura misma de diarios inventados y autoficciones en un ejercicio literario.
No obstante la efervescencia política de finales de los 60 e inicio de los 70, ambas se recogieron en su propia interioridad. Alejandra Pizarnik, al regresar a París en 1969, en una carta al pintor Antonio Beneyeto, critica a su amigo Cortázar por estar “sumamente politizado”. Ana Cristina César –quien sin embargo participó de la famosa Marcha de los 100 Mil, la más importante manifestación popular contra la dictadura militar, en 1968– apostaba, como señala Arminda de Serpa, a enfatizar la experiencia existencial en un momento difícil de la historia política brasileña.
Ana Cristina César

Con tantos trabajos cualificados acerca de la poesía de Ana C y Pizarnik, es difícil apuntar aquí continuidades y divergencias específicas. Ambas exponían su subjetividad sin recelo. La poesía de Pizarnik es más introspectiva y lírica, busca rescatar insondables temas de la infancia y temores en las sombras, en poemas como el siguiente de Arbol de Diana : “ahora/ en esta hora inocente/ yo y la que fui nos sentamos/ en el umbral de mi mirada”.
Ana Cristina César es más cruda, menos metafísica. Cuestiona la poesía en su propio medio, remite a la cotidianidad, simula confesiones. Uno de sus poemas más conocidos fue publicado en su libro A Teus Pés (1982): “olho muito tempo o corpo de um poema [miro mucho tiempo el cuerpo de un poema]/ até perder de vista o que não seja corpo [hasta perder de vista lo que no sea cuerpo]/ e sentir separado dentre os dentes [y sentir separado entre los dientes] / um filete de sangue [un hilo de sangre]/ nas gengivas [en las encías]” Las dos poetisas experimentaron también con la ilustración. Pizarnik, de adolescente, tuvo clases de pintura con Juan Battle Planas, frecuentó la galería de arte naïf Taller y organizó, en 1965, una exposición conjunta con Manuel Mujica Láinez, de sus diseños, develando clara inspiración en Paul Klee. A su vez, Ana Cristina César realizó un cuaderno de dibujos en 1980 en las ciudades inglesas de Portsmouth y Colchester, publicado en 1999 por el Instituto Moreira Salles. El Instituto es el que custodia, desde 1998, el acervo personal de la poeta bajo la única condición de que sus fotos, anotaciones y otros ítems permanezcan en Rio de Janeiro.
La partida abrupta y los suicidios de Alejandra Pizarnik y Ana Cristina César tuvieron el efecto colateral de transformarlas en íconos pop de la literatura, a semejanza de lo que ocurre con músicos precozmente fallecidos – Pizarnik escribió en 1972, año de su muerte, el poema “Para Janis Joplin”, en el que dice “a cantar dulce y a morirse luego”. En ambos casos permanece la búsqueda de significados y mensajes cifrados en sus poesías y persiste la dramática duda acerca de cuáles hubiesen sido los caminos de sus autointerrumpidas trayectorias artísticas. Antiguos carteles, remeras y agendas que exhibían fragmentos de poemas e imágenes de Pizarnik y Ana C. fueron hoy sustituidos por incontables blogs de fotos y poemas y por páginas de admiración en Facebook. En el edificio de la calle Montevideo 980, donde habitó Alejandra Pizarnik, es difícil no emocionarse al escuchar del gentil encargado, 40 años después, que ella vivía en el 7º piso y que pronto inaugurarán una placa en su homenaje. Y soñarse transportado a una película imaginaria de Almodóvar, quien ya puso en tantos de sus trabajos actores y personajes argentinos y brasileños. En esta película imaginaria, la bella Ana C. –quien de hecho estuvo en Bariloche en 1977, como registra su acervo de fotos, y posiblemente habría pasado también por Buenos Aires– retrocedería en el tiempo y estaría allí tocando en aquel momento el timbre del departamento de Alejandra Pizarnik.





Triunfo Arciniegas / Rectificación

Triunfo Arciniegas / Borrador para un poema siniestro

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Ilustración de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
Biografía
BORRADOR PARA UN POEMA SINIESTRO

Qué se puede esperar si los asesinos beben
las mieles del poder

Se limarán las garras que les siguen creciendo
y en la fiesta del idiota
usarán finos guantes de seda

Arrojarán flores desde los balcones
como si no hubiesen derramado la sangre

(Ningún gesto nos devuelve los muertos)

De noche
se arrancarán la máscara
y dormirán felices en sus lechos de espanto



Triunfo Arciniegas / La fiesta de los asesinos

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Ilustración de Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas
Biografía
LA FIESTA DE LOS ASESINOS

Si acudes a la fiesta de los asesinos
cuídate la espalda

Si amas tu vida
no acudas a la fiesta

No sé por qué me preocupo
Me pregunto si no corre por tus venas
la misma sangre oscura

Perdóname si aún eres parte
del rebaño de los inocentes

Tal vez no precisan 
estrenar contigo un puñal

Tal vez sólo planean
que lo estrenes con otro

No olvides que en casa
del asesino
la inocencia ofende





Biografía / Poema de Triunfo Arciniegas en portugués
Lejanía / Poema de Triunfo Arciniegas en inglés
El abuelo / Poema de Triunfo Arciniegas en inglés
Ceremonias / Poema de Triunfo Arciniegas en inglés
Seis poemas / Triunfo Arciniegas en polaco




Elvira Lindo / Los ojos de una mujer empecinada

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Los ojos de una mujer empecinada

Veo a una señora que, de alguna manera, se ha condenado antes de que se emita un veredicto









ELVIRA LINDO
Madrid 12 ENE 2016 - 04:06 COT

Lo que veo cuando observo hoy a la Infanta en el banquillo de los acusados es el rostro de una mujer que no comprende lo que ha pasado. Como si aún tuviera la esperanza de que alguien se aproximara a su asiento y le dijera que todo ha sido un terrible error.

Lo que veo en su piel es la pérdida del brillo que le iluminaba la cara en los buenos tiempos, cuando disfrutaba de la definición, tan repetida por los medios de comunicación, de mujer profesional que acudía al trabajo a diario, que recogía a los niños a la puerta del colegio, que asumía su papel de Infanta con discreción y naturalidad.
Lo que veo en los ojos de esta mujer a la que se comparaba en tiempos con la infanta Isabel, La Chata, es una mirada acostumbrada ya a estar perdida, para no ver a los fotógrafos que la esperan a la entrada y salida de su domicilio en Ginebra o a la salida y entrada del juzgado de Palma; ojos que huyen del contacto visual que pueda delatar algún síntoma de debilidad, de miedo o arrepentimiento.

Lo que veo, en definitiva, es el gesto de una mujer empecinada, que se ha negado a la evidencia, imbuida de una especie de dignidad equivocada que no sé si forma parte de su educación o si está escrita en su carácter.
Sola, está sola, porque sola se queda una persona cuando no se entera de lo que ocurre a su alrededor, aunque el ruido sea clamoroso, y lo que ocurre es que en el mismo país donde le fueron concedidos privilegios de cuna a cambio de algo que no era tan difícil, ser ejemplar, ha caducado el tiempo de la impunidad. Lo que intuyo al ver su rostro hierático es que en todo este tiempo la mujer del banquillo ha procurado no ver, no mirar, no oír la indignación de un pueblo que asistía estupefacto al relato de los negocios abusivos de su marido, y de otros que formaban parte de las élites económicas del país; pero lo que la distingue a ella es su condición de Infanta, algo que no sabemos muy bien en qué consiste, y cuando alguien ocupa un puesto laboral tan prescindible lo mínimo que puede hacer es portarse adecuadamente.

Veo el gesto amargo de una señora que, de alguna manera, se ha condenado antes de que el tribunal emita un veredicto y antes incluso de que su figura quede estigmatizada para la historia. Pudiera favorecerla una versión romántica que defendiera la tesis de que se ha condenado por amor y que está dispuesta a soportar la humillación con tal de defender la inocencia de su marido, pero hay algo que ya no me cuadra en esa idea: tras varios años de observar ese rostro imperturbable, esos ojos que no quieren ver, ese gesto de enfado no contenido, sospecho que su actitud de incomprensión cerrada hacia lo que le está pasando viene de no haber entendido nunca que su posición en el mundo era más incierta de lo que pensaba.
No sé si la educaron para que creyera que a quien ha nacido Infanta nadie puede arrebatarle el título pero ya va siendo hora de que alguien, tal vez su madre, le explique que está equivocada.



Cartagena de Indias / El castellano y el portugués se unen en un verso en el Hay Festival

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Hay Festival
Cartagena de Indias, 2016
Foto de Daniel Mordzinski

El castellano y el portugués se unen en un verso en el Hay Festival

La primera jornada se cierra con la tradicional gala de poesía que reúne a Alberto Barrera, Piedad Bonnett, Rafael Cadenas y Nuno Júdice, entre otros


ANA MARCOS
Cartagena de Indias 29 ENE 2016 - 05:58 COT

Desde la plaza llega hasta el patio de una imponente casa colonial el ruido de los tambores, las palmas, los golpes en el suelo, la música del Caribe. En el interior, 10 poetas compiten con sus versos en la tradicional gala de poesía que cierra la primera jornada del Hay Festival que se celebra hasta el domingo en Cartagena de Indias. Usan el castellano y sus acentos, también el portugués, para contar Iberoamérica, para, a fin de cuentas, encontrarse durante una hora y recitar la vida.


