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Rafael Chirbes / Posguerra, ciudad de vacaciones

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Rafael Chirbes
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Rafael Chirbes

BIOGRAFÍA

Posguerra, ciudad de vacaciones

En las novelas de Rafael Chirbes aparece Misent, un lugar imaginario de la sobreexplotada costa levantina

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 16 AGO 2013 - 00:26 CET

Construcciones en Oropesa del Mar (Castellón). / ANGEL 
¿Qué es un delito? “Un negocio sin capital inicial”. Esto dice un personaje de Rafael Chirbes traduciendo a su manera la máxima de Balzac: “Detrás de la fortuna, el crimen”. El personaje de Chirbes es arquitecto, como tantos en sus historias, llenas de constructores, casas, solares y urbanizaciones. No es, pues, extraño que a raíz de la publicación hace unos meses de su última novela, En la orilla (Anagrama), se le considere uno de los grandes cronistas de la actual crisis económica, cuyo culpable simbólico comparte nombre con el que suele darse a la literatura tocho: el ladrillo.
Aunque él huye del título como de la peste, lo cierto es que pocos libros retratan como Los viejos amigos,Crematorio o el citado En la orilla un país que pasó de viejo pobre a nuevo rico saltándose varios cursos. Cosas de la perestroika hispana, esa travesía en la que la modernización llegó antes que la modernidad, o sea, el espíritu del capitalismo antes que la ética protestante, la tarjeta de crédito antes que sus instrucciones de uso.
Si hay escritores —Durrell, Magris, Saer— cuya obra podría estudiarse con mapas, más que con tesis doctorales, la de Chirbes convendría estudiarla con planos: planos de ciudades y planos de casas. O usando uno de esos libros que reconstruyen la Roma imperial superponiendo una lámina de acetato con los monumentos intactos a la foto de su actual ruina. El negocio que tapa el delito, los medios justificados por el fin. “Si para algo sirve el dinero es para comprarles la inocencia a tus descendientes”, dice otro personaje.

De eso tratan sus libros, de cómo aquellos que disfrutan de la reconstrucción desprecian a los que un día comerciaron con las ruinas. De eso tratan, de hecho, dos de sus novelas cortas que Anagrama reeditará este otoño en un solo volumen bajo el título general de PosguerraLos disparos del cazador y La buena letra. En las dos aparece Misent, un lugar imaginario de la sobreexplotada costa levantina que ha terminado siendo la Comala de Chirbes, su Macondo, su Yoknapatawpha. Ni que decir tiene también que en ambas hay una casa y que esa casa, más que un hogar dulce, es un depósito de recuerdos amargos.
El protagonista de Los disparos del cazador es un empresario (emprendedor, dice el nuevo eufemismo). Empresario de la construcción y de lo que se tercie con tal de que el dinero se multiplique rápido. Blanco o negro, lo importante es que cace ratones. Ya anciano, encerrado en su casa con un criado, piensa en los años en que hizo su fortuna. Piensa en ellos sin querer recordarlos. Él, de hecho, querría un imposible: una memoria sin recuerdos, sin emoción. En esa memoria que el dinero no puede comprar tienen un papel clave su padre —republicano— y su suegro —franquista—. Si aquel juzgaba su oportunismo como una traición, este lo juzga como una intromisión.
Con todo, el mayor justiciero es también el gran beneficiario de todo, un hombre que ha leído a Benjamin pero no quiere ver en la civilización presente la barbarie pasada: su hijo. “Uno se ensucia para evitarles a los hijos que tengan que hacerlo, y ellos estudian idiomas, escuchan música, conocen las playas de Normandía, llevan jerseys de cashemir y pasan sus vacaciones en cualquier país exótico, y entonces empieza a dolerte esa inocencia que has cultivado, porque es la que los está alejando de ti”.
Esa inocencia del primogénito —arquitecto— es la que no soporta que su padre le hable de “la realidad” porque prefiere maquillar como “tarea social” un proyecto de plaza en Barcelona, de auditorio en Valencia o de pabellón en la Expo de Sevilla. El padre: “Ahí vais a ganar un montón de dinero”. El hijo: “Pero, papá, no se trata exactamente de eso”. Y el padre, para sí mismo: “Ese ‘exactamente’ era para mí la sospecha de su doblez”.
En 1992, el año de la Expo sevillana, y dos antes que Los disparos del cazador, Rafael Chirbes publicó La buena letra. La novela se adelantó una década al boom de la literatura sobre la memoria histórica pero su autor, escurridizo, dijo siempre que era un libro contra la ley Boyer de alquileres, germen, según sus críticos, de una especulación inmobiliaria que creció como una planta de invernadero pero que ahora nadie recuerda haber sembrado, regado o abonado. Recluida, también ella, en su casa, la narradora de La buena letra cuenta a su hijo —otra casa, otro hijo— la vida de la familia, la guerra perdida, la represión, la pobreza, una miseria que “no nos dejaba querernos”.
La familia se parte por la mitad cuando uno de sus miembros se suma a los negocios de sus propios verdugos. Por supuesto, prospera. Y olvida. La narradora no puede olvidar, pero tampoco puede dejar de preguntarse para qué le sirvió tanta honradez. A ella, claro, le falla la visión de futuro. No se ha puesto las gafas del progreso y le cuesta imaginar la versión de acetato de la historia.
Todo lo sobrelleva menos que los suyos le hablen de la casa como de un solar en el que construir un flamante edificio. “Esta casa llena de goteras”, dice ella, “con habitaciones que nada más abro para limpiar, y poblada de recuerdos que me persiguen, aunque yo sepa que también me identifican”. Quítese casa, póngase España, Chile, Argentina, Cataluña, Euskadi… y táchese lo que no proceda.




Rafael Chirbes / Rubén o el camino del mal

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Rafael Chirbes

Rafael Chirbes

Rubén o el camino del mal

Si alguien, dentro de cien años, quiere conocer el espíritu que alentó a la borrachera de dinero sucio que sufrió España durante la primera década del nuevo milenio no solo deberá leer historia económica o política, también tendrá que hurgar en el alma de los protagonistas. La historia puede describir los hechos y sus causas, pero se adentra con dificultad en el espíritu, tantas veces más importante que las cifras. Dentro de esos cien años el díptico de Chirbes (Crematorio y En la orilla) seguirá contando la vida privada, las causas íntimas que  acompañaron al torrente. En la primera describe la cogorza, en la segunda, la cruel resaca. No son novelas perfectas, pero la mirada de Chirbes hurga sin compasión tanto en el primer paso, pleno de corrupción, sexo sucio, destrucción de un paisaje idílico, ambición y complicidad del poder y los ciudadanos, como en el segundo, poblado por chalets a medio construir, ruina y agua podrida. Solo Joan Francesc Mira, en su particular versión de la Divina Comedia, titulada Purgatorio, describe con similar precisión el tsunami que arrasó la costa mediterránea durante la aciaga década dorada. Además Chirbes conoce el alma de su tierra, tan proclive a la exaltación de los vínculos familiares y al desprecio del estado.
Entre los personajes que habitan en ambas narraciones destaca, con brillo inigualable, Rubén, un arquitecto culto, idealista en su juventud, cínico hasta la extenuación en su madurez, liado con una joven arribista cuyo egoísmo conoce, incluso admira, despreciado por su familia, cuyos lujos asiáticos costea. Rubén es el vástago negro que toda dinastía precisa, quien desciende hasta el fondo del barro para que sus descendientes puedan permitirse el honor y la molicie. Chirbes acierta y arriesga porque no crea al constructor arquetípico, al putero, aficionado a los asadores, profundamente inculto y solo dotado de un fuerte instinto cazador que todos conocemos. No, Rubén fue un intelectual durante su paso por la universidad y sigue siéndolo tras su pacto faústico. Ambas facetas del personaje, en apariencia antitéticas, están combinadas sin una sola quiebra, conformando un protagonista mucho más carismático que el antagonista: su hermano, el hortelano comunista, ligeramente cursi, que mantiene la ética mientras todo se derrumba.


Rubén, interpretado por José Sancho, protagonizó la versión televisiva de Purgatorio. Una serie digna, que en nada se parece a la novela y minimiza la complejidad de un personaje mucho más parecido a Lorenzo de Medicis que a Jesús Gil.
Tras el impacto que me causó Rubén leí otras novelas de Chirbes. No puedo negar su dignidad pero en ninguna hallé la capacidad de arrastre de ese arquitecto que planta cara a Dios y decide tomar, con plena conciencia de sus actos y sus consecuencias, el camino del mal.

SOBRE RECAREDO VEREDAS

Licenciado en Derecho. Máster en Edición. Reseñista en numerosos medios, como Quimera, ABC o Qué Leer. Profesor en la Escuela de Letras. Fundador, junto a otros, de Culturamas y creador de micro-revista. Autor de los libros de relatos Pendiente (Dilema Nuevos Narradores, 2004) y Actos imperdonables (Bartleby, 2013), del manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema, 2006), del poemario Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y de la novela Deudas vencidas (Salto de página, 2014).

