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Juan Manuel Roca / Tres poemas

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Juan Manuel Roca
TRES POEMAS

Paisaje con maletas

Antaño vivía en los condominios de la nada. Aun así tenía una  maleta de cuero de becerro comprada en la peletería de un viejo rumano en mi ciudad andina.  La maleta fue mi almohada en algunos parajes de la zona cafetera, en una estación levantada entre  grandes platanares y rumores de acequias. A veces no sabía si la maleta estaba hecha para salir de viaje o para adelantar el regreso. Hacer la maleta era como fundar un entrevero de caminos. En los retenes, los nerviosos aduaneros me miraban con recelo porque llevaba una brújula rota y chaquetas poco adecuadas para el clima. Dejé de verla cuando apareció la bella, una mulata con algo de corsaria: para negar mi pasado arrojó mi equipaje desde un tren cuando iba llegando a Santa Marta. Luego compré una maleta de lona que me daba un aire de grumete, sin pretender emular a James Cook, el capitán inglés que hacía naufragar el agua. (El legendario capitán recorrió sesenta y cinco mil millas venciendo los témpanos antárticos, las aguas de los trópicos y el temible escorbuto, pero murió de una pedrada a orillas de un mar calumniado de Pacífico). Con esa maleta de lona crucé veloces autopistas, lentas piraguas, camiones con bultos de café o con fardos de caña de azúcar. Terminó descosida y abandonada, no recuerdo si en un hotel orillero de Caucasia o en una playa de menta en Arboletes. Ahora cruzo en un auto el valle del Tolima y pienso en mi equipaje de aventurero adolescente, cuando hasta el hambre resultaba celebrable:  veo un grupo de  desplazados,  sentados en cajas de cartón y a la espera de nadie.


Decálogo para convivir con un fantasma

Los pasos a seguir a la hora de convivir con un fantasma, según los peritos en ausencias, en ruinas y adioses, son diez, a saber:

1. No comprar una casa moderna. Por su repelente limpieza las habitaciones nuevas son despreciadas  por los fantasmas. Si escasean en su pueblo las casas con historia, puede contratar uno de esos arquitectos medio locos que construyen casas viejas.

2.  No está de más alimentar pequeñas arañas en el cuarto de costura o en el desván. Los grises hilos de sus telas son las canas del lugar.

3.  La casa en cuestión debe tener, antes que nada, sótano y escalera. Sin sótanos los fantasmas no se animan a vivir, pues les encanta andar entre sillones viejos, bicicletas oxidadas y retratos de pálidas ausentes.

4.  Hay que dejar al alcance del fantasma trajes de bodas y ramos de flores disecadas, muchos de ellos siguen soñando con raídas sacolevas, con velos y mortajas.

5.  Cuando llegan parientes incómodos e inesperadas visitas que lo obliguen a morar en la alacena, es bueno dejarle a mano un viejo tocadiscos con canciones que hablen de lástimas y olvidos.

6. Si hay cambio de domicilio no se debe invitar al fantasma hasta que la casa no exhiba como una herida de guerra su primera grieta. A su elegancia, a su andadura aristocrática, le repelen las casas sin dolor y sin misterio.

7. Nunca, si la familia tiene la fortuna de un piano de cola, dejar en el atril una partitura de música moderna. A lo máximo que llega el gusto musical de un fantasma, entre valses y mazurcas, es a un tango ruinoso.

8. Cuando escuche que en la noche el fantasma descarga la cisterna del baño o sube las escaleras sin recato, no inquietarse, seguir durmiendo y dejar los sonidos de la casa a su capricho. Hay que saber, como hacemos con el cuerpo, convivir con un huésped clandestino.

9. No sorprenderse si en las mañanas encuentra un periódico fechado en 1839 abierto a capricho del viento. Los fantasmas aman el pasado pero no desean perturbar un tiempo muerto. Por eso solo leen noticias del XIX, detalles de crónicas y costumbres de una época romántica. Por eso se amparan en su vocación de historiadores.

10. Que el fantasma sea, sin mezquindades, el rey de la oscuridad.


Diario de la noche

A la hora en que el sueño se desliza
Como un ladrón por senderos de fieltro
Los poetas beben aguas rumorosas
Mientras hablan de la oscuridad,
De la oscura edad que nos circunda.
A la hora en que el tren tizna la luna
Y el ángel del burdel se abandona a su suerte,
La orquesta toca un aire lastimero.
Una yegua del color de los espejos
Se hunde en la noche agitando su cola de cometa.
¿Qué invisible jinete la galopa?



JUAN MANUEL ROCA
(Medellín, 1946)
Poeta, periodista, ensayista. Coordina, desde hace 24 años, uno de los talleres de poesía que ofrece la Casa Silva. En 1997 la Universidad del Valle le otorgó el título Honoris Causa en Literatura. Ha obtenido varios premios nacionales de poesía (Premio Eduardo Cote Lamus y Universidad de Antioquia); de periodismo (Premio Simón Bolívar) y de cuento (Universidad de Antioquia). Dirige el periódico cultural La sangrada escritura. Ha realizado libros en compañía de artistas plásticos como Augusto Rendón, Antonio Samudio, Fabián Rendón, José Antonio Suárez, Darío Villegas y Patricia Durán
Libros publicados: Memoria del agua (1973); Luna de ciegos (1975); Los ladrones nocturnos (1977); Señal de cuervos (1979); Fabulario real (1980); Antología poética (1983); País secreto (1987); Ciudadano de la noche (1989); Luna de ciegos -antología- (1990); Pavana con el diablo (1990); Prosa reunida (1993), Lugar de apariciones (2000); Los cinco entierros de Pessoa (2001) y Arenga del que sueña (2002), Cartografía memoria (ensayos en torno a la poesía) (2003), Esa maldita costumbre de morir (novela) (2003). Las hipótesis de Nadie (2005), El ángel sitiado y otros poemas (2006), Cantar de lejanía (2005) - Antología,. El pianista del país de las aguas - Junto a Patricia Durán, Tríptico de Comala - Junto a Antonio Samudio,Del lunario circense - Junto a Fabián Rendón, Diccionario anarquista de emergencia - Con Iván Darío Álvarez (2008), Testamentos (2008) y Biblia de Pobres (2009)



Rafael Escalona / Cuando el vallenato se vuelve alta poesía
Juan Manuel Roca / Epigrama del poder
Juan Manuel Roca / Días como agujas
Juan Manuel Roca / Carta en el buzón del viento
Juan Manuel Roca / Una carta rumbo a Gales
Juan Manuel Roca / La poesía
Juan Manuel Roca / Botellas de náufrago
Juan Manuel Roca / El último adiós a Gonzalo Rojas
Octavio Escobar / Cielo parcialmente nublado / Apreciaciones
Juan Manuel Roca / Dos poemas
Juan Manuel Roca / Tres poemas



Juan Manuel Roca / Mis contrafobias

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Corazón de artista
Ernesto Bertini

MIS CONTRAFOBIAS


Por JUAN MANUEL ROCA

Sólo por aceptar el reto de una bella mujer que me dice que nada me gusta, me animo a registrar estas amorosas intimidades, estos guiños auto-referenciales que por lo regular evito porque es como sacar a pasear las vísceras en carretilla y porque huyo de los sentimentalismos como un vampiro lo hace de la luz. 

Estoy hecho de filias y de fobias, aunque el aspecto fóbico sea el que por momentos gobierne de manera dominante mis neurosis. Por hoy le he tomado una repentina fobia a mis fobias, para poder hablar un poco de mis filias. La palabra filia viene del griego y significa “yo amo”.

Entendido así, son muchos los yo amo que puedo conjugar sin que en oposición se alboroten del todo mis resabiadas fobias. Resulta difícil amar algo, o a alguien, sin que no haya un rechazo a otros algos y a otros algunos.

Hay fobias que se truecan en filias. Por ejemplo, cuando alguien apaga, digamos, un disco de Silvio Rodríguez, yo amo más que nunca el silencio. Tengo filias que están habitadas por otras filias, como las muñecas rusas -matrioskas- que guardan adentro otras muñecas.

¡Cómo no amar un blues de James Cotton, cómo diablos no amar a una pantera negra llamada Nina Simone, a Louis Armstrong, a la trágica Billie Holliday, a Robert Johnson que era un brujo del Delta o a esa reina de la noche llamada Big Mama Thorton, y no sentir al mismo tiempo una filia con su mundo y con su raza! ¡Cómo no amar la palabra de George Jackson desde el presidio de “Soledad Brother”!

Cómo no gozar el momento cuando se juntan balón e inteligencia para producir en las tribunas la alegría colectiva. Cómo no amar ese momento de la noche en que cesan los ruidos, para el que hay una hermosa palabra: conticinio.
Toda filia es una suerte de talismán. Mis talismanes, en pugna con mis fobias podrían ser, aunque encuentre sin duda alguna inconcluso y en bosquejo mi listado:

Contra la mediocre poesía, Fernando Pessoa.
Contra la mala novela, Malcolm Lowry.
Contra baratijas musicales, Johan Sebastian Bach.
Contra ira, humor negro.
Contra mal teatro, el sueño.
Contra prepotencia militar, Vietnam.
Contra la verbosidad y el costumbrismo, Juan Rulfo.
Contra Guayasamines y Dalís, pintura.
Contra la servidumbre, Henry David Thoreau.
Contra el canibalismo imperante, Lu Hsun.
Contra “el heroismo profesional” (gracias monsieur Magritte), ironía.
Contra la música militar, Enrique Morente.
Contra los himnos patrios, un bullerengue.
Contra los farragosos, Slawomir Mrozek.
Contra falsos vitalismos, Lao Tse.
Contra los cortesanos, cera en los oídos.
Contra los mediocres, un alud de tomates.
Contra el neorriquismo de los Gimnasios, agua bendita.
Contra la pereza, lujuria.
Contra el ocio patronal, la ensoñación, el ocio creativo.
Contra esterotipia de poetastro, llamar a Rimbaud con pago revertido.
Contra la peste de la obediencia, Albert Camus.
Contra las vilezas, el bello poema “Fuga de la muerte” de Paul Celan.
Contra la miseria humana, René Char.
Contra feudos, Emiliano Zapata.
Contra la banalidad de Andy Warhol, sopas de verdad.
Contra los fascistas, la estampa de Simone Weil, “la virgen roja”.
Contra la platitud del mundo, Franz Kafka.
Contra los idiotas nacionalismos, la bandera del aire.
Contra el calcáreo realismo, “La cruzada de los niños”.
Contra la solemnidad, una mosca en la nariz del orador.
Contra la religión del dolor en “Sufrida” Khalo, miradas a Tamayo.
Contra los vendedores de humo, gotas de Ambrose Bierce.
Contra falsos lirismos, una pócima de César Vallejo.
Contra los que “borran de la historia que Sócrates bailaba”, un danzón.
Contra enlatados fílmicos, Federico Fellini.
Contra la arrogancia feudataria, Manuel Quintín Lame Chantre.
Contra la publicidad, el amor.
Contra el vacío, “Una velada con monsieur Teste” y el mismo Valery.
Contra el clero, claro, el de Asís que vestía con sedas al leproso.
Contra “Desideratas”, el tango “Cambalache”.
Contra “una pena muy honda”, Héctor Lavoe.
Contra la sacarina y el sentimentalismo, Juan Carlos Onetti.
Contra los traidores y sus manos espinosas, un desprecio sin fondo.
Contra el apartheid, el rock en Wembley dedicado a Nelson Mandela.
Contra el tedio, Vladimir Nabokov.
Contra manierismos, gotas de Essenin, Ritsos y Szymborska, al gusto.
Contra la mansedumbre canina, el tigre de Blake.
Contra la palabra imposible, la palabra “nonsense”.
Contracorriente, el “Manfiesto de los jóvenes iracundos” ingleses.
Contra lo gregario, el “outsider”, figura escasa en nuestro tiempo.
Contra la inmovilidad, “la prosa del transiberiano”.
Contra los Salieris de turno, busca un ángel bajo la tapa de tu piano.
Contra quien cubre con ceniza tu puerta, una puerta en sus cenizas.
Contra el olvido, reanima a la mujer de Lot a mirar el pasado.
Contra los que esconden la serpiente en sus sotanas, racimos de ajo.
Contra la sonrisa del Tartufo, la mueca del incrédulo.
Contra el esperanto del dogma, la palabra duda en todos los idiomas.
Contra las Casandras que te auguran desastres, templar la lira.
Contra racismo, saber que si la luna es blanca, la diginidad es negra.
Contra la palabra sibilina del poder, la palabra “no” escrita en la frente.
Contra la estulticia Goya, contra el estatismo Chagall.
Contra los gestos de arrogancia, un bastonazo de Charlot.
Contra la planicie narrativa, Raymond Carver.
Contra el periodismo barato, Karl Krauss.
Contra la melancolía, pastillas de Apollinaire.

Es imposible no sentir filias con Pessoa, porque en un mismo cuerpo le dio albergue a otras voces, no era un poeta, era un barrio de Lisboa, Lisboa misma. Con el humor negro, porque si Dios tiene humor debe ser de esta severa estirpe, de lo contrario no hubiera creado al hombre. Con el sueño, porque es tan buen teatro que en él podemos ser actores, directores y amotinado público. Filias con el silencio porque es el padre de todo, y si “en el principio fue el verbo”, antes del principio fue el silencio.

El hecho político y militar más grandioso y contundente contra la sevicia tecnológica y el nauseabundo poderío de un imperio que pudo vivir con entusiasmo mi generación, Vietnam, es una filia definitivamente imborrable. Lo mismo hay que decir del tío Ho. Ahora, cuando veo mala pintura en los salones nacionales, tengo un secreto pero público e inmediato talismán: me voy a toda mecha a la Donación Botero y me estaciono un par de horas frente al cuadro de Bacon.

Cada vez que oigo al prepotente arengando en la tribuna, de cualquier signo político, desde el menos populista hasta ese engendro que sigue acá vociferando virulencias y revolcándose en su flagrante mediocridad, regreso al discurso de Chaplin en “El gran dictador”:

“El camino de la vida puede ser libre y bello, pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella”.

Amo a José Barros, a Alejo Durán evocado por María Matilde y a ella misma, amo la vieja trova cubana, a Wilson Choperena cantando “al son de los tambores” y a Luis Carlos Meyer, a Nelson Pinedo llevando a La Habana de manera secreta, como un polizón, los aires de Barranquilla en su cabeza, a Patricia Torres y su risa muy limpia, a “La tejedora de Coronas” y a Germán Espinosa hablando de Ramón del Valle Inclán, amo la noche estrellada en que ya semi-ciego, el minotauro Alejandro Obregón nos condujo a Gustavo Tatis y a mí como un lazarillo de la noche por las callejuelas de Cartagena de Indias. Amo las mangas de La Floresta hechas para el fútbol con el uniforme rojo y azul y para huir después de robar frutas en los pomares.

Amo la receta de aguardiente con cáscaras de limón que me ofrecía Ciro Mendía extendiéndome las alas chamuscadas de ángel en su apartamento del barrio Boston de Medellín.

Amo los paseos por María Pita en La Coruña con Blanca Andreu y su perrito “Kim”, casi tan inteligente como Kipling. Amo el periódico que en mi niñez escribía para un barrio echado a perder mi compañero de juegos Ignacio Ramírez.

Guardo gratitud, que es una forma del amor, por las gentes de la vereda Cañaflechal en Necoclí, que en 1970 y en mi nomadeo de poeta pobre me invitaban a comer arroz con tajadas de plátano y sardinas recién brotadas del mar. Amo la noche habanera que se asoma tumultuosa al balcón de Norberto Codina, con Rodríguez Tosca y Arturo Arango, la noche que se filtra en los vasos de ron y al fondo suena la banda sonora de Carlos Embale o de Sindo Garay.

Amo a Bogotá que esconde su belleza en piel de asno. Y volar sobre el inmenso brócoli que es el Amazonas. Y la risa de Jaime Bateman invitando al futuro. Y a mis hermanos en Venezuela, Gustavo Pereira, Juan Calzadilla, Stefania Mosca, Ramón Palomares, Adriano González León y Vicente Gerbasi. A la muñeca concertista de Armando Reverón que aún escucho tocando su sonata de silencios.

Amo a Simón Rodríguez y a Manuela Sáenz, derrotados por el olvido pero echando a galopar sobre los Andes la memoria de Bolívar.

Si hiciera el recuento de mis filias, le digo a mi dulce amiga que afirma que no me gusta nada de nada, que la verdad yo necesitaría al menos 3 ejemplares de La sangrada escritura, unos voluminosos libros como los tomos letales de Joan de Castellanos, un hombre que hizo de la ecritura un deber, como otros novelistas herederos de los cronistas han hecho del aburrimiento una religión. Necesitaría además unas 5 Biblias, unas mil y una noches y una amplia estantería con los poetas que desde hace mucho me acompañan, convertidos sin su consentimiento en una suerte de prótesis para seguir en el camino.

Sin embargo intento un recuento a medias: amo las noches del campo y las noches urbanas, la voz de Benny Moré a cualquier hora y en culquier lugar, el mambo de Leonard Bernstein bailado a lo grande en “West Side Story”, el violín de Enrique Jorrín, un porro escuchado al amanecer de Ciénaga de Oro en casa de Pablo Flórez, “Sur”, cantado por el polaco que sabemos, el verde del valle de Cocora y su niebla que es una maestra del desdibujo, la lucidez de escalpelo de Elías Canetti, amo a las muchachas de Quibdó, los boleros de César Portillo de la Luz, amo el olor de los pomares de la infancia y un resplandor en bicicleta: la muchacha de la ciclovía.

Amo el amor a Chicago de Carl Sandburg, las fábricas y los garitos y los barrios fronterizos de esa ciudad de hierro que arroja a sus calles un puñado de voces. Quiero la pasión de los expresionistas alemanes y de sus antepasados románticos, al loco Scardanelli en su torreón de fantasmas y el último momento de Von Kleist y Henrriete Vogel. Quiero las noches condecoradas de estrellas en una esquina de Berlín y a los cuatro gatos borrachos que fueron al sepelio de Modigliani.

También me gusta releer, que es una forma del amor y de la monogamia, el perfil que Gay Talese hizo de Frank Sinatra, un hombre que era una cruza de dios y de gangster, a partir de la idea de un resfrío sufrido por el legendario cantante: “Sinatra resfriado es Picasso sin pinturas”. A Gerard de Nerval, “el tenebroso, el viudo, el desdichado” bajo el sol negro y agonista de la melancolía. A Li Bai y su “secta de los ociosos del bosque de bambués”.

Amo hablar con mis amigos cuando despunta el día. Amo un ritmo bien bailado, la buena risa, un son cubano, las lágrimas de Eros, de nuevo la prosa del transiberiano, la terquedad de Sísifo, la ironía en los poemas de Marin Sorescu, amo las montañas y el paisaje cafetero, amo a México en grandes marejadas de agave, más aún ahora que padece lo que nosotros padecemos, amo con entusiasmo el olor de la hierba recién cortada.