Alberto Barrera recordó el poema Poesía y revolución y, con un poco de suerte, aprovechó la potencia del micrófono y el altavoz para hacer llegar un mensaje a los aludidos: "Tu falda es mi única bandera". Y continuó: "Vivo en un país donde los presos se cosen la boca para que alguien lo escuche". Al escritor venezolano le siguió la poeta colombiana Piedad Bonnett. "Las cicatrices son las costuras de la memoria", leyó en lo que pareció un ejercicio de reconciliación eterno con el fatídico episodio en el que descubrió que su hijo de 28 años se había suicidado.

Roberto Burgos ejerció de juglar costeño, Rómulo Bustos devoró unas cuantas ilusiones con sus versos y Rafael Cadenas leyó poemas tan cortos y contundentes que no solo reclamó uno poco más tiempo -"Mis cuatro equivalen a uno normal"-, cuando terminó, entre silencios, se dio cuenta que unos cuantos versos se le habían perdido. "Me tienen que perdonar", alcanzó a decir. Cuando Ramón Cote terminó sus oraciones por los carteros, apareció el portugués de Nuno Júdice y Filipa Leal. "Un pájaro entró en una nube. Una nube entró en un pájaro. ¿Cuál es la verdad?", preguntó él. Mientras, ella estrenó sus poemas en castellano que se acaban de editar por primera vez en Colombia.


Terminaron la ronda Juan Manuel Roca y Nelson Romero Guzmán. En ese momento, dos amigas de Cali, fieles al Hay "desde hace años", dejaron la libreta y el bolígrafo y aplaudieron todo lo que el viernes no podrán. "Nos quedamos sin entradas para Stiglitz", dicen, "hay reventa, pero el precio sube mucho". A la salida los revendedores sortean las calesas, a los turistas de blanco -aunque a la entrada de la ciudad amurallada no reclaman etiqueta-, a los puestos de jugos, incluso a la primera dama, María Clemencia Rodríguez de Santos que pasea con unas amigas y un séquito de mujeres policías. La temperatura no baja, Pedrito Calvo, cantante de los Van Van se prepara en la Aduana. Sigue el Hay.

La RAE carga conta el "todos y todas" / Sobran las palabras

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La RAE carga contra el “todos y todas”: Sobran las palabras

La Real Academia Española cuestiona con contundencia e ironía el uso del “todos y todas”, abuso de lo políticamente correcto que prospera en varios países.

A la Real Academia Española (RAE) le llamó la atención el uso creciente de un latiguillo lingüístico en América latina: un artículo de la Constitución de Venezuela habla de “venezolanos y venezolanas”, la presidenta argentina Cristina Kirchner comienza siempre sus discursos dirigiéndose “a todos y a todas”. Por estos lados, el reelecto presidente Tabaré Vázquez y otras figuras políticas suelen iniciar sus alocuciones con un “uruguayas y uruguayos”.
Sin embargo, los hispanohablantes no están discriminando cuando usan el masculino para designar a hombres y mujeres: no necesitan modificar el uso de su idioma para huir del sexismo y tampoco están obligados a pasar al género femenino el nombre de algunas profesiones.
Titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, un informe de la RAE critica las nuevas guías sobre lenguaje no sexista elaboradas en España por universidades, sindicatos o gobiernos regionales, que proponen, por ejemplo, usar palabras como “la ciudadanía” en lugar de “los ciudadanos” o “el profesorado” en lugar de “los profesores” para hablar de grupos compuestos por hombres y mujeres.
El autor del informe de la RAE, Ignacio Bosque, defiende que “el uso genérico del masculino para designar los dos sexos está muy asentado en el sistema gramatical” español y que no tiene sentido “forzar las estructuras lingüísticas”.
“No es preciso, desde luego, ser lexicógrafo para intuir que la niñez no equivale a los niños”, fustiga Bosque, según informa el periódico argentino La Nación
Asimismo, “no parecen admitir estas guías que una profesional de la judicatura puede elegir entre ser juez o jueza”, critica el académico, considerando que las pautas propuestas por estas guías están únicamente pensadas para el lenguaje oficial.
La corriente “reformista” ya ha tenido varios ejemplos, además de los que brindan la Constitución venezolana y la presidenta Kirchner. El 15 de mayo del año pasado, la Puerta del Sol se vio desbordada por un movimiento de manifestantes que, para subrayar su conformación por mujeres indignadas y hombres indignados, se autodenominó “de l@s indignad@s”. Con el signo de arroba, para ser más inclusivos.
Pero la RAE decidió ponerle, si no freno, al menos un límite a un modo de expresarse que considera artificial y derivado de la exposición pública. En un detallado informe, cuestiona con contundencia e ironía una serie de nueve guías gramaticales destinadas a “evitar el sexismo en el lenguaje”, que fueron publicadas en los últimos 10 años en España.
En esas publicaciones, sus autores recomiendan a los lectores, entre otros consejos, que no apelen al uso genérico del masculino cuando se debe referir a los dos sexos al mismo tiempo. Así, por ejemplo, sugieren que se emplee “las personas becarias” en lugar de “todos los becarios” o, también, “las personas sin trabajo” para reemplazar a “parados”, en España.
Si bien Bosque reconoce la existencia de la “discriminación hacia la mujer” en la sociedad, su análisis concluye que con el uso y tendencias aconsejados en las guías “se extrae una conclusión incorrecta de varias premisas verdaderas”, entre las que admite el uso de “comportamientos verbales sexistas” en el idioma español. En las guías cuestionadas se suele llegar a “una conclusión injustificada que muchos hispanohablantes consideramos insostenible”, añade.

Esa “conclusión injustificada” hace suponer, explica Bosque, “que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita y sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían ‘la visibilidad de la mujer'”.
Bosque denunció así una suerte de “discriminación” a la inversa, que, del mismo modo que esta tendencia presuntamente promotora de la igualdad en el lenguaje, ve apuntalada por el “despotismo ético” de un sector de la sociedad. En este sentido, el académico alertó sobre una contradicción fundamental. “Si [como establecen las guías] el uso del masculino con valor genérico implica un trato lingüístico discriminatorio, ¿cómo han de reaccionar las mujeres que no perciben en él tal discriminación?”, plantea.
Luego de analizar las expresiones que habría que suprimir por recomendación de esos organismos -que en la mayoría de los casos no consultaron a lingüistas- Bosque teme por el empleo de expresiones “sexistas” como “los reyes”, “mis tíos” o “sus suegros”, donde no se contempla la “visibilidad” de la mujer.
Tras criticar y resaltar la nula practicidad del “desdoblamiento” genérico -como el citado “todos y todas”- para evitar la supuesta caída en el sexismo, así como el uso indebido del símbolo “@” para superponer el uso femenino de la “a” y el masculino de la “o”, el lingüista descartó la viabilidad de las recomendaciones de las guías.
“Si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar”, señala.
Por último, Bosque observa que las propuestas reformistas “no están hechas” para ser adaptadas al lenguaje común, puesto que, según entiende el académico, “se supone que los cambios que se solicitan han de afectar únicamente al lenguaje oficial”. Es decir, al utilizado por quienes hablan delante de un micrófono o de una cámara y que, fuera de estas situaciones, se expresan “como todo el mundo”.
El informe de Bosque fue aprobado en forma unánime por los académicos, entre los que figuran Luis Goytisolo y Arturo Pérez-Reverte.



Jeanette Winterson / 17 maneras de mirar

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Jeanette Winterson
17 maneras de mirar

Por M. ÁNGELES CABRÉ
28 ENE 2016 - 20:13 CET

"¿De dónde viene la imaginación, en qué oscuros y atávicos recovecos del cerebro se cuece? Los científicos se inclinan por pensar que es el resultado de una compleja actividad de las redes neuronales, aunque en el caso de la británica Jeanette Winterson (Manchester, 1959) sea evidente que tiene su origen en las ganas tremendas de escapar de una infancia desesperada y solitaria como niña adoptada por una fanática pareja de la Iglesia Pentecostal. Un ambiente presente en la novela Fruta prohibida, omnipresente en ese aldabonazo que es la autobiografía ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? y que vemos reaparecer aquí en "Salmos", el cuento que cierra este libro: “Salmos vivía tranquilamente en una conejera al fondo del jardín y todos los días iba a sentarme a su lado y le leía la historia de uno de sus tocayos de la Biblia. Era una mascota muy atenta”. 