Rafael Chirbes / En la orilla / Visión de la ciénaga

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Rafael Chirbes
Ilustración de Jorge Freire
Rafael Chirbes

BIOGRAFÍA

En la orilla
VISIÓN DE LA CIÉNAGA
Por Ricardo Menéndez Salmón
9 de abril de 2013

La potencia de una gran novela para interpretar el mundo recoge lo mejor de la poesía y de la filosofía. De la poesía rescata la fuerza epifánica, ese instante en que, como quería Bruno Schulz, se produce «el cortocircuito entre realidad y sentido»; de la filosofía asume el sustento radical, cuanto permanece por debajo del fluir de los acontecimientos.
Sucede de ese modo que ciertos caracteres novelescos se convierten en encarnaciones de su tiempo pero también del porvenir, hasta rozar el rango de arquetipos. Stavrogin representa la maldad no sólo para la Rusia de Netchaev que Dostoievski conoció, sino para el hombre contemporáneo, cualquiera que sea el sol que lo anime y la oscuridad que lo cerque; Rieux no sólo manifiesta el heroísmo de la ciudad sitiada soñada por Camus, sino que todos los seres humanos que entregan su vida en nombre de la dignidad sobreviven en la actitud del médico de La peste.
Unas pocas obras logran así lo que Vargas Llosa, en La verdad de las mentiras, escribió a propósito de Santuario: «La vida no es nunca como las ficciones. A veces es mejor, a veces peor, pero siempre más matizada, diversa e impredecible de lo que suelen sugerir aun las más logradas fantasías literarias. Eso sí, la vida real no es jamás tan perfecta, redondeada, coherente e inteligible como en sus representaciones literarias».
En el año 2007, Rafael Chirbes publicó su octava novela, Crematorio, texto monumental por expresión y ambición, que hizo evidente para un público más amplio lo que para algunos lectores constituía un secreto a voces desde hacía tiempo. Que, con permiso de Juan Marsé, Chirbes es el mayor novelista en activo de nuestro país. Aquella obra feroz y bellísima podía resumirse en una idea expresada por el personaje de Federico Brouard, notario de cierta idea de fatalidad: «Vivimos en un lugar que no es nada: derribo de lo que fue y andamio de lo que será».
Un lustro después, En la orilla completa y confirma las intuiciones recogidas por su hermana de leche, hasta componer un díptico tan espléndido como trágico acerca de la realidad española, hoy dominada por el último rostro de la ideología del miedo: la crisis económica. Una crisis que, en manos de Chirbes, se convierte en radiografía del pantano en que navegamos y naufragamos día tras día, amenazando con transformar en tierra baldía algo más que un simple paisaje de grúas, adosados y residencias de ocio.
La anécdota de En la orilla es simple: un carpintero, Esteban, arruinado por una pésima decisión inversora, debe despedir a los cinco empleados de su empresa mientras observa cómo todo se desmorona. Esteban narra la degradación del entorno físico y moral que le rodea, y mientras lo hace, Chirbes cuenta setenta años de historia de España, desde la muerte de los ideales del abuelo y el padre del protagonista a manos del fascismo, hasta la quiebra del Estado del Bienestar por obra y gracia de políticos, oligarcas y esa nutrida provincia de ilusionistas cuya más perversa conquista ha consistido en la desideologización de quienes un día constituyeron la clase trabajadora a cambio de prometerles el (supuesto) paraíso de la clase media.
Como siempre sucede en las novelas de Chirbes, las líneas maestras de la Historia operan con lentitud, y las catástrofes no se manifiestan de la noche a la mañana, como las setas por efecto de la lluvia otoñal, sino al modo de sedimentos geológicos. Hay que saber leer la entraña del tiempo para entender de dónde proceden los actuales desmanes, la fractura de ese complejo entramado que el progreso y la socialdemocracia nos vendieron como una segunda piel, y por qué, como en la imagen extraordinaria que cierra En la orilla, la serpiente que engañó a Eva no era un demonio tentador que ofreciera nada menos que la fruta de la sabiduría, sino un pícaro sin otro mérito que haberse disfrazado de pulsera de diamantes.
No hay barquero indulgente a esta orilla del tiempo a la que hemos arribado. Ningún óbolo le arrancará una sonrisa. Chirbes, cuyo pesimismo antropológico es conocido, no ofrece argumentos para la esperanza ni recetas para el contratiempo. Sencillamente ha dispuesto, una vez más, los espejos a lo largo del camino, para que nos reflejen sin caridad ni compasión. El resultado, deslumbrante desde el punto de vista literario, es diáfano en la herida que muestra. Somos lo que tenemos, y tenemos lo que hemos cosechado.
Esta ciénaga. Y su visión.



Rafael Chirbes

En la orilla 

Editorial Anagrama, Barcelona, 2013. 19,90 €, 440 páginas


Ricardo Menéndez Salmón es Lcenciado en Filosofía y novelista. Ha obtenido más de cuarenta premios literarios y es reconocido como uno de los narradores españoles más originales e intensos. Sus últimas novelas son La ofensa, Derrumbe, El corrector y Medusa, todas publicadas en Seix Barral.