Amo a los olvidados de Comala, el “Gaspar de la noche”, todo Rimbaud que es el único contemporáneo del futuro, quiero a los discrepantes, el “Peine del viento” de Chillida, a Velázquez y Goya, a Alexis Zorba bailando sobre la desgracia, al exultante Fellini y a la triste Gelsomina, a José Guadalupe Posada, el lápiz de Quino que siempre ha estado habitado por el genio de la botella, a Buenaventura Durruti y a Louise Michel, y también, cómo no, buena parte del santoral anarquista, un caballo que brota de la niebla, una buena charla con Guillermo Martínez en su libería “Trilce”, todos los árboles, todos los bosques y los puentes de guadua.

Amo, con vocación de cetáceo las ballenas de Melville y las ballenas de Toño Cisneros. Amo “el último poema” de Robert Desnos escrito poco antes de morir en un campo de concentración nazi.

Amo el agua, soy hidrólatra por naturaleza.

Amo una ciudad llamada Zacatecas. Y Mompox. Y la Guajira. Y el río Guatapurí. Y el Valle de Cocora y todo el Quindío. Y las montañas, siempre las montañas. Y las letras de Discépolo. Y el piano de Emiliano Salvador que vió la luz en Puerto Padre, como los teclados de Chick Corea, Thelonius Monk, Keith Jarret, “Fats” Waller, de Art Tatum que según Cocteau era “un Chopin loco”, de Duke Ellington, Jerry Lee Lewis, Chucho Valdés y el piano silenciado de nuestro viejo hermano Joe Madrid. Bueno, y no puedo olvidar a Lino Frías y la furiosa lluvia de sus dedos que invadió con la Sonora Matancera los patios de mi infancia en Medellín.

Amo la noche ya lejana en el White Horse Tabern de un verano en Nueva York, donde bebía y escribía Dylan Thomas. Allí tomé casi la misma andanada de whiskis que él se empacó poco antes de morir. Fue en su honor, y al otro día me sentí como Lázaro regresando desde la tumba a un bosque de leche, solamente para saber que no podía estar solo si me veía en los ojos verde-azulencos de Ángela Millán.

Amo a Aurelio Arturo, a Franz Kafka y a Lolita, a Gogol y a Flaubert, a Ray Bradbury y a Bohumil Hrabal, a José María Arguedas, a George Orwell y a Baudelaire, a Boris Vian y a Villon, amo los ensayos de Herbert Read, la prosa castigada, certera y libérrima de Rafael Barret, a Kropotkin, un príncipe ácrata que abdicó de su nobleza para convertirse en perseguido, también a su maestro Bakunin, a Lewis Carroll de la estirpe de Kafka, amo la voz pedregosa y los poemas de Gonzalo Rojas, las señales y los garabatos del feroz habitante de sí mismo Héctor Rojas Herazo, amo a mi hermana mayor, Bolivia Roca de Edery, al frágil Max Jacob agonizando en el cobertizo de un campo de concentración, solamente iluminado por una estrella amarilla y desteñida en la solapa.

Amo a Osip Maldestam y a todos los poetas rusos vapuleados por Joseph Stalin, lo mismo que a los poetas alemanes o franceses vapuleados por Adolfo Hitler, a los judíos, gitanos y armenios masacrados, a los negros linchados en el Sur de los Estados Unidos, a los árabes que tienen en Nizar Kabani a un sirio de Damasco que invita a sus tierras a Godot mientras sueña con una libre Palestina.

Y ni qué decir del amor a primera vista que sentí cuando abrí las “Cartas a Taranta Babú” de Nazim Hikmet, el poeta turco mil y una noches prisionero que nunca le tuvo envidia a nadie, “ni siquiera a Charlot”. Y ya sabemos con José Ingenieros que “quien envidia se considera a sí mismo subalterno”.

Amo al barbero del extraordinario cuento de Hernando Téllez que tiene a su merced a un genocida militar, “Espuma y nada más”. El barbero podía hacerle justicia a su gente y deslizar su barbera por el cuello del vicitimario, pero prefiere afeitarlo con la pulcritud y cortesía de su oficio y no convertirse a su vez en asesino. Amo la dignidad del coronel de Gabriel García Márquez que no usa sombrero para no tener que quitárselo ante nadie.

Amo a Djuna Barnes, Edith Piaf, Helen Keller, Estrella Morente, Toña la Negra, Matilde Díaz, María Luisa Bombal, Marosa di Giorgio, Emma Goldman, María Zambrano, Betina Brentano, Hannah Arendt, Else Lasker Schüller, y su “dolor del mundo”, a todos los sepultados en el cementerio perdido de Spoon River, a Mario Bauzá, Pérez Prado y Machito y con una triste y extraña dulzura al farmaceuta de “La Farmacia del Ángel” que nos contó las penurias de Occidente.

Amo a los inocentes y por lo tanto peligrosos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, a Joe Hill, el cantor sueco asesinado por el gobierno de Estados Unidos, a Tolstoi y Gandhi, a okupas y objetores de conciencia y, por supuesto, a Errico Malatesta y Antonin Artaud, que solía decír en un gesto absoluta y tremendamente libertario: “soy mi padre, mi madre, mi hijo y yo”.

Amo al borracho de Baltimore, la patafísica o la ciencia de las soluciones imaginarias, a de Chirico, a Jessica Lange, y más aún a Ava Gardner que sigue imperturbable e igual de bella en el Vallarta de “La noche de la iguana” de John Huston, también a Vladimir Holan, a Fayad Jamís, a mi hija Andrea Roca González, su enorme agudeza y su corazon de potro, a Walter Benjamin con quien huyo a cada tanto de los perros fronterizos, a Giacometti y a Paul Klee, a Cioran el aguafiestas, amo los solares y frutales poetas del mundo azteca y una sopa de lima cuchareada entre mis innumerables amigos mexicanos.

Amo el temple y la dignidad de Juan Gelman, el humor repentino de Jorge Boccanera, la blindada fraternidad de Marco Antonio Campos y José Ángel Leyva, al hombrecito del persistente y retumbante tambor de hojalata, gozo el clarinete de Lucho Bermúdez, la infancia lejana y no contada del caballero libertario don Quijote, la noche antes de que Gregorio Samsa se convirtiera en un monstruoso insecto, la serena voz de mi madre, los poemas de Lucía Estrada y los ensayos sobre artes de Samuel Vásquez, los grabados de Juan Antonio Roda, Augusto Rendón y Antonio Samudio, los timbres que hizo sonar Luis Vidales por los años veintes en una Bogotá de bostezo y campanarios.

Amo la mirada punzante de Doris Salcedo, con gran sigilo a los tigres de Lizalde, los linóleos de Fabián Rendón, la flauta del músico de Hamelin capaz de raptar una legión de ratas (a su paso por Colombia el país político hubiera quedado semi-vacío), amo al sutil y adelantado poeta de la crónica don Luis Tejada Cano, llevo como un talismán los días en que fraguamos con Iván Darío Álvarez “El diccionario anarquista de emergencia” riendo casi sin parar, lo mismo que su caracterización de Antonin Artaud en un pequeño tablado bogotano.

Amo a mi primo y hermano del que todos los días aprendo algo grande, Carlos Vidales Rivera, la amistad sosegada de Santiago Mutis, amo la mirada escrutadora de un inmenso poeta gitano de paso en Nueva York, amo con furor la extensa e intensa filmografía anarquista, adoro el cine italiano que me hace pensar que no todo fue estupidez en el “septimo arte” y que si existió la banalidad de Hollywood también existió Cinecitta.

Amo “El baile”, ese bello y perturbador filme de Ettore Scola, al prodigioso y fustigante Aimé Césairte y su “Cuaderno de un retorno a mi país natal”, al dolorido Jean Joseph Ravearivelo que un día huyó de sí mismo definitivamente, las voces de Senghor y Seferis, la manera trágica pero risueña que tuvo Kariotakis para salir del mundo, las poéticas de Anna Ajmátova y Jorge Teillier, los aforismos de Paul Klee, de Lichtenberg y Montaigne, los epigramas feroces de Catulo y de Marcial, al poeta loco, griego y exultante Katzimbalis descrito con amor y humor por Henry Miller en “El coloso de Marusi”, a Miguel Hernández pastoreando nubes, a Giotto pastoreando ovejas, a los grandes líricos africanos y a los no menos líricos y adelantados poetas de Brasil.

Amo la teoría de Jorge Zalamea de que “en poesía no hay países subdesarrollados”, al brujo de Namur Henri Michaux, a todos los poetas briosos e insumisos, amo al memorioso monsieur Jules Michelet cuando exalta a la hechicera, a la “consoladora de la noche” en la larga penumbra feudal y, qué le vamos a hacer, caballeros, a los grandes derrotados, a los grandes olvidados, a los recortados en las fotos de la historia: “perdonen la tristeza”.

Soy un hedonista de las filias que me ayudan a espantar a sombrerazos mis acosadoras fobias y pasiones irredentas, la magnitud insospechada de mi asco.


A los mártires de Chicago, amén.
Bogotá, mayo 1 de 2013

Juan Manuel Roca / Parábola de Job y de los perros rabiosos e ingleses

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Foto de Triunfo Arciniegas

Juan Manuel Roca
III
PARÁBOLA DE JOB 
DE LOS PERROS RABIOSOS E INGLESES

Job escucha en la BBC de Londres
que el Señor está implicado
en la ingesta de vinos sin impuestos
en las Bodas de Cannán
y en la reventa
de peces fuera de temporada.
Escucha en el cementerio de autos
donde espera un milagro,
un rock que cuenta la historia de una mujer
llamada María Magdalena,
apedreada en un poblado de Judea.
La voz de Joe Cocker
hace levantar a Lázaro de su tumba
y se puede imaginar
al cantante invadido por la epilepsia del baile.
Job escucha desde su muladar
el paso de las sirenas policiales
y el aullido feroz de las ambulancias.
Los que cruzan en sus autos
lo supone  un mendigo y aceleran su paso.
Él escarba una montaña de desperdicios,
una gran cima de manubrios y de llantas.
Lee un diario atrasado de Josafat 
y espera la llegada de un ángel.


Juan Manuel Roca,
XII parábolas apócrifas
Bogotá, Cuadernos del violinista, 2014, p. 7




Rafael Escalona / Cuando el vallenato se vuelve alta poesía
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Poetas invisibles de América Latina

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Raúl Gómez Jattin
Poetas invisibles de Latinoamérica

La poesía en castellano al oeste del Atlántico es relativamente conocida en España.

Repasamos algunos poetas a tener en cuenta



Ilustración de la portada de 'Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea'.
Gracias a los premios y a la labor de algunas editoriales españolas, entre las que se destacan Visor, Renacimiento y Pre-Textos, la poesía escrita en castellano en la orilla occidental del océano Atlántico es más o menos conocida en España. Los principales nombres del canon actual, por lo menos, son familiares en la república poética. Es difícil que la poesía supere esos límites de difusión. Incluso la gente de la literatura, de la academia y de la prensa cultural se mueve con más familiaridad con los nombres de los narradores y hasta de los ensayistas que en el iniciático mundo de los poetas. Pero, hoy por hoy, poetas como Nicanor Parra (1914), Álvaro Mutis (1923), Fina García Marruz (1923), Ernesto Cardenal (1925), Tomás Segovia (1927-2011), Rafael Cadenas (1930), Juan Gelman (1930) y José Emilio Pacheco (1939), son conocidos gracias al Premio Reina Sofía, al Premio Cervantes y al Premio FIL de literatura.
Los que hay más allá es pura niebla. Nombres familiares en cada país e ignorados en el resto del vecindario, poetas secretos, de culto, individuos de todas las edades que, no obstante su valor, apenas son mencionados. A Fina García Marruz, por ejemplo, la saca del anonimato el Premio Reina Sofía; pero su esposo, otro grande poeta, Cintio Vitier (1921), permanece a la sombra. Y, sin salirme de Cuba, todavía más secreto es el simpar Rafael Alcides Pérez (1933). Entre la generación de los nacidos en el tercer decenio del siglo XX están las uruguayas Ida Vitale (1923) e Idea Vilariño (1920-2009), los peruanos Jorge Eduardo Eielson (1924-2006), Blanca Varela (1926-2009) y Carlos Germán Belli (1927), los argentinos Perla Rotzait (1920) y Joaquín Giannuzzi (1924-2004) y los mexicanos Eduardo Lizalde (1929), Ramón Xirau (1924) y Rubén Bonifaz Nuño (1923).
Entre los nacidos después de 1930 hay algunos poetas que murieron sin alcanzar el cenit de reconocimiento que tanto merecían y que, ahora, son cada vez más leídos y admirados, como el venezolano Eugenio Montejo (1938-2008) y el colombiano José Manuel Arango (1937-2002). Entre los vivos de esta misma generación destaco, en México, a Gabriel Zaid (1934), de quien sus magistrales ensayos han opacado la excelente obra poética; están también los chilenos Oscar Hahn (1938) y Pedro Lastra (1932) y el colombiano Jaime Jaramillo Escobar (1932).


Eugenio Montejo, en la Residencia de Estudiantes. / GORKA LEJARCEGI
Por obvias razones, conozco más el paisaje colombiano que el de otros países. El mío, ha sido un país autista, mediterráneo, volcado hacia adentro. El más interesante poeta colombiano del siglo XX, Aurelio Arturo (1906), muerto en 1974, es todavía de consumo interno. Algo parecido sucede con el nadaista que comenzó firmando como X-504 y después con su nombre propio –no es mi pariente- Jaime Jaramillo Escobar, un poeta veriscular, de una inusitada fuerza, de un humor único.
Ya las generaciones nacidas en el decenio de 1940 tienen sus propios mártires: los colombianos Raúl Gomez Jattin (1945-1997) y María Mercedes Carranza (1945-2003), los peruanos José Watanabe (1945-2007) y Antonio Cisneros (1942-2012). Y acaso sea en este segmento en donde haya más grandes poetas desconocidos o casi. Pienso, sobretodo en los mexicanos Francisco Hernández (1946), que acaba de ganar el Premio Nacional de Literatura de México, y David Huerta (1949), en el boliviano Eduardo Mitre (1943), en el colombiano Juan Manuel Roca (1945), en los venezolanos Alejandro Oliveros (1948) y Armando Rojas Guardia (1949), en los argentinos Arturo Carrera (1948) y Daniel Samoilovich (1949).
A medida que avanzo en el recorrido se me aparece más reveladora la imagen de que recorro un camino lleno de neblina, donde los nombres son desconocidos y los textos son borrosos. Entre los nacidos en el decenio de 1950 destaco al colombiano Rómulo Bustos (1954), a los chilenos Diego Maquieira (1954) y Raúl Zurita (1950), a los venezolanos Yolanda Pantin (1954) y Gustavo Guerrero (1958) –además de poeta, autor de la más completa antología de poetas hispanoamericanos nacidos después de 1960, Cuerpo plural-, al argentino Alejandro Bekes (1959), al uruguayo Rafael Courtoisie (1958), a los mexicanos Coral Bracho (1951), Vicente Quirarte (1954), Jorge Esquinca (1957), José Luis Rivas (1950) y Fabio Morábito (1955)


El escritor colombiano Álvaro Mutis. /GORKA LEJARCEGI
A medida que avanzo hacia los más jóvenes, desde un principio, el enunciado tiende más a parecerse a una conjetura y la sensación del redactor es que puede estar omitiendo nombre que olvidó o que, simplemente, desconoce. No están todos los que son, pero los que están, son. Después de 1960 nacieron los mexicanos María Baranda (1962), Jorge Fernández Granados (1965), Julio Trujillo (1969), Luis Felipe Fabre (1974) y Hernán Bravo Varela (1979); el costarricense Luis Chaves (1969); los colombianos Ramón Cote (1963), John Galán (1973), Juan Felipe Robledo (1968) y Catalina González (1976); el salvadoreño Jorge Galán (1973), el peruano Eduardo Chirinos (1960), el cubano Antonio José Ponte (1964), los argentinos Edgardo Dobry (1962) y Fabián Casas (1965), los argentino-españoles Andrés Neuman (1977) y Mariano Peyrou (1971); el guatemalteco Alan Mills (1979); los venezolanos Luis Pérez Oramas (1960), Luis Moreno Villamediana (1966), Erika Reginato (1977) y Jorge Vessel (1979); el dominicano Frank Báez (1978)… Imposible abarcar todos los nombres que se insinúan como excelentes poetas y, por eso, este párrafo destaca a algunos y comete involuntarias injusticias.
Enunciada mi –incompleta- lista, la que aparece como primera y mejor conclusión, es la diversidad de voces y de tendencias. Hay de todo. Desde autores de sonetos hasta las más informales formas, con el mérito de que hay versos libres que, no por ser libres, dejan de ser versos. Hay poesía conversacional, narrativa, barroca, surrealista, en fin, un extenso y contradictorio menú. Y, en todos, talento; más visible, más comprobable con la obra consolidada de los mayores. Pienso que una poesía tan personal en todos sus registros, tan poseída de un lirismo hondo y claro a la vez, como la de Francisco Hernández, está en las vísperas de su consagración definitiva y de su más amplia divulgación, al que ha dado impulso un premio recién recibido en México. Y, aunque distinta, mis afirmaciones también caben para referirse a la poesía de David Huerta.
Entre los muy jóvenes no caben juicios tan nítidos como los que pueden hacerse alrededor de Hernández y de Huerta. Son más bien apuestas, intuiciones, acaso reflejos del gusto personal. En todo caso se distingue por su reconocimiento y por las ediciones en varios países –cuatro- de su libro Postales (premio nacional de su país), la voz desenfadada y lírica, imaginativa y lúdica del dominicano Frank Báez.

Antônio Moura / La espera

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[Friedrich_Monje+frente+al+mar.jpg]
Monje frente al mar
(1809 - 1810)
Caspar David Friedrich

Antônio Moura 
LA ESPERA

A la espera, de pie, en la piedra,
entre la esfera verde del mar

y la estrella que a cada
noche se aproxima, hablas

cada vez más mudo,
con una voz que escucha el fondo

de otra voz que vuelve
y dice-no-dice en eco,

eh, lengua de algas,
algo así con un sonido sordo:

nada, vestido de cuerpo y karma,
mientras se disuelve el mundo



El Vaticano fue informado desde 1948 que Maciel era drogadicto, pederasta y un fraude

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Marcial y Juan Pablo II. Foto: Archivo
Maciel y Juan Páblo II

El Vaticano fue informado desde 1948 
que Maciel era drogadicto, pederasta 
y un fraude, dicen documentos 

Por: Redacción / Sinembargo - abril 21 de 2014 - 10:55 
De revista, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 24 comentarios Marcial y Juan Pablo II. 
Foto: Archivo Ciudad de México, 21 de abril (SinEmbargo).

– El Vaticano fue informado desde 1948 que Marcial Maciel abusaba de niños, era adicto a la heroína y su supuesto apostolado estaba fundado en mentiras, de acuerdo con documentos dados a conocer por la agencia Associated Press. 

“Francisco, quien canonizará al papa Juan Pablo II el 27 de abril, debe decidir si firma un proyecto de tres años para reformar al Vaticano, impuesto después de que la legión admitió que su fallecido fundador abusó sexualmente de varios seminaristas y que tuvo tres hijos. Sin embargo, el reconocimiento hecho por la legión en 2009 sobre la doble vida del padre Marcial Maciel no fue noticia para el Vaticano”, dice una nota difundida hoy por distintos medios, sobre todo estadounidenses. 