Svetlana Alexiévich / La guerra no tiene rostro de mujer / Reseña

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imagen descriptiva

El método Alexiévich
Por EDMUNDO PAZ SOLDÁN
Puede que algún día la bielorrusa Svetlana Alexiévich, reciente ganadora del premio Nobel de literatura, se quede sin ningún habitante de los países de la extinta Unión Soviética por entrevistar, simplemente porque ya los entrevistó a todos. Exagero, por supuesto, pero solo así se da uno idea de la magnitud de su proyecto. Su primer libro,La guerra no tiene rostro de mujer (recién publicado en español por Debate), supuso más de quinientas entrevistas; a eso se suman los cientos de entrevistas para Voces de Chernóbil (Debolsillo), y, por supuesto, las que sirvieron de base para sus libros sobre la guerra de Afganistán y sobre el hombre post-soviético.
En las primera páginas de La guerra no tiene rostro de mujer la escritora habla de su método. Es obvio que no se trata de algo tan sencillo como ponerle una grabadora al entrevistado y dejar que hable; una eximia entrevistadora como ella debe permitir que la gente entre en confianza para que así pueda bajar luego la guardia: "paso largas jornadas en una casa o en un piso desconocidos, a veces son varios días. Tomamos el té, nos probamos blusas nuevas, hablamos sobre cortes de pelo y recetas de cocina. Miramos fotos de los nietos. Y entonces..." De una en una, las voces se conjuran para armar un monumento, en el que, bajo el arco de la gran historia, resuenan los detalles mundanos: la mujer que al ser enviada a la guerra decide llevarse una maleta llena de bombones o la que, enamorada de un teniente de su unidad muerto en combate, le da un beso cuando lo están enterrando.
Alexiévich llama "historiografía de los sentimientos" a lo que hace. Pero no hay que pensar en sentimientos en abstracto; si algo tiene la escritora bielorrusa es un proyecto político explícito: en La guerra no tiene rostro de mujer, su objetivo, cumplido con creces, no solo es el de dar visibilidad a todas esas mujeres -cerca de un millón-- que lucharon en el frente y luego fueron borradas del relato nacional, sino también contar la segunda guerra mundial de una manera menos grandilocuente y heroica que la de las autoridades soviéticas, de modo que la narrativa no se enfoque en la gran victoria sino en las pequeñas historias de esas mujeres para quienes la guerra fue también su juventud.
Se puede objetar que la visión que tiene Alexiévich de los géneros a veces es tradicional: "la pasión del odio", el deseo de matar, la acción, pertenecen a los hombres, mientras que para las mujeres "la guerra es ante todo un asesinato" y en su recuerdo de esos días terribles hay "olores, colores... un detallado universo existencial". En gran parte puede estar en lo cierto; el problema es la esencialización (la francotiradora María Ivánovna Morózova, con 75 muertes en su haber, cuenta que tuvo que obligarse a matar; seguro que hubo hombres que también mataron por obligación pero no pudieron confesarlo por la adherencia a ciertas expectativas de género).
Los libros de Alexiévich son tan abrumadores, tan agotadores -en más de un sentido-- que es mejor leerlos de a poco: cuatro o cinco testimonios una noche, un par de días de descanso... Así, uno puede maravillarse de tanto detalle magistral: en Voces de Chernóbil, la mujer que, en el hospital, ve cómo a su marido, bombero la noche de la explosión, "le salen por la boca pedacitos de pulmón"; en La guerra no tiene rostro de mujer, el relato de las cinco chicas de Konákovo, tan felices y camaradas en la guerra, y luego devastadas por la muerte: solo una volvió viva a casa ("Shura era la más guapa de todas... fue reducida a cenizas... Tonia hizo de escudo para el hombre que amaba. Él sobrevivió"). Con tantas anécdotas esclarecedoras y observaciones fascinantes, Alexiévich se muestra como una gran despilfarradora: en cada página nos regala material para más libros.

(La Tercera, 21 de noviembre 2015)

EL PAÍS


László Nemes / “El cine es de las pocas artes que pueden cambiar al ser humano”

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László Nemes

“El cine es de las pocas artes que pueden cambiar al ser humano”

El realizador de 'El hijo de Saúl' ha logrado conciliar tanto a detractores como a quienes apoyan filmar el Holocausto

    László Nemes
    László Nemes, en septiembre en San Sebastián. / XAVIER TORRES-BACCHETTA
    A un lado, las palabras de Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, y el solemne peso moral de Claude Lanzmann repudiando la representación de los campos de exterminio. Al otro, Georges Didi-Huberman, con su fascinante Imágenes pese a todo: memoria visual del Holocausto, y las cuatro fotografías tomadas a escondidas por un sonderkommando en agosto de 1944 en Auschwitz II-Birkenau. Y en medio aparece un húngaro de 38 años, criado y educado en París, hijo de otro director de cine y asistente durante dos años de Béla Tarr, un tal László Nemes que se presenta en Cannes con El hijo de Saúl, un artefacto fílmico inconmensurable, la odisea de un sonderkommando, un judío que trabaja en un horno crematorio, por enterrar según el rito hebreo el cadáver de un niño. Eso, en mitad de la rebelión de esos sonderkommandos en Auschwitz de octubre del 44. Rodada con la cámara pegada al protagonista (por eso el terror se oye más que se ve), la película ha recibido los aplausos de Lanzmann, de Didi-Huberman, el Gran Premio del Jurado de Cannes, el Globo de Oro y es favorita indiscutible para el Oscar. Nemes a todo ello responde tranquilo y pausado.
    Pregunta. En sus profundidades, El hijo de Saúl apuesta porque el cine hable del Holocausto.

    “Son frustrantes los filmes sobre el Holocausto; no van al corazón del terror”
    Respuesta. El cine es un medio increíble, que puede mostrar tanto como esconder. Lo que depende es cómo lo uses. Hoy, cada vez más el cine se aparta de la experiencia humana para poner al espectador en un punto de vista omnisciente. Es un error. Porque el cine es el arte de la elección: hay muchas posibilidades como creador de afrontar una historia, y yo creo en preservar ese punto de vista humano, que la experiencia nos sirva como individuos. Es frustrante ver las películas sobre el Holocausto porque lo utilizan como tema, sin embargo nunca se aproximan al corazón del terror. Y en ese corazón está la muerte.
    P. ¿Como su protagonista?
    R. Exacto. Es un ser vivo-muerto, que se mueve en la muerte. La tragedia y la reflexión giraba sobre cómo representar eso. ¿Cómo ruedo los campos de exterminio, la brutalidad de aquel hecho? El individuo ya está muerto, pero aún camina. Lo importante es luchar por mantener el tamaño humano del cine. Y por preservar esa humanidad filmé con celuloide y no con digital.
    P. Por el tamaño, ¿se refiere a los planos con grúa de La lista de Schindler?

    R. Debemos volver a la percepción humana, que es muy limitada. En un campo de concentración no sabías qué ocurría a la vuelta de la esquina. Por eso no me gusta la película de Spielberg. La desesperación nace de la falta de opciones.
    P. Su corto The Matter with Baby Shoes (2006) ya se aproximaba al tema.
    R. La familia de mi madre fue exterminada durante el Holocausto, y, te parecerá una pregunta tonta, siempre me cuestioné: ¿por qué les pasó eso? ¿Por qué ellos?
    P. No es un pregunta tonta.
    R. No, en realidad es la pregunta capital. ¿Por qué ellos y no otros? La barbaridad del Holocausto reside en que separó a la gente en dos, en muertos y supervivientes, sin ninguna lógica. En El hijo de Saúl pensé mucho cómo mostrar lo aleatorio de la muerte desde el interior de la experiencia. Me influyeron mucho los textos que leí escritos por los presos, que no sabían qué podía pasar con ellos la siguiente hora.

    “Es un error poner al espectador en un punto de vista omnisciente”
    P. ¿Cree que nunca aprenderemos de nuestro pasado?
    R. Parece efectivamente que no mejoramos, y actualmente hay países donde ha vuelto la extrema derecha. El cine es una de las poquísimas artes capaces de cambiar al ser humano. Con sus silencios, sus imágenes, su experiencia orgánica. Queda esa esperanza. Y es cierto: la ficción llega más lejos que los documentales.
    P. Cuando uno debuta con una película así, ¿qué se deja para la siguiente?
    R. Estoy muy interesado en cómo estamos acabando con la civilización, así que mi próximo guion, más pegado en su fondo a la realidad actual, será un thriller protagonizado por una mujer en Budapest en 1920, una época de esplendor antes de la destrucción. He sufrido tantas limitaciones y frustraciones con El hijo de Saúl, que necesito algo de aire fresco, que no ligereza.



    El hijo de Saúl / Auschwitz en primer plano

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    El hijo de Saúl: Auschwitz en primer plano


    Publicado por Miguel Faus
    29 de enero de 2016


    Imagen: Laokoon Filmgroup.