Rafael Chirbes / Cada novela es un viaje al fin de la noche

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Rafael Chirbes

Cada novela
es un viaje 
al fin de la noche

Por Lorenzo Rodríguez Garrido
9 de abril de 2013

Rafael Chirbes (1949) es una de las voces más singulares de nuestras letras. En 1988 quedó finalista del Premio Herralde con Mimoun, su debut literario, y en 2007 logró el Premio Nacional de la Crítica con Crematorio, una de las mejores novelas españolas del siglo (sí, la serie de televisión, protagonizada por el recién fallecido Pepe Sancho, también es magnífica, aunque desde luego es otra cosa). Entre medias se despliega una obra excelente, pausada, al margen de modas, cuya publicación de En la orilla (Anagrama, 2013) viene a completar esa radiografía social que Chirbes inició hace tiempo y que logra sacar a la luz todas nuestras miserias.
Acaba de regresar de Barcelona. Está contento con la acogida que está teniendo la novela, aunque dice estar abrumado por tantas reseñas y entrevistas. Es un hombre encantador y muy cortés. Hablamos por teléfono.
En la orilla vendría a formar un díptico con Crematorio, su novela anterior. La segunda es un retrato de la especulación inmobiliaria y aquí se cuenta la caída, los rescoldos mefíticos de todo aquello.    
Se puede ver así, pero la verdad es que yo no pienso nunca en ciclos ni en nada de eso. También me dicen que las anteriores podrían ser un tríptico o que La buena letra Los disparos del cazador forman un díptico. Escribo por mis propios impulsos a partir de lo que me desazona, me duele o me asusta. Eso me hace coger la pluma y poco a poco me va saliendo algo en lo que ni siquiera pensaba. Cada novela es un viaje al fin de la noche. Hay autores que tienen una visión más lúcida, más clara, pero en mi caso creo que la novela surge de una mezcla de voluntad y de inconsciente. Hay mucho subconsciente metido en mis novelas que va saliendo a medida que las voy escribiendo.
Yo veo el conjunto de su obra como un todo, una especie de “comedia humana”.    
Sí. Cuando escribí Mimoun, en el año 85 u 86, era un momento en el que todo el mundo miraba a Europa y todo era una comedia ligera y feliz; pues yo volví el foco hacia el sur, miré hacia África y ya puse el primer personaje que sigue la ruta de los que han aparecido hasta hoy: el que no tuvo valor en la transición y le pegó una patada a sus ideales para ascender. Es un tema que aparece en todas mis novelas. En este caso, ese personaje sería Esteban, aunque es un personaje más complejo.
Por su literatura y sus opiniones se trasluce que Vd. es un pesimista antropológico.
Algo de eso tengo. Yo estudié Historia y he vivido 63 años. El bien es algo casi invisible. La historia es un desastre hasta la derrota final. Y en la vida cotidiana también es un bien escaso, es difícil encontrarlo. Yo creo que priman el egoísmo, la voracidad, la lucha por el poder, por el ascenso social, por el dinero, por el sexo… Uno no para de recibir lecciones en ese sentido y, cuando pretendes esquivarlo, te lo encuentras de frente. Valores como la fidelidad o la amistad se dan en lugares cerrados y de manera muy pequeña.
Cito de la novela: A la gente le da todo igual; mientras no le tiren la basura del otro lado de la tapia, ni le llegue el olor de podredumbre a la terraza, se puede hundir el mundo en mierda.
Hay una especie de sálvese quién pueda. Hemos vivido una etapa en la que todos querían participar de la gran tarta y ahora parece que reclamamos solidaridad o piedad hacia los que lo están pasando peor. Pero la mayoría llevamos una vida muy provisional y a casi nadie se le ocurre decir que esta familia se venga a vivir con nosotros, que tampoco sería la solución. Yo creo que ahora es de buen gusto estar indignado, tener corazón, apiadarse de los demás en estos momentos, pero en realidad todo sigue funcionando como funcionaba, porque debajo de esa indignación no parece que haya ningún proyecto político ni social, no hay un sujeto histórico que canalice todo esto. Hace unos años era la clase obrera la que nos iba a llevar al paraíso. Ésa ha desaparecido porque ahora no sabemos cómo nos llamamos los que no mandamos. Hay mucho cabreado, pero también por puro egoísmo. En general, esos movimientos de indignación pueden tener muy malos resultados, como conocemos por la Europa de los años veinte y treinta.
La novela se abre con un cadáver en un pantano y toda ella gira en torno a sus aguas. El pantano funciona como un elemento simbólico.  
Cuando empecé a escribir, lo único que sabía era que tenía que haber un pantano. Me parecía que tenía fuerza. El pantano es lo que se ha quedado detrás de la especulación, detrás de la modernidad, lo que se ha quedado detenido a la vez puro y sucio.
El perro que aparece aquí me ha hecho recordar a ese otro que aparece en La larga marcha.
Sí, en la primera parte de La larga marcha hay un perro y la segunda parte termina con dos perros que se pelean en la basura. En ésta quise empezar donde terminaba Crematorio, que termina con un perro escarbando en la carroña.
En alguna ocasión ha dicho que cada libro que escribe lo hace pensando en otro. En el caso de Crematorio mencionó La Celestina y a Lucrecio. ¿Qué libros ha tenido en mente durante la escritura de En la orilla?
El matrimonio entre La Celestina y Lucrecio sigue estando aquí. El primero me parece un libro maravilloso y Lucrecio ya sabemos que es el padre de todos los materialistas. Yo quería que la novela fuera un pulpo que tuviera ventosas en muchas direcciones, para que no fuera la historia de un personaje, sino el retrato de un país. He pensado mucho en John Dos Passos, en la trilogía, en Manhattan Transfer. Eso me ha servido para tener el valor de colocar esos monólogos. Yo no quería hacer el artificio de colocarlos en una trama, porque me parecía que tenían más fuerza así, que eran un puñetazo más duro. También tenía en la cabeza el Tristam Shandy Historia de una barrica de Swift, en los cuales la acción se va disolviendo en digresiones. La duda que tenía era cómo mantener la tensión del libro, y ha habido que hacer un ajuste de lengua, procurando que no se me bajara el ritmo del libro. Me gusta que el lector pase por el mismo calvario que el autor, que la novela sea para él una especie de descarnamiento, que sea capaz de escuchar cosas que no le apetece oír sobre sí mismo.
Supongo que estará un poco harto de la etiqueta de escritor realista.
El realismo cae en una polémica que califico ya de cansina. En España fue especialmente virulenta en los años 70. Se decía que cualquier realismo era vulgar, antiestético, que no tenía ninguna calidad literaria. Pero cualquier indagación sobre uno mismo es una indagación sobre el mundo. Yo no puedo hablar de Chirbes sin contar lo que está pasando en el pueblo donde vivo. Luego está la visión de los esteticistas, que pretenden que la literatura sea un mundo aparte. Proust es un escritor realista, nos está contando la Francia de su tiempo. Yo salgo de él, como salgo de Musil, de Döblin, de Marsé. En el realismo puedo emplear las técnicas que me dé la gana lo mismo que hacía Galdós; su Torquemada sueña, tiene fantasías. La literatura no se puede separar de la vida, es fruto de su tiempo.
En la novela menciona a Blasco Ibañez.
Le hago un homenaje con una frase que saqué de Cañas y barro y que dice algo así como que el agua del pantano tiene reflejos de té. Fue un novelista extraordinario y luego muy despreciado precisamente por los esteticistas, pero tiene novelas espléndidas (Arroz y tartanaLa barraca, La hordaEl intruso, lectura muy útil sobre el País Vasco) y después una maraña de novelas malas que han enterrado a las otras. A Sender le ocurre igual. Imán es una de las mejores novelas sobre la guerra, brilla como ninguna otra novela de principios de siglo en España. Siete domingos rojos y los primeros tomos de Crónica del alba también están muy bien.
Quizá Sender es poco leído porque estuvo en el exilio. Lo mismo que Max Aub.
Sí. En el fondo, todas estas discusiones suelen tener un trasfondo político. En la Transición hubo una operación de barrido de todo lo que suponía la memoria histórica, que después intentaron recuperar con las tonterías de Zapatero, cuando los socialistas fueron los que hicieron todo el trabajo de la Movida, en la cual invirtieron millones y millones en financiar conciertos, cantantes, pintores, fotógrafos, etc. Todo porque íbamos a entrar en Europa y había que borrar que éramos un país cainita. Fue entonces cuando se desalojó a todos los del exilio. Y luego con el sambenito de que son antiguos y españoles, para qué queremos más; pero resulta que Galdós y Clarín son los autores más cosmopolitas de su tiempo, viajan a París y conocen las literaturas extranjeras. Y Max Aub escribe casi toda su obra en el extranjero, habla un montón de idiomas y está en contacto con escritores franceses y alemanes.
Hace poco, en una entrevista, mencionaba a Fernando Aramburu y la última novela de Andrés Trapiello. ¿Está muy al tanto de la literatura española actual?
La sigo a saltos y por temporadas. Leo todo lo que va publicando Anagrama porque me mandan los libros. Por cierto, ha sacado dos o tres libros seguidos que me han gustado mucho: En tiempos de luz menguante, de Ruge; Limónov, de Carrère y Dos historias nada decentes, de Alan Bennet. Me gusta muchísimo Mauvignier. Tiene una novela maravillosa, durísima y hermosísima que se titula Hombres. Y de los españoles pues me interesan Pombo (Contra natura es excelente), Barba… También me ha gustado El anarquista que se llamaba como yo.
Rafael Chirbes es uno de los grandes novelistas españoles de las últimas décadas y uno de los cronistas más certeros de la España contemporánea. Entre su obra destaca La caída de MadridLa larga marchaMimoun o su penúltima novela -adaptada por la televisión y Premio Nacional de la Crítica- titulada Crematorio.
Lorenzo Rodríguez es un joven periodista y divulgador cultural. Fue uno de los fundadores de la revista Culturamas y es director editorial de la revista Otro Lunes. Ha colaborado con varias editoriales en labores técnicas y creativas.


Berta Lucía Estrada / Yasmina Khadra e Ingrid Betancourt

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YASMINA KHADRA 
E INGRID BETANCOURT
Por Berta Lucía Estrada


Yasmina Khadra (jazmín verde), es el seudónimo del escritor argelino Mohammed Moulessehoul (1955). Khadra vive actualmente en Aix-en-Provence y su obra literaria ha sido escrita en francés, no sólo porque nació cuando Argelia era aún una colonia francesa, sino porque cuando estaba en el colegio el profesor de árabe criticaba y rechazaba su forma de escribir y el de francés lo estimulaba y apoyaba; por lo que desde entonces escribir en dicha lengua se convirtió en algo natural. Es de anotar que Yasmina Khadra fue galardonado con el Gran Premio de Literatura Henri Gal 2011, concedido por la Academia Francesa, por el conjunto de su obra literaria.


Hace algunos años compré uno de sus libros, Las Golondrinas de Kabul, pero como muchos otros ha estado en la estantería de mi biblioteca esperando su lectura, ya que soy una compradora un poco compulsiva; así que a veces los libros me esperan algún tiempo para ser leídos. Y esta semana volví a encontrarme con el autor en cuestión al adquirir L’équation africaine (Éditions Julliard, Paris, 2011). Si bien al principio pensé que me encontraba frente a una pequeña joya sobre la condición humana, poco a poco este sentimiento fue cediendo, hasta tener la impresión de estar leyendo un bestseller y al final creí estar viendo una telenovela colombiana, de esas que hacen llorar a medio país varias veces a la semana. Pero sobre todo, tuve la impresión que el tema había sido escogido gracias a No hay silencio que no termine de Ingrid Betancourt. El libro de Khadra narra el secuestro de un médico alemán y de su amigo, un empresario que dedica parte de su fortuna personal a la ayuda humanitaria, por parte de una banda de rebeldes sin causa de Somalia.

Ahora bien, si hay un aspecto que resalto del libro de Betancourt, es la discreción a la hora de mostrar el horror al que se vio enfrentada; es un velo de pudor que mitiga lo que podría ser un cuadro dantesco. En cambio, en Khadra ese pudor es inexistente; más bien se tiene la impresión de ser un observador de primera fila en un circo romano del siglo XXI. Su libro es bastante realista, como si aún estuviese escribiendo para lectores decimonónicos. Pienso que la gran diferencia es que mientras que Ingrid Betancourt experimentó en carne propia siete años de infierno, Yasmina Khadra sólo ha imaginado lo que puede ser el descenso a los infiernos. Su lenguaje es cruel, despiadado, descarnado, no disfraza las palabras. Y si bien el Dr. Kurt Krausmann, el personaje principal, aprende a conocerse a sí mismo a medida que sobrevive al terror, a la manera de un viaje simbolista, un viaje al interior de sí mismo; el autor se pierde al regodearse en pequeños detalles de golpes y sangre. Sobra decir que la lectura de L’équation africaine no me produjo mayores sensaciones, más bien me dejó fría y en algunos pasajes más bien me produjo desagrado.