Associated Press cita dcumentos de los archivos de la entonces Sagrada Congregación para Religiosos que muestran “cómo una sucesión de papas —incluso a Juan XXIII, que también será canonizado el próximo domingo— simplemente desestimaron reportes creíbles de que Maciel era un artista de la estafa, drogadicto, pederasta y un fraude religioso”. Para 1948, agrega, “siete años después de que Maciel fundó la orden, la Santa Sede tuvo documentos de enviados vaticanos y obispos en México y España que cuestionaban la legitimidad de la orden de Maciel, subrayando la cuestionable fundación legal de su orden y alertando sobre su comportamiento ‘totalitario’ y las violaciones espirituales a sus jóvenes seminaristas”. 

Los documentos muestran que la Santa Sede “estaba bien enterada del abuso de drogas por parte de Maciel, de sus abusos sexuales y las irregularidades financieras desde 1956, cuando ordenó una investigación inicial y lo suspendió dos años para curarse de una adicción a la heroína”. 

Associated Press agrega que, sin embargo, durante décadas y gracias a la habilidad de Maciel de mantener silenciados a sus propios sacerdotes, su habilidad para colocar a legionarios confiables en puestos clave en el Vaticano y su cuidadoso cultivo de relaciones con los cardenales vaticanos, obispos mexicanos y católicos poderosos y acaudalados, “Roma prefirió voltear a otro lado”. Juan Pablo II, que en 1994 dijo que Maciel era “una eficaz guía para los jóvenes”, no estaba solo en su ingenuidad. 

“Sus principales asesores fueron también algunos de los más feroces defensores del líder legionario, convencidos de que las acusaciones en su contra eran ‘calumnias’ arrojadas contra el mayor de los santos. Además, se vieron influenciados por numerosos testimonios de obispos y otros sobre la grandeza de Maciel, como lo señalan documentos de los archivos vaticanos”. 

El fraude de Maciel, uno de los más grandes escándalos de la iglesia católica en el siglo XX, hace surgir preguntas incómodas para el Vaticano de hoy sobre cuántas personas fueron ingenuas por tanto tiempo, dice Associated Press. “También hace dudar sobre cómo la propia estructura de la iglesia, con sus valores y sus prioridades, permitieron que una orden, como un culto, creciera desde dentro. También trae la pregunta de hasta dónde debe llegar la responsabilidad por el daño hecho”. 

“Juan Pablo II y sus colaboradores más cercanos no asumieron la gravedad del problema de los abusos hasta casi el final de su papado de 26 años, a pesar de que desde la década de 1980, los obispos de Estados Unidos pedían a la Santa Sede una forma más rápida de lidiar con los curas pederastas”, dice la nota firmada por Nicole Winfield. “El papa Francisco ha heredado el fracaso más notorio de Juan Pablo II en el tema del abuso sexual: la orden de los Legionarios de Cristo, que el papa polaco y sus principales colaboradores pusieron como modelo”. 


Mujeres en la playa / Scarlett Johansson

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Mujeres en la playa
Scarlett Johansson
Beach Candids in Hawaii February 10, 2012





























Scarlett Johannson / Gestos


Scarlett Johansson espera su primer hijo

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Scarlett Johansson espera su primer hijo

La actriz estadounidense está comprometida con el periodista francés Romain Dauriac



Scarlett Johansson y Romain Dauriac en la gala de los Cesar. / REGIS DUVIGNAU (REUTERS)
Ni el selfie de los Oscar creó tal conmoción en las redes sociales a juzgar por el revuelo que ha armado el embarazo de Scarlett Johansson. La joven prodigio musa de Woody Allen, amante de Sean Penn, exmujer de Ryan Reynolds y prometida de Romain Dauriac espera su primer hijo. Así los confirma el canal E! Entertaiment y de su información se hacen eco el resto de los medios deseosos de un angélico retoño para la protagonista de Lost in Translation o, más recientemente, parte de Los Vengadores. Según la noticia, Johansson, de 29 años, está embarazada de 5 meses y el padre no es otro que su futuro marido, el periodista francés al que está prometida desde el pasado septiembre. Johansson y Dauriac comenzaron su relación, al menos de forma pública, en noviembre de 2012 y para septiembre ya habían intercambiado anillos de compromiso de estilo art decco. Sin embargo no parecen tener prisa a la hora de cerrar su enlace. Johansson estuvo casada cerca de tres años con Reynolds entre 2008 y 2011 pero ambos reconocieron que las idas y venidas de sus carreras nunca les permitió crear el hogar que les habría gustado. Reynolds contrajo de nuevo matrimonio el pasado septiembre con Blake Lively, actriz que se rumoreó en su momento como posible razón para la separación matrimonial de Johansson.
Modelo, cantante, directora además de actriz, Johansson ha disfrutado de una larga carrera de éxitos en cine, tanto en películas independientes o como parte de la revolución Marvel donde interpreta el papel de Black Widow en varias de las películas que llevan este sello. La musa de muchos, considerada una de las bellezas más sexuales y sensuales del cine, también ha disfrutado de una vida amorosa igual de excitante que incluye a Sean Penn o Nate Naylor entre sus últimas conquistas.
Sin una fecha de boda fijada en su calendario lo que sí dejó claro la actriz el pasado diciembre al periódico Daily Mail en Londres es que le gustaría contar con su propia familia. “Dicen que no es fácil y estoy segura de que es cierto pero, como todo, habrá que planearlo”, explicó entonces. Como dijo en su momento, cuenta con la suerte de haber desarrollado a lo largo de 20 años una larga y variada carrera con lo que siempre se podría tomar un respiro para poner en marcha su proyectada maternidad sin el sentimiento de estarse perdiendo algo.
Palabras que parece haber puesto en práctica a juzgar por las informaciones de su embarazo. Johansson participó la semana pasada en la gala de los Cesar, los mayores galardones del cine francés, donde recibió el premio de honor de manos de Quentin Tarantino en una ceremonia a la que llegó acompañada de su prometido. Johansson fue la ganadora más joven de un premio que en anteriores ocasiones recibieron intérpretes como Dustin Hoffman o Meryl Streep. Pero sin embargo en Los Angeles canceló su próxima comparecencia ante la asociación de la prensa extranjera con motivo de la promoción de la película Capitan America: The Winter Soldier,cancelaciones que siempre suenan a que hay algo que ocultar. Y en su filmografía sólo tiene pendiente de rodaje la segunda parte de Los Vengadores, donde su papel forma parte de un reparto múltiple. Un buen momento en su calendario para probar otro tipo de vida.



Scarlett Johansson / Desnuda en Twitter

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Scarlette Johannson
DESNUDA



El desnudo filtrado y otras cuatro veces que Scarlett Johansson reventó Internet

La publicación de una foto de la actriz desnuda ha confirmado a la actriz como 'trending topic' viviente



Scarlett Johansson, mitad mujer, mitad 'trending topic' con patas que terminan donde otras mujeres van por el codo, posando en el festival de Toronto en septiembre del año pasado. / KENNY NEAL (CORDON PRESS)
Incluso los completadores de búsquedas de Google lo saben. Es poner una “sc” y, salvo algún que otro “Schumacher”, aparecerán un montón de variaciones de Scarlett Johansson haciendo cosas y encajando adjetivos.
El portal Sex.com anunció hace unos meses que la actriz era la segunda mujer más buscada en la red (sólo por detrás de Alexis Texas, actriz porno nacida en Panamá). Y no precisamente en IMDB, esa base de datos de todo lo relacionado con el cine que ha zanjado más discusiones que Henry Kissinger. Johansson, noticiable este año por sus papeles como Viuda Negra en la mayoría de películas de Marvel y por su rol como alienígena enUnder the skin, está acostumbrada a las miradas desde que empezó sus primeros años como estrella infantil de Hollywood (no fue lo mejor de Solo en casa 3, que ya es difícil, aunque sí de lo más comentado). Pero cada año su dominio de la celebridad en la red aumenta, algo que su embarazo podría potenciar aún más. No sólo es importante que internet se vuelva loco con cada uno de sus gestos, sino de qué modo reacciona. He aquí cinco casos.

1.- La foto de ella desnuda que se ha filtrado hoy: tan normal y por eso atípico

Durante todos estos años millones de personas debían pulsar histéricamente el F5 con la frase “Scarlett Johansson” permanentemente inscrita en su barra de Google (lo que hagan con la otra mano...). Ahora, cuando por fin ha sucedido con una fotografía filtrada del rodaje de Under the skin en la que se ve a la actriz en cueros, la reacción de la red ha resultado delirantemente inesperada: muchos se han dedicado a criticar su físico o a decir que no había cumplido sus eternas ilusiones sicalípticas.


Esta no es la cara que habrá puesto Johansson sobre el ordenador al ver la foto que se ha filtrado hoy
El pelo moreno para este filme o un físico bonito pero humano (en un papel de alienígena) no ha colmado sus expectativas, vaya. Algo que dice mucho del medio (comentar a la contra absolutamente todo es muy de Internet), pero, según muchos, también del rol ultrarretocado y artificial de las modelos en internet. De hecho, la revista chilena Ya, asociada a El Mercurio, explicaba hace poco por qué había prescindido del uso de Photoshop en sus páginas. Incluso en esto, Johansson ha destapado aún más revuelo que si hubiera ofrecido un cuerpo retocadísimo.

2.- Refresco contra el imperio

Meterse con las grandes empresas de EE UU debe estar tipificado como algo mucho más malévolo que caricaturizar a un profeta. Johansson lo hizo en el anuncio de Soda Stream, un aparato para fabricar refrescos con menos azúcar y con menos gasto ecológico (botellas, etc). La Super Bowl debía emitirlo, pero quedó censurado. Johansson, icono del cine estadounidense, mencionaba a Coca-Cola y Pepsi. Estas marcas siempre han emitido publicidad comparativa entre ellas, pero este quiebro a su bipartidismo (equivalente refresquil de la política de muchos países) fue considerado demasiado provocador (más que su mueca tirando de la pajita con los labios). Eso sí, la empresa lo colgó en YouTube y este enlace, por ejemplo, casi ha alcanzado los 14 millones. No se puede titular un vídeo "Scarlett Johansson (Censurado)" y esperar que pase otra cosa.



Imaginen que ese perrito es Scarlett Johansson. E imaginen que ese perrito va más vestido que Scarlett Johansson en el famoso 'selfie' que se le filtró al mundo entero. Sí, la foto está hecha aposta. Todas estas molestias se toma Internet cuando pasan estas cosas con su estrella favorita. /TWITTER

3.- Dentro de su teléfono (o el 'selfie' hackeado)

La Red se vino abajo cuando un tal Cristopher Chaney (de 35 años y de Jacksonville, para más señas) filtró unas fotografías pirateadas del iPhone de Johansson. A él le cayeron 150.000 dólares de multa y 71 meses de prisión (no fue la única actriz de la que publicó imágenes), pero a Scarlett Johansson le llovieron miles y miles de imitaciones, especialmente paródicas (desde un perro fotografiando su propio trasero vía espejo hasta el humorista español Berto Romero intentando-hacerlo-en-su-casa).

4.- La madre de todos los trompazos

Desde la Grecia clásica, cuando un filósofo se cayó en un pozo por mirar demasiado las estrellas, en el tropiezo y la caída está el humor. Quizás fuera más memorable la de Fidel Castro en Santa Clara, frente al Mausoleo del Che, en 2004, o las del Rey Juan Carlos I, tanto en el Estado Mayor de Defensa como en la Real Academia de Doctores de Catalunya. Pero ninguna de ellas, y ya es mucho, ni siquiera las de Jennifer Lawrence en los Oscar, han tenido tanta repercusión como la de Johansson en el rodaje deUnder the Skin.


La foto original en la que Scarlett, efectivamente, se cae / STOCKPIX / INFPHOTO.COM
Memes y gifs a porrillo con ella tocando unos bongos en la calle...

... Pinchando en una discoteca de modernos...

O lo que se tercie.

5.- El beso (no el de Klimt)

Ni siquiera el beso doradísimo de Klimt ha generado tantas búsquedas recientes como el que se dieron en los labios Sandra Bullock y Scarlett Johansson en 2010 en los premios MTV. No por previsible y preparado (es casi un subgénero en sí que ya exploraron Madonna y Britney Spears o la propia Johansson con Penélope Cruz en Vicky, Cristina, Barcelona), dejó de generar millones de clics e hiperventilaciones.
Si con una estrategia tan preparada generó ese ruido, el embarazo de la actriz promete ser un rosario de hits virales y de personas encorvadas ante su ordenador tecleando “sc” en la barra de Google.







Scarlett Johansson, desnudo integral en Twitter
El desnudo de la actriz para su última película crea división de opiniones en la red, para unos está "tremenda", otros dicen que "estropeada"

 | 22/04/2014 - 13:40h | Última actualización: 22/04/2014 - 16:39h


Barcelona. (Redacción).- Twitter está que hierve con la filtración de unas fotos de Scarlett Johansson desnuda. Las imágenes no son de su intimidad sino que corresponden a la última película que ha rodado y en la que, por exigencias del guión, aparece sin ropa. Con el cabello muy corto y teñida de morena, Scarlett da vida en el filme Under the skin a una alienígena. La cinta es una producción de ciencia ficción de bajo presupuesto basada en la novela de Michel Faber que no ha recibido demasiadas buenas críticas.

En las imágenes filtradas Johansson aparece frente a un espejo y de perfil mirándose. El desnudo de la actriz ha provocado división de opiniones en la red. Mientras unos creen que está "tremenda" o "buenísima" otros están contrariados porque se han decepcionado con su cuerpo. Algunos tuiteros incluso aseguran que la joven actriz está "estropeada" para su edad y que el photoshop de los anuncios que protagoniza no deja lugar a dudas. Esta es la primera vez en que Scarlett aparece desnuda completamente pero, en otra filtración de imágenes íntimas hace unos años, se la pudo ver mostrando su trasero. Un 'robo' que a la famosa actriz disgustó sobremanera. 

La actriz ha asegurado que ella no es una "persona provocativa" pese a la infinidad de sensuales anuncios que ha protagonizado, el último de ellos el polémico spot de una marca de refrescos israelí. Dirigida por Jonathan Glazer, el filme al que corresponden estas imágenes que han causado tanto revuelo se estrenará este mismo año. Algunos de los tuits que se han compartido en Twitter sobre este tema:



Anaïs Nin / El erotismo en las mujeres

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Anaïs Nin
BIOGRAFÍA
EL EROTISMO EN LAS MUJERES