    ¿Cómo filmar el horror? ¿Cómo registrar el infierno con una cámara? O, mejor aún: ¿cómo recrear el infierno en un decorado para luego filmarlo esperando que, al registrarlo, la cámara revele algo relevante sobre el verdadero infierno de Auschwitz?
    El hijo de Saúes el ambicioso intento de szló Nemes de dar respuesta a estas preguntas. Para este joven cineasta húngaro, la mejor forma de filmar el horror es con un compromiso férreo con la rigurosidad formal, en su caso la que imponen el primer plano y la subjetividad de un punto de vista unitario. Por eso mantiene la cámara a escasos centímetros de su protagonista durante toda la película, siguiéndole por el caos del campo de concentración en primeros planos frontales o dorsales.
    Pero, ¿qué hay detrás de esa decisión creativa que vertebra todo el filme? ¿Qué busca László Nemes con esos primeros planos, con esa obsesión de su cámara por el rostro de su protagonista? ¿Por qué filmar el horror en primer plano?
    De entrada, por una voluntad de realismo. En una entrevista para IndieWire, el director comentaba que su protagonista no presta atención al horror que le rodea porque su mecanismo de defensa es el aislamiento. Y por eso él decide no enseñar de forma directa todo lo que le rodea. Solo vemos el campo de concentración por los huecos que deja el rostro de Saúl a ambos lados de ese estrecho encuadre con formato 4:3. Pero además Matyas Erdely, el director de fotografía, se asegura de que ese fondo quede muy desenfocando, dificultando aún más nuestra visión de las atrocidades que rodean a Saúl.
    Por otro lado, esa negación visual que experimenta el espectador desde el inicio del filme pretende emular la experiencia del protagonista en el campo de concentración, marcada por la angustia, la falta de información y el caos absoluto. El uso magistral del fuera de campo y del sonido produce una sensación muy incómoda en el espectador, que sabe de todas las atrocidades que están ocurriendo pero no ve ninguna claramente. Lo que se intuye es a veces mucho más poderoso que lo que se ve, y Nemes lo sabe: «Mi objetivo era enseñar menos para hacerles sentir más».
    Imagen: Laokoon Filmgroup.
    Otra razón para filmar en primer plano es la envergadura que adquiere el sonido. Muchas de las atrocidades del filme suceden fuera de campo, pero nada se escapa a nuestros oídos. Con un tratamiento hiperrealista, complejo y por capas, el desgarrador sonido de muerte nos fuerza a imaginarnos todo el horror que la cámara nos niega, introduciéndonos sin remedio en el centro de ese infierno. László Nemes aprendió la lección de Bresson, que en sus Notas sobre el cinematógrafo recomendaba reemplazar las imágenes con sonidos cuando fuera posible, pues «el oído va más hacia el interior.»
    Las limitaciones autoimpuestas suelen ser fuente de grandes hallazgos creativos. El primer plano omnipresente de El hijo de Saúl le permite a Nemes subrayar los dos momentos clave de su película, abandonando por un momento esa forma y consiguiendo así que el espectador agudice la vista. El primer momento corresponde al incidente inductor de la película, cuando Saúl presencia el asesinato de un niño que ha sobrevivido a la cámara de gas. A partir de aquí, Saúl se dedicará exclusivamente a intentar salvar al niño muerto dándole un entierro digno, y sus esfuerzos pondrán en peligro su propia vida y la revuelta que planean sus camaradas. Permítanme un paréntesis para aclarar que yo no creo que el niño sea el hijo de Saúl, aunque la película no lo aclara, y que la historia me parece mucho más interesante si ese no es más que uno entre los miles de niños que Saúl ha visto morir en el campo. Porque lo que diferencia a este niño es el milagro de su supervivencia al gas, que despierta en Saúl la idea de que, tal vez, si salva a este niño de los hornos crematorios, se redimirá de la forma en que trató a todos los demás. Como decíamos, el momento clave en que Saúl ve cómo asesinan a ese niño está filmado en un plano general reposado que contrasta enormemente con todos los otros planos del filme, subrayando visualmente la importancia narrativa de este momento. Y lo mismo ocurre al final, primero en el encuentro de Saúl con ese otro niño polaco, y su sonrisa de aparente redención, y después con ese último plano abierto que parece abrir el filme a una ligera esperanza.
    El trabajo de cámara de Erdely también contribuye a intensificar la capacidad inmersiva del filme, aumentando la sensación de estar atrapados en ese infierno con el protagonista. Nemes ha sugerido en alguna entrevista que pretendía convertir al espectador en un compañero de Saúl, obligarle a pasearse por esa maquinaria de la muerte como si fuera de su mano. Y la histérica cámara de Erdely captura esa sensación con una intensidad visceral, convirtiendo el filme en una experiencia física agotadora.
    Dentro de esta gran idea formal que atraviesa todo el filme, el director húngaro encuentra espacio para otras pequeñas ideas maravillosas. Por ejemplo, en el primero de los ochenta y cinco planos de la película, que acaba y empieza con dos lecciones de cine. De entrada, se abre con un plano general deliberadamente desenfocado. Vemos el verde del bosque y un grupo de hombres caminan hacia nosotros, hasta que Saúl se acerca suficiente a la cámara para quedar en primer plano y perfectamente enfocado. A partir de entonces, la cámara de Nemes ya nunca abandonará a su protagonista, y la idea es asombrosa no solo por cómo introduce las reglas del juego (como si dijera «este es un filme centrado en el rostro de Saúl, y todo lo demás quedará en segundo plano») sino porque parece sugerir que podríamos habernos centrado en cualquier otro Sonderkommando, porque todas sus historias serían igual de estremecedoras. El plano continúa mientras Saúl acompaña a un grupo hacia las cámaras de gas, pero se detiene cuando Saúl para a descansar apoyándose contra una pared. Y aquí está la otra idea magistral del primer plano de la película: vemos el rostro enfocado de Saúl y ante él pasan decenas de rostros desenfocados de hombres, mujeres y niños que caminan un solo instante por el encuadre, antes de alejarse hacia su terrible destino. No queda claro si la imagen pretende hablar de la culpa de Saúl o igualarlo con las víctimas, pero lo que sí está claro es que el plano tiene una capacidad sugestiva impresionante.
    Imagen: Laokoon Filmgroup.
    Y sin embargo, la razón más importante por la que László Nemes decide filmar el horror en primer plano no es estilística ni narrativa, sino moral. Y ahí reside la clave del filme, o de su importancia en el eterno debate sobre la representabilidad del Holocausto. En este sentido, el enfoque de El hijo de Saúno es solo acertado por su compromiso con un realismo sin trampas, sin afectación y sin subrayados innecesarios, sino sobre todo por la humildad que revela. Nemes se acerca al Holocausto con la modestia suficiente para no intentar hacer otro gran tratado, ni siquiera otra gran película que intente abarcar Auschwitz en su conjunto, porque sabe que no se puede filmar el infierno. Por eso ni siquiera lo intenta, sino que se limita a contarnos la desesperanzada historia de un hombre que vive inmerso en ese infierno.
    Como se desprende de sus declaraciones, el cineasta húngaro no olvidó nunca las implicaciones morales del tema que pretendía tratar, y por eso se autoimpuso una enorme disciplina estilística para contar la historia de Saúl. A mi me parece un acercamiento honesta y valiente, pero mi opinión sobre la representabilidad del Holocausto no debería importarles demasiado. La que sí debería importarles, en cambio, es la opinión de Claude Lanzmann, autor de Shoah, la obra cinematográfica cumbre sobre el Holocausto. Lanzmann criticó duramente La lista de Schindler tras su estreno, y se postuló rotundamente en contra de cualquier representación de los campos de exterminio. Sin embargo, quedó entusiasmado tras ver en Cannes El hijo de Saúl, a la que llamó «la anti-Lista de Schindler». En una reciente entrevista con lérama declaró: «El problema de Spielberg es que no reflexionó suficiente sobre la Shoah ni sobre el cine, ni sobre cómo ambos podían combinarse. László Nemes sí que ha reflexionado, y ha sido suficientemente inteligente para no intentar representar el Holocausto, pues sabía que ni podía, ni debía. Por eso no ha hecho una película sobre la muerte, sino sobre la vida de aquellos que fueron obligados a conducir a los suyos a la muerte».


    El hijo de Saúl / Cómo describir lo indescriptible

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    Laszlo Nemes
    Ilustración de Triunfo Arciniegas
    Foto ajena

    El hijo de Saúl

    Cómo describir lo indescriptible

    El estreno de la película sobre el Holocausto 'El hijo de Saúl', Gran Premio del Jurado de Cannes, reabre el debate sobre los límites en la representación de matanzas y genocidios