“No hay silencio que no termine", es un verso de Pablo Neruda, que pareciera que hubiese sido escrito para darle un título al libro de Ingrid Betancourt. Confieso que no he sentido ningún deseo de leer los testimonios que desde hace algún tiempo están apareciendo en las librerías colombianas, supuestamente escritos por las personas que han sufrido el oprobio del secuestro. No obstante, la entrevista de Héctor Abad Faciolince a la autora, y su comentario lúcido, como todo lo que él dice o escribe, que se trata de una verdadera obra literaria, me sembró el interés por su lectura, el cual se incrementó con el artículo de Santiago Gamboa; entrevista y comentario publicados por la prensa en el segundo semestre de 2010. Lo leí despacio, tratando de sumergirme en el horror descrito en las 689 páginas de Même le silence a une fin, Editions Gallimard, 2010. Lo leí en francés, ya que las traducciones rara vez son fieles a las obras originales.

Mi relación con Ingrid ha pasado por diferentes etapas. La primera fue una gran admiración por su valentía; me refiero a las huelgas de hambre que hizo en el Senado colombiano o como cuando se postuló como candidata a la Presidencia de la República. También seguí con mucho interés su campaña, en la que creo recordar que distribuía condones en la calle; uno de los aspectos que influyó en mi decisión de votar por ella, ya que apruebo las posturas contestarias, además de ser un acto de sensatez en un país de doble moral como es el nuestro. Pero cuando fue secuestrada, debo confesarlo, sentí cólera y rechazo, ya que creía que ella había buscado ser secuestrada, no para quedarse 6 ½ años de su vida pudriéndose en la selva, sino para ser liberada en 48 o 72 horas con un comunicado de las FARC, lo que en ese entonces sucedía con alguna frecuencia, y lo que habría aumentado su popularidad. Durante esos años de infortunio me llegó a desestabilizar que sólo preguntaran por ella; ya que era consciente que habían muchas otras personas que estaban sufriendo el mismo calvario. Pero luego hubo un cambio en mi actitud. Cuando regresé a Francia en 2005 y vi su rostro en las Alcaldías de ciudades y pueblos por los que pasaba, entendí que ella visibilizaba la infamia del secuestro. Poco tiempo después yo misma hacía parte de uno de los grupos de apoyo a Ingrid Betancourt. El día de su liberación lloré, sentí que el terror que había vivido, era el mismo que mi país ha experimentado en esta larga guerra fratricida en la que estamos inmersos hace ya más de cincuenta años.

No hay silencio que no termine es un libro muy bien escrito, con una gran riqueza de lenguaje, que muestra el gran dominio que Ingrid tiene del francés. Tuve la sensación que la autora quiso utilizar un filtro que la protegiese de los recuerdos del cautiverio, no hay que olvidar que la lengua materna de Ingrid Betancourt es el castellano; así que al filtrar las palabras en un idioma que es más lógico que el nuestro, aunque sea también de origen latino, permitió que el dolor se atenuara. Ese filtro, al llegar a mí, volvió a operar. Lo leí con sangre fría, antes de leerlo creí que iba a llorar, que me iba a estremecer pensando en la ignominia que le había tocado enfrentar y a la cual yo jamás podría sobrevivir. Pero no, no lloré, ni se me puso la carne de gallina. El velo que Ingrid utilizó para no exponer su dolor en una vitrina como si fuese una herida supurante, sino más bien como un velo de una textura fina, cuyo material es el pudor, le permitió mostrar la adversidad y el delirio humano. Pienso que esa es la gran estrategia literaria que hace que su libro no sea un simple testimonio de una víctima, sino un libro sobre la condición humana.

No hay silencio que no termine nos muestra la vileza en toda su dimensión. Es un fresco de las bajezas y de la humillación, a las que somos capaces de llegar cuando la frontera entre la razón y la locura se hace tan tenue como una simple vara en la que caminamos como funámbulos. Pero también es el fresco del deseo de poder que puede apoderarse de nosotros cuando somos incapaces de ver en el otro a un ser humano con nuestras mismas debilidades, necesidades, angustias. Estoy convencida que para las FARC este libro es un golpe enorme, como si se tratase de un bombardeo de gran magnitud; puesto que nos muestra que todo el supuesto argumento “revolucionario” y “los deseos por una sociedad más justa y equitativa” son una gran falacia en el corazón de una guerrilla que hace tiempo está en los estertores de una enfermedad terminal, pero que por una u otra razón, se niega a morir; aunque todos conocemos la verdadera razón, sabemos que el narcotráfico, la guerra y las ganancias, con multitud de ceros a la derecha, evitan que haya una luz al final del túnel.


EL HILO DE ADRIADNA



FICCIONES

DE OTROS MUNDOS
Amélie Nothomb / Cuando escribir es sinónimo de fabricar

BERTA LUCÍA ESTRADA
Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua,ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia, Canadá y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.


Ingrid Betancourt / La linea azul

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LA LINEA AZUL DE INGRID BETANCOURT

Por Berta Lucía Estrada
En noviembre de 2010 el libro No hay silencio que no termine, de Ingrid Betancourt, me dejó con la certeza que era una obra muy bien escrita, en la que se sumergía en el laberinto de la condición humana. El libro narra la miseria en la que solemos ahogarnos cuando el poder, o las ansias del mismo, se apodera de nosotros. Creo que nadie más podrá describir el horror del secuestro como lo hizo ella; tampoco creo que sea fácil igualar la descripción del descenso a los infiernos que vivió en los siete largos años de su cautiverio por parte de la guerrilla, más que anacrónica, de las FARC.
No obstante, la lectura de su tercer libro, La ligne bleue (Ediciones Gallimard 2014) no me causó la misma impresión. También es cierto que un autor no tiene que repetir las emociones o las impresiones que se han tenido con respecto a una obra anteriormente publicada; pero al menos uno creería que si debería de tratar de superar la calidad literaria, o al menos igualarla. Y no es éste el caso, aunque por supuesto, es sólo mi apreciación, lo cual no significa que a otra persona pueda parecerle excelente
La línea azul es un libro que no suscitó en mí ningún interés, como no fuera el leerlo hasta el final para poder decir porque no me había gustado. Ni siquiera me preocupé por subrayar una frase, o por escribir alguna nota al final del libro, como suelo hacer la mayoría de las veces. Es un libro que se pierde en una maraña de tiempos que a mi parecer sobraban. Es como si la autora se hubiese sentado al frente de un rompecabezas ya armado, y luego hubiese separado pieza por pieza para volverlo a armar según su propia visión del panorama original. Creo que si hubiese utilizado la narración en primera persona, el resultado hubiese sido mucho mejor. Pero mezcló la historia, el testimonio y la ficción en una licuadora, y luego olvidó pasar la mezcla por el cedazo. Y no digo que eso no pueda hacerse, pero el resultado en este caso es bastante malo. El lenguaje de No hay silencio que no termine, su enorme riqueza, se diluye en La línea azul.
La lectura del libro en cuestión me hizo pensar varias veces que su escritura podría haber sido a cuatro manos, ya que cada vez que Ingrid Betancourt trata de hacer ficción deja atrás la calidad estética de No hay silencio que no termine. La parte histórica, concerniente al retorno de Perón y al coletazo de terror que llegó con el dragón bicéfalo de la AAA (Alianza Anticomunista Argentina), hace parte de los capítulos que se salvan de esa maraña que trató de tejer. Y cuando digo que pudo haber sido escrito a cuatro manos me refiero a una práctica muy común en Francia, imagino que pasa igual en cualquier país, y es la figura del escritor negro. Palabra bastante racista por supuesto, con la que se denomina al escritor desconocido y pagado por la editorial; o sea, es el escritor que se encarga del libro que luego será publicado con el apellido de un escritor famoso, lo que garantiza el éxito editorial, al menos el éxito pecuniario.
Siempre he creído que a muchos autores les publican por su nombre, porque pertenecen a una red privilegiada en la que las mejores casas editoriales se pelean por sacar un libro con su firma, sin importar la calidad literaria del libro que sale al mercado; y éste podría ser un caso fehaciente de este mercado editorialista, en que lo que cuenta es la posibilidad de obtener grandes ganancias en desmedro de la calidad estética de la obra publicada. E Ingrid Betancourt aparentemente cayó en las redes que prostituyen el oficio literario. Muchos dirán que un escritor necesita ganar dinero, pero no creo que sea su caso. Se ha dicho que No hay silencio que no termine le habría dado ganancias más que exorbitantes, así que esa disculpa no sería válida en este caso.
La línea azul,  probablemente será un bestseller, pero no pasará a la historia de la literatura como una obra de calidad. También es muy posible que luego sea llevada al cine, o a la televisión, de eso no me cabe la menor duda; y a lo mejor el resultado sea bastante bueno, ya que si bien es un novelón barato, como guión cinematográfico no está mal.
No obstante, hay un aspecto que quiero resaltar de La línea azul, y es el cambio político que ha tenido su autora. Cuando Ingrid Betancourt fue liberada agradeció hasta el delirio a Álvaro Uribe. No le faltaba razón. Pero sus palabras siempre fueron de elogio por su figura, sin que hubiese mediado un análisis crítico de los terribles años de su mandato. Si No hay silencio que no termine era una obra en la que pone en evidencia el infierno de las FARC, su podredumbre, el terror que impera en sus filas, la pesadilla de caer en sus garras, el nepotismo, la ignorancia, el fanatismo y la ceguera, en La línea azul nos muestra que esa condición infrahumana, de una izquierda anquilosada que repite los mismos crímenes de  Stalin, es la misma ideología disfrazada de extrema derecha. Es la ideología de un Mussolini, de un Franco; tan caras a las dictaduras de los años 70 en el Cono Sur. La línea azul me hizo entender porque Ingrid Betancourt se alejó de Uribe,  y que se dio cuenta que él no podía retornar al poder bajo la máscara de muerte de su escudero Oscar Iván Zuluaga; lo que seguramente contribuyó en su aceptación tácita al proyecto de paz de Santos. Postura que no dejo de aplaudir, ya que constato que recobró la cordura, y que estos años de libertad le han servido para analizar la política en Colombia.