El ensayo traducido aquí, titulado originalmente “Eroticism in Women”, de Anaïs Nin apareció en 1974 en la revista Playgirl y luego fue compilado en su libro In Favor of a Sentitive Man and Other Essays (1976). Para entonces, la autora vivía el pleno éxito de su obra que durante décadas fue censurada y publicada con reservas debido a su alto contenido erótico y transgresor; era la época del feminismo setentero, la liberación de la mujer y la sexualidad. El ensayo de Nin, de hecho, refleja muchos de los problemas que el feminismo de la época enfrentaba y que ahora, en algunos países, son considerados como superados, sirva de ejemplo la postura de Anaïs en cuanto al uso de los pantalones de mezclilla que las mujeres de esa generación comenzaron a usar.
“la literatura erótica escrita por hombres no satisface a las mujeres y es tiempo de que escribamos nuestra propia literatura”
Desde mi experiencia, diría que las mujeres no han separado aun el amor de la sensualidad como los hombres lo han hecho. Ambos están combinados en la mujer: ella necesita amar al hombre que se entrega o ser amada por él. Después del acto sexual, parece que necesita asegurarse de que es amor y que el acto sexual de la posesión es parte de un intercambio que es dictado por el amor. Los hombres se quejan a menudo de que las mujeres demanden una confirmación o una expresión de amor. La cultura japonesa reconoce esta necesitad y en los tiempos antiguos era una regla estricta que, después de la cúpula, el hombre debía escribir un poema y dedicárselo a su amada antes de que ella despertara. ¿Qué es esto, sino la conexión del acto sexual con el amor?
A mi parecer, las mujeres todavía se preocupan por una partida prematura o una falta de reconocimiento del ritual que ha tenido lugar, todavía necesitan palabras, necesitan la llamada telefónica, la carta, los gestos que hacen del acto sensual algo particular, algo que no es anónimo y meramente sexual.
Este fenómeno pudiera o no desaparecer en las mujeres modernas que decidirán poner un punto final a sus predecesoras; tal vez sí logren separar el amor del sexo que, en mi opinión, disminuye el placer y reduce la calidad intensiva del coito. Porque éste es mejorado, elevado e intensificado por las emociones. Comparen la diferencia entre un intérprete solitario y la grandeza alcanzada por una orquesta.
Intentamos quitarnos de encima todo lo falso de nosotras, lo que nos es inculcado por nuestra familia, nuestra cultura y nuestra religión. Es una tarea enorme porque la historia de las mujeres no ha sido contada completamente de la misma forma que la de los negros. Algunos acontecimientos han sido ocultados. Culturas como las de India, Camboya, China y Japón tienen una vida sensual accesible y popular, pero a través de la perspectiva masculina. Muchas veces, cuando las mujeres han querido revelar algunos aspectos de su sexualidad, son reprimidas. No de manera tan obvia como sucedió con la ardiente obra de D. H. Lawrence, o la censura de Henry Miller o James Joyce, sino de una manera que es denigrante, constante y continúa por los críticos. Muchas escritoras recurrieron a los pseudónimos masculinos para evitar los prejuicios. Tan sólo hace un par de años Violette Leduc escribió la más explícita, elocuente y conmovedora descripción del amor entre dos mujeres. Simone de Beauvoir fue quien la descubrió para el público y aun así todas las reseñas que he leído son juicios morales contra su apertura. También hubo muchos juicios morales sobre el comportamiento de los personajes de Henry Miller, sobre todo criticaban su lenguaje, pero en el caso de Violette Leduc era contra ella misma.
Leduc en La Bâtarde es totalmente libre:
Isabelle me recostó de espaldas sobre el edredón, me levantó y me sostuvo entre sus brazos: me llevaba a otro mundo que era completamente desconocido para de allí lanzarme a otro mundo que ni siquiera había imaginado. Sus labios abrieron los míos ligeramente, me humedecieron los dientes. Su lengua carnosa me daba miedo, pero su extraña virilidad no batalló para entrar en mí. Distraída y calmadamente, esperé. Sus labios recorrieron los míos. Mi corazón latía fuertemente y yo deseaba prolongar la dulzura de su huella, la nueva experiencia del roce sobre mis labios. Isabelle me está besando, me decía a mí misma. Trazaba un círculo alrededor de mi boca, encerraba el ruido, dejaba un beso frío en cada comisura, dos notas staccato en mis labios. Siguió presionando su boca contra la mía, una hibernación… Nos abrazamos, queríamos engullirnos una a la otra… Conforme Isabelle se recostaba sobre mi corazón abierto, yo quería sentirla cómo entraba. Ella me enseñó a abrirlo en flor… Su lengua, su pequeña flama, ablandó mis músculos, mi carne… Una flor abierta en cada poro de mi piel…
Tenemos que abandonar la consciencia. Las mujeres tienen que evitar copiar a Henry Miller. Está bien tratar a la sexualidad caricaturizándola con humor y picardía, sin embargo esa es otra forma de relegarla a lo casual, a las áreas ordinarias de la experiencia.
Las mujeres han sido amedrentadas para revelar su propia naturaleza sensual. Cuando escribí Spy in the House of Love en 1954, muchos críticos serios llamaron a Sabina [el personaje] una ninfómana. La historia de Sabina es la de una mujer que ha tenido solamente dos amantes y una amistad platónica con un homosexual. Fue la primera historia de una mujer que intenta separar el amor de la sexualidad de la misma forma que un hombre para poder alcanzar la libertad sensual. Incluso fue etiquetada de pornográfica cuando apareció. Aquí uno de los fragmentos “pornográficos”:
Ambos huyeron de los ojos del mundo, de los proféticos, estridentes y ováricos prólogos del cantante. Hacia las barandas oxidadas de las escaleras del subsuelo nocturno, hacia el primer hombre y la primera mujer en el comienzo del mundo, un mundo sin genitivos para poseer uno al otro, sin música de serenatas, sin regalos de cortesía, sin torneos para impresionar y forzar una caricia, sin instrumentos secundarios, sin ornamentos, collares, coronas que sojuzgar, sólo un solo ritual, un gozoso, alegre, jubiloso y dichoso empalamiento de una mujer en el mástil de un hombre.
Aquí otro pasaje etiquetado como pornográfico por los críticos:
Sus caricias eran tan delicadas que se sentían como una provocación, un reto evanescente que ella temía corresponder por temor a que se desvaneciera. Sus dedos la incitaban y se alejaban cuando la excitaban; su boca la estremecía y luego se retiraba; su rostro y cuerpo se acercaron, esposó cada uno de sus miembros para luego deslizarse en la oscuridad. Él exprimía cada curva y recoveco para extraer el placer de su fino cuerpo y después permanecía quieto, dejándola en suspenso. Cuando tomaba su boca, él apartaba las manos de ella; cuando ella respondía al placer de sus muslos, él cesaba de exprimirla. En ningún momento él permitía que aconteciera una fusión total sin saborear cada abrazo, cada parte del cuerpo de ella para luego desertarlo, como encender la llama y luego eludir el derretimiento. Un corto circuito de sentidos, provocador y tibio, trémulo y elusivo, tan móvil e incesante como era él durante el día; pero ahora aquí en la noche, con las lámparas de la calle develando la desnudez de ambos, pero no la de su mirada, ella era incitada a un casi insoportable y previsto placer. Él había convertido su cuerpo en un manojo de rosas para exfoliar el polen de cada una de ellas.
Tan postergado, tan incitado que la posesión llegó para vengar la espera con un largo, prolongado y profundo éxtasis.
Las mujeres en sus conversaciones revelan una persistente represión. En el diario de George Sand leemos el siguiente incidente: [Émile] Zola la cortejó y tuvieron una noche de amor. Por el hecho de haberse entregado sin reservas sexuales, él le dejó dinero en el buró cuando se retiró, implicando así que una mujer apasionada no podía ser sino una prostituta.
Sin embargo, si seguimos estudiando la sensualidad de las mujeres nos encontramos con que en última instancia no hay generalizaciones, que hay tantos tipos de mujeres como mujeres mismas. Hay un punto en común: que la literatura erótica escrita por hombres no satisface a todas las mujeres y que es tiempo de que escribamos nuestra propia literatura, y que hay una diferencia en nuestras necesidades eróticas, fantasías y actitudes. Barracas explícitas o palabras clínicas no excitan a la mayoría de las mujeres. Cuando el primer libro de Henry Miller fue publicado, yo predije que a muchas mujeres les gustaría. Pensé que les gustaría la manifestación honesta del deseo, el cual estaba a punto de desaparecer en una cultura puritana; sin embargo, no hubo respuesta alguna en cuanto al lenguaje agresivo y vulgar. El Kama Sutra, el compendio de sabiduría erótica india, remarca la necesidad de acercársele a la mujer con sensibilidad y romanticismo, no ir directamente a la posesión física, sino prepararla con cortesía amorosa. Estas costumbres, hábitos y prácticas varían de un país a otro. En el primer diario escrito por una mujer (escrito en el año 900), La historia de Gengi de Murasaki [Shikibu],[1] el erotismo es extremadamente sutil, está envuelto en poesía, y se enfoca en partes del cuerpo que el mundo occidental raramente toma en cuenta, como el cuello desnudo que se muestra entre el cabello largo y el kimono.
No obstante, sí hay un punto común, que es que la zonas erógenas de la mujer están dispersas en todo su cuerpo, que es más sensible a las caricias y que su sensualidad no es directa ni inmediata como la del hombre. Hay una atmósfera vibrante que necesita explorarse y que tiene una conexión con el último incitamiento.
La feminista Kate Millet es injusta con Henry Miller. Sea lo que sea que implique ideológicamente, ella no fue lo suficientemente atenta para ver en su trabajó, y aquí es donde yace el verdadero sentido, a Miller le preocupaba la respuesta de la mujer.
Mi pasaje favorito de El amante de Lady Chatterly es este:
Entonces, conforme él se fue convulsionando, hundido en el orgasmo inexorable, surgió en ella un nueva y extraña onda excitante en su interior. Ondeaba, ondeaba, ondeaba como delicadas flamas consumiéndose unas a otras, suaves como plumas, despidiendo pavesas exquisitas, exquisitamente derritiéndose y fundiéndose dentro de ella. Como campanas ondeando incesantemente hasta la culminación. Cayó desvanecida por los gemidos que espetó hasta el final… sintió en sus adentros los brotes de él, un extraño ritmo fluyendo hacia ella con un extraño pasmo in crescendo, hinchándose una y otra vez hasta que llenó y atravesó su consciencia, y después, una vez más, la indecible moción inamovible, remolinillos puros y profundos de sensación girando adentro y más adentro de sus tejidos y su consciencia, hasta que ella toda fue un sentimiento fluido perfecto y concéntrico. Cayó llorando, inconsciente, lloridos inarticulados. ¡La voz brotó de la profunda noche, era la vida!
Fue una desilusión, en nuestros tiempos modernos, descubrir que el cortejo entre las mujeres no adoptó necesariamente una forma más sensual y sutil de obtener placer sin proceder con la misma agresión y el ataque directo de los hombres.
Desde mi perspectiva, esto es lo que creo: el brutal lenguaje que usa Marlon Brando en El último tango en París, lejos de afectar a la mujer, le resulta repulsivo. Denigra y vulgariza la sensualidad; ofrece la mirada puritana acerca de ella como algo bajo, maldito y sucio. Es una perspectiva puritana. No provoca ninguna excitación porque bestializa la sexualidad. Muchas mujeres ven esto como una destrucción del erotismo. Entre nosotras hemos hecho una distinción entre lo pornográfico y lo erótico: lo pornográfico trata a lo sexual grotescamente para llevarla a un nivel animalesco; lo erótico incita lo sensual sin menester de lo animal. Y muchas mujeres con las que he discutido al respecto quieren desarrollar un escritura lejos de los parámetros masculinos. El cazador, el violador para quienes la sexualidad es simplemente un impulso y nada más.
Ligar el erotismo a los sentimientos, al amor y a la selección de determinada persona, personalizarlo e individualizarlo, es una tarea para las mujeres. Así habrá cada vez más y más escritoras que escribirán basándose en sus propios sentimientos y experiencias.
El descubrimiento de las cualidades eróticas de las mujeres, así como la expresión de los mismos, vendrán cuando dejemos de culpar a los hombres por nuestras penas. Si no les gusta el cazador y la caza, es nuestra tarea expresar lo que sí nos agrada y revelárselo a los hombres, de la misma manera que lo han hecho las historias orientales, a los placeres de otras formas de amar. Hasta ahora, la escritura de mujeres ha sido negativa: solamente escuchamos lo que no les gusta. Repudian el rol de la seducción y el encanto para crear la atmósfera erótica con que sueñan. ¿Cómo puede un hombre enterarse de la sensibilidad corporal de la mujer cuando ella viste pantalones de mezclilla que hacen ver a su cuerpo como el de sus contrapartes y sí solamente hay una sola ranura que sirve para la penetración? Si acaso es verdad que la sensualidad de la mujer yace en todo su cuerpo, entonces la forma en que se viste hoy en día es una total negación de este factor.
Ahora bien, hay también mujeres inquietas por el papel pasivo al que son confinadas. Algunas quieren tomar, invadir y poseer al igual que el hombre. Es la fuerza liberadora de nuestra consciencia actual la que queremos renovar para que cada mujer sea un patrón individual, no uno generalizado. Me gustaría que hubiera una computadora que le otorgara a cada mujer un molde diseñado especialmente para sus propios deseos. Esta es la excitante aventura en la que nos encontramos hoy en día: cuestionar todas las historias, las estadísticas, confesiones, autobiografías y biografías para crear nuestro propio patrón individual. Para lograrlo, es menester aceptar lo que nuestra cultura siempre nos ha negado, que es la necesidad de la examinación individual introspectiva. Esta simple tarea nos permitirá saber lo que somos, saber nuestros reflejos, gustos y disgustos, y a partir de aquí podremos actuar sin culpa ni dudas para saber nuestras capacidades. Existe un tipo de hombre que busca hacer el amor igual que nosotras, y hay al menos un hombre así para cada mujer. Sin embargo, para reconocerlo, primero debemos conocernos a nosotras mismas, conocer los hábitos y las fantasías de nuestro cuerpo, los dictados de nuestra imaginación. No solamente debemos saber lo que nos mueve, nos excita y provoca, sino también cómo obtenerlo y alcanzarlo. Y, al final, la mujer debe generar su propio patrón erótico de satisfacción a través de una enorme cantidad de mitad información y mitad revelación.
El puritanismo está muy arraigado en la literatura anglosajona y esto es lo que hace a sus escritores escribir sobre la sexualidad como algo bajo, vulgar y como un vicio animalesco. Algunas escritoras han imitado a estos escritores debido a que no tienen modelos a seguir y en lo único que han tenido éxito es en dar una vuelta a los roles: sus personajes femeninos se comportan como si fueran hombres, hacen el amor y a la mañana siguiente se retiran sin decir una palabra tierna o sin una promesa de continuidad. La mujer se convirtió así en una depredadora, en una agresora. Nada cambió con esto. Todavía nos hace falta descubrir cómo siente una mujer y sobre todo va a tener que expresarlo en la escritura.
Las mujeres jóvenes de ahora sostienen reuniones para explorar su sensibilidad y disipar sus inhibiciones. Una joven profesora de literatura, Tristine Rainer, invitó a varias estudiantes de la Universidad de California en Los Ángeles a discutir literatura erótica y sobre por qué las mujeres se inhíben tanto al momento de escribir de sus sentimientos. Había un tabú muy grande. Pero apenas lograron comunicarse entre ellas sus fantasías, sus deseos y sus experiencias, la escritura, de igual forma, también fue más libre. Estas jóvenes buscan nuevos modelos porque se han percatado que imitar a los hombres no conduce a la libertad. Las mujeres francesas han sido capaces de producir bella literatura erótica porque no lidiaron con el tabú puritano, y algunas de esas escritoras voltearon la mirada hacia el erotismo sin haber sentido que la sexualidad era algo vergonzoso y que debía ser tratado con desdén.
Lo que tendremos que alcanzar, lo ideal, es el reconocimiento de la naturaleza sexual femenina, la aceptación de sus necesidades, el conocimiento de su variedad de temperamentos, y una actitud feliz hacia ella como parte de su naturaleza, tan natural como el brotar de una flor, las olas del mar y el movimiento de los planetas. La sensualidad como naturaleza con posibilidades de éxtasis y goce. O en palabras zen, con posibilidades de alcanzar el satori. Aún vivimos bajo la opresión puritana y el hecho de que las mujeres escriban sobre el sexo no significa que sean libres, porque lo hacen con la misma actitud vulgar y pobre que los hombres, no lo hacen con orgullo y goce.
La verdadera liberación del erotismo estriba en aceptar el hecho de que tiene miles de facetas, hay muchas formas eróticas, muchos objetos, situaciones, atmósferas y variaciones de él. Primero que nada tenemos que dispensar la culpa de su expansión, después abrirnos a sus sorpresas y variadas expresiones y (aquí añado mi consejo personal para su completo disfrute) fusionarlo amorosa y pasionalmente con una sola persona, mezclarlo con los sueños, las fantasías y las emociones para que llegue a su máximo potencial. En el pasado tal vez haya habido rituales colectivos en los cuales el desfogue sensual haya sido la norma, pero ya no vivimos en una época así, y entre más fuerte sea la pasión por una persona, el ritual de sólo dos personas será más concentrado, intenso y extático.

Traducción de Francisco Serratos.


[1] Anaïs Nin pudo haber confudido el diario de Murasaki con La historia de Gengi, que es considerada por muchos críticos como la primera novela, no un diario.


Profesores / Qué deprime a un maestro en Colombia

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¿Qué deprime a un maestro en Colombia?

Los problemas económicos y la presión laboral han llevado a más de un profesor a episodios de depresión y a ser internados en sanatorios.

Salud mental
El Tiempo, 21 de junio de 2014
¿Qué deprime a un maestro en Colombia?Algunos maestros tiene que encargarse de cursos que superan los 50 alumnos por clase y reciben a cambio los salarios más bajos del país. /123rf
Mayo de 2014. Cajicá, Cundinamarca. El profesor Alfredo Suárez* mira un punto fijo en la pared, sentado en la alfombra de su casa. Su hijo de siete años le habla y él no escucha; los antidepresivos no han hecho efecto. A sus cuarenta años ha concluido que ser un buen maestro implica dejar a la familia, pelear en estrados judiciales para mantener su trabajo y sacrificar algo de cordura.
Estas ideas parecían absurdas cuando entró a estudiar Licenciatura en Química en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, durante el segundo semestre de 1997. Mantenía la ilusión de aprender biología, física, ciencias naturales. Ser un maestro integral. “Pero no fue así, no hubo un aprendizaje completo y me dolió que quitaran del currículo académico asignaturas relacionadas con biología. Fueron cinco años de estudio en los que se fue desilusionando.
Cuando se graduó, pasaron ocho meses para que lo llamaran de un trabajo, “ofrecían menos de un salario mínimo por ser profesor de química, literatura, religión y educación física”. En 2002 aceptó un contrato por cincuenta días en el que él debía asumir los gastos de la EPS, cotizar la pensión y esperar cada dos meses para que le renovaran el contrato.
Luego fue seleccionado para dictar clases en un colegio de la provincia de Sabana Centro, lejos de Bogotá: “Mira, no puedo nombrar el municipio exacto por cuestiones de amenazas. Cuando llegué había problemas de paramilitarismo, la gente era muy hostil, muy bélica. Para mí fue una bofetada ver cómo los padres me amenazaban, me mentaban la madre cuando se les daba la gana; allá el maestro no es nadie. No protestaba porque sabía de antemano que las bacrim estaban por ahí escondidas”.
Con el tiempo Alfredo tuvo inconvenientes con los rectores, que recargaron su horario de trabajo, redujeron sus descansos y lo enviaron a dar clases en lugares donde terminaban apiñados hasta 55 alumnos. Cuando hizo públicas sus críticas, comenzó a correr el rumor de que sería trasladado.
“El drama se complicó. Yo venía muy mal de salud y empecé a sentir mucha ansiedad. Todo el mundo se convirtió en mi enemigo porque me di cuenta de que algunos profesores me grababan cuando yo hablaba mal del colegio y luego le mostraban a la rectora. Mi psiquiatra dijo que no daba más, la depresión me tiró al piso, me quitó las ganas de vivir”.
Problemas de salud mental
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el ‘síndrome de burnout’, también conocido como ‘malestar docente’, es una de las causas más frecuentes que llevan al fracaso profesional de los docentes. Un estudio que arroja luces sobre el problema en Colombia es el que realizaron Zamanda Correa, Isabel Muñoz y Andrés Chaparro para la Universidad del Cauca y que fue publicado en 2010.
Después de estudiar a 44 profesores de dos universidades de Popayán, entre los 20 y 40 años “se encontró una frecuencia del 9% de alta despersonalización”, es decir, estos docentes desarrollaron actitudes negativas y de insensibilidad hacia sus alumnos; además presentaron “frecuencias del 16% y del 9% de altas consecuencias físicas y sociales, respectivamente”. Las razones de estos resultados, según los investigadores, fueron estrés laboral, largas jornadas de trabajo y aburrimiento por la rutina personal y académica.
En otro estudio, presentado por Katty Collantín Cardona, estudiante de comunicación social de la Fundación Universitaria Luis Amigó en Medellín, se evidencia como el “estrés laboral” termina en la más profunda de las depresiones. Collantín narra la historia del profesor Víctor, quien terminó internado en un hospital psiquiátrico: “Transcurrido el primer mes, Víctor conoció a otra profesora, Domitila Angulo, quien llevaba un año recluida en esta clínica. La maestra venía remitida del municipio de El Bagre (Antioquia) y murió tras mezclar medicamentos con licor y otras cosas”.
Otro profesor, Alberto Muñoz, le confesó a la estudiante que luego de “25 años de trabajar como docente, sentía ansiedad y decía que estaba amenazado, que lo iban a matar. Un día salió desnudo por toda la calle, gritando y corriendo. Terminó arrestado”.
Francisco Cajiao, exsecretario de Educación de Bogotá y experto en pedagogía, cree que “algunas depresiones pueden ser independientes a la formación docente. En el caso del profesor Alfredo Suárez, es innegable que los factores ambientales fueron detonantes. Hay situaciones en el entorno laboral que se vuelven insoportables, y si tienes baja autoestima, la enfermedad se desborda. En estos casos el papel de los rectores es definitivo, porque garantiza que el colegio tenga una buena convivencia”.
A las enfermedades laborales se unen más preocupaciones, como la ausencia de un salario digno, la baja calidad educativa, la dificultad de acceder a la educación superior y la falta de incentivos para adelantar proyectos de investigación, como lo demostró un estudio que publicó la Fundación Compartir a comienzos de este año. En Colombia, un docente gana menos que un profesional asalariado. Mientras que un profesor devenga aproximadamente $1’517.220 mensualmente, un profesional recibe cerca de $2’678.638.
Lo triste es que la batalla contra los complejos psicológicos de los maestros se mantiene en silencio por mucho tiempo y se padece en soledad.
* Nombre cambiado para proteger a la fuente.