      Fotograma de la película 'El hijo de Saúl'.
      Es probable que ninguna prohibición cultural tenga por qué ser respetada más allá de cierto tiempo posterior al fenómeno, sin duda horrible, que la ha engendrado. La excepción a esto sería la ruptura simbólica del quinto mandamiento de Moisés y de los dos tabúes mayores de la civilización —el parricidio y el incesto—. Por ruptura simbólica habría que entender una apología, más que nada estética, de la matanza de nuestros semejantes, de las relaciones incestuosas o del asesinato del padre. Esto no quiere decir que las artes y el pensamiento se abstengan de reflexionar sobre esos crímenes o de representarlos. Más bien lo contrario. La poesía, el teatro, las artes visuales, el cine y el examen ético o antropológico han probado ser los instrumentos más eficaces para educar a los seres humanos en el espanto racional que los actos bárbaros deben inspirarnos, en aras de la continuidad de nuestra vida social.
      Sin embargo, ha sido comprensible y hasta necesario que, al elegir el Holocausto como materia prima, el acto estético haya procurado evitar durante dos o tres generaciones la ficcionalización de lo ocurrido en los campos de exterminio y su representación en imágenes, sobre todo la del núcleo infernal, la del abismo que devoró toda huella de lo humano en las cámaras de gas. La premisa de la película húngara El hijo de Saúl, —que llega a los cines de España el viernes tras su estreno en Francia— desobedece tanto el dictum de Adorno sobre la imposibilidad de hacer poesía después de Auschwitz como la oposición tenaz de Claude Lanzmann a incluir fotos o escenas documentales tomadas en los lager [campos de concentración] en su película Shoah. Ambas fueron formas casi coercitivas de expresar la certeza de que el respeto de las víctimas demandaba convertir aquellas precauciones en mandamientos.
      El estudio de Georges Didi-Huberman, Imágenes a pesar de todo, (Paidós, 2003), sobre las fotos que Alex, un Sonderkommando (prisionero obligado por los nazis a colaborar en la puesta en práctica y ocultamiento del exterminio de sus semejantes), tomó desde el interior de una cámara de gas para hacer conocer a la resistencia polaca y a los aliados qué estaba ocurriendo en Birkenau, abrió una polémica entre el autor, un historiador del arte, y dos seguidores de la postura de Lanzmann, Gérard Wajcman y Élisabeth Pagnoux. Fue tan áspero el debate que Didi-Huberman llegó a ser identificado con San Pablo, una suerte de traidor irredimible de la prohibición de fabricar imágenes. Su respuesta ante el ataque fue contundente: en todo caso, la valentía y el riesgo corrido por Alex elSonderkommando que hizo las fotos para mostrar al mundo hechos inconcebibles que se debían conocer, justifican no sólo nuestro interés en observar y comprender las tomas quizá más peligrosas de la historia, sino nuestro agradecimiento reverencial por ellas.
      La verdad es que bastante antes del debate de los años 2001-2003, ya en 1955, el cineasta Alain Resnais y el músico Hanns Eisler en el filme Noche y niebla habían quebrado el tabú de las imágenes y metamorfosis estética de la Shoah. Claro que ahora El hijo de Saúl, que obtuvo el Premio Especial del Jurado en Cannes, ha llegado mucho más lejos al inventar la historia de ese hombre del último de los sonderkommandos, rebelado contra las SS el 7 de octubre de 1944. El personaje de Saúl cree reconocer a su hijo entre uno de los cadáveres de la cámara y busca para él la redención minúscula de celebrar el rito judío de la sepultura.
      El despuntar de una piedad absurda y dislocada es el tema de esta película de ficción, por cuanto sólo un impulso, una emoción o, mejor, un paroxismo anímico de tal naturaleza parece concebible en aquella circunstancia. Amén del recurso a la poíesis [creación artística] en un marco histórico estricto, es decir, a una ficción que desborda por completo lo documental, László Nemes, su director, un debutante de 38 años, ha desplegado la trama en el escenario más rehuido, maldito e indescriptible del devenir humano. Pero nunca vemos ese espacio de modo tal que podamos recorrerlo, dibujarlo en nuestras mentes, porque se nos muestra fuera de foco en una gama de verdes y ocres neutralizados en el gris, y porque el traslado de un ambiente a otro es siempre vertiginoso y caótico. Ni siquiera los gritos y golpes en las puertas de la cámara —en sordina sobre el fondo de las palabras que intercambian los personajes— nos permiten captar por medio del oído las dimensiones del lugar.
      Cuando la acción se traslada al exterior, los incendios y los aullidos prevalecen en las visiones nocturnas. Claustrofobia, desintegración espacio-temporal, oscuridad, fuego: se acumulan los elementos de la antigua fórmula infernal para representar los sitios de la masacre, los hilos y nudos de la red de palabras, metáforas, imágenes, movimientos que, desde los tiempos de Bartolomé de las Casas, los europeos han utilizado a la hora de referirse a la destrucción de seres humanos indefensos. Fray Bartolomé tal vez haya sido el primer escritor que concibió el disparate factible de un infierno vivido por inocentes y pudo, entonces, comparar el aniquilamiento de pueblos con las violencias imaginarias del reino del diablo.
      Quizá El hijo de Saúl pase a formar parte de la serie histórica de descripciones infernales explícitas acometidas por Dante, El Bosco, Beccafumi, Rubens, Milton, y de las metafóricas de Joseph Conrad, Francis Ford Coppola o las novelas de caucherías. Igual que estas, El hijo de Saúl construye —a pesar, y también debido a su carácter estético— una representación de lo verdaderamente acontecido en un fenómeno de crueldad masiva y radical (la Shoah, en este caso), capaz de competir con el relato historiográfico. Pero hay algo más. Los episodios diurnos en el bosque nos apartan de las visiones infernales, por ejemplo el del final, en que los rebeldes delSonderkommando buscan refugio dentro de una cabaña semidestruida entre los árboles. La aparición fugaz de un niño rollizo y curioso en medio de la naturaleza, que Saúl contempla apenas un momento, ¿se corresponde con un niño real o es, más bien, una proyección ilusoria del protagonista, un fantasma en el sentido epicúreo, un doble del hijo de su fantasía cuya vuelta a la vida vislumbrada reemplaza a la multitud inabarcable de las víctimas?


      Imagen de 'Vals con Bashir', sobre la matanza de Sabra y Chatila (Líbano, 1982).
      Creo que en este caso la ruptura de los tabúes que representa El hijo de Saúl merece la pena por dos razones: 1) nos proporciona un conocimiento válido, lúcido, coherente, impregnado de emoción, de un hecho paralizante de la historia, el Holocausto; 2) nos reconcilia con la esperanza de la recuperación de un sentido, merced al regreso imaginario de la figura del muchacho durante el reposo bajo el cobertizo del bosque. En ello no hay ninguna falta del respeto debido a los muertos. Me atrevo a pensar que, al contrario, las vidas truncas de los Sonderkommandos reales han terminado de configurarse en la narración ficticia sobre Saúl y sus compañeros.
      Por el episodio de Elpénor que contó Homero en La Odisea, por las respuestas que, según Heródoto, dio Solón a Creso acerca de la felicidad y la muerte, por el relato de San Lucas sobre el peregrino cuyo reconocimiento completó el arco y el significado de la existencia de Jesús, sabemos que toda vida humana exige la representación completa que le otorga el hecho de que los sobrevivientes podamos explicarnos las condiciones de su muerte, comprender luego su paso por la tierra, y construir real o simbólicamente un monumento a su recuerdo. El hijo de Saúl es un paso en la dirección de ese saber histórico y estético cada vez más comprensivo sobre el dolor y la vergüenza de la Shoah.

      La película de Nemes nos proporciona un conocimiento válido, lúcido, coherente de un hecho paralizante de la historia
      Cabría esgrimir una tercera razón para dar la bienvenida a la película de Nemes. El filme nos permite realizar comparaciones (ejercicio que los historiadores consideramos fundamental en nuestra ciencia) con otros relatos excéntricos del Holocausto, y con narraciones de otros genocidios o asesinatos masivos y sistemáticos de personas. En tal operación se lleva también a cabo el quebrantamiento de un tercer tabú referido a la Shoah: la prohibición de compararla a las demás masacres de la era contemporánea. En el campo de la historiografía, sólo el israelí Omer Bartov se atrevió a superar ese interdicto.
      Respecto de las representaciones excéntricas del Holocausto, se me ocurre citar Maus, la novela gráfica de Art Spiegelman, o la película oscarizada La vida es bella (Roberto Benigni, 1997). En cuanto a las catástrofes humanas producidas en otros contextos, la ficcionalización y la exhibición de la boca del lobo han sido herramientas básicas en filmes como Garage Olimpo (Marco Bechis, 1999), sobre las desapariciones en Argentina; Vals con Bashir (2008), película de animación de Ari Folman que se ocupa de las matanzas de Sabra y Chatila, acaecidas en el Líbano en 1982; y también La imagen perdida (Rithy Panh, 2013), que combina documentales auténticos y muñecos animados para contarnos de manera conmovedora el genocidio de Camboya, más allá de cuanto habíamos presenciado en la película Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984).
      José Emilio Burucúa es historiador y escritor argentino, autor junto a Nicolas Kwiatkowski de Cómo sucedieron estas cosas. Representar masacres y genocidios(Katz).


      László Nemes / El hijo de Saúl / Críticas

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      Lászlo Nemes
      EL HIJO DE SAÚL
      Críticas

      "Esta asombrosa ópera prima, es una película de terror de extraordinario enfoque y valentía. A la cual le otorgo: ★★★★★ (sobre 5)
      Peter Bradshaw, The Guardian

      "La aterradora 'Son of Saul' no se parece a ningún thriller sobre el Holocausto que hayas visto antes. Desarrolla un poderoso canto a partir de la pura naturaleza devastadora de sus eventos, mientras se resiste a la más mínima exageración." 
      Eric Kohn, Indiewire 


      "Absolutamente incómoda de ver, pero montada de manera sorprendente y segura, la película es una poderosa experiencia auditiva y visual." 
      Boyd van Hoeij, The Hollywood Reporter 

      "El director húngaro Laszlo Nemes hace un poderoso debut con este sombrío e inquebrantable drama sobre el Holocausto, un ejercicio magistral en la privación de narrativa y en la sobrecarga sensorial que remodela horrores familiares en términos atrevidamente existenciales." 
      Justin Chang, Variety 

      "Nemes logra el más justo de los equilibrios: una inusitada mirada neutra, exacta, real, sin sentimentalismos, ni sensacionalismos impacta globalmente por su sobriedad, su rigor, su precisión formal, por unos planos prodigiosos". 
      Philipp Engel, Fotogramas

      "Lo interesante en la resolución formal del debutante Nemes es cómo utilizó la cámara en mano. Así, las terribles acciones no se muestran sino se sugieren, bajo una siniestra banda sonora compuesta de gritos, golpes y otros sonidos inquietantes." 
      Leonardo García Tsao, La Jornada, México

      En Rotten Tomatoes, la película tiene un 100% de índice de aprobación basado en los comentarios de los críticos 10, con una media de 9,7 de 10. 