BERTA LUCÍA ESTRADA
Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua,ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia, Canadá y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.


Amélie Nothomb / Cuando escribir es sinónimo de fabricar

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AMÉLIE NOTHOMB, CUANDO ESCRIBIR ES SINÓNIMO DE FABRICAR

Por Berta Lucía Estrada

23 de agosto de 2015

Hace muchos años conozco el nombre de Amélie Nothomb (Bélgica-1966), pero nunca había sentido deseos de abordar uno de sus libros; sólo lo hice hace dos semanas con su última publicación, Pétronille (Editions Albin Michel-2014). Antes de leer la novela ya había visto la entrevista que le hicieron para el lanzamiento de la obra en cuestión y que corresponde a los 620 libros que hacen parte de la “rentrée littéraire 2014” en Francia. La entrevista me mostró a una mujer, más que enigmática, distante, fría, calculadora; pero sobre todo a una mujer provocadora, tanto por su forma de hablar como por su presentación personal. Es lo que en francés se conoce como une “personne qui dérange” -o sea alguien que incomoda-, en este caso no tanto al status quo, como a la sociedad que lo conforma. Uno podría decir que es una mujer “perturbada”, puede ser así; no obstante, yo me inclinaría por creer que es más bien un papel que representa en este eterno teatro que es la vida diaria, lo que me llevaría a decir que más que una escritora es una eterna actriz en un escenario abierto y gratuito; al menos para aquellas personas que desean explorar un poco sobre las miserias o vidas ajenas. Y es que Amélie Nothomb es una escritora que ha hecho de su vida íntima una puesta en escena permanente, puesto que varios de sus libros son en parte autobiográficos, como si su vida fuese un eterno performance y como si sus lectores fuesen eternos espectadores de su vida, de sus fantasmas, de sus logros o de sus fracasos. Su obra más conocida es Stupeur et Tremblements, Albin Michel, 1999 (Premio de la Academia Francesa y Premio de los Libreros del  Québec); libro que fue llevado al cine en 2003 por Alain Corneau. En el 2007 obtiene el Premio Flore y en el 2008 el de Jean Giono.


Améli Nothomb
Poster de T.A.

En 1992 publicó su primer libro y desde entonces no ha dejado de hacerlo, uno por año, para un total de veintitrés libros hasta 2014, una suma enorme; pero poca si se tiene en cuenta que ha escrito ochenta en total. Amélie Nothomb dice que escribe cuatro libros por año, y que luego decide cual irá a la imprenta. Escribe diariamente, con una disciplina férrea que la lleva a ejercer su oficio en cualquier parte del mundo o en cualquier hotel donde sus actividades literarias la conduzcan. Escribe cuatro horas diarias, sin concesiones y sin cambios en su rutina. Es una escritora amada u odiada, pareciera ser que no despierta sentimientos intermedios; muchos intelectuales le reprochan el éxito editorial que cada libro representa, pero eso no le hace mella, ni tampoco a los miles de lectores que la siguen como si se tratase de una nueva deidad.


Amélie Nothomb
Poster de T.A.

Su último libro, en parte autobiográfico, retrata a Stéphanie Hochet en el personaje de la escritora Pétronille. De todas formas Amélie Nothomb no lo negó en una de las entrevistas que le hicieron para la difusión del libro en cuestión. Ella misma acepta que se basó en su amiga para la creación del personaje en cuestión, y que lo hizo porque muy pocas novelas exploran la amistad entre dos mujeres. El libro es un elogio a la amistad, pero también a la champaña.


Amélie Nothomb
Poster de T.A.

Pétronille no solamente no me gustó sino que me parece un libro bastante malo. No sé si sus otros libros sean mejores, pero no me siento con los deseos suficientes de volver a leer a su autora. Creo que sería perder el tiempo y el dinero. Pétronille no deja de ser un libro exploratorio, es una sumatoria de ideas para ser desarrolladas posteriormente en una novela; pero se queda ahí, en unos bosquejos que no logran hacer ni un cuadro ni un libro. Su lectura, más que aburridora, me hizo entender porque la autora dice escribir cuatro libros por año; entendí que escribe y escribe páginas, pero no escribe ni un solo capítulo de un libro que valga la pena, literariamente hablando.
Amélie Nothomb es más bien el producto de esa aberración contemporánea en que las  casas editoriales han convertido a ciertas “plumas”. Las obligan a escribir un libro por año; aunque sobra decir que a ella no la tienen que obligar a nada puesto que se considera a sí misma como una gran escritora; y por supuesto, muy prolífica. Pero escribir no es sinónimo de sacar a la luz todas las “supuestas genialidades” que imagina un autor determinado. En otras palabras yo diría que Nothomb es una gran farsa y un gran engaño. Pero por supuesto, es sólo mi opinión, en ningún momento pretendo que sea una verdad revelada. Esa es la magia de la literatura, no hay verdades absolutas, por lo que cada lector tiene su propia verdad.


BERTA LUCÍA ESTRADA
Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua,ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia, Canadá y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.


Shannen Doherty confirma que tiene cáncer de mama

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Shannen Doherty confirma 

que tiene cáncer de mama

La noticia la ha hecho pública a través de una demanda por impago de su seguro

Shannen Doherty tiene cáncer
Shannen Doherty con su marido Kurt Iswarienko en 2010. / AGOSTINI (AP)
Shannen Doherty, conocida durante años como "la mala" deSensación de vivir, dio hoy a conocer que padece cáncer de mama. Una noticia que confirmó en la demanda que ha presentado contra la compañía Tanner Mainstain, que actuaba como su mánager a la vez que representaba a la actriz y controlaba sus finanzas. La intérprete de 44 años asegura en la demanda que la compañía no hizo los pagos necesarios para renovar su seguro y la dejó sin poder recibir la atención médica necesaria de sus doctores.
"Es cierto, tengo cáncer de pecho y en la actualidad estoy en tratamiento", aclaró la intérprete de otras series como Embrujadas en una entrevista a la revista People en la que recalcó que tiene una actitud "muy positiva" ante la enfermedad y agradece las muestras de apoyo y cariño. "Sigo comiendo bien y hago ejercicio", agregó.

Sin embargo en los documentos legales filtrados por TMZ, la actriz señala que si bien su diagnóstico le llegó en marzo de este año los doctores que la atendieron la informaron de que el tumor se había ramificado en 2014 "cuando no tenía seguro" según recalca en la demanda. La intérprete describe en los mismos documentos que su cáncer es invasivo y presenta metástasis "al menos" en un nódulo linfático.
Niña prodigio de la televisión que consiguió uno de sus primeros trabajos gracias a la ayuda de Michael Landon en La casa de la pradera, Doherty también fue conocida durante años por su comportamiento rebelde en los sets, donde se le acumularon los escándalos y las deudas. Su papel más conocido como a Brenda Walsh en la serie de Aaron Spelling Sensación de vivir acabó cuando su personaje fue eliminado de la trama tras cuatro temporadas. Lo mismo ocurrió con Embrujadas, donde su personaje "murió" en el guión de la tercera temporada de la serie y puso así fin a las tensiones que se vivían detrás de las cámaras entre las actrices de este episódico juvenil. Casada en tres ocasiones, Doherty también ha posado desnuda en repetidas ocasiones para la revista Playboy.

Según la demanda impuesta a la compañía Tanner Mainstain, la intérprete podría necesitar quimioterapia y mastectomía como parte del tratamiento contra el cáncer. "De haber estado asegurada y haber podido acudir al doctor el cáncer podría haber sido detenido y eso habría evitado futuros tratamientos (incluida mastectomía y quimioterapia)" que Doherty tendrá que sufrir con toda seguridad, añaden los mismo documentos. Su diagnóstico también la ha dejado incapacitada para trabaja y la ha hecho incurrir en numerosos gastos médicos aunque no se especifica una cifra.
La demanda indica que Tanner Mainstain no pagó el seguro médico de la actriz como le correspondía desde noviembre de 2013, dejándola sin cobertura médica durante todo 2014. En lugar de informarla de la situación en la que se encontraba la demanda indica que prefirieron cesar su representación en febrero de 2014. Doherty pudo finalmente acudir a un médico gracias a la cobertura médica que ofrece el Sindicato de Actores al que pertenece.