La noche del cazador / El sueño del miedo

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La noche del cazador
EL SUEÑO DEL MIEDO
Por Daniel Dominguez
1 de junio de 2009

Si uno quisiera demostrar la existencia de los dioses del cine, podría presentar pocas pruebas pero todas irrefutables. Una de esas pruebas es La noche del cazador de Charles Laughton, una película de 1955 que puede considerarse un milagro y, como tal, atribuible a la gracia divina. Tampoco cabe duda de que los dioses del cine intervinieron con plena dedicación a sabiendas de que la película, en su momento, cosecharía un fracaso sin paliativos e incluso, para más inri, la burla de los espectadores y, aunque ya no importa tanto, la incomprensión de la crítica. Una película que ha impresionado algunas de las más insólitas imágenes que hayan cobrado vida en una pantalla, imborrables en nuestra retina e imperecederas en nuestra memoria; y algunos de los momentos más bellos, arrebatados y subyugantes de la historia del cine. Basta desgranar la historia de su producción para comprender la magnitud del milagro -porque no todos los milagros son iguales- que representa La noche del cazador. La opera prima y única obra de Charles Laugton.




Charles Laughton

La noche del cazador no hubiera sido posible sin el encuentro de Charles Laughton con Paul Gregory, el productor de la película, a principios de los años 50. Paul Gregory era un joven empleado de la agencia MCA cuando un día vio a Charles Laughton en televisión leyendo pasajes de la Biblia. La lectura lo impresionó. Paul Gregory consiguió una cita con Charles Laughton y le propuso una gira de lecturas bíblicas por diversas ciudades. El gran actor se mostró remiso pero Gregory lo convenció. La gira de diez semanas por ciudades de EUA y Canadá, para sorpresa de Laughton, fue un éxito. Gregory no lo pensó dos veces, abandonó su trabajo en la MCA y se convirtió en agente y socio del actor.


Charles Laughton en escena,
durante una lectura de la Biblia

Los primeros proyectos que pusieron en pie Gregory -como productor- y Laughton -como director- fueron montajes en Broadway que gozaron del aplauso del público: Don Juan en los infiernos o El consejo de guerra del motín del Caine. Había llegado el momento, entonces, de elegir un proyecto con el que Laughton regresara al cine como director. Gregory había leído las galeradas de una novela de un autor primerizo, Davis Grubb, su título: "The Night of the Hunter". La noche del cazador. Una novela sobre la época de la Depresión con ecos de Erskine Caldwell o William Faulkner que se publicó en 1953. Era un elección arriesgada porque la censura no transigiría fácilmente con uno de sus personajes principales: un predicador, un hombre de Dios, que asesina mujeres mientras recita pasajes de la Biblia y que se queja ante al Divino Hacedor: ni siquiera él puede matar tantas mujeres, hay demasiadas que se lo merecen.



Paul Gregory había encontrado un vínculo íntimo con la novela y cuando la entretelas del alma tiemblan no hay razones que valgan, por muy productor que sea, o mejor, si eres un productor como debe ser, como debieran ser todos los productores. Cerramos paréntesis y volvemos al vínculo íntimo: Gregory había sufrido la Depresión y había sido abandonado por su padre, así que se sintió identificado con el desamparo de los niños, John y Pearl, y con el mundo rural sureño en el que trascurría la historia de Grubb.




El propio novelista, que había nacido en 1919, también vivió una infancia y adolescencia marcada por la Depresión. Huérfano de padre desde muy pequeño, su madre trabajó como asistente social durante los años 30 y Grubb modeló a su imagen y semejanza el personaje de Rachel Cooper. Toda la obra del escritor se desarrolla en Virgina Occidental, en la frontera del río Ohio.




A Laughton le encantó la novela. Halló resonancias de Herman Melville pero, sobre todo, le cautivó el aroma de uno de sus autores favoritos, Charles Dickens. Era lo único que Gregory necesitada saber. Compró los derechos de La noche del cazador por 75.000 dólares y a partir de ese momento la película empezó a germinar en el interior de un triángulo de noveles: el autor de la obra, el productor y el director. Grubb, Gregory y Laughton.

Puede resultar más o menos interesante, útil o productivo comparar la novela -muy buena, por cierto- con la película, o viceversa. Bastarán dos ejemplos para calibrar la potencia visual de la prosa de Grubb y comprobar hasta que punto inspiró dos de las escenas inolvidables de la película, sin que ello quiera decir que ésta es una mera traslación de la novela. La obra de Grubb alimentó la imaginación de quienes debían llevarla a la pantalla, una traslación que se plasmó a través de una tonalidad muy distinta a la novela aunque la evoque en muchos momentos. Vayamos con esas dos escenas tal como Grubb las escribió, traslado aquí los fragmentos correspondientes a la edición de la novela por Anagrama (2000) en una traducción de Juan Antonio Molina Foix:



[Monólogo interior del tío Birdie, borracho, hablando con el retrato de Bess, su mujer muerta] Allí fue donde lo vi, Bess. En el fondo del agua. ¡El viejo Ford T de Ben Harper con ella dentro...! ¡Que Dios me proteja!... ¡Con ella dentro...! Sentada allí con un vestido blanco y mirándome a los ojos, con una enorme raja bajo la barbilla tan nítida como las agallas de un siluro... ¡Oh, Dios Todopoderoso...! Y su pelo ondeaba suave y perezosamente como la hierba en un prado inundado por las aguas. ¡Willa Harper, Bess! ¡Era ella! (p. 181-182)



John contuvo la respiración para escuchar mejor, luego respiró rápidamente y volvió a aspirar, y a contener la respiración, a fin de escuchar de nuevo, con los ojos escocidos y cansados de mirar el halo luminoso de la luna, dispuesto a no dejar pasar el más mínimo movimiento en la vasta llanura que se extendía entre el granero y el río. Se oía con tanta claridad y nitidez como si la vocecita estuviera en la montaña de heno bajo su codo, y, de repente, John lo vio a lo lejos, en la carretera; surgió de pronto por detrás de un alto ciclamor como a medio kilómetro de distancia: un hombre montado en un gran caballo, que avanzaba a paso lento y con una horrible y laboriosa parsimonia por el liviano polvo del camino del río. Desde aquella perspectiva la figura del hombre sobre el caballo era tan minúscula como un juguete, y, sin embargo aun con aquellas limitadas dimensiones, John podía distinguir cada espantoso y maligno detalle de aquellos hombros tan familiares. (...) ¿Es que no duerme nunca? (p. 210-211)

Pero conviene señalar desde ahora mismo y aquí que pocas veces se ha producido una colaboración más estrecha y sostenida entre el autor de una novela y el director de la película, más allá incluso de la escritura del guión, más aún si hablamos del cine de Hollywood. Y eso que Grubb se negó en redondo a moverse de Filadelfia donde vivía a la sazón y Laughton tuvo que echar mano del teléfono y del correo para mantener el cordón umbilical con quien había concebido y parido La noche del cazador.



El director se enteró de que Grubb era un dibujante aficionado y que acostumbraba a hacer dibujos de los personajes mientras escribía la novela. Consciente del valor de esos dibujos surgidos de la mano del propio autor, mantuvo el contacto con el escritor y le pidió que mandara dibujos, incluso durante el rodaje. A veces le pedía que dibujara la expresión exacta de un personaje tal como la había imaginado al escribir determinada escena. 



Viene a cuento entonces que echemos mano de las palabras que Grubb escribió en el cartapacio que contiene los 111 bocetos que dibujó para Laughton, una declaración fechada el 10 de agosto de 1973: "He visto La noche del cazador quizá una docena de veces en los últimos quince años, y sólo puedo declarar -quizás con inmodestia- que no sólo fui el autor de la novela en la que se basó el guión, sino también el diseñador de los escenarios. (...) Si alguna vez se ha producido en la historia de la industria del cine una colaboración semejante entre el director de la película y el escritor de la novela adaptada es algo que desconozco completamente". Los bocetos no son, entiéndase, un story board, pero constituyeron un material muy valioso para Laughton y el director artístico Hilyard Brown, y, en todo caso, representan una prueba sobre el grado de colaboración -totalmente infrecuente- que el director solicitó del equipo y estimuló durante la preparación y el rodaje de la película.



Antes de encargar el guión y elegir un equipo de producción, Laughton y Gregory querían encontrar al actor que encarnara a Harry Powell, el predicador asesino y que, de paso -pero muy decisivo-, representara un atractivo para la taquilla. La primera opción de Laughton era Gary Cooper quien, después de mucho insistirle, leyó la novela pero rechazó el papel, convencido de que resultaría mortal para su imagen. Entonces, Gregory puso encima de la mesa su primera opción: Robert Mitchum. Pero Laughton no las tenía todas consigo y además no conocía el trabajo de Mitchum que en cinco años había encadenado tres obras maestras: Retorno al pasado (1947) de Jacques Tourneur, Pursued (1947) de Raoul Walsh y The Lusty Men (1952) de Nicholas Ray.



Mitchum leyó la novela y se le pusieron los dientes largos. Acudió a casa de Laughton e interpretó pasajes de la obra de Grubb, como el de la lucha entre la mano izquierda (hate, odio) y la mano derecha (love, amor), con tal convicción que a Laughton se le evaporaron las dudas y tuvo la certeza de que habían encontrado al actor perfecto para interpretar a Harry Powell. Ya dentro del proyecto, Mitchum visitó al director a menudo hasta el punto de que llegó a hartar un tanto a Elsa Lanchester, la mujer de Laughton, que interpretaba la asiduidad del actor como una estrategia para ganarse la admiración de su marido, demostrándole lo culto que era, y no sólo por el aquel de trabajar el papel, aunque una actriz como ella -La novia de Frankenstein, sin ir más lejos- debería saber -y sin duda lo sabía- cuántas veces ambas tareas son vertientes del mismo proceso; cabe imaginar que, sencillamente, a la Lanchester no le caía simpático. En cualquier caso, durante aquellas visitas se estableció una complicidad entre Laughton y Mitchum que resultaría providencial para la película. Una complicidad que sólo se quebró en la última semana de rodaje cuando Mitchum, "perjudicado" por las drogas y el alcohol, no podía ponerse delante de la cámara. Laughton tuvo que pasar un fin de semana con el actor rodando los planos que no pudieron rodarse en su momento, un añadido al plan de rodaje que significó el único coste adicional al presupuesto de la película.



Con Mitchum en el proyecto, Gregory consiguió el apoyo de United Artists tras haberlo intentado sin éxito con la Columbia, la Warner y Sam Goldwin. Eso sí, un apoyo sin entusiasmos, fijaron un presupuesto de 595.000 dólares, pequeño incluso para una película "independiente". Pongamos por caso un film de la época como Atrapa a un ladrón de Alfred Hitchcock costó casi cinco veces más. Pero por modesto que fuera el presupuesto ahora ya podían encargar el guión. Eligieron a James Agee para escribirlo y lo contrataron: 15.000 dólares por diez semanas de trabajo. Más de una vez se lamentarían de la elección y de que Grubb se resistiera a moverse de Filadelfia, porque en algún momento se consideró la posibilidad de que el propio novelista se encargara la adaptación.


James Agee

James Agee era un gran escritor -ya hemos hablado en esta escuela de su libro con las fotografías de Walker Evans en los años de la Depresión, Elogiemos ahora a los hombres famosos, o sea que conocía de primera mano el mundo de la historia de La noche del cazador- y había firmado el guión de La reina de África de John Huston. Lo que ni Gregory ni Laughton sabían era que ese guión había sido reescrito en buena parte por Huston y Peter Viertel, tampoco que Agee se encontraba en la última fase de un proceso autodestructivo y de alcoholismo crónico (murió en 1955, antes del estreno de La noche del cazador). En fin, James Agee se instaló en casa de Laughton y empezó a escribir el guión. Trabajaba junto a la piscina con una mecanógrafa y la botella de Jack Daniels. Estaba siempre borracho y no se entendía con Laughton, así que cuando el director se hartó, trasladaron a Agee a la casa de Gregory en la playa. Y luego a un hotel. "Era un escritor maravilloso -recuerda Gregory- pero algo lo atormentaba. A veces se pasaba horas gritando. O llorando". Por encima, Agee se negó a enseñarles una sola página del guión hasta que no lo terminó. Era más grueso que la novela de Grubb: 350 páginas de descripciones de los años de la Depresión, monólogos interiores y acotaciones que remitían a insertos de viejos noticiarios. Y seguramente algunas de las fulguraciones que iluminaron la pantalla con toda su energía poética. El guión de Agee se ha perdido. Laughton reescribió el guión con los hermanos Terry y Denis Sanders, otros primerizos en la insdustria del cine que también se encargaron de la 2ª unidad, concretamente del rodaje en exteriores en el río Ohio. La reescritura consistió básicamente en un retorno a la novela de Grubb como texto generador, pero resultan apreciables en la película tonos y atmósferas que recuerdan los filmes de Val Lewton que Agee tanto había valorado como crítico, y también la obra de un maestro que inspiró a Laughton a la hora de convertir La noche del cazador en una película que recuperara el magnetismo y la capacidad de deslumbramiento del cine de los orígenes. Hablamos de David W. Griffith.


David Ward Griffith

De igual manera que Orson Welles abordó su preparación para dirigir Citizen Kane viendo una y otra vez La diligencia de John Ford, Charles Laughton hizo lo propio estudiando las películas de Griffith que se conservaban en el MoMa de Nueva York. Quería encontrar las claves de la emoción y de la complicidad con el espectador por las que suspiraba para una película como La noche del cazador. Y aun más, escuchemos la motivación de Laughton mientras preparaba su opera prima: "Cuando antes iba al cine, los espectadores estaban clavados en sus butacas mirando fijamente la pantalla, erguida la cabeza frente a ella. Hoy veo que casi siempre tienen la cabeza inclinada hacia atrás para así poder engullir sus palomitas y golosinas. Me gustaría hacer algo para que recuperen su posición vertical". Y trataba de encontrar la manera de darles suficientes motivos para enderezarse viendo una y otra vez las películas de Griffith. Y en ellas encontró algo más que, con ser mucho, el despliegue de una mirada sobre el paisaje americano, la belleza del viento en los árboles y el sentido del cine. Encontró rostros. Un rostro.


Lillian Gish en Lirios rotos (1919)
de David Ward Griffith

Mientras Agee escribía su inmenso guión, Laughton y Gregory se centraban en completar el reparto y el equipo técnico. El papel de Willa se lo asignaron a una alumna de interpretación de Laughton, Shelley Winters. Pero el papel de Rachel Cooper requirió un intercambio epistolar con Grubb que desaconsejó a Ethel Barrymore y a Jane Darwell. Fue entonces, mientras estudiaba las películas de Griffith, cuando Laughton se encontró con el rostro de Lillian Gish. La actriz se había apartado parcialmente del cine tras el rodaje deDuelo al sol (1946) de King Vidor. La noche del cazador le cargaría las pilas otra vez, pero no adelantemos acontecimientos.



Laughton y Gregory eligieron como director de fotografía a Stanley Cortez que había iluminado películas como El cuarto mandamiento (1941) de Orson Welles o Secreto tras la puerta (1948) de Fritz Lang. Laughton sabía que se trataba de un tipo dispuesto a la experimentación, con fama de detallista y maniático, poco dado a dar el brazo a torcer y menos a plegarse a los dictados de los estudios. Entre ambos se estableció una complicidad tan estrecha como la que Welles había alcanzado con Gregg Toland en Citizen Kane, y aun más, como la que habían logrado Griffith y Billy Bitzer. Cortez se reunió con Laughton todos los domingos durante seis semanas antes de empezar el rodaje de La noche del cazador. Le enseñó cómo funcionaba la cámara pieza por pieza y objetivo por objetivo, hasta que el director se convirtió en el maestro. A su vez, Laughton encontró copias de los filmes de Griffith para que Cortez los estudiara. Hasta que encontraron la misma longitud de onda, la sintonía de miradas con que convertir el material de La noche del cazador en una película única. La huella de Griffith resuena en las imágenes de la película, recordad la primera escena en la que descubrimos a los niños en un campo florido o la escena de la merienda junto al río. "Laughton era un personaje que inspiraba. Hacías lo que fuera para conseguir lo que quería", recordará Cortez.


Laughton dirige a Mitchum
en 
La noche del cazador


"Tendría que remontarme a David W. Griffith para encontrar un rodaje tan lleno de motivaciones y armonía", escribió Lillian Gish. Laughton cuidaba hasta el mínimo detalle de ese microclima para que creciera una flor tan singular, frágil y delicada como La noche del cazador. Quiso que el montador Robert Golden permaneciera a su lado durante todo el rodaje, porque deseaba un control absoluto sobre el final cut de la película. Hilyard Brown recuerda que Laughton le dio instrucciones muy precisas acerca del aspecto visual del fime, le pidió que leyera el libro y le dijo que quería narrar la historia desde el punto de vista del niño, que en esencia era un relato sobre un niño y su hermana. En cuanto al aspecto visual conviene no olvidar al autor de la novela, a Grubb se le debe por ejemplo la sugerencia de iluminar la tienda de los Spoon con antorchas durante el oficio religioso con Willa. Otro colaborador fundamental en La noche del cazador y artífice de su tratamiento sonoro fue el compositor Walter Schuman que en los años 40 había trabajado en bandas sonoras para películas de serie B de la Universal y en los primeros 50 en los montajes teatrales de Laughton. Pero también en cuanto al tratamiento sonoro contribuyó con su granito de arena Grubb sugiriendo temas musicales, canciones y matices a propósito de los efectos sonoros, por ejemplo recomendó grabar el silbato cacarterístico de los vapores que navegaban por el río Ohio a cierta distancia para que el sonido derivara suavemente sobre las aguas antes de que llegue a nuestros oídos. Tal grado de colaboración, compromiso e implicación resulta sorprendente y aun difícil de imaginar, y sólo cabe explicarlo recurriendo al talento de Laughton para propiciar la simbiosis de talentos con vistas a un proyecto común. O sea, el talento de un gran director.




El rodaje de La noche del cazador comenzó el 15 de agosto de 1954. Duró 36 días y buena parte de ellos transcurrieron en el rancho de Rowland V. Lee -que había dirigido a Charles Laughton en El capitán Kidd (1945)- en California, alejado de los estudios de Hollywood. Todos los que participaron evocan aquellas semanas como una experiencia memorable. Por la noche, cuando acababa el rodaje, Laughton, el director de fotografía S. Cortez, el director artístico H. Brown, y el ayudante de dirección Milton Carter se reunían en el Frascatti Inn de La Ciénaga para hablar de las escenas que había que rodar al día siguiente. Algunas se decidían horas o minutos antes de rodarse. Laughton animaba a todos a aportar sus ideas. Cortez valoró retrospectivamente la frescura que cobraban los detalles al ser diseñados o recreados en el día a día.



Liberados del corsé del naturalismo, el equipo técnico utilizó trucos visuales que se habían abandonado desde la era del cine mudo. Basta recordar el uso del diafragma mecánico por Cortez para recortar el encuadre mientras Harry Powell avanza hacia la casa y centrarse en los niños que lo observan desde el ventanuco del sótano, un efecto puro Griffith. Recobraron el uso expresivo de las sombras y de las siluetas, y algunos decorados se diseñaron con la voluntad expresa de que parecieran "artificiales", lugares de ensueño. La complicidad de los técnicos con Laughton propició un despliegue de energía creativa inusitada con aportaciones de última hora deslumbrantes, como el cambio en la iluminación del dormitorio para la escena del asesinato de Willa que convierte el decorado en una capilla reforzando, o mejor, poniendo en imágenes el carácter sacrificial con que la mujer se entrega a la voluntad de la espada (navaja) de Dios (Harry Powell).