      En Metacritic, la película ha recibido una puntuación media ponderada de 90 de cada 100 basada en 9 los críticos, indicando "aclamación universal".

      WIKIPEDIA


      Lászlo Nemes


      "Shockingly, it was passed over for the Palme d’Or at Cannes, but Son of Saul is certainly film of the year; possibly of the decade too."


      László Nemes



      "Obra maestra incuestionable (...) Es cine enorme construido desde la intimidad. Es cine que duele, arrasa y, definitivamente, abre los ojos." 
      Luis Martínez, El Mundo 



      "El Holocausto en el cine parecía un tema agotado. Parecía. Hasta que llegó László Nemes (...) Extraordinaria (...) lo que te hace sentir más que ver: el martirio físico y mental de habitar el infierno y querer mantenerte en pie." 
      Javier Ocaña, El País 

      "El debutante László Nemes consigue lo imposible; esto es, evitar los clichés sobre el cine de la Solución Final sumergiéndonos en una experiencia inédita (...) La película lo atrapa [al espectador] y no lo deja escapar hasta el final." 
      Sergi Sánchez, La Razón 

      "Es ese tipo de cine en el que no logro enterarme de casi nada. Seguro que recibirá un premio notable [en Cannes 2015]" 
      Carlos Boyero, El País 

      "László Nemes, con su extraordinario debut, lleva a un lugar insólito la representación cinematográfica de la Shoah (...) una obra maestra (...) Para cualquier espectador, la experiencia debería ser irrenunciable" 
      Carlos Reviriego, El Mundo 

      "Una historia de brutal emotividad, pero que se narra con una frialdad y un estilo tan esquivo y elusivo, con una cámara tan «importante», que impide otra emoción que la reflexiva. (...) se queda a varios centímetros de distancia del espectador más cercano." 
      E. Rodríguez Marchante, ABC 

      "El Holocausto como nunca lo habíamos visto antes. (...) esta película, obra de arte incómoda, nos interpela de nuevo, nos resitúa ante el horror. (...) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)" 
      Carlos Marañón, Cinemanía


      FILMAFFINITY





      László Nemes / El cine sobre el Holocausto debería ser más responsable

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      Lászlo Nemes
      Ilustración de T.A.

      László Nemes
      "El cine sobre el Holocausto debería ser más responsable"

      De Santiago Gimeno ▪ viernes, 15 de enero de 2016 - 14h30


      El director húngaro, premio FIPRESCI y Gran Premio del Jurado en Cannes y ganador del Globo de Oro por su ópera prima. ¡Estreno 15 de enero en cines, y a por el Oscar!
      Tras dirigir tres cortos sobre temas cotidianos, el joven húngaro László Nemes (Budapest, Hungría, 1977) ha roto todos los moldes con su ópera prima, la durísima, fría y elusiva El hijo de Saúl, que se estrena en España este hoy, viernes 15 de enero. Protagonizada por un soberbio Géza Röhrig, la película se ha llevado el FIPRESCI y el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes y, por si fuera poco, el Globo de Oro. También compite en los Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa.
      Ambientada en el campo de concentración de Auschwitz en 1944El hijo de Saúl tiene como protagonista a Saúl Auslander (Röhrig), un prisionero húngaro que trabaja en uno de los crematorios y que, como miembro de un 'Sonderkommando', quema cadáveres de otros prisioneros a cambio de unos días más de vida. Haciendo uso de su moral, Saúl trata de salvar de las llamas el cuerpo de un muchacho, al que hace pasar por su hijo y al que busca enterrar dignamente con un rabino. SensaCine pudo entrevistar a Nemes en el pasado Festival de Cine de San Sebastián. Esto es lo que nos contó.
      ¿Has intentado mostrar la oscuridad exterior e interior? Como esa frase de Nietzsche de "Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti"...
      Soy muy malo en Filosofía. Pero siempre he tenido una especie de instinto a la hora de enfrentarme a este tipo de dilemas o situaciones. En mi opinión, la película trata sobre ese momento en el que sólo hay oscuridad, cuando no hay esperanza, cuando no existe Dios, cuando la única pregunta es si tenemos algún tipo de voz en nuestro interior; una especie de conciencia divina que hace que elegir sea todavía posible; que uno pueda seguir siendo un ser humano. Para mí esa era el alma de la película...
      Saúl, el protagonista, es inmune a la esperanza porque, en el fondo, se cree muerto...
      Porque ese es el tipo de vida que existe en una situación así, en un mundo de muerte y en un mundo de muertos. En cierto modo, el personaje principal vuelve a sentirse con vida de nuevo.
      ¿Somos más libres si aceptamos la muerte como algo inevitable?
      Esa es la pregunta que plantea la película. Porque los personajes que están alrededor de Saúl intentan resistirse, intentan sobrevivir o bien intentan salvar a otras personas. Pero Saúl no intenta nada de esto y tiene su propio objetivo. Es una especie de mundo en sí mismo.


      El tema del Holocausto está sobreexplotado en el cine. ¿Cómo evitaste caer en el cliché?
      Fue una reacción a todas las películas facilonas que se hacen [sobre el género] sin pensar. El cine, cuando se trata de temas como este, debería ser más responsable. Pero aún así quiere enseñar, porque enseñar es lo fácil. Eso no es lo complicado. Lo complicado es frenarte a ti mismo sobre qué enseñas. Quería hacer una película sobre el exterminio judío pero también de una manera distinta y no como los demás, centrándome en la excepción, en los supervivientes y en los relatos de supervivencia. Porque la muerte era la regla. Quería sumergirme en la naturaleza de esa muerte pero no como un libro de historia, sino llevar al espectador de la mano a un aquí y ahora, a lo que pasaba en aquel tiempo presente. Porque como individuo en el campo de concentración, asumo que no tenías toda la información. Y ahora, después de la Segunda Guerra Mundial, pensamos que así fue. Quería romper con las normas de representación de los campos y del Holocausto porque la experiencia debió de ser extremadamente única. No existe un punto de vista omnisciente. Por eso nos esforzamos por mantener la cámara al nivel de la vista, limitar la profundidad de campo y reducir el punto de vista al de una sola persona. Queríamos que el espectador fuera un medio y jugar con su imaginación, que era algo mucho más poderoso.
      ¿Te imaginas que El hijo de Saúl acabe convirtiéndose en un 'remake' en EE.UU?
      No lo sé. Pero sí que creo que los espectadores de todo el mundo pueden estar interesados en esta película. El problema reside en que muchos títulos sobre el Holocausto tratan el tema pero sin pensar en la experiencia del que las está viendo; de la experiencia individual. Apuestan por lo fácil en los códigos de representación que, al fin y al cabo, sólo están ahí para tranquilizar al espectador: "Vale. Fue algo horrible. Pero también hubo supervivientes. También hubo esperanza". Están los buenos. Están los malos. Todo para provocar el llanto en el espectador. Y no queríamos hacer eso porque deseábamos explorar la naturaleza imposible del Holocausto y que la existencia del ser humano en algo así es imposible.
      ¿Qué clase de documentación reuniste para la película?
      Investigamos muchísimo, durante años y años. No entrevistamos a supervivientes pero sí hemos leído historias, entrevistas y sobre miembros de los 'Sonderkommandos', estos grupos especiales que se mantenían aislados de los demás prisioneros. Comían mejor y se les trataba mejor pero, al mismo tiempo, tenían el peor trabajo imaginable y sabían que, tras un tiempo, también les liquidarían. Algunos de ellos incluso dejaron escritas sus experiencias cuando estaban todavía en los campos. Leímos todo esto, hablamos con historiadores, varios, e investigamos testimonios de Sonderkommandos que sobrevivieron.
      Aunque sea imposible imaginárselo. ¿Crees que traicionaron a los suyos?
      No lo creo. Creo que después de una guerra o de un acontecimiento de esta magnitud es muy fácil juzgar a las personas. Porque ellos desempeñaban el trabajo más horrible de todos, e incluso algunas veces encontrando a sus propios familiares en las cámaras de gas para quemarlos después. Sucedía bastante a menudo. Y también era parte de la estrategia de sus autores para responsabilizar a las víctimas. Eso es lo que quería contar en la película. Una vez estás ahí, la historia es completamente distinta.