Sharon Stone / Desnuda a los 57

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Sharon Stone
DESNUDA A LOS 57
Cuánto te hemos echado de menos, Sharon Stone. La actriz posa desnuda y espectacular a los 57 años en el número de septiembre de la revista Harper’s Bazaar. En la entrevista, explica todo lo que pasó después del derrame y hemorragia cerebral que sufrió en 2001 y que le afectó al habla, y al caminar; y no podía leer. Un golpe durísimo para una actriz. En uno de los pocos papeles que consiguió poco después, como actriz invitada en Ley y Orden, Stone se olvidó de sus frases. “Fue humillante. Después de haber trabajado con los mejores de la industria, pensaba: ‘Soy la última de la fila”.
Después de más de dos años de recuperación, Stone dice que la principal secuela que le ha quedado es que tiene “más inteligencia emocional”. “Elegí trabajar muy duro para abrir partes de mi mente. Ahora soy más fuerte. Puedo ser demasiado directa. Eso asusta a la gente, pero no es mi problema. He sufrido daño cerebral, ahora tú te apañas”, se ríe.
Sharon Stone posó desnuda por primera vez para Playboy en 1990 y en 1992 se convirtió en sex symbol mundial con Instinto básico. En la sesión para Harper’s Bazaar asegura que esas fotos fueron más fáciles de que las de Playboy. “Soy consciente de que mi culo parece un bolsa de pasteles de avena”, bromea. “Pero no estoy intentando ser la tipa más guapa del mundo. En un momento dado empiezas a preguntarte, ‘¿Qué es sexy en realidad?’. No es sólo la altura de mis tetas. Es estar presente y divertirte y gustarte a ti misma lo suficiente para gustarle a la persona que está contigo. Si creyera que sexy es intentar ser quien era en Instinto básico,entonces todos estaríamos teniendo un día complicado hoy”.
La actriz estrena en otoño la serie Agent X en la que interpreta a la vicepresidenta de EE UU que al llegar a la Casa Blanca descubre que está al cargo de un agente encubierto. Además, está rodando Mother’s Day, con Christina Ricci y Courteney Cox.
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Al final de la entrevista se queja de su vida personal, y de que los hombres creen que “es divertida” cuando está intentando tontear con ellos. “¿Crees que piensan que soy hetero? Creo que tienen dudas porque tengo tantas amigas lesbianas”. Y termina con una invitación: “Si hay alguien ahí fuera que sea un adulto y quiera pedirme salir, por favor, llamad a Harper’s Bazaar”.
#vivaSharonStone

EL PAÍS

BORRAR LUEGO:
http://cinemania.es/blog/fotos-del-dia-sharon-stone-posa-desnuda-y-espectacular-a-los-57-anos/


Megan Fox y Brian Austin Green se separan tras 11 años de relación

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Megan Fox

Megan Fox y Brian Austin Green 

se separan tras 11 años de relación

La pareja, que tiene dos hijos, tenía decidida la separación desde hace seis meses

Megan Fox y Brian Austin Green
Megan Fox y Brian Austin Green. / KEVIN MAZUR/TCA 2010
Los actores Megan Fox y Brian Austin Green se separan después de 11 años juntos. La pareja decidió poner fin a su relación hace seis meses luego de muchas discusiones relacionadas con el tiempo que la actriz le dedica a su carrera profesional.
Según informaron fuentes cercanas de la pareja a la revista US Weekly, las tensiones en la intimidad de la relación eran insostenibles y tenían que ver con la constante ausencia de Megan en su hogar debido a sus compromisos laborales.
Megan, de 29, y Brian, de 42, se conocieron en 2004 cuando grabaron la serie Hope & Faith. En 2006 se comprometieron por primera vez, pero en 2009, la pareja interrumpió sus planes de matrimonio. Sin embargo, un año después Fox y su novio se daban el sí en secreto en una playa de Hawaii. Los actores tienen dos hijos juntos: Noah, de dos y Bodhi, de 18 meses.



Shannen Doherty / Desnuda en Playboy

Rafael Chirbes / Literatura y críticos

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CARTAS AL DIRECTOR

Literatura y críticos

JUAN RAMÓN CAMPOS Madrid. 1 NOV 1996


La literatura está destinada a ella, al alma. En los últimos días, Antonio Muñoz Molina e Ignacio Echevarría han protagonizado un curioso encuentro en las páginas de este diario, con un tercer invitado, Rafael Chirbes, y su novela La larga marcha. Echevarría propone un modelo para el crítico de una obra literaria totalmente erróneo olvidando que esta última, la obra, es, y debe ser siempre, patrimonio del lector. No se puede crear distancia entre el texto y tú, tienes que estar dentro de él; la objetividad es imposible en la literatura. O lees, o mides y clasificas como propone Echevarría. Una obra no es el peso y la altura de la misma, es emoción, sentimientos quizá, rabia o dolor. Esto último es lo que hace Muñoz Molina, contarnos su emoción, su noche en vela y el desgarro que produce Chirbes a través de las páginas. Tener folio y medio para condenar a un libro a la hoguera o subirlo a los altares es oficio poco noble; me conformo con medio para que éste, el crítico, me hable de los sentimientos propios que tiene el lector. Chirbes será siempre un autor maldito para la crítica, un autor mal leído por contar, sencillamente, algo que va destinado a ella: el alma.Quien remite esta carta tiene 20 años de edad, es natural de Linares y residente en Madrid por motivos académicos. La polémica creada en tomo a Chirbes esconde un debate mayor que la pasión por un escritor, el oficio del crítico. He seguido este enfrentamiento en las líneas de vuestro diario con expectación. El revuelo que suele levantar Chirbes a la hora de publicar alguna de sus novelas no está inunca exento de polémica.



Rafael Chirbes / Mediterráneos / Reseña

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Rafael Chirbes

MEDITERRÁNEOS

Chirbes reúne sus relatos de viajes mediterráneos, de Benidorm a Egipto

MIGUEL MORA Madrid 31 OCT 1997

Están Creta, Estambul, Venecia Lyon y Génova, El Cairo, la Valencia "golfa", Alejandría o Benidorm. Pero no aparece por ejemplo Barcelona. Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna 1949) la considera "una ciudad más báltica y nórdica que mediterránea: hay tanto diseny que parece Helsinki". El nuevo libro del autor de Los disparos del cazador se titula Mediterráneos. Lo ha editado Debate y reúne una docena de relatos de viajes publicados en la revista Sobremesa. Retocados o resumidos ahora por Chirbes, forman lo que el editor Constantino Bértolo calificó en la presentación -junto a Ana Puértolas- como "la historia de una mirada".Chirbes dijo que describe y reflexiona sobre sitios y gentes tocados por ese mar para "tratar de entender mejor dónde he estado y lo que soy". Después de pasar 40 años "huyendo de ser valenciano", y alentado por el espíritu de El Mediterráneo y el mundo mediterráneo, del historiador francés Fernand Braudel, Chirbes relee su historia personal "ordenando esos colores y paisajes cotidianos que a veces nos parecen vulgares pero son piezas de una gramática distinta".
Su prosa se mueve entre la luz y la melancolía, entre el presente de "un mar de escombros y destrucción" y el pasado de ese "espacio luminoso que alguna vez existió en un tiempo y lugar inexistente: la felicidad". El viaje oscila entre la ironía y la emoción. Incluso con Benidorm, "cristalización del Estado de bienestar, lugar piadoso que recoge los detritus del primer mundo, ancianos que a los 92 todavía aman, bailan y arriman la cebolleta, refugio de cuarentones de muy buen ver, jubilados prematuros de la minería o el acero".



Rafael Chirbes / Premio de la Crítica

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Chirbes, Selva, Porpetta y Aguirre obtienen los Premios de la Crítica

EZEQUIEL MOLTÓ Alicante 25 FEB 2001


Los poetas Antonio Porpetta y Francisca Aguirre, el novelista Rafael Chirbes y el ensayista Enrique Selva obtuvieron ayer los Premios de la Crítica Valenciana que se fallaron en el Centro Municipal de las Artes de Alicante.
Antonio Porpetta, nació en Elda, aunque reside en Madrid y ha obtenido este galardón por su libro de poemas Silva de extravagancias. El autor muestra en este libro una clara evolución poética. 'Se inicia con una poesía sensorial y en estos últimos años ofrece una obra de meditación y reflexión, en la que la vida, la muerte o las atrocidades de la historia, como la guerra de Kósovo están presentes', explicó, Ricardo Bellveser, como portavoz.
El jurado otorgó un reconocimiento especial al conjunto de la obra de Francisca Aguirre por el conjunto de su obra Ensayo general (Poesía completa1996-2000). La autora es alicantina e hija del conocido pintor Aguirre, famoso republicano, y persona comprometida con la sociedad.
En la modalidad de narrativa el premió de la Crítica recayó por unanimidad en Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949) por la novela La caída de Madrid. El jurado destacó en la obra de este autor de la General del 68, 'la revisión crítica de la historia que hace el autor, la necesidad de reivindicar la memoria, su estructura y estilo realista', explicaron. La esctructura narrativa de la obra se centra en lo ocurre un día antes de la muerte de Franco, el 19 de noviembre de 1975. El autor refleja 'el fervor revolucionario y el temor' que tenía la sociedad española ante la nueva época que se inauguraba. 'Es todo un reto dedicar una novela a contar sólo un día en la vida de los personajes', explicó el portavoz del jurado.
Y el ganador en el apartado de ensayo fue Enrique Selva por la obra Ernesto Giménez Caballero. Entre la vanguardia y el fascismo. El autor ofrece una visión detallada y completa de la obra de Gimémez Caballero, un político que impulsó en los años 20 la Gaceta literaria, crisol de vanguardias y de reflexiones en un momento clave para la historia de España. Selva es doctor en Historia y profesor en la Universidad Cardenal Herrera de Valencia, donde reside.
Los premios de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos literario fallado ayer cuentan con el patrocinio de la Consejería de Cultura, la Diputación de Alicante y el Ayuntamiento.