Laughton animaba también a los actores a experimentar y a dejarse llevar por la intuición a la hora de dar vida a sus personajes. Mitchum lo deleitaba con sutiles sugerencias que eran incorporadas de inmediato, como aquélla de decir sus frases boca abajo en la escena de la prisión. Gracias al estímulo del director, Mitchum abandonó su habitual estilo contenido para trabajar en un registro de intensa e incluso hiperbólica ritualidad gestual, como ese plano en que Harry Powell sube las escaleras del sótano con los brazos extendidos -como un ogro- persiguiendo a los niños, o en aquella escena cuando Rachel Cooper le dispara y huye aullando como una alimaña. El director aprovechó también la fascinación que sentía Billy Chapin, el niño que interpretaba a John, por Mitchum y dejaba que fuera éste quien "dirigiera" las escenas que tenían juntos. En el caso de Pearl, la hermana pequeña de John, Sally Jane Bruce, se limitó -es un decir- a cuidar y embalsamar la inocencia que emanaba de la mirada de esa criatura, una niña que ya tenía cierta experiencia como actriz infantil.



Pero esta experiencia memorable que representó La noche del cazador no hubiera sido posible sin un productor como Paul Gregory. Nadie mejor que Lillian Gish lo sabía, nadie mejor que ella para tributarle el mejor de los homenajes: "A menudo pensaba que ojalá Griffith hubiera contado con un productor como él". Ante un elogio como éste que se quiten de delante todos los oscars del mundo.



Cuando Gregory y Laughton vieron el montaje final de La noche del cazador, el productor comentó: "Charles, no van a saber cómo vender esta película". Un inciso: esas mismas palabras las siguen repitiendo hoy día los (escasos) productores que tienen entre manos una película difícil de catalogar o definir. La película se estrenó el 25 de julio de 1955 en Des Moines, Iowa, y desapareció muy pronto de la circulación. Por lo visto hizo 300.000 dólares en taquilla, la mitad de lo que costó; claro que no hay datos de los ingresos cosechados en otros mercados, como los que sigue cosechando con su explotación en dvd. El fracaso comercial de La noche del cazador deprimió a Laughton y provocó la ruptura de la sociedad con Gregory. No volvió a ponerse tras una cámara. Se ve que hasta los dioses del cine estaban extenuados y se conformaron ya con que existiera una obra inmortal. La noche del cazador no se estrenó aquí hasta el 20 de diciembre de 1985, en Barcelona.


La crítica tampoco sabía clasificarla: ¿era un thriller? ¿una película de terror? ¿un perverso cuento infantil? Era una película que podría ser la proyección de una pesadilla de los niños, que evocaba el mundo perdido de Griffith, el melodrama de Dickens y la comedia negra. Era, es, una película verdaderamente experimental, o dicho con palabras de Truffaut, una película que experimenta de verdad. Es cine, así de simple, así de milagroso, pero cuesta reconocer la evidencia cuando exige recuperar la inocencia de la mirada, el asombro de lo que se ve por primera vez, como el que trasmiten los ojos imposibles de Pearl.



"El miedo es sólo un sueño", escuchamos en la nana que abre la película y envuelve el rostro de unos niños con el fondo de un cielo estrellado. La ambigüedad se instala en el relato desde la primera escena: ¿qué vemos realmente? ¿qué historia se nos cuenta? "Los niños lo aguantan todo", dice Rachel Cooper. Pero incluso esa cualidad cobra un tono ambiguo por momentos y nos recuerda a aquellos niños de Viento en las velas de Mackendrick. La noche del cazador remite a los cuentos de niños perdidos -a Hansel y Gretel, desde luego-, a Barba Azul, a las historias bíblicas, a Huckelberry Finn. Lo real y lo imaginario adquiere una consistencia lábil, movediza, se desestabilizan mutuamente; un universo sombrío rasga la piel de lo cotidiano, donde la depresión se conjuga con el fanatismo y la hipocresía en un retrato tenebroso de la América profunda, donde sólo la naturaleza parece cobijar a los niños desamparados, aunque tampoco la naturaleza -otra vez la ambigüedad- está exenta de crueldad, como se desprende de esa imagen fulgurante de la lechuza cazando el conejo. Rara vez se ha contemplado en la pantalla una síntesis de realismo y expresionismo, de ternura casi naïf y de terrible crueldad, de nostalgia e ironía, de inocencia y horror, en definitiva, de rara poesía como en La noche del cazador.


"Sólo comprendo la revolución como una lucha contra los abusos que permita restaurar la más honda tradición", escribió Rilke. Encontramos ese eco en la obra de Laughton. Las escenas de la película parecen fluir como por ensalmo. Las réplicas finales de una escena convocan las presencias de la siguiente como las palabras de los cuentos invocan a los fantasmas ante los ojos cautivados de los niños y convocan la visión y conjuran el miedo. Todo en La noche del cazador remite, como El espíritu de la colmena, a las experiencias primordiales de la infancia.



Todos somos hijos de una orfandad, escribe Andrés Trapiello en su última -y hermosa- novela Los confines. Somos hijos del desamparo. La orfandad es uno de los grandes temas, que atraviesa otro no menor, el de padres e hijos. Todos los que frecuentáis esta escuela sabéis hasta que punto éste es uno de los asuntos primordiales que me importan. No hace falta demasiada perspicacia para advertir cuántos huérfanos funcionales encerrados en sí mismos deambulan por los patios de escuelas e institutos. La noche del cazador se inserta en la tradición de los cuentos para hablarnos hoy como si fuera la primera vez, con el resplandor de los orígenes.




Se ha malbaratado el adjetivo "onírico" pero si hay alguna película a la que le caiga como anillo al dedo esa película es La noche del cazador. No sólo merece el adjetivo de onírico, sino que la define: La noche del cazador es una película sobre la experiencia onírica primordial. Y radical. La experiencia de quedar abandonado, de estar solo en el mundo. La experiencia de la orfandad. El sueño del miedo.




(Addenda de 19 de enero de 2013.  Leo en una nota a pie de página de La verdadera historia de Hollywood. The Whole Equation de David Thomson que el guión de James Agee ha salido a la luz: cerca de trescientas páginas, muy literario, pero con momentos que aparecen tal cual en la película. La verdad, pudo haberse estirado un poco en las precisiones. A ver qué más averiguamos.)



Juan Manuel Santos / Man in Black II / 2014 - 2018

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Juan Manuel Santos
MAN IN BLACK II
Largometraje de cuatro años
Estreno en Colombia: 7 de agosto de 2014


No se trata de ciencia ficción sino de la malparidez del País del Sangrado Corazón, donde un congresista gana, aparte de robos y privilegios, unos cuarenta salarios mínimos. ¿Acaso un congresista realiza el trabajo de cuarenta ciudadanos o vale por cuarenta ciudadanos? La política, que debería ser el ejercicio de servirle al pueblo, no es sino la manera de saquear el país. 




En el amplio y revuelto mar de Facebook atrapé esta joya, esta dolorosa certeza, esta inevitable certeza. Circula de manera anónima, como suele suceder con el humor, y es una lástima. A su autor, mis respetos.

T. A.
25 de junio de 2014



Ana María Matute / La escritora que allanó el camino a las mujeres

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Ana María Matute

La escritora que allanó 

el camino a las mujeres

Autoras españolas sienten que se ha ido su maestra y coinciden en señalar la importantísima aportación de Ana María Matute a la narrativa contemporánea.

SAIOA CAMARZANA / ALBERTO GORDO | 25/06/2014 


Ana María Matute

Pocas personas se van dejando tanto desamparo. Se ha muerto Ana María Matute y da la sensación de que será llorada por mucho tiempo. Si algo repite hoy todo el mundo, y particularmente sus discípulas, que son todas las escritoras españolas del último medio siglo español, es la importancia de su legado. "Se ha ido una escritora importantísima", declaró al enterarse de la noticia Clara Janés, una valoración que es hoy casi inevitable. Laura Freixas, en ese sentido, quiso elevarla al mismo panteón de escritoras ilustres que a Rosa Chacel, Carmen Martín Gaite y Esther Tusquets, pues, según ella, aportó, junto a sus compañeras de generación, "un nuevo modo de hacer literatura femenina, con personajes novedosos, casi ausentes en la literatura tradicional, como la niña y la adolescente". 

Casi todas las escritoras consultadas advierten sobre el error común que supone valorar la obra de la autora de Los hijos muertos como una literatura para niños y adolescentes. "En absoluto lo es -dice Laura Freixas. Se trata de una obra tremenda, con una gran fuerza y energía casi brutales". Clara Janés destaca a la autora de Olvidado Rey Gurú como la responsable de haber abierto un camino necesario en la literatura femenina. "Me marcaron profundamente sus primeras obras, sobre todo aquella literatura de testimonio, tan compleja, y que sigue siendo, a día de hoy, de lo mejor que se ha hecho en España". 

Si ha de elegir un puñado de obras, la poeta y traductora catalana, hija del histórico editor Josep Janés, se queda con La trampaPrimera memoria Los soldados lloran de noche, "tres novelas magníficas que dan la medida de su talento". Janés tuvo una estrecha relación con la fallecida, sobre todo a través de su padre, que mantuvo siempre los vínculos con toda aquella generación: "Era una persona estupenda". Muy emocionada, la escritora Juana Salabert, íntima amiga de Matute desde su adolescencia, reconoció "no solo a una inmensa autora, sino a la persona más generosa y atenta de la literatura española del último siglo". "Era alguien de una fuerza extraordinaria, de una delicadeza y una imaginación fascinantes".

Jenn Díaz, declarada admiradora de la escritora, no tardó en mostrar su pésame en las redes sociales, en donde escribió, a lo pocos minutos de la muerte: "Te voy a echar mucho de menos". De hecho, la autora de Es un deciraseguró, poco después, a El Cutural que sentía, de algún modo, una pérdida más personal que literaria, a pesar de no haber coincidido nunca con quien fue su guía, el estímulo definitivo que la empujó a escribir. "Me hubiera gustado agradecerle lo que hizo por mí", dijo. "No soy capaz de analizar su obra; al menos, no ahora. Quiero decir que si pienso en la Matute, lo primero que viene a la cabeza, al menos hoy, es ella". La obra preferida de la joven escritora catalana es Algunos muchachos, algunos de cuyos cuentos sigue releyendo a menudo ("Sin ir más lejos, la semana pasada").

Para Lucía Etxebarria, junto a la aportación literaria de Matute, que es mucha, habría que destacar su extraordinaria calidad humana: "Es la única persona de este mundo a la que nunca he oído hablar mal de nadie. No trepó, no hizo alianzas ni estrategias. Tenía un mundo interior riquísimo, una especie de mundo privado en su casa con su hijo y un hada muy particular, muy dulce". La autora de Un milagro en equilibrio recordó "su elegancia, su dignidad y su bondad insuperable", virtudes que Ana María Matute mostraba cuando Etxebarria iba a Barcelona a visitarla y, "se encontrara bien o mal, siempre abría la puerta, aunque solo fueran cinco minutos". 

Cristina Sánchez-Andrade quiso recordar, por último, a la escritora con un fragmento del cuento Los niños tontos, una pieza en la que, a su modo de ver, "está todo el universo de Ana María Matute": un universo "cruel, incisivo, perturbador y luminoso": "Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza." 



Ana Maria Matute / La cabeza me funciona

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Ana María Matute
Foto de Joan Sánchez

Ana María Matute

“La cabeza me funciona: 

la tengo tan mal como siempre”

La escritora se niega a hablar de su próxima novela y confiesa que "desgraciadamente" sigue siendo inocente: "Me la dan con queso cada día"



Tarde de plúmbea solanera en Barcelona. Doña Ana María se acerca sigilosa al sofá. Está escribiendo una novela que se niega a desvelar y mira con tristeza el agua con que los visitantes aplacan su sed. Ella preferiría un gin-tonic…
Pregunta. Digo que la niña que se metía en el cuarto oscuro y era feliz, ahora, al cuarto oscuro en que se ha convertido este país, no sé si le ve la gracia.
Respuesta. No tanto, no tanto. Sobre todo esas pobres gentes desahuciadas, con la abuela a cuestas, no es que no lo haya visto porque esto ha pasado siempre. Sí… Pero yo de política no hablo porque no entiendo.
P. ¿Se puede ser escritor y no tener en cuenta la política?
R. Por supuesto que sí.
P. Lo dudo.
R. Yo siempre he sido de izquierdas, pero no comprometida con ningún partido. Lo que aspiro es al deseo de justicia y a que no me engañen. Ingenua, inocente, soy, pero tonta, no.
P. ¿Sigue siendo inocente?
R. Desgraciadamente, sí, me la dan con queso cada día.
P. Ha llegado a decir que la perdió. ¿En qué momento?
R. Bueno, es una frase. La perdí a la edad adecuada, cuando te dicen que los Reyes Magos son los padres. Me puse a llorar. Creía a los 11 años, pero me entero de eso, encima de la guerra. La perdí todavía más cuando me di cuenta de que el rey mago era yo.
P. ¿Está escribiendo?
R. Sí, lo malo es que lo estoy pasando mal por los vértigos. No se lo deseo a nadie, o bueno, a alguno, quizás sí. No me caigo por voluntad. Pero la cabeza me funciona: la tengo tan mal como siempre.
P. Siempre se le fue un poco. A Dios gracias.
R. Es otra manera de irse.

DNI urgente

Nació en Barcelona el 26 de julio de 1925. Ocupa la silla “k” en la Real Academia Española, y fue la tercera mujer en ganar el Cervantes. Además, tiene el Premio Planeta, el Nacional de Literatura...
P. ¿De qué trata?
R. Uy, no, los libros no se pueden desvelar. Se lo he contado un poco a mi editor en Destino, pero mucho no, porque eso le perjudica. Aborda una confabulación de muchas cosas, que desemboca en la revolución que es la historia… Una tontería esto que te acabo de decir.
P. Puede valer.
R. ¡Cómo te pareces a un exalumno mío estadounidense! Pero no puedes ser él, claro.
P. No, señora, no soy.
R. Estoy muy vieja.
P. Pero presumida.
R. Tampoco. Hombre, me gusta ir arregladita.
P. Ya que no me quiere contar sus libros, cuénteme su vida.
R. Jooo. He tenido una vida muy intensa, he conocido gente muy interesante, un poco mejor que todo el mundo. He viajado mucho, sobre todo con mi segundo marido.
P. ¿El bueno?
R. El bueno, el bueno.
P. ¿El malo la tenía medio atada a la pata de la cama?
R. No es que me tuviera atada, es que con él no era posible nada. No hacía nada.
P. ¿Era un cara?
R. Buenooooo. Sí.
P. Vamos a ponerle a caldo.
R. Es que ya se ha muerto… Era poeta. Usted, de todas formas, pregunte por ahí, que ya le contarán. Tenía su gracia, su aquel, muy atractivo, con un mundo muy personal, muy culto, pero muy conflictivo, a mí me hizo mucho daño. Era un vago y un borracho tremendo. Bueno, a lo de borracho no le doy yo demasiada importancia. No hay cosa que más me guste que un gin-tonic. Aunque mi hijo me vigila.
P. Menudo momento terrible ese en que los hijos se convierten en padres.
R. ¡Has definido mi situación!
P. Hablemos del bueno.
R. No era español, era francés.
P. Con él, al parecer, tuvo una noche loca en Hong Kong, como una revelación.
R. ¿Dónde has leído eso? Quizá se refiera a que hice el amor con el hombre de mi vida encima del río de las Perlas… Sí, fue con él, es cierto.
P. ¿Después no se ha vuelto a enamorar?
R. Nooooo, hombre.
P. Pese a que me han contado que usted era muy enamoradiza.
R. No, enamoradiza no, aunque tuve muchos novios. Yo era bastante monilla.
P. Y ahora la veo estupenda, estoy por tirarle los tejos.
R. Sí, ya, seguro… Bueno, yo lo que fui siempre es una enamorada de los cuentos, las leyendas. De ahí mi fascinación por la Edad Media. Me decían: pero eso es fantasía. Y yo pensaba: ¡Qué sabrán ellos! Lo malo es eso, que se pierde la inocencia.
P. Vamos por dos. ¿Cuántas pérdidas de la inocencia nos quedan?
R. Varias. De pequeña yo veía cosas extrañas, estatuas que se movían, los niños perciben muchas cosas. Uno que yo conozco inglés, con dos años, que para eso tienes que ser inglés, veía a una lady que atravesaba las paredes. Para él, era verdad. Yo tampoco lo contaba, las guardaba como asuntos míos. No lo compartía.
P. ¿Por miedo?
R. Noooo. Sufría tartamudez de pequeña porque mi madre era muy severa. Pero con los bombardeos, en la guerra, se me pasó. Cuando mi madre decía: ‘¡Ana María!’, temblaba, pero no por ella, por mí, ¿qué habría hecho? En cambio, mi padre era un remanso de paz y alegría. Un mediterráneo que podía haber sido amigo de Ulises, mientras que mi madre, parecía una castellana de esas que podía haber sido amiga del Cid.
P. Cuando empieza usted a contar sus historias, ¿lo hace primero oralmente?
R. No, nunca.
P. Ya lo veo. No me quiere usted decir ni pío de la novela. ¿Lo hace por si pierdo la inocencia?
R. No creo yo que vayas a perder la inocencia si te lo cuento. En todo caso, la recuperarías. Y no hablo de la inocencia idiota, sino de la ignorancia del mal.
P. ¿La pureza de espíritu?
R. Exactamente. La bondad.
P. Esa cosa tan despreciada…
R. Es más rara la bondad que la inteligencia.
P. Sin embargo igual de buena.
R. Sin duda.
P. ¿Pierden la inocencia alguna vez las mejores personas?
R. Siempre queda un reducto de rechazo al mal, te rebelas.
P. ¿Usted lo sigue sintiendo?
R. Desde luego. El mal ahí anda, rondándonos. En Europa, desde siempre. Si en Estados Unidos perdieron la inocencia con la guerra del Vietnam, a lo bestia, nosotros no sabemos dónde anda desde Viriato.
P. Lo bueno es que a usted la gente la quiere.
R. Mucho, me encuentran por ahí y me dicen: ay, he leído todos sus libros. Mentira, pienso…
P. No los ha leído ni usted.
R. ¿Yo? La que menos. ¡Bastante tengo con escribirlos! Ayer tuve un día malo.
P. ¿Por qué?
R. Porque no me salía nada y, ya sabes, empiezas a romper papeles.
P. Se refiere al libro ese que no le da la gana de contarme.
R. No. Piensas: pero dónde vas, vejestorio, estás acabada, métete a hacer calceta. Así me trato yo y con cosas peores. Pero hoy he recuperado la atmósfera… A ver. Cuando pasa eso, es como si se te colocara una piedra dentro del corazón… Qué cursi, ¿no?
P. La pillo, pero bueno… ¿Es feliz?
R. ¿Feliz? ¿Qué es la felicidad? Son momentos. Lo que no existe, creo, es la desgracia continuada, pero la felicidad intensa, como lo que yo he vivido. ¿Todo el rato así? No podría soportarla.