      Margarita / El hombre tacaño

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      Margarita Rosa de Francisco

      El hombre tacaño

      El tacaño es demasiado poquito como para mandarse a pecar con todas las de la ley; es el pobre diablo del espíritu.




      La tacañería es un defecto tan gris como su protagonismo en la lista de los vicios. Estos últimos son más bien espectaculares porque tienen jerarquía de pecados por exceso. La tacañería no tiene ni siquiera el linaje de la avaricia, propia de las personas ambiciosas y generalmente con poder, ubicada además al lado de las desbordadas lujuria y gula en el santoral de los siete pecados capitales.


      El tacaño es demasiado poquito como para mandarse a pecar con todas las de la ley; es el pobre diablo del espíritu; al que se le nota el ardor por gastar cantidades que nunca lo arruinarían, utilizando sus infantiles, obvios y a veces cómicos recursos para eludir compartir una cuenta, regalar o invitar. ¿Quién no ha estado sentado a una mesa con ese tipo al que le cuesta un trabajo bestial sacarse la billetera del bolsillo? (Señor tacaño, todos sabemos que usted es tacaño, puede también ahorrarse la escena de buscar como loco la tarjeta de crédito). Ese que siempre tiene la disculpa de no llevar efectivo es también estreñido con sus sentimientos, pues el tema de la tacañería es ante todo una condición del alma y no de la cuenta bancaria. Afortunadamente para él, las mujeres hoy en día trabajamos, tenemos la intención y la seguridad de poder ayudar a sostener un hogar, lo que le aporta un buen argumento para disimular mejor su escaso demonio.

      Claro que hay mujeres tacañas, pero al hombre infortunadamente se le nota más, tan expuesto como está su papel como proveedor en las coreografías sociales. Me pregunto si la mujer, al estar diseñada para entregar su cuerpo como cuna de la descendencia humana, tiene instintivamente la tendencia a dar y por lo tanto a no presentar esta tara con frecuencia, o a concentrar su tacañería, si es que sucede, en puntos más superficiales.

      El hombre amarrado es capaz de inspirar una cosa rarísima entre lástima, risa y sospecha, logrando a su vez que los demás se avergüencen más que él. Este individuo, que regresa tranquilo al confort herrumbroso de su casa creyendo que nadie merece nada suyo, es el hombre perfecto para la mujer que no da tampoco un peso por ella misma, pero que a cambio de su desespero está dispuesta a costear económica y emocionalmente cualquier compañía, así sea la de un personaje timorato que en la primera cita, y no precisamente por olvidadizo, le pide plata prestada para pagar el parqueadero.

      EL TIEMPO




      Margarita Rosa / Dejar y ser dejado

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      Margarita Rosa de Francisco

      Dejar y ser dejado

      El que se retira de una relación, así sea de la forma más cobarde 
      y en el peor momento, tiene no solo el derecho sino el deber 
      de quedar bien emocionalmente con él mismo, primero que con nadie.



      Es probable que la escena de la ruptura de una relación se diseñe en un departamento muy inconsciente de la mente de los implicados, más pronto de lo que uno se imagina. Desde que se inicia el cortejo, esos dos “artistas” solapados, a espaldas de la consciencia, podrían estar asignando el papel que le va a tocar representar a cada uno en el posible drama final. Lógicamente, los egos no quieren saber nada de dinámicas tan sofisticadas, ni mucho menos adjudicarse responsabilidades. De esta cultura de telenovelas y canciones para la tusa, hemos aprendido que existen el victimario y la víctima. Esos valores tan esquemáticos no dan cabida a una mirada más analítica y profunda. Valdría la pena fijarse en cómo se confunden ambos al enredarse los hilos entre dos personas y cuántas señales de alerta se pasan por alto muy desde el principio, con esa terquedad casi insolente, con el fin de que los personajes que hemos inventado, y que no tienen nada que ver con la realidad pedida a gritos por la misma relación, se ajusten al melodrama inconsciente ya urdido, de modo que cuando el inevitable desenlace ocurra, nuestro victimario aparezca como el más incoherente y el más cruel del mundo, y la víctima saboree su ultraje con más delicia, y obtenga más placer de su dolor.


      Yo he dejado y me han dejado. He hecho de mala y de buena. El libreto me ha salido perfecto con mis diferentes coprotagonistas. Los malos se fajaron unos grandiosos villanos, según mi punto de vista de abandonada, pero también cuando he “interpretado” yo a la rata de tres patas, según mis víctimas, mi ruindad ha sido tal que me he salvado hasta de que me maten.



      Los duelos son nuestros mejores maestros cuando se hacen con valentía y superando la etapa de culpar al otro. Nadie tiene la obligación de acompañarlo a uno, y el que se retira de una relación, así sea de la forma más cobarde y en el peor momento (¡es que nunca habrá un momento oportuno para romper!), tiene no solo el derecho sino el deber de quedar bien emocionalmente con él mismo, primero que con nadie. A todos nos corresponde vérnoslas con nuestra soledad y cuestionar nuestra adicción a las personas. Nadie tiene el deber de completarnos. Comprender esto no nos evita el sufrimiento, pero sí lo independiza de cualquier tentación de cargar al otro con nuestro odio e íntima incapacidad para ser genuinamente felices.




      Margarita Rosa / Desnudas para un lente

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      Margarita Rosa
      Desnuda en Soho

      Margarita Rosa de Francisco

      Desnudas para un lente

      Quitarse la ropa para someterse a la mirada morbosa 
      de los demás es siempre un gesto desafiante.



      Me he desnudado públicamente ante una cámara por diversas razones, algunas no muy dignas y con un mensaje oculto en la base que me costó mucho confesarle al espejo. Como actriz, considero que hay desnudeces que ayudan a describir el contenido sicológico de un personaje; cuando sucede de forma orgánica, el cuerpo pasa incluso a segundo plano. También alguna vez me desnudé privadamente en fotos y videos que yo misma capturé, como tantas mujeres que se arriesgan a jugar de esta manera con el más básico de todos sus poderes, para impactar así mismo lo más básico e irreprochable de un hombre. Ese arrojo, aunque nada recomendable por estos días, tiene una justificación elocuente; qué más que querer seducir a la persona ardientemente deseada, parodiando el mito de una sexi luminaria eternizada en imágenes. La justificación (como si hubiera que justificar por qué nos desnudamos las mujeres) empieza a embolatarse cuando la mujer se desviste para un medio donde el único objetivo es vender, y en el que su cuerpo sin más, expuesto a miles de ojos ajenos, es el anzuelo. Interesante reflexionar sobre lo que realmente nos ocurre a las mujeres que nos hemos prestado para esto, tentadas hasta el punto de ni siquiera cobrar por hacerlo (al menos no en mi caso).

      Quitarse la ropa para someterse a la mirada morbosa de los demás es siempre un gesto desafiante por parte de la mujer, que contradice a su vez el anhelo de ser admirada por causas más profundas. Aunque insistamos en llenar la respuesta a la pregunta que siempre sobreviene de “por qué decidió desnudarse” con el argumento cliché de “porque son fotos artísticas y muy profesionales”, la realidad detrás de todas las vanidosas que vivimos nuestro cuerpo como un trofeo es que con eso acudimos al recurso más fácil y eficaz, para probarle al mundo (o sea, a nosotras mismas) que somos capaces de provocar deseo, y con más afán, las mujeres asustadas por la madurez. A la psiquis de la mujer que quiere validar su caudal erótico, más que poseer el cuerpo del otro, le satisface generar una fantasía, y disfrutará ferozmente al ser espectadora de su atrevimiento a través de ese lente libertario que, en todos los casos, parece confirmar la potencia de su arma más primitiva. Ustedes, mujeres que quieren probar su ‘deseabilidad’, ir tan lejos es innecesario, pero entiendo que les resulte irresistible.




      Forges se ríe muy en serio / Honoris Causa por la Universidad de Alcalá de Henares

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      Forges se ríe muy en serio

      El gran ilustrador y humorista gráfico recibe la investidura como doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Alcalá de Henares



      Alcalá de Henares 28 ENE 2016 - 16:05 COT

      Abrumado como un monaguillo estaba Forges la mañana en que lo hicieron Papa. El escolar que nunca aprobó matemáticas y que falsificó un cero en las notas para ponerse un tres accedía a todos los honores de la Universidad que fundó Cisneros (1499). Porque revistieron al humorista de muceta y birrete. Le pusieron un anillo. Y le entregaron unos guantes blancos como símbolo de la pureza.

      Antonio Fraguas 'Forges', durante su investidura como Doctor Honoris Causa
      en la Universidad de Alcalá de Henares. Foto de 

      Inmaculadas han sido las manos de Forges en la "sonrisa y la compasión", cualidades que el nuevo doctor atribuyó al deber hipocrático de cualquier humorista. Hipocrático en sentido médico, ético y hasta terapéutico, toda vez que el discurso de Forges entre académicos y amistades aludió premeditadamente a una reflexión de Blasillo: "Si el humor es algo eminentemente humano, el humor gráfico es una radiografía".
      Se quedarían estupefactos los profesores que suspendieron al doctor Forges. Les impresionaría la coral iniciática del "Veni, Creator", el boato académico, la solemnidad con que el humorista fue llamado a la dignidad del púlpito del paraninfo.