Rafael Chirbes / Reflexiones de un escritor letrado

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Rafael Chirbes

BIOGRAFÍA

EL NOVELISTA PERPLEJO

Reflexiones de un escritor letrado


NORA CATELLI 15 MAR 2003


Un libro de pensamiento literario. Un volumen de reflexiones de Rafael Chirbes en torno a su propia labor novelística y a la obra de autores como Max Aub y Juan Marsé.
De todos los practicantes de las artes de la palabra, los novelistas han sido los primeros en querer desligarse de la cultura letrada. Seducidos por otros lenguajes - el cine, la televisión, el cómic, el vídeo-, muchos han abandonado la idea de que existe una tradición que deben conocer: proclamar que no se ha leído la Celestina, el Quijote o el Ulises de Joyce ha sido saludado como acto de valentía y sinceridad que sólo puede atraer lectores, en lugar de ahuyentarlos, como sería lógico: ¿para qué leer a aquel que se jacta de no haber leído? Pero aunque podamos ser señores de nuestras jactancias no lo somos de nuestra memoria: lo no leído no es más que lo leído sin querer; o sea, sin pensamiento. El fenómeno no es sólo español: cada sociedad literaria posee sus practicantes de esta ingenuidad sistemática y asombrosa. No es la única; hay otro modo paralelo de ingenuidad, en este caso pedante más que orgullosamente ignorante: la que proclama no necesitar "literatura secundaria" en su acceso a los clásicos y finge la experiencia sublime del contacto directo con Dante, por ejemplo.

EL NOVELISTA PERPLEJO

Rafael Chirbes
Anagrama. Barcelona, 2003
196 páginas. 13 euros
Rafael Chirbes no incurre en ninguna de estas prácticas. No quiere ser iletrado ni tampoco finge que no lee crítica: El novelista perplejo es un libro de pensamiento literario -desde la cultura letrada y a partir de ella- en el que hay artículos de distinto origen acerca de problemas -técnicos, históricos, sociales- propios del arte de la palabra. Sobre todo, Chirbes no supone que nació novelista: no da por supuesto que cualquier experiencia vivida -aun la más banal- es transmisible cuando se publica ficción. En pocas ocasiones se refiere abiertamente a sus paisajes personales, y cuando lo hace estas alusiones se enlazan con otros destinos literarios. En primer lugar, con el de Juan Marsé: el homenaje irrestricto a Si te dicen que caí es una de las piezas más convincentes que he leído sobre esta novela extraordinaria. En segundo término, con el de Max Aub; los tres ensayos que aquí se le dedican, de gran extensión y riqueza de matices, lo convierten en una suerte de espejo sobre el cual proyectar los efectos actuales de los debates en torno de la novela castellana.

Si con Aub, Chirbes erige una imagen compleja -en el cruce de vanguardia, exilio, conflicto lingüístico y función social del escritor-, en los trabajos dedicados a Borís Pilniak, Ford Madox Ford, Francis Bacon o Juan Eduardo Zúñiga trata de pensar en ciertos desafíos de la técnica definida como "lugar desde el que se mira" (página 53): experimento, perspectiva, construcción del narrador y vínculo entre historia y novela. Esos desafíos no se convierten en certidumbres, sino en estímulos para la reflexión: en El punto de vista se pueden rastrear todas las posiciones e indecisiones en torno de la relación entre búsqueda literaria y tradición, mientras que en Psicofonías (Legitimidad y narrativa) se hace un repaso detallado a la cuestión del realismo, auténtico y recurrente punto de toque de la narrativa actual.

Quizá cuando parafrasea posturas críticas que no le convencen demasiado, Chirbes parece repetir objeciones antes oídas o resumidas que transitadas con atención. Según su propuesta, si lo he entendido bien, la "literariedad" aludiría a una literatura autosuficiente, "que no mira fuera de la literatura" ( página 23). Sabemos, sin embargo, que el término no se refiere a tal cosa, sino a aquello que hace que cualquier texto -un poema, un eslogan, una canción de cuna, un cuento- pueda ser leído como literatura. Sería en todo caso lo contrario de lo que Chirbes alude. Da más bien la impresión de que con esta palabra parece aquí señalarse una suerte de sospechosa concomitancia, en las letras españolas de la transición, entre "la escritura como brillante fruto de ingenios superiores" (página 23) y prestigio literario. No queda claro, en las páginas que siguen, qué se opondría a semejante bando excluyente.

No obstante estas dubitaciones, Chirbes no erige para sí mismo un sitial de creador que lo exonere de la práctica de la confrontación intelectual o de la reflexión: en ese sentido, su libro es una inteligente y tácita refutación del abandono de las funciones letradas por parte de los novelistas. Incluso, a pesar de sus reticencias ante "eso que llaman intertextualidad" (página 81), él conscientemente deja las huellas de sus lecturas no sólo en las citas explícitas, sino también en el modo de argumentar. Y, después de todo, eso y no otra cosa es la "intertextualidad": una red de pistas de lecturas que, con voluntad de ser descubiertas, dejan los textos. Y la red de Chirbes dibuja un recorrido exigente y nada caprichoso por la genealogía propia de la novela castellana, por los hitos de la modernidad literaria y por sus exigencias formales y éticas.




Muerte de un escritor

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Truman Capote
Fotografía de Irving Penn


Muerte de un escritor

Los escritores no mueren. Cuando un escritor muere, si es que muere, regresa. Nunca se va. Es un rayo que no cesa, como si de un modo u otro siempre hubiese tormenta, aun en verano. Huye lejos y se queda. Escribe en círculo. ¿Quién diría que Rafael Chirbes se fue, o que está muerto? ¿Murió acaso Robert Stone? ¿Murió James Salter? ¿Y Lemebel, y Tranströmer, y Galeano, y Grass? Si sientes muy próximo a un escritor, pues acarreas el peso de sus libros contigo igual que si fuesen las llaves de casa o el dinero justo para el pan que llevas en el bolsillo, su ausencia repentina produce un extraño vacío. Es normal. Se llama tristeza y desolación, y posee sus trámites. Pero no duran mucho. De pronto, escuchas otra vez el titileo de los libros, persiguiéndote. Un fantasma personal no desaparece, por mucho tiempo que pase. En el fondo, una novela que no olvidas, como La larga marcha o Dog Soldiers o Quemar los días, centellea también dentro del bolsillo, y en ocasiones, la fricción entre frases causa un incendio que te alcanza. Es grato.
La muerte del escritor, si eso fuese posible, al principio resulta inhumana, pues crees que te adeudaba un nuevo libro. Abre un enorme socavón en el salón de tu casa, justo en el lugar que ocupa la novela que no escribió. Lentamente, releyendo lo viejo, que no deja de ser nuevísimo, te repones.
Al poco de fallecer Truman Capote, en agosto de 1984, Gore Vidal, a quien lo unía una enemistad profunda y querida, hizo unas enigmáticas declaraciones a una periodista: "¿Su muerte? Creo que es buena para su obra". La frase, observada desde lejos, parece una de esas maldades que exige años armar. A medida que uno se aproxima, sin embargo, y repara en los entresijos de la oración, ya duda. Después de todo, cuando la obra es lo único que queda de un autor, siempre refulge.
El escritor nunca desaparece completamente; no sabe. Fallece sólo para decir que está aquí, presente, y que es hora de releerlo. Pongamos que muere mal, y eso es bello. Sigue escribiendo, para sembrar la idea de que su fallecimiento fue un crimen injusto que se puede reparar. La muerte es un invento de la literatura, igual que el amor, el paso del tiempo o Nueva York. Si el autor es bueno se va diciendo "me voy, me voy, me voy, pero me quedo, pero me voy, desierto y sin arena". Al final muere, sí, aunque no mucho; de mentira.