Ana María Matute / Es una mala madre la literatura, pero es única

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Ana María Matute 

"Es una mala madre la literatura, 

pero es única"



La escritora habla con El Cultural sobre su vida, 
su oficio de escritora y el Premio Cervantes, 
que recoge el próximo 27 de abril (de 2010)

No vive Ana María Matute en una casita de chocolate. 
“Soy la bruja buena”, se excusa. Vive en un ático. 
En realidad, es un sobreático, pero no tiene aspecto 
de cabaña en el árbol, tan alto como está, aunque sí chimenea. 
En la chimenea, un tronco y restos de ceniza. 
En el suelo, por todas partes, libros. 
Películas, libros, series de televisión 
(sobre un montón,The Pacific), y más libros. 
“Mi hijo está de mudanza”, aclara la escritora. 
“Pero no se va muy lejos, ha encontrado un piso 
aquí al ladito”, dice. Se escucha ladrar a Amelia, 
Ami, la perra de Juan Pablo. “Le puso así 
por la primera mujer piloto. 
A mi hijo le gustan mucho los aviones”.



































Ana María Matute, su flequillo blanco suspendido, sus ojos tristes (“mis pulgas idiotas”, los llama), su eterno desencaje (“siempre estuvieron las niñas y luego estaba yo, no sé qué me pasaba, las niñas y yo éramos dos mundos distintos”, confiesa), sus gnomos (“últimamente hacen travesuras, me esconden las cosas, pero no los regaño porque no se dejan ver”, su mundo (preferiblemente medieval, aunque esté situado en una ruidosa calle, de aceras estrechas y motores furiosos) está amenazado estos días por cuatro páginas en blanco. “El dichoso discurso”, repite sin cesar, casi siempre con voz de bruja mala, como si pisándolo con sus palabras pudiera hacerlo desaparecer. “Anoche escribí dos páginas en la cama, a lápiz, pero tengo miedo de volver a leerlas y que no me gusten”, confiesa.

El dichoso discurso es el que deberá pronunciar el 27 de abril durante la entrega del Premio Cervantes. “Preferiría escribir tres novelas seguidas que el dichoso discurso”, insiste. “Lo dije todo cuando entré en la Academia, ¡todo! Si me dejaran repetirlo..., pero no me van a dejar, ¿verdad?”. No, claro que no. Por eso se sienta cada mañana delante de su máquina de escribir, una Brothers eléctrica (negra) que compró probablemente en 1994, cuando se encontraba escribiendo Olvidado Rey Gudú. “Hasta entonces había tenido una Corona norteamericana muy buena, muy rápida, maravillosa. Pero no sé qué le pasó. Escribí la primera parte con ella, pero la segunda ya la hice con la Brothers”, cuenta. Muy bien, así que se sienta ante la máquina, en su cuarto, por la mañana. ¿A qué hora? “No me levanto muy temprano, y tampoco me pongo a escribir en cuanto me levanto. No sé, ¿a las diez? Sí, sobre las diez. A veces las once”.

Cuando escribe no lee.

Si no tiene ninguna novela en marcha, quizá se ponga a leer. “Porque cuando escribo, no leo. Pero no es por las interferencias. Bah, las interferencias. Es porque cuando me meto en un libro no puedo dejarlo. Y si estoy leyendo no estoy escribiendo. Y entonces la novela, mi novela, se enfría. Parece complicado pero es sencillo: cuando la Matute escribe, no lee, y cuando lee, no escribe”, aclara. 

Siempre estuvieron las niñas y luego estaba yo, las niñas y yo éramos dos mundos distintos"

¿Y qué lee la Matute cuando no escribe? “Ahora, sobre todo, novela negra”, dice, y exclama: “¡Oh, la novela negra! ¡Cómo me divierte!”. Le encanta Donna Leon, y le fascina Elizabeth George (“No he leído a Stephen King pero lo leeré, no entiendo qué tiene la gente contra los ‘best-sellers', si son ‘best-sellers' será porque gustan, ¿no? Y si gustan no pueden ser tan malos”, considera), y, “oh, ese señor de Berlín... ¡Philip Kerr! ¡Qué hombre!”, brama, entusiasmada.

El Quijote a los 14. Me aburrí”

Hablando de hombres, de hombres escritores, en su vida, ha habido muchos. El primero, don Miguel de Cervantes. “Leí por primera vez El Quijote a los 14, justo después de la guerra, y me aburrí terriblemente. Pero terriblemente”, dice. De aquella época, de un poco antes, recuerda que las clases eran en pisos particulares, y que se las daban curas, curas que no dejaban de desaparecer. “Los pobrecitos intentaban cruzar la frontera y caían como conejos, los pobrecitos”, dice. “Así que íbamos a clase y a veces no teníamos clase porque el profesor, nos decían, se había ido al extranjero y claro, lo que pasaba es que estaba muerto”. Su terror a los fuegos artificiales también viene de aquella época. “Se parecen tanto, tanto a los bombardeos... El silbido, todo. Qué impotencia sentíamos, cuando empezaban los bombardeos, y no sabías qué era mejor, si moverte o quedarte quieta. Aún me despierto a veces pensando que nos va a caer una bomba encima”, cuenta. Y clava sus ojos tristes (“así los llamó una periodista italiana, cuando yo aún era muy joven, y siempre pienso que tenía razón”) en la caja de lápices de colores con aspecto de piano (un elegante y portátil piano de madera llamado Van Gogh, como los lápices) que hay sobre la mesa. “Qué bonitos los lápices. Me encantan los lápices. Sobre todo los lápices de colores. Aunque todo lo que tenga que ver con la escritura me encanta. Yo es entrar en una papelería y siento gula, ¡gula!”, casi grita. “Me lo comería, ¡me lo comería todo!”, añade, erigiéndose en la Bruja (Buena) de los Lápices de Colores (y todo lo demás).

“A los 19, casi me vuelvo loca”.

“Cuando era pequeña dibujaba mucho. Todos en casa creían que de mayor sería pintora. Lo de escribir lo llevaba más en secreto. Por eso me sorprendió tanto que mi madre hubiera guardado todos mis cuentos. Me los regaló cuando me casé. Los había metido en una caja. Todos. Con mis dibujos. Y yo que pensaba que nunca los había leído... De pequeña, a veces, me daba miedo mi madre. Sobre todo cuando me llamaba a gritos. Entonces me volvía tartamudita. Como cuando veía a las otras niñas. No me gustaban las otras niñas”, dice.

He de admitir que Quevedo fue un grandísimo escritor. Pero era tan mala persona, ¡tanto!"

Pero volvamos a Don Miguel de Cervantes. “Cuando cumplí los 19 me dije: 'Ana María, si quieres ser escritora, tienes que leer El Quijote. Que no hay excusa, que lo tienes que leer, igual que a Shakespeare'. Y lo empecé otra vez. Y esa vez casi me vuelvo loca. ¡Me encantaba!”, dice. Luego llegó Faulkner. “De Faulkner me gusta todo. Luz de agosto es maravillosa. El ruido y la furia también. Y supongo que cuando amas tanto a un escritor, es porque compartes algo con él, pero todavía no he descubierto el qué”. Otros escritores con K (curiosamente, la letra que ostenta en la Real Academia Española) que le gustan: “Kafka, claro, y Nabokov, Lolita es extraordinaria, extraordinaria”. Un escritor español que no le gusta (nada): “Quevedo. Pero sólo como persona. Como escritor he de admitir que fue un grandísimo escritor. Pero era tan mala persona, ¡tanto! Antisemita, machista y maldiciente, envidioso, zancadillero y encima, ¡feo y jorobado!”, exclama.

La felicidad y el dolor

¿Y cómo son las tardes de Ana María Matute? “Intento salir. Me gusta mucho salir. Comer fuera. Ir al cine. Aunque últimamente no voy tanto como me gustaría. Porque no siempre tengo con quién ir. Y al final acabo viendo las películas en casa, pero no es lo mismo, porque lo que me gusta del cine es el ritual. Me recuerda a cuando tenía 20 años. El olor, y aquellas películas en blanco y negro maravillosas”. El pasado de la escritora es un señor de traje verde (seguramente un gnomo risueño con un pequeño zurrón repleto de lápices de colores) que aparece y desaparece, porque “sin memoria”, dice Ana María, “no existe el escritor”. “El escritor tiene que vivir, y tiene que vivir mucho, si lo que quiere es hablar del ser humano tiene que conocer la vida, pero sobre todo tiene que conocer lo que es el dolor, lo que son las lágrimas. No hace falta que sepa lo que es la felicidad. Es más importante el dolor. Es una mala madre la literatura, pero es única”, dice la escritora. “Yo he sufrido mucho. Mucho. Pero nunca me he aburrido. Jamás en mi vida me he aburrido. Aunque hay momentos que hubiera cambiado por un poco de aburrimiento”, añade, siempre con una sonrisa, porque otra cosa que nunca debe faltarle a un escritor, dice, es “el sentido del humor”. Por eso dice que no le hubiera gustado nacer en la Edad Media. Aunque es su época favorita. “Soy muy comodona y hubiera pasado mucho frío en los castillos... ¡Esos castillos tan grandes y sin calefacción! ¡Y, oh, los colchones! ¡Eran de paja! Hasta que descubrieron la lana debía de ser horrible dormir, incluso para los nobles...”, dice. Lo que sí cree es que nació un poco antes de tiempo. “Como han dicho muchas veces, me he adelantado a mi época y eso me ha perjudicado”, asegura. La Matute, como acostumbra a llamarse a sí misma antes de estallar en una carcajada siempre contagiosa, “es la escritora niña porque me han colgado esa etiqueta. Y es verdad que he escrito para niños, pero no todo lo que he escrito es para niños. Ni para niños grandes. ¿Es que todo lo fantástico es cosa de niños?”, se pregunta. Escribe sobre hadas, sobre gnomos, sobre niños tontos, sobre monstruos que son adultos monstruosos, y todo, dice, se lo debe a los hermanos Grimm. “Y a Hans Christian Andersen”, añade. “Me acuerdo cuando de pequeña abría el libro de cuentos de Andersen, veía todas esas hormiguitas (las líneas) y pensaba: 'De esas hormiguitas se levantan historias, mundos enteros. Eso es lo que quiero hacer algún día'. Nunca jugué con muñecas. Prefería escribir sus historias”, dice.

No hace falta que el escritor sepa lo que es la felicidad. Es más importante el dolor"

Todavía se pregunta de vez en cuando por qué escribe. “¿Por qué escribo? ¿Por qué, con 17 años, fui capaz de escribir una novela como Pequeño teatro, que estaba llena de emociones que yo aún no había experimentado? Porque sí lo había hecho, a través de los libros. Conocía todos esos sentimientos porque los había leído. Como aquel personaje de Farenheit 451 (la película basada en la novela de Ray Bradbury) que escucha David Copperfield, el momento en el que muere la mujer de David, y grita: ‘¡Yo conozco esos sentimientos!'. Los conoce porque los ha leído”. ¿Y responde eso a la pregunta de por qué escribe? “Yo ya nací así, diferente. Así que no sé si puedo contestar esa pregunta. Pero si tuviera que dar una respuesta supongo que sería esa: Porque he leído”.


A media tarde, justo antes de la cena, Ana María vuelve a batirse en duelo con su vieja Brothers. “El dichoso discurso”, insiste. Piensa que con un gintonic todo sería mucho más fácil. “El alcohol”, dice, “abre ventanas”. “Con moderación”, añade. Así que a media tarde, teclea en su cuarto cerrado (a salvo de las visitas: “No dejo que nadie entre, son manías de vieja, supongo”).

La casita de gnomos del salón

En el salón la espera su casita de muñecas. “No es una casita de muñecas”, corrige, “es una casita de gnomos, se la estoy preparando para que se instalen, sólo que me estoy tomando mi tiempo, hace cinco años que me la regalaron (cuando cumplí los 80) y todavía no está lista”, dice. Cuenta que, antes, cuando vivía en Sitges, y tenía un carpintero justo delante de casa, iba cada día a pedirle pedazos de madera sobrantes para construir casitas, pueblos enteros. “Me gusta la carpintería, desde muy niña también. Siempre he fabricado mis propios pueblos. Y sigo dibujando, aunque la mano cada vez está más tonta, dibujo a muchos de mis personajes”, revela. ¿Su pintor favorito? “El Bosco. Y Velázquez y Goya, dos monstruos”, contesta. “Se me olvidaba”, dice luego, cambiando de tema, volviendo a su rutina de bruja buena y escritora sobre la que pende el Discurso del Cervantes, “lo que nunca perdono es la siesta. Cuando era joven, la odiaba, me levantaba de un humor de perros. Ahora las adoro, ¡me pego unos sueñazos!”, exclama, con gusto. Ami, Amelia, la perra, sigue ladrando de vez en cuando, y por todas partes hay libros, libros en el suelo, en las paredes, por todas partes, libros. 

EL CULTURAL







Ana María Matute / No hay nada más caro que la inocencia

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Ana María Matute

"No hay nada que se pague más caro 

que la inocencia"

La escritora barcelonesa presenta 'Paraíso inhabitado', una evocación de su infancia

 | 17/12/2008 


Ana María Matute, durante la presentación de 'El paraíso inhabitado' en Madrid. Foto: óscar Monzón.
 Lea un extracto

Alberto Ojeda
"Nací cuando mis padres ya no se querían". Esta es la primera línea de El paraíso inhabitado, la última novela Ana María Matute (Barcelona, 1925). Comienza así, con la confesión de Adriana, la protagonista de la historia, una niña que se encuentra en guerra con la realidad.

Agazapada en sus trincheras, que son diversos escondites de la casa familiar y el cuarto oscuro donde la recluyen cuando se porta mal, lucha contra un entorno hostil. Ha llegado a un mundo donde la práctica del amor ha quedado desplazada por la rutina. En esas circunstancias, opta por un repliegue hacia sí misma. La literatura será su mejor aliada, la que le franquee la huida hacia la fantasía.

"Es mi novela más autobiográfica", reconoce Ana María Matute. No en la ausencia de cariño de sus padres. Dice la escritora barcelonesa que ella siempre se sintió "deseada", y que cuando vino al mundo en su casa "tocaron las campanas" como muestra de júbilo. Pero sí tiene en común con Adriana el gusto por la lectura. Y la existencia de un cuarto oscuro, donde debía purgar sus travesuras.

Una niña traviesa

Allí iba a parar con bastante frecuencia, pues, como reconoce la propia escritora, "la Matute pequeña era malísima". Sus padres no sabían que lo que intuían como un castigo para la niña era, en realidad, un recreo, en el que conseguía lo que más deseaba: "¡que me dejaran en paz!".

Y en la paz de aquella estancia, en ese paraíso habitado sólo por ella, entre libros y armarios desvencijados, la autora de Olvidado Rey Gurú, fue espoleando su ya de por sí rica imaginación. Fuera quedaban las imposiciones de los Gigantes (así se denominan a los adultos): sus reglas, sus miedos, sus desconfianzas, sus conflictos... Ahora, pasados los años, sigue habiendo Gigantes a los que hacer frente.

La mala suerte, por ejemplo. Durante la escritura de Paraíso inhabitado una caída inoportuna le quebró la rodilla y la postró en la cama de un hospital. "Era una sensación de impotencia, porque no podía hacer nada, mi cuerpo no respondía a mi mente, y los editores, los pobres, esperándome... Era una desazón terrible", explica Matute, única novelista mujer miembro de Real Academia Española. Pero fue también esa deuda pendiente la que, en cierto modo, le salvó. El deseo de completar la novela actuó como acicate en los momentos difíciles: "Sí, yo creo que sí: me dio más fuerza para salir adelante".

Ana María Matute lo hizo. Salió del hospital y terminó el libro. Ahora se sostiene sobre una muleta para poder caminar. Sus pasos renquean a sus 83 años. Pero en su imaginación los unicornios siguen escapándose de los cuadros en que han sido encerrados. Cuida cada día de la niña que fue. Aunque eso le haya deparado el desprecio de la intelectualidad más circunspecta. Porque, como afirma Matute: "No hay nada que se pague más caro que la inocencia". 




Ana María Matute / Toda la vida es mágica

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Ana María Matute

"Toda la vida es mágica"

La escritora barcelonesa, eufórica tras ganar el Cervantes, 

se convierte en la tercera ungida con el galardón más prestigioso 

de nuestras letras

ELCULTURAL.es | 24/11/2010 


Ana María Matute. Foto: El Mundo
Ya lo advirtió hace unos días Ana María Matute: “Si me dan el Cervantes, daré saltos de alegría”. Al final se lo han dado y si no ha dado los saltos prometidos es porque con 85 años los alardes físicos pueden ser muy arriesgados. Eso sí, la escritora barcelonesa ha llegado eufórica al Hotel Palace de Barcelona esta tarde para expresar a los cuatro vientos “el estallido de felicidad” que estaba viviendo.

Matute, que ocupa el sillón K en la Real Academia Española, ha confesado: "Uno no escribe para ganar premios, habrá quien lo haga, pero yo no entro en esos filos". Y ha añadido: "Uno podrá ser mejor o peor, pero siempre es él mismo. Desde el primer cuento que escribí hasta ahora siempre he querido transmitir la misma sensación de desánimo y pérdida".

Ella misma ha padecido el cerco de ambas sensaciones. En un día de júbilo como el de hoy también ha querido acordarse de los momento difíciles, cuando la tristeza la paralizó como escritora: "Fue una etapa muy dura de mi vida y lo pasé muy mal". De estos días plomizos rescata el impulso que le dio la editora y agente literaria Carmen Balcells: “Ella tuvo mucho que ver con mi recuperación” para la literatura.

Matute también ha dicho que se siente con suficiente energía para escribir una nueva novela. De hecho, ha advertido que a principios de año se pondrá manos a la obra. “El próximo libro tendrá tintes mágicos" ha avanzado, "porque, en realidad, toda la vida es mágica".

La escritora, de 85 años y que ya había sonado en múltiples ocasiones para el reconocimiento más importante de las letras españolas, se convierte así en la tercera mujer distinguida con el galardón, en sus 35 ediciones. Las otras dos mujeres fueron la española María Zambrano en 1988, y la cubana Dulce María Loynaz en 1992.

Tras los premios a Juan Marsé, Gamoneda y Sánchez Ferlosio de los años premios, el Cervantes va a parar de nuevo a un autor de la generación del 50. No obstante, en declaraciones recientes, Matute admitió que nunca ha pertenecido a "ninguna generación o grupo". Y añadió: "Siempre he estado un poco al margen y antes parecía más una escritora extranjera en un tiempo en el que imperaba el mal llamado realismo social".

Eterna candidata
El máximo galardón de la literatura en castellano está dotado con 125.000 euros y fue creado en 1975 por el Ministerio de Cultura para reconocer la figura de un escritor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico. En la edición de 2009 recayó en el poeta y narrador mexicano José Emilio Pacheco, por lo que este año, y siguiendo la tradición no escrita, el galardón debía reacaer en un autor español. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha hecho público el fallo tras la reunión que mantuvo el jurado, y ha explicado que se han producido seis votaciones y en la última se ha aprobado el nombre de Matute por mayoría.

