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Amy Winehouse Fotografía de Bryan Adams |
BUCEANDO EN EL NAUFRAGIO DE AMY
Salen a la luz las grabaciones que Winehouse dejó a su muerte hace cuatro meses. La colección de canciones inéditas esboza el retrato borroso de una artista voraz.
DIEGO A. MANRIQUE
El País, 25/11/2011
La última vez que visité una librería británica, la mesa de novedades estaba tapizada con tomos sobre Amy Winehouse. Una revisión rápida me hizo sospechar que no estaba allí lo que buscaba: eran relatos de testigos visuales, moralejas alargadas a dimensión de libro, mucho corto-y-pego. No localicé el relato completo que conjugara vivencias y creación.
No nos esperan descubrimientos: ya se rebañó su archivo para reeditar 'Frank'.
Hay una docena de temas que no saldrán por falta de calidad sonora.
Un deseo prematuro, por lo demás: su obra artística todavía está incompleta, creíamos. Amy Winehouse era una entusiasta y presumía de varios frentes abiertos, como el disco de jazz que planeaba con el saxofonista Soweto Kinch y el baterista Questlove. Cabía imaginar que quedaron toneladas de experiencias suyas en el limbo de los discos duros, esperando su publicación o su reelaboración (pero no, como veremos). La primera cata en ese legado se llama Lioness: hidden treasures, que Universal pone en las tiendas el 2 de diciembre, como gran acontecimiento. Comercialmente, lo es: el catálogo de Amy, esencialmente dos álbumes, se reavivó tras su muerte y alcanzó nuevos récords de venta.
Antes de entrar en materia, conviene prescindir de prejuicios. Funciona cierto automatismo en un sector del público, que dispara indignado contra cualquier lanzamiento póstumo. Desde las alturas de la ingenuidad, solo se ve en esos casos una operación comercial; la realidad resulta más compleja. En el tiempo presente, es difícil impedir la difusión de cualquier grabación, a pesar de sus posibles deficiencias de sonido o interpretación. Y las consecuencias pueden ser penosas. La reputación de Jimi Hendrix se vio deteriorada por una avalancha de elepés legales o piratas; solo ahora, con el control de su familia, se está enmendando el desaguisado, con ediciones ordenadas y cuidadas al máximo.
Aceptemos que los herederos tienen algo que decir al respecto. Y celebremos sotto voce que algunos fideicomisarios ignoren las instrucciones del difunto, como hizo Max Brod con los papeles de Franz Kafka: gracias a esa "traición", hoy conocemos El proceso, América o El castillo. Lamento informar de que seguramente no nos esperan descubrimientos equivalentes entre el patrimonio inédito de Amy: ya se había rebañado su archivo para las reediciones ampliadas de Frank y Back to black.
Asumamos que las compañías discográficas también participen en el proceso. Su especialidad, después de todo, es confeccionar discos y se supone que saben distinguir entre el impulso fetichista y la necesidad de configurar una experiencia auditiva tolerable. Ted Cockle, jefe de Island, ha especificado que hay una docena de canciones que nunca verán la luz del día por carecer de calidad sonora. Claro que nunca se debe decir "nunca": alguna de ellas, como Procastinate, ya se puede localizar en la Red con un título levemente cambiado.
Esa confluencia de factores explica que en la presentación a medios de Lioness, realizada a finales de octubre en un estudio del Soho londinense, fuera un ejercicio de diplomacia y sobreentendidos. Así, se pasó de puntillas por parte del repertorio aquí incluido. No sonaron temas como Valerie, Will you still love me tomorrow y Wake up alone, ya disponibles en otras versiones en discos de Amy, o el eterno Body and soul que grabó con Tony Bennett para Duets II.
El responsable del proyecto es Salaam Remi, productor de hip-hop con buena brújula para llegar al gusto más mainstream. Socio de Amy desde Frank, buscó maquetas, grabaciones olvidadas, primeros pasos para lo que pudo ser el tercer álbum legítimo. Ese material fue completado con instrumentistas y, en Like a smoke, una parrafada del rapero Nas, otro artista de Salaam por el que, nos cuenta, ella sentía una afinidad especial.
Lo que queda es un retrato borroso de una artista voraz. En 2002, durante su primer encuentro con Salaam, Amy se puso a cantar La chica de Ipanema sin ensayar; si le fallaba la memoria para la letra, se lanzaba al scat, como han hecho cien mil vocalistas de jazz. Mantenía su querencia por el reggae clásico, como evidencia en su lectura de Our day will come, también grabado aquel año.
Amy sabía del poder curativo del soul. En 2009, en su propia casa, probó con A song for you, balada de Leon Russell, tomando como referencia la versión de Donny Hatthaway; en un comentario final, Amy Winehouse sitúa al desdichado vocalista (supuestamente, se suicidó en 1979) en el mismo pedestal que Marvin Gaye. Aproximadamente de la misma época es su Between the cheats, una reflexión sobre la infidelidad cuyo título referencia otro pináculo del soul sensual, Between the sheets, de los Isley Brothers.
No hay grandes revelaciones. Está Halftime, un tema destinado a Frank y finalmente no incluido, que justifica ese título: "Y cuando canta Frank Sinatra / es hasta demasiado / él pacifica mi dolor". Aparecen destellos de fatalismo y desafío; el oyente puede aplicar algunos versos a las peripecias sentimentales de Winehouse pero se mantiene el misterio.
Amy Winehouse no fue una víctima de la industria musical. Todo lo contrario: conviene recordar que se benefició de unas escuelas subvencionadas que ofrecen una gran formación técnica, de un sistema entonces próspero que puso a su alcance eficaces colaboradores. Desdichadamente, no había ni hay mecanismos para aprender a asimilar el éxito, a amar el propio cuerpo, a esquivar relaciones de dependencia, a evitar analgésicos emocionales.
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