Tumbas / Albert Camus

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Tumba de Albert Camus

Albert Camus


Mondovi (Argelia), 7 de noviembre de 1913
Villeblerin (Yonne, Francia), 4 de enero de 1960
Cementerio de Lourmarin, Francia

La revancha de Albert Camus

Conmueve la devoción que suscitan algunos escritores. Esta mañana visité el cementerio de Lourmarin, un pueblo del sur de Francia en el que está enterrado Albert Camus. Los lectores han convertido su tumba en un modesto santuario, y llegan de todos los países del mundo para traerle lavanda y mensajes de agradecimiento. La lápida es pequeña y austera, una de esas piedras tiernas de color ocre que abundan en la región. No dice nada más que su nombre y, debajo, 1913-1960. Sin embargo, las plantas y los pequeños regalos que la cubren la vuelven singular y acogedora.
El pueblo donde Camus eligió afincarse definitivamente es sencillo y a la vez muy refinado. El autor de El extranjero amaba el fútbol. De joven jugó en el equipo de la Universidad de Argel, aún enfermo de tuberculosis, y en Lourmarin visitaba con frecuencia el estadio. Fueron los futbolistas de ahí quienes cargaron su ataúd hasta el cementerio.
Hijo de padre francés y madre menorquina emigrados a Argelia, creció en ese país antes de vivir en París donde mantuvo con Jean-Paul Sartre una amistad cercana pero llena de rivalidades. Sin embargo, a diferencia de este último, nunca quiso afiliarse al partido comunista ni a sus lineamientos. En una época donde se exigía a los escritores que comprometieran su literatura a una causa, alabó las virtudes del anarquismo. Esto le costó la amistad con Sartre. Camus recibió el premio Nobel a los 44 años, mucho antes de que el autor de El ser y la nada lo rechazara —no sabemos si por dignidad o por exceso de arrogancia—. Influida por Sartre,la inteligentsia parisiense lo expulsó de sus círculos. Durante años, la figura de Camus fue venerada en Francia sólo por los outsiders, los adolescentes y los marginales.
Hay partidos de fútbol que duran mucho más de lo reglamentario. El de Sartre y Camus es uno de ellos. Si bien el autor de El ser y la nadadominó durante la primera mitad, en la segunda —comenzada tras la caída del muro de Berlín— Camus lleva la delantera. En la literatura actual la autenticidad tiene más importancia que cualquier postura política. De ahí que la obra y la figura de Sartre resulte menos apetecible ahora, mientras que la obra de Albert Camus, centrada en el absurdo, en la revuelta y en el amor, resurge concisa y poderosa de un injusto olvido.


Tumbas / Kafka

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Franz Kafka
Ilustración de Triunfo Arciniegas

Franz Kafka

(1883 - 1924)

Cementerio Judío de Praga

Tumba de Kafka


Franz Kafka, de origen checo, es considerado uno de los grandes de todas las literaturas. Su obra es profunda, novedosa, fundamental, y en gran parte póstuma. Público poco durante su vida. La mayor parte, incluyendo textos incompletos, fueron publicados por su amigo Max Brod, quien ignoró los deseos del autor de que los manuscritos fueran destruidos. Fue autor de tres novelas, El proceso (Der Prozeß), El castillo (Das Schloß) y El desaparecido (Amerika o Der Verschollene), la novela corta La metamorfosis (Die Verwandlung) y un gran número de relatos cortos. Además, dejó una abundante correspondencia y escritos autobiográficos.

Kafka se doctoró en Leyes en 1906. 




Diego el Cigala / Soy celoso y sufro

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Diego El Cigala y su esposa, Amparo Fernández

Diego el Cigala
"Soy celoso
 y sufro"

Diego El Cigala, un artista viudo

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Diego El Cigala

El Cigala, un artista viudo

El cantaor actuó en Los Ángeles en homenaje a su esposa, fallecida horas antes del recital


 Los Angeles 21 AGO 2015 - 14:53 CEST

Diego El Cigala y su esposa, Amparo Fernández

“Buenas noches, Los Ángeles. Feliz de poder compartir con tanta gente buena y afición a la buena música. Tanto yo como mis compañeros estamos contentos y felices y, nada, darles las gracias por estar aquí. Thank you, very much”, y comenzaron los compases de Simples Cosas.
No era verdad. El cantante no podía estar feliz. Pero se transformó al subir al escenario. Diego Ramón Jiménez Salazar, El Cigala en los discos y carteles, se ha quedado viudo. La noche antes del concierto a las dos de la madrugada, se apagaba la vida de Amparo Fernández, su pareja durante más de 25 años. Con ella tuvo dos hijos y se convirtió en el pilar más férreo de su carrera.

Diego El Cigala

La audiencia ignoraba que 45 minutos antes, el artista llegó al camerino enfundado en un pijama de corte chino de raso azul oscuro, con la mirada escondida en una gafas de sol y arrastrando las babuchas. Con el cuerpo apoyado en Yelsy Heredi, su contrabajo, repetía “qué barbaridad, qué barbaridad”, mientras sujetaba la cabeza con ambas manos. A medida que pasaban los minutos, Julio César Fernández, road manager, hijo de Amparo, estrenando orfandad, comenzó a dar el último planchado al terno de luto: chaqueta con solapa de terciopelo, camisa blanca y raya en el pantalón. Diego pidió colirio para aliviar los ojos encendidos en sangre y un espray que mitigase la tristeza agarrada a la nariz. “No puedo, no puedo, no puedo”, susurraba. Pero pudo. Pudo más que ninguna noche. Más solemne y metido en sí mismo que ninguna otra actuación. El desenlace, no por esperado, ha sido menos doloroso.

Amparo no quiso alarmar al clan que dirigía con hilos invisibles. Durante seis meses se trató del cáncer que padecía con gran discreción en Miami. El Cigala comenzó a sospechar. No quedó más remedio que decir la verdad, que ese tumor sin importancia estaba tomando el control de la situación. El 8 de mayo, con la noticia caliente, se rompió en un concierto memorable en Carnegie Hall. Nueva York a sus pies. La matriarca, orden en su caos, le pidió que no dejase de cantar, que pasara lo que pasara, siguiera en los escenarios.
En Los Ángeles cumplió la promesa. Con la esposa de cuerpo presente, se entregó como si nunca más fuese a acercarse a un micrófono. Hubo espacio para el desgarro en Inolvidable y su mensaje a medida, “en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse”. En Vete de mí, hizo suyo un verso: “Tengo las manos tan deshechas de apretar que ni te puedo sujetar”.
Ni un atisbo de sensiblería. Solo hubo oro macizo, como las que se adornan sus manos, muñecas y cuello, en la noche más amarga.
Con Soledad llegó el arrebato, sin apenas reprimir el llanto y la voz quebrada: “Para siempre los crespones. Ay, mi soledad. Ay, vuelve ya. Tú, vuelve ya”. La tensión fue mayúscula con Está lloviendo ausencia: “Y nos despedimos así, como si nada, sin mirarnos, sin hablarnos, sin besarnos, sin tocarnos, nos despedimos así como si nada, cada uno a su camino, cada cual con su destino. Se quedó un lugar vacío de tu cuerpo a mi delirio, laberinto insoportable de tristeza”.

La mujer del artista, Amparo Fernández, preparando a El Cigala.ANYA BARTELS-SUERMONDT

No hubo bises ni largas despedidas. Tampoco una confesión final que desatase las emociones. El Cigala fue un profesional con letras mayúsculas, dejó de lado su pena para dar sabor a la vida de los demás. Entre líneas, en notas rotas, se dejó escapar el dolor, que disfrazó con un paseo por las tablas.
“Gracias a la vida”, al final de la canción del mismo título, fueron las últimas palabras del rey de los flamencos. Los Ángeles nunca supo lo que verdaderamente latía en el corazón de ese chico que se crió en el Rastro de Madrid. Diego emprendió el viaje de vuelta a República Dominicana, su lugar de residencia. Allí será la incineración de su mujer, la que por primera vez no estaba al volver al camerino. La ceremonia será en la más estricta intimidad en Punta Cana, su paraíso de paz e inspiración.

Un repertorio con tintes de elegía

Simples cosas
Inolvidable
El día que me quieras
Corazón loco
Soledad
Vete de mí
La vida loca
Está lloviendo ausencia
Bien pagá
Dos gardenias

Hollywood Bowl

Uno de los símbolos de Los Ángeles, un anfiteatro convertido en residencia de verano de la filarmónica. Durante la temporada estival se combinan los clásicos con las grandes estrellas del momento. Hollywood Bowl, es un escenario metido en un cuenco, de ahí el nombre, con la ladera convertida en el graderío perfecto para albergar más de 17.000 espectadores. La combinación de arquitectura e integración con el entorno devuelven una acústica perfecta.
Para la historia, con exposición dedicada a tan señalada fecha, queda la actuación de Los Beatles el 23 de agosto de 1964. Entre los ilustres en este escenario: Sinatra, Joan Baez, The Doors, Depeche Mode, Oasis, Elton John, Ella Fitzgerald, Nat King Cole o Pink Floyd.
En la ciudad, la tradición es llegar una hora antes del concierto, con la cesta del picnic y desplegar las viandas antes de la actuación. Como si Los Ángeles no tuviese 18 millones de habitantes y fuese solo un pueblo en el que imperan el tiempo soleado y un tráfico desastroso.






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