"Es un premio que llega tarde", dice Martín Garzo
El escritor Gustavo Martín Garzo, que siempre ha ensalzado el “encanto” y la “profundidad” de la obra de Matute, se ha mostrado “muy contento” tras conocer la noticia, que, según él, “llega tarde”. “Teniendo en cuenta su edad y su importancia, deberían habérselo dado hace ya varios años”. El autor vallisoletano dedicó su última novela, Tan cerca del aire, a ella: “A Ana María Matute, que tiene un ala de cisne”. En su opinión, “la capacidad fabuladora” de la novelista barcelonesa es “muy poco común en nuestras letras”. “Sólo Cunqueiro está a su altura”. También advierte que su literatura le recuerda mucho a la de Andersen: “Una mezcla magistral de perversidad candor”.

El paraíso habitado por Matute

Nacida en Barcelona en 1925, en el seno de una familia de la burguesía catalana, se dio a conocer en la escena literaria española con Los Abel, novela en la que refleja la atmósfera española posterior a la Guerra Civil desde un punto de vista infantil, un enfoque que mantuvo constante a lo largo de su primera producción novelística y que fue común a otros representantes de su generación, conocida como la de los "niños asombrados". A los cinco años, enferma del riñón, escribió su primer relato y a los ocho, de nuevo convaleciente, se trasladó al pueblo riojano de Mansilla de la Sierra con sus abuelos. Tenía diez cuando comenzó la Guerra Civil que la marcaría hondamente. En 1943, con diecisiete años, escribió su primera novela, Pequeño teatro, que no se publicó hasta ocho años después. Primera memoria (1959),Los soldados lloran de noche (1963) y La trampa (1970) forman la trilogíaLos mercaderes. Entre 1965 y 1966 fue lectora en la Universidad de Bloomington (Indiana, EE.UU.), en 1968 en la de Norman (Oklahoma, EE.UU.) y en 1977 viajó a Bulgaria con Escritores por la Paz.

Nominada al Premio Nobel de Literatura en 1976, en 1984, tras varios años de silencio narrativo, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil con Sólo un pie descalzo. En 1996 publicó Olvidado Rey Gudú y fue elegida miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón K, vacante tras el fallecimiento de Carmen Conde. Sus últimas obras son Aranmanoth (2000) y Paraíso inhabitado(2008). De esta última escribió Santos Sanz Villanueva en El Cultural: "En buena medida, Matute ha escrito una autobiografía imaginaria, síntesis de sus ideas y de su obra, que vale como el testamento literario que lega alguien curtida en experiencias".

Es también la autora de relatos cortos y cuentos para niños, como Vida nuevaPaulina, el mundo y las estrellasLibro de juegos para los niños de los otrosCaballito locoEl saltamontes verdeEl verdadero final de la Bella Durmiente o Casa de juegos prohibidos. Miembro honorario de la Hispanic Society of America y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese, la Universidad de Boston tiene en su biblioteca de fondo a Ana María Matute Collection. Sus libros han sido traducidos a 23 idiomas.

Ha recibido, entre otros, los siguientes galardones: Mención especial en el premio Nadal 1947 con Los Abel, Premio Café Gijón 1952 con Fiesta al Noroeste, Premio Planeta 1954 con Pequeño Teatro, Premio de la Crítica en 1958, Premio Miguel de Cervantes (1958) y Nacional de Literatura en 1959 con Los hijos muertos, Premio Nadal 1959 con Primera memoria, Premio Fastenrath de la Real Academia Española 1962 con Los soldados lloran de noche, Premio Lazarillo de Literatura Infantil 1965 por El polizón de Ulises, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 1984 con Sólo un pie descalzo, Premio Nacional de las Letras Españolas 2007 y Premio Quijote de las Letras (2008).


El jurado de la presente edición del Premio Cervantes ha estado compuesto por Gregorio Salvador, designado por la Real Academia Española; Jorge Eduardo Arellano, por la Academia Nicaragüense de la Lengua; Fernando Galván, por la Conferencia de Rectores de la Universidades Españolas (CRUE); Luz Helena Gutierrez de Velasco, por la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL); Juana Salabert, por el Instituto Cervantes; Esther Tusquets, por la ministra de Cultura; María Luisa Ciriza, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE); Salvador del Río, por la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP); Adolfo Ruffinatto, por la Asociación Internacional de Hispanistas, y Juan Marsé, autor galardonado en la edición de 2008. Como secretario ha ejercido Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas y como secretaria de actas, Mónica Fernández, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas.



EL CULTURAL












Ana María Matute / Hace ocho meses que no escribo

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Ana María Matute


“Hace ocho meses que no escribo. 

Pero ya, enseguida, me meto otra vez”

Los huesos de cristal. Pero un alma de hierro. Aunque últimamente se le quiebre a ratos por las muchas horas de cama y de hospital, de paredes blancas donde la memoria se niega a fijar recuerdos ni a inventar historias. ¿La culpa?, ¿la última? De una rodilla perezosa que se niega a trabajar, aunque Ana María Matute haya decidido desafiarla calzándose unas bambas tan blancas como sus calcetines. “Piececitos de niña buena”, ríe. De niña, sí, porque la escritora presume de haberlo sido siempre, de haberse quedado anclada en los once años que cumplió cuando se desató la Guerra Civil. Pero, ¿buena? Más bien traviesa y peleona. O “un poco loca”, como dice ella con una carcajada tan cristalina como dulce. Ojalá todas las locuras fueran tan cuerdas. Galardonada con el último premio Nacional de las Letras, inaugurará el próximo lunes, si la salud se lo permite, los cursos de verano de El Escorial.

Nuria CUADRADO | 26/06/2008 | 


Ana María Matute. Foto: Doménec Umbert.
Ana María Matute (Barcelona, 1925), una mujer que siempre ha dicho que su mejor refugio es la literatura, que ha encontrado en los libros, en los propios y en los ajenos, la fuerza necesaria para conjurar los sinsabores de la vida, hace ocho meses que no escribe. Que no puede. Que no le dejan. “Hace ocho meses que estoy inválida”, se queja con mohín de querubín, morritos de princesa destronada, de hada a la que le han robado la varita capaz de convertir cualquier retazo de vida en un pozo de magia.

Estos días, Ana María Matute se siente desposeída, desasistida, destronada sin esos poderes que le han permitido conjurar las palabras en tantos y tantos libros: de Primera memoria -que escribió con diecisiete años y con el que ganó el premio Nadal más de tres lustros después de haberlo terminado- a Olvidado rey Gudú (1996); y, por el camino, La torre vigía (1971), Los hijos muertos (1959), Pequeño teatro (1954) o Los Abel (1948). Pero, ahora, por lo menos, olvidado ya el hospital traicionero y maldito, de nuevo en el salón de su casa, sí que puede volver a leer.

Así que, en la mesa, a sólo estirar la mano, la novela que estos días devora con ojillos de avispa, Arthur & George, de Julian Barnes. Y en las estanterías de su ático, que roza el cielo con el cielo del parque Göell, otras miles de presas a las que clavar la mirada para entretener la mente y despistar esa desesperanza, esa angustia, que le causa el no poder escribir. “Hace ocho meses que no escribo. Pero ya, enseguida, me meto otra vez”.

-Hace muchos años, desde la década de los 90, que habla de ese Paraíso inhabitado que debe ser su nueva novela.
-Hace muchos años que la pienso, pero la dejé estar para poder escribirAranmanoth.

-Y ¿cómo la tiene ahora después de este nuevo parón?
-Poco, ya me falta poco. Sólo el final. Lo que pasa es que nunca sabes cuánto tiempo te va a llevar acabar una novela, porque el escribir no es una cuestión de cantidad. A veces, para completar tres páginas necesitas meses; y, otras, para tres capítulos bastan sólo unas semanas.

-Pero ¿usted ya sabe cómo acabará su Paraíso inhabitado?
-Claro, nunca empiezo una novela sin saber cuál será el final.

-¿Y no se cansa de tener tantos años la misma historia, los mismos personajes, dándole vueltas por la cabeza?
-No, porque no me da vueltas todo el día por la cabeza, tengo otras cosas que hacer, otras cosas en que pensar. Pero, además, es que no sólo tengo en la cabeza esta historia, me rondan muchas otras para muchos otros libros que también quiero escribir. Pero es que la literatura es mi vida. Sin ella no podría vivir. Es lo que más me gusta, lo que más me interesa... De dedicaciones, claro; si hablamos de sentimientos ya es otra cosa.

Un Paraíso vacío
- Y en ese Paraíso que usted ha querido retratar en este libro, ¿no hay nadie? ¿está vacío?
-Claro.

-¿Porque nadie se merece estar en él o, simplemente, porque no existe?
-Es mucho más complicado que todo eso. Le diría que leyera mi libro, pero, claro, aún no lo he terminado. Entiéndame, nunca me ha gustado hablar de lo que estoy escribiendo. Me parece que da mala suerte.

-De todas maneras, me parece que ahora ha vuelto usted a ser creyente. Y ha regresado a la Iglesia después de años de no haber practicado, aunque se educara en un colegio de monjas.
-He recuperado un sentimiento más místico que religioso. Se trata más un estado del alma que de otra cosa. De todas maneras, uno siempre tiene que creer en algo.

-Pero usted durante años no lo hizo.
-No era tanto que no creyera, no es que yo me confesara atea, se trataba más bien de que no me preocupaba del asunto, de que tenía muchas otras cosas en que pensar.

-¿Quiere que regresemos a su infancia?
-La he explicado tantas veces... Fui a un colegio de monjas antes de la guerra, después ya no. Mi padre tenía una fábrica de paraguas, que luego colectivizaron. Antes de la guerra, los niños, yo y mis hermanos, nunca salíamos solos de casa; siempre con mis padres o acompañados de las tatas. Después, sí. Después nos mandaban a hacer cola para conseguir pan, para conseguir comida. Y había que ir temprano para lograr tener un buen número. Vi tantas cosas en la guerra. Recuerdo aquellos bombardeos sobre Barcelona y aquel ruido de las ametralladoras; también, los coches que pasaban por la calle Platón, donde vivíamos, con soldados enarbolando pañuelos manchados de sangre o, por lo menos, que ellos decían que era sangre. Me acuerdo perfectamente del cadáver de un hombre que una mañana me enseñó mi hermano. Entonces se sabía por las noticias de lo que estaba pasando en el frente, de que se estaban matando entre hermanos... Yo antes de la guerra no sabía de la muerte, para mí sólo era una palabra.

-¿Le robó la guerra un poco de su infancia?
-No. No me la robó, porque todavía ni nadie ni nada me la ha podido quitar. Aún la llevo encima. Aún soy una niña, con lo bueno y con lo malo que eso comporta, porque la infancia, en contra de lo que muchos dicen, no es paradisíaca. Pero yo aún conservo intacta mi capacidad de imaginar. Me he envilecido, sí, pero nadie me ha robado la infancia, aunque no hayan faltado oportunidades para que lo hicieran. A mi hermana, sí; a mi hermana mayor, que murió hace poco, que éramos inseparables, sí que le robó la infancia la guerra.

-Seguirá siendo una niña, pero a lo largo de su vida ha demostrado que también es una mujer de armas tomar.
-Sí, una mujer, pero con la niña dentro. No soy ingenua, pero sí conservo la inocencia.

-¿Qué le parece a Ana María Matute que ahora el Gobierno quiera recuperar la memoria histórica de la Guerra Civil española?
-La memoria se tiene, no hace falta recuperarla. Y me parece, además, que hay que ser ecuánime. Hay que explicar lo que hicieron los unos y lo que hicieron los otros, porque los don bandos hicieron muchas cosas. De todas maneras, por mucho que nos expliquen la historia no somos capaces de aprender de ella.

-Usted siempre busca refugio en la misma época histórica, en la Alta Edad Media, en los años del Rey Arturo.
-Sí. En Arturo, en el Santo Grial... He leído todo lo que se ha publicado sobre el tema.

-Y, ¿por qué le fascinan aquellos tiempos?
-Supongo que por la niña que llevo dentro. Aquél era un mundo de fábulas y de imaginación; vivían de leyendas, de mitos y magia, aunque también fuera una edad brutal y cruel. Y es precisamente ese contraste entre brutalidad y delicadeza lo que hace que aquélla sea una época muy literaria, aunque ahora la están estropeando con todos esos best sellers.

Contra Ken Follet 
-¿Cuáles?
-Los de Ken Follet y también otros que, como son más cercanos, no quiero nombrar. Y El código da Vinci, por supuesto.

-¿Ya ha leído la segunda parte de Los pilares de la tierra?
-Ni he leído la segunda ni leí tampoco la primera. Las he ojeado, me han hablado de ellas gente en cuyo criterio literario confío. Yo estoy a punto ya de cumplir 83 años y no voy a perder el tiempo con eso.

-¿Qué libros le gusta leer?
-Depende del momento. Ahora he vuelto a la novela decimonónica. A Charles Dickens, a Tolstoi, qué gran novela que es Guerra y paz, a Fiodor Dostoievski. También a los españoles, a los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós; a Emilia Pardo Bazán, una señora de colmillo retorcido que sabía escribir muy bien; y a otra gallega estupenda, Rosalía de Castro, aunque poeta. Pero es que a mí lo que más me gusta es la poesía. Aunque, es curioso, nunca he escrito una. Me da repeto. Me dicen que mi prosa es muy poética, pero eso es otra cosa. No es poesía.

-Siempre ha dicho usted que los cuentos son la poesía de la prosa.
-Me encantan los cuentos. Escribirlos y leerlos. últimamente me ha gustado mucho Si te comes un limón sin hacer muecas, de Sergi Pàmies. Pero yo ahora hace mucho que no escribo cuentos, quizás será lo próximo...

-Volvamos a esa niña-mujer que usted siempre ha sido, una mujer que siempre fue un paso por delante del resto de las mujeres de su época: escritora de éxito, mujer separada, académica...
- Siempre he pensado que aquellos casi veinte años que estuve sin publicar fueron la causa no de que me olvidaran o de que no me consideraran, pero...

- No se siente reconocida, pero si usted lo ha ganado todo, sólo le falta el Cervantes.
- Sí, hace nada el Nacional de las Letras, pero siempre he pensado que en aquella época los críticos, cuando cogían el libro de una mujer, a no ser que fuera extranjera, no lo leían o lo leían de aquella manera... A mí me encasquetaron la etiqueta de literatura para niños y yo creo que muchos de mis libros ni siquiera se los leyeron...

La tontería de las miembras
-Y ¿cree que si hubiera sido hombre, todo habría sido distinto?
-Siempre he pensado que en situaciones similares siempre gana el hombre. Y aún ahora sigue pasando. ¿O no?

-Ya sabrá que ahora hay un Ministerio de Igualdad y que la ministra habla de miembros y de “miembras”.
-Es ridículo.

-¿El ministerio o lo de miembras?
-No me haga hablar que yo de política nunca he querido hablar... Pero es que, además, ‘miembra’ hasta como palabra suena fatal. No sé por qué acusan a la Academia de machista. La Real Academia no es machista ni es feminista. Simplemente es un notario que recoge la forma de hablar de la sociedad. Antes, cuando la sociedad era machista, la lengua también lo era. Pero es ridículo pensar que la Academia se dedica a eso, está, más allá de aquello de ‘limpia, fija y da esplendor’, para cuidar el lenguaje, porque una cosa es que el lenguaje evolucione y otra que se estropee y se empobrezca como está ocurriendo ahora, por ejemplo, con lo de los sms.

- Usted siempre ha dicho que lo difícil para un escritor es ser capaz de escribir de tal manera que el lector lo entienda, que lo fácil es hacerlo con una prosa oscura.
-Le cuento una anécdota: Eugenio d’Ors leía a su secretaria sus Glosas, si ella le decía que se entendían siempre le contestaba ‘oscurezcalas’. Yo creo, y eso intento, que hay que decir lo máximo a través de lo mínimo, como en la poesía... Cómo me gusta Gil de Biedma. Los extranjeros también me gustan, pero es distinto: Rilke me gusta, pero me gustaría mucho más si lo pudiera leer en alemán.

- Le gusta la poesía y le gusta el ballet.
- Sí, El soldadito de plomo y sobre todo Cascanueces, que iba a verlo siempre, cada año, por Navidad. Yo soy así: me gustan los clásicos, pero es que en el fondo yo soy una clásica.

- ¿Usted, tan moderna...?
-Ser clásico no significa ser añejo, ni que te gusten las antigöedades quiere decir que te atraiga lo que está pasado de moda. Por ejemplo, ¿cómo puede un escritor no haber leído a los clásicos?

-¿Cree que un escritor tiene que ser además un buen lector?
- Puede que haya algún genio por ahí, pero a mí me parece fundamental haberlos leído, aunque luego tú hagas una cosa muy diferente.

-Siempre ha dicho que los escritores nacen y que no se hacen.
-Los talleres de literatura sirven quizás para que alguien que ya sea escritor aprenda algo, adquiera herramientas, pero no para convertir a alguien en escritor. De todas maneras, yo nunca he ido a ningún curso de escritura. Yo empecé sola. Cuando sólo tenía cinco años...

-Y usted siempre ha tenido un estilo inconfundiblemente propio.
-Sí. eso me han dicho siempre. Nunca me he propuesto imitar a nadie. Lo único que he intentado es expresar de la mejor manera posible aquello que llevaba dentro, dar pistas al lector para que escribiéramos las historias juntos.

-¿Ha cambiado mucho su manera de escribir con el paso de los años?
-Claro. He madurado.

-Y es cierto que cada vez dedica más tiempo a corregir.
-Sí. Cada vez más. A quitar.
Y, aunque ya cansada de charla, con la mirada que se le pierde entre las estanterías de libros y la puerta por la que marchó hace un rato su hijo Juan Pablo, esta mujer coqueta, preocupada porque hace meses que su inseparable melena blanca no pasa por las manos de una peluquera, se enfrasca en otra historia: la de sus padres. “Se conocieron cuando eran todavía una niños. Mi abuela mandó a mi padre a recoger flores de árnica para hacer un remedio contra los chichones. Son unas flores preciosas, enormes, naranjas. Y, cuando regresaba, mi padre vio a una niña con un vestido de canesú, sentada, y le gustó tanto que le dio todas las flores que había recogido. Y ella le respondió llamándole ‘mocoso’. Así eran mis padres, tan distintos, pero se quisieron tanto y durante tantos años. Tendrían sus cosas, pero yo nunca les oí discutir”.

“Ya falta poco”
Una historia muy diferente a la de Adriana, niña soñadora, que lucha contra la vida adulta, la habitante de ese Paraíso inhabitado que desde hace años siembra de palabras y cultiva con magia y con cariño Ana María Matute. “Cuando nací, mis padres ya no se querían”, escribió Matute en la primera página de la novela. Ahora sólo resta que le dejen ponerle el punto y final al relato. Ya falta poco. “Sí, ¿verdad? Ya falta poco. Si Dios quiere”. Querrá.


















































































































































































































































































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