      Hablaba ex cátedra por primera vez en su vida. Y no por arrogancia, sino por deber litúrgico, convocado como estaba a la investidura y al trance de lalaudatio, un discurso de bienvenida entre los sabios que ponderó la originalidad de Forges, su personalidad, su audacia, su compromiso social, su ternura, su constancia y su humanismo, incluso la solidaridad con el contribuyente, el funcionario, el náufrago, el cuñado, reflejo de un bestiario que el humorista ha custodiado con cariño, empatía y respeto.
      Podrían haberse sentado Blasillo y Concha entre los invitados. Y Mariano también, personajes todos ellos que diagnostican la radiografía de España en medio siglo, puestos a utilizar las analogías que hizo Forges entre su oficio y el del médico.

      Se acordó de Mingote y de Gila. Acudieron a aplaudirlo Gallego y Rey, y Ricardo. Y defendió Forges su oficio en un términos llanos -"risoterapia"- y muy sofisticados, consciente, como era, de que su tribuna la había ocupado Nebrija. "¿Podríamos decir que el humor es la eucrasia de la psiquis, la plena salud de la inteligencia de los humanos?", se preguntaba el doctor Forges en la tronera del púlpito plateresco.
      "El humor", añadía, "es un bálsamo indudable para ese viaje sin retorno, siempre doloroso, que es para los humanos la vida". Pesaban las palabras de Forges, pero también las supo aligerar. No ya citando una paradoja tragicómica de Guy de Maupassant ("la salud es un estado que no presagia nada nuevo"), sino aprovechando las pantallas de plasma de la sala de ceremonias -aquí se ofician los premios Cervantes- para hacer memoria e inventario de unas cuantas viñetas. Muchas de ellas relacionadas con el repertorio de hospitales, en estricta coherencia temática con la línea argumental de su discurso. Y en estricta coherencia con la hipocondría antropológica de los españoles. Como esos jubilados que deciden ir al cine en lugar de al hospital porque las urgencias no están demasiado animadas esa mañana.

      Se preguntaba Forges en la Universidad de Alcalá de Henares si las pinturas rupestres fueron las primeras expresiones de humor gráfico. Y si los chamanes fueron precursores de sí mismo, en el arte de sanar las almas desde la sugestión humorística. Y nos preguntamos si no se le podría considerar a Forges un radiólogo, retomando la cita de Blasillo con que inició su discurso de investidura y de acción de gracias.
      La respuesta se antoja afirmativa porque Forges habló en su epílogo de Anna Bertha Roentgen, la esposa del inventor de los rayos X y la cobaya de tantos experimentos que terminaron marchitándola. Habló de ella como mártir de la ciencia. Y como expresión de las certezas científicas que sustituyen a otras certezas, de forma que su lección magistral terminó citando La ciencia moderna,un tratado de Julio Brouta escrito en 1897 que se recreaba en de las máquinas voladoras, atribuyéndolas una revolución catártica entre los humanos, porque iban a abolirse las fronteras e iban a aniquilarse los ejércitos. "Esto significa -leía Forges como si fuera Chaplin en El gran dictador- que llegará el desarme general y que la humanidad entera, unida en estrecho lazo, tendrá que trabajar fraternalmente en la obra común del progreso y de la ciencia".


      Elvira Lindo / Es una época complicada para escribir humor

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      Manolito Gafotas

      “Es una época complicada para escribir humor, como si se hubiera perdido”

      Tras diez años, Elvira Lindo publica una nueva entrega de su saga Manolito Gafotas, 'Mejor Manolo', más mayor y con la familia ampliada




      Una luminosa y hasta ahora nunca avistada estrella pende en las oscuras y vacías noches del parque del Ahorcado. Y allí que sigue también en sus bulliciosos días, plagados de niños jugando a las grandes fugas de la historia y entrando en tropel a comprar los bollos rancios de la Porfiria, y de abuelos tomando sus tintos de verano en el Tropezón y cogiendo un saludable tono rojo en la nariz. La Chirli, como han tenido a bien denominar a ese fenómeno de la naturaleza científicos y estudiosos llegados de todo el mundo, o bueno, más bien en su defecto la familia de ese chaval prodigioso llamado Manolo García Moreno, es la nueva adición al universo de inocencia, cotidianidad y risas que es la serie Manolito Gafotas, creada por la escritora Elvira Lindo.
      Después de diez años (nadie sabe muy bien cómo) callado, la mayorcelebrity al sur del Manzanares regresa no solo con nueva hermanita, cuyo fulgor rivaliza en intensidad con el de Shirley Temple (de ahí el mote de La Chirli), y que hará sombra hasta a la mismísima Cata, la matriarca. El propio Manolito –Mejor Manolo (Seix Barral), ilustrado por Emilio Urberuaga- también ha cambiado: ahora es más mayor, y las nuevas responsabilidades y obligaciones que debe afrontar junto con su familia en eterna crisis le pondrán en tesituras cada vez más alejadas del niño de la infancia que ha sido durante siete entregas, publicadas entre 1994 y 2002.


      La portada de 'Mejor Manolo', ilustrado por Emilio Urberuaga
      “En este libro Manolo cobra una importancia en esa familia como el sostén no económico, sino casi anímico”, explica Lindo. Guionista, ensayista y columnista de EL PAÍS, Lindo ha obtenido premios como el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Los trapos sucios de Manolito Gafotas y el Biblioteca Breve por su novela para adultos Una palabra tuya. En 2010 publicó Lo que me queda por vivir.
      Siempre ahogados para llegar a fin de mes, con los plazos del camión todo el santo día a cuestas, con el abuelo durmiendo en su terraza de aluminio visto, y con una nueva boca a la que llevar los domingo al Ching Chong, el clan de los García Moreno afronta esta nueva etapa de recesión generalizada con algo más de holgura de lo que estaban acostumbrados. “Los conozco tan bien que hasta hago sus cuentas: tienen la pensión del abuelo, que si hace unos años era para su cartilla de ahorros, ahora es para la economía familiar, y la madre ha empezado a trabajar”.
      Pues sí, la Cata monta su propia empresa. Y no es la única en periodo de transición. Ese gran amigo y a la vez cerdo traidor que es el Orejones también atraviesa una época de (in)definición personal (a lo mejor todos esos posters de Lady Gaga y Kylie Minogue que cuelgan en su habitación suponen una pista de por dónde van los tiros), el Imbécil vuelca su habitual locuacidad gestual en la esfera virtual, y el abuelo pierde un poco de esa ingenuidad senil que le hacía tan entrañable.
      Hasta Manolito vive en sus carnes un trance de introspección religiosa, de una semana, eso sí, pero no por ello menos intenso. “Con la manera en que se han fanatizado ciertas creencias, estoy segura de que algún colegio no lo va a recomendar”, asegura la escritora (Cádiz, 1962), muy consciente de que su serie se ha convertido en referencia no solo para los escolares españoles, sino para multitud de estudiantes de castellano. “Aparte de que utilizo un habla que sirve para expresarte, el humor es una manera de empezar a sentirte dentro de una cultura”.


      Elvira Lindo / BERNARDO PÉREZ (EL PAÍS)
      Humor, corrección política y literatura infantil son tres conceptos que simpatizan poco, como la propia autora ha podido corroborar. “Es una época complicada para escribir humor, es como que la gente lo hubiera perdido. Y este tiene que tener algo de salvaje, porque si no, no tiene sentido”. En los tiempos que corren, donde cada vez hay más familias García Moreno, reírse no es ya necesidad, sino urgencia. “Hay una especia de melancolía colectiva que lo inunda todo, y creo que por un lado hay que quitársela de encima actuando, protestando y denunciando, pero también hay otra manera, y es no perdiendo el sentido del humor”, prescribe. “Que no nos hagamos todos tan graves y trascendentes, porque es como si nos quitaran parte de nuestra esencia”.
      Junto con sus dejes habituales –tanto que muchos han pasado de su propia cosecha al acervo común-, Manolito (que no, mejor Manolo) le ha transmitido a esa señora que le escribe los libros más material del habla típicamente española en forma de dichos que guardar para la posteridad mundial, surgidos de boca de su vecino y padrino Bernabé. “Me fascinan esas expresiones que la gente usa a diario, y creo que es en el terreno donde me muevo con más felicidad, que no seguridad, porque disfruto recreando el habla popular”.
      Y si suficientemente complicado es concebir unos diálogos tan auténticos como los que definen a sus personajes, lo de las traducciones (las hay desde el inglés al farsi, e incluso un proyecto de serie de televisión en Turquía) ya queda en el terreno de la puntilla fina. “Quitando aquellas en las que no sé ni lo que han hecho, las de los países más cercanos todas han tenido su puntito de corrección”. Por ejemplo: “Ahora sale en Finlandia, donde antes no se había publicado por la cuestión de las collejas. Si te empiezo a decir cosas que se han quitado de los libros, es desternillante”.

      Quino / Los recuerdos desparramados

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      Quino
      LOS RECUERDOS DESPARRAMADOS














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